jueves, febrero 26, 2015

EDICIÓN FEBRERO 2015


*Dibujo de Erika Kuhn.








UN BREVE POEMA BUCÓLICO *


a mi madre, en memoria,
que hablaba del tiempo



Qué tristeza, ¿no? Estuvo lloviendo
a torrentes y una parte del parral
se está secando. No es buen tiempo
para sembrar, parece, ni para mirar.
Las nubes están bajas, muy bajas, y
sólo se ve niebla, o alguien que está
triste o intenta disimularlo o habla
del tiempo o inventa un chiste. Así
es la historia de la siembra. Nadie
se engañe, nadie se ufane. Una flor,
para que aparezca, es un milagro.



*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Buenos Aires, 16 de febrero, 2015










LAS LLUVIAS *



Nuestra infancia no fue menos feliz porque escaseaban los juguetes. La imaginación de los niños siempre es ilimitada y sobre todo en aquellos años los pocos que accedían a uno no eran mayoría en el pueblo. Pocos padres podían hacer un gasto extra,  en mi pueblo.
La lluvia en ocasiones caía de un modo muy triste, cansinamente sobre los sembrados , a veces lo hacía con furia, precedida de grandes truenos rodadores como un peñón que cae desde un monte altísimo, mientras el latigazo de un relámpago se repetía en el trazo estremecedor sobre las cosas, y la poca gente que buscaba refugio  presto, recogiendo las mujeres la ropa tendida, pero todos sin excepción recibían ese estremecimiento  de la naturaleza como un miedo atávico que debían soportar , rogando sobre todo los hombres que los destrozos no fueran tantos ni tan graves.
Los únicos contentos, con esa alegría de la inconsciencia temprana éramos nosotros, que gozábamos el espectáculo de los sapos numerosos que cruzaban las calles anegadas, los perros que se refugiaban bajo la galería de ladrillos mal cocidos, con sus techos de chapas que reproducían sonoramente el tambor de la lluvia persistente, los gatos que se pasaban al cajón donde los marlos esperaban la boca flamígera de la cocina  económica, y tal vez el ruido del vendaval acunaran sueños ronroneantes.
Pero había algo siempre venturoso. Si estas lluvias se producían en verano, porque venía precedida de un calor agobiante, de una presión insoportable y siempre era un augurio de frescura el anuncio de la lluvia y al escampe, cando se habían cubierto de agua los zanjones que drenaban líquido hacia el campo sería el momento en que nos quitáramos las alpargatas no sin la venia paterna. Y salíamos con los barquitos de papel, las latas vacías de sardinas o alguna cosa de madera que flotara para jugar a las bandas de piratas y corsarios que leíamos en Julio Verne o en las diversas revistas de historietas. Y venían las carreras y los resbalones que seguramente nos costaría un reto, pero el fragor del juego era tan entusiasta que bien valía un reto si en esa carrera de la pista resbaladiza uno lograba salir primero.
Siempre había un ocurrente que proponía ir a pescar ranas al zanjón de los Vélez, con un piolín con el cual atábamos un pedazo de carne y tal vez esa noche podríamos aportar un menú distinto en nuestras casas y qué ricas resultaban esas ranas que saltaban en la sartén como si estuvieran vivas y producían cierta aprensión en mi madre, motivo por el cual intervenía mi padre que siempre estaba dispuesto a toda cosa a la cual ella no se atrevía. Imposible saber  hoy si esa tarea le agradaba, pero se hacía cargo y nos sentábamos los tres a la mesa, donde pronto dábamos cuenta de ese manjar crocante.
Como desaguaban pronto las zanjas y los pequeños canales que la comuna mantenía limpios, ya que esa última calle llevaba al campo, al otro día casi con seguridad las encontraríamos vacías, pero con la esperanza de que la lluvia siguiera varios días para asegurarnos otros momentos de módica felicidad. Claro, todo esto con la salvedad de algún mandado, ya que en el verano no había clases por tanto la responsabilidad mermaba mucho, yo diría: casi toda.
Y uno imaginaba cómo se hincharían de agua las cañadas, cómo irían llenándose de bagres los anchos canales del campo, cómo se llenarían de garzas blancas los juncales, de flamencos sus orillas, cómo pondrían a salvo sus nidadas los teros y los patos, cómo nos esperaría todo ese mundo acuático con el croar ensordecedor de las ranas, cómo esperábamos entonces el momento en que nuestro padre iría de caza para acompañarlo con ese cuzco blanco y fiel que tanta alegría trajo a mi niñez lejana.
A veces en mi pueblo veo pasar esas barritas de chicos con las modestas cañas de pescar al hombro que hacen aquel “Camino del diablo” como nosotros, cuando el mundo estaba en pañales y ninguno de nosotros tenía idea de los sinsabores que nos esperaban.
Pero también con estos recuerdos gratos que quiero compartir hoy con ustedes y que me dicen que se puede ser feliz con poco.
Con casi nada.


*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar








*


¿Quién no ha mentido,
alguna vez,
para rebelarse
contra los prolijos
usos de la realidad?

¿Para sostener,
descaradamente,
una declaración
de principios
en contra del caos?

Cuántas veces
la mentira
es la única verdad
que sostiene al mundo.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com









ECOS EN UNA PUERTA *



Allí esta. Quieta y raspada de tiempo. Años en que ya no es utilizada para sus fines. Apoyada en el tapial. Así es. Ya nadie le da importancia, sólo un par de perros vagabundos que se acobachan en el ángulo que queda abajo al estar apoyada. Le dan una utilidad que ella, si fuera consciente, no abría esperado.
En lo personal, paso a diario por ese tapial que sostiene a la puerta; paso para cumplir mi jornada laboral. Ella, inmutable. A veces pienso en quienes habían usado su picaporte, asegurado su llave o abriéndola para que entre o salga alguien o, simplemente, la brisa necesaria en pleno verano. Por supuesto, sin rostros fijos. Siempre, al tratar de  imaginar esa posibilidad pasada, los rostros cambian. Y no da para más. La imaginación tiene su propio territorio y uno la deja jugar libremente, sin alterarse demasiado, sino sólo para mantener activa esa capacidad: imaginar.
En realidad no sabría precisar exactamente cuándo fue el día que me paré delante y la miré con detenimiento, detalladamente: su vieja pintura, la herrumbre de sus bisagras, las vetas que se forman cuando la madera se reseca, el picaporte raído y sin su brillo de antaño. Y me animé, no sin antes verificar que nadie me mirase, golpear la puerta con mis nudillos. Los perros salieron de su cobijo. Pero, lo más asombroso fue que sentí los pasos que se acercaban desde el otro lado y la voz preguntando: - ¿Quién es? ¡Puede pasar! ¡Esta abierta! En este momento no puedo abrirle pero, si es Ud. Juan, déjeme un par de litros en el escalón, como siempre. Mañana le pago.
Imaginen mi sorpresa. Y toda mi torpeza. Creo que aún estoy corriendo.



*De Oscar Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar










TRAS LA BÚSQUEDA DE LO PERFECTO *


Ahora no tienes, corazón, el vuelo.
José Ángel Valente.



1


Reencontrarme con el gozo
a flor de lengua
en medio de la mañana
despojando a la soledad del miedo,
con la inquietud del exilio,
sin dubitar un reflejo
y recibir la vieja estocada
de aquel que nació condenado a reír
en medio de un desierto
acumulado por la tristeza.



2

Ofreceré mi cabeza a las piedras
para que la sangre
lave sus dudas
y cuando de mí
se hable como un recuerdo
brotaré del suelo
como maleza ciega
como el grito inaudible de inquietud
sobre las alas de las aves
que vendrán a resucitar
con mis palabras.




3


Que las palabras
defiendan mi legado frente al tiempo
que alejen de él
la voracidad de la ruindad humana
presta siempre a quemar
en la hoguera a quienes
jamás adjuran al vicio indomable
de seguir luciérnagas
con los ojos cerrados
o el viejo canto
perdido en el corazón
del hombre.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es








ONDOLOIN *



Le he dicho ondoloin a una amiga chilena, Ross. Es ya tarde, hemos charlado por face y le digo ondoloin y no lo entiende. Ondoloin, y las olas de la mar océano se ondulan de América hasta la lejana península ibérica. Ondoloin le digo, y es el saludo basko para ir a dormir, y es el nombre de mi casa azul que está en Rincón y que es la suma de mis deseos, que es la suma de las reminiscencias de una niñez que ha quedado en hitos y referencias.

Ondoloin digo, y es la casa de la Ester Márquez hace cuarenta años, con retratos amenazantes en las paredes, anchas puertas de hierro, muchos patios y olor a jazmín.

Ondoloin digo, y hago un cartel para mi casa con vidrios de colores pegados sobre una antiquísima chapa patente de quién sabe qué automóvil desleído en chatarra ya hace décadas. Ondoloin reza el mosaico de vidrio, y luce los colores de la bandera de la patria de mi madre, su txoco, su raíz, su pertenencia, el suelo de montaña y mar, de ovejas y árboles de manzanas pequeñas.

La nombro Ondoloin a mi quinta que también es mi casa azul, azul de sueños, azul como el inexistente o no tan inexistente pájaro azul de la felicidad.

Y en Ondoloin habrá un jardín de invierno con mamparas de vidrios repartidos, evocando los jardineros ingleses regando delicadamente las rosas en el invernadero. Y habrá muebles de cedro porque queremos materiales nobles, fuertes, pesados, llenos de pasado y durables extendiendo largas sombras en lo por venir. Y habrá una cocina generosa para armado de ravioles y amasijos de pan, un asador interno para que el fuego pueda hacer figuritas anaranjadas de vidrio líquido, para que alimentemos con palitos, uno a uno, ese milagro limpio y luminoso.

Habrá en la casa azul un pez azul, allá arriba en la pared del tanque de agua. Y el pez de cemento revestido en vidrios centelleantes será un bagre de este mi río, esta mi tierra puro agua y camalote y ave zancuda. Pero habrá la dulzura del ondoloin extendido como una sábana de hilo recién planchado y perfumada con membrillos, envuelta en papel azul de cajón de manzanas, durmiendo ondoloin, durmiendo, ondoloin, en el ropero de patas de araña.

Será esta una quinta, una casa, un pequeño lugar de la extensa América. Y habrá copas y porcelana vieja, y habrá muchas sillas esperando dar hospedaje a los amigos. La porcelana será europea, las copas americanas, el lugar una vaga intersección entre dos mundos y dos vertientes cantarinas. Una arroyo, una río estrecho y la otra delta y catarata.

Ondoloin se llamará la casa, con columnas de quebracho del ferrocarril, con vidrios azules de ese profundo azul que ya no se produce. Será entonces, Ondoloin, un momento titilante entre el pasado y el futuro. Será un pequeño presente y entonces digo pequeño presente y pienso en un obsequio.

Tendrá jardín y tiene ya su álamo que trae el mar de Euskadi cuando el viento mece su follaje maravilloso. Sonido a océano que llega a tierra, olores vegetales de esta mi tierra de bichos bolita y caracoles.

Comeremos moras que nos mancharán la piel irremediablemente, paltas caídas de tan alto, albahaca y romero de los almácigos.

Pasearemos por calles de arena donde nos observan las lechuzas y donde los perros siempre duermen desparramados al sol. Donde la gente se cruza y se saluda. Pasearemos con aroma a eucaliptus medicinal y pasto recién cortado.

A la noche diremos ondoloin. Ondoloin, ondoloin, ondoloin, lejanas campanas resonando.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com










La misma sed *



Esas nubes oscuras, pesan.
Cargadas de presagios
suponen tormentas que llegan
-acorde a humanas realidades-
con un fondo de tempestad.
El aire, casi fuego, abrasa.
Dispongo mi silencio
en esta calma inestable
lo adenso, lo compacto
le doy la forma de esfera
lo echo a andar por el paraje sediento.

Después de largas horas
se rompe la piel de unas gotas de agua
que parecen a punto de decirme algo...
Pero callan.
¿Cómo aprender a no dejarme seducir
por el aroma del agua en celo
ni aferrarme a ningún filamento
que suponga salvación cuando llevo
la mirada hacia adentro
y la misma sed encuentro?


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar










Bajo un rojo paraguas *


dos bajo un rojo paraguas.
calle gris de andar la lluvia merodeando los
tachos con basura que los camiones municipales
aún no han recolectado.

dos achicharrados bajo un rojo paraguas.
un mozo pita su cigarro mientras los mira pasar
debajo del toldo del café
y sonríe.

dos pajaritos azules bajo el rojo paraguas.
no hay taxis habrá que caminar el tiempo
ir tocando mariposas que el agua crea
en su alfarería sonora de espejos y cristales.

dos bajo un rojo paraguas se besan
y una niña que espía desde la quinta ventana del edificio
se sonroja y sueña ella misma
con el beso que aún desconoce

dos bajo un rojo paraguas se abrazan
se dicen el mar al oído
se llenan el pelo de olor a estatuas de azúcar
se dejan en la lengua carne dulce del otro

dos bajo un rojo paraguas se tocan
descubren de pronto al otro
no sabían que estaba allí
y si sabían no importa
recién se reconocen

por el olor se reconocen
dos bajo un rojo paraguas
inventan el amor
la calle que pisan inventan
el mundo inventan

dos bajo un rojo paraguas son espejos/



*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar









CANTAMOS *


Sostendré esta canción hasta que la verdad
me derrote y me cierre los labios.
"Cantores"
Gabriel Sopeña


Cantamos porque la vida lo precisa.
Porque al mágico influjo de la música
las piedras del camino devienen girasoles,
porque al cantar se cauterizan las heridas
y nace entre las manos una espiga
que eleva su estatura hacia el sonido
que fluye interminable, que germina
y se expande como un polen de promesas
por la extensión sin límite del cielo.

Cantamos porque el canto es necesario.
Porque en alguna parte, alguien que sufre,
necesita los versos, las notas que tañemos,
los acordes que inventa nuestra lira.

(Pésimo conversador es el silencio,
hay que romper su círculo encantado
y lanzar hacia el viento las palabras
como un cauce perpetuo que no tiembla
ante el rugido atronador de sus sicarios)

Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.

El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.

Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.


*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com










Búsqueda o el trabajo de la vida *



La memoria sueña

cavando pozos en el cielo

desenredando del abismo

una joya de luz o una palabra.


En el vacío de la esfinge

pinta barcos, risas,

Una forma de arrinconar la ausencia.

De pararse y brillar

sobre los restos mudos del naufragio.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar





***
INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/

ORTIZ DE ROZAS*

(De la Estación Ortiz De Rozas – Ferrocarril Midland)


La mujer ya no era joven. Últimamente le parecía que ya nadie era joven, que los amigos, los vecinos, los parientes, todos habían ido deslizándose junto con ella por una cinta que los había dejado así, arrugados, desplanchados, desteñidos, como esos pantalones de trabajo que se van gastando irremediablemente, salpicados y con alguna que otra recosida para remendar lo que ya no da más de si.
La ventanilla no deparaba sorpresas. Tras los campos y los postes alguna casita, alguien trabajando el campo, el cielo. A veces miraba el paisaje, a veces se miraba a sí misma etérea en el vidrio sucio, un reflejo de alguien con la mano sosteniendo la cara, el cabello claro, los ojos mirando sus propios ojos sobre el sinfín de la llanura.
Otra parada. El tren se detuvo y leyó el cartel “Ortiz de Rozas”. Le molestó la zeta. Y la repetición de la zeta en los dos apellidos le sugirió la posibilidad de que la segunda fuese un error, pero no, no creo, se dijo. El cartel era antiguo, alguien lo hubiese corregido. Es raro, se dijo, es raro pero es así.
La próxima estación era la suya. Bueno, falta poco. Pero después de diez minutos y de que no observase pasajeros subiendo o descendiendo, se preparó para la noticia de que algún desperfecto había detenido el tren.
Esperó un rato. Miró por la ventanilla. Allá cerca de la locomotora se veía gente en el andén. Bueno, la ocasión de estirar las piernas, la posibilidad de enterarse de lo sucedido. Comenzó a pasar de vagón en vagón hacia el frente, pero luego decidió hacer el camino por afuera, para recibir un poco del último sol de la tarde. El último sol pone pelirrojos a los árboles, estira las sombras, hace que el cielo se transforme en una escenografía.
Algunos hombres estaban reunidos a la altura de la locomotora. Hablaban entre ellos y uno había encendido un cigarrillo. Cuando ya estaba cerca, un muchacho de campera negra escupió en el suelo. Estuvo a punto de regresar, pero se dijo que toda la vida había escapado ante los gestos desagradables y hoy no. Eso, hoy no. Con los brazos cruzados siguió caminando despacio hasta que pudo ver que en el suelo, en el centro del círculo de hombres, había una vieja motoneta caída de lado, y un hombre con gorra sentado con las piernas abiertas que miraba fijamente sus propias manos. No decía nada.
La mujer se acercó al grupo y preguntó que qué es lo que había pasado, pero los hombres la ignoraron. Su voz era suave, era vieja, era mujer.  Los hombres ignoran a las mujeres viejas de voces débiles.
Con las mejillas encendidas volvió a preguntar, "Qué pasó". Uno de los hombres giró un poco el cuerpo y la miró desde arriba pero no se molestó en contestarle. El joven de campera negra volvió a escupir.
La mujer sintió que se arrebolaba y a la vez una ira avasallante y una avasallante vergüenza.
“Me caí” dijo el hombre de la motocicleta. Después la miró.
“No vi el tren, me asusté cuando noté que lo tenía cerca, y me caí” Dijo el hombre que era viejo, que tenía ojos puros y que la miraba. Hacía mucho que nadie la miraba. Ella pensó que este hombre en el suelo la estaba mirando, pensó que le había contestado, notó que él la miraba con la cara abierta como la de un niño que despierta en medio de la noche y vuelve el rostro hallando el de su madre.
“Sana sana colita de rana” pensó ella. Increíblemente, dijo “sana sana colita de rana” y los dos rieron.
El grupo de hombres no se dio cuenta de que se había partido una montaña, no notó que el cielo se rasgaba, no escuchó caer las piedras de la torre que se derretía en estrépito. El grupo de hombres no hizo ningún comentario, simplemente levantaron la motocicleta y lo ayudaron a ponerse de pie.
Era alto, desgarbado, los pantalones le quedaban un centímetro más cortos de lo que debiesen. Ella le arregló un poco el gabán, y mientras se subía a la motocicleta le preguntó que por qué las dos zetas en el nombre de la estación.
Él no sabía.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com



Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

 INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar

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