miércoles, noviembre 07, 2018

DEL ÚTERO AL MUNDO, DEL MUNDO A LA TIERRA...



*Obra de Esther Andradi.








EL SOL*

(XIX)



Mi pequeña hija bate palmas, se agacha debajo de la mesa para encontrarse con sus amigos en el otro lado del océano, para hablar con sus hermanos no nacidos, con la abuela que no conoció. Mi hija me enseña la zona de vacío entre al madera  y el piso desde donde ve. Y me invita a seguirla. Me inclino hacia abajo y creo que veo. Pero ella sabe que no veo. Entonces me toma de la mano y me dice:

-  Así no. Así- y apoyando la sien al borde de la silla forma un ángulo agudo entre su cuerpo y el suelo.

Un arco se dibuja entre el sol y la sombra a esta hora de la tarde.

-  Así puedes ver, mamá. Así.

Y entrecierra los ojos.


*De Esther Andradi.
esther@andradi.de

-De: Tanta Vida novela, Simurg Buenos Aires 1998









DEL ÚTERO AL MUNDO, DEL MUNDO A LA TIERRA...

-Textos de Esther Andradi-

http://www.andradi.de/es/obra/









AGUA VA



En el mar del vientre, todos somos viajeros y migrantes. Del útero al mundo, del mundo a la tierra, vamos pasando las estaciones de elemento en elemento. Del agua al aire, del aire al fuego, de ahí a la tierra y viceversa. Así infinitamente. Desterrados, desuterados, con la nostalgia de un mar que nos contuvo en la cuna, vamos por el mundo añorando raíces. Pero el agua no tiene donde aferrarse: hay que dejarse llevar con su devaneo.


-De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017











LA CADENA MILAGROSA

(si la cortas, te llenas de espinas)


Esta es la cadena de Santa Rosa de Luxemburgo, la revolución la tenga en su gloria; que descanse hoy para que mañana nos siga inspirando, que nos de agua y luz allá donde desierto y oscuridad se ciernen. Algunos de los que recibieron esta cadena se burlaron, desde entonces la desgracia ha caído sobre ellos y sus semejantes, se les ha descargado la explotación del hombre por el hombre y de la mujer por el hombre, su madre ha dejado de respetarlos y sus hijos han jurado ser huérfanos frente al censo oficial. La vergüenza y el horror se apoderó del resto de sus conciencias y la tortura cotidiana les recuerda lo que el mundo habría sido si ellos y ellas hubieran continuado esta cadena milagrosa. El milagro se cierne sobre el mundo, solo tienes que extenderle tus brazos para que te alcance. Ayudar a que la revolución te roce puede ser esforzado pero si no lo hicieras, condenarás a tu especie a la desaparición y por los siglos de los siglos, allá donde las paralelas se juntan, verás retratada enteramente tu mentira, tu espanto, tu fealdad.

Cumple con Rosa y recibirás la Rosa

Haz veinticinco copias de esta cadena, trata que no sean fotostáticas para que no te infecte el diablo electrónico. Escríbela a mano como en otros siglos, utiliza papel de desecho, no la envíes por correo ni por e-mail, pásala bajo las rendijas de las puertas, haz que se cumpla, que nadie la corte, porque si la cadena se corta, la Rosa te condena, hincándote con sus espinas.

¿¡Y qué será de nosotros sin la Rosa?!



-De: Berlín es un cuento Novela, Alción, Córdoba 2007, 2009:













MAMÁ AMASA LA MASA



El universo se expande. La lucha entre la energía y la materia oscura. Mientras la materia oscura alienta la vida, el orden, la energía oscura, impaciente, se estira.
Somos la masa de un pastel que no está listo. Una doña Petrona fuera de órbita apronta el horno. Varios millones de años le viene costando esta mezcla. ¿Le resultará esta vez?

Somos obstinados grumos de una masa imperfecta. Sólo una buena batida nos pondrá en forma, si es que aún tenemos arreglo.



-De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017













LA MARMITA



Érase que se era una olla enorme. Recién un largo rato después de arrojar los ingredientes, llegaba desde el interior el eco de los caídos. A fin de remover los aderezos, se usaba una cuchara de madera en forma de balsa, y los más arriesgados solían montarla para sumergirse, protegidos por capas aislantes a fin de degustar el adobo. Entretanto, los acróbatas hacían malabares para dar vuelta la cuchara desde el mango, manteniéndose firmes en la cúpula, emborrachándose con los aromas que emergían de las profundidades. Los prestidigitadores se deslizaban por los parapetos construidos en los bordes, a fin de disfrutar la cocción con toda la familia. Y desde las márgenes arrojaban cebolla, ajo a discreción, berros picados en menudos trocitos, alcaparras, huacatay, macís, chile, enebro y alcaravea. Equilibristas caminaban por la soga que unía la marmita de lado a lado, espolvoreando un poco de comino y cardamomo por acá, otro poco de estragón y orégano silvestre por allá, una buena porción de jenjibre y pimienta en grano, junto a semillas de trigonella y eringes escarchados. Después despojaron a los mariscos de su corsé y arrojaron centollo, langosta y cangrejo al líquido bullente.

Un golpe de viento azaroso apagó el fuego, y el potaje comenzó a entibiarse en su salsa. Aprovechando el momento propicio, se deslizaron por la ubre gigantesca, llegando a bordo de sus cucharas.

Desde entonces están comiendo.



-De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017













EL LABERINTO



Soñé que mi gata me exigía escribir su historia. Me ponía en un corralito con mi computadora, me tiraba un ovillo de lana roja al piso y me ordenaba:
—¡Escribí!
Yo pensaba en el laberinto. ¿Sería ésta la verdadera historia de Ariadna y el hilo rojo? Nadie me había dicho que el Minotauro estaba con una gata.
¿El Minotauro había sido Michitauro?
Mi gata salta sobre el teclado de mi compu, me obliga a escoger signos que desconozco, se apodera del ratón.
Y me mira, me mira fijamente.
Desde ayer sé lo que ella quiere. Pero yo no sé escribir.
Ella me mira y se ríe. Sabe que tampoco puedo leerla.



-De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017











VINO



Mi cara se parece cada vez más a una pasa.
Las arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la seriedad de pasa nomás.
Por eso bebo tanto.
Para macerarme en alcohol y así poder tragarme.
Lástima que no puedo sobornar al espejo.
Pero quizá termine disolviéndome en saliva, acogiéndome al privilegio de las hostias.


-De: Come, éste es mi cuerpo Último Reino 1991, 1997














CARNES I



¿Hay algo más masculino que la carne?
¿Más violento y lleno de provocaciones que un trozo de carne fresca colgando del gancho? A veces, cuando mi esmerado casero destroza la carne con un hacha y sobre un tronco – procedimiento común en los mercados peruanos, pero que, como se sabe no es lo más apropiado- después, mientras sorteo astillitas de madera y huesitos triturados, siento que me como un macho. Un camionero en musculosa, bigotes y barba incluida.

Prefiero las verduras y frutas, mil veces. Pero entre nosotras las hay carnívoras...¡ y cómo!


-De: Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997











CARNES II



Verdad es que también existen aquellas carnes andróginas, y una que otra asexuada, tierna como recién nacido. Entre las primeras, qué duda cabe, están todas las formas de los lomos exceptuando aquellos fuertemente aderezados -con pimienta por ejemplo- que me retrotraen indefectiblemente a la imagen del hombre del camión.

Entre las segundas, el insípido pollo y algunas variedades de pescados.

¿Los mariscos? Esos tienen todos los sexos y aun los que no tienen nombre, toxinas incluidas, sazonando la moral y el rito de chupar y sorber el laberinto de sus interiores. Como decía Proust -“con todo el pasmo y el dolor del amor“-
O como dijo alguna vez una analista querida: “-No se preocupe por sus opciones sexuales. Los pansexuales como usted, no conocen reglas- “

Igualito a los mariscos.



-De: Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997











CARNES III




Y ni qué decir, que si hay que elegir entre masculinidades, atraco con los chicharrones. Crocantes, irremediablemente sebosos, calientes y deliciosos. A cualquier hora, pero preferiblemente al desayuno, después de una noche larga.

Seductores varoniles, los chicharrones, casi siempre indigestos después, pero entretanto qué buenos.



-De: Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997














NUECES



Los vegetarianos me dijeron que una nuez  tiene las mismas proteínas que un bife.
Así que el domingo compré nueces.
Soy mujer de ideas antiguas o bien de escasos artefactos modernos.
Ergo: no dispongo de rompenueces.
De modo que pretendí partir a las condenadas golpeándolas contra la mesa. Imposible.
Apelé a mi instinto y aplasté una contra otra. Infalible.
La comprobación me enseñó, que aún con feminismo y todo, la mejor forma de dividir a las mujeres no es aplastándolas contra el piso -como nos hacen a algunas-, sino apretando una contra otra.
Como las nueces.



-De: Come, éste es mi cuerpo Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997















CEBOLLAS



Somos como la cebolla. Apenas se abren, comienza el llanto. Superfluo, cierto, porque basta un chorro de agua fría para que todo se supere. Y después, sólo después, es posible separar hoja por hoja, sin presiones ni  sugestiones, hasta llegar al fondo mismo del misterio, sin perder la visibilidad entre la niebla de las lágrimas.
Pero siempre se necesita un buen chorro de agua fría antes de comenzar. Es bueno no olvidarlo.


-De: Come, éste es mi cuerpo. Último Reino, Buenos Aires 1991, 1997











LO MÁS PROFUNDO ES LA PIEL



Estaba escrito en mi piel que un día iban a descubrirme. Pero ellos, incapaces de leer los mapas, tardaron años en darse cuenta de que lo comestible de mí no eran las flores, ni las hojas, ni el tallo, sino mi raíz, el tubérculo. Pero igual: era Europa, y yo había dado la vuelta al mundo.
Reyes y ejércitos se rindieron a mis pies, literalmente, porque sólo accedían a mí de rodillas sobre los campos. Los indios conocían todos mis parientes, varios centenares y de todos los colores y gustos, porque en casa siempre fuimos promiscuos, gracias a dios.

Ahora la tecnología me quiere reducir a un par de primos, de piel amarillenta y despintada, sosos,  en una norma de laboratorio. Pero yo, que estuve en todas acá abajo, sueño con conocer el universo y no les voy a dar el gusto.

No soy ninguna papafrita.



-De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017











Metamorfosis


Ahora soy una hierba doméstica. Pero supe ser salvaje. Orgías fueron aquellas: no te puedo explicar la de bichos que entonces se balancearon entre mis lianas. Nada que ver con el perejil en que me he convertido.



-De "Microcósmicas", Macedonia Ediciones, Morón, 2015-2017.
















Propiedades


A OLGA HERNÁNDEZ




A los bienes que no pueden transportarse se les llama bienes raíces. Como casas o terrenos. De ahí que alguna gente identifique su propia raíz con bienes raíces. A quién se le ocurriría una raíz móvil? No quiero hacer aquí un catálogo de bienes raíces, de los cuales jamás dispuse, pero sí del papel que desempeñan ciertos espacios en el desarrollo personal, y en particular la significación de la casa en la vida de las personas. En mi familia nunca fuimos propietarios, de ahí la categoría de mueble que una va adquiriendo por el mundo. Junto con la movilidad llegan las palabras, porque una no puede andar de aquí para allá sin tratar de hacerse entender, mientras que sí puede quedarse en casa calladita su alma y no me molestes compadre. Por eso a veces las formas de las letras se apropian de las formas de las casas. Pero a diferencia de las casas, las letras son muebles. Ocurre que hay casas y casas, y así como hay gente que vive en una oración completa, otros viven en la mera letra. Apenas la lisa y llana letra para albergar un cuerpo presente completo, haciendo honor a aquello que "de esencias están hechos los arduos caminos del espíritu". También hay quien vive en bibliotecas, es decir, en espacios donde los forasteros se pasean casi permanentemente por la sala de estar, lo que sería una forma de los hoteles, las posadas y aún casas de inquilinato -aunque no se puede comparar un ambiente con otro, por supuesto. Hay muchos que viven en terrenos prestados. Y otros que usurpan terrenos, una forma ciertamente menos sólida de ser propietario, porque una se encuentra siempre entre la acción y el efecto de apropiarse, lo que no deja de tener sus riesgos en la sociedad moderna. Pero como también hay "leasing" mal que mal una se defiende. Y por último tampoco falta la letra muerta, un extendido abanico que abarca desde el famoso Père Lachaise hasta la soledad de cualquier camposanto de pueblo, inmensos y también modestos territorios para refugio de guiones, más o menos ilustres, pero guiones al fin.




II


La casa que me vio nacer era de modestísima construcción, una sola planta en forma de L acostada, como la mayoría de las casas de campo de aquel entonces. A lo largo de esta L se distendían la cocina, el comedor y el dormitorio de las niñas -en ese orden- y doblando por la L, la alcoba de los padres, que cerraba la construcción. Debajo del comedor o sala de estar -que entre nosotros sólo se usaba como corredor para ir de la cocina hacia uno u otro dormitorio y viceversa-, se encontraba el ingreso al sótano. Su penumbra dio lugar a más de una fantasía, pero más allá de ellas, lo decisivo es que después de las grandes lluvias que asolaron la región, el sótano se llenó de agua y no pudimos volver a usarlo. Una L con sótano en el medio y algo de imaginación letrística puede llegar a convertirse en un "lo", nada más ni nada menos que el artículo neutro del idioma castellano. Así comienza la escritura de los primeros años de mi vida: Con un "Lo" colgando en la desmesurada página en blanco de la pampa.
De aquella casa original mi familia pasó a otra algo más compleja, con dos plantas, una verdadera H. A esta casa prefiero adosarle el inmenso patio arbolado que le pone sonido a la primera letra muda de mi historia. Eran seis robustos ejemplares, alineados de dos en dos como en un tablero de damas, pero no eran damas sino tipas, Tipuana Tipu para los expertos, que así se llaman estos frondosísimos árboles que se dan con profusión en la llanura santafesina. Gracias a este patio con proporcionales ínfulas, la H aparecía flanqueada por una E. Las Tipuana Tipu me acompañaron hasta la adolescencia con sus flores amarillas y sus chicharras del verano escritas en el paisaje del pequeño pueblo de provincia adónde nos habíamos mudado. El fragmento de la pampa que comenzaba con "lo" dejaba paso ahora a los balbuceos del pretérito perfecto HE, que me vio crecer. Claro que no escribí muchas páginas más a partir de HE, porque como dije al comienzo, formamos parte de la gran mayoría de la humanidad que no dispone de casa propia, de un bien raíz donde quedarse, de una casa adónde volver cuando uno se ausenta, sea para venderla o solazarse en la nostalgia o ambas cosas, de modo que después de un tiempo de permanecer en un ambiente letrístico, página o libro, había que salir en busca de otras páginas, otras bibliotecas, otros estantes vacíos. Partíamos, eso sí, llevándonos lo que teníamos puesto, es decir, los bienes muebles. La letra era uno de ellos.




III


Las letras son una suerte de caparazón de tortuga o caracol que se arrastra con el cuerpo, con lo cual quienes vamos por la vida moviéndonos de aquí para allá solemos justificar nuestro parsimonioso andar en general y nuestra exasperante lentitud en la producción en particular. El caparazón que nos protege pero a la vez nos acompaña es nuestra identidad móvil. Acaso lo que vamos viviendo se va grabando de alguna manera en esta suerte de coraza, que, movibles y todo como somos, pasa a ser finalmente lo más sólido de nuestra mínima historia. Siempre y cuando no nos aplaste un camión al cruzar la autopista.




IV


Hubo por cierto, una casa que concentró mis raíces en la infancia y que guardo en el jardín de la memoria. No por propia decisión, sino por los avatares del movimiento, que no siempre es cauteloso y que puede arrasar también con lo mejor de nosotros. En la casa del abuelo, el padre de papá, los nogales flanqueaban el ingreso al visitante, los rosales se disputaban un lugar bajo el sol marcados de cerca por los granados que reventaban en rojo cada otoño mientras ciruelos, damascos y durazneros se cubrían de frutos no sin antes dejar algunas ramas al alcance de la mano para que trepáramos los nietos. Fresas y buganvilias, mandarinos, naranjos y legumbres parecían complacerse por igual hundiendo sus raíces en el surco húmedo de aquella parcela. La casa en sí no valía nada, hay que ser sinceros. Era una I mayúscula, los despojos de una columna dórica donde se sucedían en el más precario estado una cocina humeante -abuela tenía todavía una cocina a leña-, un comedor, una sala que sólo se usaba en especiales ocasiones y el dormitorio, donde la última vez que estuve allí fue para velar al abuelo. En los escasos rincones donde las paredes habían logrado defender su pintura de la voracidad del tiempo, era posible entrever en alguna orla decorada la dignidad de antaño. El suelo en cambio, permanecía cubierto sólo por una capa de cemento, ya que el dinero nunca llegó a alcanzar para baldosas. Y a mí que me importaba? Si esta casa recostada sobre el vientre embarazado de la huerta, enmarcada por el cerco frondoso de los árboles, amortiguados sus ángulos por mullidas enredaderas que protegían la mutación de los insectos parecía la escritura en sí misma: Una I de tiempo, custodiada por la eternidad de los olivos. El abuelo, que había dejado sus raíces en el desierto para buscar fortuna en el Nuevo Mundo, construyó esta casa con sus propias manos, con las mismas manos arañó la tierra abriéndole surcos, echó las cimientes, plantó los olivos, dio de comer a sus aves y caballos, protegió el canto de canarios y asiló los pájaros que se acercaban a este vergel a medio camino de la pampa y del pueblo que me vio crecer. En esta I del abuelo se escribía diariamente la historia. Dejó la casa a sus hijos con un ruego: No la vendan. No es un bien transportable, quiso decir el viejo: Es nuestra raíz en varios tomos.





V


Desde aquella partida de la HE paterna varias letras fueron mi refugio transitorio a lo largo del abecedario. La primera de todas fue aquella casita en el puerto, una humilde P a la que se arribaba por un largo pasillo que conducía a una única habitación milagrosamente compartimentada en cocina, baño, sala de estar y de dormir, además de un mínimo ángulo que hacía las veces de escritorio. Mi perro Bakunin se subía a los tapiales que marcaban el perímetro de P y solía atrapar con precisión de felino a las gallinas de los patios adyacentes provocándome horrores ortográficos. Sin embargo este clima bucólico no fue roto en ninguna medida por los vecinos, habitantes a su vez de precarias letras, sino por la gramática misma. Partir, como parir, se escribe con P en castellano. Y yo soy de las que tuvieron que partir, no por nada, sino porque ahí ya no se podía más vivir.






VI


De aquella letra cursiva -impresa en una participación matrimonial que se agotó- a la gótica remedando el sello de denegación del permiso de estadía de la policía de extranjeros- fui escribiendo una que otra página con los caracteres que se me iban dando. No me faltó por cierto una residencia en tipo florido, como aquella casita de Barranco que tenía todo el encanto de la bohemia con los rezongos del mar y su tejido de jazmines. Tampoco puedo olvidar una breve estadía de letras cortesanas en aquel palacio encantado de Jaipur donde un jardín bordado de cedros y fuentes cobijara mis acrobacias en las noches. A veces sin embargo, me agobiaron los caracteres capitales de Udine, con su frialdad grandilocuente. Tanto como los crepúsculos en Puerto Santa María, donde meses enteros fui acosada por bastardillas. Aunque pocas mayúsculas fueron comparables a aquella C invertida del portal de Idris desde donde sobreviví a Beirut en llamas. De estos achaques me resarciría una larga estadía en Berlín: Un día en la calle de Hohenstaufen el destino se cruzó de vereda y por una milésima de segundo fui testigo de su código cifrado. Desde allí asistí estremecida a aquella payada entre Oriente y Occidente cuando le crecieron tanto los ojos al muro que acabaron por perforarlo. Y aún cuando hasta el momento la cosa no haya dado más que para estirar la larga lengua de una factura, a mí, nadie me quita lo bailado.






VII


Porque hay letras y letras. Varios alfabetos con sus reglas y sus cifras y un montón de tipos que impregnan los espacios según sus caracteres: letras gótica, inglesa, capitales y dóricas, cortesanas o redondas, y aquellas emergidas de la computadora, compuestas de tan mínimos punteados haciendo las veces de paredes, que nos obligan a los usuarios a disponer cada vez de menos materia, si queremos refugiarnos en ellas. Incluso daría la impresión que, ciertos caracteres alfabéticos influencian no solamente a quienes los utilizan, sino que su espectro se vislumbra en la arquitectura de ciertos espacios míticos. El lamento del mundo, no escribe y borra al mismo tiempo la lágrima en hebreo y árabe sobre el muro gris de Jerusalén? No se percibe acaso un parentesco entre el alfabeto Indi y aquel templo de Vishnu en Delhi? Y no se asemejan los caracteres chinos a algunas pagodas mientras los signos del parsí parecieran ondular en las mezquitas? La clara y fría tipología inglesa, en cambio, recuerda la sólida arquitectura de los bancos tanto como la itálica evoca los palazzos renacentistas. Y los caracteres del alfabeto japonés, serán el chip que sintetiza el lenguaje electrónico y zen en las calles de Tokio?







VIII


Pasar de letra en letra no sólo no es fácil sino que puede ocurrir que una se quede colgada a mitad de camino sin llegar a ninguna otra, puros puntos suspensivos, la página en blanco, el colmo del nihilismo o la soledad. Es así que, animada por una profunda nostalgia en torno a aquel "lo" original sucumbí a la tentación del regreso: Veinte veces hube de pasar delante de aquella modesta "L" para reconocerla. Estaba pintada de blanco, la habitación de los padres había sido derrumbada, y como la herrería se había adosado al jardín, aquel "LO" de mi infancia se había convertido en un JE irónico. En cuanto a la HE, la Hache había enmudecido. Las constantes lluvias elevaron la napa de agua y debieron extirpar las Tipuana Tipu antes que se derrumbaran como una muela podrida aplastando con su corpulencia a cualquier desprevenido. La casucha del puerto explotó en pedazos, demolida por una bomba. Fue una equivocación, dice que se disculparon frente a los escombros. La I del abuelo había sido vendida. Los nuevos dueños aportaron sus ideas renovadoras en restauración, cercaron el ingreso con imponentes rejas de hierro forjado, podaron los frutales, el nogal se secó, y los olivos... Ya no tuve fuerzas para ver dónde habían quedado los olivos.






IX



El único territorio que permanece intacto a nuestro retorno es la X. La eterna X, la incógnita, el estado especial, la vieja recurrente de la historia. La X intacta con sus cuatro puntas, con los cuatro vientos convocados por la encrucijada central, nos está esperando en el recodo del futuro que comienza hoy por la tarde. No somos nosotros quienes decidimos la próxima letra que cubrirá nuestra página abierta. Incluso la misma letra austera que ayer dejamos reluciente, hoy cubierta de polvo es capaz de volverse cortesana o capital. Lo único que permanece es el movimiento, la articulación con sus infinitos giros. Ninguno parecido a otro. Acaso ésta sea la única fortuna al alcance de todos: La Escritura de la página en blanco hasta agotar el propio grito. Desde la calle, en tránsito, frente a miles y miles de XXX que vienen y van.

















MALAS COMPAÑÍAS

ne me quittes pas....
Jacques Brel



No es verdad que el universo se está expandiendo.
Es que se aleja de nosotros, que es otra cosa.



-De "Microcósmicas", Macedonia Ediciones, Morón, 2015-2017.













CABRAS



Rompieron las cercas, derrumbaron los muros, desmontaron las jaulas, transgredieron el orden y huyeron hacia el monte.
Zumbando por los potreros descubrieron que no todo campo es orégano.
Qué dicha.


-De: Microcósmicas. Macedonia Ediciones, Buenos Aires 2015, 2017














ON THE ROCKS



Vino el dolor y se tragó mis ideas, mis proyectos, mis locuras.
En su lugar quedó un hueco, una cala donde el mar llega por las noches, y se acomoda, despacio.
Solo se descontrola cuando hay luna, y queriendo alcanzarla, se agita, estremecido.
Entonces me despierta una sirena.



-Inédito. Berlín, agosto 2018.













-Esther Andradi es escritora, ha vivido y trabajado en diferentes países. Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre aquello que se pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo, poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y migración se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología "Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un espacio para la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.








Inventren






LA VUELTA DEL LIDER*



Mi viejo tenía un quiosco frente a la estación de trenes. Era un quiosco construido de material, revocado y bien cubierto. Vendía, en ese entonces –1958-, un poco de todo: galletitas, girasol suelto con la medida de la latita de picadillos: llena 0.20 ctvs., culo de la lata: 0.10 ctvs., vino, cerveza, diarios, sándwiches, caramelos...
El loco Díaz, personaje de Ceres de ese entonces, guarda del ferrocarril, se acercaba siempre a conversar o a pasar la tarde con mi viejo. Y lo ayudaba sin espera de compensaciones: era así.
La estación de Ceres, una de las grandes en el ramal del Mitre, era parada obligada de los trenes de pasajeros, sobre todo de los rápidos como la Estrella del Norte. Este venía de Tucumán y llegaba a Buenos Aires. Algo remoto y desconocido para mi y para muchos. Buenos Aires era una quimera, una caja de Pandora, una utopía, lo desconocido, el desafío, todo junto así se sentía.
Pero el Loco vivía en Ceres. Y no tenía pensado irse. Era su lugar. Su gente. Su trabajo. El mote de Loco no se lo había ganado gratuitamente. No. Era ingenioso y desopilante en sus acciones. Imagine: Argentina 1958, Perón, Madrid, Puerta de Hierro, represiones, fusilamientos en basurales, golpe militar fresquito en la conciencia de la gente. Y el Loco que le dice a mi padre: déme todos los diarios viejos, don Vicente. Tiene una pila ahí. Démelos a todos. Se los voy a sacar de encima.
Mi padre se los da. Ingenuamente. Como a quien le hace una gauchada. A la hora, parada de la Estrella del Norte. Los rostros cetrinos del altiplano bajaban por diez minutos. Se proveían de algunas cosas para otro trayecto del viaje. Mi padre los atendía en el quiosco. A veces, cuando podía desde mi altura, lo ayudaba. Eran como las 22  o 23 hs. y el Loco que sube al tren: ¡Diario! ¡Diario!, gritaba. ¡Volvió Perón! Noticia extra ¡Volvió Perón!
Se lo sacaban de las manos a los diarios. ¡La vuelta de Perón! Era un anhelo, un deseo enorme que no entraba en la geografía del país y este Loco diciendo que había vuelto. Los peones golondrinas, pasajeros obligados del tren, querían la primicia para sí. Vendió todos los diarios.
Se bajó corriendo del vagón, ya sin diarios en la mano. El tren daba su último pitazo y se iba. No daba tiempo. Queda para la imaginación saber los rostros, los puños en alto, las puteadas, las risas, el desengaño.
El Loco le dijo a mi viejo: Los vendí a todos. Yo le pago los quilos por diario viejo, el resto es para mí.



*De Oscar Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar








-Próximas estaciones de escritura:


JUAN ATUCHA.

–Por Ferrocarril Provincial-


JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.






***

-Por Ferrocarril Midland-



Km 55


ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.









InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.


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