jueves, agosto 16, 2018

LA DESNUDEZ DE LA EXISTENCIA…



*Ophelia, obra de Sarah Bernhardt. (1844-1923)









Nos habíamos amado tanto*



Perdiste el hilo del propio deseo
perdiste la posibilidad de la palabra certera
la lengua no te responde
y la mano no escribe
las únicas palabras que vale la pena escribir.
La botella flota a la deriva
sin mensaje
¡ey! nos habíamos amado tanto
no lo olvides
hubo eso y muchas cosas bajo lunas
en camas revueltas
la gente, nosotros, la escritura misma.
Pero ahora: prestá atención
a lo que se hace en este momento:
la lengua atada al vínculo
la lengua como carne y nada más
la lengua recorriendo las partes de un todo.
Hablo, por supuesto, de un cuerpo
pero también de otra cosa
(cada quien sabe).
Hablo de una lengua que ya no sabe hablar
más que el lenguaje del sexo, quizá.
Hablo de una lengua muda
pero en ningún caso muerta.
Hubo esa otra posibilidad, sin embargo:
esa dependencia gozosa de la que hicimos un pozo
una garganta de viento
trocada en un cuerpo, sin presencia
las épocas en que supimos escribir mensajes
con tinta, y no con saliva
las épocas en que éramos más inexpertos
en sentir los vaivenes tibios de las pieles.
Pero no olvides, lo de entonces:
nos habíamos amado tanto.



*De  Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com


-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.









LA DESNUDEZ DE LA EXISTENCIA…









Glauce Baldovin o la poesía del despojo*



Julio Castellanos ha escrito que en la poesía de esta poeta que no duda de calificar como la más original de toda Latinoamérica, y en su poesía "vibra la desnudez de la existencia". Yo me atrevo a agregar que en los versos firmes que Glauce Baldovin nos ha legado, nos los ha brindado generosamente desde el fondo del dolor más hondo, en la convicción que nos dejaba un legado, una manera de mirar la vida desde el centro mismo de su dolor y dando una clara lección de humanismo pavesiano.
Probablemente su obra fue como el testimonio ético y estético de una época infame que creímos dejar atrás. Probablemente en ese tiempo en que le tocó padecer una tragedia colectiva pero además en la desgarradura que parte de su tragedia personal.
Castellanos dice que Glauce parte de una poética sesentista y setentista. Y es muy cierto, pero hoy, vista a la distancia, cuando todo el corpus de su producción está ante nosotros, quienes somos testigos de su valor pero también con la triste certeza que nos dejó la conciencia de su muerte, podemos comprobar que produjo una obra que seguramente atravesará la miseria de este tiempo y seguramente iluminará los venideros.
Agreguemos también que a esta poesía que hoy nos convoca y nos exige un compromiso con ella, no se la escribe desde el aire y deja muy lejos, aunque lo incluya, ese valor profunda y valerosamente testimonial.
Con su tragedia, Glauce pudo hacer un panfleto y habría estado en su derecho, y habría sido comprensible, pero una artista de su envergadura nos legó una obra maestra.
Ella escribe "mi signo es de fuego". Es verdad, pero tuvo el imbatible coraje y el talento de no dejarse devorar por ese fuego. Nos dejó estos versos que nos interpelan desde el arte más exquisito y llaman nuestra atención para comprenderla.
Elena Anníbali, en el otro prólogo de este libro acertadamente anota: "Escribir sobre el despojo, siendo testigo de una época, de una materialidad en lo abyecto, escribir desde la intimidad y el dolor de lo pensado".
Leer con emoción contenida estos poemas nos produce la inquieta sensación de estar leyendo las páginas de algún Antiguo Testamento, con esa unción que produce la poesía que podemos con toda naturalidad llamar religiosa, porque justamente eso quiere decir la palabra religión, re-ligar el amor de la comunidad. En este caso, conteniendo lo sacralizado en el género humano.
Es probable que a Glauce se le pueda aplicar algún concepto que Juan José Saer usó para Juan L. Ortiz.
Ella pertenece a aquellos autores únicos que son rápidamente reconocibles porque dentro de la misma poesía crean un idioma propio, un idiolecto (la palabra me pertenece) dentro del universo del idioma.
Su obra, la de Glauce Baldovin, es como una piedra que cae en ese estanque sin diluirse, es una poesía que desde la subjetividad más honda se materializa, cumple esa función que a Neruda le dictan sus versos de Tres cantos materiales.
El libro de los poetas incluye dos series: En el volcán y Ni olvido ni perdón. Ambos configuran su canon personal de lecturas y también el de sus afectos personales.
Es un mapa que puede ser el de su reservorio, donde quiere conservar, retener y alimentar lo que más ama o desea. Lo que comprende una defensa contra le inclemencia atroz del mundo.
"Cumple --dice Saer de Ortiz-- un deslumbre ante la materia que llamamos mundo". Lo mismo podemos decir de los poemas de Glauce.
La poesía de la poeta cordobesa avanza sutil y delicada, muy lejos del panfleto, creando belleza a su alrededor y haciendo carne para siempre la sensación del despojo. De la entraña que se arranca y deja su llaga viva que no se traduce en odio sino en épica, en una forma de poder sobrevivir en este mundo. Por la solidaridad y la entrega con que se abandona a la poesía.
Nosotros somos hoy depositarios de este legado y estamos impávidos descifrando estas palabras que la vigilia de una mujer valiente puso ante nuestros ojos como una gema o una piedra calcinada.



*De Jorge  Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Rosario, 9 de agosto de 2018












Yo Seclaud I *


*De Glauce Baldovin
(1928-1995)



Soy Seclaud
la de dos cabezas y cinco corazones
la que reparte el pan de la alegría
y se somete a los presagios y las maldiciones.
Nada podrá contra mí gallina
de plumas encrespadas
que llora como mujer parturienta
ni los perros que aúllan a la luna.
Él vendrá con la vara de nardos cuajada de abalorios
a inaugurar nuevas conmemoraciones
porque he tallado azules sus ojos en el granito
y he amasado con hierbas olorosas su corazón.
Nadie podrá dañarme.
Resbalarán en mí los conjuros como en el cuerpo de
Las serpientes acuáticas.
Yo, Seclaud, desde la ribera de las cenizas
Y los ungüentos aceitosos
De las cacerolas y los espejos
Veo partir las naves hacia nuevas conquistas.
¡Adelante, viajeros que llevan en los mascarones de proa el mensaje último de los filósofos
la sabiduría de los científicos
los poemas que nos perpetúan!
Yo quedaré cuidando la tierra
los ángeles de manos callosas
las mermeladas.


*(De Yo, Seclaud)














LA SOLEDAD EXISTENCIAL DEL CAMINO*



Voy por el camino
sin saber
adonde;
a menudo
confundo
los nombres
de las calles
y giro
en falso
buscando
en la
incertidumbre
una salida
en donde
no existe, y
vuelvo
a emprender
el retorno
que creo ver
mientras
camino, pero
que en lo
hondo, sé
que no existe
tal cosa
como camino
cuando
se desconoce
quién eres
o quién
has sido.


*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es














CABEZA Y TIEMPO*



El busto estuvo siempre sobre la mesita del living, una de esas cosas invisibles por exceso de permanencia, por desaparición de los sentidos a fuerza de repetición. Como el olor de la propia casa, única confluencia de rastros olfativos que nos está negada porque se halla ya incorporada de tal modo que desaparece, así el pequeño busto de mármol era un objeto transparente.
Años de pasar por la habitación sin reparar en la esculturita, blanquecina presencia cotidiana dentro del paisaje visual.
Justo ahora se le ocurre mirarla. Extiende la mano y la sensación del peso, la frescura de la piedra calza guante y zapato, dedo por dedo talón arco justo en las palmas. Hecho para ser observado de cerca, se revela a su mirada como una foto polaroid que corporiza una presencia de espíritu y mediúmnicamente invoca un fantasma.
Es una cabeza masculina y esa es la primera sorpresa, porque los bustos suelen ser retratos de mujeres más o menos lánguidas, con esa belleza anodina de las muchachas que parecen abstraídas en sus pensamientos, pero en las que se adivina un definitivo no pensar, se adivina la pose tentadora de la reflexión imitada rasgo por rasgo frente silenciosa ojos perdidos en una lejanía romántica labios quietos casi serios casi a punto de sonreír, una más bien nada, como conviene a una jovencita.
Pero es una cabeza masculina. Un hombre que la mira a los ojos con atención, minuciosamente cincelado cada pequeño detalle, con los rasgos firmes de quien no condesciende al engaño y se atreve a sostener con solvencia el puente sólido y perturbador de los ojos en los ojos.
Por un rato no puede hacer otra cosa que mirar los ojos que la miran.
Siente que hay en dejar vagar la atención por el resto del rostro como una claudicación, un apartarse perturbado. Siente que cortar el puente es un reconocimiento de vergüenza, una especie de demostración de debilidad. El hombre la mira a los ojos, ella no puede apartar la mirada. Se dice que es gracioso, pero no tiene ganas de sonreír.
Con aceptación de derrota aparta entonces la vista y descubre las finas líneas de arrugas en la frente, las cejas de arco perfecto recorriendo con firmeza el contorno de las órbitas, los labios cerrados. Hay en la expresión del hombre callado y quieto una seguridad sin fisuras. Atento y cerrado en sí mismo, bloque de material pero de conciencia, único e indiviso apariencia peso color rasgos unívocos. Exceso de yo en ese hombre que confortablemente es él y no aparenta ni finje, que es él y no otro, tal como debe ser tal como fue creado desde siempre desde toda la eternidad, que si un vago escultor no lo hubiese tallado cincelado extraído de la piedra, otro lo hubiese hecho, pues se demuestra en la forma el grado de necesariedad. Y en la palma de su mano, en la palma de su mano.
¿Quién eres tú?, pregunta sin mover los labios ella que lo sostiene en la palma de la mano, ella que es sostenida desde la palma por esa pieza monolítica de maravilla. ¿Quién eres tú?, sabiendo que es solamente una escultura en su mano, una cabeza de mármol negada al habla negada a la palabra negada a la vida, esta vida que transcurre y modifica y hace crecer pero las más de las veces descompone, derrota, finalmente destruye y acaba y despedaza y desperdiga y finaliza.
Esos ojos esa boca que no puede responder la contemplan desde la eternidad. Desde la inmovilidad del tiempo quieto fija el hombre la mirada en sus ojos. Desde siempre pero en este instante la mira. Y ella sabe ahora, siempre lo supo pero ahora sabe que va a morir, que habrá mañanas y tardes y noches acumuladas pero que va a morir, que su rostro y su cuerpo se derretirán en torno a los huesos, que su carne está construida con la fragilidad de lo perecedero y no de piedra inmutable. Este hombre que la observa se lo dice con tranquilidad, sin dramatismo sin exceso de desesperación. Con tranquilidad se lo comunica silenciosamente. Y la mira.
Deposita suavemente el busto en la mesita.
Se sienta en una silla.
Volverá a tomarlo en sus manos una que otra vez, cada tanto. Rehuirá los ojos cincelados y olvidará la cabeza tiempo y quietud y espacio estanco durante largas temporadas. Pero estará ahí, segura como segura es la propia muerte, algunas veces como amenaza, otras como promesa, las más como simple clausura si es que existe alguna clausura que pueda relacionarse de alguna forma con la simplicidad.

¿Quién eres tú?, dirá silenciosamente. ¿Quién eres tú?


*De Mónica  Russomanno. russomannomonica@hotmail.com










*


Lo que busca mi mano
cuando
alzada hacia las cosas
se detiene
como un pájaro roto,
la brevísima inmovilidad
del que resiste
a la velocidad del tiempo,
ese instante
heroico
de indecisión.
Hacer y no,
tal vez quedarse eternamente detenido
como una forma de justicia ante la muerte.
Elegir,
o no elegir,
todo es esa forma trivial de la derrota.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com











Miedo al futuro.*


Vi a una vecina caminar al revés. Si, caminaba hacia la esquina de espaldas. Pensé que iba a tropezar. Sentí desesperación. Pero no, avanzaba con una seguridad demencial sin perder el equilibrio. Cuando llegue a su lado por un momento supuse que debía sujetarla, hablarle o al menos preguntarle el porque de la experiencia. No me animé. La vi despierta -no en trance- con los ojos muy grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba un ramo de jazmines y en la izquierda apretaba algo invisible en el puño.


*De Eduardo Francisco Coiro.











*


Me gusta arrojar el cielo por mi ventana y verlo caer indefinidamente hasta la raíz última de las cosas, y que los abismos suban en movimiento contrario hasta que eso que está sobre los edificios sea el precipicio y por debajo de las casas duerma el verdadero cielo.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com







Inventren







En tren*



Voy en tren.

Lo he tomado en el mismo corazón de la Pampa,

junto al río de los areneros,

y me voy hacia el sur

desde donde vienen girando

los médanos.

El tren quiere adormecerme,

pero no me adormezco.

Espero ver los cardos violáceos

abrirse,

espero la lenta llegada de los pueblos.

Sampacho, Succo,

no me adormezco.

Antes quiero saber,

preguntar,

que me cuenten.

Y entre nubes de tierra y de tabaco negro,

Saturnino Barzola,

el hombre de mi lado,

ya no es un misterio.

“Tengo tres hijos

–dice–

y he limpiado un campo

de poleo.

Pero cuando el maíz madure,

cuando comience el frío,

me echarán del rancho,

me arrancarán del suelo”.

Saturnino Barzola

ya no es un misterio.

¡Cuánto quisiera que el tren se convirtiera en toro

y lanzara bramidos de fuego!

Los que trabajan en el campo no son sus dueños.

Siembran para otros semillas y sangre

dejan en la tierra marchitar sus huesos.

Voy llegando a un pueblo,

diré que a mi pueblo.

¡Adiós, Saturnino!

Aquí,

en una tumba,

están mis abuelos Lucía y Silverio

que murieron locos,

murieron de miedo,

porque a ellos también les robaron los panes,

a ellos también les royeron los huesos.



*De Glauce Baldovin.
-De “Mi signo es el fuego”.
Poesía completa.






-Próximas estaciones de escritura:


JUAN ATUCHA.

–Por Ferrocarril Provincial-


JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.






***

-Por Ferrocarril Midland-



Km 55


ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.









InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.



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