*Obra de Claudia
Marting.
Rosario.
Argentina.
“SAUDADES” *
“La peor forma
de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás
tener”
GABRIEL GARCÍA
MÁRQUEZ.
Turbulenta.
Marginada. Singular.
Así, te
extraño.
Siento el
vértigo en el exacto punto del hastío.
Un irrefrenable
deseo de dejarme caer.
Primitiva.
Hedonista. Irracional. Febril.
Parir amores
sin pecado original.
Tiemblo de frío
y nostalgia, corazón.
Un tazón de
leche. Un fogón. Zapatos. Busco.
Virgen
peregrina de los desarraigos.
¿Casualidad es
el nombre del pájaro posado en mi boca?
No. No lo creo.
No.
Las campanas no
suenan porque si.
Los tabúes no
se visten de gala porque si.
La turbulencia
del deseo. ¿Se esconde porque si?
Aquí y ahora.
Oscura. Desarmada y desnuda.
Así me quiero.
Sin toga ni corpiño.
Así, puramente
cubierta, mi osamenta.
Es necesario no
despojarse del espejo.
Basta elevar la
copa del destierro y beberla; de un trago.
La vida es un
juego con reglas. Imposible, infligirlas.
Pero el barro
es una tentación que no decae.
Empujar el
cuerpo hasta el límite.
No. No me muero
de frío, aunque tirite.
Muero, de tanto
extrañarme, corazón.
El ánimo y
sus estados*
Un dolor
inenarrable que se escapa a cualquier intento de donarle un sentido, tan
opaco, tan mudo, tan cerrado, tan intenso como una tortura. Macizo y
duro, sin tiempo, casi como la representación de la muerte, peor, porque la
muerte es piadosa en su anestesia. No puede durar mucho porque es
imposible soportarlo…
Se va casi
lentamente y se descubre la vida no una abstracción, haberlo perdido todo y
recobrarlo, el placer de la voz que suena y el cuarto propio se habita y
hay un libro, un café, la calma de acostarnos a leer fuera del frío.
Cuando llorás
los ojos se te ponen más verdes*
a veces veo
llorar a la mujer embarazada
está envuelta
en papel de oruga
se toca la
panza
yo me toco la
panza,
cuando la veo
me palpo
entierro los
dedos
me encuentro
pequeña niña oculta
tras la falda de mi madre.
*De Lila
Biscia.
*
uno quisiera
tomar la brizna de pasto
apoyarla en la
lengua
sentir el dolor
de la tierra
el sabor de los
caballos
la antigua
temperatura de la mujer que ha sido madre
el prehistórico
aire
de los primeros
caldos
donde allí la
vida
donde allí el
silencio
masticar la
brizna hasta deshacerle los humores
del imaginario
universal
portar los
nombres involuntarios de las cosas
sentir en la
vejiga el rumiar de los peces
tocar de pronto
una mano hecha de amapolas
torcer
avariciosamente el hocico humano
ladrar con
alegría
la rueda de un
automóvil que atraviesa la ciudad/
ESCARCHA DE
LUNA*
“Mientras
avanzábamos raudamente, veía que el campo giraba como un enorme disco iluminado
bajo la luna llena, plateado por la escarcha…”
Mamá me entregó
un bolso con la ropa y otras cosas y me acompañó hasta el portoncito batiente
de la entrada.
El portillo
estaba flanqueado por los dos altos y lozanos cipreses, que semejaban un poco,
a dos verdes, gigantescas, y estilizadas espigas; que montaban guardia
permanente, vigilantes y quietos, rodeados por un florido conjunto de plantas y
plantitas del jardincito del frente. En él resaltaban profusas las enhiestas y
copetudas crestas de gallo, de flores verrugosas y aterciopeladas de un furioso
color carmín.
El camión azul
deslucido de mi tío estaba en marcha y él aguardaba en el volante a que el
motor se calentara. Yo le di un beso a mamá y corrí dando un rodeo para subir
por el otro lado.
Se terminaba la
tarde y comenzó a refrescar de golpe.
El sol, como un
disco gigante color naranja pálido, bajaba sobre la quinta de naranjos que daba
al oeste, y el cielo se había pintado del granate al rojo intenso; mientras
algunas pequeñas nubes amarillentas y oscurecidas se recortaban con ribetes
iridiscentes, como ovejas deformes pastando en un campo en llamas.
-Mañana va a
helar- dijo mamá, despidiéndose, mientras nos poníamos en marcha.
Me sentí en la
gloria.- Un vaho tibio se respiraba dentro de la cabina, emanado por el motor;
tenía aromas de aceites cálidos y tan tenues que eran como un perfume metálico,
agradable y reconfortante. Además, iniciar este viaje con mi tío era para mí un
sueño.
Cruzamos el
pueblo, el puente y la ciudad vecina, ambas aún con calles de tierra, y salimos
a la ruta, también de tierra.
Enseguida cayó
la noche y la oscuridad fue cercándonos. Los faros del camión iluminaban
temblorosamente una porción no muy grande delante y un poco a los costados del
camino, bañando escasamente de amarillo una pequeña mancha dentro de la inmensa
noche cerrada.
Mientras, el
ronroneo del motor iba quedando atrás con el camino recorrido; dejando a su
paso un eco debilitado que rebotaba en los costados irregulares y nos iba
persiguiendo junto con la noche.
Pese a la dicha
que sentía, me fui durmiendo sin darme cuenta, acunado por el vibrar suave y
parejo, y el regular sonido de la marcha que nos envolvía…
Hicimos así la
mitad del camino. Me desperté al sentir que el camión disminuía la velocidad
hasta casi detenerse y el traqueteo de las ruedas sobre los rieles al cruzar
las vías del tren. Un poco más allá mi tío se estacionó ante una casa o un tipo
de negocio que daba a la calle.
Luego vi que
tenía un alero pequeño que sobresalía sobre un surtidor de nafta, de los de
aquella vez, altos, con un remate redondo como un caramelo, o una almeja, y una
gran palanca con la que bombeaban el combustible.
Por la puerta
abierta y por la ventana salía una larga porción de luz que daba un farol muy
potente que se conocía como “sol de noche”; y blanca y luminosa cruzaba la
calle y alumbraba la garita del guardabarreras del ferrocarril cerca de la vía.
Sentí voces, y vi pasar gente en la ventana, e incluso algún chico jugando,
quizás más adentro.
Mientras
esperaba a mi tío, y terminaba de despertarme, pensaba en esa casa y en esa
gente, que en verdad no conocía, ni conocía el lugar, y en realidad tampoco
sabía mucho sobre en qué parte del camino estábamos, y hasta pensé que, tal vez
habríamos llegado.
¿Cómo sería la
casa de mi tío? A mis escasos nueve años era la primera vez que iba. Cada tanto
mis primos venían a casa, ya que el negocio se proveía con estos viajes que
eran frecuentes, y este coincidió justo con la feria escolar de invierno, así
yo al fin puede colarme.
Mi tío volvió y
el motor ronroneó de nuevo…
Ahí fue cuando
me informé que estábamos a mitad de camino, de modo que enseguida reanudamos la
marcha.
De cuando en
cuando él encendía un cigarrillo, lo ponía en la boquilla y fumaba quedamente.
Las caprichosas espiras de humo azul, como danzantes arabescos, alcanzaban a
cautivarme antes de desvanecerse en el interior de la cabina. Cuando terminaba
de consumir el cigarrillo, solía mantener la boquilla vacía largo rato entre
los labios, y así la sostenía, incorporada y firme, casi todo el tiempo. Decía
que era un buen truco para fumar menos.
Yo lo veía
recortado contra la penumbra exterior, junto con el resto oscuro de la cabina,
donde apenas brillaba tenuemente una pequeña luz en el tablero, casi espartano,
propio de los modelos de entonces, de antes de- mediados de siglo. Lo veía
pensativo y al mismo tiempo tan sereno, que me cohibía molestarlo o
interrumpirlo en sus cavilaciones; hasta que él mismo vio que yo estaba
despierto y abrió el fuego con una gran sonrisa, y con un gesto cariñoso soltó
el volante y con la mano derecha me revolvió el cabello…
Charlamos larga
y despaciosamente, mientras el camión devoraba raudamente buenos tramos del
camino.
En realidad
hacía apenas cuatro años que se habían asentado en aquella colonia casi virgen,
de grandes campos, montes y bañados. También otros colonos habían hecho lo
mismo por aquel entonces y se formó una población considerable, además les
estaba yendo bastante bien a todos, así que mi tío estaba agrandando sus negocios,
y aparte de vender y fletear mercaderías y comestibles, vendía insumos para el
campo y estaba iniciando el acopio de cereales y ahora también algodón que
estaban comenzando a sembrar como una novedad en aquella latitud agrícola.
Por largos
ratos quedábamos en silencio, ensimismados cada uno en sus cosas. Yo mismo
trataba de imaginarme cómo sería todo lo que me esperaba, lo que aún no
conocía, e iba quedando cada vez más cerca.
De reojo veía
que mi tío de cuando en cuando tarareaba una canción en voz tan baja que casi
no estaba seguro que estuviera cantando.
Además la
soledad de tremendos contornos me intimidaba por momentos. Ahora cruzábamos
cerrados e interminables montes que reconocía a nuestros costados y escondidos
arroyos que se reflejaban entre la negrura, y la luz de una luna que nacía
frente a nosotros.
Pero tenía
mucha confianza en él, mi tío era también mi padrino y lo veía como a un héroe,
un verdadero paladín. Lo que no estaba al alcance de mi padre, él lo haría
accesible, sin dudas, porque sabía que me quería bien.
Mi padre y él
tuvieron suertes diferentes. Mi padre vino de Italia de niño y la vida lo trató
muy duro. Desde pequeño tuvo que trabajar como único sostén, ya que quedaron
huérfanos de padre recién llegados de Europa, y apenas nacidos los hermanitos
más chicos. Mi tío era el más joven y accedió a todo más fácilmente, un poco
quizás por ser el menor.
Estábamos
llegando. Doblamos el último tramo. Se había alzado la luna, grande y ovalada.
La teníamos ahora a la derecha y me permitía ver los grandes campos que pasaban
corriendo, más fuerte acá cerca, y los grupos de árboles y casas más lejanas
apenas se iban moviendo. Parecía que todo girara como en un plato gigantesco,
teniendo como eje la luna, mientras bañaba todo con su luz pálida y platinada.
La casa se me
apareció entre una extensa arboleda de variados tamaños, negra a trasluz, donde
se recortaban altas grevilleas y pinos; y los techos metálicos se reflejaron
fríos y blanquecinos por la escarcha recién caída y la luz de la luna.
Lo demás estaba
en tinieblas, pero enseguida hubo linternas y luz en la cocina, y un par de
perros alegres que aullaron y corrieron atropelladamente a saludarnos, antes
aún que los demás de la casa.
Así llegué
aquella primera vez a aquel lugar, que tanto significaría para mi de ahí en
más, especialmente en el transcurso de mi niñez.-
Avellaneda.
Santa Fe
Boceto de
incertidumbres*
Me despertó una
lluvia breve,
indecisa.
Apenas agasajó la noche.
También mi
vigilia fue breve
pero alcanzó
para recordar
las ausentes
presencias.
El latido en
mis sienes
fue un tambor
líquido
que golpeó
rítmicamente
hasta alcanzar
el sueño
(ese sitio que
puede ser territorio
de inquietudes
no resueltas...)
Hoy no es día
gris ni opaco
sorprende tanta
luz, entibia
la mañana bajo
el plumón del sol
y en la suma de
tantas
realidades
indefensas
se fatigan mis
preguntas...
inútilmente
hambrientas.
Regresarás,
porque el regreso*
Regresarás,
porque el regreso
es la madera
inevitable del árbol del destierro.
Regresarás
vencido, caminando despacio,
y esos mismos
lugares ya no serán los mismos.
El parque de tu
infancia ya no es el mismo parque,
tiene otro olor
el césped, otro color las piedras,
y esos viejos
senderos no recuerdan tus pasos
porque otros
son los pasos que ahora arañan su arena.
¿Dónde estarán
aquellos atardeceres tibios?
¿Dónde el
contorno ansiado de las adolescentes?
Contemplarás el
lago, su silencio temible,
pero es otro
silencio, no son las mismas aguas
que una vez
reflejaron la imagen de tus sueños.
Sólo serán los
mismos los nombres de las cosas,
los nombres de
las calles, los números, los coches,
y tal vez las
ausencias.
Y así, aun este
último reducto será como un rechazo,
como un viento
caliente soplando entre los árboles
y calcinando un
poco más los restos mortecinos
de tu agotado
corazón que lentamente va apagándose
hacia regiones
ciegas donde todo es exilio.
-De El
rostro prohibido
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
*
de tanto mar
abierto
en la oquedad
del cielo
las olas
rasgarían
ahora...
los ojos de la
tierra
las cuerdas que
atesoran
el vaivén
la carne
precisa
de todos los
milagros
*De Alejandra
Alma.
https://www.facebook.com/alejalma
***
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