*Dibujo de Erika Kuhn.
*
A Quién Sea:
Le dejo mis alas de pájaros libres
con intenciones de conocer el mundo.
Le dejo mi avidez de pronunciar palabras
para hacer música en un silencio vacío.
Le dejo la flor de jazmín que nace
en la melancolía del tiempo que se va.
Le dejo un poema que duda de serlo...
Una fragua sin fuego, con el calor de recuerdos.
Para pedirle al cielo un poco más de tiempo...
y entramar paisajes en mi extraño telar.
NO HAY UNA ORILLA EN LA VERDAD...
VII *
¿Qué fue del carpintero, el ebanista, del burilado,
el repujado, los oficios sublimes
adónde partió la madera que ahora viene envuelta en
traje danés?
¿En qué rincón se recluyó la mano que despertaba
muebles y utensilios al árbol, al metal, al barro, al cuero? ¿Quién desapareció
los surcos, el jugo de la fruta, las tejedoras, el pan horneado? Dónde están
ignorados, despreciados, sumergidos, expulsados
uno dos tres, había una vez:
¿Qué se sabe de la última locomotora que silbó al
vacío?
¿Qué...?
*De Esther Andradi. esther@andradi.de
-De su libro Sobre Vivientes
Simurg Buenos Aires 2001
teamArt Zurich
2004
JOSE PEDRONI*
Cantor de la Pampa gringa. A él le he dedicado mis afanes, no sé si
muy sesudos pero a fuer de sinceros han sido muy sentidos esos rescates cuando
del cantor del inmigrante nadie se acordaba.
Ha sido de todos nuestros poetas el que pegó primero y en todas
partes nos representa, no por el de más grande retórica si no el que canta con
su pequeña flauta de bolsillo y es para todos el que mejor nos representa, como
el difusor más firme de nuestro paisajes de nuestros campos, el que los pone
junto al hombre y la mujer en esta buena tierra.
El que nunca quiso abandonar su tierra y el que dice que no tuvo
por qué hacerlo. Hurgué pacientemente en archivos públicos y privados y llegue
a la conclusión de que era un hombre bueno, un hombre sano, un hombre justo y
que tuvo para sí el destino del cantor.
Y tuvo una presunción y la siguió a muerte: fue lo que el no cantara no
podría hacerlo nadie. El que bregaba por el pan bueno, por el pan justo y la
mujer y el hombre honesto y la maternidad bien habida y tierna, la que venía de
lejos, muy lejos, del Antiguo Testamento, de cuando la mujer honraba a Dios
cuando se encontraba encinta. Era el hombre del verso recordado, el hombre que
estaba feliz, viendo como caminaba su mujer preñada para hacerlo feliz, para
hacerlo bueno, para desgajarse como rama al viento.
En otro lugar escribí que aquella mujer miraba por la ventana la
cúpula de la iglesia mientras limpiaba la mesa donde su hombre había tomado
vino en una jarra obesa y mostrándose las armas y las pipas, y cuando ellos se
dormían como niños, ella era un ángel que velaba por todos y apagaba la única
lámpara, comenzando a recorrer las habitaciones donde sus hijos dormían,
poniendo la palma abierta sobre él tubo para que no se apagara la llama.
Mientras un perro ladraba a alguna luna, lejos mientras un griterío de gallos
cavaba el aire negro con sus picos y la gente recogía los muebles del camino.
Hasta que un reloj dio la hora de pronto para la gente allí reunida y su
compañero de viaje le leía versos de Virgilio porque sabía que el taciturno de
Mantua estuvo de parte de los desposeídos. Él estaba junto a la buena gente,
mientras las madres venían en un carruaje y las más lejanas en tren desde otro
pueblo y el, temeroso las abrazó a las dos y tímidamente comprendió que el hijo
tenía poco de él, muy poco, casi nada, pero sería seguramente bueno de corazón
por que así lo deseaba él. Y para siempre.
*
De soslayo ver
el reborde de una hoja cotidiana
el verde nervado recién nacido
trascender
los sentidos
precipitarse
al cristal difuso
palpar
lo que habita más allá de la mirada
habitar
la brisa que sopla entre las hojas.
epifanías
segundos de silencio
la vida en la hoja
los ciclos
nervadura y cristal
seguir viviendo.
-Inédito-
-Lorena Suez es Licenciada en
Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de
Siempre de Viaje y en los eventos de Viajera Editorial desde el año 2012. Forma
parte de la Antología compilada por Virginia Janza, Tetas.
Historias de Pecho (Textos Intrusos 2015).
-Publicó "Intemperie".
Por Viajera Editorial. 2016.
-Su libro infantil-juvenil "Mis vendavales"
ha sido publicado por Editorial Peces de Ciudad en 2018.
El encantamiento*
Tenía la casa llena de ratones. Había probado con raticidas,
pesticidas, empresas de fumigación y todo lo que se le había ocurrido. Cuando
ya estaba por poner la casa en venta vio un anuncio en el periódico: "Se
vende gato encantado para limpiar casas con ratones".
Pensó que era una broma pero, en su desesperación, llamó para
informarse. Una señora mayor le contestó al teléfono y, sin apenas darse
cuenta, había cerrado el trato.
Subió al coche, y cruzando la ciudad, ya en las afueras, se detuvo
delante de una casita de apariencia humilde. Tomó el caminito que iba hasta la
puerta y antes de que llamara, salió una señora menuda, con la cara llena de
arrugas y ojos amables, que llevaba un cesto en la mano donde presumiblemente
estaba el gato. Cobró lo estipulado y desapareció detrás de la puerta.
El hombre regresó a su casa y abrió la cesta. De ella salió un gato
parduzco que inmediatamente se puso a su trabajo. En tres días no quedó un
ratón.
El hombre estaba tremendamente satisfecho, pero al cuarto día, como
no quedaban ratones el gato no tenía comida y tuvo que ir a comprar pienso para
felinos. En cuanto el animal probó el pienso se desencantó convirtiéndose en un
apuesto príncipe.
El príncipe se quedó a vivir en la casa porque se sentía muy a
gusto, pero la casa volvió a llenarse de ratones. Desde entonces, todas las
mañanas el hombre y el príncipe leen todos los anuncios del periódico.
*
Con tus ojos de azul profundo
Llego a las fronteras del universo
En ellos viajo por lugares de infinita belleza
Colmada de alegría y entusiasmo
Allí transito enérgica y sin tapujos
Por los océanos de tus mares
Intrépida y sin oleajes de temor
Transito las aventuras de sumergirme
En los colores del arco iris
Y vuelo por lugares que conozco
A través de tus palabras, tus experiencias.
En ese azul tan intenso que endiabla tu mirada
Posa en mi piel
Un pentagrama inusual y poco frecuente
Es el tibio color de tu mirada
La que exorciza el infierno de recuerdos
Entre tú y yo
La distancia mece la monotonía
Con una sinfonía de románticas luces
Y aquí estoy yo
En el fogoso vapor de tus imágenes.
Saudades*
*Por Miriam Cairo.
Cuando fui amaneciendo, cuando me iba alzando a la vez que la noche
se cerraba con siete llaves, me recosté sobre el muro. Metí los dedos entre las
grietas y me quedé allí, tibiamente apoyada sobre palabras irrepetibles. Luego,
trepé hasta el árbol y descansé en un nido o una cáscara de nuez esperando otro
giro del mundo.
Cuando fui caracol tenía deseos de pasarme la vida averiguando por
qué el corazón de las flores me palpitaba en la garganta y por qué la noche era
la capital de mi cuerpo. Pero, sobre todo, cuando fui caracol, me gustaba ir
abajo por debajo, recorriendo las galerías oscuras, al tacto, y construyendo el
diagrama de la soledad y de las sombras.
Cuando fui libro, inventé un rumor que siguió murmurándose de un
modo tan hermoso que el viento se quedó sin alas. Las palabras no creían que yo
fuera libro porque tenía manos, labios, ojos, piernas. Pero las palabras y los
ojos, y las manos, y las piernas no importaban. Yo era el libro que había
creado su rumor de anémonas desnudas.
Cuando fui sueño acerado en el respaldar del gladiolo, pude
articular esa palabra desarticulada, y los poros se dilataron en el parpadeo.
Las cosas venían de todas partes, y si no venían yo las buscaba en alguna
página del libro que había inventado su rumor desnudo. En algún lugar, allá
arriba, las esferas de los relojes y los planetas abrían los atajos por bruma,
por amor y por sombra.
Cuando fui la figura del árbol, y no el árbol, cuando me uní otra
vez a las alturas, un color desmentido brotó de la inspiración de las hojas
como una constelación de soles. Un fugaz deseo de tempestad azotó las ramas y
dejó una mancha mojada en la tierra. Al borde de mi figura se iban juntando los
pájaros que eran figuras de otros pájaros, que se sostenían en las ramas de mis
dedos, que eran figuras de mis manos.
Cuando fui noche, algo acudía al centro de la oscuridad y yo me
ponía terrible de tanta calma y tanta dulzura. Siendo noche estaba a punto de
encontrar un pequeño lugar solitario propicio para que los peces me cruzaran de
lado a lado, pero fui sorprendida por el colmillo de la luna que rasgó la
madrugada y se fueron los peces.
Cuando fui atrás sentí entre las piernas lo que había aprendido con
el alma. No era por ahí, seguramente, por donde pasaba la memoria pero ese
lugar era tan imaginario como éste. Un pino caído obstruía el paso de la noche
cargada de fantasmas.
Cuando fui siempre el nunca me perdió de vista y señaló los límites
en vano. El tiempo surgía del fondo de un canasto lleno de manzanas. El tiempo
y yo nos parecíamos. Por entonces, habré tenido más o menos diez años de edad,
que es la edad en la que una se da cuenta de que ha sido siempre.
Cuando fui dragón, habité detrás de un cortinado de flores de fondo
blanco porque todos creían que yo era un prodigio, una realidad que nacía de
los cuentos. De aquella época, no recuerdo nada más que una lágrima y una
canción muy suave que sonaba en la radio.
Cuando fui flor de pétalos satinados y me colocaron dentro del
libro, entre esas páginas, creí que nunca más volvería a ver la luz del jardín,
que la luna entristecería, que las violas y los crisantemos soltarían lágrimas
desde las corolas. Imaginé un fúnebre cortejo de hormigas, un coro de abejas,
un dolor de hierbas, pero nada de esto ocurrió. Porque un libro no es una
sepultura.
Cuando fui musa andaba por el mundo encendiendo los cielos que
acaban de apagarse. Guardaba entre las piernas el lenguaje prohibido y una
lámpara demasiado intensa. Noche tras noche cargaba mi barca de sueños y los
llevaba, irresistiblemente, de orilla en orilla. Hice lluvias, amasé nubes,
poblé el río de pájaros y el aire, de peces. Y todo muy simplemente...
*
No hay una orilla en la verdad
todo es un inmenso, infinito mar
se puede oír la oscuridad
respira a mi alrededor
tal vez sean rezagos de resplandores
en esta noche sostenida y frágil.
No hay una orilla en la verdad
porque es redonda y brillante. Como esta luna de
sal.
Árboles madres*
Cuando Kalman era un niño pequeño creía que las aves nacían de los
árboles.
Ellos eran la gran madre que los cuidaba hasta que pudieran volar,
ir y volver a los mismos u otros árboles madres.
Más grande le explicaron que aves y árboles pertenecían a tipos
distintos de seres. El se negó a aceptar explicaciones razonables.
A veces -como obstinados niños- hay que ir en contra de la
evidencia científica...
*De Eduardo
Francisco Coiro.
*
Cada uno tiene un límite de cosas que puede
afrontar. Pero ese límite uno está muy lejos de conocerlo. Generalmente es más
ancho ese límite que el imaginado.
Inventren
Estación Plomer*
Plomer, me dijo. Campo, venir en el tren hasta acá, cambiar de
andén y tomar otro tren de trocha angosta hasta Rosario.
No entendí demasiado bien las instrucciones, nunca le entiendo al
Coiro demasiado de lo que trata de explicar. Empieza con cierta firmeza pero se
va enredando, y por no preguntar mil veces me quedo con esas dudas pequeñas que
finalizan en una nebulosa concentrada, blanquecina, clara batida a nieve.
Lo peor fue el tema de la vaca. Pensé que estaba bromeando, pero el
tipo no entiende lo que es un chiste. De veras, se queda en suspenso y parece
que no escuchó pero es que no entiende los chistes. Ansiosamente me decía que
el tío estaba en el limbo pero que al limbo lo cerraron hace varios años, y que
ahora con el tema del infierno… y ahí se detenía con una mirada significativa,
como si una pudiese sacar algo de ese galimatías. Ahora con el tema del
infierno…
La cosa es que había una vaca en San Sebastián, que fue del tío o
no, no sé, una vaca que había que llevar en el tren desde San Sebastián hasta
Plomer, y desde Plomer hasta Rosario, y algo tenía que ver con el infierno
¿Tiene que ver con el infierno por los cuernos? No se reía el Coiro, cuando
está lanzado a alguna cosa no mira a los lados. Le dije que era imposible que
el tren venga por el océano desde San Sebastián, y el Coiro me explicó que no,
que no es la San Sebastián del País Vasco. “No mire, no es la San Sebastián…”
Si Coiro, claro, ya sé, es un chiste. Ja ja, entiende. Un chiste,
como lo de los cuernos y el infierno.
Pasado un ratito buscando desesperado algo de qué aferrarse en mis
palabras, en mis ojos, de pronto se reía, sin convicción. Estaba centrado en la
idea de la vaca y el traslado. No había lugar para chistes, esto era serio. Es
más, estaba garabateando un planito en su libreta, anotando todas las cosas
accesorias que no me iban a prestar ninguna ayuda, y obviando lo importante con
una capacidad de selección impresionante.
Yo por alguna razón me siento obligada a hacerle caso. Hace unos
años le había entrado la urgencia de conocer a un amigo de internet. Me dijo
que el hombre estaba enfermo, no me acuerdo muy bien de cómo me convenció, pero
recuerdo el patetismo. En definitiva, conseguí la posibilidad de que nos
llevara un amigo gratis, armé la valija, pedí días en el trabajo, pero en el
último momento le dio la corazonada de que ir sería funesto, le dio dolor de
estómago, le dio la urticaria, le dio gastritis, y me tuve que ir de vacaciones
a un lugar olvidado de dios, sola, a conocer a un poeta del que no tenía
noticias. Esas aventuras de otros que son una imposición por la poca voluntad o
el exceso de empatía. Lo pasé bien al final, pero buena rabieta me llevé.
Yo en estos días tenía que ir a una ciudad cercana a San Sebastián,
así que le dije al Coiro que le llevaría la vaca a Rosario. No lo puedo
explicar, pero siempre me arrepiento después, ya tarde.
Cuando llegué a la estación de San Sebastián, una vaca estaba atada
a una tranquera. No había nadie. Cosas del Coiro, los planes son confusos y más
bien espiralados. Horror a las líneas rectas. La cosa es que mi amigo el
camionero que me había llevado la otra vez a lo del poeta me dijo que pasaba
por la zona, y que si yo quería en vez de esperar el tren podía cargar el
animal y llevarnos hasta Plomer.
Yo acepté nada más que por no tener que lidiar con el bicho. No
entiendo nada de vacas, y por más pacíficas que se vean me inspiran el temor de
lo voluminoso. Son en general bien intencionadas, pero pueden tener ideas
propias difíciles de prever detrás de esa mirada bovina inescrutable.
Subimos la vaca al camión. El camino fue agradable, con mate y
bizcochitos de grasa.
El estado de abandono de la estación San Sebastián no me hizo
sospechar, el estado de abandono de Plomer tampoco me dio indicio suficiente
como para no descargar la vaca que se entregó, como yo, a un destino desconcertante.
Hace varias horas que se fue el camionero. Noté que la estación
carece de personal, que los yuyos la sofocan, que no hay pasajeros ni horarios.
Según el Coiro debería subir al tren de trocha angosta a Rosario,
pero aquí estamos la vaca y yo, ella comiendo pastito, yo llamando al Coiro que
después de una hora me atiende, me dice que estaba en el super chino y me
cuenta la lista de compra entre lo que figura una pomada para los dolores
reumáticos, milanesas de pollo, lavandina.
Consigo atraer su atención hacia mi situación que se va haciendo
cada vez más preocupante dado que atardece. Me pide que le cuente el estado del
cielo, la forma de las nubes, si la trocha angosta es efectivamente angosta. Su
voz es soñadora y se siente su satisfacción cuando describo el edificio, los
rieles, las señales oxidadas.
El tren no funciona más hace años, me dice. Pero claro, quién puede
no saber que ya no hay tren de trocha angosta a Rosario. Y me lo dice como si tal
cosa, yo situada en territorio, metida de veras en el ensueño del Coiro, yo de
veras con el olor a campo y con la vaca que acaba de restregar la cabezota
contra un poste.
Qué ilusión me dice. Me dice que se vive de ilusiones y no se qué
del limbo y del tío y otras cosas que no escucho porque entonces de dónde salió
la vaca, y qué hago ahora acá en el campo en una estación abandonada con los
chillidos de los pájaros que se van a dormir.
Qué ilusión, llevar una vaca, el tren, los alambrados, el pasado
ferroviario. El limbo, el tío, el infierno, un revoltijo inconexo. Y yo acá que
me robé una vaca sin saberlo, esperando el tren que no va a llegar nunca más.
La brisa suave de la tarde, los pastos que cabecean y hacen olas tiernas, un
rosado que gana los bordes de nubes barrocas.
Me animo a acariciar levemente la cabeza de la vaca. Me hociquea
humedeciéndome la mano. Supongo que es una despedida, espero que el destino que
le proporciono no sea peor que el que torcí con su rapto involuntario. La
suelto en el campo sin poder sustraerme a hablarle como a un ser humano al que
ya le profeso afecto. Me voy.
Cuando estoy haciendo dedo en la ruta, pienso que el Coiro ya debe
de estar dormido en su cama, y estará soñando con historias sin principio ni
final, sin sustancia, con la falta de lógica que las torne más ligeras, más
tenues, menos cargadas de aristas filosas.
-Próximas estaciones de escritura:
KM. 55.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO
VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA
SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.
INTERCAMBIO MIDLAND.
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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