sábado, enero 30, 2021

ESTACIÓN ELÍAS ROMERO.

 



*Foto: Estación Elías Romero. Circa 1940.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vida en el Estado de derecho *


 

¿Cómo salir de mi mundo y llegar al tuyo?

 

¿Cómo se construye aquel

túnel que se traga el brillo de tus ojos?

 

¿Cómo se llega a ese otro espacio, esa galaxia

que tiene como único centro de gravedad

un viejo tanque de agua?

 

La civilización del recuerdo

creyó saberlo: por vías de ferrocarril.

Es un viaje de túneles, donde las letras se van formando

y anuncian tu nombre o el mío del mismo modo,

en el mismo orden, esperando en la misma estación…

 

Así puede leerse: “Elías Romero”, ya sea que se va

o se viene de alguna estrella distante

o galaxia rural.

 

¿Qué será de mí, que soy de este planeta extraño?

Mundo sin ti, con el último andén en el pecho

en un punto donde el caldo de pollo coagula como corriente

eléctrica en la cordillera. Habita allí

quien respira su propio mito: deidad minúscula

que oscila en su propia galaxia… Viajar como si fueran

tus ojos y volver a leer la misma estación pulsante.

 

Subí al tren en otra constelación, solo para perder

el tiempo con tu recuerdo, en la fuente de los coyotes

donde el agua fluye para tejer las cuevas que adornan

los hocicos de esos animales con las gallinas

que serán el obsequio para los viajeros… Hay aullidos

en cada hoja del estambre que nos transporta

por la cordillera, fuera del sistema solar donde tu recuerdo

marcha como aperitivo para las estrellas.

 

Hoy sabemos que no es así: las vías pueden abandonarse,

los durmientes son robados y la estación queda destellando

pasajeros de fotografías en papel viejo.

 

Si fueran como tus ojos

aquellos túneles, se pasaría por la cordillera hasta la región

donde mis pies reconocen la tierra mojada: “Elías Romero”,

estrella distante, llegada y punto intermedio en el ferrocarril…

 

Allí, tus caminos se unen con el agua

del planeta de los coyotes (se acorta la distancia).

 

 

 

*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

 

 

 

 




 

 

LA DESPEDIDA*

 

*Dedicado a mi hermano Esteban, quien cumpliría 57 años.

 

 

 

Llegué a la estación Elías Romero un miércoles con el tren de las 4 de la tarde. Me agradó verla entre altos árboles. Había sido una estación pequeña pero lujosa y elegante, y a pesar del tiempo, todavía se notaba su esplendor de antaño.

 

Llegaba al pueblo, o más bien al caserío que se dispersaba por el paisaje rural, para acompañar a mi madre.

 

Mi madre se moría. Eran los últimos días de esa enfermedad cruel, larga, que la había estado consumiendo desde hacía meses.

 

Mi madre había decidido morir. Yo estaba segura de eso. Ella comentaba que tenía más afectos y conocidos “del otro lado” que en este mundo. Y los extrañaba.

 

Cuando enviudó se había mudado a ésta, la casa de sus padres y allí siguió sola los últimos diez años. Había creado un mundo de recuerdos, poblado de personas que mucho tiempo atrás habían partido. En su ausencia encontraba las respuestas a preguntas del pasado, les pedía perdón o consejo, y se animaba a decirles lo que nunca hubiera expresado delante de ellos.

 

La encontré acostada y a pesar de su debilidad, una intensa luz iluminó sus ojos cuando me vio. Ya no tenía fuerzas ni para hablar pero, sonriendo, me tendió su mano. Me impresionó su delgadez, la piel mustia, el cabello débil. Por supuesto, no se lo dije. Las dos sabíamos que yo me quedaría junto a ella hasta el final, que estaba próximo.

 

Pero no hablamos de eso. Recordamos, en cambio, buenos momentos. Anécdotas que nos divirtieron, personajes de nuestra ciudad, alguna travesura mía. Cada tanto se dormía y yo me retiraba en silencio.

 

Los lunes, miércoles y viernes pasaba el tren por la estación Elías Romero. Llegaban o partían algunos habitantes del pueblo, o gente del campo que había ido hasta allí para tomarlo. No me perdía ese acontecimiento: el paso del tren. Era lo único interesante en ese pequeño lugar, y tal vez podría traer algo diferente, novedoso, o extraño.

 

Como a esa hora mi madre dormía, salía de la casa con sigilo y caminaba por el sendero de baldosas grises hasta la vieja puerta de chapa y alambre del jardín. Tan pronto como aseguraba el pestillo y daba mis primeros pasos por la calle de tierra, empezaba a llorar.

 

No eran lágrimas que se deslizaran suavemente, Eran sollozos intensos, desesperados. No podía evitarlo, era involuntario. Sentía que todo el cuerpo se me sacudía, atravesado por el dolor y la angustia. Nunca lloré frente a mi madre, ni cuando era chica. No quería causarle esa tristeza. Ahora sentía asombro ante esa extraña que era yo misma, que no podía contenerse, que se descomponía de dolor ante lo inevitable. Me avergonzaba que alguien pudiese verme llorar así, A veces me paraba unos minutos junto a un antiguo fresno para tratar de tranquilizarme, antes de tomar la calle principal que iba a la estación. Y cuando escuchaba a lo lejos el silbato del tren acercándose, me limpiaba la cara y caminaba rápido hasta el andén.

 

En la estación había dos bancos de hierro y madera, que raramente estaban ocupados cuando llegaba el tren. Me sentaba en uno y contemplaba toda la rutina: el arribo de la locomotora, los pasajeros que bajaban, los bultos y las personas que subían, las indicaciones. Todo duraba unos 20 minutos y luego partía. Cuando ya no quedaba nadie, volvía a casa.

 

La segunda semana de mi estadía en aquel lugar llegó hasta el andén una niña, de unos 7 años. Me sorprendió que estuviese sola, pero parecía ser algo habitual en el lugar, y nadie se asombraba por ello. Luego me contó que vivía a unas cuadras de la estación. Traía en una de sus manos, colgada de una argolla, una jaula chica, de color plateado, con un pajarito amarillo dentro de ella.

 

No me gustan los pájaros enjaulados, y se lo dije, pero me respondió que era la única manera de tenerlo cerca. Lo llevaba a ver el tren, porque sentía que el pájaro no conocía más que el lugar donde estaba colgada la jaula. Me pareció insólito sacar a pasear a un pájaro, pero reconozco que tenía razón. El mundo para esa pobre ave se limitaba a unos metros debajo de una galería, entre plantas y tapiales.

 

Nos acostumbramos a encontrarnos, la niña, el pájaro y yo, cada vez que el tren se acercaba a la estación. Ella siempre se maravillaba ante la enorme locomotora, y aplaudía y saludaba a los pocos pasajeros, mientras yo cuidaba de la jaula. Éramos un extraño trío: una mujer madura, una delicada niña de largo pelo castaño y un pequeño pájaro inquieto.

 

Esos dos seres, tan inocentes, tan frágiles, me conectaban con la vida.

 

Cuando el tren ya no se veía en el horizonte nos volvíamos juntos y yo los seguía con la mirada hasta que doblaban la esquina. Me apuraba, imaginando que mi madre habría despertado y tal vez se hubiese levantado, pero cuando llegaba la realidad me aliviaba y entristecía: continuaba dormida, en la misma posición en la que la había dejado.

 

Una fría tarde de agosto, ochenta y tres días después de que pisé la estación Elías Romero por primera vez, mi madre murió.

 

Unas pocas vecinas, el cura y yo la acompañamos hasta el cementerio y la dejamos con un ramo de esos lirios violeta que tanto le gustaban.

 

Después volví a la casa, vacié la heladera, regalé algunas cosas a los vecinos y luego de dar mi teléfono a la secretaria de la Comuna, me fui al andén, a las cuatro de la tarde.

 

Esperé a mi pequeña amiga, pero no vino. El tren se acercó con la furia de siempre y aguardé hasta el último llamado, pero ella no apareció.

 

Más triste aún subí y me senté junto a la ventanilla, mientras la máquina, despacio, empezaba a marchar. Estaba buscando mi boleto cuando escuché un ruido del otro lado del vidrio y levanté los ojos.

 

El pequeño pájaro amarillo estaba frente a mi cara. Revoloteó varias veces y luego de vacilar unos segundos se alzó rápido, decidido, para perderse en el inmenso cielo gris.

 

 

 

*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar

-Santo Tome. Santa Fe.

 

 

 

 

 

 

*

 

 

 

En el andén

de los sueños

es donde duerme

mi tren

Mi tren

se pierde en las nubes

desde lejos

no se ve

Tren de abrazos

tren de olvidos

tren de lágrimas

y miel

Lleva

palabras de seda

en vagones

de papel

Mi tren

está hecho de niebla

no todo el mundo

lo ve

 

 

*De Silvia Arazi.

 

 

*Silvia Arazi es poeta, narradora y cantante. Su libro Qué temprano anochece obtuvo el Premio Julio Cortázar de Narrativa Breve en España. En poesía publicó Claudine y la casa de piedra, y La medianera (una novelita haiku) que obtuvo el Segundo Premio del Fondo Nacional de las Artes. Su novela La maestra de canto fue traducida al alemán y al holandés y llevada al cine. La separación, novela, se publicó en Argentina, España, países del Mundo árabe, República Checa, India, Bulgaria y Macedonia. Para público infantil publicó La familia Cubierto, El niño de pocas palabras, Vidas de Gatos (para cantar con un niño o un gato) con canciones de su autoría y La niña que vivía en las nubes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Crónicas terrestres*

 

 

La gente de antes no hablaba mucho o casi nada de su vida pasada, estaba demasiado ocupada en vivir el día a día. A mi edad ya soy parte de la gente de antes, de aquellos que están “más cerca del arpa que de la guitarra”. Aunque los hechos tal cual ocurrieron son imposibles de reconstruir para mí. Siempre quise saber porque llegamos con mis padres desde Tucumán a Elías Romero.

Ya no hay testigos vivos. Ni mis padres ni parientes de aquel entonces en Tucumán.

Nací en Campo Rouges. Mis padres eran cañeros. Todo el mundo era cañero, se vivía de la zafra. Antes y después de la zafra había que cultivar la parcela, criar gallinas. La familia que tenía un caballo con carro para moverse podía sentirse rica. Era muy chico cuando Evita bendijo con su visita al ingenio Santa Rosa. Lo guarde con mis ojitos mientras me acompañen la memoria y la vida. Las dos juntas porque la vida sin memoria no sirve.

 

Por Estación León Rouges pasaba el provincial de Tucumán que se perdía hacia el sur hasta terminar en estaciones que no conocí ni de nombre. Mi madre era de La Cocha. Ella cuando se juntó con mi padre se vino a vivir a Campo Rouges. Hasta La Cocha viajábamos en tren cada tanto a visitar familia. La gente tenía muchos hijos. Mi madre solo quería dos. decía que traer más hijos a casa de pobre era hacerlos pasar necesidad. Mi hermano menor murió a poco de cumplir un año de una enfermedad repentina. Quizás fue esa desesperación o esa tristeza irreparable la que empujo a mis padres a venirse conmigo a Elías Romero.

El abuelo de mi madre estaba establecido en este descampado, puro campo, pero sin cañaverales a la vista ni montañas cercanas. Les mando decir –él no sabía leer ni escribir- que aquí había futuro. Trabajo asegurado. hospital cercano para atenderse.

No mintió. En Marcos Paz había trabajo. Mi madre limpiaba casas. Mi padre aprendió el oficio de albañil. Yo tuve una buena escuela. Había médicos, lugares donde atenderse.

 

Un día intente escribir en un papel el recorrido que hicimos los tres hasta llegar hasta aquí. Cambiamos cuatro veces de tren. El que llegaba desde San Miguel hasta Retiro tenía la vía ancha. Y no viajamos hasta Elías Romero en el Midland que ya se llamaba Belgrano. Se conoce que no tenía frecuencias, así que el bisabuelo nos esperó con su jardinera tirada por la fiel petisa en la estación del Sarmiento.

 

Crecí. Aprendí el oficio de carpintero. Trabajé por mi cuenta mientras pude. Hasta el Rodrigazo se podía trabajar en el oficio de cada cual. El trabajador era un señor, no una pieza descartable.

Voy a evitar relatar como el país acompaño mi recorrido desde carpintero especializado y lustrador de muebles al viejo de más de 70 años que junta latas de aluminio mientras espera una pensión.

 

La calle de tierra que pasa por la estación muerta del Midland se llama Discépolo. Ese hombre sí que la vio venir. La vida fue nomas “Cambalache”.

 

 

Aquella vez –por el 2001 o 2002- cuando todavía tenía trabajo vi a un hombre viejo sentado en la vereda de la calle comercial. Vendía sus libros para poder comer me dijo.

Le compre dos libros que me acompañan en esta soledad. Los releo seguido: “El corazón de las tinieblas” de Conrad. Y “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury.

 

Los dos libros hablan a su modo del triste mundo de la explotación que alguna vez llegará a Marte y mucho, pero mucho más allá.

De Hataway comprendí que la soledad es universal. No es una maldición personal inexplicable. Por donde vaya el ser humano llevará su soledad o su soledad acompañada que suele ser aún peor.

Pero no tengo la capacidad del personaje de Ray para recrear robóticamente a su familia perdida. Así esperó Hataway. Los largos años noche por noche mirando al cielo.

 

Tengo las herramientas mínimas para que mi casa de ladrillos asentados en barro no se derrumbe conmigo adentro. Sé que la condición de pobre incluye no poder arreglar lo que no puedas arreglar con tus propias manos.

 

Por eso quisiera ser el ingenioso Hataway.

Y no “Don Pere” el viejo que hasta ha perdido su primer nombre y la z de su apellido.

 

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

En esta travesía,

amaso tu silencio como pan leudado

junto a la tibieza del hogar.

Tu silencio

Será tu equipaje

en esta travesía.

Las luces del alba sostienen

aquella mirada que no supe darte

porque el cansancio dolía

en el pecho, las uñas, la espalda, las manos.

(Una fotografía sorprendida por el tiempo.

Así fue la vida)

Y como no quiero

Que el lenguaje pese en tu despedida

lo hago como si estuviéramos

en una estación de trenes...

Defiendo algunas palabras que guardaré

contra el tiempo que todo lo arrebata.

Ya llega el estrépito de hierros candentes.

Lo infinito se consuma en los rieles

sobre el tren que parte.

Y te lleva de viaje…

(Una fotografía sorprendida por el tiempo.

Así tu imagen)

 

 

 

*De Miryam Colombotto Seia. colombottomiryam@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

-Próxima estación.

 

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

 

 

 

CARLOS BEGUERIE. 

 

 

 

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.  

 

LOMA VERDE.

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.  

 

 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. 

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

*

 

-Siguiente estación.

 

 

 En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:

 

KM. 38.  

 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.

 

MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA. 

 

JUSTO VILLEGAS.

 

JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

 

 ALDO BONZI.   KM 12.

 

LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.

 

 VILLA CARAZA.

 

VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

 

 

 

 

 

 

InventivaSocial

 

Plaza virtual de escritura

 

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

 

https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL

 


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