viernes, mayo 12, 2017

POR RIELES DE LETRAS…



-Foto de una formación del ferrocarril provincial.






*


La vaporera se detiene. Faltan –a la vista de quien baje a verlo con sus propios ojos- las vías y los durmientes. El maquinista con las antiparras levantadas y el rostro tiznado de hollín conversa con el guarda que lleva su impecable chaqueta color beige y la gorra con visera, conversan y piensan. El guarda habla con el capataz de obra. 
Se ríe por la respuesta.
-Dice que sigamos, que él va a poner vías imposibles de remover.
El maquinista se conmueve, esta aturdido por lo que escucha desde la voz del guarda:
-Dice Don Nicolás que no tengamos miedo, que sigamos sin temer un descarrilamiento, que el pondrá rieles de letras, durmientes de palabras que echarán raíces de acero en los terraplenes. Que hará balasto con vocales duras como piedras.
El maquinista y el guarda se cruzan una breve sonrisa, aceptan la irrealidad absoluta de la situación, van a seguir como debe seguir la vida misma.
El hombre vuelve a subir pero esta vez en un primer vagón casi desierto de pasajeros, se sienta, se promete a si mismo quedarse allí sólo hasta llegar a la próxima estación. Del afuera solo puede ver nubes de vapor que se disipan contra el celeste cielo y un sol tibio que anuncia primaveras. Un grupo de golondrinas tempranas planea como descansando en el aire.



*De Urbano & Coiro.










POR RIELES DE LETRAS…

-Textos de Urbano & Coiro-









El Reynoso


Es un pesado tren el de la memoria. Así lo siente el hombre mientras viaja acunado por el vaivén del tren de trocha angosta.
El arquitecto es hoy un hombre viejo. Ha dirigido muchas obras, ha visto desfilar delante de su mirada a verdaderos personajes entre los albañiles y gremios que trabajaban en sus obras.

“El Reynoso”. Reynoso era el apellido del peón que se convirtió en una leyenda. Cada tanto cuando le tocaba compartir un almuerzo con los obreros, alguien contaba la historia, modificada con el énfasis y el suspenso que le imprimen los Cuentacuentos a sus narraciones.
Los albañiles son excelentes narradores de historias propias y ajenas.

La obra era una casa de campo que quedaba en el medio del campo y no era una metáfora. El campito quedaba a un par de kilómetros de la ruta y a unos 300 metros del apeadero del ferrocarril, se llegaba por una huella que se hacía intransitable con una lluvia copiosa. Unas pocas casas perdidas. Un solo vecino con el que se compartía el alambrado y una línea de eucaliptos altos a los fondos.

Para comprar cigarrillos o comida había que ir hasta la ruta. Un solo corralón de materiales para las urgencias “El cóndor” atendido por dos hermanos con apellido inolvidable: los “Cucurulo”.
Costo encontrar un equipo de albañiles que estuvieran dispuestos a viajar horas en tren para llegar hasta el fin del mundo.
Los albañiles trajeron al Reynoso, un correntino fuerte que además de peonar en la jornada laboral acepto quedarse como sereno en el medio de la nada.
Armamos un obrador con chapas bastante grande, una parte se dividió para que sea el dormitorio del Reynoso. Además del catre, ropa y unas pocas cosas el hombre había traído un pequeño altar caserito del gauchito Gil.
El Reynoso hacía las compras para el asado y llevaba los pedidos de materiales al corralón donde teníamos cuenta corriente. En esa época no existían los teléfonos celulares.

Un día aviso que le regalaron una mascota.
-Le puse “Tigui” dijo. Del gato de Reynoso nos olvidamos enseguida, al hombre se lo vio comprar botellas de leche, juntar los huesos del asado o comprar hueso con carne para el animalito. La mascota se quedaba dentro de un sector alambrado pero bien agreste que ni siquiera fue desmalezado. La única entrada era la puerta del fondo del obrador – casa del sereno.

Esa zona del campito en la que no trabajábamos era el equivalente a una manzana urbana. El proyecto contemplaba en una segunda parte construir allí una amplia pileta de natación, un quincho y parquizar.

En esa mañana de enero había un calor demencial. Era una visita de rutina a una obra que ya estaba en etapa de terminación, estaban los pintores, los albañiles y el Reynoso que recién había vuelto de comprar las provisiones para el mediodía en los comercios de la ruta.
Fue todo muy rápido, como suele ser con los hechos que marcan la memoria para siempre. Escuchamos tiros. Algunos nos silbaron por encima de nuestras cabezas. Uno de los pintores se tiro de la escalera al piso. Se escucho un lamento de animal grande, un ronquido doloroso que venia desde el pastizal. Luego escuchamos el grito que pretendía emular al del Tarzán de Johnny Weissmüller. Ahí ubicamos al tipo trepado al eucalipto blandiendo una carabina con gesto triunfal. No habíamos salido de la sorpresa cuando vimos al Reynoso trepar como su gato al árbol. Sujetó al hombre, lo bajo a los golpes. Desde el piso con el Reynoso golpeándolo ese hombre ya no gritaba como Tarzán sino que pedía auxilio, perdón…
Los albañiles salieron disparados, cruzaron el alambrado, lograron sacarle al Reynoso el cuchillo antes que lo sacara del cinto, creo que lo iba a degollar como a un cordero.

Fue a raíz de esto que días después supimos que ese vecino era un cazador furtivo –denunciado por cuatrerismo- , que tenía a maltraer a varios campos de Saladillo. La noticia podría haber salido en los diarios pero no fue así: el dueño del campo que construía su casa era un empresario exportador de lana que compró un acuerdo de silencio: nadie diría ni una palabra, no habría denuncias policiales. Supe que el acuerdo incluía comprarle su chacra al Tarzán de la carabina un precio increíble con tal de no tener a un chiflado cerca. Reynoso iría a una obra que teníamos en Barracas.

A la mascota la enterramos en los fondos del terreno. Reynoso que era un hombre grande lloraba como un niño. Se había puesto las mejores ropas y tenia un pañuelo colorado anudado al cuello. Le habían matado a la única compañía que había tenido durante dos años en la soledad de ese paraje perdido en la pampa. Ahí nos enteramos de una habilidad de su mascota: como un perrito amaestrado traía en su boca una piedra que colocaba sobre su alpargata, El Reynoso daba la patada con fuerza y entonces el Tigui atrapaba la piedra en el aire o la buscaba entre los pastos hasta traerla de vuelta a los pies del hombre.

20 años después en otra obra ubicada en el barrio de Núñez a la hora del relato, el capataz santiagueño volvió a contar la versión que había escuchado, a su vez en otra obra y hace años, pero esta versión era algo mas verosímil que aquellos hechos ocurridos delante de mis ojos: el vecino era un drogadicto que había ahorcado al gato. El Reynoso había hecho justicia, pues trenzado en lucha lo había degollado sin miramientos.

No dije nada, me limite a escuchar.
Además, lo del tigre de Bengala jamás lo hubieran creído.











AULLIDOS



Es medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera hay un cielo estrellado y luna plena que ilumina el interior del vagón, dibuja formas extrañas según ingresan las sombras altas que bordean cada tanto el recorrido. El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una frase que lo sacude: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre".
Piensa en su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño que lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el hombre no se olvida. Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no lo deja dormir.

En los sueños de muchos hay aullidos.











Henderson



La imagen de la placita frente a la estación Henderson. Él, un niño aprendiendo a andar en bicicleta y Reynaldo su hermano mayor corriendo a la par de su bicicleta para prevenir que no perdiera el equilibrio. Cada tanto veían llegar al tren.
Fue en 1977 el último tren. En septiembre porque fue días antes de su cumpleaños.
El que se ve corriendo al costado del último tren que se va a Buenos Aires.
La gente que agita las manos por la ventanilla, sopla besos.
Se cerraba el tren. Se llevaron hasta los rieles. Había sido testigo en una tarde a la salida de la escuela del paso de esa máquina levanta vías que a su paso solo dejaba marcas de ausencia en el terraplén.
Tarde o temprano hay mucho pasado en la vida de cualquier persona.
De la universidad le quedo aquella enseñanza que decía "la vida de las personas transcurre entre lo imprevisible y lo irreversible".
Y la ciudad de Henderson que se llama así en honor a Frank Henderson, el ciudadano inglés que desde su cargo en el Ferrocarril Sud completó las obras para que el Midland llegara a Carhué.

Frank Henderson que además jugaba al golf, al ajedrez y hasta tuvo tiempo en la vida para la fundación del club de golf en Mar Del Plata -El que pudieron conocer en aquellas vacaciones de familia en el 79-.

Después ocurrió lo irreversible, aunque aun le cueste aceptarlo. Reynaldo fue sorteado para hacer el servicio militar en la Armada. Reynaldo destinado arriba del Phoenix CL 46.

El hombre se niega por un momento a llamarlo por su nombre a ese barco de guerra. ¿Por qué no lo hundieron los japoneses en Pearl Harbor? Todo hubiera sido distinto, se ilusiona en vano, jamás hubiera llegado a ser el Crucero.

En algún limbo Frank Henderson golpea su palo de golf una y otra vez. Las pelotas se pierden al infinito cielo. Como en el azar, son un misil sin blanco.
Reynaldo sigue allí. En el barco, presintiendo o no lo que vendrá y sin poder cambiar el curso de las cosas.

El hombre preferiría que nada de eso hubiera ocurrido. Que la estación siga siendo estación de trenes. Que su padre no hubiera muerto de tristeza hace muchos años. Que a nadie se le hubiera ocurrido poner en la estación -ya sin vías- una terminal de ómnibus. Tampoco que a esa terminal la bautizaran con nombre de su hermano, un héroe del pueblo hundido en el Crucero General Belgrano.












Esa melancolía era una feroz compañía



La foto de los galpones sin techo, donde se guardaban las locomotoras.
Fotografía de la remota época donde el humo, las neblinas y los tonos de gris en las películas se llevaban de la mano. Como su padre que lo llevaba de la mano con el cigarrillo colgando de la boca, mientras se tomaba un descanso de su mundo de trabajo donde casi todo era un “hacer” concreto.

Entonces el hombre volvió a ver otras fotos de su padre, el cigarrillo colgante, esa fuerza de lucha que parecía imposible de doblegar aún por el tiempo, ese gigante. En ese día que era el del cumpleaños de su padre siguió pensando en esa época de la sociedad del humo, donde en las fábricas se trabajaba. Donde el trabajo era tan visible como el hollín en la ropa de los trabajadores. Usando esa vaga excusa para seguir con su mente apresada por la feroz melancolía, el hombre se subió al tren con destino a José Ramón Sojo. Sentía la vocación del paleontólogo que quiere reconstruir al dinosaurio a partir de unos huesos enterrados. Quiso entonces imaginar al ferrocarril y quizás al mundo de su padre y de muchos hombres como su padre, desde ese edificio que en la foto son paredes sin techo, con cardos y pastos crecidos en su interior donde antes descansaban las bestias negras de panza de fuego que vio pasar en su infancia.
Como cualquier otro, el hombre teme a la frustración y más aún al desencanto. Teme que ni siquiera eso exista, que la ceremonia inconsciente que lo motiva ni siquiera pueda concretarse. Arrastra demasiados caminos equivocados, y una edad en que la ilusión ya no lo lleva, como acaso antes ocurrió, todos los días a deseos posibles.

Él sabe que los días de lluvia son sus días libres, para viajar o para intentar alguna aventura como la de aquel día, visitar un galpón abandonado en un lugar donde años antes de la vuelta del tren sólo había campos, "población rural dispersa" según leyó en el último censo.

Al menos, aunque no lograse realizar su trabajo de resucitador de pasados fabriles, si la tormenta no amainaba, el hombre esperaba al menos encontrar un bar en la estación para hacer notas en su cuaderno de andanzas.
El tren y el viaje son un modo de suspender algo y entregarse al azar del destino.

Hay cosas muy locas, piensa, mientras anota en su cuaderno la pintada que ve al bajar del tren con mirada de recién llegado:

"No dejes que tu vida la maneje un robot: Karel Čapek"

Decidió bajar del tren, a pesar de la decepción de hallar un andén devastado por una vejez que no distorsionaba ni la cortina de lluvia de esa tarde de abril. Con lentitud el hombre siguió caminando bajo la lluvia en un sendero asediado por el barro y el pastizal.

“Estos tipos al menos podrían haber construido una vereda desde la estación”, pensó, “o quizás es a propósito, no les interesa”

Pensó que si hubiera sabido que estaría caminando bajo la lluvia, solo, en un sendero donde iba embarrando los zapatos, si lo hubiese sabido de antemano, quizás hubiera seguido arriba del tren hasta un pueblo amable, que al menos tuviera un bar para tomar un café protegido de la lluvia, y donde pudiese intentar escribir algún título (al hombre sólo le salen títulos, los escritos nunca los logra)

Al final del sendero hay una edificación. Hay un portal de entrada con grandes carteles, y una garita donde una especie de portero o vigilante le hace señas de que pase, que vaya hacia el interior, que las visitas son bienvenidas.

Ojalá fuera un museo ferroviario, se dice el hombre, pero es un templo de alguna forma de esas modernas religiones que intentan reemplazar a las antiguas.
Hay una consigna que se lee a poco de entrar, en un cartel que se prende y apaga en múltiples lucecitas de colores como las de los bingos:

"NUESTRO DIOS NO CASTIGA, SÓLO LIBERA"
Y más abajo, en letras luminosas algo más pequeñas: "Todos son bienvenidos"

En la gran nave silenciosa ve un pastor electrónico parado detrás de un atril, con un dispositivo para comenzar en el momento justo en que ingresen fieles. El buen robot de aspecto humanoide comenzó a darle palabras de bienvenida al percibir su presencia. El hombre no quiso oírlo y se hubiese ido en ese momento, si no fuera por la curiosidad de observar que hay filas de bancos provistos con anteojos de realidad virtual para cada fiel que se siente allí. Frente a la línea de bancos también se despliegan tableros verticales con botones que dan opciones para elegir diferentes tipos de sermón del robot pastor:

La misión universal del señor.

Sanación angelical.

Oraciones a los 7 arcángeles.

(Y otros a los que el hombre elige negarles el acento de una mirada)

En un lateral, por encima de ornamentos e imágenes sagradas hay un cartel que advierte: absolutamente prohibido fumar en el interior del templo.
Ahora si siente, sin tener claro un por qué, cómo se derrumba en su interior la edad del humo. Siente de súbito cómo caen las chimeneas, desaparece el hollín, se precipita el cigarrillo colgado de la comisura de la boca de su padre mientras no para de trabajar. Es el fin de este lugar que nunca más tendrá vaporeras. El símbolo que anuncia la muerte de la época en que el hombre nació y creció.

**

Lo único humano era el portero de la entrada grande que saludaba en su garita, y ese hombre está tan solo, que por hablar un poco y sin que le pregunte, le dice que el pastor emprendedor que construyó el templo con un dinero llegado desde otro país vive en Saladillo. Los fieles vienen de todas partes, dice, pero hay horarios de reuniones que usted puede ver en la tablet.
Sin que el visitante lo pida, el portero despliega en su ordenador portátil una grilla de horarios y descripción de eventos, entre los que el hombre pude leer:

-Reunión de causas imposibles: Todos los sábados a las 18 horas.

Ahora el hombre puede levantar la mirada y terminar de aceptar lo que leyó en el gran cartel del pórtico de entrada a la nave del antiguo galpón de locomotoras devenido en iglesia robótica: "Pare de sufrir en José Ramón Sojo"











*


Viaja sin respuestas por la vida. El psicólogo que le vuelve a preguntar:

¿Cómo llegaste hasta acá? ¿Cómo?

Y él sin respuestas.

Ni siquiera para contestar con una ironía: "en el tren de las 10.40 hs”













María Lucila


"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"

Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-



El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio, sabe de mi interés por escribir sobre la estación María Lucila del Midland. Dice que va a contarme algo de su historia personal que sin dudas tiene relación con la antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente
bien y que más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.

-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba.
-me dice con tono de suplica.

-Y porque a mi me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.

Lo que sigue es el relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si no me permite pagar a mi- dijo para terminar con mi resistencia.

En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí y la llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.

Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización cuando el Midland paso a ser parte del ferrocarril Belgrano, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubilo.

Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.

Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.

El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse “con Florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.”

Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.

Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.

(....)

Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.
Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incómodas.

Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que aquel que quiere cambiar una persona.

Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo-, según parece.

La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta. Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.

Un día nos presento a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.

Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Dos autos y vacaciones por el mundo.

Mi padre tenia 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21 años. Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar.
Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido. Te recomiendo que seas un hombre...

Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.

*

De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.

La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logro encontrarla antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie a Km.

Allí vivía mi madre. ya envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -tenia muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenia radio ni televisión.
¿Sabe cual era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.
Sabía del suicidio de Alejandra y le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.


*

Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia clínica que le dieron en el hospital donde se lee el sufrimiento de su último tiempo. Muy poco para un enigma de más de 30 años.
El hombre vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y me lee otra frase de Pizarnik remarcada con birome azul:

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"

Así me siento, así me sentí siempre, -escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.

Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo. Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que he podido contar son historias de vida de gente feliz.













Domador



Al Doctor Enrique no le gustaban mis monólogos existenciales. Por momentos parecía perder la paciencia: “Te atiendo porque sos un hijo y nieto de polacos pero no me digas más boludeces...” de tanto en tanto remataba su enojo con algo sacado de su manual de frases hechas "hacete cargo de tu vida".

Yo era el segundo paciente de la jornada. El primero -Marcelo- subía con el doctor en Puente Alsina. En la estación Libertad bajaba Marcelo y subía yo, nos conocíamos de vista. A veces intercambiábamos breves comentarios como forma de saludo.
Marcelo era un tipo con ojitos chiquitos hundidos en el miedo. Una vez me preguntó: ¿Cuál es tu tema?

-La reparación... Dije sin pensar, como me salió.

¿Y el tuyo? -Pregunté

-El acompañamiento… -Respondió mientras se perdiá entre la gente que estaba en el andén.

Mi sesión duraba hasta Enrique Fynn. Eran 45 minutos.
En Fynn me bajaba y no subía ningún paciente. Aprovechaba el resto del día para ir a visitar la chacra de mi tío que vivía entre patos y gallinas pero se consideraba un inventor.

Para mi el doctor era un loco chiflado pero socialmente era considerado como una eminencia a la que le estaban permitidas esas excentricidades como atender arriba de un tren.

A mi me ganó como paciente aquel día en el que le conté que quería escribir una novela a partir del tío chacarero e inventor aficionado. Su obsesión era diseñar todos los aparatos imaginables a cuerda, con mecanismos y engranajes parecidos a los de relojería para evitar usar electricidad. "Cuando la electricidad no pueda pagarse se van a acordar de mis inventos" Se justificaba.
Sin mediar palabra, Enrique se paro y fue caminando como un robot o más bien como una marioneta por el pasillo del vagón. Cuando se volvió a sentar frente a mí dijo: "No te olvides de incluir un psiquiatra a cuerda"

Aquella risa compartida me convirtió en un paciente feliz y al tiempo en alguien cercano con quien se permitió hablar de él mismo.

A los 17 años -recién ingresado a la carrera de medicina- trabajó en el prostíbulo de una famosa Madame.
-Eran chicas polacas bellísimas -dice con sus ojos tirando chispas- Enrique les enseñaba francés. Ellas le enseñaban a amar. Años después declaró en un reportaje que fue "instructor de modales en un quilombo”. Allí conoció a AGNIESZKA, que además de bella era “Ani, aquella ternura que no se olvida, que se acrecienta cada día más y más”.
Era como un hada adivina que le predijo su futuro de especialista reconocido.
Del lupanar se fue cuando contrajo una neumonía.

“La locura es como la muerte pero reversible” Esa idea lo sacó de la medicina. Lo llevo a psiquiatría.

En un anotador tenía los horarios del Midland e intercalados cuales eran los pacientes que atendía. Ahí supe que el doctor atendía 9 o 10 pacientes en cada viaje y que su jornada terminaba en Carhué.
Guarde como recuerdo una hoja de uno de sus días de atención de pacientes con el detalle de estaciones en las que subían. Cuanto tiempo duraba la atención. En cual estación debían bajar. Enrique sabía que los horarios del Midland eran de una puntualidad inglesa por eso podía confiar la duración de las sesiones al tiempo estipulado de viaje entre una estación y otra.

Marcelo, de Puente Alsina a Libertad. Duración sesión: 45 min.
Kalman, de Libertad a Enrique Fynn. Casi 45 min.
Azucena, de González Risos a San Sebastián. 50 min.
Alejandra, de San Sebastián a Baudrix. Son 60 minutos
Javier, de Baudrix a Morea. 50 min.
Alberto, de Morea a Corbett. 55 min.
Eduardo, de Ordoqui a María Lucila. 45 min.
Lucía, de Henderson Hasta Andant. 55 minutos.
Haydée, de Andant a Casbas 40 min.
Miguel, de San Fermín a Carhué. Son 50 minutos.

En Carhué tenía una amante pelirroja que había sido primero su paciente con la cual cenaba y compartía lecho en el hotel.


Una vez, cuando estaba por bajar en Fynn me tomo del brazo antes de que me vaya para dejar al aire un deseo:

-Cuidame al pueblo de mi otro yo que cuando me retire voy a comprar allí un campito. Quiero vivir tranquilo pero cerca de Buenos Aires. Estoy cansado de la gente.

“Seré domador de caballos”.














LA REPARACIÓN




He soñado una y otra vez en tantos años con el tren que debía tomar y no tome a mediados de 1978.

No tenía un buen minuto. Hacía una semana que me habían liberado de un campo de concentración de la dictadura. Caminaba aterrado de que me volvieran a meter adentro.
Sabía de memoria que tenía que tomar el tren en La Plata y el nombre de la estación en la que debía bajar. En un bollo de papel tenía la dirección de la casa de los viejos de Eleonora. No tenía un buen minuto, si me paraban en la estación los milicos solo por la cara de miedo o preguntaban porque iba a ir a un lugar en medio del campo llamado Álvarez de Toledo no sabía ni que decirles. Mi casi novia esta secuestrada y voy a avisarles a los padres que sigue adentro en tal campo no era muy acorde a la época.

Sólo tenía decidido tirar el bollo de papel si veía tipos de uniformes pidiendo documentos, el resto era la mente en blanco o peor aún: llevar las imágenes y el olor de la mazmorra que seguía impregnado en mi cuerpo.

Pero no fui. Apenas vi el edificio de la terminal del Provincial con un Falcón verde estacionado pegue la vuelta. Me quede en casa encerrado durante meses. Como un buen niño de casi 18 años obedecí el ruego de mis padres de estar bajo su mirada protectora.

Después vinieron la universidad, la beca para irme a Estados Unidos. Allá estoy. Establecido en Bonita un pequeño pueblo de California y con un buen trabajo.

Supe años más adelante que Eleonora estaba viva, que había egresado de su carrera. También se había ido del país. Trabajaba para un organismo internacional en un programa para el rescate y la protección del orangután en Tailandia.

Pero es como si el tiempo no hubiera pasado. Es Eleonora y su rostro de niña riéndose de cualquier pavada incluso de mis chistes malos.

Un día, -de la nada- me dijo: -vos sos pasto para las histéricas.
No hubo otra explicación de ella ni preguntas de mi parte -solo un pequeño silencio- luego seguimos leyendo el texto de Pitirim Sorokin cuyo nombre y apellido nos generaba risueños malentendidos.

Pero lo de "pasto para las histéricas" quedo inamovible, tantas otras cosas fueron a parar al abismo o al olvido, pero aquella frase no. Como un gran enigma sin solución o una profecía que se corroboro con los años en mi propia vida.

Una vez, ya instalado en el centro de investigación y desarrollo genético, propuse la idea de modificar el pasto para lograr una leche vacuna con propiedades para cambiar o suavizar la histeria tanto de hombres como de mujeres.

Mis colegas se rieron largamente, estaban acostumbrados a mis chistes, ni consideraron la posibilidad de que sea un delirio.

-No hay conexión entre perfiles genéticos e histeria.
Además con tantos desafíos por delante quien iba a respaldar que se incluyera un tema como la histeria que parece bien claro de la psicología.

Sin embargo cada tanto y contra casi toda la evidencia disponible vuelvo a insistir con trabajar esa línea. Por esa fe que me quedo en Eleonora a quien le otorgo una lucidez maravillosa o porque creo en las ocurrencias imaginativas y delirantes como fuente de inspiración del conocimiento científico.

Ahora voy a intentar reparar esa parte de mi historia que sigue clavada como una astilla de dolorosa culpa en mi cuerpo. Y verla a Eleonora, dando una charla sobre su experiencia en la preservación del orangután. Es en la ciudad cabecera cercana a su pueblo natal.
Tengo una disculpa para darle y -si puedo- le preguntare por lo de "pasto para las histéricas".

Ya saque el ticket, el tren sale de la terminal del Provincial en la ciudad de La Plata con el curioso nombre de "El amante ingenuo y sentimental"











Preguntas



Por esas cosas del azar que determinan la vida más de lo que creemos llegó cuando la película estaba iniciada. Ya ni recuerda el nombre de la película. Fue arriba del renacido Midland. En ese tren había un vagón exclusivo para brindar cine. Falto de cultura cinéfila sólo reconoció al actor que representa el papel de un profesor de religión al que ve escribir en un pizarrón “Tikkun Olam”. El hombre que viajaba con un cuadernito a mano, anota: dice Richard Gere que significa “Reparar al mundo”.
Hamacado en el movimiento del tren el hombre se duerme. Sueña que arma los pedazos de su vida en un relato amable, en una ficción tolerable, escucha su voz diciendo que esa es la única reparación posible.
Al despertar, la película ha concluido, mira su anotador donde encuentra escritas dos frases más:

“reunir fragmentos”

“amar las cosas de nuevo”

¿Cómo se logra eso? -se preguntó.
¿Cómo se hace para reunir esos pedazos en los que su vida trascurre estallada?
¿Como se hace para amar las cosas de nuevo?

¿Será más sencillo seguir reparando en sueños?












Nos veremos otra vez




Llueve, y llueve fuerte. Afuera de la ventanilla el horizonte esta velado por una cortina de agua.
Nos queda intentar arreglar las cosas desde la literatura piensa el hombre.
El arquitecto Ricardo Klepka acaba de ver a Irene entrando al vagón. Le hace señas para que se siente al lado de él. Irene que tarda en reaccionar, pasaron más de 20 años. El pasado es otra persona, otro mundo al que ya no pertenecemos, y eso incluye a las personas que quedaron allí apresadas en esas capsulas congeladas.

Pero el saludo es emotivo, abrazo, besos. Esa sensación de vértigo que da el no ver al otro en décadas.

¿Cómo me reconociste? –Pregunta Irene.

-Sos vos, igualita antes del tiempo, solo te falta el cigarrillo en los labios y el humo dejando fantasmas.

-Me prohibieron el cigarrillo, pero yo fumo a escondidas, es un ritual personal y no voy a renunciar mientras el cuerpo me lleve hasta un kiosco y pueda comprar los cigarrillos por mi misma.

Ricardo recuerda esa imagen en el estudio de arquitectura donde ambos trabajaban. La vista fija de Irene en la ventana, como no viendo o viendo otra cosa. Ese aire a la Pizarnik que descubrió cuando la vio leyendo un libro con la foto de Alejandra en la tapa.
Irene que le dice con aquel libro en mano y su infaltable cigarrillo en la boca:

-Decidí que iba a fumar una tarde a los 11 años viendo a mi abuelo fumar en el patio.
“Veía a mi abuelo fumando solo en el patio. Esa concentración de estatua viviente imposible de describir: ¿en que pensaba?
Viéndolo con ese hilo de humo que se disipaba en el aire dejando siluetas que jugaba a descubrir mi abuelo era una locomotora mansa. Era de los viejos de antes, macizos, parecían invulnerables. Esos bigotes tipo manubrio de bicicleta que después descubrí que eran igualitos a los de Hindenburg.
Como los abuelos de muchos otros niños mi abuelo había sido foguista ferroviario.
El abuelo armaba sus propios cigarrillos sin filtro o fumaba en pipa, pero yo empecé a fumar en la adolescencia los negros
Parisiennes, éramos minoría las mujeres que fumábamos negros”.

En un momento se funden los recuerdos con la palabra presente de Irene que evoca los momentos compartidos: me encantaban esas horas donde no pasaba nada o no había trabajo y se hablaba, se fumaba y se tomaba mate hasta la hora de irse cada cual a su casa.


Llueve mucho che, el tren parece un barco. En este momento ya debe haber gente con el agua al cuello. –dice Ricardo volviendo por un instante la mirada a la ventanilla

¿Te acordás del proyecto de la casa-barco? Dice Irene.

-Vendría bien retomarlo, todavía tengo cuadernos con apuntes y los planos enrollados.

De memoria: “El barco casa es una unidad transportable, pensada para ser utilizada como vivienda en medios urbanos manteniendo sus características de flotabilidad ante situaciones de inundación extrema” recuerdo la risa de los dueños del estudio, “ni en el Delta lo usarían”.

-Vos terminabas indignado Ricardo: "ustedes en la única tecnología en la que creen es en la bolsa de arena delante de la puerta"

-Algunas veces los maldecía en polaco y otras en ruso. Y si me preguntaban, les decía: consíganse traductor a mí me pagan por proyectista.

La música funcional del tren les acerca a Serú Girán.

¿Te acordás cuando lo desafinábamos a dúo? –dice Irene abriendo bien grandes sus ojos verdeagua.

Si te hace falta quien te trate con amor
Si no tenés a quien brindar tu corazón
Si todo vuelve cuando más lo precisás
Nos veremos otra vez

Un encuentro casual puede ser alegría imprecisa. Un puente sobre el tiempo para desatar todas las preguntas.

La próxima estación esta lejos como el futuro impredecible.











Corbett



Antes de partir a Corbett, su gran obra, había recibido de su amiga Irene una caja con planos, dibujos de esculturas y cuadernos donde Jerome anotaba frases o explicaba el significado de sus obras.

Mientras viajaba en el tren me daba cuenta que el arquitecto Klepka tenia lúdica creatividad: se permitió colocar sus esculturas "Como los 109 trofeos que debía cazar un Maharajá". En su cuaderno explicaba: “esta es una cacería de recuerdos propios a los que debo darles una materialidad”.

El hotel se llama "Edward James Corbett Resort" y queda a metros de la estación de tren. Es un hotel de tres estrellas con baño privado. Pedí una habitación sin saber cuanto tiempo necesitaría para recorrer el parque natural y las obras de arte que Jerome había dejado allí plantadas para que sean vistas e interpretadas por los visitantes.
Ni bien entré pude escuchar del conserje una historia que habla de la personalidad del arquitecto. Durante la obra del reciclado del hotel, el hombre había tenido una fuerte discusión con el contratista que colocaba el parquet. La discusión había llegado al punto de la furia y los hombres iban a arreglar sus diferencias a trompadas. Hasta que el parquetista lo insulto en ruso y Klepka le contesto con otro insulto similar también en idioma ruso. -Irene me había contado que Jerome había aprendido ruso porque su padre lo hablaba como segundo idioma; ya en su adolescencia había decidido estudiarlo bien para leer a Gorki en su idioma madre.-
La cosa es que el conocimiento común de un idioma y de cultura eslava los amigó. El contratista y el arquitecto comenzaron a cantar juntos canciones tradicionales. Para festejar el descubrimiento, Jerome fue hasta su auto, trajo una botella de Grappa Chizzotti y brindaron con los obreros presentes en la obra.

-Como Ud. mismo podrá observar, el parquet de pinotea ha quedado impecable. -Remató el conserje.


Me di cuenta durante un buen rato antes de lograr dormir en una cama desconocida que la idea de escribir sobre un hombre y su obra no es tarea sencilla -al menos con Klepka- . Una segunda idea que había tenido durante el viaje en tren estaba en cuestión, ¿Podría escribir algo más que una crónica sobre lo visto en Corbett? No quería -como muchas otras veces- plantearme objetivos demasiados alejados, tenía certeza sobre las limitaciones de mi escritura. Sin respuesta, lo mejor fue dormirme y esperar que el día siguiente aclarara con su luz las cosas.

Desayune mirando al verde del parque un cielo amplio y celeste hasta el horizonte. El día se mostraba como una promesa esplendida. Como muchas otras veces sentía incomodidad con la soledad. Casi siempre mi trabajo me llevaba a llegar y permanecer solo en diferentes hoteles, la soledad me convertía en un observador o en un cazador de imágenes más precisamente. Me llamó la atención la leyenda impresa en la remera que del hombre de la cabeza afeitada. Tenía menos de cuarenta años, un cuerpo trabajado en horas de gimnasio. Parecía estar en gira de negocios desayunando con socios o clientes. La remera decía en letra enorme: "Y si la mujer del prójimo me desea a mí".


No quise distraerme más. Llevaba en mi bolso un par de cuadernos donde Jerome Klepka describía el origen de las obras que iba a ver ni bien me animara a salir al afuera del hotel.

En el pequeño parque lindero al que miran los ventanales del comedor esta el monumento a Edward J. Corbett. Es una escultura de hierro negro. Teriántropos en lucha: Cuerpo humano con cabeza de Tigre. Arriba de la cabeza lleva el sombrero clásico que hemos visto en las películas llevar a los cazadores. Esa figura lucha con una enorme víbora que se enrosca por su cuerpo desde su pie izquierdo. La serpiente termina en una cabeza humana que mantenía colmillos y lengua de serpiente.

La estatua tiene el subtítulo de "Metamorfosis". Se lee en su enorme base de cemento la inscripción de autoría: JEROME RICARDO KLEPKA. ESTATUARIO. ARQUITECTO. CLONADOR PAISAJISTA.

En el cuaderno dice -textual- : "Metamorfosis". Fue con la infección del colmillo izquierdo. Tenía la mitad del rostro con aspecto felino. Sentía que la fiebre era una enorme serpiente que se enroscaba. Deliraba. Lo más lógico es que la serpiente tuviera en su rostro el aspecto de la serpiente a la que llamamos, afiebrados de autoengaño, "ser humano".

Alejándose de la estación y el hotel hacia el norte esta la entrada al Parque Natural, situado en las tierras de la antigua estancia de los Corbett. Allí quedaron al aire libre las obras de arte de Klepka. La primera obra que pude observar se titula: "El rollo del tiempo".

Escribe: "Después de la salud, el tiempo es lo más valioso que posee una persona. (...) Pensé en las manos de mi padre, en los objetos que había dejado abandonados en el galpón de la casa. Había dos lavarropas oxidados, una heladera Siam. Los alambres que sostenían la antigua parra habían quedado formando un rollo, una nebulosa galaxia que ya no podría volver a extenderse. Fue mi hijo quien lo bautizó como rollo del tiempo"

Me gusto mucho la obra dedicada a Kurt Vonnegut. "Insectos atrapados en ámbar" Son piedras traslucidas apiladas como un muro adentro hay cuerpos de insectos con cabeza humana. Arriba del muro desfila un soldado con un uniforme alemán de la segunda guerra.


Jerome anotó: están mi padre y mi tío en la guerra, nunca saldrán del todo. En el oído les quedara el zumbido de los proyectiles que reventaban el tímpano. Por instantes puedo volver a ver los ojos vivaces de mi padre cuando recordaba la noche iluminada por los proyectiles en la batalla de Montecassino.


**

Cuando retorné del parque estaba bastante cansado, era de noche, había comido algo en un pequeño restaurante ubicado en la antigua residencia del comisionado inglés. Volví a la habitación, me bañe con una ducha que no logre regular bien, con el agua casi fría afloje el cansancio y me dispuse a dormir. La cercanía al campo convertía al hotel en un espacio de resonancia de lo lejano y lo inmediato a la vez. En la habitación contigua –que daba a la cabecera de mi cama- una pareja había comenzado a hacer el amor. Se escuchaba como la mujer jadeaba. Mi primera idea no fue nada romántica: este Jerome, ha sido un gran artista, pero como puede ser que haya construido estas paredes con paneles de yeso que no aíslan nada.

Desde el campo empezó a ganar espacio un tren acercándose con el inconfundible sonido de las vaporeras. ¿Será una North British o una Vulcan Iron Works?
Por momentos la furia del vapor de la locomotora se mezclaba con los jadeos de la pareja.

En cualquier lugar una locomotora atraviesa la noche. Otra mujer que se enciende, hecha vapor, jadea. Hay viajes que crean la vida y otros que la llevan desde un sitio a otro. Antes de conciliar con el sueño se imponía una y otra vez una frase que había leído en mi recorrida. Pensé en lo apropiado que era el título de una de las obras de Klepka: "Lo erótico es la vida".









Carta encontrada en la estación



"He jurado irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación con rumbo desconocido, dejó un cartel en el pizarrón donde se anunciaban las novedades del día "Volveré cuando vuelva a sonar la campana" tuvo un gesto para que pudiéramos ironizar con su ausencia: colocó un espantapájaros con su uniforme de gala sujetando la campana de bronce que uso por años para despedir a cada tren.

Más tarde alternaron sequías e inundaciones, hasta que algunos campos quedaron en lagunas que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando paulatinamente, la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos se morían y con ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y yo éramos los últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada, la tristeza del pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban llegando, y fueron años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi vida, Poliladro, La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy Gitano, Culpable de este amor....

Hace unos meses se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan inerte como la mirada del Espantapájaros que en el andén ocupa el lugar del Jefe de Estación. Así que un día, al retornar de peonar en la estancia grande me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan Darthes. Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdonáme".

Me parece imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios kilómetros hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no puedo imaginar más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando entender el final de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente intrascendente.

Sinceramente,
Javier Ortiz.











La rica



A Antonio Dal Masetto.


El hombre lee en su asiento una carta escrita sobre papel verde. Se inclina un poco tratando que el sol que ingresa por la ventanilla ilumine de lleno en esas letras de birome azul. Tiene sus ojos cansados y la presbicia lo obliga a distanciar bastante la carta, a punto de temer con incomodar con la extensión de su brazo a la señora sentada enfrente en la que puede ver una mirada curiosa detrás de esos anteojos redondos con bastante aumento.

En realidad, no le importa que esa señora de mediana edad y pelo rubio enmarañado se interese por su carta. Ella solo podría haber leído la fecha y el lugar que están en letra visible e imprenta, arriba a la derecha de la primera hoja. Luego viene la letra manuscrita, pequeña y encriptada de Gabriela que se hace imposible de descifrar si la persona no está familiarizada con ella.

Y además, qué importancia tiene que esa señora sepa de su felicidad, de su ir y venir con el amor y la distancia.

Ella iba y venía, en su trabajo por los aires, en sus ensueños o en amores fugaces de cada aeropuerto que no lograban desplazarlo a él. Su hombre. Él, que iba y venía todos los fines de semana para compartir su lecho, sus labios. Para caminar con ella de la manito o en el abrazo de hombro de ella a cadera de él que tanto les gustaba, como a los eternos amantes, novios o compañeros de vida, aunque nunca supieron definirse, no les interesaba otra cosa más que llevarse de la mano o del abrazo por la vida que era una sucesión de instantes o una eternidad bajo una misma luz, pisándose a veces con mutua torpeza los pies en aquellas estrechas veredas del centro antiguo de la ciudad, para luego retornar al departamento de ella y fundirse en un solo cuerpo a luz de luna o estrellas, a sol que entibia la piel o a cielos de acero sin grietas. Aun parece sentir el ruido de la lluvia cayendo a gotones de sonido persistente por los techos, mientras adentro los cuerpos se encendían bajo cobijas del frío invierno.

Sentados en la cama, los domingos a la tarde él le leía cuentos de Dal Masetto y ella a él a Borges o Cortázar. Una vez, le leyó “Romance” y él sabía, que era apenas un pretexto para llegar a la frase final que tanto lo oprimía como presagio, como una anticipación acechante a la vuelta de la esquina, o en cada ir y venir a la estación de trenes, para llegar o partir de los brazos de ella, su amor, su compañera.

Recuerda haberle leído esa frase final del cuento de Antonio Dal Masetto que ahora ronda en su cabeza: “el destino es insondable y no existe felicidad que no esté amenazada”.
Él sentía cada encuentro y cada despedida como si fueran una misma imagen superpuesta de ese intento imperfecto de volver una y otra vez al placer, o al contacto de la piel, la fusión de los cuerpos, el orgasmo de cada cual a su tiempo y modo, la sonrisa del después y el dormir abrazados para entrar en la noche del sueño bien juntitos. Gabriela y su parecido a Bette Davis. Sobre todo la expresión de su mirada. Fue un descubrimiento mientras en una madrugada vieron “La extraña pasajera”. Como les pego esa frase que adoptaron casi como un lema propio: “tenemos las estrellas, no pidamos la luna”.

*

Vuelve a doblar en dos las tres o cuatro hojas de la carta sin dejar de echar una última mirada con los ojos húmedos sobre el encabezado, que seguramente la señora que esta allí enfrente ya ha leído, aun fingiendo desinterés y con la mirada perdida en algún punto de la estación que de una vez están por dejar cuando la fuerza de la máquina logre romper la inercia y el viaje se desate sin atenuantes.

No importa que esa señora sentada enfrente haya leído la fecha: Hamburgo, 15 de abril de 1992.

Y más abajo el Querido Javier: y luego el texto que conoce de memoria y ha leído una y otra vez durante estos años a bordo del tren.

“A los tristes no los quiere nadie” se dice a modo de explicación.

Entonces el tren arranca y el hombre rompe la carta en cuatro con expresión de angustia marcada en el rostro, aunque ya maldice su impulso, su inútil esfuerzo por doblegar ese pequeño hilo de ilusión que lo mantiene ahí, no queriendo preguntarse sin respuesta, y entonces guarda esos grandes pedazos en el bolsillo derecho de su campera, quizá ya mismo piensa en pegarlos con cinta transparente al llegar a su casa.

Intenta disimular su rostro desencajado. Se levanta y se va al otro vagón, no quiere testigos, que nadie sospeche ni se pregunte por que él sigue yendo y viniendo en ese tren. Como si el tiempo no hubiera pasado.














BLACK MIRROR



Siempre llego tarde...no solo a tomar un tren. Pero esta vez no me cerraron el ferrocarril como décadas atrás. El siguiente Tren se denomina "Black Mirror" y sale dentro de dos horas.
Dedique una buena parte del tiempo de espera a preguntar y entender.

Los trenes dependen del ministerio de Cultura. Las líneas de trenes recuperadas como el Provincial, el Midlands y el Compañía General -entre otras- son consideradas como trenes de fomento. Son un bien social. Tienen el objetivo de la difusión cultural en un plano de igualdad al aporte a la economía de pueblos que recorren.

El Black Mirror es un tren temático dedicado a la serie, lo que incluye ver sus capítulos en el vagón de cine club con un rato posterior de debate moderado.

Como "El Amante ingenuo y sentimental" los trenes llevan como nombre el título de un libro, una serie de culto o un autor.

Pregunté lo obvio: si existía el "Jorge Luis Borges", me contestaron que desde luego, pero no en esta línea sino en el Midlands, un tren nocturno que corre los fines de semana desde Puente Alsina, bien cerca del Riachuelo –nuestro espejo negro- que día y noche hace su espejo de luces y sombras entre ambas Riberas, hasta la terminal en Carhué ciudad cabecera del partido de Adolfo Alsina.
Letizia, de informes y turismo me da otro dato: Algunos pasajeros relacionan a la serie Black Mirror con textos de Borges... hay una curiosa coincidencia geográfico - temporal: los sábados y domingos ambos trenes se cruzan en la estación triangular de Ingeniero De Madrid y los pasajeros pueden hacer combinación: bajarse del provincial e ir a Carhué con parada en sus intermedias, o bajar del Midland e ir hasta Mirapampa o cualquiera de sus estaciones intermedias.

-Me dio cierta felicidad adolescente la idea de bajar del Black y subir al Borges.

Puede que después de ver un par de capítulos de Black Mirror siga de largo hasta Ingeniero de Madrid y allí suba al Borges con ánimo de releer en el viaje "El Jardín de los senderos que se bifurcan" o "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius".

De Álvarez de Toledo, solo veré un cartel con el nombre. Una estación a la medianoche. Más allá, en sus calles se verán luminarias orbitadas por insectos.













LA MURRA



Volvíamos en tren con mi padre. Mi viejo trataba de enseñarme como se jugaba a la Murra. Era algo así como piedra, papel y tijera pero distinto, cada jugador debía mostrar un número con sus dedos de la mano derecha arrojados al aire como dados y adivinar la suma total. El vagón estaba a oscuras, las manos de mi padre se iluminaban con la luz de luna que entraba a ráfagas desde la ventanilla. Desde el otro lado de la fila de asientos una mujer -italiana como él- se emocionó: comenzó a contar como se jugaba a la Murra en el bar de su padre. Hablaban a medias en italiano, a veces mezclaban palabras en dialecto y ellos solos se entendían. Hamacado por el movimiento del tren empecé escuchar esa conversación sobre un mundo que ellos conocieron y que seguramente ya no existía en Italia como parte de un sueño.
La animada conversación entre la señora y mi padre en la oscuridad del tren sería en el futuro sólo un suspiro imposible en mi memoria.











Una historia de trenes y hielos



Fue entonces, después del escándalo, cuando el gringo se fue a vivir allí. En medio del campo, aunque no era campo sino una franja de tierra rodeada de agua. Su fiel asesor comercial Graham compró lo que pudo o lo que le vendieron: 15.000 hectáreas de las cuales más de 10.000 son de lagunas permanentes no parece un negocio razonable. Tenía la intención de vivir alejado del mundo, dispuesto a vivir de la caza y la pesca. Con la tranquilidad de los Apalaches, pero en Argentina.
El inventario incluía la antigua estación de tren Rolito, con un edificio habitado por una familia. La laguna “del Venado” y parte de la “Paraguaya”.
Aprendió como pudo algo de español. Mando construir una vivienda pequeña, y ya instalado, dedicaba sus días a tallar frases de la cultura popular que le enseñaban los peones de la estancia en unos durmientes que se hacia traer para ese fin.
“No hay mal que por bien no venga” fue una de las primeras frases talladas en quebracho.

En ese invierno cayo nieve después de 42 años. El campo venía con meses y meses de seca.
Eran señales débiles. Lo había anunciado un científico ruso unos años antes pero la advertencia pasó de largo. O no se comprendió bien la complejidad de la relación entre efecto invernadero y el ciclo de declinación de la energía solar. No fue él único Khabibulló Addusamatov, pero si el más conocido de los científicos que anunciaron la cercanía de una pequeña edad de hielo en el siglo XXI.
El gringo mientras tanto seguía tallando frases, pescando y según decía –aunque nadie encontró ni una línea en un anotador: escribiendo un libro. Más o menos por esa época encargo un proyecto a Glenn, su amigo arquitecto de Carolina del Sur.
Glenn le contesto estaba chiflado o algo por el estilo, pero él insistió: “El futuro está en el sur” estas tierras y ese proyecto eran el resultado del diálogo a solas –sin asesores espirituales- con su Dios. La noticia de la construcción de un complejo hotelero de cinco estrellas frente a la estación Rolito corrió rápido entre los pueblos vecinos, más aún cuando la obra –un complejo hotelero para pasajeros y albergue transitorio- se hacía en medio de la nada o casi al borde de una laguna sólo frecuentada por pescadores de pejerrey.

Fue años después, cuando el complejo ya estaba construido cuando ocurrieron acontecimientos imprevistos, o los milagros, según como quiera verse.
En la primavera del 2023 volvió el tren.
El gringo seguía tallando, de esa época es la frase “Nunca seremos dos sin lastimarnos” que dedicó mentalmente a su ex mujer, a la que seguía amando, aunque detestara en ella esos símbolos comunes que la acercaban a la estética de las mujeres republicanas que llevan collar de perlas en el cuello.
La llegada del tren empezó a generar las condiciones para abrir el complejo hotelero.
El gringo Mark se había hecho devoto de la imagen de la Virgen de Lujan que encontró bajo el alero de la estación. Los paisanos le explicaron que era la patrona de los ferrocarriles y “muy milagrosa”. El ex gobernador hacia gestos visibles de orar y tocaba la base del pequeño oratorio. Nuestra señora del amor a distancia, como la llamaba delante de los paisanos de Guaminí que oraban como él antes de subir al tren, le devolvería lo perdido y más.
Al hombre quizá no le pasaba desapercibido la esencia egoísta del rezar, pero no le parecía del todo mal ese individualismo de las personas que ruegan por sus seres queridos y por sí mismos y no tanto por el buen destino de la humanidad.

Durante el más crudo invierno del que se tenga noticia. Mientras en el parlamento se discutía un posible cierre de los ferrocarriles de fomento por el gasto excesivo que generaban al Estado.
Fue cuando la virgen de la estación lloró perlas de hielo. Los caminos se congelaron y los camiones se quedaban varados en la nieve. El tren mixto de Carhué a Puente Alsina circulaba sin problemas. Un conjunto de locomotoras provistas de un vagón barre nieve aseguraban que las vías estuvieran despejadas y confiables. A pocos meses de una previsible clausura el tren se volvió imprescindible. La humanidad había dilapidado gran parte de sus reservas de combustible fósil y la imprevista llegada de una pequeña edad de hielo que duraría décadas obligaba a que el transporte colectivo tuviera la tecnología más apropiada para afrontar el duro racionamiento que permitía abastecer al consumo industrial y doméstico.

Mientras tanto el complejo de hoteles del gringo prosperaba. Los turistas llegaban en tren para hospedarse, disfrutar y aprender patinaje sobre hielo en las lagunas. Las parejas venían también en tren para hacer el amor en el albergue por horas.
El gringo, además de manejar la caja, atornillaba sus maderas con dichos populares y frases por todas partes. En los jardines se hacían concursos de tallado de obras de arte en hielo y los premios convocaban a artistas de todo el mundo.

Al llegar en el tren desde la oscuridad de la noche impresionaba ver las luces del complejo que proyectaban al cielo una ilusoria aurora boreal. De cerca asombraban sus torres y murallas de aspecto medieval recubiertas en hielo. Sólo hay que cruzar una calle para hospedarse en el “Campo Vikingo” de Rolito.
Arriba del dintel, sobre la mesa de recepción del conserje, quien preste atención podía leer tallado en madera dura uno de los dichos que el gringo aprendió de los paisanos del lugar:

“Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes”









*

Dos novios se dan un beso en el andén. La chica sube al tren.

Beatriz vuelve a decirle "cuando la gente se quiere ver, se ve".

Fue la despedida y ocurrió cuando ese hombre que mira era un adolescente de la edad del chico que quedo allí, parado en el andén, viéndola partir.






***

-Eduardo Francisco Coiro (Urbano Powell) Argentina, (Lomas de Zamora, 1958). Licenciado en Sociología de la Universidad de Buenos Aires y escritor. Es editor de la publicación virtual Inventiva Social. Entre sus proyectos de escritura colectiva lo apasiona el “Inventren”, un tren literario que recupera simbólicamente estación por estación a los trayectos ferroviarios que fueron abandonados.








InvenTren
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.  FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

PLOMER.

KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.  MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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