*Dibujo de Erika
Kuhn.
Uno de ellos*
Al abrir los
ojos estaba helada. Tenía la ropa húmeda por partes, y mojada la tela que
tocaba el suelo.
Aún no había
salido el sol. Oí perros ladrando. Apenas amanecía y los pájaros volvían a sus
nidos. La tormenta había terminado.
El viento de la
noche había derribado algunas ramas. Algún pichón no habría logrado sobrevivir,
eso pensé y me impresioné tanto que alcé el cuerpo sin esfuerzo, decidida a ir
por comida. Apoyé las manos sobre el asfalto, a un costado y me incorporé con
fuerza.
Empecé a
caminar por el borde del cordón, mirando de costado las líneas amarillas a la
izquierda, el cordón a la derecha. Alternaba mis ojos de lado a lado.
De lejos vi
acercarse al corredor con su ropa de colores y materiales inalterables. Sentí
algo de envidia por su persistencia. Pese a todo lo que estábamos viviendo, él
repetía una y otra vez su rutina deportiva.
Una rama me
hizo tropezar. La sensación de frío y extrañeza que me había provocado la
imagen de los nidos y los pichones me impulsaba a andar.
Me sentía
mareada. El incipiente dolor de cabeza que volvía a aparecer se atenuaba con
los ojos cerrados. Entonces no miré más, decidida a avanzar hacia el árbol de
mandarinas para comer alguna. Aún estaba a tres cuadras y se llenaría de gente
que, como yo, necesitaba alimento.
La tormenta del
día y la noche anterior habían aplazado la comida: restos mojados, incomibles,
ríos de agua en las calles. Y el miedo a la inundación que nos paralizaba
cuando mirábamos caer el agua, impetuosa y extrema.
Escuchaba los
sonidos del amanecer. Zumbidos eléctricos, voces aisladas, pasos. Avanzaba con
la confianza que da la costumbre aunque mis pies se movían torpemente. Mis
brazos no seguían el ritmo natural de la caminata. Era consciente de mi cuerpo,
y el resto de mis sentidos compensaban la falta de visión. Necesitaba alimento.
El corredor
pasó cerca de mí. Yo lo reconocí por el olor que exudaba, mezcla de
transpiración y desodorante impregnados en la piel. Muy distinto al olor rancio
de mi cuerpo.
Seguí caminando
tan segura como cuando había cruzado el túnel ferroviario con los ojos
cerrados, repitiéndome palabras hipnóticas para convencerme de que era la mejor
manera de llegar al árbol de paltas, ahora extinto.
La presencia
casi constante del corredor me perseguía, muy de cerca. Al llegar a la esquina
volvió a alcanzarme después de dar vuelta a la manzana. No le tenía miedo.
No temí tampoco
cuando alguien me gritó una advertencia. Solo entorné los ojos, espié en
derredor y continué, custodiada por esa respiración, esa niebla de perfumes que
me acechaba. Custodiada también por todas las miradas que me vigilaban desde
las casas más altas, infranqueables para nosotros, los inundados sin techo, los
olvidados por todos. Éramos invisibles en el sentido humanitario, pero nos
espiaban como a monos peleando por bananas.
Me espiaban
para presenciar con desdén y entretenimiento mi osadía casi diaria en busca de
alimento. En remera y bombacha andando por la calle, trastabillando.
El hambre dolía
y el mareo avanzaba. Terminaría desmayada si no me apuraba a comer algo. Tenía
que llegar al árbol de mandarinas y trepar hacia las ramas más altas antes de
que el sol despertara al resto de la tribu de gente necesitada de alimento, de
casa, de todo. Casi no tenía fuerzas y si no me apuraba pasaría otro día difícil.
Algo se rompió.
Con uno de mis pies quebré algo. Abrí definitivamente los ojos. Miré las líneas
amarillas a mi izquierda, el cordón a mi derecha y me dejé caer. El huevo
habría caído de su nido durante la tormenta.
Desde el piso
pude ver el fosforescente amarillo de las zapatillas del corredor cada vez más
cerca. ¿Cómo es que seguía corriendo? El mundo estaba sumido en el abandono
después de la catástrofe. Pero él no se percataba y seguía corriendo, esbelto y
perfumado. Seguía mirándome y corriendo.
Desde el piso,
y sin pensar, sorbí la yema de huevo esparcida sobre el asfalto. Recuperé
fuerzas.
El corredor
cruzaba la esquina mirándome incrédulo sin ver el auto eléctrico que doblaba
silencioso por detrás del árbol de mandarinas que me esperaba. Alcancé a gritar
muy fuerte mientras me miraba. Enseguida pude ver las líneas fotovoltaicas que
dibujaban sus zapatillas. Antes de caer sobre el asfalto, la delantera del auto
arrasó las baterías que tenía conectadas a su indumentaria.
Entonces, los
vecinos comenzaron a cerrar las compuertas y aberturas por las que nos miraban
a diario. Sabían que nosotros, los desahuciados, llenaríamos las calles de un
alboroto triste, agresivo, impotente.
El corredor
estaba muerto.
Antes de que
llegara el resto le quité la ropa y me la puse. Sus zapatillas me quedaban
grandes, pero eran algo mucho mejor que andar descalza. Me sentí poderosa. A
cambio le puse mi remera harapienta.
Salté sobre el
árbol de mandarinas con una fuerza animal, recargada. Me atraganté del dulce y
el amargo de la cáscara, sorbiendo, tragando el motivo de mi peregrinación
inaplazable.
Después corrí
con la mirada hacia adelante, con las piernas enérgicas pisoteando las líneas
amarillas que hasta hace un rato eran mi guía.
Ahora debería
encontrar la casa del corredor antes de que los otros me vieran y se tiraran
sobre mí para quitarme lo que había conseguido. Después, huiría hacia lo más
alto de la ciudad y me convertiría en uno de ellos.
*De Lorena
Suez. lorenarsuez@gmail.com
-Publicó Intemperie.
Por Viajera Editorial. -2016-
Y TODO LO DEMÁS ES CIELO...
A la orilla del
cielo*
*De Angie
Pagnotta. revistakundra@gmail.com
Amar lo que no
es, lo que no pertenece, lo que nunca más volverá a ser ni existir más allá de
una profunda soledad. Amar con los brazos vivos y cansados, con el peso del
pasado atormentando, con la siempre extraña forma de doler, de no poder sin
dolor.
¿Y cuántas
veces te busqué a la orilla del cielo? ¿Y cuántas veces corrí para encontrarte?
Y en cada búsqueda fue inútil. En cada maldita búsqueda fue todo inútil. Nunca
pude acercarme a vos, a cualquier parte de esos vos que se bifurcan en miles de
túneles, en miles de caminos y crecen aplastados, en todas direcciones, como la
yerba mala de cualquier campo, como la sombra de las nubes, como el reflejo que
da la luna sobre el agua.
A veces
quisiera no preguntarme cómo estarás, pero es en vano no preguntarse.
Preguntarle al viento o al silencio, si tus ojos seguirán ardiendo con la luz
amarilla del patio, preguntar si tu cabello tiene más canas, consultarle al
Dios de la tierra si tus ojos se convirtieron en astros de cosmogonía fértil o
si —tal vez— tus labios mordieron la última bocanada de la luna llena que cubre
el cielo, ahora.
El cuerpo no
olvida. El cuerpo quiere no tener memoria pero no se puede sabotear el alma. No
puede evadir aquello que está incompleto, ni lo profundo del deseo ni lo
exultante de aquel sentimiento de amor no correspondido.
A veces
quisiera no preguntarme, pero el perfume del otoño trae sus recuerdos con gusto
a muerte y es entonces cuando cierro los ojos, pausadamente, y allí te veo bajo
el sol, con los ojos también cerrados y el mar de fondo rompiendo al borde de
las rocas, con el mar rompiendo sus breves olas en una orilla efímera, en la
misma costa donde alguna vez nos abrazamos tan fuerte que todos los fragmentos
de tu cuerpo quedaron unidos al mío.
**
-ANGIE PAGNOTTA Nació en
Godoy Cruz, Mendoza, pero a los pocos meses llegó a Buenos Aires, por lo cual
es 99% porteña. Es Escritora y Periodista. En 2012 fundó Revista Kundra: literatura aleatoria
y el portal de Arte y Cultura, Baires
Digital. Trabajó en contenidos de Redes Sociales y
publicidad para Duro de Domar,
TVR, Fútbol para todos, 678 y Diario Registrado, entre
otros. Colaboró y colabora en distintos medios digitales de Argentina como Cultura Registrada, Diario Femenino, Solo Tempestad, Revista Kunst y
trenINSOMNE. También es redactora en medios gráficos como Revista El Gran Otro y Revista Qu.
En 2013 obtuvo una mención en Narrativa por su cuento “Alejandra”, otorgado por
Guka, revista de la Biblioteca Nacional. Desde 2009 lleva adelante su blog Motivar el relato, un
espacio de libertad donde sube y comparte sus textos que, muchas veces, son
escritos especialmente para ese espacio. Escribió Nada que no quieras, su
primera novela que se encuentra en proceso de corrección y Memoria de lo posible
(2017, Peces de Ciudad) es su primer libro de cuentos. En febrero de 2017 su
cuento “Versiones sobre el río” fue traducido al portugués por
Felipe Buenaventura para FRONTERA, un proyecto que une escritores
latinoamericanos alrededor del mundo. En Julio de 2017 participará de la Antología IV de Peces de Ciudad.
Como lágrimas
en la lluvia*
Vine a gritar y
me pobló el silencio.
Del son, sólo
fantasmas nuestras voces.
Pues todas las
palabras:
las que un día
cantamos,
aquellas que
callamos,
las que nunca
debimos haber dicho,
también las que
escuchamos,
pensamos
inventamos escribimos,
las que en
algún otoño nos dañaron
y las que
despertaron un lánguido suspiro,
las que
pintaron una sonrisa en nuestros labios
y las que no
dejaron ningún poso en nuestro espíritu;
y aun éstas que
ahora escribo,
éstas que acaso
estás leyendo,
también se
perderán en los pliegues del tiempo.
Sólo seremos
ecos,
provisionales
ecos rebotando
hacia un sol
extinguido.
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Publicó “El
alba sin espejos”
MEDITACIÓN SOBRE
EL OTOÑO*
1
Las hojas
parecen balas
que van dejando
un largo rastro anaranjado
en la
superficie rugosa.
Una “Tatarian
honeysuckle” florece tardía
entre las
rendijas de dos rocas
y más abajo, el
arroyuelo
ensimismado por
el flujo de la corriente
juega a ser
destino, y dios
de cuanto le
rodea.
2
El viento se
abate en la alborada
con sigilo
contra la corteza del árbol de papel;
las ardillas
se disputan las
copas de los pinos japoneses
con una manada
de cuervos,
estos,
inmigrantes de otras tierras
parecen
lágrimas nocturnas
cuando tocan el
suelo. Inquilinos
bulliciosos del
otoño.
3
La brisa misma
no se amilana
ante el recorrido
que la espera
del otro lado
del atardecer,
sombrío
como son las
expresiones en los rostros
que,
acorralados,
jamás
sobreviven al holocausto vertical
que los
prolonga
hechos cenizas
de tiempo, cenizas
después de la
humareda
en estampida.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Groppa*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Camarada, quien
toca este libro, toca un hombre.
Walt Whitman
Podríamos decir
algunas (muchas) cosas de un hombre que en plena juventud toma como elección de
vida poner distancia de Buenos Aires y dedicarse a escribir minuciosamente el
paisaje de su Jujuy adoptivo y su gente primero, pero luego la recuperación del
paisaje urbano provinciano con sus personajes y su cultura personal, tarea que
acometió con la minuciosidad y la pasión de un cartógrafo o un entomólogo.
¿Cómo pudo Néstor Groppa producir con lirismo una obra a la que dio estatura
poética? Participó con extrema generosidad y bonhomía en los últimos sesenta
años de la cultural del país. Tuvo premios y halagos y amigos entrañables.
Fue su propio
editor y el editor de otros. Pero sobre todo fue un perseguidor tenaz y
obsesivo del paso del tiempo, ese tiempo que desgasta la vida y los objetos y
no hay nada peor que ver dormida una casa donde uno vivió en la infancia.
Groppa tuvo a no dudarlo un privilegio, que en verdad es mérito de
los elegidos: una innata capacidad para captar lo popular y transmitirlo
líricamente a través de sus crónicas que publicó durante cuarenta años en el
diario Pregón, de San Salvador de Jujuy, donde pasó casi toda su vida adulta,
pero también en poemas o anotaciones al margen que iba escribiendo en cuadernos
y luego con cada entrega en sus Anuarios del Tiempo, editados por su sello
Buenamontaña, en diez volúmenes, entre 1998 y 2009.
El paisaje
norteño lo atrapó cuando llegó a vivir a Tilcara por sus tareas como maestro
rural, pero nunca olvidó aunque sus recuerdos fueron casi fantasmagóricos
ya que se radicó de muy joven en Buenos Aires a su pueblo natal, Laborde,
que primero se llamó "Las liebres", según confiesa y que está perdido
como un abrojo: "Repito varias veces Laborde, y termino por no saber si
Laborde es en mi vida una planta, un cafetín, un hotel o un pueblo" (Este
otoño, Jujuy, 2006). Uno recorre su vasta obra y entiende por qué ese
empecinamiento autobiográfico cuando lee en este libro su epígrafe del Vasco
Pratolini: "Esta no es una historia sin importancia, porque es la historia
de mi vida".
La primera
noticia que tuve de este poeta sensible y necesario, porque se describe su
grandeza recorriendo sus libros, como se supone que debe hacerse, digo que la
primer noticia que tuve de él fue en la revista Crisis, año 1973, cuando salió
una reseña de un libro flamante, de sentido tan lírico y tan insólito:
"Carta terrestre y catálogo de estrellas fugaces (válido solamente para
los años 1966 1970), confeccionado por Néstor Groppa contienen la tierra
y el cielo de San Salvador de Jujuy y se imprimen en el otoño de MCMLXXIII
".
Todo esto
aparece en la tapa, en letras negras sobre un fondo rosado que exhibe un óleo
del pintor Luis Pellegrini, llamado "Con fritanga". Obvio es decir
que no se conseguía en librerías de Rosario, pese a que yo trabajaba en una.
Obtuve no recuerdo cómo su dirección y me envió el ejemplar
dedicado. Allí se inició mi relación con él y con su generosidad, ya que
comenzó a publicarme en el suplemento del diario Pregón de Jujuy, que dirigió
por cuarenta años.
Conversé
entonces con don Alberto Bunichón, distribuidor de los poetas de provincia, un
verdadero puente entre nosotros. Groppa le editó en ese tiempo un libro a
Manuel Castilla y entonces empecé a vender, donde trabajaba, los libros de su
sello. A don Alberto Bunichón, a quien apodaban "El Chivo" por su
barba candado, lo mató la Triple A en Córdoba, donde vivía, el 24 de marzo de
1976.
Con Groppa nos
escribimos y nos enviamos "señales de vida" Raúl G. Aguirre,
dixit durante muchos años hasta que nos conocimos recién en el 2004
cuando lo invitamos al Festival de Poesía de Rosario.
De uno de sus
envíos rescato como un hallazgo, porque no lo conocía, un bello libro del 2006
que se llama Este otoño, con una bellísima foto de un gran árbol que puede ser
un lapacho, obra de su ingenio porque no dice quién la tomó. Con su original
presentación, reproduciendo la declaración de los derechos del hombre que
precede a todos sus libros, donde reproduce el artículo 27 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que dice que "toda persona tiene
derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar
de las artes y participar en el progreso científico y en los beneficios que de
él resulten", Asamblea General de las Naciones Unidas, París, 10 de
diciembre de 1948.
Luego prosigue
con una particular presentación de sí mismo y con una carta del gran poeta
Joaquín Giannuzzi. El trabajo, cuenta Giannuzzi, estaba destinado a la antigua
colección de Ediciones Culturales Argentinas (E.C.A.) de la Secretaría de
Cultura de la Nación que nunca salió. Groppa lo reproduce en su mecanografiado
original, con las tachaduras y enmiendas de un trabajo en camino.
Es un libro
autobiográfico, separado por las ciudades o lugares en que vivió, a guisa de
capítulos: Laborde / Buenos Aires / América (Bs. As.) / Bariloche / Tilcara /
San Salvador de Jujuy. Cada capítulo narra su biografía con mucha sutileza y
lirismo. Intercala también poemas que "ilustran", por decirlo así, su
sentir. Agrega algunas fotos: con su madre que perdió a los nueve años, con sus
padres en la costanera de Buenos Aires, su abuelo, las casas de su familia,
incluyendo la de su natalicio en Laborde. De ese lugar hay una foto de un grupo
de vecinos junto al cartel de hierro de lo que sería la estación de
ferrocarril, donde se reproduce el nombre. También hay un grupo de escolares
sentados en las vías con sus delantales blancos. Abajo una inscripción: Laborde
1919. Es como un fleco de la pampa cerealera y bravía, ocho años antes de que
el propio Groppa naciera en eso que entonces sería un caserío. Otra foto del
poeta cuando era maestro rural en Tilcara con sus alumnos "del 3º B, turno
tarde".
¿Qué pasaba con
este poeta que escribió: "Siempre he amado la lluvia: la lluvia propensa a
la ensoñación. Ese desfile del cielo hacia las tierras, ese deshojarse gris e
incesante, nos invita a remotos pasillos del tiempo"? Con él pasó lo que
solo con los grandes pasa, que su sensibilidad estaba atada a la justicia en la
tierra y todo lo humano le interesaba, y cuanto más humilde, mejor.
La profunda
obra de Néstor Groppa forma parte hace tiempo de lo más entrañable y hondo de
la cultura argentina y es la suya una voz única. Cumple el requerimiento de esa
solitaria presencia que a la postre se presenta humildemente como imprescindible.
Tuvo ese olfato insustituible que solo los grandes tienen para recuperar las
historias de los humildes, de los olvidados, del tiempo que pasa irremediable
pero nos deja un halo de misterio, de melancolía y ternura de las cosas que se
pierden para siempre.
Todo esto tuvo
en sus manos y tuvo también la valentía de defender a los humildes, porque no
consintió que su talento estuviese al servicio de los pocos que deciden.
"Todo
hemos amado y conocido
la humildad la
tristeza
el acordeón en
los patios oscuros y pobres
la Dama de
Noche cerrada de día
la mariposa en
la tulipa
los postres de
una tía soltera
la familia
sentada en la vereda
la criatura que
lloraba por el grillo" escribió .
El poeta Néstor
Groppa, el amigo, ya no está. Pero nos queda el recuerdo de su sonrisa, su
solidaridad y su generosa entrega, nos quedan sus poemas.
"Y todo
lo demás es cielo", concluiré citándolo.
CANTO FATIGADO*
Revivo en cada
instante
con la piel
puesta en soles de verano
por el simple
motivo de saberme
enhebrada a tu
nombre en hilos claros.
La nostalgia se
repite como un canon,
trae
diariamente
una porción de
ausencia entre las manos
y me deja entre
los brazos el canto, fatigado.
La sonrisa
pierde el labio, se ubica
al hombro,
hecha un atado;
y este mundo
increíble, aquí, bajo la frente
pierde el rumbo
y frío
se detiene.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
NUESTRA
INFELICIDAD*
Nuestra
felicidad no nos pertenece. La creamos no con las herramientas que nos son
propias, sino con las que nos prestan. Y no depende como el siglo quiere
hacernos creer de lo que poseemos, sino de lo que damos.
Puede ser una
ingenuidad, pero ciertos antiguos saberes son tan ingenuos como el que un
abrazo es más necesario que el pan, y que la sonrisa del amado calienta el alma
en el invierno.
La felicidad no
es una carcajada necesariamente. Sucede en una capa más profunda y es capaz de
serenar los océanos del infortunio.
Para ser feliz
es necesario ser generoso. Saber dar y saber recibir.
Una mujer que
cocina para su hombre, el padre cansado que se fuerza a estar un ratito más a
pesar del dolor de cintura, el muchacho que resigna unas tardes a acompañar la
tragedia de su amigo. Hallan todos ellos una felicidad de melodía a media voz,
la tranquilidad de estar donde hacen falta.
Pero necesitan,
para poder ejercer su cometido de acompañantes, la retribución del
reconocimiento.
Trabajar por la
felicidad de alguien que nos ignora es un sendero que desemboca en la angustia.
Y aquí acostumbramos considerar tonto a quien no requiere alguna clase de paga,
y acostumbramos denigrar los trabajos desinteresados. Si no se pide nada a
cambio, pensamos que debe de ser algo que no tiene valor.
Es cierto, no
tiene precio. Es inapreciable lo que unos hacen por otros cuando se atreven a
dar desde las entrañas, cosa nada fácil.
Una mujer que
acaricia a su hombre dormido es feliz. Una señora que pone la mesa con las
mejores tazas para recibir a sus amigas. Un hombre que enseña a su vecino cómo
cambiarle el líquido de freno al automóvil es feliz.
La felicidad
florece bajo los techos de chapa, estalla en el patio de una escuela, se
enciende en una oficina. No tiene edad ni condición social. La llevan los
privilegiados que son capaces de convidar con lo que tienen.
Quien es feliz
porque lo envidian, retrasa unos momentos el salto hacia el abismo. Quien se
alegra por el llanto de alguien, detiene un minuto solamente el roer de las
orugas. Mentirá ser feliz el malvado, se mentirá a si mismo, hará la pantomima,
montará su obra teatral. No hemos de darle fe. No le creeremos.
Pero mientras
tanto todo nos lleva a la desdicha. La veneración del cinismo, la confusión de
maldad con inteligencia, el mandato de arrebatar lo que no está fijado al
suelo. Todo nos lleva al blindaje y la desconfianza. O somos ladrones, o
tememos ser despojados.
Creemos que
poseemos lo que guardamos, y somos esclavos de lo que nos negamos a dar.
La mujer no
quiere ser usada, y se niega el privilegio de atender a su hombre. El hombre no
quiere que la mujer lo domine, y se niega el privilegio de atenderla. Aferrados
a nuestras mezquinas posiciones, amurallados todos, profunda, dolorosamente
infelices. Pero eso si, indiscutiblemente dueños, patrones y propietarios de
nuestra infelicidad.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
A este mundo*
Hemos aprendido
a comprender
ciertos
absurdos,
a desandar
veredas
que irradian
desconsuelos.
Aprendimos,
casi sin darnos
cuenta,
a poblar
la existencia
desolada,
a celebrar
pequeñeces
que forjamos
a diario.
Aprendimos
a ser más
generosos
y menos
atrevidos,
a no ser tan
sinceros
y a no
necesitar
mentir
para
entendernos.
Hemos aprendido
de la vida
y los años
que para eso
vinimos
a este mundo.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
10 *
Cuando los
duelos
cuando las
lágrimas
cuando la
inercia
cuando el vacío
cuando las
sombras
cuando ya no.
Así.
*De Paula
Novoa.
-De El
año que fui homeless, Cave Librum Editorial (2014)
-Paula Novoa
nació un 08 de marzo de 1976 en San Antonio de Padua. Es profesora en Lengua,
Literatura y Latín (I.S.F.D. N°45, Haedo) y Licenciada en Lengua y Literatura
con orientación en análisis del discurso (UNLaM). Escritora de poesía.
Publicó: El
año que fui homeless, Cave Librum Editorial (2014) e Hija de mala madre,
Cave Librum Editorial (2016).
Actualmente
trabaja como profesora de Lengua y Literatura en escuelas secundarias del
municipio de Moreno.
InvenTren
Con vos al
espacio*
Para Tommy, por todo.
Después, nos fuimos. Subimos al
tren y recién a la media hora de iniciado el viaje, nos abrazamos y nos dimos
cuenta de algo: todo había quedado atrás: los terceros, los planteos, el
trabajo, los apuros por dejar todo prolijo y los conflictos que de rebote nos
salpicaron: todo; todo, detrás. Nos mantuvimos abrazados un instante y nos
tomamos de la mano y ese acto — prácticamente involuntario—, se estableció como
símbolo de no soltarnos más, de no volver a retroceder. Observamos el paisaje.
Respiramos aquel aire de salvación y de vida, pusimos música en nuestros oídos
y nos dejamos abrazar por el tiempo y el movimiento del vagón que iba a una
velocidad indescifrable. Al mirar por la ventana, vimos témpanos de verde,
pradera, montañas, desniveles de texturas y un cielo inmenso, precioso, que
rompía con sus rayos cada centímetro de tierra roja, dejándola molida. Algunas
horas más tarde nos pusimos a conversar sobre lo ocurrido; sobre ese fantasma
que se había vestido de negro y que, finalmente, había quedado a kilómetros luz
en el pasado. ¿Te das cuenta de todo?, pregunté. La paz había llegado. Ya
no nos opacaría más aquel loop de ausencia que tenía que ver más con la
muerte que con la vida o el amor. También hablamos sobre el presente —el
único tiempo que verdaderamente importa— en cómo nuestro ahora se había
construido de esta forma y en cómo se había dado nuestro universo, pero —sobre
todo—, en cuan vital había sido confiar en nosotros mismos y en lo que
sentimos, porque ese “pequeño” paso había sido el motor de encuentro con la
verdad. Lo que estábamos viviendo era un reflejo de lo que habíamos deseado y
de aquello que necesitábamos para afianzar aún más nuestros pies ¿Y qué otra
cosa se necesita para volar, más que el amor? Ante el arrebato de felicidad nos
besamos y nuestros labios, como galaxias, estallaron. Nubes de colores se
desprendieron por nuestras bocas y mil planetas desprendieron sus volcanes
sobre nosotros; todo se tiñó de mil texturas y los destellos de cielo quedaron
flotando en el aire. Próxima estación, anunciaron por el altavoz, y nosotros
estábamos más allá de las estrellas. Con vos hasta lo más lejos que exista en
el camino, le dije a Tommy en el oído, y de la mano caminamos más fuertes que
nunca, más enteros, más unidos.
*De Angie
Pagnotta. revistakundra@gmail.com
-ANGIE PAGNOTTA Nació en
Godoy Cruz, Mendoza, pero a los pocos meses llegó a Buenos Aires, por lo cual
es 99% porteña. Es Escritora y Periodista. En 2012 fundó Revista Kundra: literatura aleatoria
y el portal de Arte y Cultura, Baires
Digital. Trabajó en contenidos de Redes Sociales y
publicidad para Duro de Domar,
TVR, Fútbol para todos, 678 y Diario Registrado, entre
otros. Colaboró y colabora en distintos medios digitales de Argentina como Cultura Registrada, Diario Femenino, Solo Tempestad, Revista Kunst y
trenINSOMNE. También es redactora en medios gráficos como Revista El Gran Otro y Revista Qu.
En 2013 obtuvo una mención en Narrativa por su cuento “Alejandra”, otorgado por
Guka, revista de la Biblioteca Nacional. Desde 2009 lleva adelante su blog Motivar el relato, un
espacio de libertad donde sube y comparte sus textos que, muchas veces, son
escritos especialmente para ese espacio. Escribió Nada que no quieras, su
primera novela que se encuentra en proceso de corrección y Memoria de lo posible
(2017, Peces de Ciudad) es su primer libro de cuentos. En febrero de 2017 su
cuento “Versiones sobre el río” fue traducido al portugués por
Felipe Buenaventura para FRONTERA, un proyecto que une escritores
latinoamericanos alrededor del mundo. En Julio de 2017 participará de la Antología IV de Peces de Ciudad.
-Próximas estaciones para escribir:
POLVAREDAS
–Por Ferrocarril Provincial-
PLOMER
-Por Ferrocarril Midland-
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Provincial:
JUAN ATUCHA. JUAN
TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS
EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN
JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Midland:
KM. 55. ELÍAS
ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL
BELGRANO. LIBERTAD. MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA
SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA
CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO
MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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