*Dibujo de Erika Kuhn.
UN BREVE POEMA
BUCÓLICO *
a mi madre, en
memoria,
que hablaba del
tiempo
Qué tristeza,
¿no? Estuvo lloviendo
a torrentes y
una parte del parral
se está
secando. No es buen tiempo
para sembrar,
parece, ni para mirar.
Las nubes están
bajas, muy bajas, y
sólo se ve
niebla, o alguien que está
triste o
intenta disimularlo o habla
del tiempo o
inventa un chiste. Así
es la historia
de la siembra. Nadie
se engañe,
nadie se ufane. Una flor,
para que
aparezca, es un milagro.
*De Eduardo
Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Buenos Aires,
16 de febrero, 2015
LAS LLUVIAS *
Nuestra
infancia no fue menos feliz porque escaseaban los juguetes. La imaginación de
los niños siempre es ilimitada y sobre todo en aquellos años los pocos que
accedían a uno no eran mayoría en el pueblo. Pocos padres podían hacer un gasto
extra, en mi pueblo.
La lluvia en
ocasiones caía de un modo muy triste, cansinamente sobre los sembrados , a
veces lo hacía con furia, precedida de grandes truenos rodadores como un peñón
que cae desde un monte altísimo, mientras el latigazo de un relámpago se
repetía en el trazo estremecedor sobre las cosas, y la poca gente que buscaba
refugio presto, recogiendo las mujeres la ropa tendida, pero todos sin
excepción recibían ese estremecimiento de la naturaleza como un miedo
atávico que debían soportar , rogando sobre todo los hombres que los destrozos
no fueran tantos ni tan graves.
Los únicos
contentos, con esa alegría de la inconsciencia temprana éramos nosotros, que
gozábamos el espectáculo de los sapos numerosos que cruzaban las calles
anegadas, los perros que se refugiaban bajo la galería de ladrillos mal
cocidos, con sus techos de chapas que reproducían sonoramente el tambor de la
lluvia persistente, los gatos que se pasaban al cajón donde los marlos
esperaban la boca flamígera de la cocina económica, y tal vez el ruido
del vendaval acunaran sueños ronroneantes.
Pero había algo
siempre venturoso. Si estas lluvias se producían en verano, porque venía
precedida de un calor agobiante, de una presión insoportable y siempre era un
augurio de frescura el anuncio de la lluvia y al escampe, cando se habían
cubierto de agua los zanjones que drenaban líquido hacia el campo sería el
momento en que nos quitáramos las alpargatas no sin la venia paterna. Y
salíamos con los barquitos de papel, las latas vacías de sardinas o alguna cosa
de madera que flotara para jugar a las bandas de piratas y corsarios que
leíamos en Julio Verne o en las diversas revistas de historietas. Y venían las
carreras y los resbalones que seguramente nos costaría un reto, pero el fragor
del juego era tan entusiasta que bien valía un reto si en esa carrera de la
pista resbaladiza uno lograba salir primero.
Siempre había
un ocurrente que proponía ir a pescar ranas al zanjón de los Vélez, con un
piolín con el cual atábamos un pedazo de carne y tal vez esa noche podríamos
aportar un menú distinto en nuestras casas y qué ricas resultaban esas ranas
que saltaban en la sartén como si estuvieran vivas y producían cierta aprensión
en mi madre, motivo por el cual intervenía mi padre que siempre estaba
dispuesto a toda cosa a la cual ella no se atrevía. Imposible saber hoy
si esa tarea le agradaba, pero se hacía cargo y nos sentábamos los tres a la
mesa, donde pronto dábamos cuenta de ese manjar crocante.
Como desaguaban
pronto las zanjas y los pequeños canales que la comuna mantenía limpios, ya que
esa última calle llevaba al campo, al otro día casi con seguridad las
encontraríamos vacías, pero con la esperanza de que la lluvia siguiera varios
días para asegurarnos otros momentos de módica felicidad. Claro, todo esto con
la salvedad de algún mandado, ya que en el verano no había clases por tanto la
responsabilidad mermaba mucho, yo diría: casi toda.
Y uno imaginaba
cómo se hincharían de agua las cañadas, cómo irían llenándose de bagres los
anchos canales del campo, cómo se llenarían de garzas blancas los juncales, de
flamencos sus orillas, cómo pondrían a salvo sus nidadas los teros y los patos,
cómo nos esperaría todo ese mundo acuático con el croar ensordecedor de las
ranas, cómo esperábamos entonces el momento en que nuestro padre iría de caza
para acompañarlo con ese cuzco blanco y fiel que tanta alegría trajo a mi niñez
lejana.
A veces en mi
pueblo veo pasar esas barritas de chicos con las modestas cañas de pescar al
hombro que hacen aquel “Camino del diablo” como nosotros, cuando el mundo
estaba en pañales y ninguno de nosotros tenía idea de los sinsabores que nos
esperaban.
Pero también
con estos recuerdos gratos que quiero compartir hoy con ustedes y que me dicen
que se puede ser feliz con poco.
Con casi nada.
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
*
¿Quién no ha
mentido,
alguna vez,
para rebelarse
contra los
prolijos
usos de la
realidad?
¿Para sostener,
descaradamente,
una declaración
de principios
en contra del
caos?
Cuántas veces
la mentira
es la única
verdad
que sostiene al
mundo.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
ECOS EN UNA
PUERTA *
Allí esta.
Quieta y raspada de tiempo. Años en que ya no es utilizada para sus fines.
Apoyada en el tapial. Así es. Ya nadie le da importancia, sólo un par de perros
vagabundos que se acobachan en el ángulo que queda abajo al estar apoyada. Le
dan una utilidad que ella, si fuera consciente, no abría esperado.
En lo personal,
paso a diario por ese tapial que sostiene a la puerta; paso para cumplir mi
jornada laboral. Ella, inmutable. A veces pienso en quienes habían usado su
picaporte, asegurado su llave o abriéndola para que entre o salga alguien o,
simplemente, la brisa necesaria en pleno verano. Por supuesto, sin rostros
fijos. Siempre, al tratar de imaginar esa posibilidad pasada, los rostros
cambian. Y no da para más. La imaginación tiene su propio territorio y uno la
deja jugar libremente, sin alterarse demasiado, sino sólo para mantener activa
esa capacidad: imaginar.
En realidad no
sabría precisar exactamente cuándo fue el día que me paré delante y la miré con
detenimiento, detalladamente: su vieja pintura, la herrumbre de sus bisagras,
las vetas que se forman cuando la madera se reseca, el picaporte raído y sin su
brillo de antaño. Y me animé, no sin antes verificar que nadie me mirase,
golpear la puerta con mis nudillos. Los perros salieron de su cobijo. Pero, lo
más asombroso fue que sentí los pasos que se acercaban desde el otro lado y la
voz preguntando: - ¿Quién es? ¡Puede pasar! ¡Esta abierta! En este momento no
puedo abrirle pero, si es Ud. Juan, déjeme un par de litros en el escalón, como
siempre. Mañana le pago.
Imaginen mi
sorpresa. Y toda mi torpeza. Creo que aún estoy corriendo.
*De Oscar
Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
TRAS LA BÚSQUEDA
DE LO PERFECTO *
Ahora no
tienes, corazón, el vuelo.
José Ángel
Valente.
1
Reencontrarme
con el gozo
a flor de
lengua
en medio de la
mañana
despojando a la
soledad del miedo,
con la
inquietud del exilio,
sin dubitar un
reflejo
y recibir la
vieja estocada
de aquel que
nació condenado a reír
en medio de un
desierto
acumulado por
la tristeza.
2
Ofreceré mi
cabeza a las piedras
para que la
sangre
lave sus dudas
y cuando de mí
se hable como
un recuerdo
brotaré del
suelo
como maleza
ciega
como el grito
inaudible de inquietud
sobre las alas
de las aves
que vendrán a
resucitar
con mis
palabras.
3
Que las
palabras
defiendan mi
legado frente al tiempo
que alejen de
él
la voracidad de
la ruindad humana
presta siempre
a quemar
en la hoguera a
quienes
jamás adjuran
al vicio indomable
de seguir
luciérnagas
con los ojos
cerrados
o el viejo
canto
perdido en el
corazón
del hombre.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
ONDOLOIN *
Le he dicho
ondoloin a una amiga chilena, Ross. Es ya tarde, hemos charlado por face y le
digo ondoloin y no lo entiende. Ondoloin, y las olas de la mar océano se
ondulan de América hasta la lejana península ibérica. Ondoloin le digo, y es el
saludo basko para ir a dormir, y es el nombre de mi casa azul que está en
Rincón y que es la suma de mis deseos, que es la suma de las reminiscencias de
una niñez que ha quedado en hitos y referencias.
Ondoloin digo,
y es la casa de la Ester Márquez hace cuarenta años, con retratos amenazantes
en las paredes, anchas puertas de hierro, muchos patios y olor a jazmín.
Ondoloin digo,
y hago un cartel para mi casa con vidrios de colores pegados sobre una
antiquísima chapa patente de quién sabe qué automóvil desleído en chatarra ya
hace décadas. Ondoloin reza el mosaico de vidrio, y luce los colores de la
bandera de la patria de mi madre, su txoco, su raíz, su pertenencia, el suelo
de montaña y mar, de ovejas y árboles de manzanas pequeñas.
La nombro
Ondoloin a mi quinta que también es mi casa azul, azul de sueños, azul como el
inexistente o no tan inexistente pájaro azul de la felicidad.
Y en Ondoloin
habrá un jardín de invierno con mamparas de vidrios repartidos, evocando los
jardineros ingleses regando delicadamente las rosas en el invernadero. Y habrá
muebles de cedro porque queremos materiales nobles, fuertes, pesados, llenos de
pasado y durables extendiendo largas sombras en lo por venir. Y habrá una
cocina generosa para armado de ravioles y amasijos de pan, un asador interno
para que el fuego pueda hacer figuritas anaranjadas de vidrio líquido, para que
alimentemos con palitos, uno a uno, ese milagro limpio y luminoso.
Habrá en la
casa azul un pez azul, allá arriba en la pared del tanque de agua. Y el pez de
cemento revestido en vidrios centelleantes será un bagre de este mi río, esta
mi tierra puro agua y camalote y ave zancuda. Pero habrá la dulzura del
ondoloin extendido como una sábana de hilo recién planchado y perfumada con
membrillos, envuelta en papel azul de cajón de manzanas, durmiendo ondoloin,
durmiendo, ondoloin, en el ropero de patas de araña.
Será esta una
quinta, una casa, un pequeño lugar de la extensa América. Y habrá copas y
porcelana vieja, y habrá muchas sillas esperando dar hospedaje a los amigos. La
porcelana será europea, las copas americanas, el lugar una vaga intersección
entre dos mundos y dos vertientes cantarinas. Una arroyo, una río estrecho y la
otra delta y catarata.
Ondoloin se
llamará la casa, con columnas de quebracho del ferrocarril, con vidrios azules
de ese profundo azul que ya no se produce. Será entonces, Ondoloin, un momento
titilante entre el pasado y el futuro. Será un pequeño presente y entonces digo
pequeño presente y pienso en un obsequio.
Tendrá jardín y
tiene ya su álamo que trae el mar de Euskadi cuando el viento mece su follaje
maravilloso. Sonido a océano que llega a tierra, olores vegetales de esta mi
tierra de bichos bolita y caracoles.
Comeremos moras
que nos mancharán la piel irremediablemente, paltas caídas de tan alto,
albahaca y romero de los almácigos.
Pasearemos por
calles de arena donde nos observan las lechuzas y donde los perros siempre
duermen desparramados al sol. Donde la gente se cruza y se saluda. Pasearemos
con aroma a eucaliptus medicinal y pasto recién cortado.
A la noche
diremos ondoloin. Ondoloin, ondoloin, ondoloin, lejanas campanas resonando.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
La misma sed *
Esas nubes
oscuras, pesan.
Cargadas de
presagios
suponen
tormentas que llegan
-acorde a
humanas realidades-
con un fondo de
tempestad.
El aire, casi
fuego, abrasa.
Dispongo mi
silencio
en esta calma
inestable
lo adenso, lo
compacto
le doy la forma
de esfera
lo echo a andar
por el paraje sediento.
Después de
largas horas
se rompe la
piel de unas gotas de agua
que parecen a
punto de decirme algo...
Pero callan.
¿Cómo aprender
a no dejarme seducir
por el aroma
del agua en celo
ni aferrarme a
ningún filamento
que suponga
salvación cuando llevo
la mirada hacia
adentro
y la misma sed
encuentro?
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
Bajo un rojo
paraguas *
dos bajo un
rojo paraguas.
calle gris de
andar la lluvia merodeando los
tachos con
basura que los camiones municipales
aún no han
recolectado.
dos
achicharrados bajo un rojo paraguas.
un mozo pita su
cigarro mientras los mira pasar
debajo del
toldo del café
y sonríe.
dos pajaritos
azules bajo el rojo paraguas.
no hay taxis
habrá que caminar el tiempo
ir tocando
mariposas que el agua crea
en su alfarería
sonora de espejos y cristales.
dos bajo un
rojo paraguas se besan
y una niña que
espía desde la quinta ventana del edificio
se sonroja y
sueña ella misma
con el beso que
aún desconoce
dos bajo un
rojo paraguas se abrazan
se dicen el mar
al oído
se llenan el
pelo de olor a estatuas de azúcar
se dejan en la
lengua carne dulce del otro
dos bajo un
rojo paraguas se tocan
descubren de
pronto al otro
no sabían que
estaba allí
y si sabían no
importa
recién se
reconocen
por el olor se
reconocen
dos bajo un
rojo paraguas
inventan el
amor
la calle que
pisan inventan
el mundo
inventan
dos bajo un
rojo paraguas son espejos/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
CANTAMOS *
Sostendré esta
canción hasta que la verdad
me derrote y me
cierre los labios.
"Cantores"
Gabriel Sopeña
Cantamos porque
la vida lo precisa.
Porque al
mágico influjo de la música
las piedras del
camino devienen girasoles,
porque al
cantar se cauterizan las heridas
y nace entre
las manos una espiga
que eleva su
estatura hacia el sonido
que fluye
interminable, que germina
y se expande
como un polen de promesas
por la
extensión sin límite del cielo.
Cantamos porque
el canto es necesario.
Porque en
alguna parte, alguien que sufre,
necesita los
versos, las notas que tañemos,
los acordes que
inventa nuestra lira.
(Pésimo
conversador es el silencio,
hay que romper
su círculo encantado
y lanzar hacia
el viento las palabras
como un cauce
perpetuo que no tiembla
ante el rugido
atronador de sus sicarios)
Cantamos
nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que
nuestras bocas alimenta
y el vino que
nos roba la consciencia.
El canto es una
lucha que no ceja,
una herramienta
contra las cadenas,
un estandarte
imprescindible, una luz plena
que no apagan
las noches de derrota
ni el severo
fluir de lágrimas doradas.
Mi canto es una
bandera de horizontes,
una hoguera de
manos enlazadas,
un coro de
palomas que despiertan.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Búsqueda o el
trabajo de la vida *
La memoria
sueña
cavando pozos
en el cielo
desenredando
del abismo
una joya de luz
o una palabra.
En el vacío de
la esfinge
pinta barcos,
risas,
Una forma de
arrinconar la ausencia.
De pararse y
brillar
sobre los
restos mudos del naufragio.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
***
INVENTRENhttp://inventren.blogspot.com/
ORTIZ DE ROZAS*
(De la Estación
Ortiz De Rozas – Ferrocarril Midland)
La mujer ya no
era joven. Últimamente le parecía que ya nadie era joven, que los amigos, los
vecinos, los parientes, todos habían ido deslizándose junto con ella por una
cinta que los había dejado así, arrugados, desplanchados, desteñidos, como esos
pantalones de trabajo que se van gastando irremediablemente, salpicados y con
alguna que otra recosida para remendar lo que ya no da más de si.
La ventanilla
no deparaba sorpresas. Tras los campos y los postes alguna casita, alguien
trabajando el campo, el cielo. A veces miraba el paisaje, a veces se miraba a
sí misma etérea en el vidrio sucio, un reflejo de alguien con la mano
sosteniendo la cara, el cabello claro, los ojos mirando sus propios ojos sobre
el sinfín de la llanura.
Otra parada. El
tren se detuvo y leyó el cartel “Ortiz de Rozas”. Le molestó la zeta. Y la
repetición de la zeta en los dos apellidos le sugirió la posibilidad de que la
segunda fuese un error, pero no, no creo, se dijo. El cartel era antiguo,
alguien lo hubiese corregido. Es raro, se dijo, es raro pero es así.
La próxima
estación era la suya. Bueno, falta poco. Pero después de diez minutos y de que
no observase pasajeros subiendo o descendiendo, se preparó para la noticia de
que algún desperfecto había detenido el tren.
Esperó un rato.
Miró por la ventanilla. Allá cerca de la locomotora se veía gente en el andén.
Bueno, la ocasión de estirar las piernas, la posibilidad de enterarse de lo
sucedido. Comenzó a pasar de vagón en vagón hacia el frente, pero luego decidió
hacer el camino por afuera, para recibir un poco del último sol de la tarde. El
último sol pone pelirrojos a los árboles, estira las sombras, hace que el cielo
se transforme en una escenografía.
Algunos hombres
estaban reunidos a la altura de la locomotora. Hablaban entre ellos y uno había
encendido un cigarrillo. Cuando ya estaba cerca, un muchacho de campera negra
escupió en el suelo. Estuvo a punto de regresar, pero se dijo que toda la vida
había escapado ante los gestos desagradables y hoy no. Eso, hoy no. Con los
brazos cruzados siguió caminando despacio hasta que pudo ver que en el suelo,
en el centro del círculo de hombres, había una vieja motoneta caída de lado, y
un hombre con gorra sentado con las piernas abiertas que miraba fijamente sus
propias manos. No decía nada.
La mujer se
acercó al grupo y preguntó que qué es lo que había pasado, pero los hombres la
ignoraron. Su voz era suave, era vieja, era mujer. Los hombres ignoran a
las mujeres viejas de voces débiles.
Con las
mejillas encendidas volvió a preguntar, "Qué pasó". Uno de los
hombres giró un poco el cuerpo y la miró desde arriba pero no se molestó en
contestarle. El joven de campera negra volvió a escupir.
La mujer sintió
que se arrebolaba y a la vez una ira avasallante y una avasallante vergüenza.
“Me caí” dijo el
hombre de la motocicleta. Después la miró.
“No vi el tren,
me asusté cuando noté que lo tenía cerca, y me caí” Dijo el hombre que era
viejo, que tenía ojos puros y que la miraba. Hacía mucho que nadie la miraba.
Ella pensó que este hombre en el suelo la estaba mirando, pensó que le había
contestado, notó que él la miraba con la cara abierta como la de un niño que
despierta en medio de la noche y vuelve el rostro hallando el de su madre.
“Sana sana
colita de rana” pensó ella. Increíblemente, dijo “sana sana colita de rana” y
los dos rieron.
El grupo de
hombres no se dio cuenta de que se había partido una montaña, no notó que el
cielo se rasgaba, no escuchó caer las piedras de la torre que se derretía en
estrépito. El grupo de hombres no hizo ningún comentario, simplemente
levantaron la motocicleta y lo ayudaron a ponerse de pie.
Era alto,
desgarbado, los pantalones le quedaban un centímetro más cortos de lo que
debiesen. Ella le arregló un poco el gabán, y mientras se subía a la
motocicleta le preguntó que por qué las dos zetas en el nombre de la estación.
Él no sabía.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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