lunes, mayo 25, 2015

COMO EL ROCE DE UN CIELO ÍNTIMO...



*Dibujo de Erika Kuhn.






*


Una vez agujereamos la soledad con la punta de una rama. Desde entonces por ahí vemos las estrellas.


*De Valeria Pariso.








COMO EL ROCE DE UN CIELO ÍNTIMO...








El viejo de los barcos*


Cuando ya todos nos habíamos olvidado de doblar papel, apareció el viejo. Se sentó a un costado del universo y comenzó a plegar barcos. Los fue largando, uno a uno, para que naveguen por las estrellas y nos recuerden la niñez.


*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell








*


Nervaduras de lluvia nos tocan ciertos días, como el  roce de un cielo íntimo,  sabio, después nos abrillantamos, las gotas juegan, el desierto se aleja


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar











Florecido*



El hombre la había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada. Al otro día, justo al otro día, el hombre plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea. Ella se marcho prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedo quieto. Siguió plantando bellas mujeres que se marchitaban antes del amanecer. Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar.
Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo  se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza. Eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre que se vio a la mañana en el espejo, comprendió lo que sucedía.
No había logrado extirpar bien las raíces de ella.
Sus brotes se abrían paso por los poros y estaban a punto de estallar en flor.
Casi resignado, escucho su propia voz haciendo ecos en la soledad:

-Sólo pido que sean flores del color de sus ojos.



*De Eduardo Francisco Coiro.









Desencuentros*



Esa que vuela, nada y anida en mi caudal
busca su doble
la que tiene manos y pies.
Quiere comer con su sabor
los frutos que ella elija.
Palpar los plumajes
las cortezas
la fría piedra...
saber el aroma de la tierra
cuando la lluvia comienza.
Quedarse con su lágrima indecisa.
Ser líquida y correr por sus arterias.
Tal vez se equivocaron en su especie
y pueda darse un día ese encuentro
de quien ha soñado ser de agua,
con este otro ser
que no sabe por qué
ni para qué,
le regalaron una nostalgia
que no fue elegida.
Y nunca encontró
el tacto sutil
que la resuelva.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar







*


Un hombre vende
relojes de casi oro en una esquina.
Hay personas que
necesitan
la hora medida
con agujas.
Tiempo más valioso
el medido.
En esa misma esquina;
hay un árbol
con un hueco
que espera
el tiempo de las hojas
y los besos
a la sombra


*De Paz Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com










LA LUCHA DEL PREJUICIO Y EL LINCE*


La casa es un mordisco de silencio
Una lengua de gato lame el invierno.
En el techo aterriza toda la ternura del mundo.
Por dentro la soga cuelga de un farol encendido.
En el piso de barro una mujer crucificada, reza.
Tiene tres hijos, menos uno.
Uno es loco. Otro está en la cárcel por robar un gato.
El tercero es negro. El otro no nacerá en agosto.
Las brevas en sazón. Ríos de leche.
Una víbora voraz, ávida, insaciable, se acerca.

La casa es mordedura y grito.
El hombre, tiene ojos de lince.
La nieve solo es algodón.
Es una espiga de voces encendidas.
Una astilla dolorosa de amor.
Una llave. Un punzón. Una ganzúa.
Un talón impoluto. No hay cerrojo.

En el hombre germina el huracán.
La pared se abre y la fruta se ofrece.
El deseo puede más que la muerte.
Rompe la cruz en tres. La arroja al fuego.
Y bebe de las maduras brevas.
El corazón es trueno. Tormenta que viene del oeste
Late, palpita, se contrae. Tan hambre. Tan vida.
Es tan loca la pasión. Arde. Incendia noches.

No escucha el susurro del viento entre los pinos.
Del viento entre los pinos, el susurro.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar








*


Abrió la puerta y allí estaba otro mundo.

debían estar los árboles de siempre

el camino de siempre

la columna del tendido eléctrico de siempre

los perros

sin embargo abrió la puerta y vio el mar

y sobre el mar una mujer tendida como un barco

sobre ella los pájaros silbando estaciones/



*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar










Bebedero de pájaros*




*Por Miriam Cairo. cairo367@yahoo.com.ar




Bloody Mary


Las mesas del bar que me gusta están ocupadas. Camino pensando en el encanto de los golfos y las penínsulas. Recuerdo aquel verso: "él duerme en un lecho de paramecios". En un charco poblado de protozoos ciliados. La bío-metáfora dañina me zumba en los pies y en los oídos. Doblo a la izquierda por una calle oscura que no conozco. Desde los acantilados barullentos de este laberinto orgánico e inorgánico llega el tambor y las trompetas de una fiesta. Subo siguiendo la calle empedrada. Mascullo estrofas de Perlongher.
Las traiciono. Al masculino lo hago femenino. Al primer verso lo hago último. En un recodo, perros blancos corren tras una perra azul arrojada al asombro. Escucho tambores. Es mismo y otro el amor de hombre con hombre. La calle sigue subiendo hacia la luna. Los perros encorvan el lomo esperando su momento con la hembra azul que se peina con la lengua. Es mismo y otro el amor de perra con perro. Dos marineros corren cuesta arriba. Dos muchachas ríen cuesta abajo. Una mujer de pelo amarillo se asoma por la ventana. Suena más fuerte su corazón que los tambores. Los perros retroceden cuando la perra azul retrocede. La jauría atraviesa de lado a lado la gran noche asfixiada. Pero lo que llena el mundo no es la asfixia, ni el turismo, ni los paramecios, ni los perros, ni los hombres, lo que llena el mundo es el tambor de la mujer que se acorazona junto a la ventana, irrigada por hilos brillantes de Bloody Mary. Lo que llena la noche son los versos carnosos de Perlongher.


Cuatro escritores


Retorna un rumor de versos que por razones de memoria no se comparten. Somos cuatro dentro del coche moviéndonos de un sitio a otro a gran velocidad por una ruta tropical. Las casas son pequeñas. Alguien cree que vamos a estrellarnos contra un camión que viene de frente. Alguien confía en sus
reflejos. Alguien rememora rutas argentinas. Alguien recobra sus miedos infantiles. Los cuatro, dentro del auto andamos en líneas de punto por la memoria. Uno de nosotros recuerda una vieja canción de la infancia. Todas las puertas de las pequeñas casas están abiertas. Uno de nosotros canta La vie en rose. A gran velocidad los pozos nos mueven en una danza africana.
Uno de nosotros mira de adentro hacia fuera, luego de afuera hacia adentro.
Los sacudones mezclan los puntos suspensivos. Bebemos agua. Los cuatro escritores bebemos agua. Cada cual sacia a su propio animal sediento. La luz del sol baja entre los bananeros. Uno de nosotros suspira. Uno de nosotros ve subir a Dios por una pequeña escalera hacia el cielo. Uno de nosotros no confía en lo que ve con sus propios ojos. Uno de nosotros cree que Dios sube para demostrar que existe. Los cuatro escritores tenemos piedad de ese Dios que sufre de vértigo. Dios sube los últimos escalones en cuatro patas y el universo le da vueltas. Cuando Dios intenta ponerse de pie cae sobre las plantaciones de banano. Verlo es un espectáculo escéptico. Los cuatro escritores nos hundimos en un maremágnum de puntos suspensivos.




Ángel sin patas


Una de tus nubes merodea mi casa. Me quedo de pie, en el patio, un largo rato y escucho el viento y los pájaros (tu viento y tus pájaros). Escucho los versos de Billy Collins descender desde tu nube. Reconozco su fórmula íntima y musical. La refrendo como si fuera mía. Los versos y la nube se desvanecen y vuelven a aparecer. Apenas apoyados en sus patas se me acercan cabeza abajo y se repiten como todo lo que no puede tocarse con las manos.
Tu viento y tus pájaros, vuelvo a decir, como si fueran míos. Tu nube peregrina cambia de formas. No sé qué hacer con mis manos, con mi boca devorándose a sí misma. Del vientre de la nube salen tus pájaros. Y los árboles de toda la ciudad podrían irse volando. Uno de ellos toma con su pico un trozo de tu nube y me la entrega. La coloco en una jaula sin barrotes. La alimento con semillas invisibles. Le doy de beber gotitas púrpuras de un ron imaginario. La nube se hamaca, la nube canta tu canción, la nube duerme, la nube habla con palabras que otros no entienden. La nube es un ángel sin patas. La nube pulsa las distancias para que mi boca y la palabra se unan furiosamente.









*


hay una espina clavada
en el dedo índice de mi mano derecha
hay un pequeño rasguño
una gota de sangre
seca
hay ardor...

tengo
un pimpollo de rosa
rojo
sangre
entre mis dedos
que
borra
todo
lo anterior


*De Nora Ledesma norabledesma@hotmail.com










Los Tiraflores*



Cruzo de vez en cuando tiraflores

Que aún hoy me dicen algún piropo:
¿Te muestro mi choripán?
¡Qué lomo para saborear¡
Que florcita para deshojar
Qué buena que está la madurita

¿Pero no ven que estoy marchita?

O acaso los provoco
Con mi delantera danzante
Para que me manden un piropo
Por  atrás y  por adelante

Dios mío por si acaso ruego
Que los Miraflores no sepan
Que sus frases son fuego
Que sus calientes locuciones me inquietan
Ardiendo hasta la punta de los pelos

Medicina para el alma
Vieja maraña de maña
Pues camino más derecha y oportuna
Por si ayuda alguna aventura
A sacarme las telas de araña.

Bendiciones a los tiraflores.











El Último Unicornio*



Estoy casi seguro de ser el único que escucho morir a los pájaros del alba. En el comienzo de la jornada más larga atravesé las ruinas imprecisas de una ciudad arrasada por el fuego. Sobre los muros que aún permanecían en pie observé el bajorrelieve de un anguloso jaguar luchando con unos monos. En mis pensamientos se materializo luego el guerrero que yacía debajo de la piel ensangrentada del jaguar. A pesar de la destrucción circundante, la realidad del orbe otrora civilizado me apabullo y considere reencontrarme nuevamente con la soledad y la aridez de los campos abiertos. Mis pasos tenían esa impaciencia de escapar hacia los horizontes infinitos. Anduve durante mucho tiempo por un camino reseco e infecundo que termino por perderse en unos pajonales inmensos. Descendí entonces hacia un arroyo rumoroso que me guío hacia el frescor de un bosque pequeño. En medio de un claro inundado de intensos colores y flechas de oro vi pastando tranquilamente el pequeño unicornio. Mucho más tarde, por el recitado cadencioso de los narradores me enteré que este, sin saberlo, era el último. Ninguno más fue visto y solo sobrevivieron los mitos arteros donde se lo describe más grande, más equino o fabuloso y su único cuerno de dimensiones y propiedades exageradas. En realidad el animal que yo vi era como un cervatillo rojo con un bellísimo cuerno tricolor. Frágil y delicado como una mariposa de ámbar. Masticaba suavemente tréboles húmedos de rocío y lo rodeaba un grupo de conejos grises de temblorosas orejas. Me pareció observar que el unicornio a pesar de pastar, también dormía. Quizás su mundo también era de sueños y quimeras. Yo seguía la escena desde la frondosidad de unos helechos y de pronto quedé impávido en mi incredulidad. Los conejos extrajeron desde unos ocultos bolsillos unos diminutos puñales de plata y avanzaron hacia el unicornio. Este, con los ojos aún entornados, se estremeció ante el olor acre de los roedores que lo fue envolviendo y quizás (imposible asegurar su razonamiento) presintió el final. En el claro, los tréboles se tornaron en simétricas flores rojas y callaron todos los pájaros del mundo.


*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com







Esa calle*



Yo conocí una calle que está en cualquier lugar

Una calle que da al mar,

a la caída del sol, al incendio

una calle que termina en jardín

un jardín que se abre

una calle que se pierde en la selva

una calle que linda con el grito

con animales de seda innumerables

con barcos que se mueven en la luz

y ceremonias que matan el desierto

Decir yo he conocido

Es decir la presiento.

Esa calle me espera

Desnuda de carteles

alguna vez

voy a reconocerla



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar




***


INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/




Boletos*

(De la Estación Blas Durañona – Ferrocarril Provincial)



A mi amigo Miguel,
que despertó estas palabras



NO NOMBRARÉ LA CIUDAD porque la ciudad es múltiple, y porque lo que allí sucede, bien puede suceder a diario en otra ciudad, en otro país. Acaso cambien los nombres, los rostros, los objetos.
Yo, turista en todas partes, eterno extranjero, pertinaz inhabitante, venía caminando hacia la estación, con mi maleta medio vacía (maleta de nómada incurable, brevísimo catálogo de recuerdos y ausencias, inútil equipaje), y un creciente cansancio que se iba acentuando a medida que mis pies cruzaban más fronteras, a medida que mi pasaporte acumulaba sellos. Puesto que aún faltaba más de una hora para la salida de mi tren, tomé asiento en una terraza sombreada.
Enfrente, al sol, había varios niños jugando. Niños pobres, harapientos, de los que abundan en los alrededores de casi todas las estaciones del Sur. Cuando pasaba alguien con traje, o con aspecto de turista, uno de ellos se separaba del grupo y se acercaba al desconocido, ofreciéndole un billete de lotería. El timo es antiguo. Se trata de billetes viejos, sin premio, que los chicos recogen del suelo o de las papeleras y planchan lo mejor que pueden para darles apariencia de nuevos. A veces, algún despistado compra un billete, pero generalmente hay gritos y amenazas, y a menudo, los chicos tienen que salir corriendo para no caer en manos de la policía.
No muy lejos de allí, las máquinas excavaban lo que muy probablemente se convertiría con el tiempo en un centro comercial o un edificio de oficinas. Quizá a causa del monótono ruido de las excavadoras, me amodorré un poco.
Una voz suave me despertó.
—Señor...
Cuando levanté la vista, una chiquilla morena, con dos trenzas medio deshechas y una mancha oscura en la mejilla, me ofrecía uno de aquellos billetes.
Mi primer impulso fue echarme a reír y despedir a la mocosa con unos céntimos o con la amenaza de la policía, que es el remedio habitual en estos casos, pero algo en su mirada me impedía hacer una cosa así.
—El número es lindo —dijo, tratando de vencer mi indecisión con esas simples palabras.
Entonces la miré con más detenimiento. Sus ojos no eran los de una niñita suplicante, no eran ojos mendicantes, ni ojos víctimas; tampoco eran los ojos pícaros de quien está estafando a un turista crédulo; aquéllos eran los ojos firmes y tranquilos de alguien que sólo pide lo que por derecho le corresponde.
No lo dudé un instante. Conté algunas monedas y puse en su mano el dinero que costaba el billete. Ella me dio las gracias, sonrió dulcemente y regresó junto a sus amigos. Mientras la miraba alejarse correteando alegremente, guarde el papelito en mi cartera, junto a la fotografía de Mariela.
Miré el reloj. Había que irse. Mi tren estaba a punto de llegar.
Sé que es innecesario contar lo que sigue, decir que aquel fue el primero de una larga colección de boletos caducados, que hubo en mi camino otras muchas estaciones, otros niños y otras excusas, que en cada lugar que visité fui atesorando con avidez los boletos que aquellos niños famélicos me ofrecían, siempre ante la atenta y burlona mirada de los testigos, ciegos, incapaces de percibir que todos y cada uno de aquellos papelitos medio arrugados tenían un premio mucho más valioso que el que indicaban los números impresos.
Durante años he llevado conmigo ese primer boleto, prueba irrefutable de que la escena anteriormente narrada no fue un sueño. A veces, contemplo la cifra, («El número es lindo») como si en ella pudiera leerse algo que no fuese una sucesión más o menos armoniosa de dígitos. A veces, contemplo la cifra como esperando que esos signos revelen algo que en realidad no necesita ser revelado.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com






***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar


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