*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte
Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160
Teatrillo*
Hay titiriteros que crean una marioneta
que actúa sin dudas como su alter ego,
pero ellos pretenden que no actúa,
que no sigue un libreto escrito,
que no es una marioneta,
que no se le ven los hilos,
que el beneplácito es absoluto,
que la incredulidad está suspendida,
que tienen derecho a ser aplaudidos
en cualquier circunstancia
y sin plantear disidencias,
aunque las hilachas sean obscenas.
Como si los que miran y juzgan
también fueran marionetas
movidas por ellos.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
-Horacio
nació en Llavallol, en 1954. Realizó talleres con Laura Massolo y Liliana Díaz
Mindurry. Obtuvo más de cien premios nacionales e internacionales en cuento,
poesía y novela, con publicaciones en Argentina, España, Colombia y Chile. Es
autor de los libros de cuentos Palabras
de piedra (Baobab, 1999), Media baja
(Dunken, 2012) y La insistencia de la
desdicha (Ruinas Circulares, 2018), y de los poemarios El cinturón de Orión (primer premio del 15° Concurso “Adolfo Bioy
Casares”, Ediciones Municipalidad de Las Flores, 2022) y El libro de Hopper (Pierre Turcotte Éditeur, Canadá, 2023). Ese
mismo año, el sello español Avant Editorial publicó su novela Ausencia y error. -En el 2024 publicó
su libro de cuentos La oscuridad de los
hechos. -Editorial Esa luna tiene agua.
La
cajita de música*
Tirada entre cosas sin uso, en una bolsa
arrojada por azar
en un tacho de basura de la plaza
encuentro una vieja cajita musical.
La tomo, le doy cuerda con la pequeña llave
que cuelga de ella
debo haberme excedido o tal vez haya roto
algo.
Sale la bailarina de su interior
pero su cuerpo no es porcelana sino humano
pequeña como las hadas de los cuentos
me agradece haberle puesto fin al
sufrimiento
y encierro de tantos años.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
-De "Medianoche
en la plaza de los sueños" Editorial Leviatán 2021
*
Nadar
río arriba,
remontar la corriente,
con el cuerpo
magnífico y sereno,
temblando
en el esfuerzo
contra la helada
tensión del agua.
Río arriba,
por la mera pulsión
del instinto,
con los ojos ciegos
deslumbrados de vida.
Un instante.
Y bajo el mismo sol
crece un dolor
desde el músculo
al río,
que desborda
que inunda.
Y el miedo se abraza
al cuerpo náufrago
y ya no se suelta.
Perdido
en la inmensidad del
agua,
en el ruido del oleaje
que no cesa,
que no ha cesar ya
nunca,
se comprende
que vivir
es aferrarse a una
certeza
en un río
de inhóspitas
preguntas.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente
vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
Trinchera (Sudestada, 2025)
Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)
MI
PADRE SILBANDO EN LA NOCHE*
Ahí va mi padre silbando en la madrugada.
Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se
acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuche cantar en italiano,
habla del amor perdido por una napolitana. Cada vez que lo escuchaba silbar
aquella melodía era como si hablara en él toda la tristeza que tenía adentro.
Mi padre un hombre de silencio. De pocas
palabras, las justas y necesarias.
Ahora que volvió la primavera los zorzales
cantan un insomnio de amor. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la
avenida bajo las estrellas o la tempestad para ir trabajar a la fábrica. Está
sólo. Se acompaña silbando amor a una napolitana.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
CEBOLLAS*
Somos como la cebolla. Apenas se abren,
comienza el llanto. Superfluo, cierto, porque basta un chorro de agua fría para
que todo se supere. Y después, sólo después, es posible separar hoja por hoja,
sin presiones ni sugestiones, hasta llegar al fondo mismo del misterio, sin
perder la visibilidad entre la niebla de las lágrimas.
Pero siempre se necesita un buen chorro de
agua fría antes de comenzar. Es bueno no olvidarlo.
*De Esther
Andradi. esther@andradi.de
-De Come,
éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997
http://www.andradi.de/es/startseite/
-Su libro reciente es "LA LENGUA DE VIAJE. Ensayos fronterizos y otros textos en
tránsito" Editorial Buena Vista, 2023.
Sostiene
a mí barca ósea una mar de sueños*
Ahondo la mirada tras las señales.
No me quedo en ellas.
voy hacia lo que las produce.
Hacia lo oculto.
Mis sensaciones se asombran cautelosas.
Es una mar de sueños.
Cauteloso, voy navegando con mi barca ósea.
Voy cruzando el día.
Navego sueños posibles, sueños no soñados.
Sueños de olvidos y de regresos.
Es la mar de los sueños del mundo.
Es la mar donde navego
Donde el día permanece
Donde lo cruzo.
Sostiene a mi barca ósea una mar de sueños.
*De Oscar
A. Agú.
Santo Tomé (Santa Fe)
ACTUAR Y EXPLICAR-SE*
Trato de arreglar las cosas, pero nunca se
arreglan, cambian, empeoran o se diluyen.
Encuentro que las acciones no tienen
justificación. No una justificación válida al menos. Hacemos las cosas siempre
por el motivo incorrecto. Porque el verdadero motivo de nuestras acciones está
más allá de donde podemos ver en el momento, o sea ahora, que es cuando la cosa
sucede. La acción sucede ahora, que es pasado. Cuando escribo “ahora” el
momento ya pasó. No podemos luchar contra eso, y comprender el entramado de causas
es algo inconducente, pues ya fue y nada tiene arreglo. Emparches. Que se
notan.
Vivimos zurciendo roturas. Cinta aisladora
en el cable. Actuamos sobre lo que sucedió, tratamos de que no vuelva a pasar o
de que se repita, luchando contra la forma de ser del universo.
Las cartas en los buzones son
irrecuperables. Y entonces escribimos otra carta, también imposible de borrar,
y redactamos otra y otra. Al final nos damos por vencidos pero por cansancio.
Sigue la sensación de que algo faltó por decir, que una palabra no fue dicha.
Lo cual es la peor de las ilusiones. Nada puede decirse para suprimir lo que se
entendió o no se entendió en el primer momento.
Como si hubiese un primer momento. No lo
hay. Cada vez es posible retroceder más atrás.
El nacimiento es ya una sucesión de
acciones de otras gentes. Nada comienza en ningún punto primordial. Nuestra
historia es la de nuestros padres, la de ellos la de los suyos, y una nación un
territorio, el universo en definitiva. Atrás y atrás, y esos espejos que se
reflejan en espejos. Y uno allí desnudo y desvalido, intentando creer que hacer
algo es de veras hacer algo y no simplemente girar en una difusa realidad que
se engulle a si misma. Encima, con culpas. Y a quién le importa, y qué importa
si a alguien le importa.
Lo más saludable es creer, tener fe. Es
decir no pensar mucho. Considerarse importante, solvente. Creer que si uno dice
algo erróneo se pararán las rotativas de los periódicos. Sacarse muchas fotos
para poder recordarse ahora, o sea ayer, o sea el año pasado. Es decir, para
tener una imagen del que ya no somos.
Y nada ni nadie tiene peso y sombra. Somos
fantasmas que deambulan un rato y usurpan un apellido y desaparecen. Qué otra
cosa. Pero no sirve. Hay que creer y actuar y dar y darse explicaciones. De
otra forma esto no marcha. Socializar. Sentirse parte.
Entonces uno vuelve a decir que dijo por
esto y por lo otro, pero que en realidad… En realidad qué carajo es la realidad
¿no? Cuál realidad. Armar un relato como si las palabras fueran productos
naturales, como si mi palabra correspondiese a la tuya, qué lindo sueño.
Y actuar. Moverse. Agitarse un poco para
tener la ilusión de que uno se mueve. Ah sí, y refugiarse en la protección de
la palabra “uno” “uno siente” “uno hace” ¿quién es ese uno que involucra a los
demás, que los hace cómplices o partícipes? Uno es uno, o sea “yo”. Pero es más
cómodo poner “uno” en el relato para satisfacer la necesidad de ser parte de
algo. Y dar consejos, y fingir que la vejez es experiencia, y que uno, o sea yo,
sabemos algo fuera de sabernos frágiles y contingentes.
Habrá que peinarse, comer, contestar el
teléfono, proferir sonidos para responder a los sonidos que profieran otros.
Con cara de estar en eso, cara de atentos. Y seguir con el corcho tapando la
botella empezada. Capaz hasta me convenzo de que la realidad es esto, no sería
difícil, después de todo tenemos entrenamiento.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
El tío
en su nube*
Una nube de polvillo expandiéndose por el
aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el hombre retenía de
su tío Nicolás.
El tío había salido de darse una ducha.
Había colocado una toalla sobre la cama y se había sentado a llenar de talco
sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con una energía demencial
dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en el recuerdo.
La pensión donde se hospedaba se llamaba
«La Esperanza». El tío estrenaba a los 40 años una nueva soltería. Era un
hombre joven. faltaba mucho tiempo para que en su humilde casa con la compañía
de un canario amarillo que se prodigaba en trinos, repitiera una y otra vez
como una forzada gracia que niega la tristeza:
“tengo
dos pajaritos. Uno canta y el otro está triste”
Aquella noche iba al club Sportivo Alsina,
donde actuaban Sandro y Los de Fuego. No le interesaba quien estuviera en el
escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”. Y
luego esa imagen que se negara al olvido: el tío que no paró de reír con ese
estruendo tan suyo para festejarse sin esperar una risa ajena, sino más bien
contagiándola.
Años después su tío repetirá una y otra vez
la historia de cómo llegó a esa pensión sólo con lo puesto: Al volver del
trabajo en “el negro humo” de la fábrica de neumáticos encontró a su primera
mujer en la cama con un tipo “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo
vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella
había dejado sobre el bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta de
calle para que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el
tapial del fondo para salir de manera indecorosa por la casa del vecino.
El tío tenía esa especie de desapego, no le
importo nada de lo que había en su casa, si su mujer no sería más su mujer no
quiso llevarse ni un par de medias.
A lo largo de los años esa imagen iba a
permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío despreocupado y alegre,
llenando de talco sus testículos para salir a buscar una nueva mujer a pocos
días de haber perdido hasta sus ropas.
Como lo demostró obstinadamente una y otra
vez en su larga vida, no quería estar solo. Su tío necesitaba la ilusión de una
mujer para vivir.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
1*
Ese viento que te tocó
la cara
¿Cae?
¿Cae y vuelve a subir?
¿Con qué piedras
golpea,
con qué historia?
Ese viento que ahora
mismo
mueve una flor frente
a tus ojos,
ese viento, digo,
qué se lleva
y qué te deja puesto
que no sepas.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
-Poema 1 de “Triza”.
-
Valeria publicó los libros de poesía: "Cero
sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa",
Ediciones de la Eterna (2015), "Del
otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial
Detodoslosmares, "La trilogía: Uva
negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento
Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía,
del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar",
Editorial AqL (2021). “Final francés”,
AqL ediciones, 2023
Vasijas
griegas*
El encanto de la vasija es que el vacío
tiene un límite,
a la absurda posibilidad de llenarlo de
algo nuestro,
una gentileza de lo imposible a la propia
voluntad.
Aunque visto de afuera es curiosidad y
prudencia,
el miedo a lo desconocido, a un contenido
ajeno.
A una muerte agazapada, a negar la mano sin
ver,
a romper sin culpa un recinto consagrado
por otro.
La breve ilusión de negar que el vacío es
ilimitado,
que está en siempre en expansión como el
universo.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
*
La sabiduría,
dicen,
es aprender el arte del desarraigo
para no amarnos
reflejados en los otros,
minuciosamente detenidos
como piedras nacidas en las cosas.
Lo más nimio,
entonces, puede crear una eternidad de mí:
un paralelo donde mi cuerpo quepa
en el ajustado ángulo del tiempo,
presumiblemente feliz
o desolado.
Pero,
¿qué queda de mí en los objetos?
¿qué respiré
en la helada piel de los metales
para fundarme tibia algún recuerdo?
¿qué quedará de mí,
cuando envejezca el papel
con el que envuelvo estas palabras?
Ay,
soltar es como nacer,
se está desnudo y siempre
se tiene mucho frío.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Hasta
Luego*
La abuela se moría. Había entrado al
sanatorio y sabíamos que de allí su única salida sería hacia la sala de
velatorios. Estábamos tristes pero era muy anciana, el cuerpito abultaba ya lo
que una niña pequeña debajo de las sábanas, la vida se le había dado con
generosidad y la partida era dolorosa pero no trágica. Cosas que deben suceder,
aceptábamos su pronto fallecimiento con esa facilidad que da la vejez, cuando
esa vejez que justifica la resignación es de otro.
De las sábanas blancas asomaba la cara arrugada,
unas manos pura vena azul y huesos frágiles. Cuando la ayudaba a incorporarse
en el lecho, era tan leve. Molestaba el olor a comida hervida y el cloro de los
pasillos, pero no parecía mal lugar para dejarse resbalar en la muerte.
Estábamos todos, turnándonos para acompañarla, secretamente aliviados cada vez
que finalizaban las horas estipuladas y no nos había tocado el momento aciago. Yo,
cada vez que sorteaba la puerta, sentía que había tenido la gracia de no ser
quien recibiera el dudoso don de anotar la última imagen de vida y la primera
de muerte.
Sabíamos que a lo sumo serían dos o tres
días. No había retorno, y ella también lo sabía pero lo callaba para no
apenarnos. Le comentábamos el cumpleaños del Juanchi, matizábamos la espera de
lo inevitable narrando nimiedades y evitando alusiones al futuro.
Parece que si uno está enfermo de cáncer es
algo superfluo enfermarse de otra cosa, resfrío por ejemplo. Nos han enseñado
en la literatura que si una mujer sufre por su amado no puede justo en ese momento
apretarse el dedo con la puerta. No es elegante, enturbia el relato.
Sin embargo la vida esquiva las sutilezas
narrativas, y estábamos de duelo prefigurado por la abuela cuando ocurrió la
muerte súbita de mi padre. Víctima de un
ataque cardíaco, mi papá, único hijo, debió ser velado antes que su madre. Eso
no debía ser, no casa en la línea histórica que la madre sobreviva a su hijo, y
que las muertes contiguas no guarden la lógica acostumbrada.
La familia se dividió entre el sanatorio y
el cementerio, la abuela seguía con su tranquila agonía en la sala siete,
maquillamos las lágrimas para que no tuviese que llorar al hijo. No le dijimos
nada.
Con ingenuas poses actorales continuamos la
farsa de lo cotidiano, esperando el final para poder entregarnos a los duelos.
No fue fácil.
La ancianita se consumía, se apagaba
modestamente. Le habíamos evitado sufrimiento, y eso nos tranquilizaba.
La mañana del último día mi madre entró a
la habitación. Llevaba un camisón recién planchado, una botella de gaseosa,
pilas para la radio que acompañaba el tiempo sobre la mesa de luz, una sonrisa
impostada cubriendo su recién estrenada y todavía no asumida viudez. Esa noche
había llovido, lo recuerdo, y sus zapatos hacían un ruido que sobre las
baldosas imitaba el de las zapatillas de básquet en el piso de madera de una
cancha. Yo había velado el sueño de la
abuela en una silla incómoda, había dormido mal, estaba un poco somnolienta y
levanté la cabeza precisamente por el sonido deportivo de mamá. Me acuerdo. La
abuela también abrió los ojos y habló con su vocecita temblorosa.
"¿Por qué no me dijiste que se murió
el Cacho?" -preguntó.
Mamá se suspendió allí en el vano y me miró
como retándome con los ojos; yo hice el gesto de que no, que yo no le había
dicho nada.
"¿Por qué no me dijiste que se murió
el Cacho?" -había preguntado.
Como no hubo respuesta agregó "esta
noche vino el Cachito y me dijo viejita, la espero arriba".
Qué lástima haber estado dormida, me
hubiese gustado despedirme de papá.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
“Nos creemos demasiado
las cosas, nuestras grandes verdades, nuestras guerras, nuestras personalidades
e importancia. Me gusta que venga el humor a tergiversar todo, a poner las
cosas con el culo para arriba, a hacernos entender de una vez por todas, que el
mundo es absurdo.”
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
María
Lucila*
"Cubre la memoria
de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"
Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-
El hombre con el que me encuentro en el bar
se llama Gino, sabe de mi interés por escribir. Dice que va a contarme algo de
su historia personal que sin dudas tiene relación con una antigua estación de
trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo
la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.
-No importa, vengo a contarle esto porque
necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de súplica.
- “duele tanto el pasado que necesito
contarlo a quien tenga un rato para escuchar”.
Lo que sigue es reconstrucción del relato
del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio
que quiso invitarme sí o sí. -Me ofende si no me permite pagar a mí- dijo para
terminar con mi resistencia.
En la estación María Lucila trabajaba su
abuelo. Su madre nació allí. La llamaron María Lucila para homenajear a la
estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.
Pasó en el pequeño pueblo sus primeros
años, luego de la nacionalización, al abuelo lo trasladaron un par de veces de
estación hasta que se jubiló.
Lo cierto es que su madre pasó su
adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.
Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik,
cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Al menos una vez se fueron en
tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.
El hombre me muestra una foto con dos
jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se
observa una estación típica del Midland, pero es posible ver el lugar donde se
colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con
florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53”.
Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre.
Igualita a las chicas que dibujaba Divito.
Por alguna cuestión que desconozco lo único
perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su
verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.
(....)
Se equivocaron ella y mi padre en casarse.
Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron
lástima -vaya uno a saber-, o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que
los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.
Usted sabe que todo, absolutamente todo en
el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas
percepciones incomodas.
Creo que mi padre pensó que la iba a
cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.
Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da
espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie
puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.
La angustia de mi madre le impedía
conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los
acontecimientos que te van marcando en la vida.
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3
años. Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento
buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.
Un día nos presentó a su nueva mujer: Ella
es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que
pudo.
Mi hermano creció, estudio ingeniería
electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene
mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.
Mi padre cumplía 70 años cuando falleció,
era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21.
Antes de enfermar, me invito a charlar en un
bar. Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe
elegir si en su vida será un hombre o un marido. Te recomiendo que seas un hombre...
Creo que le he fallado, no logre ni ser un
marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra
mi padre con un tono cercano a lo sagrado.
*
De mi madre, quedaron casi todas las
preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga
Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre-
logró encontrarla unos meses antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a
María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se
llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz
eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de
la estación no había vecinos.
Allí vivía mi madre. Envejecida
prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos
pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros - muchos en jaulas- y otros que
venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o
arroz según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien
era el presidente de turno, no tenía radio ni televisión.
¿Sabe cuál era una de sus costumbres?
Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los
niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de
tierra hasta que eran manchas blancas.
(....)
Sabía del suicidio de Alejandra, le dolía
como si hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y
tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen
cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar
que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.
*
Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas
fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia
clínica que pudo leer en el Hospital Municipal Galvagni.
Muy poco para un enigma de más de 30 años.
El hombre vuelve a abrir el libro que heredó
de su madre y lee otra frase de Pizarnik marcada con birome azul:
"Como una niña de
tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"
Así me siento, así me sentí siempre,
-escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí
puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.
Gino derramó lágrimas. Arrugó con rabia una
servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal
caigan sobre el pocillo de café.
Nos despedimos con un abrazo.
Mientras caminaba me preguntaba por qué no hay
historias de gente feliz en mis relatos.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
-Próxima estación:
ESTACIÓN GOYENECHE.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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Coiro.
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