jueves, agosto 08, 2019

LA TERRIBLE BELLEZA DEL SILENCIO...


*Dibujo de Erika Kuhn.









*



No olvides

la terrible belleza del silencio

que precede al rompimiento de una ola:


esas dos o tres palabras calladitas en tu miedo.

Esas dos o tres palabras verdaderas.


No olvides

de dónde nace el grito inmóvil

que no rompe, que no cae,

que no diste.


*De Valeria Pariso.  valeriapariso@outlook.com


-Valeria Pariso nació en 1970 en la provincia de Buenos Aires. Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares. La trilogía –Uva negra / Mascarón de proa / El castillo de Rouen- (Vela al viento ediciones patagónicas, 2018)
Varios de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
En el año 2014 crea, en Bella Vista, un ciclo de poesía destinado a la lectura de poesía contemporánea entre vecinos que continúa coordinando en la actualidad, incluyendo fotografía a cargo de Karina Giglio y música a cargo de César Jorge.

Coordina talleres de poesía.









LA TERRIBLE BELLEZA DEL SILENCIO...











Presagio de luz*



En adelante
niña
soltarás tu vestido
y dejarás que el viento haga lo suyo
las sedas bailarán con soltura
y aflojarás la tensión de tus dedos
practicando caricias generosas
entregarás tu tacto a las pieles más amables.

De a poco
niña
la tela de tus ropas soltará sus arrugas
y secarán al sol la humedad acumulada
luego de tanto lodo
cuidarás tus bordados
el perfecto delineado sobre el blanco
y recordarás usar tus dedos
solo para acariciar.

La alegría te visitará
muy pronto
niña
y se quedará a vivir en el rincón
que escogiste para ella
—cuando salías de la cueva ¿te acordás?—
justo detrás de tu lóbulo derecho.

Encontrarás más espacio
entre tus pechos
niña
y la gracia se colgará de los altos de tus piernas
así
la locura anidará entre tus hebras erizadas.

Recobrarán el brillo los colores de tu casa
y las plantas harán fotosíntesis a la luz de la luna
sabrás niña
que el clima oscurecerá de repente
y sabrás también
que no hay que temerle a las tormentas
—las peores ya pasaron—

La amargura se escabullirá entre las piedras del suelo
y brotarán espinas en cantidades exponenciales
que no podrán lastimarte
tan lejos del suelo.

Las flores parirán hijos acuáticos
y nadarás con ellos en los espejos que formarán
las hojas
sudando aguas
los ríos subterráneos seguirán corriendo
pero esta vez conseguirás sumergirte
niña
sin ahogar el aire en tus poros.

Sabrás que el otro lado de tu mundo seguirá allí
avergonzado
y podrás brillar
en el intersticio entre el sueño y la vigilia
brotarán tus ideas más prodigiosas
intentarás extender este espacio
y crecerás como nunca
guardando en tu cartera estrellas inexploradas.

Entre tus brazos, burbujas enormes
oscilantes
te transportarán de un hogar a otro
y tu sensualidad cobrará fulgor
inspirarás a mil soles
recogiendo la luz de los que reconozcan tu encanto.

Serás más bella ahora, niña
evaporados de tu rostro los gestos solemnes
y tus ojos iluminarán como luna llena.

No podrás ocultar tus emociones
porque tu brillo será sincero, izará corazones
así encontrarás seis parejas que harán de ti
una mujer
niña
y serás niña mujer eternamente.


*De Lorena Suez. lorenarsuez@gmail.com



-Lorena Suez es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de Siempre de Viaje y en los eventos de Viajera Editorial desde el año 2012. Forma parte de la Antología compilada por Virginia Janza, Tetas. Historias de Pecho (Textos Intrusos 2015).

-Publicó "Intemperie". Por Viajera Editorial. 2016.

-Su libro infantil-juvenil "Mis vendavales" ha sido publicado por Editorial Peces de Ciudad.












Invierno*



Recuerdo ese invierno. No quiero olvidarlo.
Me esperaba en la esquina del instituto con las manos en los bolsillos.
Las mejillas frías, la boca tibia.
No teníamos auto. Caminábamos abrazados entre los árboles desnudos.
Juntábamos las monedas para entrar en un café.
Yo le contaba entusiasmada lo que había hecho durante el día. Él me escuchaba sonriendo. Sus ojos sonreían. No olvido la caricia de aquella mirada.
El viento golpeaba las ramas de los árboles contra la ventana helada.
Éramos primavera.


*De Cecilia Inés Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar












*


Me  acaban de llamar para ofrecerme una tarjeta dorada, sería bueno tener una con la que se abran deseos. Una que juegue al resplandor. Una que tenga el sabor de ciertos dulces lejanos  y la mullida tibieza protectora  que dura tan poco y se  busca incansable. No hay caso, lo dorado o lo adorado, con flecos de sol sobre lo que sentimos, no está en venta, no necesita tarjeta de crédito, se descubre o se crea.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar














Tesoro*


Cómo quien encuentra un tesoro o un bien imprevisto, a los pies de la cama encontré el botón azul noche.
En la oscura tarde pensé tu andar desabotonado por algún punto del saco. Pude ver la llovizna dejando nubes con gotitas en los lentes de tus anteojos.
Así, cómo un rayo, este pequeño objeto que se desprendió de tu ausencia te trajo de nuevo a mi lado.
La habitación se iluminó por completo de tu sonrisa desnuda.


*De Eduardo Francisco Coiro.










*


La tristeza
siempre es en pasado.
Es la bestia
que nos mordió una vez,
cuando fuimos inocentes.
Lo que duele es la cicatriz,
el rastro de la herida
quemando hasta el hueso,
hasta la certeza virgen de la felicidad.

Entonces,
¿quién puede pronunciar
los nombres del dolor?

¿Quién recuerda
esa fragilidad de rama
quebrándose en el aire?



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

-Nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

Publicó:
Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Fenoglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016) Y Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.



















ESPEJOS OXIDADOS*


“Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor”
García Márquez.



Ese hombre me tiembla desde siglos.
Me desangra las albas y muerde los desvelos.
Es cardal y racimo. Amor y duelo.
La noche tensa la lámpara de agua.
Me viene desde lejos ese hombre.
Desde antes del galope del sueño.
Previo al hambre. A las chozas de chapa.
Viene antes de mi dura madre.
Antes del padre nuestro. Del hijo.
Desde antes de estupro de espejos oxidados.
-No estoy dormida, digo, no es un sueño-
Pero el gallo ha cantado tres veces.
Y el hombre ha llorado mansamente.
Tres veces, tres.
Le beso la punta de los dedos. De las manos, los pies.
No habla. No dice. Guerrea con las nubes.
Es cobardía y valor. Falacia y realidad.
Un hombre moribundo me tiembla en la impiedad.
-Ay, amor, muerto, dormido, agónico.
Y un vacío me atormenta las vísperas.


Alzo la mano y me persigno, en vano.
En vano, me persigno.
Mientras tanto, no es él, que pasa su lengua por mi boca.
Es polvo, solo polvo que me llena la boca.



*De Amelia Arellano.













CADA PRIMERA VEZ*




Me resigno a que sea ésta la última vez en que el milagro se de, en que la maravilla acontezca. Buscaré tus ojos, y será tu mirada, será la primera vez en que sea mirada, será la constatación de la correspondencia, y tu voz dirá las palabras, y tus manos me acariciarán con la perfecta seguridad del deseo. Todo lo guardaré como acto inicial, como justificación de mi existencia. Me buscaré en tu cuerpo, me encontraré en vos completa y feliz, imagen minúscula de camafeo, miniatura atesorada de mi reflejo en tus ojos.
Seremos felices recontando para el otro los saldos de nuestras vidas, evocando niñeces y sucesos olvidados. Te hablaré de aquella vez que, y de aquella otra en que, y me escucharás ávidamente, agradeciendo mi confidencia.
La vida en común será la exploración de una selva virgen, entre los dos cortaremos las lianas que cierren los caminos, desmontaremos el lugar de la edificación de nuestro hogar. Levantaremos paredes contra la intemperie, crearemos bromas y palabras sólo para nosotros, nos asiremos con un lenguaje compartido y prescindiremos de las explicaciones.
En lo cotidiano llegará la dulzura del abrazo, la confortable costumbre del cuerpo recién descubierto y casi ajeno pero milagrosamente próximo. Dibujaré mis brazos en torno a tu figura, serán mis brazos nuevos.
Después la costumbre será costumbre. Ya no estaré en tus ojos, será el fastidio de oír otra vez la misma conocida historia, la broma repetida que ya no causa gracia.
Después vendrá la inútil repetición, la furiosa búsqueda de lo que fue y no puede volver. Noche tras noche agotaremos las ansias de aprehender la felicidad, retorceremos la cuerda, mentiremos instantes que no son el instante, pero fingiremos creer que creemos.
Cuando ya no sea posible, cuando el engaño sea tan evidente que las repeticiones se vuelvan vergüenza y traición, será el momento de encontrar de nuevo la mirada la caricia el completo ser en otros ojos, otras manos, otra voz.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com










*



Nuestras vidas son una mercancía más:
sueño así con que nuestro amor
me sea ofertado a meses sin intereses*



3

21 59 6…

¡3!




1101,

5 61.




7, 7 25

38 100.

7, 7 25

1001.




48, 11, 1 92

8 36.




9 808, 13

7

4 22…




¡314!

27 89, 2

11 21401...

3.


*De hugo ivan cruz-rosas.  quetzal.hi@gmail.com














DESEO INNUMERABLE*



¿Quién camina memorias sobre el piso oscuro de la noche
¿Qué desvelo enciende al hombre en sus acciones
cómo acero frío gestando temblores de violencia
en los largos pasillos de la espera sempiterna.
¡Ese prometer interminable!
ya es agua de ironía que navega a la deriva
-y muchas veces desciende por los ojos-

¿Quién camina memorias... repitiendo muletillas
harto rayadas por el uso interminable.
¡Detengan la costumbre de soñar a largo plazo
de crucificar manos, de matar presentes
inevitablemente respiramos alfileres!
Atravesar los instantes/ los espacios/ los días/
los olvidos/ no es fácil, ya casi son siglos
de incontables desencuentros.

Es momento de que las aguas bajen
y el canto no se ahogue.

Que se haga costumbre encender
hogueras de esperanza a contrafuego
y no sea ella -la Esperanza- la eterna fugitiva.

Que se cumpla este deseo innumerable
antes de que se rompa
el delgado hilo
de los sueños.


*De Miryam Colombotto  Seia. miryamseia@cablenet.com.ar












*


"Regresar al pasado una y otra vez y contarlo todo, incesantemente, hasta lograr que el recuerdo ya no cuente su realidad originaria.”

*De Beatriz Russo.








Inventren







INVENTREN*



Al amigo Coiro, que sueña trenes.



Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.

Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.

Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y encuentros.

Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.
Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.

Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.

Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la hora".



*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com








-Próximas estaciones de escritura:

KM. 55.  


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

  ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.




JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***



InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar




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