*Dibujo de Erika Kuhn.
*
Una vez
agujereamos la soledad con la punta de una rama. Desde entonces por ahí vemos
las estrellas.
*De Valeria
Pariso.
COMO EL ROCE DE UN CIELO ÍNTIMO...
El viejo de los
barcos*
Cuando ya todos
nos habíamos olvidado de doblar papel, apareció el viejo. Se sentó a un costado
del universo y comenzó a plegar barcos. Los fue largando, uno a uno, para que
naveguen por las estrellas y nos recuerden la niñez.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
*
Nervaduras
de lluvia nos tocan ciertos días, como el roce de un cielo
íntimo, sabio, después nos abrillantamos, las gotas juegan, el
desierto se aleja
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
Florecido*
El hombre la
había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma
brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada.
Al otro día, justo al otro día, el hombre plantó en su lecho a una muchacha
bella como una azalea. Ella se marcho prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedo
quieto. Siguió plantando bellas mujeres que se marchitaban antes del amanecer.
Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar.
Su vida era un
jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que
percibió esos movimientos adentro. Esos pujos que sintió por todo su
cuerpo se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la
naturaleza. Eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre que
se vio a la mañana en el espejo, comprendió lo que sucedía.
No había
logrado extirpar bien las raíces de ella.
Sus brotes se
abrían paso por los poros y estaban a punto de estallar en flor.
Casi resignado,
escucho su propia voz haciendo ecos en la soledad:
-Sólo pido que
sean flores del color de sus ojos.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
Desencuentros*
Esa que vuela,
nada y anida en mi caudal
busca su doble
la que tiene
manos y pies.
Quiere comer
con su sabor
los frutos que
ella elija.
Palpar los
plumajes
las cortezas
la fría
piedra...
saber el aroma
de la tierra
cuando la
lluvia comienza.
Quedarse con su
lágrima indecisa.
Ser líquida y
correr por sus arterias.
Tal vez se
equivocaron en su especie
y pueda darse
un día ese encuentro
de quien ha
soñado ser de agua,
con este otro
ser
que no sabe por
qué
ni para qué,
le regalaron
una nostalgia
que no fue
elegida.
Y nunca
encontró
el tacto sutil
que la
resuelva.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Un hombre vende
relojes de casi
oro en una esquina.
Hay personas
que
necesitan
la hora medida
con agujas.
Tiempo más
valioso
el medido.
En esa misma
esquina;
hay un árbol
con un hueco
que espera
el tiempo de
las hojas
y los besos
a la sombra
*De Paz
Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
LA LUCHA DEL
PREJUICIO Y EL LINCE*
La casa es un
mordisco de silencio
Una lengua de
gato lame el invierno.
En el techo
aterriza toda la ternura del mundo.
Por dentro la
soga cuelga de un farol encendido.
En el piso de
barro una mujer crucificada, reza.
Tiene tres
hijos, menos uno.
Uno es loco.
Otro está en la cárcel por robar un gato.
El tercero es
negro. El otro no nacerá en agosto.
Las brevas en
sazón. Ríos de leche.
Una víbora
voraz, ávida, insaciable, se acerca.
La casa es
mordedura y grito.
El hombre,
tiene ojos de lince.
La nieve solo
es algodón.
Es una espiga
de voces encendidas.
Una astilla
dolorosa de amor.
Una llave. Un
punzón. Una ganzúa.
Un talón
impoluto. No hay cerrojo.
En el hombre
germina el huracán.
La pared se
abre y la fruta se ofrece.
El deseo puede
más que la muerte.
Rompe la cruz en
tres. La arroja al fuego.
Y bebe de las
maduras brevas.
El corazón es
trueno. Tormenta que viene del oeste
Late, palpita,
se contrae. Tan hambre. Tan vida.
Es tan loca la
pasión. Arde. Incendia noches.
No escucha el
susurro del viento entre los pinos.
Del viento
entre los pinos, el susurro.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
Abrió la puerta
y allí estaba otro mundo.
debían estar
los árboles de siempre
el camino de
siempre
la columna del
tendido eléctrico de siempre
los perros
sin embargo
abrió la puerta y vio el mar
y sobre el mar
una mujer tendida como un barco
sobre ella los
pájaros silbando estaciones/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Bebedero de
pájaros*
*Por Miriam
Cairo. cairo367@yahoo.com.ar
Bloody Mary
Las mesas del
bar que me gusta están ocupadas. Camino pensando en el encanto de los golfos y
las penínsulas. Recuerdo aquel verso: "él duerme en un lecho de
paramecios". En un charco poblado de protozoos ciliados. La bío-metáfora
dañina me zumba en los pies y en los oídos. Doblo a la izquierda por una calle
oscura que no conozco. Desde los acantilados barullentos de este laberinto
orgánico e inorgánico llega el tambor y las trompetas de una fiesta. Subo
siguiendo la calle empedrada. Mascullo estrofas de Perlongher.
Las traiciono.
Al masculino lo hago femenino. Al primer verso lo hago último. En un recodo,
perros blancos corren tras una perra azul arrojada al asombro. Escucho
tambores. Es mismo y otro el amor de hombre con hombre. La calle sigue subiendo
hacia la luna. Los perros encorvan el lomo esperando su momento con la hembra
azul que se peina con la lengua. Es mismo y otro el amor de perra con perro.
Dos marineros corren cuesta arriba. Dos muchachas ríen cuesta abajo. Una mujer
de pelo amarillo se asoma por la ventana. Suena más fuerte su corazón que los
tambores. Los perros retroceden cuando la perra azul retrocede. La jauría
atraviesa de lado a lado la gran noche asfixiada. Pero lo que llena el mundo no
es la asfixia, ni el turismo, ni los paramecios, ni los perros, ni los hombres,
lo que llena el mundo es el tambor de la mujer que se acorazona junto a la
ventana, irrigada por hilos brillantes de Bloody Mary. Lo que llena la noche
son los versos carnosos de Perlongher.
Cuatro
escritores
Retorna un rumor
de versos que por razones de memoria no se comparten. Somos cuatro dentro del
coche moviéndonos de un sitio a otro a gran velocidad por una ruta tropical.
Las casas son pequeñas. Alguien cree que vamos a estrellarnos contra un camión
que viene de frente. Alguien confía en sus
reflejos.
Alguien rememora rutas argentinas. Alguien recobra sus miedos infantiles. Los
cuatro, dentro del auto andamos en líneas de punto por la memoria. Uno de
nosotros recuerda una vieja canción de la infancia. Todas las puertas de las
pequeñas casas están abiertas. Uno de nosotros canta La vie en rose. A
gran velocidad los pozos nos mueven en una danza africana.
Uno de nosotros
mira de adentro hacia fuera, luego de afuera hacia adentro.
Los sacudones
mezclan los puntos suspensivos. Bebemos agua. Los cuatro escritores bebemos
agua. Cada cual sacia a su propio animal sediento. La luz del sol baja entre
los bananeros. Uno de nosotros suspira. Uno de nosotros ve subir a Dios por una
pequeña escalera hacia el cielo. Uno de nosotros no confía en lo que ve con sus
propios ojos. Uno de nosotros cree que Dios sube para demostrar que existe. Los
cuatro escritores tenemos piedad de ese Dios que sufre de vértigo. Dios sube
los últimos escalones en cuatro patas y el universo le da vueltas. Cuando Dios
intenta ponerse de pie cae sobre las plantaciones de banano. Verlo es un
espectáculo escéptico. Los cuatro escritores nos hundimos en un maremágnum de
puntos suspensivos.
Ángel sin patas
Una de tus
nubes merodea mi casa. Me quedo de pie, en el patio, un largo rato y escucho el
viento y los pájaros (tu viento y tus pájaros). Escucho los versos de Billy
Collins descender desde tu nube. Reconozco su fórmula íntima y musical. La
refrendo como si fuera mía. Los versos y la nube se desvanecen y vuelven a
aparecer. Apenas apoyados en sus patas se me acercan cabeza abajo y se repiten
como todo lo que no puede tocarse con las manos.
Tu viento y tus
pájaros, vuelvo a decir, como si fueran míos. Tu nube peregrina cambia de
formas. No sé qué hacer con mis manos, con mi boca devorándose a sí misma. Del
vientre de la nube salen tus pájaros. Y los árboles de toda la ciudad podrían
irse volando. Uno de ellos toma con su pico un trozo de tu nube y me la entrega.
La coloco en una jaula sin barrotes. La alimento con semillas invisibles. Le
doy de beber gotitas púrpuras de un ron imaginario. La nube se hamaca, la nube
canta tu canción, la nube duerme, la nube habla con palabras que otros no
entienden. La nube es un ángel sin patas. La nube pulsa las distancias para que
mi boca y la palabra se unan furiosamente.
*
hay una espina
clavada
en el dedo
índice de mi mano derecha
hay un pequeño
rasguño
una gota de
sangre
seca
hay ardor...
tengo
un pimpollo de
rosa
rojo
sangre
entre mis dedos
que
borra
todo
lo anterior
*De Nora
Ledesma norabledesma@hotmail.com
Los Tiraflores*
Cruzo de vez en
cuando tiraflores
Que aún hoy me
dicen algún piropo:
¿Te muestro mi
choripán?
¡Qué lomo para
saborear¡
Que florcita
para deshojar
Qué buena que
está la madurita
¿Pero no ven
que estoy marchita?
O acaso los
provoco
Con mi
delantera danzante
Para que me
manden un piropo
Por atrás
y por adelante
Dios mío por si
acaso ruego
Que los
Miraflores no sepan
Que sus frases
son fuego
Que sus
calientes locuciones me inquietan
Ardiendo hasta
la punta de los pelos
Medicina para
el alma
Vieja maraña de
maña
Pues camino más
derecha y oportuna
Por si ayuda
alguna aventura
A sacarme las
telas de araña.
Bendiciones a
los tiraflores.
*De Azul.
azulaki@hotmail.com
El Último
Unicornio*
Estoy casi
seguro de ser el único que escucho morir a los pájaros del alba. En el comienzo
de la jornada más larga atravesé las ruinas imprecisas de una ciudad arrasada
por el fuego. Sobre los muros que aún permanecían en pie observé el
bajorrelieve de un anguloso jaguar luchando con unos monos. En mis pensamientos
se materializo luego el guerrero que yacía debajo de la piel ensangrentada del
jaguar. A pesar de la destrucción circundante, la realidad del orbe otrora
civilizado me apabullo y considere reencontrarme nuevamente con la soledad y la
aridez de los campos abiertos. Mis pasos tenían esa impaciencia de escapar
hacia los horizontes infinitos. Anduve durante mucho tiempo por un camino
reseco e infecundo que termino por perderse en unos pajonales inmensos.
Descendí entonces hacia un arroyo rumoroso que me guío hacia el frescor de un
bosque pequeño. En medio de un claro inundado de intensos colores y flechas de
oro vi pastando tranquilamente el pequeño unicornio. Mucho más tarde, por el
recitado cadencioso de los narradores me enteré que este, sin saberlo, era el
último. Ninguno más fue visto y solo sobrevivieron los mitos arteros donde se
lo describe más grande, más equino o fabuloso y su único cuerno de dimensiones
y propiedades exageradas. En realidad el animal que yo vi era como un
cervatillo rojo con un bellísimo cuerno tricolor. Frágil y delicado como una
mariposa de ámbar. Masticaba suavemente tréboles húmedos de rocío y lo rodeaba
un grupo de conejos grises de temblorosas orejas. Me pareció observar que el
unicornio a pesar de pastar, también dormía. Quizás su mundo también era de
sueños y quimeras. Yo seguía la escena desde la frondosidad de unos helechos y
de pronto quedé impávido en mi incredulidad. Los conejos extrajeron desde unos
ocultos bolsillos unos diminutos puñales de plata y avanzaron hacia el unicornio.
Este, con los ojos aún entornados, se estremeció ante el olor acre de los
roedores que lo fue envolviendo y quizás (imposible asegurar su razonamiento)
presintió el final. En el claro, los tréboles se tornaron en simétricas flores
rojas y callaron todos los pájaros del mundo.
Esa calle*
Yo conocí una
calle que está en cualquier lugar
Una calle que
da al mar,
a la caída del
sol, al incendio
una calle que
termina en jardín
un jardín que
se abre
una calle que
se pierde en la selva
una calle que
linda con el grito
con animales de
seda innumerables
con barcos que
se mueven en la luz
y ceremonias
que matan el desierto
Decir yo he
conocido
Es decir la
presiento.
Esa calle me
espera
Desnuda de
carteles
alguna vez
voy a
reconocerla
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
***
http://inventren.blogspot.com/
Boletos*
(De la Estación
Blas Durañona – Ferrocarril Provincial)
A mi amigo
Miguel,
que despertó
estas palabras
NO NOMBRARÉ LA
CIUDAD porque la ciudad es múltiple, y porque lo que allí sucede, bien
puede suceder a diario en otra ciudad, en otro país. Acaso cambien los nombres,
los rostros, los objetos.
Yo, turista en
todas partes, eterno extranjero, pertinaz inhabitante, venía caminando hacia la
estación, con mi maleta medio vacía (maleta de nómada incurable, brevísimo
catálogo de recuerdos y ausencias, inútil equipaje), y un creciente cansancio
que se iba acentuando a medida que mis pies cruzaban más fronteras, a medida
que mi pasaporte acumulaba sellos. Puesto que aún faltaba más de una hora para
la salida de mi tren, tomé asiento en una terraza sombreada.
Enfrente, al
sol, había varios niños jugando. Niños pobres, harapientos, de los que abundan
en los alrededores de casi todas las estaciones del Sur. Cuando pasaba alguien
con traje, o con aspecto de turista, uno de ellos se separaba del grupo y se
acercaba al desconocido, ofreciéndole un billete de lotería. El timo es
antiguo. Se trata de billetes viejos, sin premio, que los chicos recogen del
suelo o de las papeleras y planchan lo mejor que pueden para darles apariencia
de nuevos. A veces, algún despistado compra un billete, pero generalmente hay
gritos y amenazas, y a menudo, los chicos tienen que salir corriendo para no
caer en manos de la policía.
No muy lejos de
allí, las máquinas excavaban lo que muy probablemente se convertiría con el
tiempo en un centro comercial o un edificio de oficinas. Quizá a causa del
monótono ruido de las excavadoras, me amodorré un poco.
Una voz suave
me despertó.
—Señor...
Cuando levanté
la vista, una chiquilla morena, con dos trenzas medio deshechas y una mancha
oscura en la mejilla, me ofrecía uno de aquellos billetes.
Mi primer
impulso fue echarme a reír y despedir a la mocosa con unos céntimos o con la
amenaza de la policía, que es el remedio habitual en estos casos, pero algo en
su mirada me impedía hacer una cosa así.
—El número es
lindo —dijo, tratando de vencer mi indecisión con esas simples palabras.
Entonces la
miré con más detenimiento. Sus ojos no eran los de una niñita suplicante, no
eran ojos mendicantes, ni ojos víctimas; tampoco eran los ojos pícaros de quien
está estafando a un turista crédulo; aquéllos eran los ojos firmes y tranquilos
de alguien que sólo pide lo que por derecho le corresponde.
No lo dudé un
instante. Conté algunas monedas y puse en su mano el dinero que costaba el
billete. Ella me dio las gracias, sonrió dulcemente y regresó junto a sus
amigos. Mientras la miraba alejarse correteando alegremente, guarde el papelito
en mi cartera, junto a la fotografía de Mariela.
Miré el reloj.
Había que irse. Mi tren estaba a punto de llegar.
Sé que es
innecesario contar lo que sigue, decir que aquel fue el primero de una larga
colección de boletos caducados, que hubo en mi camino otras muchas estaciones,
otros niños y otras excusas, que en cada lugar que visité fui atesorando con
avidez los boletos que aquellos niños famélicos me ofrecían, siempre ante la
atenta y burlona mirada de los testigos, ciegos, incapaces de percibir que
todos y cada uno de aquellos papelitos medio arrugados tenían un premio mucho
más valioso que el que indicaban los números impresos.
Durante años he
llevado conmigo ese primer boleto, prueba irrefutable de que la escena
anteriormente narrada no fue un sueño. A veces, contemplo la cifra, («El número
es lindo») como si en ella pudiera leerse algo que no fuese una sucesión más o
menos armoniosa de dígitos. A veces, contemplo la cifra como esperando que esos
signos revelen algo que en realidad no necesita ser revelado.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO
A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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