*De Luis Alfredo Duarte Herrera
(1958-2010). De sus obras que firmaba como Walkala.
Elevación*
Como notas
resbalan
barriletes
Un crisol
Y es que flotan
los cuerpos.
Y LA REALIDAD ¿QUÉ DESPIDE?
Escape*
En busca de pruebas
quebrada
descalza es
que camino
En silencio
corren
El frío
es
precipitándose
¿Qué esconde
-aun sabiendo dónde-
la pena?
MIEDO AL FUTURO*
Una vecina caminaba al revés. Sí, caminaba hacia la esquina de
espaldas. Pensé que iba a tropezar. Sentí desesperación. Pero no, avanzaba
con una seguridad demencial sin perder el equilibrio. Cuando llegue a su lado
por un momento supuse que debía sujetarla, o al menos preguntarle el porqué de
la experiencia. No me animé. Estaba despierta -no en trance- con los ojos muy
grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba un ramo de jazmines y en
la izquierda apretaba algo invisible en el puño.
*De Eduardo Francisco Coiro.
Escenografía*
Sentada
en la escalera
de la casa vacía
miro
cómo es que el agua
cae
Escucho
adormecida
cómo es que enuncian
las gotas dispersas
la tristeza del día
que se escurre
en el cenicero.
SIOFN*
"Después de haber pasado varias veces por el planeta Siofn los
seres tienen una vida sin pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene
fecha de vencimiento; ya no sienten estar en una vida verdadera con peligros y
desafíos, incertidumbres, frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo
en redes psicofísicas en las que confirman su pertenencia con gestos tan
automáticos, tan naturalizados en su inconsciencia (...)"
Por eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de
"sangre caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda
sentir de nuevo -como aquella remota vez- que cada instante es un principio y
un final.
*De Eduardo Francisco Coiro.
Escoriación*
Fragmentan
dormidas
Acordonan
antiguos
Y la realidad
¿qué despide?
Es en el ahora
que naufraga
la voluntad
Glotón
el sopapo
zurce
los instintos
¿Y la cabriola
dónde
espolea?
EL FENÓMENO*
Todos notaron el cambio en mí: de mujer serena, afable y sobre todo
paciente y tolerante, me convertí en un
ser ansioso e impulsivo, incapaz de relajarse, incluso en los momentos que
acostumbraba al disfrute. Cuando a insistencia de dos de mis mejores amigas,
les hablé de ese “yo” que se me había impuesto sin permiso ni explicaciones,
con la amenaza continua de dejarme al margen de la lucidez, una de ellas
etiquetó los síntomas de mi mal, en
algún caso raro de menopausia; la otra, más pragmática, me recomendó las
pastillas que ella acostumbraba tomar como antídoto al miedo que le producía
montarse en un avión
“Creéme que cuando yo me las tomo, hasta pena me da si la travesía
es corta”, me decía en su afán de convencerme. Yo por supuesto lo trataba todo,
desde los remedios tradicionales hasta los menos convencionales. Algunos de
ellos me funcionaban por un tiempo y a veces a hasta llegué a presumir que me había
liberado de una situación tan extraña como molesta; pero cuando menos lo
esperaba, la visión del fenómeno (así me acostumbré a llamarlo, como a un
personaje horrendamente familiar, no sé si desde su segunda o tercera
aparición) se presentaba para recordarme que nunca me podría substraer al miedo
de dormir por no despertar como aquella mañana de hace ciento treinta y siete
días (la que de vez en cuando sin avisar
se ha seguido repitiendo , como lo hizo esta
mañana), en la que desperté entre un montón de partes de cuerpos humanos
desparramados en mi cama. Aquella escena me dejó petrificada, solo atiné a
cerrar los ojos con todas mis fuerzas y a apretar los dientes con igual
intensidad; cuando lo que quería era gritar, pedir ayuda. Pero mi voz también
se había petrificado dentro de mí.
Así estuve hasta que el dolor en los ojos se hizo insoportable y se
abrieron ya a punto de reventar. Maquinalmente hice el intento de frotarlos con
mis manos, pero me dí cuenta con horror, que estas habían desaparecido y con
ellas mis brazos y con mis brazos mi tórax y mis piernas, en fin todas las
partes que componían mi cuerpo habían desaparecido o por lo menos no estaban
donde debían estar.
Con indescriptible ansiedad, torné mis ojos hacia aquel caos, rogándole
a Dios encontrar los míos entre ellos, sin detenerme a pensar que haría si los
encontraba o cómo podría injertarlos, contando solo con mis ojos y mi memoria.
En ese momento humillé la vista, como si me arrodillara a esperar un favor
divino. Así estuve hasta que el peso de la espera me ganó; entonces en un
aspecto de mí que no conocía, me manifesté en improperios contra el miedo, el
dolor y la miseria; después de lo cual lloré, y sin otro recurso que agotar, me
aquieté. Rato después, no se si por rebeldía ante mi indefensión o por algún
escondido reducto de esperanza, me dediqué a recorrer con la mirada, el entorno
más allá de la cama; hasta detenerme en el reloj despertador: apenas una hora y
escasos minutos faltaban para que se cumpliera el tiempo en que acostumbraba levantarme de la cama para alistarme con
destino a mi trabajo. Fue entonces cuando a mi mente vinieron las palabras de mi abuela "Ay mi hija, el pobre es el animal más terco que inventó el rico".
Por unos minutos me quedé pensando en la razón que tendría la memoria para
darle relevancia a aquel pensamiento en ese preciso momento. Fue ahí sin darme
cuenta, mientras pensaba, que me sorprendí en la contemplación de una de las
tantas manos dispersas en la cama y como si la misma fuera la representación de
la respuesta a mis ruegos, comencé la búsqueda de mis órganos por ellas. La
tarea no era fácil, pero era la única opción que tenía si quería remembrarme.
Por lo menos contaba con la certeza de que esa cabeza era la mía, porque fue la
única cabeza que vi entre todos los demás miembros dispersos allí y porque
estaba atravesada inequívocamente por las memorias que como una espada
delataban mi certeza. Pero lo que al principio me pareció una ventaja, en la
práctica de la búsqueda resultó ser un inconveniente, ya que en ninguna de
mis memorias yo me podía recordar mutilada. Oh Dios mío!, cómo hacer entonces
para recuperarme. Esta vez fuí yo quien indujo el pensamiento hacia mi abuela,
y esperé por su respuesta como si esa espera fuera el único requisito que ella
pidiera para proveérmela. Pero la misma nunca llegó. Pensé que ya nada podría
salvarme y me rendí a mi suerte, alcanzando con la boca, una de las pastillas
que mi amiga me había recomendado. A los pocos minutos, el efecto se hizo
sentir y comencé a ver aquellos órganos como los de las muñecas con las que yo
acostumbraba a jugar cuando era niña a las que a veces le ponía los brazos
donde debían ir las piernas o viceversa y entonces las ponía a caminar hacia
adelante con los pies orientados hacia atrás; o las sentaba haciendo que los
brazos colgaran donde debían hacerlo las piernas. Así estuve hasta que me cansé
de las muñecas y la memoria me permitió el ensamblaje de gente que nunca
conocí: atléticos, toscos altos, bajos, blancos, morenos, en fin toda la
variedad en que puede imaginarse un ser humano, solo que con la característica
común de ser acéfalos. Como había hecho con las muñecas, los arreglé a todos en
línea, a pesar de saber que a diferencia de aquellas, la memoria me tenía
vedada la comunicación con esos cuerpos. La sensación de verlos a todos
alineados sabiendo que no era posible el intercambio de palabras entre
nosotros, por no tener en los archivos de mi memoria ninguna historia común
que pudiera se el pivote que me ayudara
a recordarme en ellos, acrecentaron en mi la ya existente sensación de
desamparo y como el pintor que descontento con el resultado de su obra, la esconde de su visión
cubriéndola de pintura, desmembré todos aquellos cuerpos y volví a ensamblar
muñecas; pero esta vez con la mente puesta en la que cada año me traía mi
abuela, cerca del día de los reyes magos. Ella recibía esas muñecas por correo
todos los seis de Enero, fecha de su cumpleaños, de alguien quien nunca dio sus
señas y del que ella solo sabía vivía en un país al otro lado del mundo, por el
sello en la envoltura. Recuerdo que al jugar con ellas, las sentaba a todas en
línea y las llamaba por el nombre que yo le había puesto; a la vez que
levantaba la mano de la nombrada como señal de que estaba presente, entonces
iniciaba un dialogo con la más reciente, en el que ella me daba a conocer la
característica del lugar de su procedencia, después de lo cual, la conversación
se extendía al resto del grupo y abarcaba todos los aspectos de de la vida, que
para un niño conforman una familia, extendida en este caso a un país. De manera
que a través de todas ellas conocí el mundo que yo deseaba para mí. Llegamos a
hacernos tan entrañables, que cuando mis padres me castigan por alguna falta, decapitaba
a la más reciente, al tiempo que con palabras aleccionadoras, la hacia
responsable por la falta cometida.
Cuando terminé de armar todas mis muñecas, las alineé como
acostumbraba cuando jugaba con ellas, pero esta vez la memoria me ayudó a
identificar la última decapitada, mientras mis ojos la acomodaban en el centro
de la línea. En ese momento sonó la
alarma del reloj despertador, pero no permití que mi mente se distrajera con
ese detalle, sino que inicié la conversación con mis muñecas como en los viejos
tiempos, comenzando por nombrarlas y después avanzando a los tópicos que
acostumbrábamos. Al final de la conversación, yo contaba con un cuerpo que mis
muñecas me ayudaron a insertar en mi cabeza.
Con mi cuerpo completamente remembrado, me senté en la cama, y
haciendo honor a la costumbre, volví a mirar el reloj despertador; tal vez si
obviaba algunas de las actividades matutinas acostumbradas, aún podría llegar a
tiempo a mi trabajo, pensaba sin hacer ningún esfuerzo por incorporarme. Sin
proponérmelo, me miré los muslos desnudos y comencé a inspeccionarlos, como a
un objeto que acaba de adquirirse, a seguidas, como si cumpliera una orden,
volteé la cabeza para ver lo que quedaba en la cama y la vi vacía. Todo parecía
igual que cualquier mañana al levantarme; excepto por la desolación que dejaba
en mi “el fenómeno” en otra de sus
apariciones.
-Gabriela Rivera nació en República
Dominicana. Emigró a los Estados Unidos, donde trabajó como educadora de niños
con necesidades especiales.
Vive actualmente en Nueva York.
Simbiosis*
Separadas
por mundos
se buscan
se tocan
En pánico
y arrastrándose
escuchan las señales
Para no destruirse
aislados eslabones
recomienzan.
Mi viejo y los ojos*
Esos ojos grises leían y leían los tomos pesados de leyes.
En las estanterías estaban los protocolos encuadernados de blanco,
de cada año que se despedía.
Su vida era el trabajo, examinaba atentamente con una lupa las
firmas, antes de certificarlas.
Los domingos, cuando casi todos descansaban. Algún vecino tocaba el
timbre. Y preguntaba: - ¿Esta el Doctor?: Le tengo que hacer una consulta.
Entonces mi viejo salía con su portafolio de cuero, los anteojos y el libro de
actas.
Él quería que fuese escribana, pero yo de chica odiaba tanto los biblioratos,
los certificados, los dominios y los "libre deudas".
No me gustaba estar rodeada de tantos papeles y lapiceras.
Pretendía ser distinta, no ansiaba hacerme tanta mala sangre como
él.
Cuando murió, paso algo muy paradójico.
Comencé a escribir.
De sus ojos me jacto de tenerlos parecidos.
De su puño y letra aprendí a amar mi trabajo.
Para mi papá
*
-Lo inconsciente esta servido.
¿Vas a comer?
¿Vamos a comernos?
¿Con voracidad, como el caníbal hambriento que duerme en el cerebro
reptiliano?
¿O lentamente, como esos matrimonios que cuelgan de sus telas de
araña acumulando años y polvillo?
*De Eduardo Francisco Coiro.
Opacidad*
Merodean
los miedos
en torno a la respuesta
Incrustarse
logran
los fantasmas
El afán deductivo
escarba
los indicios
La mente
zigzagueada
por el sobresalto
y las imágenes
retienen la aflicción
La esperanza
titila
y se miran
ellas
La tarde
gotea en la ventana.
*
Sueño que las cosas duermen y que un extraño día
pueden despertarse.
Inventren
María Lucila*
"Cubre la memoria de tu cara con la máscara
de la que serás y asusta a la niña que fuiste"
Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-
El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio, sabe
de mi interés por escribir. Dice que va a contarme algo de su historia personal
que sin dudas tiene relación con una antigua estación de trenes. Le aviso que
no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo la sensación de que
mi escritura empeora con el tiempo.
-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo
escriba. -me dice con tono de suplica.
-A mí me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga
un rato para escuchar.
Lo que sigue es el relato del hombre, dos horas y media sentados,
con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si
no me permite pagar a mi- dijo para terminar con mi resistencia.
En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació
allí. La llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de
darle trabajo a su abuelo era su vivienda.
Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la
nacionalización, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que
se jubiló.
Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada
en Avellaneda.
Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina
tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo
que lleva el nombre de mi madre.
El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la
cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación
típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con
el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila,
enero del '53.
Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre.
Igualita a las chicas que dibujaba Divito.
Por alguna cuestión que desconozco lo único
perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su
verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.
(....)
Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi
padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron
lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual
que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.
Usted sabe que todo, absolutamente todo en el
universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas
percepciones incomodas.
Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no
hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.
Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da
espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie
puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.
La angustia de mi madre le impedía conectarse
plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te
van marcando en la vida.
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años.
Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento buscarla,
entro en un profundo silencio que le duro meses.
Un día nos presento a su nueva mujer: Ella es
Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.
Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica
y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos
americanos. Un auto y vacaciones.
Mi padre tenia 70 años cuando falleció, era 8
años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21.
Antes de enfermar, me invito a charlar en
un bar. Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe
elegir si en su vida será un hombre o un marido. Te recomiendo que seas
un hombre...
Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido
eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi
padre con un tono cercano a lo sagrado.
*
De mi madre, quedaron casi todas las preguntas
sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra
"la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró
encontrarla unos meses antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María
Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las
vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin
vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no
había nadie a Km.
Allí vivía mi madre. Envejecida prematuramente.
Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de
quinta. Rodeada de pájaros -tenia muchos en jaulas- y otros que venían a
visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz
según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el
presidente de turno, no tenia radio ni televisión.
¿Sabe cual era una de sus costumbres? Sentarse
con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños.
Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra
hasta que eran manchas blancas.
(....)
Sabía del suicidio de Alejandra, le dolía como si
hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan
frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen
cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar
que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.
*
Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas
fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia
clínica que le leyeron en el hospital observa que en los últimos años sufrió con su
cuerpo.
Muy poco para un enigma de más de 30
años.
El hombre vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y lee otra
frase de Pizarnik marcada con birome azul:
"Como una niña de tiza rosada en un muro muy
viejo súbitamente borrada por la lluvia"
Así me siento, así me sentí siempre, -escribe al
costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan
perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.
Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel
después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo
de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo.
Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia
de las que he podido contar son de vidas de gente feliz.
*De Eduardo Francisco Coiro.
-Próximas estaciones de escritura:
KM. 55.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO
VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO
MIDLAND.
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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