viernes, diciembre 01, 2023

COSAS QUE SOLO EXISTEN CUANDO CAEN

 


*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Miro con insistencia los castaños nevados.

Hace mucho tiempo que los miro.

Ahora cae la nieve sobre las ramas y el patio.

Cae desordenada y majestuosa,

como caen los hechos que no esperamos.

Todo es movimiento, me digo,

es preciso atender a la naturaleza.

Los castaños reciben la nieve

pero no hubieran podido anticiparla.

Eso es,

debe ocurrir lo mismo con ciertas decepciones.

Nadie puede ver la nieve antes de que empiece a caer,

ni siquiera los castaños,

ni siquiera los pájaros más altos,

ni siquiera los mineros que saben todo

sobre los estallidos y los temblores

podrían haber visto la nieve

antes de que empezara a nevar.

¿Sabrán las monjas cómo se ven de tristes

con su ropa negra caminando sobre la nieve?

¿Acaso ve el ciervo la cuna del cazador?

Así aparecen gestos,

actos, omisiones asombrosas

desmoronándose sobre nosotros.

¿Lo hubiéramos podido prever?

Nieva.

Nieva porque hay cosas

que solo existen cuando caen.

 

 

*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com

(Poema de su libro Final francés)

 

 

-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)

-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

- “Final francés”, AqL ediciones, 2023

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OBJETOS*

 

Hay dos modos de abrazar los objetos:

un modo seco,

lejano y ausente;

otro húmedo,

calmo y penetrante.

Si el abrazo es adecuado

decaen los múltiples futuros,

comienza un calor nunca olvidado.

Si el objeto es nuestro cuerpo

es de similar comportamiento,

se evapora la distancia

y lo que es alejado deja de serlo.

Todo gira

en una danza

interminable y serena

 

*De Jorge Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La oscuridad*

 

Hay días temibles en los cuales cae sobre uno

toda la miseria y la pena del mundo. Días feroces

de la conciencia que nos asaltan por sorpresa

y se cancela la ley de inercia del movimiento.

Días en que todo se vuelve confuso y relativo,

en que lo vivido no nos redime y lo que resta

no nos salva de la condena y de la sensación

de incertidumbre. Días en que los equívocos

cometidos encuentran la salida del laberinto

en que creímos dejarlos perdidos. Días en que

el camino se hace cuesta arriba, la ambigüedad

nos abandona y la decencia obliga a llevarlos

a la rastra. Días que la enfermedad no alcanza

para matarnos y voluntad no es bastante para

vivirlos. Es decir, que todavía tenemos la duda

necesaria para seguir respirando y las manos

de la certeza alrededor de la garganta.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIDAS MINÚSCULAS *

 

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

En un fragmento inicial de El principito el protagonista le dice al aviador, después de que le ofrece el famoso dibujo de la boa con el elefante, que no le sirve esa representación pues su mundo es muy pequeño y no cabría un animal tan grande. No dejo de pensar en esta escena del libro de Antoine De Saint-Exupéry cuando voy a alguna tienda de muebles con mi esposa y estamos tentados a comprar un sillón nuevo o, incluso, algún electrodoméstico. Cada decisión de compra debe ser evaluada en función de metros cuadrados y no por el dinero en la cuenta bancaria. Después de pasear una y otra vez entre pasillos y anaqueles repletos de cosas, seguidos muy de cerca por un vendedor ansioso por nuestra decisión, nos damos por vencidos y regresamos a casa. Ahí mediremos el espacio con cinta métrica para no tener que devolver la compra. Creo que, para evitar más frustraciones, deberíamos ir a cada tienda armados con un mapa actualizado de nuestra pequeña casa para saber qué mueble es factible antes de la desilusión. A veces comprendemos, con cierta desazón, que comprar cualquier objeto implica el abandono de otro. Hacemos, casi siempre, una ecuación en la que cada elemento nuevo debe, forzosamente, desplazar a uno existente para lograr el equilibrio. Como en el juego de Tetris tenemos que evaluar, desde antes, si el objeto en cuestión puede entrar por la puerta de la casa, si tiene la forma adecuada, si se puede modificar en caso de que se atasque en el angosto pasillo.

Quizás empecé a comprender la escasez de espacio en mi vida cuando, en plena adolescencia, juntaba latas de refresco para iniciar una colección. Mi padre construyó, en una de las paredes de mi recámara, una especie de mueble con tablas de madera y cajas de plástico de colores brillantes. En la parte de arriba coloqué las latas y, en los demás espacios, libros. Por supuesto, libros y latas fueron cada vez más numerosos. Las torres de latas crecieron hasta el techo y las filas de libros fueron dobles o triples. El librero, ante el peso creciente, comenzó a tambalearse y a despegarse de la pared. Mi padre usó unos grandes tornillos para fijar de nuevo toda la estructura y reforzamos las cajas de plástico que se arqueaban y amenazaban con romperse. Cuando mi biblioteca comenzó a crecer tuve que deshacerme de las latas. No fue difícil tomar la decisión, pues en aquel entonces comprendí que no sería el gran coleccionista y que era un empeño inútil juntar objetos sin ningún orden discernible. Una mañana limpié la parte superior del mueble y las latas terminaron en una bolsa negra, esperando el camión de la basura. A pesar de eso, conforme fui creciendo, mi habitación fue estrechándose, como una madriguera que reduce sus límites y que pronto será insuficiente hasta para la diminuta vida de un ratón. Pronto apareció una mesa con ruedas y una computadora de escritorio. Más libros que fueron ocupando cada milímetro disponible. El clóset rebosaba de ropa. El 15 de junio de 1999 un sismo de 7.1 grados azotó la ciudad de Puebla. Yo estaba manejando el auto de mi madre y no sentí a plenitud la intensidad del movimiento. Cuando regresé a casa contemplé mi madriguera: el librero había colapsado y, sobre la cama en la que dormía, estaban los libros, las cajas y las tablas de madera. Sentí escalofrío cuando comprendí que yo pude estar debajo de todo eso.

Pienso, por supuesto, que la carencia de espacio me puede llevar a un ámbito mental diferente: el del desprendimiento. En realidad, no necesitamos tantas cosas para vivir. Un poco de ropa, los libros indispensables para consultar y, acaso, releer. Puedo convertirme en un monje oriental, un ermitaño en medio de una ciudad de más de dos millones de habitantes. Sin embargo, este convencimiento se desvanece cuando prendo la televisión y aparece un reality show en el que una afortunada familia recibe la visita de un equipo profesional que reconstruirá y ampliará su hogar. En cuestión de una semana los felices beneficiarios reciben una casa de ensueño. La toma del camarógrafo muestra una amplia sala, una cocina inmensa con decenas de gavetas y cajones. No pueden faltar las recámaras, el cuarto de visitas, área de planchado, un taller para que el esforzado padre de familia pase su tiempo libre construyendo más artefactos y muebles para llenar todos los rincones de la casa. Apago la televisión. Comprendo que, en el mundo de hoy, hay cada vez más cosas para comprar –aunque sea endeudándonos– y menos lugar para ponerlas. Quizás por eso la obsolescencia programada –mercancías diseñadas para romperse o desgastarse antes de tiempo– tiene como fin, además de la circulación casi infinita de productos, hacer espacios forzosos en nuestros reducidos hogares. Por eso mantenemos la fe en alto cuando compramos una nueva licuadora, una mesa o una silla extra para el comedor: sabemos, secretamente, que no es una compra definitiva, que esa cosa nueva no estará con nosotros hasta el día de nuestra muerte. Cómplices involuntarios, miraremos jornada a jornada la nueva adquisición hasta detectar algún fallo que anuncie su próximo final. Entonces habrá un nuevo sitio para llenar y nuestras vidas, por instante, volverán a tener sentido. Bernard London, uno de los primeros promotores de la obsolescencia programada, previó esto y, en 1932, propuso una iniciativa digna de figurar en los libros de Orwell o de Bradbury: ponerle fecha de caducidad a las cosas que compramos. Una vez que llega el día marcado en la etiqueta sería ilegal tener el producto. Unos camiones de basura irían de casa en casa, recolectando objetos funcionales pero sin autorización para usarse. Sus ideas, que tenían como intención salvar a Estados Unidos de la Gran Depresión, no pudieron llevarse a la práctica tal y como las pensó, pero eso no significó que no hubo más intentos por detonar el consumo masivo. En los años 50 se dieron cuenta que era más fácil seducir que obligar y nació la publicidad moderna. No hay rebelión posible cuando te convences de las maravillas de una nueva línea de ropa o un teléfono celular que tiene capacidad de miles de aplicaciones, aunque sólo uses dos o tres. El simple hecho de poseer el objeto, mirarlo como una especie de fetiche aspiracional, nutrido por horas de publicidad, es más que suficiente para vaciar nuestros bolsillos.

Cuando salgo de mi pequeña casa pienso que nuestras jornadas se caracterizan por pasar de un habitáculo a otro. Vivimos vidas minúsculas en espacios que se pueden abarcar con una sola mirada. Salimos de un lugar cerrado para entrar a otro. Las conexiones entre esos ámbitos limitados son calles estrechas, avenidas repletas de autos que replican, de algún modo, la sensación de claustrofobia. En las ciudades no hay opciones para contemplar el horizonte: la mirada siempre se topa con algún edificio o un anuncio de grandes dimensiones. Cada lugar vacío debe ser ocupado para evitar una especie de horror vacui mercantil: aquella azotea libre de publicidad o la barda desnuda en una calle, son territorios independientes que se deben conquistar con el anuncio de un refresco o las rebajas de una tienda departamental. Nos acostumbramos tanto a los laberintos en los que transcurren nuestros días que, muchas veces, creemos que el campo, el mundo natural, es una especie de ficción. Comprendí muy bien mi condición de urbanita ignorante cuando, en un viaje que hice a la Sierra Norte de Puebla, provoqué la hilaridad de mis compañeros al confundir un platanero con alguna fascinante planta prehistórica, quizás desconocida para la ciencia. Aún me lo siguen recordando cuando me reúno con ellos.

El escritor italiano Ítalo Calvino, en su cuento “Todo en un punto” describe, como pocos, la sensación de encierro a la que podemos llegar. Usando como principal referencia el instante anterior al Big Bang, la historia nos cuenta la vida de varios seres amontonados en ese momento, en un lugar carente de espacio, un “no-lugar”. Los habitantes de la nada, después de la explosión que dio origen al universo, recuerdan los problemas que tenían cuando no había espacio: la imposibilidad de saber cuántos son o desplazarse a cualquier lado. Una frase como “estar apretado”, refiere el narrador del cuento, no tiene sentido porque no hay espacio para que esto ocurra. En ese instante condensado cualquier cosa es un milagro: un rayo de sol, una respiración, hasta un pensamiento, necesitan una dimensión para existir. Víctimas de su experiencia, sin poder olvidar su pasado colectivo, los seres viven sus vidas con el temor de que el universo vuelva a su punto de origen y estén, de nuevo, encerrados.

Intento encontrar, mientras escribo estas líneas, ventajas para mi pequeña casa. Si un ladrón intentara entrar me enteraría de inmediato. Bastan unos pasos para que esté en la puerta principal. No uso lentes para mi miopía cuando estoy en mi casa porque todo lo tengo muy cerca. Los sismos no me asustan tanto porque en pocos segundos puedo ir de la recámara a mi diminuta cochera. Para comunicarme con mi esposa, sin importar donde esté, sólo necesito alzar un poco la voz. Cuando hacemos una reunión tenemos que seleccionar muy bien a los invitados porque, si sobrepasamos nuestras posibilidades, corremos el riesgo de llevar la fiesta a la calle. Eso nos ha hecho reflexionar sobre la verdadera amistad y las personas que, de verdad, queremos que ocupen un espacio en nuestras vidas.

El día en que viva en un lugar más grande me sentiré habitante de un inmenso desierto. Acaso tendré miedo de los fantasmas o querré comprar un sistema de video vigilancia para tener acceso a todos los cuartos que no pueda mirar directamente. Es probable que tenga accesos de megalomanía. Me sentiré el rey de un castillo y me dedicaré a acumular cientos, miles de cosas. Quizás mi obsesión llegue a tal nivel que los periodistas me buscarán para entrevistarme y yo sólo les diré que antes vivía en un mundo muy pequeño, como el del Principito.

 

 

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado: “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021- “Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

Cosas*

 

Qué es, nos preguntamos ahora,

ya completamente derrotados

por los golpes que no vimos venir,

con una parte de dolor y nostalgia,

algo de deseo y mucha contrariedad,

lo que podría salvar algo de aquel

énfasis desmesurado que gastamos

aprendiendo el valor real y la ley

de todo lo precioso y la inutilidad

de lo falsificado, ese otro oro

de los tontos que perseguimos

como lo hicimos entonces,

sin tomar ninguna precaución

ni un mínimo entrenamiento,

puro entusiasmo e impaciencia,

esa hermosa versión de nosotros

ya perdida; confiada, fuerte,

generosa y valiente, que ahora

mira fotos de fantasmas, relojes

que no andan, monedas viejas,

llaves de lugares irreconocibles,

billeteras gastadas y desiertas,

y anillos con nombres y fechas,

en el cajón de los remedios,

esas cosas que han quedado

como testigos que saben todo

y que nunca serán citados

a declarar para salvarnos.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

-Horacio Rodio es autor de los libros “Palabras de piedra” Ediciones Baobab. Argentina. 1999 / “Media baja” Ediciones Dunken. Argentina. 2012 / “La insistencia de la desdicha” Editorial Ruinas Circulares 2018 / “El cinturón de Orión” Poesía.  Ediciones Las Flores Argentina 2022 / “Ausencia y Error” Novela (Aparece en octubre 2023) Avant Editorial. Madrid. España. 2023

- Autor del libro de poesía “El libro de Hopper” Pierre Turcotte Editor. Quebec. Canadá. 2023 / Autor de la novela “Una sed extraña” La voltereta Almería España 2023

- Primer premio IV concurso “Traspasando fronteras” Universidad de Almería España 2009 - Primer Premio Cuento Concurso “Villa de Errenteria” España. 2013 - Primer Premio Cuento Ciudad de Azul Argentina 2013 - Segundo Premio Municipal CABA Eduardo Mallea CABA Argentina. Bienio 2011/2013 - Primer premio Cuento Floreal Gorini, C.C.C. Argentina 2015 - Mención Cuento Premio Julio Cortázar La Habana Cuba 2015 - Primer Premio Poesía Ciudad de Azul 2015 - Única mención de Honor IV Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo 2020. Colombia. -Primer premio de cuento Fundación Gabriel García Márquez. Colombia 2021.- Primer premio libro de poesía. XV Concurso Nacional Adolfo Bioy Casares. Argentina. 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fugaces reencuentros*

 

 

Nostálgicas presencias

que a veces sin ser convocadas

vienen a turbar la muerta rutina.

Son como instantáneas.

Aparecen de pronto ante nosotros

tras la cortina gris de una tormenta

al otro lado de un voraz incendio

en la fila del hipermercado

o allende los cristales de un acuario.

Y tratamos de asir desesperadamente

la esencia del recuerdo que despiertan,

el reflejo sutil de la memoria.

Mas al abrir los ojos

el paisaje ha cambiado.

Nada es ya lo que fue.

Las queridas presencias

se alejan como sombras hacia otros territorios

en los que acaso sea posible la palabra.

Más tarde, entre las sábanas,

seguiremos buscando la llave del enigma.

Pero el pasado no vuelve para nadie.

 

*De Sergio Borao Llop.  sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

El padre encerraba a Rembrandt en una torre donde guardaban granos, para castigarlo. Una especie de tolva dónde entraba un haz de luz por un agujero arriba del todo. Allí, encerrado y rodeado de ratas, descubrió los secretos de la luz. La oscuridad y la luz son pares complementarios y opuestos.

Podemos crear luz en la oscuridad.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ABISMO*

 

 

Ambas

gota y río,

son fronteras

linderas al abismo.

Denuncia de unos ojos

que ven sólo el fragmento.

Aquello que es todo en sí.

Aquello que es nada.

 

 *De Jorge Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar

-De su libro "Revelaciones".

Huesos de jibia. 2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Duele terriblemente que nos imaginemos todas las cosas que no hemos sabido gozar. Sólo nos enseñaron a sufrir.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

 

Estación Carlos Beguerie*

 

 

Es imposible acercarse a la temática de los trenes sin adentrarse en la zona de niebla, en ese polvo que nunca termina de asentarse, como en los altillos habitados por fantasmas, o recuerdos, que no es lo mismo, pero funcionan con los mismos engranajes de dientes desparejos.

Es un territorio de tristeza y añoranza. Pende alguna campana de bronce, una señal de hierro ya no anuncia el paso de ninguna formación, se han detenido los relojes de esferas blancas. Es un lugar donde todo el año es otoño, donde el pasado fue mejor, donde el futuro sólo es un rizo de pelo castaño que seguirá enmoheciéndose en un relicario.

Fue otro el momento de desafiar a los ingleses, de armar un entramado de vías que sacaran las ciruelas, la leche, los duraznos. Se quejaban entonces del suelo inundable, pero allá iban los trabajadores golondrina cargados de hijos, allá crecían escuelas, y el país se iba construyendo saludable y joven.

Después fueron las clausuras, un breve resucitar y la muerte definitiva. Pero antes de eso, en la época de gloria, hubo un hombre de gorra, alpargatas y ojos transparentes que llegó a Carlos Beguerie y se afincó cerca de la estación. Amaba los trenes y alquiló una pieza desde donde le llegasen los ruidos de vías y silbatos.

El hombre era italiano, tenía cabello de bronce y era joven. No había llegado a hacerse la América; apenas quería lograr una casita donde volver por las noches, con dos o tres hijos y una señora de manos olorosas a cebolla. Pietro vio que en el pueblo las casas eran de ladrillos, y puesto a trabajar se ofreció de albañil. Venía de viejos pueblos con torres de piedra, nada sabía de plomadas ni de fratachos, por lo que después de varios fracasos nadie volvió a llamarlo.

Puesto a observar, vio Pietro que la gente comía queso, por lo que compró leche y se puso a fabricar queso como en la casa de su padre. Más o menos algo hizo, pero era muy caro, y la gente de Beguerie hacía excelentes quesos criollos a menor precio, ya que tenían sus propias vacas.

En fin, que Pietro con su ilusión intacta emprendía, uno tras otro, trabajos que lo dejaban con menos ahorros. Se preguntaba por qué no le daba resultado hacer lo que otros habían hecho, sin darse cuenta de que ese era el problema. Insistía el pobre con voluntad y falta de juicio, rodeado por una nube de pajaritos que revoloteaban alrededor de su cabeza soñadora.

Fue por entonces, en 1961, que cerraron el ferrocarril, y todos los que antes prosperaban fueron levantando familia y posesiones para buscar otros horizontes. Pietro se quedó, ya en la indigencia, realizando trabajos humildes como peón en los campos aledaños. Recuerdo que alguna vez durmió sobre trapos en el andén abandonado, y entre sueños seguía pensando en inventar todas las cosas que ya estaban inventadas. Afiebrado, en una ocasión trataba de convencer a un paraguayo de las bondades de una caña hueca con agujeritos para tomar una infusión caliente a base de yerba mate, y otra vez se preocupó en apalabrar a un tendero para que se asociara a fin de confeccionar prendas de tela o lana con un agujero en el medio. El tendero le seguía la corriente, y le sugirió llamar a ese abrigo con un mote pintoresco, quizás decirle poncho.

A Pietro finalmente le salió novia y familia, porque esas cosas se daban, y a pesar de todo tuvo su casita y sus guisos con cebolla, pese a sus fallidos intentos de inventar lo que ya existe. Era 1961 cuando cerró el ferrocarril, cuando Pietro pudo salir adelante con sus ojos alelados y la torpeza sobre sus hombros. Era temprano, todavía estábamos en la mañana de nuestra historia. Todavía la estación tenía los archivos con sus fichas y los tinteros con su tinta olorosa, aun se sentía la posibilidad de una resurrección. Todavía no habían levantado las vías y los futuros de los Pietros no se habían hecho inviables.

Hoy la estación, encharcada en su territorio sin trenes, está muerta. Hoy a los hombres sin cobijo difícilmente les brota una familia. Los pajaritos trinan en los árboles, indiferentes.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

 

LOS EUCALIPTOS.    

 

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.   

 

GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

 EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.

 

 ARANA.

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

 

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/


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