domingo, enero 05, 2014

EL HORIZONTE ES UN OJO QUE SE INCRUSTA EN SU PECHO...

 
 
*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
FRENTE AL PORTAL*
 
 
 
La noche disuelve el silencio,
ese blanco refugio sin cesura
que abraza como manto tibio
y sin pedir retribución
se convierte en amparo
que ahuyenta los misterios.
Allí el universo me protege,
como madre destruye todo límite
y me deja soñar sobre la hierba.
Busco un lugar en el cielo
donde pueda mi alma refugiarse
y recrear un mundo ilusorio
con nuevas búsquedas e ideales.
No será el fin, será el principio
sin imposiciones ni ataduras,
en libertad total hacia el presente,
en vuelo en plenitud y sin regreso…
 
*De Emilse Zorzut. zorzutemilce@gmail.com
 
 
 
 
 
EL HORIZONTE ES UN OJO QUE SE INCRUSTA EN SU PECHO…
 
 
 
 
 
 


MI RAMA VIRGEN (II)*
 
 
 
Mía soy señor. Mía. De piel desposeída.
Levante las sábanas que cubren mi cuerpo.
Desnúdeme de escamas.
Como a un lagarto, una víbora.
Ingrese al laberinto de mi cuerpo.
Cruce mis siete mares.
Levante mis uñas y escudriñe.
Despójeme de rostros que no me pertenecen.
Déme nombre, de su pupila, la más pura.
Mírese en la claridad de mis oscuros pozos.
Libéreme de ritos y conjuros.
Descifre el anagrama de viejas cicatrices.
Encuéntreme en los senos caídos de su madre.
Busque en mi boca el testamento extranjero de su padre.
Abra mis ventanas como si fuera la casa de su infancia.
Sigilosamente, en puntillas, bese mi casta frente.
Llore sobre sus pobres huesos, y los míos.
Tenga piedad de sus antiguas bestias.
De las mías. De todos los que amó u odió.
Vístase con su piel de simio, casi humano.
 
Mi señor, mía soy, de ley escrita.
Si puede entender:
Que en cada recoveco tengo un hueco.
Que no he sido, ni seré bautizada.
 
Si encuentra el prisma llamado corazón
Si entra en el laberinto del espejo.
Si puede acercarse con su agüita,
Consagrar mi rama virgen.
 
Y renacerme. Reverdecerme. Purificarme.
Recién entonces, mi señor, poséame.
 
 
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
Reyes magos*
 
 
 
*De Antonio Dal Masetto.
 
 
Las fiestas de fin de año siempre las pasamos en casa de mi hermana, en Salto. Nos reunimos todos, abuela, hijos y nietos. Después de cenar, después de la sobremesa, acostumbro sentarme afuera, solo, en un banco de madera, en el jardincito del frente de la casa que da a la calle. Me llevo una botella y me quedo horas. Me gusta escuchar cómo los rumores del pueblo se van aquietando y luego abandonarme al silencio y mirar el cielo estrellado sobre los oscuros árboles quietos.
Desde el banco donde estoy sentado, si dejo la puerta abierta, puedo ver en el living el pesebre que mi hermana arma cada año. Pequeño, ocupa poco espacio en un rincón. El pesebre: proyección de un hábito que nos viene desde la niñez. Y tiene sabor a eso, a niñez. El detalle curioso es que las estatuillas de yeso son precisamente las mismas de nuestra niñez. Esas estatuillas viajaron con nosotros en el barco que nos trajo a América. Es increíble que se hayan conservado tantos años. Esto es mérito de mi hermana. Pasadas las fiestas, las envuelve con cuidado y las guarda en una caja, bien protegidas, hasta la Navidad siguiente. Por lo tanto ahí están, las mismas de entonces, el pastor con sus ovejas, el pescador con la caña al hombro, el montañés que toca la zampoña, la mujer que lleva un ganso en los brazos, el leñador con su hacha y la carga de ramas. Y por supuesto el niño, María y José. Y los tres Reyes Magos.
Cuando yo era chico las figuras que me interesaban y me atraían no eran ni el niño ni María ni José. Estas no me transmitían nada. No les veía nada especial. Sentía que eran gente como uno. Como mi padre, mi madre, como cualquier recién nacido. En cambio los Reyes Magos me deslumbraban, me inquietaban. Esos sí que eran personajes misteriosos, tenían luz propia, trascendían su diminuta estatura de yeso, venían de lejos, de países desconocidos, de Oriente, los guiaba una estrella, traían regalos preciosos, mirra, incienso, oro. Un vago eco de ese misterio todavía resuena en mí cuando me detengo un segundo a mirarlos en el pequeño pesebre del rincón del living.
También este año fui a sentarme en el banco del jardincito del frente y dejé que el tiempo pasara y me perdí en divagaciones que me llevaron lejos. Tal vez estuviese próximo el amanecer porque se insinuaba una vaga claridad en el horizonte cuando los vi aparecer. Los tres Reyes Magos. En el cielo. Venían desde la derecha, altos por encima de las casas. Iban uno detrás de otro, en fila india, ni muy cerca ni muy distanciados, encorvados, lentos, como si arrastraran un gran peso. Y su ropaje no era el que yo le conocía. Se los veía de aspecto más bien miserable.
Me pregunté hacia adónde se dirigían, en qué dirección iban. Tuve la impresión de que en ninguna dirección. No se los notaba para nada seguros, más bien parecían extraviados. Iban hacía adelante, eso sí, con esfuerzo y obstinación, era lo único que uno hubiese podido decir de ellos.
La palabra que se me ocurrió para describirlos fue cansancio. Se los veía cansados. Quizá cansados de su tarea rutinaria y del espectáculo de violencia y muerte que desde hace dos mil años fueron encontrando en su viaje sin fin. Cansados de atravesar un mundo que siempre está ardiendo y desangrándose en alguna parte. Tal vez cansados, desilusionados, de ir a adorar cada año al salvador de la humanidad, de quien, pese al gran sacrificio, pese a los muchos esfuerzos que pudiera haber realizado, hasta ahora no llegó ninguna señal alentadora.
Los tres Reyes Magos pasaron allá arriba frente a mí y luego llegaron hasta donde calculé que se acababan las casas del pueblo y comenzaban los campos, cruzando el río, y todavía durante un buen rato pude seguir su desplazamiento trabajoso, penoso, por encima de la tierra avergonzada.
 
 
-Publicado en Página/12 el 18-02-2003.
 
 
 
 
 
 
 
 
CUADRATURA DE LA ESPERA*
 
 
 
La mujer se resquebraja en besos.
Se agrieta. Se abre. Es barro. Pedernal .Solario.
La nostalgia es una línea inquieta que transita su cuerpo....
La recorre. La cerca. La circunda.
Toca su pecho izquierdo. La estremece. La agita.
El horizonte es un ojo que se incrusta en su pecho
En su boca de durazno partido
Los brazos defienden lejanías.
 
 
 
Cuadratura de la espera.
 
 
Tibio abrazo y sangre adolescente.
Jinetes sin cabeza. Epitafios de flechas que la habitan.
Y los pies…pasos quietos que esperan:
Crucifico de rosas arrancadas. Furiosos vientos.
Toros y caballos desbocados.
Y la mano Ah, la mano del hombre!
La mano universal. Madre, nana, infancia desandada.
Arcanas voces llaman. Padre.
Y se abraza a la música .Como si fuera un niño.
Un amante. Un pájaro con forma de corchea.
Y la envuelven caricias musicales.
Ocultas. Secretas. Impenetrables.
Y se prenden de sus pechos, y allí quedan.
La mujer abre las piernas. Aova.
Y arde en milagro de barro. Arde.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Nadar va en globo al cielo*
 
 
 
 
*Por Juan Forn
 
 
Los ingleses fundaron un año antes que los franceses la Sociedad de Aeronautas, pero sus miembros eran todos monárquicos y conservadores, rancia estirpe: viajar en globo no era una aventura para ellos, era un mero pasatiempo, como la caza, el cielo como coto propio (“Sabía que Inglaterra era larga y era ancha, pero no sabía que era tan alta”, dijo la duquesa de Argyll cuando subió por primera vez en globo). En Francia, en cambio, el que logró reunir a todos los apasionados de la conquista del aire era un noctámbulo plebeyo y antimonárquico, razón por la cual la Sociedad de Aeronautas francesa tuvo como padrinos a Victor Hugo, George Sand, Offenbach y Julio Verne, y entre sus fervientes partidarios a Baudelaire, Gérard de Nerval y los demás cinco mil amigos que decía tener Gaspard Félix Tournachon, más conocido como Nadar.
Uno lee Nadar y dice: el fotógrafo, por supuesto; pero lo de la fotografía fue un mero accidente en su vida. Lo que a él lo desvelaba era volar. Por eso creó la Sociedad de Aeronautas francesa, que en realidad era la unión de dos asociaciones distintas: la del Estímulo a las Máquinas Más Livianas que el Aire y la del Fomento a las Máquinas Más Pesadas que el Aire. Nadar formaba parte de las dos: “A una pertenezco con la cabeza, a la otra con el corazón”. Victor Hugo prefería ponerlo así: “Un globo es como una hermosa nube derivando por el cielo, pero lo que necesita la humanidad es un equivalente mecánico de ese desafío a la ley de gravedad llamado pájaro. Para controlar el aire, hay que ser más pesado que el aire” (una de las cosas más lindas de volar en globo era que, allá en el cielo, la única manera de saber si seguían subiendo o no era arrojar un puñado de plumas por la borda y ver si flotaban hacia abajo o hacia arriba).
Nadar entendía así la bohemia: “Ser bohemio es fácil; se trata de ser bohemio científicamente”. Antes de la Sociedad de Aeronautas había creado el Club de los Bebedores de Agua, que imponía a sus miembros una jornada abstemia por quincena, para que los efectos acumulados de la borrachera no arruinaran nunca la conversación (Nerval, Baudelaire y el dibujante Daumier eran miembros del club). Nadar era por entonces el segundo mejor caricaturista de París, detrás de Daumier, y Daumier no era precisamente rico, pero Nadar necesitaba enriquecerse a toda costa para hacer realidad el sueño que tenía desde que los hermanos Godard lo llevaron por primera vez a pasear en globo: tener el suyo propio, y volar más alto y más lejos que ninguno. Iba a llamarlo El Gigante, iban a ser dos kilómetros de seda y cuerdas y un impresionante habitáculo de mimbre de dos pisos, en el que entrarían “veinte personas cómodas, o cuarenta y cinco soldados”. Napoleón III se interesó en el proyecto y ofreció el dinero, pero El Gigante debía ser tan republicano como su dueño, y Nadar rechazó la oferta.
Su plan para hacerse rico fue imprimir y vender una lámina gigante con todos los personajes de la bohemia de París dibujados por él; pero la lámina fue prohibida por “incitación a la disipación”, de manera que Nadar pasó de la cárcel al plan B: casarse. Con la dote de la novia pagó la fianza, llevó a la bella Ernestine dos noches a Fontainebleu y puso en marcha la construcción de El Gigante, además de comprar un equipo fotográfico que le ofrecieron a precio de remate. La fotografía podía ponerse de moda, pensó Nadar, si los retratos se hacían en copias pequeñas y se le vendían por docena al fotografiado. Así que puso a su hermano al frente del estudio fotográfico; y como, por supuesto, seguía viéndose con sus cinco mil amigos, pero ya no podía invitarlos a casa, pasó a recibirlos en el estudio, y allí lo pudo su proverbial curiosidad: un día sacó al patio la máquina de fotos, sentó allí a uno de sus amigos y lo retrató, después probó con otro y otro más y, cuando mostró los resultados, todos los demás quisieron su retrato, porque algo asombroso ocurría en esas fotos: Nadar no usaba decorados ni disfraces (como todos los demás retratistas, fueran pintores o fotógrafos), no hacía posar al retratado, ni retocaba la foto después; se concentraba en la cara, en la expresión, esperaba a que la luz se acomodara a su gusto y lograba sacar a la luz el alma del retratado.
De la noche a la mañana, todo París quiso ser fotografiado por Nadar, pero él tenía otros planes: El Gigante estaba listo. De sus primeros vuelos volvió con fotos aéreas de la ciudad en las que se veían tan nítidamente los techos y los cruces de esquinas como las caras de los transeúntes por la calle mirando hacia el cielo. Pero lo que Nadar quería era volar más alto y más lejos que nadie, y anunció que El Gigante volaría hasta Moscú. Alcanzó a llegar hasta Hannover. Igual un record, pero el aterrizaje fue no sólo forzoso sino casi fatal también: una locomotora terminó cortando las cuerdas y desgarrando la seda del Gigante, la hermosa casilla de mimbre de dos pisos quedó destrozada, los pasajeros saltaron antes y se salvaron por un pelo, Nadar se quebró un brazo y su esposa Ernestine se rompió la clavícula y las dos piernas y quedó traumada de por vida: no podía ni mirar hacia el cielo cuando la sacaban al jardín.
Para evitar la quiebra, Nadar debió volver a su estudio y satisfacer el clamor del tout París por ser fotografiado. Encaró el asunto operativamente: la fachada de su nuevo estudio (de tres pisos de altura) era toda de vidrio y en letras rojas alumbradas a gas hizo poner su nombre. Nadar era un gigante de melena y bigote pelirrojo: cuando se paseaba por el estudio vestía siempre una bata bermellón y los pocos muebles y objetos que había desparramados por ahí eran todos rojos. Los clientes lo miraban pasar arrobados. Pero de las fotos se encargaba el personal; él retrataba sólo a sus amigos (el Atelier Nadar dejó 450 mil placas fotográficas cuando cerró; sólo cinco mil eran obra de Nadar: sus cinco mil amigos, de Sarah Bernhardt a Bakunin, pasando por Monet, Turgueniev, Rossini y Liszt). Nunca pudo reconstruir El Gigante, sólo voló en globos ajenos hasta que dejó de volar, y entonces se sentó a escribir las Memorias de El Gigante y El derecho a volar. Pero antes se dio el gusto de contrabandear por aire un manuscrito de Victor Hugo y burlar por la misma vía el sitio de las tropas prusianas a París para fotografiar desde el aire las falencias de sus filas.
En su atelier se hizo la legendaria primera muestra de los impresionistas en 1874 (según el diario de los hermanos Goncourt, hasta Madame Nadar estuvo allí, “envuelta en un chal celeste que el marido le acomodaba con cuidado de tanto en tanto”). En su atelier descubrió, una noche de 1910, cuando tenía ya noventa años, que había sobrevivido a todos sus amigos y enemigos. Había abierto un baúl donde encontró su archivo y se puso a mirar las fotos y les fue escribiendo a mano en el reverso, con pulso tembloroso, el nombre a cada uno, para que el mundo los recordara, y luego procedió a soltarlos uno a uno por la borda, para ver si flotaban hacia arriba o hacia abajo, mientras su globo se perdía en el cielo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ELLA, OTRA*
 
 
 
Ella viene del país del lenocinio pobre.
Por herencia, carencia… hambre o elección.
-Niña no te vistas de rojo-
Levanta su pollera y baja su vergüenza.
 
Champán. Vestidos alquilados. Brillos.
Aspasia. Calamity Jane. Lulú, que más da.
Oferta y demanda. Mañana hay ofertas de carne.
Y actuar y sobreactuar y ser y hacer feliz…
-¿Hacer y ser?-
Y reír (tragar los mocos) y reír.
 
-Dicen que viene sudestada-
Vino barato. Entrepiso. Nido. Otra.
La evidencia llora. La única pureza.
Un cajón de manzanas. Casi sagrado.
Racimos en los pechos frutales.
-No llores amor mío, no es de hombres-
El amor no está en venta.
Algún Dios se apiadará de ella.
Calcetines rosas y amarillos.
-Ven amor, se ha dormido.
La sopa humeante espera.
-Y mis brazos amor, y tus abrazos-
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
dicen, los que saben, que ciertas palabras
deben omitirse en la poesía:
pueblo, mandarina, jabón, testículos, amor.
pueblo, porque remite demasiado a Urondo o Gelman.
mandarina, porque es fruta de pobres.
jabón, porque es naif.
testículos, porque la poesía debe ser asexuada.
amor, porque es trivial.
ciertos olores, también, deben desodorizarse de la poesía:
el poema no puede tener olor a pata
ni a axila pasada por campos de algodón
y, claro está, no debe jamás oler a sexo de mulo
ni de mula mucho menos.
que haya delfines mas no conchas marinas.
que haya princesas mas no amas de casa, ni maestras, ni mamás,
y menos que menos, obreras.
dicen, quienes saben, que el poema popular está condenado al exilio
al ostracismo y a todos los cismos, como, por ejemplo, exorcismo.
nosotros, los poetas de medio pelo,
amamos el olor de las ballenas apareándose
la temperatura del agua en la olla para los fideos
el hombre esperando su aguinaldo para comprar la estufa
la mujer orinando en la ducha mientras canta una canción de Os Paralamas
porque amamos el vino, el pan y la yerba
el sabor de la milanesa friéndose en la cocina
el amor en una silla desnudándose mientras espera que el chico del delivery
toque el timbre en cualquier momento
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Y que el pan esté siempre tibiecito de risas en tu mesa
y que no olvides que viene de muchas manos más, además de las tuyas.
y el mantel colorido,
y las acuarelas listas
y tus dedos inquietos por pintar la tarde
y que al salir de casa, camines sabiendo que te aguardan
otros ojos, otras manos y narices y palabras
o simple y totalmente el mundo
y que sos sus venas. y que das vida.
 
 
*De Paz Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
 
***
 
 
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