sábado, febrero 28, 2015

A CEBOLLA Y AJO Y A UN TARRITO DE AGUA DE LLUVIA...


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam










NI FLORES NI VERDURAS*



Este es el otrora campo fértil,
donde vuelan todos los días
desmesuras y piedras por el aire.

No es que me distraiga, no es
que me demore; estoy tomando
mate y rondando a paso lento.

No es sencillo comenzar o seguir
cuando el horizonte no se ve y el
extraño presente está hundido.

Lo demás, pueden leerlo en el aire.
Ahí también está, sin ir más lejos,
el mapa ilustrado de esta historia.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar








A CEBOLLA Y AJO Y A UN TARRITO DE AGUA DE LLUVIA…








LAS NUBES*


Para Toto Míguez y Roberto Vega



Las nubes en aquel tiempo viajaban como algodones sobre el alto cielo al capricho del viento.
A veces eran muy blancas y a veces iban como sucias y anunciaban las lluvias. Si mirábamos a lo alto, inevitablemente encontrábamos caprichosas figuras sobre las cuales no siempre coincidíamos.
Si nos acostábamos sobre la gramilla que era rala en invierno y muy profusa en los veranos, podíamos ver otras cosas. Los pájaros, sobre todo o la luz del sol que las hojas y los gajos de los fresnos o los paraísos filtraban dándonos al rostro una coloratura extraña y que podíamos calificar también de fantasmagórica.
Si lo hacíamos a pleno aire y sol, es decir sin otro obstáculo entre nuestra mirada y esa lámina chata veíamos el vuelo de los pájaros. Algunos volando muy bajo, como las calandrias, los gorriones o los tordos, pero había otros como las tijeretas o las golondrinas que comenzaban sus vuelos muy bajo, pero que iban espaciándose de a poco, en forma tal que su alejamiento de la tierra era percibido luego, cuando formaban puntitos negros, apenas móviles, hasta desaparecer en esa distancia que era razonable pensar como “la inmensidad”, según alentó en versos sublimes aquel poeta inolvidable que fue Jaime Dávalos.
Esto tuvo que ver en otro tiempo, no creo que la infancia de hoy en los pequeños pueblos se viva de ese modo tan íntimamente con la naturaleza relativamente domesticada que nos tocó.
De aquella barrita desmañada sólo quedan en el pueblo dos firmes y queridos exponentes. Porque “los otros vinieron luego”, como certeramente escribió Héctor Negro.
Lo bueno es que a veces nos solemos juntar; todavía tenemos ganas de vernos, y cuando eso sucede, es decir estar ante un asado y un tinto, fluyen las anécdotas como si el tiempo no hubiera pasado, y estuviera detenido en la sierra penetrante de las cigarras que seccionaban el verano sin siquiera hacerse ver entre las ramas y las hojas increíblemente verdes de los fresnos. Cualquier motivo entonces es bueno para seguir con los recuerdos o alguna anécdota compartida que cada cual cuenta según su recuerdo o la percepción que le quedó de aquel suceso tan remoto que sale cálido de las cenizas que albergaron brasas rojas y que son en las manos como gemas guardando su fulgor. Ese fulgor que nos ponía alertas en los amaneceres de verano, cuando el sol asomaba ya casi quemando en ese cielo limpio y nosotros nos juntábamos con nuestras tramperas para cazar pájaros, listos y de pronto en caravana hacia el campo, donde los pechitos colorados se tiraban en la banda amarilla de los trigales que pronto sería hollado por las “fauces hambrientas de las trilladoras” con sus perros y su carrito aguatero.
Esas mañanas que desde la retina niña nos aparece como la huella más indeleble que guarda la memoria.


*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar













Pastillas de Amor*



*Por Cabeza de Apio.


En la adolescencia me prestaron un libro de Lobsang Rampa, y me gustó…tanto que compré los seis libros publicados incluyendo el que había leído…
Y hasta logré hacer los viajes astrales, que eran tan seguidos que mi cordón de plata era uno de los más brillantes…
En el barrio había muerto una pareja de viejitos, con diferencia de poco tiempo, primero le tocó a la señora y al mes él, no mucho después de cumplir los 60 años de casados…
Los comentarios de vecinos en general mencionaban, que don Raúl había muerto de pena, de amor, al no poder superar la terrible pérdida…

Tenía que hacer un viaje para hablar con ellos…y fue mi primer viaje al cielo.

Me costó un poco pero pude encontrarlos entre tanta gente a Doña María y Don Raúl, lucían unas túnicas blancas de terciopelo y unos aros suspendido sobre sus cabezas de unos veinte centímetros de diámetro, al verme se lamentaron mucho, hasta que les explique que estaba de paso.
Hablamos un poco de chismes de barrio y fui puntualmente al tema, de la muerte de Raúl…
No podían para de reírse, cuando se calmaron un poco, María me contó que cada mañana ella le preparaba los medicamentos y controlaba los horarios de las tomas de Raúl, y que como ella se fue primero, él los tomaba cuando se acordaba o directamente no los tomaba, eran para la circulación, presión, diabetes, corazón, ácido úrico y para la memoria…
Me mandaron saludos para sus ex vecinos y me pidieron que los dejara pensar que la pasión existe...

Pero María fue terminante… "el amor no mata, la dependencia si"



*Cabeza de Apio 2015










Desencuentros*



Esa que vuela, nada y anida en mi caudal
busca su doble, la que tiene manos y pies.
Quiere comer con su sabor los frutos que ella elija.
Palpar los plumajes / la corteza / la fría piedra...
Saber el aroma de la tierra cuando la lluvia comienza.
Quedarse con su lágrima indecisa.
Ser líquida y correr por sus arterias.
Tal vez se equivocaron en su especie
y pueda darse un día ese encuentro
de quien ha soñado ser de agua,
con este otro ser
que no sabe por qué
ni para qué, le regalaron una nostalgia
que no ha sido elegida
y no encuentra su lugar.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar












MATERIALISTAS*



He de reconocer que últimamente descubrí que soy una mujer apegada a lo material. Lejos de bastarme el disfrute de las palabras dichas y escuchadas, el placer de las imágenes únicas que se recogen en los atestados ómnibus o las veredas transitadas. Lejos, digo, de bastarme el placer de ser testigo de estas magnificencias del espectáculo de la vida, intento obcecadamente llevar estas impresiones efímeras al papel, la madera tallada, incluso a la humildad de un postre a tres colores armado en una copa de vidrio.
Porque no me basta ser testigo del transcurrir del mundo, he descubierto que deseo hacer muescas en él, detenerlo un momento, añadir algún signo sobre la roca muda.
Y he descubierto que recelosa de los abrazos y las efusiones notorias, debo construir un alhajero para Ross, empanadas dulces para Gabriela, un postre suculento para Alfredo, un posapavas de intrincado mosaico para Mandy.
Tengo que urdir una cazuela para Rodolfo y Guillermo, un texto convergente para mi madre. Y tengo que, necesito, construir una mesita junto a Myriam, martillándonos los dedos llenitos de torpezas.
Hacer y hacer para otros, esa es la encontrada felicidad de estos días. Cortar las cerámicas halladas en la calle con mi pinza anaranjada, resonar a la noche con mi martillo guiando a la gubia contra la veta de la madera.
He descubierto en este tiempo mi gran propensión a los objetos, mi eterna necesidad de belleza en ellos. Como los hombres del Paleolítico, que con necesidades, con cortas vidas, con innumerables trabajos y luchas en sus jornadas, tallaban un pajarillo innecesario en el mango de su arma de hueso. Como los aborígenes que no solamente se resignaban a modelar utilitarias tinajas de barro, sino que las fabricaban maravillosamente armónicas y exquisitamente decoradas.
He descubierto en estos días que tengo tanto por hacer, tan poco tiempo, y que los días se escurren entre los dedos.
Veo a Gaby amasando la harina con la levadura fragante, ocupación que remite a los siglos y la historia, a la otra Gaby regalándonos un banquete de verduras sabrosas sabiamente asadas a la chapa sobre brasas, veo a Silvia pintando un mandala que girará en el aire, a Alfredo en soledad escribiendo para todos nosotros un cuento.
Madera, tinta, pinceles, ingredientes. Palabras que no me remiten al trabajo obligado sino a poesía. Ni mariposas ni alondras ni rosas en los versos de mi vida hoy. Cinceles, cedro, vidrios estallados en pequeños fragmentos de luz, cebollas y manzanas verdes.
Dando un salto acrobático, una voltereta en el aire, puedo decir de mis amigos que sí, que no hay dudas, que estamos transidos de materialismo.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com









*



La lluvia es un prolegómeno de la memoria.
andan bajo el día pares de enamorados que son el
epílogo sustancial de la alegría.
y qué lindo verlos ocupar con sus raquíticos cuerpos
el largo y ancho de todas las plazas.
no pueden aunque quisieran dejar
espacio para el vendedor de pochoclos
que tiene que estar empujándolos para pasar con
su carrito porque vencen los impuestos y hay que
pagar en efectivo y todas esas cosas del mundo y
sus containers. pero qué importa piensan los enamorados
que viven a cebolla y ajo y un tarrito de agua
de lluvia. y qué lindo, pienso, verlos devorando el paisaje
como si fueran jabalíes que desconocen las
palabras arrivederci  y hasta pronto. una hoja de
árbol puede ser más trascendente que un tratado de
cetología. y ahí, como toda prueba, los enamorados
que hacen nido en cada palabra, que contestan pío pío
cuando uno les pregunta la hora/


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar











Canción sin empleo*


*Por Miriam Cairo. cairo367@yahoo.com.ar



Me pregunto si los hombres del alto horno,

si las cosmetólogas,

si el muchacho de la tintorería,

si el médico pediatra,

tienen tiempo de pensar en todo lo que yo pienso

mientras llevo mi carta de presentación para pedir empleo.

Me pregunto si ellos escriben las imágenes

que construyen los miedos y las asombros.

Si tienen madrigueras,

o casilleros personales,

o taco calendario donde guardar metáforas.

Me pregunto con qué dos conceptos fundamentales

construirán sus pensamientos metonímicos.

Me pregunto cómo hacen los contadores nacionales,

los tesoreros,

para sofocar su generosidad.

Cómo harán las azafatas

para no apropiarse de los sueños ajenos

mientras vuelan.

Cómo harán las extraordinarias luminarias del fútbol

para sobreponerse al deseo de despojarse

de tan desaforadas fortunas,

cómo harán los editores

para no alzar la rosa contra la fría noche que se atreve.

Me pregunto si cada mañana el alcalde de la penitenciaría

tendrá que luchar contra sus tristes pensamientos.

Si el boxeador expulsará a golpes

la actividad constante de su conciencia.

Me pregunto cómo hacen para hablar los periodistas

y los locutores,

sin sucumbir ante el deseo de permanecer en silencio.

Me pregunto de dónde sacan ánimo los tenistas

para no vencerse a sí mismos.

Me pregunto cómo acomodan todos ellos sus pies en el mundo

y cuáles son las razones que los hacen sentirse parte de él.

Me pregunto a qué pruebas extremas se habrán sometido,

de qué interrogatorio despiadado habrán salido indemnes,

qué conocimientos superiores habrán desarrollado,

a qué horas tan tempranas abrirán los ojos

para merecer la recompensa de un puesto de trabajo.

Me pregunto cómo han hecho los farmacéuticos para vender

y no regalar remedios.

¿Reconocerá el operador de mercado

a los otros seres que habitan su pensamiento?

¿El computista estará en sintonía con sus misterios?

Me pregunto si los trabajadores

tienen que esperar la hora del refrigerio

para pensar que su estar en el mundo

no es un hecho meramente topográfico

ni productivo,

sino que es fundamentalmente

un estar humano.

¿Cómo harán para acallar sus asaltos cenestésicos

en medio de las tareas cotidianas?

¿Serán compatibles el pragmatismo

y la inanición del pensamiento continuo?

¿Sabrá el soldador que nunca está sólo en su pellejo?

Me pregunto si todos tienen un horario para ser ellos mismos

y un horario para ser lo que les indican otros.

¿Podrá el jefe de personal ser lo mejor de sí sin perder autoridad?

¿Podrá el estibador cargar la noche sobre los hombros?

¿Habrá un modo de hablar

que no se confunda con la dulce voz de las camelias?

¿Será posible ser una misma y ser otra y otra, bajo el mismo nombre,

sin que esto cause sospechas al empleador?

Me pregunto si hay tiempo de pensar qué diferencias separan

al hombre del hombre,

a la mujer de la mujer,

a la mujer del hombre,

y si ese tiempo de pensar es un trabajo,

y si ese trabajo puede dar de comer.











*


Pobre de aquel
que niega la certeza del abismo,
del que no teme
otra cosa
que al llegar la mañana
lo encuentre despierto.

Pobre de aquel
que no ha visto en los espejos,
las máscaras
de sus monstruos
habitar piel adentro.

Pobre de aquel
que no ha caminado
en sus infiernos.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com












Blues de un dolor apaciguado*



Caen gotas de noche sobre la soledad de los zapatos.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







***
INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


PLUMAS EN LA LUNA*

(De la Estación Lucas Monteverde – Ferrocarril Provincial)



Vivía yo con mi familia en un clásico barrio, cercano a las vías del tren.

Todas las tardes, al volver de la escuela y después de la merienda, nos juntábamos los chicos de la cuadra.

Todos guardábamos en algún bolsillo un pedazo de torta, algún bizcocho, o simplemente un pedazo de pan. Y para allá corríamos a la tapera de Pancho, debajo de un árbol al lado de las vías.

Pancho era el linyera, el “croto”, como le decíamos en mi infancia, que todos queríamos y para él vaciábamos nuestros bolsillos.
Debajo de una descuidada barba, que podría ser blanca, sus mandíbulas, con increíble y buena dentadura, trituraban con fruición los dulces, mientras convidaba trocitos a sus cinco compinches, cinco perros flacos y pulguientos que lo acompañaban en sus aventuras por las calles de la ciudad y cuidaban de las estrafalarias pertenencias de Pancho.
Alto, flaco, algo encorvado, de caminar lento, ojos claros casi escondidos bajo las tupidas cejas, de largos cabellos atados a la espalda con un piolín, Pancho tenía una mágica atracción para nosotros. Sentados en rueda a su alrededor, escuchábamos sus relatos y nuestra imaginación se regocijaba con las aventuras que nunca pusimos en duda. Si el tema era estar frente a un león, en plena selva, creíamos en sus poderes de hacerlo volver a su guarida sin chistar.

Antes que oscureciera, nos despedíamos de Pancho, asintiendo a su orden de portarnos bien y hacer los deberes.

Una tarde, lo encontramos ocupado en raros artefactos de alambre que, nos dijo, serían alas para volar hacia la luna. Nos pidió le lleváramos plumas, y al otro día, todos los chicos aportamos una buena cantidad de ellas.
Las gallinas se habían alarmado de nuestro ahínco en limpiar de plumas los rincones, y alguna de las pasaban cerca, sintieron los manotazos.

En mi casa no había gallinero, pero abuela Sofía, como buena idish, tenía un acolchado de plumas que trajo de su país, que misteriosamente quedó menos abultado.
Durante una semana asistimos y aportamos a la realización de las grandes alas que ya tenían buenas formas.

Una fuerte tormenta nos mantuvo en nuestra casa, y al otro día, cuando llegamos a la tapera, sólo encontramos algunas plumitas embarradas y los perros, que nos saludaron con alegres ladridos, mientras comían lo que había en nuestros bolsillos. Pancho no estaba, tampoco las alas.

Volvimos durante unos días, en especial llevando algo de comer a los perros, que ya no eran cinco. Algunos también nos habían abandonado.

Mamá, notando mi tristeza, una noche de luna llena me invitó a mirarla, y descubrimos las barbas de Pancho. Me alegró mucho saber que había llegado.

Hoy, ya hombre, intactas mis emociones infantiles, levanto mis ojos hacia la luna y mi corazón se comunica con Pancho, alejando por unos minutos los ingratos sucesos de este siglo XXI, cada vez más agobiante.

Comparto la ilusión con mis dos hijos que olvidan sus guerreros y monstruos electrónicos y apaciguan sus fantasías escuchando, por enésima vez, alguna de las aventuras de Pancho, que ya incorporaron a sus recuerdos. Por supuesto que conocen de los cráteres de la luna y su gaseoso entorno, pero nos entibiamos el espíritu y por unos minutos vemos las barbas, y tal vez, algún guiño de Pancho, que todavía, a pesar de los años, deja deslizar alguna plumita, que encuentro debajo de un árbol o posada, etérea, sobre las violetas del jardín.



*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar



Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

 INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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