miércoles, septiembre 29, 2021

EN EL ESPACIO DE UN TIEMPO SIN EDAD…

 


*Dibujo de Erika Kuhn. https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

A un lado al otro

silencio

nadie a mi costado

nada parecido a ser eso que era

nada par en mí

conmigo yo y menos

y no alcanza

para poder más

no aprendí a mirar

a vivir sin un rastro en mi cuerpo

una piel

no hay mío

hay arriba hay abajo

hay intento de fuga al techo

a lo hondo

no hay ojos

no hay paredes

hay un hilo de piel

un rastro que va

se va

y no me lleva

silencio

huella ciega inconsciente

soy una en tres

una en tres sin mí

soy tres de arriba hacia abajo

como un manojo de algo que no sé

no hay punta de este hilo para este hilo

hay un aire frío y me duelen las piernas porque pesa

esto sin alma que me sigue

se sube a mi nombre y lo asfixia

compulsiva

de alguien de algo

no hay par para mí

no hay ojos y a lo lejos

todo sigue vasto

desposeído.

 

 

*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com

-Inédito-

 

- Lorena nació en 1975 en la Ciudad de Buenos Aires, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social.

En 2016 publicó Intemperie, su primer libro de poemas, por Viajera Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde el Mandarino” de la Antología Tetas. Historias de Pecho, por Textos Intrusos. En 2018 publicó Mis Vendavales, su primer libro infantil por la editorial Peces de Ciudad. Con Mis Vendavales viajó a España y presentó el libro en diversos espacios como bibliotecas, radios y librerías, alcanzando a un gran público infantil.

-Concluyó una novela inédita para adultos.

-Propone acompañar la creación literaria en modo individual y grupal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VISITAS*

 

 

Estamos comiendo en la cocina

cuando se nos presenta una gran cucaracha.

Pensamos en matarla con una escoba,

mas no tenemos escoba.

Tratamos de exterminarla a zapatazos:

se nos escapa siempre.

La perseguimos con amenazas y puñales,

la perseguimos con determinación.

 

Desde lo alto

le enviamos maldiciones, migas de pan,

ortigas, hielo.

Desde lo alto le leemos un sermón sobre el pecado,

un larguísimo poema del revés.

¡Todo es inútil, todo!

 

Pensamos que debemos reconocer nuestro

horrible fracaso.

Ella no responde a nuestra persuasión.

No deja de reírse desde sus ojos feos,

desde su cuerpo negro, desde allí.

Entonces comprendemos que lo mejor

es aprender a amarla.

 

Y no sabemos cómo.

 

 

*De Silvia Arazi.

-Fuente: "La medianera. Una novelita haiku". Interzona, 2013.








 

 

 

*

 

 

Quiero un ropero

-debe ser blanco-,

un ropero con llave

para acostar mi cuerpo

entre sábanas y lavanda,

esconderme del mundo por un rato

entre camisas planchadas y almidones.

Quiero guardar mi corazón

solo y con llave,

en un lugar donde el mundo sea suave

y perfumado,

para existir a solas un ratito

y preguntarme "¿estás bien?"

"¿querés hablar?"

y sonreírme.

Quiero jugar a mi escondida,

por un rato,

y que nadie me busque

ni me encuentre.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)


-Su último libro  MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIAJE*

 

 

La alegría es de todos, se comparte y se muestra, se pone naranja y amarilla sobre fondo de cielo azul. La melancolía es privada.

Como la tarde acatarrada en la cama húmeda de fiebre, como esa puntada interna que se asoma apenas en un crisparse de la frente pero se disimula con una sonrisa. Es privada, personal, propia. La melancolía es un velo que pone humo en los ojos; un medio tono sutil, bello como el final apagado de una vieja melodía en la radio, como la efímera columna blanca que deja el alma de la vela.

Le acontece a uno. Íntima, privada, personalmente.

La vida sucede en sepia por esos días; hay eco en ruidos y palabras, hay la sensación de tiempo que transcurre tangencialmente, de gentes y objetos que van y vienen sin sentido. Hay humo en los ojos, cierta picazón en los párpados, un desgano extendido, un manto de tristeza infinita. Hay un desinterés que confundimos con bondadosa aceptación. Y hay algo que crece en el vientre despacio, despacio.

Algo se gesta en los sueños, en el crepúsculo rojo, en el oculto aire de los pulmones. Algo crece despacio, despacio, mientras nos peinamos los cabellos y mientras observamos la paloma posada en el cable al través de los cristales. Estamos tan lejos de aquí, tan lejos de todo, tan lejos de todos.

No me busques hoy, estoy ausente.

Es la fiebre. Es la realidad que ya no es, la cinta de la vida que se anuda, el calor y el castañeteo de los dientes que chocan con los dientes. Un cuarto pequeño, un desnivel de sombra.

Los niños un día despiertan luminosos, han crecido. En ese irse de si han escapado hacia arriba, estirando los huesos y marcando ángulos en sus rostros infantiles.

Nosotros huimos hacia adentro y hacemos lo que podemos con nuestra caparazón y nuestras armaduras. Con suerte, nos despertamos un día, nos miramos el fondo de la mirada en el espejo. Hemos crecido. Podemos retornar.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Era mi voz

-aquella voz que tuve

cuando dios cabía en mi mano-,

la que nombró

los signos olvidados

mientras el mundo

se caía,

se hacía pedazos.

Era la inocencia

que perdí en el laberinto.

Era mi voz,

con el alma de rodillas,

buscando

a ciegas

en mi fe deshabitada.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su último libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AMÉN*

 

Lo conocí mucho antes del destierro

 

Antes de la luz.

Estaba en el espacio de un tiempo sin edad.

 

Habíamos recorrido los cauces del Río del Olvido.

Vimos las huellas de Caín entre amapolas y lirios pisoteados.

Encontramos golondrinas degolladas.

Testigos de la puerta tapiada de la bella durmiente.

Divisamos la morada del lobo y su cortejo.

En nombre del Padre al vacío empujaban el Hijo.

Fuimos al adiós de la rosa impoluta del martirio.

 

No conocía su voz ni sus silencios.

Oí su voz. ¡Ay! y era mi voz.

Voz silencio de arena y equinoccio de otoño.

Voz de sal y bálsamo en el costado abierto.

Voz de vides, de leños crepitantes.

Voz de puñal de plata.

Voz de grito.

 

No he tocado las yemas de sus dedos ni sus brotes.

No he tocado sus manos, ¡ay! sus manos. Conocidas, antiguas.

Manos con manchas angustiosas de tinta.

Manos aferradas a las salvajes crines de los vientos.

Manos de ocasos y de auroras.

Manos de pan y vino.

 

No he tocado las yemas de sus dedos.

Sin embargo, he andado y desandado sus arterias.

He besado el arco tenso de sus sienes.

He recorrido, con mi boca, la alfombra de sus huellas.

He descansado en sus cepas, niña triste de incienso.

 

Es el mensajero del retorno del agua.

De la palabra nueva. De la sal y la greda.

De la lumbre y el aire.

De la unidad de naipes fragmentados.

 

Sin embargo, quizás nadie lo sepa.

Bajo la piel de árbol milenario, palabras escondidas

Escondidas palabras, saben a veneno, a bilis, a miel amarga.

Nadie ha de saber tampoco, cuando ahueca su mano

(Saciedad hoguera del poeta.)

Muere gota a gota…

Y a la vez renace.

Renace. Bálsamo, savia, zumo de eternidad, amén.

 

 

*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

En las tierras oscuras donde el miedo era rey

construí una casa con el barro del río.

Sometí a la materia, la moldeé entre mis manos,

le di forma de hombre, de ventana, de hijo.

Con mis ojos de amor parí cada mañana

un sol para entibiarme en los días más fríos.

Vi crecer las glicinas, florecer, derramarse,

convertirse en manojos de violencia azulada.

Vi pasar a los pájaros en su huida hacia el sur.

Los contemplé al volver en la urgencia del nido.

Todo es tan poco siempre cuando se mira lejos.

Tan poco y diminuto y lejano y perdido.

 

Debo dar las gracias a mis pequeñas muertes

por este cuerpo mío de vida generosa.

Llevo la cicatriz del que ha perdido todo de una perra vez.

Como todo el que aprende, yo también aprendí

que uno es apenas la suma

de todos los demonios que se ha devorado.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su último libro  MADURA,  ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HOMENAJE A PATRICIA ESCOBAR*

 

 

Con su voz interna repitió el motivo de una espera que parecía interminable:

"Estoy esperando que llegue Patricia Escobar a mi vida"

 Él. Aquel hombre de la mesa pegada al vidrio qué no dejaba de mirar con detenimiento a las mujeres que cruzaban la avenida como tratando de adivinar quién de ellas era la Patricia que entraría al bar a reconocerlo sin más referencias que el pequeño escudo de Independiente en el saco.

La mujer estaba sentada en el otro extremo del bar, con ventana mirando a la otra calle. Pagó su cuenta y se acercó a la mesa donde Esteban esperaba mirando su reloj cada cinco minutos.

-Pensé que no vendrías -dijo él.

-El colectivo nunca llegaba. -dijo ella.

La promesa de amor valió la espera de hora y media en aquel bar de Avellaneda. Fueron casi casi 30 años de convivencia, con dos maravillosas hijas florecidas.

Quedo ahí un misterio que ambos se esmeraron en proteger.

Al tiempo de enviudar, La mujer relató aquel encuentro a sus hijas.

“lo vi ahí… cómo un pollo mojado esperando por alguien que seguramente no vendría. Me sentía tan sola. Estar sólo enloquece”.

"Entonces me levanté. Decidida a sentarme en su mesa."

"Llegó un necesario amor"

"Cada tanto cómo hacía mi abuelita en sus rituales de agradecimiento prendía una vela en homenaje a Patricia Escobar."

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Decimos cosas secas y distantes que no tienen nada que ver con nosotros. Nos escapamos de eso que realmente queremos decir. Tenemos miedo de mirarnos.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

TRENES*

 

 

José Dalonso me pregunta si yo saco mis temas de ese rincón perdido de mi pueblo y que persiste sólo en mi memoria.

Esos cinco techos y ese camino solitario son míos, repetía Pavese, refiriéndose a Santo Stefano Belbo, y nadie podrá quitármelos.

Y José arriesga algo a lo que no puedo responder: si en ese tiempo niño yo tenía conciencia que iba a contar la historia de todos mis amigos. La pregunta me descoloca y le digo la verdad: a mí en aquellos tiempos sólo me importaba jugar a la pelota, tal eufemismo suplantaba a la palabra fútbol. Todos, incluso yo, soñábamos ponernos un día la casaca roja de nuestro club que combinaba con unos pantaloncitos blancos y unas medias del mismo color. Equipo que luego de usado, el domingo, nuestras madres primorosamente lavaban y planchaban para el próximo partido. En el club al parecer no había dinero para pagar una lavandera.

Mi amigo José Donati que vestía la albiazul de los primos “del otro lado de las vías”, me repite cuando lee mis escritos: qué suerte que tuvimos la riqueza de ser pobres porque hoy podemos recordar todo con una sonrisa, para todo aquello que logramos con mucho esfuerzo, en el camino quedan los errores, las hilachas y retazos de sueños como banderas sobre el polvo, para decirlo de una manera faulkneriana. Pero esos ramalazos de la vida mantuvieron siempre en alto el orgullo del origen y recuerdo las palabras que siempre dice Miguel Albanesi con los ojos húmedos. ¿Qué tuvo, qué tiene aquel rincón perdido que no podemos sacarlo nunca de nuestra mente?

Y está la nostalgia agridulce, pero nunca idealizada. Tal vez porque tuvimos que irnos del pueblo para poder valorarlo bien.

Como cualquier pueblo de llanura tenía sus vías y su estación, y ese gran tanque que almacenaba agua para la sed de las locomotoras a vapor que se detenían en las noches, si el tren era de carga, y luego daba dos pitazos roncos que perforaba la noche en que dormíamos con la pesadez de piedra que sólo guarda la poca edad y que de adultos se perderá para siempre. Esas pitadas eran el pedido de paso para seguir viajando, que el cambista procedía a autorizar con su lámpara que fulguraba en la noche como una gran luciérnaga. Luego el ronco andar y el traqueteo hasta que tomaba velocidad en la casa de Domingo Fusco pero para ese entonces ya el sueño nos había vencido del todo como a un pájaro que se le tira una parva encima.

Las locomotoras a vapor venían como anunciándose con un penacho de humo y nosotros en la estación sumábamos adrenalina a la ansiedad cuando íbamos a ver pasar los trenes. Porque nosotros, es decir, mis amigos y yo casi nunca viajábamos. Sólo la ingenuidad de ver otras caras fugazmente en esa ventanilla que iba directo hasta el olvido. Pero nos gustaba ver todo el movimiento: la llegada del cartero, de los comisionistas con sus carros o sus autos viejos, alguna chatita desvencijada o algún sulky de algún chacarero que espera un pariente viajero que se aventuraba desde Rosario con ese tren que cruzaba sembrados y dejaba pasar por sus ventanillas la flor blanca de los panaderos y entraba orondo hasta el andén aventando sombreros y papeles.

Para terminar diré que estas antiguas locomotoras que comenzaron a rodar en el siglo XIX por “esos caminos de hierro” como gustaba decir Sarmiento, a mediados del siglo XX, se las reemplazó por las que iban a diesel. A las que mi madre no sin gracia llamaba los trencitos y que hoy a través de estas palabras desfleco para ustedes el intenso placer que siempre sentí por los trenes a vapor que se anunciaban de lejos, como la llama opaca de un sueño.

 

 

*De Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com

 

 

 

 

 

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**

 

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