martes, julio 04, 2023

EL HIELO SOBRE EL FUEGO.

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com

 

 

 





 

*

 

 

Observo

mi cuerpo,

la sombra de mi cuerpo extendida en la tierra,

esa porción de mundo

que no es mía y me apropio

tapando el sol.

 

Mi oscuridad es otra;

lo que espera en la calma del viento,

inasible

como el polvo suspendido en el aire.

 

Lo que hace hermosa la carne,

me digo,

es la fragilidad.

Mi cuerpo,

que aún huele a fruto devorado en la tarde,

aprende a ser leve y fugaz.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, GPU Ediciones (2019).

MADURA, Editorial Sudestada (2021)-

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LATIDOS*


 

Cada pueblo tiene su propio ritmo; su ritmo de caminar, de trabajar, de poner la mesa. Los movimientos les son propios como lo son el lenguaje y la música, ese otro lenguaje que quizás venga de la gente, quizás de la tierra y del paisaje que brinda.

En Japón he visto las artes marciales que se repiten en la forma de golpear los tambores, de bailar esas danzas que aúnan la lentitud y una contenida violencia, en los sonidos breves y guturales. La misma tensión entre lo estático y la rapidez extrema. Las enormes banderas son agitadas por figuras inmóviles, la precisión de los ikebanas de proporciones perfectas, la belleza de los jardines, la posibilidad siempre del horror y sin embargo la infinita paciencia; la habilidad aprendida, ejercitada y trabajada de un hombre que mezcla la tinta, que con un pincel escribe, dibuja, pinta la palabra como quien hace una señal definitiva. Hay un ritmo, una marca, un acorde que abarca cada cultura y le imprime las notas y los silencios.

Una mujer daba a luz. Rodeada por su hijo, su vecina, su marido, daba a luz. En el suelo estaba la mujer, sobre un colchón delgado. Ella misma pujaba con un canto rítmico, todos la acompañaban y el acto de dar la vida de traer la vida era una canción. El niño encontraba el aire y el afuera traído, recibido, acunado ya por las voces y los sonidos que lo arropaban y le daban desde el inicio el ritmo de su pueblo.

La canción rítmica que se repite en lo cotidiano. En los pasos retumbantes de las sandalias de madera sobre el pavimento, en el ritmo de la danza de cuerpos que se deslizan y de pronto acaban en una pose de estatua, en el ritmo vertiginoso de la oración que también es comunitaria, y que crea la epifanía del ritmo de la vida que se repite circularmente.

Cerca del suelo, siempre. En comunidad. Y serán las sandalias, el martillito de metal que guía los rezos, los pujos de una parturienta; será la música, el ritmo, será la vida la que marque sus compases.

Y mientras tanto las historias son las mismas historias. El que muere, el que nace, el que crece y cambia, el que de pronto conoce una verdad oculta.

Así como imagino una voz distinta para las diferentes multitudes, una melodía propia para los paisajes de montaña, para los lacustres, para la selva. Así como los ojos rasgados del oriente y los ojos acuosos del norte.

Así como el sustento con maíz y batata o con arroz y verdura. Así como el sentido de lo cíclico o la creencia en una direccionalidad en la historia.

Así como todo eso crea culturas diversas, los ritmos se ajustan a los pueblos, los expresan, los definen.

Y con su propio ritmo todos los seres humanos bailan, nacen, mueren.

Sinfónicamente algunos, algunos discordantes, algunos solos. Todos, todos, llevando los compases heredados, aprendidos, amados u odiados. Cantando, si tienen esa fortuna, su propia canción.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tiempo*

 

 

Allá, mucho más allá, donde la mirada no llega,

en la remota lejanía, donde sólo cabe imaginar,

puede ocurrir que al llegar todo sea como esto.

Que ni siquiera sepamos diferenciar ese sitio,

luego invisible, y que la imaginación hubiera

repetido viejas desmesuras que nunca fueron.

O que, al ver atrás, dónde la mirada no llegue,

no podamos distinguir más este mismo lugar

sin mérito del cual sin conciencia nos vamos.

Pero igual algo habrá cambiado para siempre,

porque, si bien, en apariencia, nada cambia,

en nosotros nada se repite igual a sí mismo.

Aunque no haya ningún lugar al que ir 

ni haya un resquicio para quedarnos.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 





 

 

 

 

TAREA NOCTURNA*

 

 

*De Antonio Dal Masetto.

 

El hombre toma en su mano un elemento árido −piedra, arena, madera seca−, y en él, en su centro, en su corazón muerto, planta su fe y su empecinamiento. Cuida de esa semilla, la alimenta con su vigilia, la espía, rastrea señales en ella, residuos de fuegos perdidos. Sopla sobre esas brasas abandonadas.

Y así va y viene con su humilde cosa. Sale a la noche y se acuesta sobre la tierra. Boca abajo, en cruz, imagina que su abrazo se extiende hasta doblar la curva de los horizontes. Presiente costas y aguas y vegetaciones y cielos debajo de él. Cree oír, oye el grave corazón de la tierra, su respiración y su gran voz. Reconoce fuerzas dormidas y en acecho, desfallecimientos, quietudes, temblores, explosiones. Rumores de marchas sobre llanuras inclementes −estepas, vados, desfiladeros− en la nieve, bajo el sol que calcina. Multitudes doblándose y levantándose, avanzando siempre, empujadas por el oscuro legado, soportando un viejísimo peso, resistiendo, afirmándose en las rocas y en el viento, los ojos fijos, la llama obstinada y demente en el centro del iris, brillando en las noches, en la soledad, en el miedo, al resplandor del fuego, en el fondo de cuevas, bajo las constelaciones cambiantes.

Y desde su lugar, con su pobre cosa encerrada en el puño, el hombre se suma a la caravana de penitentes, nómadas, siempre extranjeros. Se estremece con sus gritos de pigmeos erguidos contra el silencio, comparte esa gran fuerza −desconocida por ellos mismos− que los mantiene en camino y los acompaña y los preserva bajo el cielo de los años, tocados por la vibración de una energía primordial. Y la furia, el tesón, y también la delicadeza de los nacimientos, la salvaje alegría de la vida bastándose a sí misma. Y sus intuiciones, sus ensoñaciones venidas desde otras partes, desde mundos jamás vistos, que les aportan un sabor único, una exaltación única, y que ellos definen con nombres extraños. Los ve bailar frenéticos invocando a sus ídolos de turno, oye los cánticos, las letanías, el retumbar de sus pisadas en la danza ritual, en la huida, en la conquista, miles de pies surcando la tierra, agrediéndola, arándola, fecundándola.

Y ve desfilar imágenes, ademanes, perfiles, remontándose y regresando en el tiempo, y la cara de su padre, y la del padre de su padre, la suya propia, su cuerpo en cruz sobre tierra americana, entregado, rendido, asumiendo un mensaje, oyendo una voz hacerlo responsable, exigiéndole, elevándolo a la condición de heredero consciente.

 

 

-Antonio Dal Masetto.

(Intra, Verbania, 14 de febrero de 1938 - Buenos Aires, 2 de noviembre de 2015)

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

tal vez

todas las lluvias se parecen

al caer

cansadas

sobre el mundo

pero hubo

una tarde en que llovía

sobre el cuerpo de los dos

cuando éramos un cuerpo y un lunar

y la recuerdo

como una lluvia de milagros.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 






 

 

 

 

 

El submarino Titán y la banalidad heroica*

 

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

El viernes 23 de junio el explorador y viajero inglés Levison Wood publicó el artículo “Yo soy un explorador, pero incluso pongo límites para un submarino pequeño”. El texto apareció en The Times y, en resumen, hace un elogio de los “valientes exploradores” que murieron en la implosión del submarino Titán y que, como es del dominio público, capturó la atención mediática por varios días. Un poco antes de encontrar algunos restos de la diminuta nave, se percibían dos narrativas diferentes: la que lamentaba la muerte de los cinco tripulantes –entre los que se encontraban dos miembros de una familia multimillonaria de Pakistán–, y la que criticaba –en ocasiones usando un humor muy negro– el viaje turístico a los restos del Titanic y, sobre todo, la inversión de recursos y tecnología para el rescate cuando, al mismo tiempo, decenas de embarcaciones son abandonadas en el Mediterráneo, naves llenas de migrantes que mueren buscando huir de la guerra y la pobreza de sus países.

El artículo de Wood es interesante porque evidencia cómo la élite se ve a sí misma y cómo intenta legitimarse. Para el explorador, los turistas del Titán son personas que buscaron “desafiar sus propios límites” y miembros de una genealogía de pioneros que han hecho aportaciones a la cultura y a la ciencia. Por último, se lamenta que, en estos tiempos, haya “poca simpatía por los aventureros ricos” y nos recuerda que “la exploración siempre ha sido financiada y patrocinada por donantes adinerados, y es natural que quieran un poco de acción”. Estas afirmaciones, para cada vez más personas, además de cínicas evidencian una enorme ignorancia de cómo funciona la burbuja en la que vive la élite. La tecnología que usamos todos los días ha sido, en diferentes grados, patrocinada y conducida por los Estados, particularmente en Europa y Estados Unidos; últimamente China y otros países han cobrado cada vez protagonismo en esto. ¿Cómo ha ocurrido esto? A través de ayuda financiera directa, apertura de rutas comerciales y subsidios, entre otros mecanismos. Elon Musk, por ejemplo, ha construido su utopía privada aeroespacial capitalizando el conocimiento generado décadas atrás por el gobierno estadounidense financiado, a su vez, por los contribuyentes.

Wood cree que, por inercia, todos los descubrimientos hechos por los exploradores adinerados abonan al bien de la humanidad. Siendo ciudadano inglés habría que preguntarle, en qué se beneficiaron los africanos de las aventuras de personajes como Henry Morton Stanley, entre otros viajeros que abrieron el camino para la explotación humana y de la naturaleza desde el siglo XIX o, incluso, antes. Esta pregunta se podría hacer para todas las potencias colonialistas que se repartieron el mundo desde aquellos tiempos. De igual forma se podría aplicar la misma estrategia para analizar las contribuciones tecnológicas de los inventores y en qué han acabado cuando se transforman en inmensos oligopolios que no sólo benefician a unos cuantos sino que erosionan la democracia y la convivencia entre sus usuarios. Internet, Google y las redes sociales son el mejor ejemplo de esto.

El heroísmo de los viajeros del Titán es, en realidad, muchas cosas problemáticas. Los multimillonarios globales que no dejan de acumular dinero han encontrado en las experiencias extremas un nuevo motivo de vida. Puede ser en el fondo del mar o, como en el caso de Musk, en el espacio. Si la realidad, al menos en su percepción, puede obedecer al poder de los recursos económicos, entonces buscan superar sus límites entregándose a sus fantasías. Es cada vez más frecuente que el mundo real se interponga, de forma fatal, en sus planes. Eso no evitará que sigan aspirando a la inmortalidad o a colonizar otros planetas para imponer su ideología a miles de millones de humanos. ¿Qué ganaban los tripulantes de Titán al acercarse a los restos del barco hundido más allá de la superficial experiencia que vive cualquier turista en el siglo XXI? Esa banalidad, por supuesto, contrasta con el discurso aspiracional que los rodea. A veces, sus fantasías arrastran a otros a la muerte, empleados que arriesgan sus vidas para los trofeos de otros. El periodista especializado en montañismo, Jon Krakauer, narra en muchos pasajes de sus libros la fiebre de los ricos por llegar al Everest, aunque muchos de ellos no tengan la experiencia suficiente para lograrlo. En sus intentos, contratan a guías locales que, a veces, pagan con sus vidas las imprudencias de sus clientes que quieren sentirse dueños del mundo, aunque sea por unos minutos.

 

*Fuente: tachas 525

https://www.eslocotidiano.com/articulo/tachas-525/tachas-525-submarino-titan-banalidad-heroica-alejandro-badillo/20230702115542077045.html

 

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

 (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las

novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza

 (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

“La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tesorito*

 

 

Pude sentir el hielo sobre el fuego

pude

en un instante

convertirme en pedazos de mí

sentir

cómo parte de mí

se evaporaba

sobre lo más expuesto del cuerpo

en el centro un ardor profundo

anónimo

una sola cosa amalgamada

amor de cristal y fuego

súbito vos

y desconcierto yo. 

Se anula

tragándose en el tiempo las cosas sucesivas

eludiendo la concreción de volver a ser quien era

siendo por vos

un instante después

lo acostumbrado

algo de materia

que se separa de las imágenes que componen los pensamientos

algo de cuerpo

que se siente parte de algo

deshecho

(y esa idea tortuosa de volver a desaparecer).

Nunca sabrás que me rompo en mil cristales

cuando tus ojos no ríen

me vuelvo a armar en segundos

y en ese lapso

la piel y las lágrimas desesperadas

se secan al aire

nunca podrás entender lo que soy cuando sufrís

cuando temblás de dolor

cuando el aire no te alcanza

—no me alcanza—

nunca sabrás

que soy dolor de hielo y agua

me sostiene una fuerza tan grande

una exhalación repentina me arma

y el cristal roto se adhiere a sí mismo

y el agua contornea los bordes que lastiman

y las escamas del vidrio se diluyen

y el aire me da vida

Total, tesorito

nunca nunca sabrás

que soy de fuego, de agua y de cristal.

 

*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com

(De Intemperie, 2016 Viajera Editorial.)

 

-Mentoría de procesos creativos

-Taller de escritura y emociones

-Lic. en Ciencias de la Comunicación / Psicóloga Social

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS ÁNGELES Y LOS PUENTES*

 

Hay ángeles que, a su manera, son ingenieros. Rozan a la gente con sus alas y, con ese suave toque celestial, la incitan a levantar puentes. Entonces, esperanza sobre esperanza, la gente se pone manos a la obra y, con más entusiasmo que habilidad, se lanza de lleno a construirlos. Y aunque los puentes resultan casi siempre frágiles y efímeros, las personas caminan sobre ellos, se encuentran, pueden amarse, son felices y se ríen desde lo alto mientras miran, con cierto alienado desdén, a los seres aparentemente tan seguros y tranquilos que permanecen abajo, atados al suelo.

Pero existen también ángeles perezosos que odian la ingeniería e inoculan a la gente su propio recelo hacia este tipo de construcciones. Entonces, la gente se queda quieta, segura y tranquila, se acurruca en sus miedos y mezquindades, permanece en tierra sin ganas de levantar puentes, y al mirar cada tanto para arriba se pregunta, con envidiosa indignación, qué es lo que hacen esos seres aparentemente tan felices suspendidos en el aire.

 

*De Alfredo Di Bernardo.

 

 

 

 

 


 

 

 

*

 

“Hay días en que todo duele, pero también son días de grandes revelaciones.”

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

DE LA FUERZA DEL NOMBRE*

 

 

 

I

 

El Coiro me manda un enigmático y brevísimo correo donde dice: "¿Podés escribirme algo sobre Casbas?". El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me digo: "¿Por qué no?", pensando que lo que mi amigo argentino quiere es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.

Así que al otro día meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera. Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me pregunta: "¿Te llevo?". Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha. Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Forau d´Aigualluts, en el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces, se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez -pienso confusamente- hago mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. "¿Qué es?", me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios. Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él no oyó jamás. “Te gustarán”, le digo.

Al llegar a Huesca, tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.

Por la estrecha carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento. ¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones del Inventren) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por las calles.

Al fin, distingo un vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada. De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna. Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar algo.

 

 

 

 

II

 

Una sensación de irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro remedio: "Pero ¿Casbas de España o de Argentina?" digo en un susurro. Al principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el fondo conocer ese detalle no importe en realidad.

Pasado un instante, levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos cubiertos y dice: "¿Acaso quieres tomarme el pelo?". Entonces me atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventren y algunas otras estaciones, le cuento que soy poeta. "¡Poeta!" dice él. "¡Poeta!" repite. "No me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza". Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece la sombra de otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que cubre un ordenador portátil y sentencia: "Ahora lo veremos". Abre el explorador, busca el Inventren, busca mi nombre, encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido. La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva y nostálgicamente.

Así, me entero por fin de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente, en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, “¡qué linda era!”, exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento, la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte, lejos y cerca de la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en su memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me habla de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último tren... Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento. Él me mira gravemente y retoma la narración: "...yo me fui en él. Aquel último tren que pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina, en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de forma más breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria" se corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una vida errante, como lo son todas. "Y, entonces, de pronto, llegué aquí" dice mientras vacía en los vasos lo que queda de la segunda botella. "De alguna manera, sentí que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del nombre y el cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche, como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe donde estaba hasta la mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces".

No hablamos más. Ambos estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día, después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta que ni combustión parece.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

http://sergioborao2011.blogspot.com/

 

 

 

 

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial.

-Próxima estación:

 

ESTACIÓN FUNKE.

 

LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.    ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/

 

 


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