*Foto: archivo Ferroclub Chivilcoy.
*
El tren no
tardó, no hubo tiempo a pensar nada más y subí haciéndome paso. No sé por qué
los trenes siempre aliviaron mi soledad, como si la gente reunida en el viaje
formara una comunidad secreta de la que yo formo parte. A veces ruidosa, a
veces atravesada por tramos de silencio. Pareciera que en cada vagón los
pasajeros se unen para algo sublime, desde la más miserable de las escenas
hasta el acto más solidario y humano. La vida se recorta allí y el hábitat se vuelve
primitivo, seguro, continente. Mientras el tren marcha, todo es posible que
suceda en el mundo. Es más, siempre creí que los milagros eran concebidos y
otorgados en un viaje en tren.
Me pregunté:
¿Cómo habrá sido un mundo sin trenes? Y la respuesta tardó en aparecer, solo
volvió muchos años después cuando creí que no podía volver a subirme jamás a
uno de ellos.
Qué curioso
¿no? Yo siempre había ensayado la escena del viaje, desde pequeña me escapaba
sola o con las amigas que me seguían para ensayar la aventura. Era fascinante
hacerlo, porque adentro del ombligo me daban cosquillas. Miedo y placer eran
uno. Sentir que podía perderme pero que no, finalmente, me hacía fuerte.
(De la
novela "La última línea").
Estación La Rica
De las
conversaciones en los trenes*
*Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
"Todo lo que ocurre, ocurre
en un tren", dijo alguna vez un poeta menor. Uno de esos poetas que el
tiempo olvida como se olvida todo.
Probablemente se refería a que
en el fondo la vida es un tren, con su eterno ambular, sus breves paradas, su
rutina de vías y estaciones y rostros que nunca son el mismo rostro pero que
interminablemente se parecen. Aunque eso –lo que quiso insinuar- nunca lo
sabremos, porque como poeta menor ni siquiera el nombre conocemos, y así sería
francamente difícil preguntarle, al menos hasta que las sombras del tiempo nos
igualen a todos, momento en que ya no serán necesarias las respuestas. Y no nos
engañemos: Como poeta, se expresaría con palabras enigmáticas y evasivas
y nos remitiría al texto citado. “Una frase significa lo que dice esa frase”,
esto lo dijo otro, pero es aplicable en cualquier caso cuando no queda más
remedio. El encogimiento de hombros es una técnica alternativa y, con
frecuencia, más eficaz.
Pero, como siempre, me voy por
las ramas. Esto sucedió en un tren. Decir que ese tren se dirigía hacia La Rica
tal vez sería aventurarse demasiado, porque no me paré a considerar el destino.
Sólo precisaba movimiento. Irme de allí (allí, otra inconsecuencia), alejarme
lo antes posible, hacia cualquier parte… Huir, en definitiva. ¿De qué huía?
Esto tampoco lo sabremos. Para la historia que narro carece de relevancia.
Así pues, viajaba en tren, tal
vez hacia La Rica, tal vez hacia otro lugar, pero el traqueteo era la prueba
contundente del viaje y la única realidad que me importaba. En el vagón no
había más de cuatro o cinco personas, cuyos rostros me eran desconocidos. Desde
que leí la novela “Extraños en un tren” de Patricia Highsmith, siempre me da
por pensar en esas insólitas conversaciones que tienen lugar en los trenes. Uno
se sienta junto a un desconocido, saluda, hace alguna tópica observación sobre
el clima y de repente la cosa empieza a complicarse y sobreviene la hora de las
confidencias inverosímiles… Porque no me negarán que ponerse a hablar de cosas
íntimas con un desconocido y, a veces, en un viaje nocturno, resulta algo extravagante.
Pero sucede. Y con más frecuencia de lo que piensan quienes rara vez viajan en
trenes de largo recorrido.
Dos filas más adelante, yacía un
hombre despatarrado en su asiento. Seguramente dormía, pero lo cierto es que
parecía muerto. “¿No lo estamos todos?”, me pareció escuchar. Me sobresalté.
Miré alrededor pero nadie más parecía haber oído esas palabras, así que las
juzgué producto de mi amodorramiento. ¿No estamos qué? -me pregunté- ¿Dormidos
o muertos? Una mujer, un poco más allá, apoyaba el lado izquierdo de su cara en
el asiento mirando hacia afuera. Quizá dormitaba, quizá contemplaba el paisaje,
si es que podemos llamar paisaje a aquello que sólo dura un instante en nuestro
campo visual.
No me era posible ver a los
otros viajeros. Sólo una pierna estirada en el pasillo, un sombrero asomando,
una mano apoyada en un reposabrazos… vagas señales de la presencia de
alguien, pero al mismo tiempo, indicios de su invisibilidad. Como de costumbre,
me puse a divagar. El objeto, claro, no podía ser otro que la mujer
presuntamente adormecida. En otra vida, tal vez, me hubiese levantado del
asiento, hubiese caminado esos pocos pasos que nos separaban y le hubiera
pedido permiso para sentarme frente a ella, iniciando poco más tarde una
conversación trivial que nos condujese hacia otra cosa. Pero no hice nada de
eso. Sencillamente imaginé cómo podría haber sido esa conversación.
Me parece innecesario señalar
que no era la primera vez que hacía esto. Quienes vivimos en permanente
movimiento, padecemos cierta timidez y no confiamos en exceso en el género
humano, tendemos a practicar este tipo de juegos, u otros menos inocuos.
Normalmente, todo empieza con las presentaciones, unos pocos detalles
personales (lugar de nacimiento, profesión, estado civil… esas cosas) y después
se elige un tema al azar, que invariablemente conduce a otros hasta llegar el
momento que antes mencioné: el de la confidencia. Exactamente igual que si todo
fuese real. Sólo que no lo es. Y por lo tanto, en estas conversaciones
simuladas pueden deslizarse detalles cursis o atroces. Nadie nos juzgará por
ello.
En esta ocasión, sin embargo, el
asunto se descontroló desde el primer momento. Su nombre no quedó claro, fue
imposible averiguar a qué se dedicaba y su acento me resultó del todo indescifrable.
No parecía extranjera, pero su forma de pronunciar delataba el aprendizaje
tardío del idioma. Puesto que todo esto formaba parte de mi fantasía, decidí
modificarla. No pude. Una fuerza que me era imposible controlar guiaba los
acontecimientos imaginarios. Me sentí perplejo ante lo inexplicable. Pero lejos
de abandonar el juego, mi naturaleza lúdica me impulsó a adentrarme en él,
dispuesto a comprender y asimilar las nuevas normas.
Así, traté de llevar la
conversación hacia el terreno que me convenía, pero cada uno de mis intentos
fracasaba y terminábamos hablando de lo que ella quería. Busqué la calidez de
la charla a media voz, esperando que me hiciese confidencias; vano empeño: fui
yo quien desnudó por completo su alma ante la desconocida. No importaba, sabía
que no importaba porque en el fondo todo sucedía solamente dentro de mi cabeza,
mas una sensación de derrota se fue asentando en mi ánimo. Sí, eso era lo que
parecía estar sucediendo dentro de mí: una batalla que nunca podría ganar.
Insistí, una y otra vez me propuse cambiar el signo de la ilusoria
confrontación. Sin embargo, nada cambió. Era como si yo transitase un camino
entre montañas (ésa fue la imagen que evoqué) y en cada bifurcación escogiese
ir hacia la derecha pero en cambio tomase siempre el camino de la izquierda.
Frustrante y excitante a la vez. Al menos si se es jugador. Cuando el tren se
detuvo, no sé ya si en la estación La Rica o en cualquier otro lugar, me sentía
exhausto y avergonzado, aunque no hubiera sabido explicar el motivo de tal
estado.
Al detenernos, la desconocida
pareció regresar de un viaje muy largo; otro viaje, no el que había hecho en
tren, sino uno mucho más vasto y complejo. Levantó el rostro y paseó la vista
lentamente alrededor, como buscando por el vagón. Hasta que sus ojos toparon
con los míos. Entonces me miró fijamente y una sonrisa irónica surgió en sus
labios. Después, como si nada hubiera pasado, se dirigió a la puerta y bajó del
tren. Aún pude verla alejándose por el andén. Yo me quedé allí sentado, como
vacío. No sé cuánto tiempo. En cierto modo, creo que podría decirse que aún
estoy allí, en ese vagón de tren, detenido en el tiempo y encerrado en algo que
no sabría definir y que en el fondo, ahora, ya no importa.
-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks
Literatúrame!
Qué feliz...*
debe ser
sentirse así... reconocida por una mirada que nos mira.
Danzar en un
sueño, en alas sabedoras de lo etéreo.
En algún lugar
estás, cuando soñé lo supe...
Ven a buscarme
en el giro del insomnio, revélame el color índigo
como debió ser
desde el principio de los siglos.
Encuéntrame
luego en la luz del día, por sobre las miserias de la vida.
¿Escuchas como
yo los pájaros de la mañana? Se llaman
se responden,
mezclan su canto junto al otro silbo; el del tren
que va quién
sabe adónde. Siempre sigue. Sin regreso. Trae ausencias.
¡Basta ya de
grises en jirones de cemento!
Búscame aunque
sea en el insomnio... y llévame por campo abierto,
detengamos el
tren... dame la mano y hazme saber qué feliz
debe ser
sentirse así... reconocida por esa mirada que nos mira.
*De Miryam
Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
TREN ROBADO*
*Especial para
Inventiva Social y sus sueños de trenes.
Escondidamente,
lleva el nombre de María Serrano.
Eso reza su
acta de bautismo.
Acta de
nacimiento, no hay
Quizás, porque
María no nació María.
O nació de una
calabaza. Involuntariamente.
O de París la
trajeron los Reyes, en un largo caminos de trenes.
Y fue la
Maruja, Maruja niña.
Ahora, Maruja a
secas. Seco destino de carbón molido.
Y como el tren,
Maruja va y viene por las vías férreas.
Huecas suelas
caminantes de rieles.
Fatigados
caminos, trasladando desconsolados huesos.
Cuando el tren
se anunciaba, Maruja florecía.
Se trepaba a un
podio de piedra y saludaba.
Alguna vez
alguien, contestó su saludo.
Y la Maruja,
partía... partía con el tren.
Recorría
desiertos y praderas.
Escuchaba el
tropel de caballos bebiendo lejanías.
Se ponía
zapatos de cristal, y sombrero, y una flor en el pelo.
Y leía, ah,
leía. Embelesadamente, leía la Maruja.
Y era hermosa,
pelo de algas y boca de azucena
Y enfrentaba
tormentas, aguaceros, granizos...
Y desafiaba
esta vida coja, volando,
Y era pez,
ángel, mariposa.
Y renacía, y el
miedo huía como un ciervo asustado.
Y se acunaba, y
se abrazaba, en lunas incansables.
A María
Serrano, o la Maruja.
No solo le han
robado los sueños, también el tren.
La Rica*
A Antonio Dal
Masetto.
El hombre lee
en su asiento una carta escrita sobre papel verde. Se inclina un poco tratando
que el sol que ingresa por la ventanilla ilumine de lleno en esas letras de
birome azul. Tiene sus ojos cansados y la presbicia lo obliga a distanciar
bastante la carta, a punto de temer con incomodar con la extensión de su brazo
a la señora sentada enfrente en la que puede ver una mirada curiosa detrás de esos
anteojos redondos con bastante aumento.
En realidad, no
le importa que esa señora de mediana edad y pelo rubio enmarañado se interese
por su carta. Ella solo podría haber leído la fecha y el lugar que están en
letra visible e imprenta, arriba a la derecha de la primera hoja. Luego viene
la letra manuscrita, pequeña y encriptada de Gabriela que se hace imposible de
descifrar si la persona no esta familiarizada con ella.
Y además, que
importancia tiene que esa señora sepa de su felicidad, de su ir y venir con el
amor y la distancia.
Ella iba y
venía, en su trabajo por los aires, en sus ensueños o en amores fugaces de cada
aeropuerto que no lograban desplazarlo a él. Su hombre. Él, que iba y venia
todos los fines de semana para compartir su lecho, sus labios. Para caminar con
ella de la manito o en el abrazo de hombro de ella a cadera de él que tanto les
gustaba, como a los eternos amantes, novios o compañeros de vida, aunque nunca
supieron definirse, no les interesaba otra cosa más que llevarse de la mano o
del abrazo por la vida que era una sucesión de instantes o una eternidad bajo
una misma luz, pisándose a veces con mutua torpeza los pies en aquellas
estrechas veredas del centro antiguo de la ciudad, para luego retornar al
departamento de ella y fundirse en un solo cuerpo a luz de luna o estrellas, a
sol que entibia la piel o a cielos de acero sin grietas. Aun parece sentir el
ruido de la lluvia cayendo a gotones de sonido persistente por los techos,
mientras adentro los cuerpos se encendían bajo cobijas del frío invierno.
Sentados en la
cama, los domingos a la tarde él le leía cuentos de Dal Masetto y ella a él a
Borges o Cortázar. Una vez, le leyó "Romance" y él sabía, que era
apenas un pretexto para llegar a la frase final que tanto lo oprimía como presagio,
como una anticipación acechante a la vuelta de la esquina, o en cada ir y venir
a la estación de trenes, para llegar o partir de los brazos de ella, su amor,
su compañera.
Recuerda
haberle leído esa frase final del cuento de Antonio Dal Masetto que ahora ronda
en su cabeza: “el destino es insondable y no existe felicidad que no este
amenazada”.
Su piel lo
enloquecía. Su blanca piel casi transparente en la que podía ver rutas celestes
que no parecían venas sino mapas de cielo como los que ella surcaba primero en
Aerolíneas Argentinas y más tarde en Lufthansa.
Él sentía cada
encuentro y cada despedida como si fueran una misma imagen superpuesta de ese
intento imperfecto de volver una y otra vez al placer, o al contacto de la
piel, la fusión de los cuerpos, el orgasmo de cada cual a su tiempo y modo, la
sonrisa del después y el dormir abrazados para entrar en la noche del sueño
bien juntitos. Gabriela y su parecido a Bette Davis. Sobre todo la
expresión de su mirada. Fue un descubrimiento mientras en una madrugada vieron
“La extraña pasajera”. Como les pego esa frase que adoptaron casi como un lema
propio: "tenemos las estrellas, no pidamos la luna".
*
Vuelve a doblar
en dos las tres o cuatro hojas de la carta sin dejar de echar una última mirada
con los ojos húmedos sobre el encabezado, que seguramente la señora que esta
allí enfrente ya ha leído, aun fingiendo desinterés y con la mirada perdida en
algún punto de la estación que de una vez están por dejar cuando la fuerza de
la máquina logre romper la inercia y el viaje se desate sin atenuantes.
No importa que
esa señora sentada enfrente haya leído la fecha: Hamburgo, 15 de abril de 1992.
Y más abajo el
Querido Javier: y luego el texto que conoce de memoria y ha leído una y otra
vez durante estos años a bordo del tren.
“A los tristes
no los quiere nadie” se dice a modo de explicación.
Entonces el
tren arranca y el hombre rompe la carta en cuatro con expresión de angustia
marcada en el rostro, aunque ya maldice su impulso, su inútil esfuerzo por
doblegar ese pequeño hilo de ilusión que lo mantiene ahí, no queriendo
preguntarse sin respuesta, y entonces guarda esos grandes pedazos en el
bolsillo derecho de su campera, quizá ya mismo piensa en pegarlos con cinta
transparente al llegar a su casa.
Intenta disimular
su rostro desencajado. Se levanta y se va al otro vagón, no quiere testigos,
que nadie sospeche ni se pregunte por que él sigue yendo y viniendo en ese
tren. Como si el tiempo no hubiera pasado.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
SOLEDAD *
“...Solamente
si has perdido tu pérdida,
Cortaremos el
hilo para empezar de nuevo...”
ROBERTO JUARROZ
Musgo sobre mi
piedra.
Piel de lagarto
sobre mi piel de víbora con dos cabezas
Una para
esconder…
¿Detener con la
mano el río de Heráclito…?
Otra para
enterrar los ojos en un charco.
El mismo charco,
otro charco.
Incógnita y
álgebra. Otra vez intentan resolver
Ecuaciones de
ayeres insondables.
Enigmas de
puertas tapiadas
El tiempo es un
lazo de luz o un puñal falaz.
Clavado en el
engaño que llamamos infancia.
Allí está.
Nunca me abandona.
Mirada ausente.
Sabor a Lastre Y piedra.
Por las
pendientes cenagosas del destierro.
Resbala el
cansancio. No hay piedad.
La tregua se
aleja lentamente. La marca candente aún humea.
El desamparo
galopa, montado en Rocinante.
Aldonza no ha
encontrado a Dulcinea.
Nuevamente ha
vencido el “Caballero de la Blanca Luna.”
He abandonado
todos los caminos.
Todos los
caminos me han abandonado.
Todos, menos
uno: El laberinto triangular que une vida y muerte.
Raza de
ausentes.
Estertor de
vinagre sobre llaga abierta.
Ceniza .Polvo
sobre mi polvo.
Huéspedes
fugaces. Intentan regresar aquellos secretos.
Enterrados en
la boca sellada de la tierra.
Palabras nunca
dichas.
Vino y sangre
inútilmente derramados.
Sombra bandeada
de pájaros ciegos
Oscurece, apaga
la palabra sepultada en ruinas.
Ruina entre
ruinas. En el aire un olor a nostalgia.
Lastima
Hasta morir.
(Hasta Lázaro,
ha llorado consternado, en la tumba del olvido)
Ah, qué deseo
absurdo,
Que inútil
esperanza de cielos imposibles.
Tatuada hasta
los huesos de visitantes que creí mortales.
Unas manos, una
mirada, un ojo acuoso.
Mendigo.
Ah, paradojal
recuerdo.
El país donde
estuvimos nunca estuvo.
Incompletud. No
queda nadie para hospedar
Este despojo de
rosas ortigas.
Un túnel
solitario entre Escila y Caribdis
Ah ¡Qué
tormentoso absurdo!
(La niña, en su
bolsillo esconde, un puñado de piedras,
Un espejo y al
otro)
Tres silencios.
Socavón de un enero sonoro
Tres silencios
y un grito. Aun lacera el implacable médano.
Los fantasmas
que he amado son los mismos que he odiado.
Tanto, pero
tanto, que aun me duelen los brotes y las siembras.
Cicatriz de
piedra cosmogónica
Unidad de soles
fragmentados. Una mitad es grito, otra, silencio.
Es la primera
pena. El último olvido.
Mucho antes que
el espejo reflejara la agonía del tiempo,
Ya estaba allí.
Acechando,
Semen de una
semilla de algún ángel caído.
Más sola que
los muertos, en su primer lecho.
Adormidera y
noche.
Noche de
conjuros y rituales.
Circe ha
perdido el zapatito a media noche
Laberinto de
voces. Babel.
El espejo bifronte
refleja La más terrible soledad.
La soledad de a
dos.
Soledad.
Duramadre
nacida de torcaza… o basilisco.
Hija de la
propia noche que engendro
Y me ha
engendrado.
-De “LA PIEL DE
LA MEMORIA”
Desde el vagón
cineclub*
Pensé
que en la estación anterior quizás habrían desenganchado el vagón, pero supuse
que no y me limité a recorrer el tren de compartimiento en compartimiento, como
si fuese a algún lugar preciso y no estuviese buscando algo ignoto.
Cuando encontré la carga de bicicletas, todas colgando en la penumbra de ganchos del techo, casi doy media vuelta y me resigno a finalizar la aventura, pero me atreví a cruzar ese espacio oscuro para encontrar en el vagón siguiente una oscuridad mayor: el vagón de cineclub donde, como la vez anterior, ya estaba la película en plena proyección.
En esta oportunidad de inmediato reconocí el film. Era "El tercer hombre".
Llegué antes, pero no pasó mucho tiempo para que Orson Welles llevase al protagonista hasta el parque de diversiones. Era de noche allí, y tal circunstancia casaba perfectamente con la negrura espesa del vagón donde, como la otra vez, apenas se adivinaban cinco o seis figuras silentes.
El parque de diversiones de la pantalla tenía una reminiscencia de los parques de Bradbury; como si algo maligno se asociase, se pegase pringosamente a lo relativo a la niñez. Esa cosa de la inocencia que no se sostiene frente a la nocturnidad que la desnuda. Y Welles, ominoso y encantador, hizo entrar a su acompañante a la cabina de una gigantesca vuelta al mundo.
Mientras la enorme rueda giraba en la pantalla, el movimiento del tren me hacía subir a mí también, transformándose el traqueteo horizontal en el lento escalar hacia la cima.
Desde allí Welles le mostró -nos mostró- la gente desde arriba. Meros puntos móviles. Dijo con terrible certeza que si uno de esos puntos dejase de moverse, tal cosa no sería significativa. Expuso con simpleza la visión desde la cima del poder, las gentes comunes meras hormigas, acaso números ínfimos, partículas elementales. Recuerdo haber experimentado el vértigo de sentirme arriba y de saberme abajo. Atroz desdoblamiento del comprender sin justificar. De temerse a una misma si las circunstancias fuesen otras. ¿Quién sería, yo, en la cima?
De la primera fila me llegaba el olor del whisky, y el hombre corpulento que había estado bebiendo comenzó a roncar con fuerza.
Cuando me retiré en la oscuridad pensé que le habrá gustado ver una película de su tío, Sir Carol Reed.
Cuando encontré la carga de bicicletas, todas colgando en la penumbra de ganchos del techo, casi doy media vuelta y me resigno a finalizar la aventura, pero me atreví a cruzar ese espacio oscuro para encontrar en el vagón siguiente una oscuridad mayor: el vagón de cineclub donde, como la vez anterior, ya estaba la película en plena proyección.
En esta oportunidad de inmediato reconocí el film. Era "El tercer hombre".
Llegué antes, pero no pasó mucho tiempo para que Orson Welles llevase al protagonista hasta el parque de diversiones. Era de noche allí, y tal circunstancia casaba perfectamente con la negrura espesa del vagón donde, como la otra vez, apenas se adivinaban cinco o seis figuras silentes.
El parque de diversiones de la pantalla tenía una reminiscencia de los parques de Bradbury; como si algo maligno se asociase, se pegase pringosamente a lo relativo a la niñez. Esa cosa de la inocencia que no se sostiene frente a la nocturnidad que la desnuda. Y Welles, ominoso y encantador, hizo entrar a su acompañante a la cabina de una gigantesca vuelta al mundo.
Mientras la enorme rueda giraba en la pantalla, el movimiento del tren me hacía subir a mí también, transformándose el traqueteo horizontal en el lento escalar hacia la cima.
Desde allí Welles le mostró -nos mostró- la gente desde arriba. Meros puntos móviles. Dijo con terrible certeza que si uno de esos puntos dejase de moverse, tal cosa no sería significativa. Expuso con simpleza la visión desde la cima del poder, las gentes comunes meras hormigas, acaso números ínfimos, partículas elementales. Recuerdo haber experimentado el vértigo de sentirme arriba y de saberme abajo. Atroz desdoblamiento del comprender sin justificar. De temerse a una misma si las circunstancias fuesen otras. ¿Quién sería, yo, en la cima?
De la primera fila me llegaba el olor del whisky, y el hombre corpulento que había estado bebiendo comenzó a roncar con fuerza.
Cuando me retiré en la oscuridad pensé que le habrá gustado ver una película de su tío, Sir Carol Reed.
***
INVENTREN
Próximas estaciones:
SALADILLO NORTE
-Por Ferrocarril Provincial-
SAN SEBASTIÁN
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el
Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland
con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con
destino a La Plata.
-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:
SAN SEBASTIÁN. J.J. ALMEYRA. INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
-las estaciones por venir en el ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
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