*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com/
*
No me escribas cartas demasiado largas
en estos días
apenas puedo leer las entrelíneas
pero te pido que incluyas
si se puede,
las frases de las que seguramente
te arrepentís
o escribiste en el margen
mandame, en todo caso,
la primera versión
-si la hubieras guardado-
en la que me contabas
que han crecido los brotes
que el agua finalmente
se abrió paso
y empapó la tierra
que hemos vuelto a la calle
frágiles y triunfales
y sobre las ruinas de la casa destruida
construimos una nueva
a lo demás,
al detalle mezquino
a la enumeración de lo que no pudimos
lo tengo guardado
en un orden perfecto: el del olvido
*De Alejandro
Méndez Casariego.
septiembre 2025
TODO CAMBIA *
El vaso trastabilla, se inclina y vierte
parte de su contenido sobre la mesa. El líquido fluye, urgente, buscando su
mar. Puro instinto, se evaporará en minutos. Pensó que era río, y sin embargo
solo es agua que se ahoga fuera del vaso. Qué importa: Ahora ya está en la nube
y sueña que se llueve.
*De Esther
Andradi. esther@andradi.de
http://www.andradi.de/es/startseite/
-Publicó "LA LENGUA DE VIAJE. Ensayos fronterizos y otros textos en
tránsito" Editorial Buena Vista, 2023.
Cura*
Necesito un dolor
físico.
Un dolor que se ocupe
de mí.
Intenso.
Continuo o
intermitente
para comparar con
otros
anteriores o ajenos
para gastar en
analgesia
para quejarme.
Un dolor que me limite
del que pueda hablar
sin vergüenza.
Un dolor que me cure.
*De Carlos
Gabriel Pereira Pastorino. gperpast@gmail.com
-Del libro “Una cierta mirada” (Editorial Yaugurú - 2023).
-Carlos
Gabriel Pereira Pastorino, nació en Montevideo, Uruguay, en 1964. Es
Abogado y Escribano egresado de la Universidad de la República (UDELAR).
-Participó del Taller de escritura “El
Rincón” que coordina Gustavo Esmoris. Algunos de sus poemas integraron
publicaciones colectivas de Ediciones del Rincón, “Alas de papel” (2011), “Pies
de lluvia” (2014), “Trazo y voz” (2014), “Refracciones” (2015).
-Publicó en Editorial Encuentros, “Ánimas de Luz trunca”, poesía (2021),
en Editorial Yaugurú, “Una cierta
mirada” (2023) y “Nube” (2024)
en Editorial Yaugurú.
El manantial *
Una gran cantidad de peces multicolores
flotaban en el lago que alimentaba el río.
Me senté a pensar un poema, pero ya estaba
escrito
por ellos en el agua
solo tuve que anotarlo mientras uno me lo
dictaba lentamente
a la velocidad del silencio.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
*De Miniaturas
en el sendero poético.
Leviatán, 2025.
*
Si me esfuerzo
es probable que
convenza
a las piedras de
volverse pájaros...
Soy tenaz
como el agüita mansa
del arroyo
en el murmullo quieto
de su fluencia
y conozco los
desbordes
como nadie.
Pero me aburre
-tanto- el recorrido.
Me fatiga la roca y su
constancia.
La dignidad estoica
con que aguarda
la sequía, la lluvia,
su destino.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana
nació en General Belgrano, provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive
en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
Madura (Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
Trinchera (Sudestada, 2025)
Desviadero, (Editorial Mascarón de proa, 2025)
EL CABALLO DE
NIETZSCHE*
Nietzche fue un hombre que armó delicadas
construcciones mentales, sistemas de alambre verbal, vastos edificios con
columnas, basamentos, frentes ornamentados, entradas de servicio ocultas por la
hiedra. Su aparato filosófico es en parte pétreo, con zonas resbalosas y
jardines ocultos. Convengamos en que la mirada de la posterioridad siempre
halla rajaduras, aun en los muros con mayor apariencia de solidez, y los
intérpretes, divulgadores, comentadores, discípulos, esa horda que se forma en
torno al cadáver filosófico desnaturaliza, suele potenciar los defectos u
ocultar con andamiajes agregados la pureza lineal de las formas originales.
Pero no recuerdo hoy a Nietzsche por su
teoría del superhombre o sus afortunadas especulaciones; tampoco por su
estrecha o remota relación con las raíces dispersas del nazismo. Hoy invoco la
figura retorcida del filósofo que, en su cuarto de alquiler, trabajado ya por
la angustia, cuando sale a la calle se topa con un hombre que castiga a su
caballo. Veo la imagen que construí la primera vez que tomé contacto con la
historia, y se me aparece un hombre quebrado que en medio de los transeúntes,
despeinado y enloquecido, interpone su cuerpo entre el látigo y el caballo, se
aferra al cuello del animal y se echa a llorar. Siento la desesperación de la
impotencia, esa cosa de ser testigos de lo injusto, de lo atroz, de lo
innecesario, y carecer de potestad para lograr que se abra el cielo y mandar
legiones de ángeles con espadas flamígeras que impartan justicia, o, en su
defecto, legiones de demonios que tomen venganza por la llama y el anatema de
los malditos.
Visión apocalíptica la mía, a cuento de un
minuto de video en una aplicación para teléfonos móviles, destinada al
esparcimiento.
Con las angustias acumuladas de las
noticias sobre el mundo, después de constatar que la gente empieza por el
insulto y sigue con los gritos para evitar escuchar lo que dice quien se
encuentra hablando en otras habitaciones. Con el mal sabor de boca producido
por desgracias superpuestas, con el desgarramiento de saber que afuera hay poco
abrigo, la enfermedad anda suelta, hay razones para llorar hasta que los ojos
duelan. Con la adversidad y la noche alrededor, he buscado unos segundos de
inconsciencia como quien entra a descansar en un jardín donde sólo se sienta la
brisa y el olor de los jazmines.
En la pantalla voy pasando los videos de
loros que cantan, perros que corren pelotas, mujeres que se transforman con
maquillaje, paisajes, árboles cargados de nieve, un hombre que actúa un chiste,
dos muchachos que bailan. Voy aquietando el corazón, olvido por unos minutos
que mi madre sufre dolor en el cuarto contiguo, y una sonrisa me va ganando de
a poco el rostro.
Entonces, aparece la imagen de un animal
asándose, crucificado en una estaca. Al lado, un corderito muy pequeño, que
apenas se sostiene sobre las patas, alumbrado por el fuego, temblando
ligeramente, mirando ese animal que es la madre, o al menos quien filmó el
video quiere que pensemos que es la madre. La cámara toma el holocausto, el
animalito tierno y desvalido, vuelve a la madre abierta en cruz.
Entonces, el caballo de Nietzsche. No puedo
bajar las escaleras y echarme a la hoguera de la maldad humana, pero algo se me
quiebra dentro y estará roto por mucho tiempo. Pena, dolor, asco, decepción. Ni
siquiera me pregunto por qué alguien creyó que hacer eso sería cómico, si al
abismo nos habita a todos. Me pregunto, sí, si al fin y al cabo valemos la
pena. Y el corderito es el caballo de Nietzsche, un agudo dolor, la pérdida de
la razón, porque sin tener fe en la bondad humana se nos escapa el alma.
Entonces lloro, lloro por el cordero, lloro
por mí, por lo que no podemos ser, por nuestros crímenes y porque la
inteligencia y la sensibilidad son carne de cañón, y los látigos siguen
golpeando los caballos, y la injusticia es tan alta que tapa el sol. Nietzsche
sufrió un colapso, no habló más por diez años. Nadie sabe qué cosas se
desencadenaron para que se sumiera en la demencia. El caballo en Turín fue un
instante catalizador. Cuando todo diálogo se prefigura estéril o acaso
imposible, luego del llanto acaece el silencio.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Nostálgico animal*
Nostálgico animal que como yo te atreves
a la inmensa grandeza del deseo
de mirar con ternura hacia el pasado
sabiéndolo ya muerto
ya marchito.
Nostálgico animal que como yo te asumes
catarata de luz despedazada
y anhelas la llegada de la noche
para fundir tu llanto con las sombras.
Nostálgico animal que como yo te entregas
al censo de mañanas y tardes ya perdidas
cuando trenzando el aire fuimos brisa,
fuimos nido trinchera bosque río.
Nostálgico animal que como yo agonizas
frente al paso del tiempo.
Cada hora
te aleja de mis ojos.
Cada hora
me hiere en el silencio inhabitado.
Nostálgico animal que como yo confiesas
con un hilo de pena tu derrota
y como yo te apagas y apagas y sumerges
en ese oscuro mar que es la apatía.
Nostálgico animal cargado de tristeza,
de tristeza fatal como un labio tronchado,
como un viento funesto de tragedia,
como un cielo abrasado por los rayos.
Pero una luz de fuego,
fundiendo tu pupila con los cielos,
estalla en mi retina.
¡Despierta, anda, combate!
Aún es posible andar hacia adelante.
Allende el calendario alguien espera
ecos de nuestros pasos en la arena.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
TRES ESTACIONES
Y UNA MENOS*
I: Estación de los
fuegos.
Un joven rubio se masturba,
al borde del estanque con agua congelada.
La mujer, detrás de cristales rosados, lo
mira.
El fuego de la escarcha, la quema.
II: Estación de las sombras
Un hombre inclinado, sobre su fatiga.
Escribe sus ficciones.
La mujer, detrás de un vidrio empañado lo
mira.
Siente que la sombra que la refleja no es
de ella.
III: Estación de la
envidia.
Un
varón, que le recuerda a su padre,
juega con sus perros, amorosamente.
La mujer, detrás de unos vidrios húmedos.
Levanta las orejas y mueve la cola.
IV: Estación del
calvario
La
mujer prohibida. Desnuda en la hierba.
Yace, más triste que la muerte.
El hombre, detrás de unos vidrios espejados.
Se observa a sí mismo.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
Finisterre*
Hay en mi cabeza un
nudo que me ata
desde siempre. En vano
he tratado, una
y mil veces, de
desenredarlo, sospecho
que su trama es obra
de la maldad. Sólo
duele del cuello para
arriba y, a veces,
desesperado, sueño con
un macedonio
que lo corte con la
espada. Porque esto
es un tormento sin
lenguaje, bloqueado
intransferible. Nadie
entiende, tampoco
nadie escucha, nadie
se sale de su nudo.
Nadie advierte lo que
hablan los demás
ni lo que dice su
mensaje; ni adivina ni
calcula las
consecuencias de su propia
idea confusa. Todo es
un caos blindado
y sin ninguna
posibilidad de cura, en él
navegamos bajo un
manto de nubes que
cubre el firmamento y
no tenemos guía
que nos salve de caer
al abismo final
libres de la soledad y
la locura.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
Ordalía*
Con el sigilo de una gata negra
la soledad se arroja al vacío
lo llena
flotar es una desgracia
durar debió ser castigo
muñones de sueños
se sueñan enteros
la vigilia trafica ungüentos
para fijar la parte que falta
el gesto altivo del remiendo
se sabe insuficiente
amanece.
*De Carlos
Gabriel Pereira Pastorino. gperpast@gmail.com
-Del libro “Ánimas de luz trunca” (Editorial Encuentros - 2021).
*
Éramos niños
bajo las higueras.
Así
se hace el amor
-me dijo-
y su mano
desarmó mis trenzas.
Mi madre nos llamó.
Corrimos
por el patio
hacia la casa
cubierta por las
enredaderas.
Nos reímos
mientras mi madre
nos daba la merienda.
Él no quitaba los ojos
de mis trenzas
sueltas.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
LA ROSA OSCURA*
Yo fui el compañero de habitación
que la suerte tuvo en su juventud
aquel que durmió cerca
pero nunca fueron mías
ni su cuerpo ni sus sábanas.
Ni fue mía su sacrosanta boca
de mármol y cemento.
Yo fui el canario dentro de la jaula,
la mano extendida, el ojo
brotado que le leía a Ezra Pound
y a William Carlos William
a los oídos. Muerte que mira.
Muerte que acecha día y noche
y que con sus profundas manos
no cesa de amenazar la inocente
razón de la alegría.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Columbus. Ohio
*
Mi vecinito tenía nueve años y era mudo.
También yo tenía ocho o nueve años. Me enamoré de él porque era distinto a
todos: nada se sabía de él porque al no hablar era puro misterio. Se parecía al
Dios del que las monjas me hablaban en la escuela. "¿Dios es mudo?",
le pregunté a una monja que me miró desorbitada sin contestarme y se quejó ante
mi madre y hasta supe que habló de mi perversión. Entonces, empecé a enamorarme
cada vez más de mi vecinito, tan misterioso, tan sagrado (¿el mismo Dios?).
Pasó el tiempo y otros seres más oscuros que las monjas lo hicieron desaparecer
del mundo de los vivos. Será por eso que Nietzsche dice que Dios ha muerto.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
KM 55 *
Y pensar que antes aquí paraba el tren.
Aunque de eso hace ya muchos años. El tiempo pasa, arrasando con todo. A la
vista del aparente abandono, me parece un milagro que algo de todo esto se
mantenga en pie. Me pregunto cuánto hace que un ser humano no espera al tren en
este andén. Y me pregunto también qué me impulsó a mí a aceptar el encuentro en
este lugar perdido.
Claro que yo no sabía que esto era un
desierto. Solo ahora me percato de la inmensa soledad de este sitio. Si el
asunto no fuera tan serio, pensaría que me gastaron una broma pesada. Ahora no
me queda más que esperar. Pronto llegarán. El hecho de que yo ya esté aquí
sentado, a la sombra de esta vieja pared semiderruida, solo significa que me
adelanté, como siempre hago. Debo dejar ya esa vieja costumbre. Luego la espera
se me hace eterna y empieza a afectar a mis nervios.
Era diferente en mi juventud. Entonces
esperar no era más que una de las coordenadas de la cita. Me ubicaba en el
sitio convenido y prestaba atención a todo el mundo. Bueno, en verdad, tan solo
a aquellos que encajaban en el perfil de la persona con la que yo hubiese
quedado. Inventariaba rostros, gestos, peculiaridades. Uno nunca sabe cuándo
pueden servirle esas cosas. Eso me ofrecía un entretenimiento y amenizaba la
espera. Naturalmente, hablo de encuentros con gente desconocida.
Como este.
Mentiría si dijese que estoy tranquilo. La
naturaleza del asunto que me ha traído hasta este lugar no es como para
estarlo. Pero ya no me quedaba otra opción. Todos los caminos han sido ya
recorridos; todos los puentes, quemados. Frente a mí solo hay un precipicio y
el consecuente salto. Despeñarse o volar. En eso consiste todo. En uno u otro
caso, la opinión de mis allegados –si he de suponer que aún queda alguien que
pueda ser considerado como tal- caerá sobre mí. Se me considerará un pusilánime
o un malvado. Nada puedo hacer ante eso, salvo encogerme de hombros y mirar el
reloj. Ya casi es la hora.
Todo esto no hubiese sucedido en otras
circunstancias.
Si yo hubiese tenido un empleo, por
ejemplo. O ingresos de cualquier tipo. Pero no. Lo determinante fue que me
despidieran de la empresa en la que llevaba más de veinte años trabajando. La
crisis, alegaron. Que no había trabajo para todos. Que yo ya no era joven y no
podía rendir como antes. Que los tiempos habían cambiado y nada podía hacerse
por remediar eso. Y así, de la noche a la mañana me vi en la calle. Demasiado
viejo para optar a un trabajo y demasiado joven para acogerme a los beneficios
de la jubilación. No obstante, no quise rendirme todavía. Aunque de nada
sirvieron las incontables horas pasadas en busca de un empleo, de nada las
fatigosas caminatas, de empresa en empresa, ofreciendo mis servicios a cambio
de un mísero salario; de nada los centenares de currículos entregados en mano o
enviados por correo electrónico; de nada las escasas entrevistas en las que ya
todo estaba decidido de antemano en cuanto el empleador vislumbraba mis ya
numerosas canas.
Así pues, no me quedó otra que tratar de
obtener algún dinero por el medio que fuese. Debo admitir que fui engañado en
tres o cuatro ocasiones por alguno de esos anuncios de los diarios en los que
se aseguran grandes ganancias a cambio de unas pocas horas de trabajo en tu
propio domicilio. A la hora de la verdad, todo es humo. Consideré la opción de
fabricar manualidades y poner un puestecito en el mercado, pero todo eso exigía
un gasto (en materiales e impuestos) que ya no podía permitirme. Estaba en las
últimas. También hice imprimir un librito con algunos de mis mejores poemas y
traté de venderlo de puerta en puerta. Pero descubrí que la gente no lee
poesía. Entonces, tras una de esas puertas a las que llamé durante mi obstinado
y casi inútil periplo, fue cuando los conocí. A ellos.
Miro mi reloj. Parece que se retrasan.
Según he oído, retrasarse es uno de sus métodos favoritos para poner nerviosa a
la gente. Y verdaderamente lo están consiguiendo.
Como sin duda lo consiguieron aquel día,
cuando yo me presenté en su casa tratando de venderles mi poesía. El que me
abrió la puerta me miró fijamente durante un segundo. Luego echó un rápido
vistazo por encima de mi hombro, a uno y otro lado del estrecho pasillo. Al ver
que no había nadie más, me agarró bruscamente por el brazo y me introdujo a la
fuerza en su vivienda.
Sin soltarme, y haciendo caso omiso de mis protestas,
me arrastró hasta un salón escasamente iluminado donde había otro tipo, me
lanzó sobre un sofá no demasiado limpio y fijó su vista en el otro.
Intercambiaron unas pocas palabras en un idioma que no entendí. Luego se
acercaron uno por cada lado, amenazantes, y el más bajo sacó una navaja del
bolsillo de su pantalón.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó. Yo tardé
unos segundos en responder, lo que provocó un peligroso acercamiento de la
punta de la navaja a mi cuello.
- Yo… Yo… Solo vendo libros… No he hecho
nada.
Entonces vieron el librito en mi mano
derecha. Uno de ellos agarró la pequeña mochila en la que llevaba varios
ejemplares más y la vació sobre el sofá. La volteó y la registró con esmero. A
saber, qué estará buscando ahí, me pregunté. Luego me hicieron incorporarme y
me manosearon todo el cuerpo. Como en un registro de los que hace la policía en
las películas norteamericanas. Al terminar, parecían más satisfechos. Volvieron
a hablar entre ellos. Después, todos nos sentamos en el sofá y empezaron a
hacerme preguntas. Montones de ellas. Yo, encogido por la estrechez del mueble
y por el miedo, di todas las explicaciones que se me solicitaron. Temía
equivocarme, dar una respuesta que no fuese de su agrado y terminar así mis
días en aquel antro oscuro. Finalizado el interrogatorio, el calvo se levantó y
paseó como ensimismado por la habitación, mientras el otro guardaba la navaja
nuevamente. Respiré, presumiendo o más bien deseando que lo peor hubiera
pasado.
Se produjo un nuevo intercambio verbal
entre ellos, con abundante movimiento de manos, y luego se quedaron mirándome,
como sopesando algo.
- Dices que estás sin blanca, ¿no? –
preguntó uno.
- Así es. – respondí con franqueza.
- ¿Te gustaría ganar un dinero trabajando
para nosotros?
- Haré lo que sea. No tengo elección.
- Bien. Esto es lo que queremos que hagas…
Cruzar a Bolivia no fue difícil. Dicen que
nada lo es si uno sabe medir bien sus opciones y los riesgos. Una vez allí, me
presenté en la dirección indicada y recogí el paquete. Pesaba. Lo introduje en
el maletero del auto, bajo la rueda de repuesto, tal y como se me había
indicado. Los tipos del otro lado me miraban con mal disimulada suspicacia. Al
parecer, yo no daba el perfil para llevar a cabo ese encargo. No fueron
simpáticos. Yo lo único que quería era salir de allí, regresar y cobrar el
dinero que se me había prometido. El retorno fue más complicado, siquiera por
mi sentimiento de culpa. En todas partes me parecía ver patrullas de carretera.
Los faros de los coches que circulaban en dirección contraria me angustiaban.
Cualquier construcción al borde de la ruta se me figuraba un cuartel policial.
En un momento todo podía derrumbarse.
Pero no fue así. Tras un trayecto que se me
antojó eterno, conseguí atravesar la frontera, sudoroso y agotado. Luego
emprendí el camino hasta aquí.
Y aquí estoy ahora, esperando. La espera me
ha hecho tener pensamientos negativos. Y si… Pero ahí se ven los faros de un
auto. Ya vienen. Solo espero que recojan su mercancía y me den lo acordado.
Ojalá que no me maten. Que no me maten y dejen mi cuerpo aquí tirado, en este
kilómetro 55, en este lugar abandonado por los hombres donde no queda ni la
memoria de lo que un día fue.
*Por Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próxima estación:
ESTACIÓN GOYENECHE.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor
responsable: Lic. Eduardo Francisco
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