martes, mayo 22, 2007

DE LA MEMORIA SECA


De la memoria seca...



Yester*



Pero el silencio continuaba, y era
indudable que en el silencio se incubaba el muerto.

El hijo del millonario - Gómez de la Serna




Mis fantasmas son gente suave. Menos mal. Casi sonríen, como si su víctima anduviera ubicandolós para tomarles una fotografía. Es como si sonrieran; una pose contra la que no puedo competir sin violentarme, sin poder evitar ser insincero.
Ellos nunca desmienten su condición anfibia, ondulante, de comisura; tal vez no podrían disimularla o no les importe que se les entienda por medio de la superficie ofrecida.
Los vigilo pero me veo obligado a desmentirme a cada rato. A desmentirme en principio por miedo a someterme al incremento de las desmentidas.
Ellos me preparan sus trampas en tanto hacen como que se ocupan de sus asuntos diarios, tal como hacemos los simples mortales, a este lado de las paredes. No porque lo persigamos sino por obligación, diferencia a la que la ambigüedad pone nombres culminantes.
En ello consiste su metodología invariable, atmosférica, trascendente. Lo he aprendido, y para mi protección, no para mi beneficio, como aprendieron los negros a hacer chozas con nuevos elementos al alcance de sus manos.
Soy su niño y siento que así se complican en mantenerme. Como si existiera un intercambio necesario, una reciprocidad solvente. Me miran de soslayo, eso sí, avenidos; siempre listos. Ellos complicados, yo terrible. Como si mi caso fuera la causa; como si llegara adonde están o me moviese adrede o subrepticio de mi quietud de estatua de mí. Para ellos, ser inquieto no es uno de los modos de ser sino de negarse a tan alta tarea. Resistirme es mi modo mínimo de ser. Y es grave; sobre todo para mí. No es trance para tirarseló a la cara a alguien que crece y quiere crecer.
Y no puedo llorar. Uno de los límites que asignan. Cuando lloro mis fantasmas se inflan de regocijo, bailotean y se van un momento. Traen sus espejos desde los esquivos cuartos, para hacerme un banquete de imágenes reales en una sobremesa que yo me invento.
Por tanto, mis fantasmas son gente paternal. Lo digo. Soy su vicio, poco menos. Poca cosa como vicio, como todo vicio. El vicioso siempre inyecta raquitismo a su cadena. Porque el vicio no satisface. Mi deber consiste en superar tan pobre nivel, sin que me lo establezcan y sin que me lo exterioricen, con lo que ni siquiera sé si lo que asumo alcanza alguna categoría o no pasa de constituir rastros fantasmales de mí.
Burdo ejemplo, uno de mis fantasmas me impide comer tierra o polvo de ladrillo. O sea, ha determinado que es indigno de un ser humano en formación. Pero me inicia en el amor al dinero, esa pesadilla sin interrupciones. A cambio, otro, ejemplo mejorado, juega su fortuna a cara descubierta, para hacerme desfallecer; su desidia me hace desfallecer en mi flamante amor. Mi debilidad puesta en evidencia es el valor que apuestan en el juego que juegan conmigo cada noche, o lo que es peor, cada anochecer. Además de mi herencia, esa ebullición, juegan con mis parientes, que hacen de naipes y manos amigas apostando a mi convalecencia. Me inculcan mi propia levedad; me preparan para sospechar de mí, para anticiparme o recapacitar, esas torturas, esas aureolas. Los ojos inocentes no alcanzan a ver el demonio; sólo los ojos aterrorizados lo ven. ¡Me hubiese gustado verlos si yo desapareciese del todo!
Ellos, para constituirse, para persistir, necesitan que yo los odie.
De esto no me caben dudas. Lo sé porque todavía no lo comprendo. Creo lo contrario y me cuestiono. Sé que no puedo dejar de odiarlos. Acatisia de mi temple. Cuando me piden que los ame y obedezca, trato de lograrlo, plazo que me revuelve las tripas.
Este es el fuego que me destruirá, como hizo con Troya o todavía hace con el alma de la arcilla.
¡Qué no dirán ellos a través de las emisiones y ediciones del aire, su dominio!
Mis fantasmas son gente sosegada, flemática. Nunca mienten; una verdad terriblemente falsa. No lo desmentirán.
La vigilancia tácita a cargo de mis aparecidos falsea cada una de mis actitudes, porque ellos las nombran primero, las incluyen primero que nadie en su idioma codificado. Se hacen oír. Me hacen sentir que sólo ellos saben quién soy, que todas mis ideas e ilusiones sobre mi persona están equivocadas y truncas o que siguen cursos desviados por necedad o propósito. Al menos en parte, acusan, me llevan o los llevan a ellos, que es peor, a peligrosos engaños.
Yo me percibo como detenido frente a un espejo. A pesar de toda la carga de estupidez que define a los espejos, mis fantasmas me ven tal cual soy. La historieta de mi vida irá demostrandolés (¡demostrandomeló!) que tienen razón en vigilarme; que les presto y prestaré fundamento a esta custodia tras bambalinas sin tregua
Mientras tanto mi yo secreto no puede dejar de imaginar la otra vida de mi vida. Como si eso fuera su hermoso secreto. Fantasmas de mí. Si el mundo fuera como a cada uno se nos antoja o como desea que fuese ¿qué sería el mundo? Nada; no podría ser. Ser es imperativo.
Si la gente fuese como deseamos o se nos antoja que fuese ¿qué sería la gente? ¡Guerra herida de amor! ¡Frankesteins! No podrían ser de ninguna manera. Recuerdo un hermoso cuento de Bradbury en sus Crónicas. Un cuento de mensaje aterrador.
Si el mundo viniera a ser como cada uno de nosotros se le antoja, sería el caos. Los dioses organizan el mundo a partir de alinear la posibilidad de nuestros deseos. Lo otro es el caos mayúsculo de la coeficiencia, de lo irremediable. Ustedes dirán que ya vivimos en el caos. Pero les contesto que piensen seriamente en este planteo. Esto me parece lo más importante de la negatividad, del conservacionismo propio de las cosas y los seres vergonzosos y dubitativos. Es tan en extremo embarazoso cambiar al mundo que anda siempre embarazado de algo, y tanto lo es lograr que alguna gente actúe como queremos que lo haga. Por suerte es así. De cualquier otro modo viviríamos sumergidos en tremendas batallas y fanatismos, como en el mismo infierno. Sospecho que el infierno más dantesco sería un mundo o una humanidad que se plegara de continuo a la voluntad de alguien o a las propuestas que surgieran en todas partes. Ustedes podrán alegar que de algún modo el mundo y los humanos vivimos condicionados por influencias y voluntades que en determinados momentos supieron o pudieron imponerse o convencernos. Es cierto, pero aun ese realismo del canje tiende a la conservación. Es notable el esfuerzo constante que tales voluntades realizan a diario para publicitar su triunfo. Es parte de la inercia vital cuya primacía estoy señalando. Son logros, y al decir logro no califico ni justifico, logros históricos que requirieron de circunstancias y actores privilegiados. En esta actualidad esos logros parecen más accesibles y dinámicos y hacen más deseable la mudanza. Tal vez produzcan esta sofisticada vulgaridad que domina. Tal vez buscan imponer la decadencia de lo otro, de lo distinto. Algún día afirmaré que la corrupción es la nueva tierra fértil del sistema.
Lo secreto de mi secreto no puede abandonar sus sueños. Como si mi ser yo mismo fuera ser parásito de mí. Maldigo estas horribles compulsiones. Envuelto en esta beligerancia no tengo tiempo ni oportunidades para ocuparme de otras cuestiones en tanto ellas. Sólo si me permiten utilizarlas en la lucha me lanzo sobre algunas. A veces con entusiasmo, cuando sirven para abrir un flanco que considero sorpresivo o que los obliga a levantar sus calibres para gambetearme, es decir, para dejarme en mi lugar. Luego, en verdad, me sorprende el temor que me brota. Preveo sus deliberaciones y los espío a mi vez, exponiéndome a la ridiculización. Este es mi modo de crecimiento. En caso contrario sería un hongo; peor, su hongo. Crezco contra ellos, no apegado. Es lo que quieren ¿no? Dejarme venido a bicho táctico. A pesar de ellos, a pesar de su agua sombría. A través de mí. Para encenderme. Para contrarrestarlos. Para fortalecerme. Inmunológicamente. Así, no digo que yo sea mi propio parásito pero sí digo que me vuelven el parásito del mundo. Los maldecidos no me permiten enamorarme, por ejemplo. O sea, me mal enamoro. Soy, actúo de todos modos. Tortuosa afirmación. Me aprietan por los propósitos.
Bueno, mis fantasmas maquiavélicos son gente suave y paternal, ensuciadora de la amabilidad, pero creen de mí que conspiro contra su tutela y especificaciones; y creen que en la práctica no me dedico a otra cosa. Me impulsan, por tanto, a darles la razón o a justificar sus actitudes. Esta buena gente me pervierte. ¿Tienen alguna otra actividad? Me encaran hacia ese sector del cielo desde donde menudean las tormentas. Su sinergia me enseña a amar los valses, por ejemplo, esa carne de ensueños. Esto es condenarlo a uno a la eterna insatisfacción.
De este modo he llegado a sufrir el siguiente síndrome: cuando disfruto intensamente de algo, como puede ser la música desconocida, la luz cambiante o la calma, o algo mucho más simple, o cuando advierto con intensidad la belleza que me rodea como si fuera novedosa, disfruto de mi incapacidad para apreciarla y reiterar una emoción, de inmediato suena una alarma interna, en mi interior y hacia la espalda, y proyecto que se acerca el momento de morir, porque esta gratificación tan especial, a menudo exclusiva, sólo acontece como compensación por la llegada del hecho más fúnebre. Se enciende y se proyecta, como desde un fanal rasante; a veces, cuando estoy por dar un paso o tanteando un escalón.
Supongo que a medida que avancen los años sobre mí y se agraven los sedimentos de su docencia, tenderé a un menor discernimiento de los daños a que me sometieron los fantasmas, y mi odio irracional, como un gas comprimido, irá en fomento de mi ceguera. Me convertiré, a mi pesar, en el continente contenedor de una inquina creciente, lunar, hasta que en mí no haya sitio para otro combustible, fuera de despechos, vanidades, egoísmo y soberbia, meros isótopos o coágulos.
Si llegar a este colofón no es su régimen de tortura más culto ¿cómo llamarlo, entonces? ¿Cómo diseñar el fracaso cultural?
El carácter de mi situación es lo menos parecido a un nacimiento, a una cita con el maravilloso mundo de fuera. Nunca lo veré. Nunca anunciaré mi parto. Nunca me siento frente a una revelación deslumbradora que me transporte de alegría. No sé qué es la alegría. Aunque sucediera de tal modo que a partir del gran momento comenzara a ramificarse, manifestarse y perder temperatura. Por acción de mis fantasmas estoy obligado a protagonizar una sumatoria, o una resta, según lo miremos desde adentro o fuera, condenado a un cáncer trabajoso, artesanal. Es decir, destinado a una degeneración de la esperanza. No puedo llamar esperanza a lo que tengo en ese sitio porque ya la he palpado inútil, patológica. En todo caso mi revelación no está al final del camino; el camino conduce, se precipita por sí mismo al abismo que todos los pesos convocados irán provocando frente a mí. Caminante lateral, testicular. Inevitablemente frente a mí mismo, que podría decir que todo el tiempo he caminado hacia su espejo y ahora me veo. ¿Cómo no negarme con todos los recursos de mi vitalidad a este paisaje? ¿Cómo no negarme a aceptar la simple condición de forma, tronco, piedra?
Esta réplica de mí que ellos se inventan y dicen impulsar ¿hasta qué antípoda de mí podría llegar? ¿Qué hazañas o crímenes podría originar? Lo que ellos llamarían su logro ¿no podría ser mi perdición, mi funeral? Siento que no está a mi alcance hacerles comprender que en sus manos me considero un bicho, me pongan patas arriba o sobre mis patas. Ellos pretenden una versión de mí que de cualquier modo concluirá en un bicho. Víctima o criminal, soy el verdadero, y no contengo algunas versiones a elegir sino que soy el dueño del circo. Claro: soberbia, egoísmo. Me mandarán a la iglesia a confesarme. Tendré que ir y descubrir por dónde circulan ensotanados los mismos fantasmas, cómo suenan a cadenas sus rosarios y a máquina sus crucifijos. ¿Y cómo confesarme, entonces, si querría insultarlos, baldearlos? ¿Y cómo habría de decirlo sin usar las palabras de otro credo, sin las gesticulaciones de otro rito, sin volverme un hereje definitivo antes de empezar? ¿Cómo evitar ponerles el flagelo en las manos? ¿Cómo no odiar sus manos, que por ahora pasan colgadas de los trapecios?
Advierto demasiadas cuestiones que me remiten a la condición de espectador y advierto pocas que me reclamen como actor. Protagonista, ese que suda y a quien ensordece el motor del corazón. ¡Ah! Para mi consuelo, uno de los gestos más expresivos que puede hacer una persona es arremangarse, ese gesto que señala que va a pasar a la acción. Que se acerca a calentarme el traste o la mandíbula. Una de las cuestiones más fuertes, de las que consume buen combustible, es la desobediencia. Sí, lo sé, otra es la venganza, la divina venganza; tal vez una versión de la simple, deportiva necesidad de revancha. Conjugan en mí estos dos estados saludables mis fantasmas, pero es la desobediencia quien casi siempre toma la delantera. Por ramplona. Cuando la trama es tan sutil que me lleva tiempo, surge el deseo de vengarme como única opción equiparable. Residual pero necesario ese deseo, esa equivocación, quizá irreemplazable.
El corpus de la tradición es una antipática serie de trampas, de actitudes tramposas. Es decir que sus historias, que ya no me seducen, han terminado dominadas por los fantasmas. La eficiencia y la gracia que deben constituir, han sido vueltas fantasmagorías.
En cuanto hace a mi experiencia, digo que los tímidos o intimidados, vaya a saberse, deseamos la omnipotencia; no nos queda otra salida. Por ese motivo nunca empezamos nada. Nos quedamos esperandolá. Por otro lado un lugar donde nunca pasa gran cosa se vuelve un lugar extraordinario porque el suceso cuelga del cielo y sólo hay que saber contarlo bien para que comience a precipitarse. Es dificultoso para los pueblos tener estilo. Las contradicciones son las molduras que ornamentan las calles.
Violaciones como las de oír la voz de los pájaros o tender el oído cuando se apagan los traqueteos de la calle, a las que los fantasmas dan poca importancia dado su poder atravesar paredes, me llevan tiernamente a ocuparme en tácticas de ese tenor. Si me oculto a leer libros de medicina, nada me dirán. Aunque esos libros contengan fotos procaces, ilustraciones o referencias realistas a lo venéreo, a épocas tan disolutas como el Medioevo.
Si lo único que me estimula a ser, a crecer, son los modos y maneras de la represión, el control y las convenciones devengadas, pero a la vez, como es lógico pensarlo, me habitúo a ellas ¿en qué clase de adicto insufrible me convertiré? ¿En qué cronicidad y qué régimen de crisis no terminaré encerrado?
Por mis estructuras expresivas cualquiera se da cuenta de que siempre juego a ser y a no ser, en ese orden.
La cena está servida y quedo canta mi corazón. Esta tardecita desobedecí la voz de mi conciencia y pude disfrutar del crepúsculo; quiero decir que pude oír la canción del crepúsculo. No hice ningún caso cuando los fantasmas me ordenaban meterme a la casa porque hacía frío o iba a caer el sereno. Aunque las voces sonaron dentro de mí, hice como que no oía.
Mastico con alegría mi porción de ‘ropa vieja’ y miro con burla la blancura del vaso de leche.



*de SIMON ESAIN. simonesain@hotmail.com
De su inédito Setiembre Naif






¿PARA QUIÉN CANTO YO, ENTONCES?*




En su libro "Homo videns (la sociedad teledirigida)", Giovanni Sartori expone una teoría alarmante: el "homo sapiens", caracterizado por su capacidad de desarrollar una inteligencia abstracta mediante el complejo aprendizaje de un lenguaje simbólico (el de la palabra escrita), estaría siendo reemplazado por un "homo videns", individuo que, al ser formado desde niño bajo el imperio de la imagen, no logra desarrollar su inteligencia abstracta y, por lo tanto, llega a la adultez sin poder comprender conceptos, transformado en un ser pasivo y acrítico que mira sin ver, y ve sin entender.

Por supuesto, resulta imposible aventurar desde la mirada inevitablemente miope de la contemporaneidad si las conclusiones a las que arriba Sartori son sólo una exageración apocalíptica o si, por el contrario, estamos en presencia de una notable muestra de lucidez respecto del futuro que nos aguarda como especie. Sin embargo, aún si se estimara que su pronóstico es descabellado, parece innegable que su diagnóstico sobre el presente no lo es. Cualquier docente que se haya parado al frente de un aula en los últimos tiempos puede dar fe de algunos de los síntomas preocupantes descriptos en el libro. Y no hace falta recurrir a minuciosos cuadros estadísticos para comprobar cuántas horas diarias dedican los "video-niños" a la televisión y/o a Internet, ni para constatar su escaso apego a la saludable gimnasia de abordar textos escritos.

Es cierto, se ha teorizado hasta el cansancio acerca de las consecuencias perjudiciales que trae aparejada (a los individuos pero también a las sociedades) la ausencia del hábito de la lectura. Pero Sartori va una vuelta de tuerca más allá de lo habitual y lleva la cuestión desde lo sociológico hacia un plano antropológico. Ya no se trataría simplemente de una costumbre que ha caído en desuso, sino de un comportamiento que genera una modificación estructural en el desarrollo intelectual de las personas y, con ella, una manera nueva -y notablemente empobrecida- de percibir la realidad.

¿Exagera Sartori? Puede ser. ¿Es sólo un recurso retórico al que echa mano para llamar la atención sobre el problema, (o sobre sí mismo)? También puede ser. Pero ¿cómo no sentirnos profundamente descorazonados frente a un niño de 12 años que nos pregunta, con pragmático escepticismo, cuál es la gracia de imaginarse cosas? Y es que ahí radica justamente la gravedad del asunto: el problema no es que a la mayoría de los niños y adolescentes actuales no les guste leer; el problema es que, directamente, esa mayoría no consigue ya captar qué sentido tiene el hecho mismo de la lectura. El universo de los libros les resulta antinatural, lo observan con extrañeza pero sin curiosidad. Pueden prescindir perfectamente de él y no sienten culpa o vergüenza alguna por ello.

En un mundo regido por la primacía de lo audiovisual, dedicarse a producir textos suena a despropósito. Sartori no se detiene a explorar esta problemática de los escritores pero, dado el contexto tan adverso que describe, resulta evidente el incómodo lugar al que hemos quedado relegados. "A esta sociedad anestesiada le sobran los escritores", se quejaba cáusticamente Camilo José Cela en su prólogo a "La colmena". Quizás pueda discutirse la falta de matices de tamaña aseveración, pero es imposible desconocer la dosis de verdad que la misma contiene. Convengamos que el mundo no sufriría ningún descalabro si un buen día se decretara un paro general de poetas.

En la Argentina, para que un libro sea considerado un éxito editorial, debe vender unos cincuenta mil ejemplares, fenómeno éste que no constituye, por cierto, el resultado usual alcanzado por la mayoría de los títulos editados en nuestro país (a no ser, claro, que uno haya tenido el buen tino de convertirse en figura mediática y recién después ponerse a escribir). Téngase en cuenta que muchos de estos libros salen a la luz costeados por sus propios autores, en ediciones pequeñas que no superan los 500 ejemplares, los cuales -por añadidura- suelen no encontrar demasiados lectores dispuestos a comprarlos. Y si bien es cierto que cincuenta mil lectores, puestos todos juntos, llenarían la cancha de Boca, la importancia de esa cifra se relativiza si se piensa que, en el mundo de la televisión, cincuenta mil personas equivalen a menos de un punto de rating, y que una audiencia semejante representa un rotundo fracaso comparada con los tres o cuatro millones de entusiastas seguidores con que cuentan los programas más exitosos de la pantalla. Por otra parte, no hay que olvidar que vivimos en un país que tiene cuarenta millones de habitantes; es decir que un libro es considerado un suceso cuando lo compra algo más del 0,12 % de la población nacional, porcentaje éste -dicho sea de paso- con el cual un partido político no lograría jamás colocar un diputado en el Congreso. No se puede reducir el problema a una mera cuestión de cifras, por supuesto, pero éstas vienen bien para comprender dónde estamos parados los que escribimos.

No creo, a pesar de todo, que los escritores seamos una especie en vías de extinción. Sea por idealismo, fatalidad o insensatez, siempre habrá, estimo, quienes nazcan con esta inefable vocación de ordenar y combinar palabras para plasmar con ellas ideas y sentimientos. El problema no está dado por saber si vamos a sobrevivir, sino por dilucidar en qué condiciones vamos a seguir ejerciendo este don que nos ha tocado en suerte. Porque es altamente probable que, en una sociedad de "homo videns", lo que mejor sabemos hacer en la vida termine por no importarle a casi nadie. De ser así, los escritores nos volveremos sujetos irreversiblemente anacrónicos y más antifuncionales que nunca, seremos como expertos en glaciares viviendo en el Sahara o especialistas en filosofía presocrática intentando trabajar en Wall Street. ¿Qué sentido tendrá entonces nuestra tarea? ¿Acabaremos acaso transformados en una secta estrafalaria, con códigos inteligibles sólo para iniciados? ¿Le daremos a nuestra obstinación un matiz de heroísmo romántico que nadie, excepto nosotros mismos y nuestros pocos pares, será capaz de apreciar? ¿Nos aferraremos a la ilusión de ser adalides de una resistencia fantasmal que, en términos globales, pasará completamente inadvertida?

No sabemos, claro, si las profecías de Sartori habrán de cumplirse o no, pero es indudable que ciertas manifestaciones de ese porvenir hipotético laten ya en nuestro presente. Por las dudas, deberíamos empezar hoy mismo a preguntarnos, como en aquella canción de Sui Generis, "¿para quién canto yo, entonces?". Y tratar de contestarnos honestamente, sin apelar a los seductores artilugios de la poesía.

No sea cosa que el futuro nos tome desprevenidos.


*de Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@ciudad.com.ar







Sí, el Hambre es un Crimen*
21/05/07


Me tendrán que disculpar algunas cosas. No estoy bien de salud, por lo tanto,
si se quiebra la voz, o renguea el ánimo, ustedes me van acompañar...
Agradecer a los chicos heroicos, los que van a pedir pan para sus hermanitos.
Agradecer a los educadores y a la madre coraje que es Norma Basconi.
Agradecer a las distintas organizaciones. A la Central de Trabajadores Argentinos.
A mi entrañable amigo Víctor de Gennaro que me acompañó metro por metro en esta Argentina.
Al MTL, a mi querido Chile. A la Corriente Clasista y Combativa.
A las distintas organizaciones sociales, perdón si me olvido de alguna.
A la gente que vino solita. A los que vinieron a buscar un abrazo.
Y gracias por este sol Carlitos Cajade, mi hermano del alma.
Me decían antes que muchos medios habían invisibilizado a nuestra marcha,
no me preocupa compañeros, nunca me preocupó.
Se crece por abajo. El árbol es fuerte por abajo, si queremos buen ramaje,
si queremos buenas hojas, si queremos buenas frutas, voy para abajo compañeros, al pie.



-I-


Permítanme unas cifras: casi dos tercios de nuestra población-país es pobre. Nueve millones de niños bajo la línea de pobreza, la mitad son indigentes. Treinta por mil de mortandad infantil en Formosa. Cuarenta y cinco por ciento de pibes desnutridos -o sea mutilados- en la Capital de Corrientes. Si realizáramos una encuesta en Florencio Varela o José C. Paz ¿qué cifras nos daría el horror?
Este Gobierno es productor de soledades y de hambres eternas: Ese experto futuro que nos inventaron. La imaginación inagotable del capitalismo en serio -que se domicilia en la caridad y desaloja a la justicia- todos los meses 150 pesos para que vivan bien dos hijos mamá y papá -y electrodomésticos si llega la hora de las urnas- intentando controlar con la limosna general la rebeldía de los humillados transformando la felicidad en una lejana esperanza celestial, mientras se aniquila el prodigio de la vida.
Por eso rechazamos, y por eso combatimos, esta política económica que favorece a las grandes empresas, entrega su petróleo, vende sus tierras y le quita pibes a los potreros.
Los desvaríos del Ejecutivo Nacional no se limitan a proponernos un tren bala, sino que omiten los derechos económicos, sociales y culturales para nuestros niños, cuando las leyes mayores ordenan al gobierno invertir en niños con el máximo de los recursos disponibles. Mandato que el Estado no cumple, que este presidente no cumple, incurriendo en deuda magna, a pesar de declarar que este gobierno dispone de casi 40 mil millones de dólares de reservas, violando sistemáticamente los derechos humanos que permiten el derecho a la vida. Sí, el hambre es un crimen.
Muchos funcionarios actuales que fueron un día progresistas de molde y que ahora contemplan con una sonrisa de Chicago la lucha de estos niños y educadores como una ingenuidad o como una antigualla. Tienen la memoria seca. No es sorpresa para nosotros, ya lloramos hace años.
A nosotros -educadores trabajadores- nos guían nombres germinales: Agustín Tosco, Rodolfo Walsh, Atilio López, René Salamanca, Germán Abdala y queremos completar sus vidas.
Lo decimos sin ambigüedades el capitalismo inevitablemente corrompe, inevitablemente extingue la vida humana: Por eso el hambre, por eso el paco, por eso el gatillo fácil. Y tendremos que ser los trabajadores los que llevemos hasta el final “la obra de liberación, en nombre de generaciones vencidas”.
Construir una sociedad de semejantes no admite espera, porque la única materia prima no renovable son nuestros hijos: texturas del futuro. En la pizarra de los caminos los niños nos dejaron un legado: Los pibes no marchan porque son felices. Marchan por la felicidad, como “los pájaros no cantan porque amaneció, cantan para que amanezca”.

Ni un pibe menos. Con ternura venceremos.



*Discurso de Alberto Morlachetti en Plaza de Mayo 18-05-04
-Fuente: AGENCIA PELOTA DE TRAPO. http://www.pelotadetrapo.org.ar
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar







Martes, 22 de Mayo de 2007
teatro|entrevista al dramaturgo y director mauricio kartun

"Tenemos que aceptar que la mentira nos domina"*


El teatrista presenta la tercera temporada de El niño argentino, una obra que, con humor ácido, refleja las desmesuras del poder y la riqueza. Aquí, también, la traición puede ser vista como uno de los símbolos de la argentinidad.

"En esta obra, lo que empieza como parodia desemboca en tragedia", señala Kartun, invirtiendo la célebre frase de Marx.


*Por Hilda Cabrera

"Cuando un espectáculo encuentra a su tribu pasa esto, se sostiene y nos compromete a ponerle energía." El dramaturgo y director Mauricio Kartun habla de coincidencias felices y de nuevos desafíos en esta tercera temporada de El niño argentino, obra en la que cruza de modo singular caracteres y lenguajes (anacronismos y verso clásico y campero) de la sociedad de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Un ácido humor recorre esta historia del niño bien, el peoncito y la vaca Aurora -embarcados todos
en un transatlántico-, inspirada en otra desmesura de las familias ricas: viajar acompañados de una vaca para tener leche fresca durante la travesía a Europa. La incógnita sobre el destino de la holando y el peoncito, y el de un imaginario señorito adicto al opio es uno de los varios asuntos que atraviesan esta obra, donde la traición es uno de los símbolos de la argentinidad.
Cumplidas dos temporadas en el circuito oficial (teatros San Martín y Alvear), El niño... se presenta ahora en el Teatro Regina convocando al disfrute. La mezcla de lenguajes es algo natural en Kartun. Lo demostró antes en Rápido nocturno, aire de foxtrot y La Madonnita. Docente en la Universidad del Centro (Tandil), la Escuela de Arte Dramático de la ciudad (EAD) y el Taller-Escuela de Titiriteros del San Martín, dicta seminarios en el interior y en ciudades de Latinoamérica y España. Es autor de letras de canciones para teatro y cine, como las de Los hijos de Fierro, emblemática película de Pino Solanas. De su producción teatral se destacan, entre otros títulos, Chau Misterix, La casita de los viejos, Cumbia morena cumbia, Pericones, El partener y Desde la lona; adaptaciones como Sacco y Vanzetti, dirigida por Jaime Kogan, y Salto al cielo, un montaje de Villanueva Cosse, y trabajos en colaboración: La comedia es finita, con Claudio Gallardou, y Lejos de aquí, con Roberto Cossa. Es uno de esos docentes que "dejan crecer" y rompen modelos cuando es necesario, "aunque el modelo sea uno mismo".
Opina que el contacto con otros alumnos y otros públicos es saludable: "Las devoluciones y las preguntas abren la cabeza. Es difícil aprender sólo con el público de Buenos Aires, que se mueve según mecanismos fijos, aunque existan tribus y esté dividido".
-¿Qué descubrió en esos otros lugares?
-En primer término, una estética, que en mi producción es muy poco metropolitana. Lo gauchesco está muy presente en El niño..., donde más allá de su origen puramente literario se relaciona con formas de expresión que se dan únicamente en el interior.
-Sin embargo, no hay aquí costumbrismo. ¿Lo rechaza?
-El costumbrismo en el teatro no es otra cosa que la reproducción patética de una realidad y el sometimiento a una estética que el cine impuso como un modelo prestigioso del siglo XX. Por eso le ha venido bien al teatro que la televisión asumiera ese modelo como propio, porque ahí pudimos comparar y
descubrir la pobreza de esa forma de expresión, obligándonos a investigar en otras estéticas.
-¿Los autores más jóvenes son críticos de ese realismo?
-Algunos lo parodian y otros lo han quebrado generando productos que no tienen sentido, o que quizá lo tengan, pero no está explicitado o es decididamente obvio. Ellos pretenden construir universos poéticos que pueden ser leídos de infinitas maneras. Lo interesante de esto es que reaccionan ante algo que los autores de mi generación instalaron y del cual abusaron.
-¿Influye en ese "sinsentido" el desgaste de las ideologías y la percepción de un escepticismo generalizado?
-Lo que influye es la experiencia de vida. Por eso me da bronca cuando escucho reclamarles a los jóvenes una actitud que no se corresponde con su experiencia histórica, con lo que han vivido y sentido. Pienso que en este siglo XXI están descubriendo nuevas maneras de manifestarse a través de un teatro político que no se relaciona con aquellas seguridades que los hechos demostraron que no eran tales y que conducían a mi generación a afirmaciones desmedidas.
-¿Qué rescata de las inseguridades de este tiempo?
-Me sorprenden los espectáculos que contienen una manifestación política sólida, no partidista y de mucho mayor escepticismo que el de mi generación.
-Quizás escepticismo no es la palabra adecuada...
-En todo caso, escepticismo respecto de aquellas fórmulas que creíamos eran indiscutibles.
-En otra época, con una sociedad muy politizada, las ambigüedades y contradicciones estaban mal vistas. ¿Cómo es hoy?
-En algunos casos ha habido una reacción muy inteligente y creativa sobre las fórmulas utilizadas en el pasado. En otros, la gente sigue mostrando su melancolía. No puedo omitir en esto a un creador como Tato Pavlovsky, cuyo compromiso con lo social y estético es continuamente modificado por la
realidad. No está atado a fórmulas. Cuando enfrenta al espectador, lo hace con la apertura de cabeza de un joven de 20.
-¿Ese es uno de los compromisos del creador?
-Ser un individuo ético es el primer compromiso. La política es también una manifestación ética cotidiana y doméstica, independiente del institucionalismo partidista que sí tiene otros intereses, como lo estamos viendo en esta campaña por las elecciones en Buenos Aires.
-¿El desprestigio de los partidos se relaciona con el menosprecio de la ética?
-Lo horroroso es lo que está ocurriendo hoy entre los ciudadanos. Aceptamos la hipótesis de que todo discurso político preeleccionario es falso, que es sólo una forma más o menos hábil de obtener una fracción de poder con la que hacer algo que no sabemos si será positivo o no. En este momento no hay
quien piense que aquello que se dice, declara y promete en campaña se hará realmente.
-¿Cómo se trabaja en una sociedad que acepta el engaño?
-Con una angustia muy grande, porque hay que aceptar que la mentira nos domina. Entonces no hay más remedio que pensar que si el engaño es el territorio del poder, cualquier otro territorio que uno construya, incluso el más acotado, sufrirá las generales de la ley. También ahí se introducirán
la retórica y la falsedad. Pero el que es realmente creador, en cualquier disciplina y en la vida, será siempre alguien que manifieste su objeción, su rebeldía.
-Que no mire para otro lado...
-Exactamente. Lo que hacemos refleja nuestra opinión. Los artistas manifestándose con la estética que deseen, pero de manera continua, preservando la propia sensibilidad, devolviendo una nueva mirada sobre esa realidad que les da peso y sustento, y que no es hoy la del viejo concepto del compromiso en el que mi generación fue formada, más cercano a la disciplina institucional.


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-6421-2007-05-22.html



La zona del delito

El próximo estreno de Mauricio Kartun será el de una obra aún en período de escritura, nacida de la lectura de Las Bacantes, de Eurípides, y referida al poder, a lo sagrado y profano. El autor pone en primer plano el tema del abuso de los hijos del poder y lo que denomina "la zona del delito", donde
se manifiesta lo siniestro del pensamiento de ese poder, pero en un encuadre festivo. Kartun señala a "esos gordos catamarqueños pasados de cocaína que abusan de chicas y las llevan a la muerte, y a esos chicos de familias adineradas que se pelean hasta matarse". También en El niño... se ocupó de asuntos semejantes, investigando sobre las patotas de los jóvenes oligarcas de principios de siglo XX. Los jóvenes impunes de hoy son "los mismos que en otra época tiraban manteca al techo para provocar una lluvia de grasa y los que quemaban al Oso Carolina en las fiestas de Carnaval, como si eso fuera
algo divertido". Kartun no se desentiende del pasado ni del presente, pero eso no significa -como lo viene demostrando- que ofrezca trabajos como "fotografías de realidades". "Ese es el campo del periodismo -dice-, un terreno que no me corresponde."


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/6421-2133-2007-05-22.html



De la carcajada al ahogo

Lo propio de Mauricio Kartun no es el best-seller escrito en 45 días: necesita tiempo para sus obras, "encontrarle la vuelta", algo que logra -dice- en los ensayos. Esa demora en acabar un trabajo se debe a una búsqueda de lenguaje "más ambiciosa que la de tiempo atrás". En esta tercera temporada de El niño... agregó textos basándose en su experiencia con los espectadores. "La obra toma como detonador aquella frase de Carlos Marx referida a que los grandes hechos de la historia se repiten, primero como
tragedia y luego como parodia. Aquí trabajé sobre esa hipótesis, pero a la inversa. Lo que empieza como parodia desemboca en tragedia." Este desarrollo se traduce en cambios de clima, "de la carcajada al ahogo". Un recorrido a dos puntas aplicable -en uno y otro sentido- a la historia reciente de la
Argentina. "A la política económica impuesta por la dictadura militar siguió la del gobierno de Carlos Menem, y aquello que se edificó sobre la muerte se construyó después sobre la parodia, legitimado por una democracia que no garantizó el bienestar de todos -apunta Kartun--. Y la parodia continuó con
un Fernando de la Rúa perdido entre los decorados de un canal y haciendo papelones."



http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/6421-2134-2007-05-22.html
*Fuente: Página/12






Haroldo*


Haroldo sueña que es un árbol que sueña que es un hombre que quiere soñar que no sucede esto. Entonces pájaro, un ave de madera en su verde jaula de fronda. Jaula no, no ésta donde ya es anciano del dolor, quiere la dulce luz del verano que recubra como un velo los huesos rotos."Si no volviese yo la primavera siempre volverá, "busca florecer En la verde memoria ya ha florecido: hojas de libros hojas de álamos, caminos de ríos y palabras, camino hijo, ese mechoncito verde de plumas, su pajarito árbol. Haroldo se piensa hacia atrás, antes de lo que nunca debería haber pasado, cuando era un fresco cuerpo con vida que respiraba la tierra enviándole señales. Busca un bosque húmedo, los otros árboles-cuerpos juntos soñando un mundo verde, el olor de los hombres, de la tierra, el olor de lo unido. Para espantar este olor, este asco del verde, uniforme- golpe éste olor de futuro muerto. Y todo por soñar! Mientras el sueño gira, Ernesto, su hijo, sueña un padre vivo, no esa foto en el pecho de la madre, para descansar en su sombra, un padre árbol para columpiarse con él en los ríos del aire, para encenderse por dentro y descansar los ojos de lo que vio ese día. Nosotros lo soñamos más viejo, desafiante del tiempo detenido, soñamos que leemos su nuevo libro en un país que todavía existe.




*de Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar
-En mayo, aniversario del secuestro de Haroldo Conti-







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