martes, febrero 02, 2021

EDICIÓN FEBRERO 2021

 


*Dibujo de Erika Kuhn. https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Madre II *

 

 

Voy a contarte un cuento, me decías

y se espejaba el desierto de la noche. Luces

en la tibieza de su radiación, planetas en ocaso

tu voz sonaba como un cascabel

en el cencerro

monte arriba, badajo de campana que vibraba

con sonidos del aire. La historia era un enigma:

no recuerdo, si algún evento, las cosas de la vida

una creencia que se desvanecía. Pero recuerdo

el final

en el que te hacías visible

espléndida en tu traje, muy ceñida.

Bella, te preparabas:

no había nacido nadie todavía. Sola, en tu páramo,

ardías para el mundo.

 

 

*De Alejandro Méndez Casariego.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

Ella no canta.

Se mira las manos,

el indómito rastro de los días

entre los dedos de aferrar certezas

y dejarlas

ordenadas en estantes.

Mira

la línea que le cruza la palma,

sigue la breve constelación que la atraviesa.

No canta. Repite

como un mantra que mañana

despertará cantando,

que mañana dejará de estar triste,

que mañana levantará los ojos

y mirará hacia afuera.

La línea de la vida le arde en el puño.

El verano asedia la ventana,

con un vértigo de pájaro impaciente.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 


- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)

Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al este del paraíso*

 

 

Argentina es el lugar del paraíso.

No uno sino muchos paraísos. Durante mi infancia los veía florecer en las calles de mi pueblo marcando el inicio de la primavera.

Años más tarde, cuando vivía en la calle Carbajal en Buenos Aires, enfrente de la casa había un paraíso moribundo. Miserable pero verde.

Agonizaba entre el cariño de los gatos vagabundos del barrio, y la poca o nada agua en tiempos de sequía. Cuando llegaba la primavera se alborotaba con nuevos brotes, como una vieja dama digna.

Una tarde de verano salí a la calle y el paraíso estaba envuelto en llamas.

No lo pensé ni un momento y comencé a cargar baldes de agua, que arrojaba uno tras otro sobre el paraíso ardiente.

Los de la mansión venida a menos, a quien pertenecía el árbol, se asomaron al balcón para mirarme. Y yo seguía cargando baldes hasta que no pude más.

El paraíso quedó chamuscado.

Alguien lo arrancó por la noche y al día siguiente en su lugar sólo había un hueco.

Como una muela removida, en esa esquina sin raíces, murió el paraíso.

Mi voluntad no alcanzó para salvarlo.

 

 

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

-De: Microcósmicas, Macedonia Ediciones, Argentina 2015

 

 

 

-Esther Andradi es escritora, ha vivido y trabajado en diferentes países. Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre aquello que se pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo, poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y migración se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología "Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un espacio para la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las fronteras de los países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.

 

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

 

¿Qué nombrábamos entonces,

qué palabras

le buscábamos al viento

cuando decir era todo lo que había?

Ato las dos puntas de la tarde

y en un acto de magia

las deshago.

Se hacen polvo en el aire,

partícula a soplar.

Ceniza.

Nada.

Toda palabra dicha ya es pasado.

Sólo el silencio sucede en el presente.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La lección del maestro*

 

 

*Por Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com

 

 

La obra del gran escritor Juan Carlos Onetti (Montevideo 1909 Madrid 1994) estuvo signada por los desencuentros el primero con la crítica ciega, y luego con el público que no estaba preparado para recibir una escritura de esa dimensión que lo llevaron, pese a ser muy original, a los segundos premios donde se presentara.

En 1939 a instancias de su amigo el poeta Juan Cunha que se improvisó su editor, apareció en Montevideo la primera edición de El pozo, donde Eladio Linacero, personaje emblemático del sujeto urbano aplastado por la angustia y el anonimato, monologa sobre la sinrazón de la existencia. La náusea saldría varios años después, al fin de la guerra, es decir que Onetti pasó desapercibido porque simplemente vivía en el arrabal del mundo. Era latinoamericano.

La patética suerte de este libro que debió modificar el mapa literario del Río de la Plata, quedó sujeto a la falta de interés ya que, según Ángel Rama, quien años después de su aparición lo reeditó, sostenía que aún quedaban a 30 años de aquella edición secreta) paquetes de ejemplares de los 500 que se habían tirado.

La tapa tenía la reproducción de un Picasso apócrifo y el papel interior era de estraza celeste.

En estas costas reinaba Eduardo Mallea, de quien hoy nadie se acuerda, ni los distraídos profesores de literatura lo incluyen en sus programas.

No mejor le fue con La vida breve, en 1950, ya viviendo en Buenos Aires. No tuvo casi comentarios, pasó desapercibida esta obra verdaderamente de vanguardia, seis años después le pasaría lo mismo a Antonio Di Benedetto con Zama, que son junto a Los siete locos las tres mejores novelas que se publicaron en la Argentina en el siglo XX, según Juan José Saer.

Los "fracasos" no hicieron mella en la obcecación de Onetti. Siguió poniendo en palabras como nadie al ritmo de su respiración de fumador empedernido y de alcohólico contumaz, las insanias de este mundo absurdo. Su galería de putas y de borrachos, su "corte de los milagros" donde pululan los fracasados, los locos, los pirómanos, los proxenetas, los marginales que sólo en sus piadosas palabras tienen un destino, y los únicos seres que se salvan de su mundo atroz: los adolescentes, porque según sus palabras no han perdido aún la pureza que una vida de miserias les va a arrebatar seguramente en la primera de cambio.

Huraño, cascarrabias y escéptico, pasó por este mundo escribiendo "por necesidad, para mí mismo, aunque supiera que nunca nadie me va a leer" como dijo en uno de los pocos reportajes que concedió en su vida a la periodista uruguaya María Esther Giglio.

La obscenidad, que es norte de la vida social de muchos escritores que sólo se empeñan en hablar mal de los colegas en público, como si eso les diera una pátina de genialidad, deberían seguir su ejemplo de ascetismo.

Onetti, como su admirado maestro Faulkner, dejó una larga estela de escritores que sin su obra no hubieran existido. Lo diré sin más vueltas: dejó un montón de discípulos, que aprendieron a escribir gracias a él. Algunos se lo han agradecido (Carlos Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, Saer) y otros se lo guardan y lo niegan si se les pregunta, pero no llegan lejos con su mentira. Eso se percibe fácilmente al leerlos. Pareciera que son "guachos", como se les dice en el campo a los huérfanos, a los que no tienen padre conocido, a los "hijos de la nada". Suponen que el mundo los estuvo esperando para comenzar su marcha, son sus modestos aportes a este mundo de miserias. Allá ellos.

Lo cierto es que Onetti nos dejó un puñado considerable de cuentos y por lo menos cuatro novelas que son obras maestras del género: La vida breve, El astillero, Los adioses y Juntacadáveres. El "Juntacadáveres" Larsen o simplemente "El Junta", quien ya había ido apareciendo en novelas anteriores y que en El Astillero había sido personaje principal, pero es en "Juntacadáveres" donde hace su aparición que es toda una sinfonía: el sueño de un prostíbulo perfecto. ¿Acaso "el astrólogo" no pensaba lo mismo en la saga arltiana para financiar "su" revolución? "Juntacadáveres" se instala en la ciudad de Santa María, la ciudad inventada por Juan María Brausen en La Vida breve y trata de poner en práctica su plan, elaborado minuciosamente, ya abonado por fracasos anteriores pero se debe enfrentar con el doctor Díaz Grey (otro emblemático personaje onettiano, quien representa las fuerzas vivas de la ciudad. Hay un diálogo entre ambos que no tiene desperdicio. Allí Juntacadáveres intenta convencer al médico que ellos tienen vocaciones diferentes, pero una misma pasión).

Cierta vez se le preguntó a Onetti sobre el origen de este personaje. Y él contó que trabajando para la empresa Reuter en Buenos Aires, una madrugada asomó por la puerta de un bar un sujeto que llamó su atención. Al inquirir por él, le dijeron: "Ah, es el Junta. Le dicen Juntacadáveres porque se dedica a coleccionar prostitutas viejas". Fue suficiente para construir después uno de sus personajes más entrañables, aún en su miseria final y su abyección.

En su magistral cuento "El posible Baldi", afirma que somos responsables de una lenta vida idiota. "Porque el doctor Baldi dice el narrador no fue capaz de saltar un día sobre la cubierta de una barcaza, pesada de bolsas o maderas. No se había animado a aceptar que la vida es otra cosa, que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles ni de hombres sensatos".

Una vez le preguntaron por qué sólo salvaba a los adolescentes en sus libros. "Porque al ser humano lo destruyen la política y el matrimonio", contestó. Él, que se casó cuatro veces.

Entre las cosas absurdas de un continente sumido en la represión que orquestaron sus propios Estados contra los pueblos está la dolorosa anécdota que llevó a Onetti a la cárcel por haber participado como jurado en un concurso de la mítica revista Marcha y haber premiado un cuento de Nelson Marra donde el personaje era un represor/torturador. Marra estuvo 5 años preso en una cárcel para detenidos de extrema peligrosidad. Onetti, Mercedes Rein, miembros del jurado, seis meses, junto a Carlos Quijano y Hugo Alfaro, director y Jefe de redacción respectivamente de esa publicación donde Onetti había sido su primer secretario en 1939. Esto de las detenciones fue en gobierno de Bordaberry, quien disolvió el Congreso y gobernaba con una junta militar. Corría el año 1974.

Cuando lo dejaron libre se cruzó a Buenos Aires con una valija de libros, allí tomó un avión para ir a Madrid donde se lo había invitado para participar como jurado en la editorial Seix Barral. Su última esposa, la argentina Dorotea Muhr lo siguió. Estando privado de la libertad pidieron por él todos los intelectuales dignos de Europa y Latinoamérica. Empezando por Jean Paul Sartre.

Nunca volvieron de allí, ni cuando el presidente Sanguinetti elegido democráticamente lo invitó telefónicamente.

 Gracias, pero no sé qué volvería a hacer yo allí-, contestó eludiendo el convite.

Pasó sus últimos años escribiendo cuatro novelas más y algunos cuentos, se empezó a reeditar parte de su obra en España y otros países de Europa, pero él siguió acostado en su cama tomando whisky, fumando varios paquetes de cigarrillos y leyendo interminables novelas policiales. Sin dar ningún reportaje.

Había hecho hacer un cartel que pegó con una chinche en la puerta con la leyenda que decía: "Onetti no está". Los curiosos o pacientes que lo buscaban infructuosamente se encontraban con el cartel... y el ruido del violín que producían los ensayos de su esposa que era música.

Cuando le concedieron el Premio Cervantes (máximo galardón literario en lengua española), nunca tan bien otorgado valga apuntar, agradeció al Rey con un discurso donde aclaraba que él en la vida siempre había pagado "no placé" y cuando ya no esperaba nada le caía esta distinción. Al ser requerido por el periodismo de todo el mundo, un periodista español le preguntó qué significaba el premio para él.

 "Ciento diecisiete mil dólares", contestó lacónico. Al periodismo hispano no le cayó muy bien su respuesta.

Se olvidaba que él era Juan Carlos Onetti, un verdadero duro hasta el fin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ON THE ROCKS*

 

 

El dolor se tragó mis ideas, mis proyectos, mis locuras.

En su lugar quedó un hueco, una cala donde el mar se acomoda por las noches, despacio.

Cuando hay luna, descontrolado, sube a buscarla.

Entonces me despierta una sirena.

 

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CABEZA Y TIEMPO*

 

 

 

El busto estuvo siempre sobre la mesita del living, una de esas cosas invisibles por exceso de permanencia, por desaparición de los sentidos a fuerza de repetición. Como el olor de la propia casa, única confluencia de rastros olfativos que nos está negada porque se halla ya incorporada de tal modo que desaparece, así el pequeño busto de mármol era un objeto transparente.

Años de pasar por la habitación sin reparar en la esculturita, blanquecina presencia cotidiana dentro del paisaje visual.

Justo ahora se le ocurre mirarla. Extiende la mano y la sensación del peso, la frescura de la piedra calza guante y zapato, dedo por dedo talón arco justo en las palmas. Hecho para ser observado de cerca, se revela a su mirada como una foto polaroid que corporiza una presencia de espíritu y mediúmnicamente invoca un fantasma.

Es una cabeza masculina y esa es la primera sorpresa, porque los bustos suelen ser retratos de mujeres más o menos lánguidas, con esa belleza anodina de las muchachas que parecen abstraídas en sus pensamientos, pero en las que se adivina un definitivo no pensar, se adivina la pose tentadora de la reflexión imitada rasgo por rasgo frente silenciosa ojos perdidos en una lejanía romántica labios quietos casi serios casi a punto de sonreír, una más bien nada, como conviene a una jovencita.

Pero es una cabeza masculina. Un hombre que la mira a los ojos con atención, minuciosamente cincelado cada pequeño detalle, con los rasgos firmes de quien no condesciende al engaño y se atreve a sostener con solvencia el puente sólido y perturbador de los ojos en los ojos.

Por un rato no puede hacer otra cosa que mirar los ojos que la miran.

Siente que hay en dejar vagar la atención por el resto del rostro como una claudicación, un apartarse perturbado. Siente que cortar el puente es un reconocimiento de vergüenza, una especie de demostración de debilidad. El hombre la mira a los ojos, ella no puede apartar la mirada. Se dice que es gracioso, pero no tiene ganas de sonreír.

Con aceptación de derrota aparta entonces la vista y descubre las finas líneas de arrugas en la frente, las cejas de arco perfecto recorriendo con firmeza el contorno de las órbitas, los labios cerrados. Hay en la expresión del hombre callado y quieto una seguridad sin fisuras. Atento y cerrado en sí mismo, bloque de material pero de conciencia, único e indiviso apariencia peso color rasgos unívocos. Exceso de yo en ese hombre que confortablemente es él y no aparenta ni finje, que es él y no otro, tal como debe ser tal como fue creado desde siempre desde toda la eternidad, que si un vago escultor no lo hubiese tallado cincelado extraído de la piedra, otro lo hubiese hecho, pues se demuestra en la forma el grado de necesariedad. Y en la palma de su mano, en la palma de su mano.

¿Quién eres tú?, pregunta sin mover los labios ella que lo sostiene en la palma de la mano, ella que es sostenida desde la palma por esa pieza monolítica de maravilla. ¿Quién eres tú?, sabiendo que es solamente una escultura en su mano, una cabeza de mármol negada al habla negada a la palabra negada a la vida, esta vida que transcurre y modifica y hace crecer pero las más de las veces descompone, derrota, finalmente destruye y acaba y despedaza y desperdiga y finaliza.

Esos ojos esa boca que no puede responder la contemplan desde la eternidad. Desde la inmovilidad del tiempo quieto fija el hombre la mirada en sus ojos. Desde siempre pero en este instante la mira. Y ella sabe ahora, siempre lo supo pero ahora sabe que va a morir, que habrá mañanas y tardes y noches acumuladas pero que va a morir, que su rostro y su cuerpo se derretirán en torno a los huesos, que su carne está construida con la fragilidad de lo perecedero y no de piedra inmutable. Este hombre que la observa se lo dice con tranquilidad, sin dramatismo sin exceso de desesperación. Con tranquilidad se lo comunica silenciosamente. Y la mira.

Deposita suavemente el busto en la mesita.

Se sienta en una silla.

Volverá a tomarlo en sus manos una que otra vez, cada tanto. Rehuirá los ojos cincelados y olvidará la cabeza tiempo y quietud y espacio estanco durante largas temporadas. Pero estará ahí, segura como segura es la propia muerte, algunas veces como amenaza, otras como promesa, las más como simple clausura si es que existe alguna clausura que pueda relacionarse de alguna forma con la simplicidad.

 

¿Quién eres tú?, dirá silenciosamente. ¿Quién eres tú?

 

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EN LA NEBULOSA DEL CANGREJO*

 

Vivíamos en lo que fue una verdulería. Más bien las ruinas de un local. 

Todo sucede tan rápido que no tengo ni tiempo de preguntarme 

¿Cómo llegamos a esta situación horrible?

Desde la puerta –que es sólo una rotura en la pared sin marco ni hoja- veo llegar 

al tío Nicolás, viene de la mano de una mujer que renguea.

El tío no cambia más, cada vez que consigue una novia la viene a presentar.

Está flaco, más joven que en su última visita. 

Ha bajado de altura desde su metro noventa.

Sé que lo abrazo. Le digo: “al fin viniste”.

El llanto es tan profundo que en la nebulosa lo despierta.

 

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

EL DESPERFECTO*

 

 

_Oiga don… ¿no sabe qué pasó?

Francisco miró con fastidio a su compañero de asiento.

El tren se había parado, nuevamente, en medio de un desolado campo de pastizales secos. Ya hacía catorce horas que estaban viajando.

Él había creído que era la forma más directa y rápida que tenía para llegar a Tucumán. No imaginó estas demoras, ni semejante compañero de asiento. El viaje parecía interminable.

Cuando el hombre se sentó a su lado, lo observó disimuladamente. Un pobre tipo, con un saco enorme (seguramente prestado para la ocasión), el pelo mal cortado. Un par de zapatos viejos y un aroma fuerte, dulzón, de colonia barata.

“Al menos el perfume no va a durar más de 15 minutos”, pensó.

Pero duró un poco más y el hombre, que dijo llamarse Eusebio, lo había molestado durante todo el viaje preguntando y contándole cosas. Un casi analfabeto que no sabía nada. Justo tenía que tocarle a él.

“Eso te pasa por apurado” diría su mujer. Y tenía razón, aunque el no lo admitiría nunca. Pero quería terminar este negocio antes del fin de semana. Sacarse el problema de la cabeza, para empezar a solucionar otros.

Su hijo no le hablaba desde hacía ya varios días, porque habían perdido un cliente por un error suyo. Un desagradecido, su hijo. Él le había dado un puesto privilegiado en su empresa, cuando otros lo merecían más. Pero era su hijo.

Qué mala suerte, pensó, este compañero viaje. No lo había dejado en paz desde que salieron. Le buscaba charla y él no quería hablar. ¿De qué podían hablar, salvo del tiempo? ¿De política internacional, acciones en la Bolsa? Francisco sonrió ante su propio sarcasmo. Ese pobre hombre, a su lado, podía ser estafado hasta por un niño.

Pero después de tantas horas ya se sentía cansado y de pésimo humor. Tenía hambre, se le había empezado a arrugar la camisa y no sabía cuánto tiempo más duraría el viaje. Un bebé lloraba desde hacía rato y aumentó su molestia.

Y ahora este hombre que le preguntaba por qué el tren se había parado, como si él tuviera todas las respuestas.

Imposible hacerse el dormido. En cuanto abría los ojos, el otro volvía a la carga.

 

Fastidiado, respondió;

_ No sé, por los ruidos que se escuchan, deben estar arreglando algo.

El hombre mostró preocupación:

_Yo voy a Colonia Dora…y ya estamos atrasados dos horas…

Francisco no contestó.

_¿Sabe qué pasa, don? Murió mi padre y lo entierran a las 6 y yo quería llegar antes de que lo entierren, Para despedirlo, vio?

A pesar del silencio de su vecino, Eusebio siguió hablando.

_Yo me fui de mi pueblo hace 40 años. Tenía 17. Éramos muy pobres y un primo mío, de Buenos Aires, me dijo que allá podría conseguir algo. Mi viejo, mi vieja y mis hermanos fueron a despedirme a la estación. Mi vieja lloraba, pero yo estaba contento. Le dije:”A fin de año vuelvo para visitarlos y hacemos una fiesta!”. Ahora que lo pienso… yo era casi un chico...

Pero cuando llegué a Buenos Aires me di cuenta de que mi primo no estaba tan bien. Me fue a esperar a Retiro y nos fuimos en colectivo hasta su casa, que quedaba muy lejos, en un barrio fuera de la Capital.

No me gustó como vivía mi primo y, sabe… andaba en cosas raras. Yo no quise. Al mes me fui de ahí y conseguí empleo en la cuadra de una panadería. Un compañero de trabajo me presentó en la pensión donde vivía y así seguí.

No volví a mi casa, en Colonia Dora, en estos cuarenta años. No sólo no tenía para el pasaje, no podía volver. Todo el pueblo sabía que me había ido a vivir a Buenos Aires, a buscar mejor vida. ¡Cómo iba a volver así, derrotado, peor de lo que me había ido! Al principio les mandaba cartas a mis viejos, mintiéndoles, después no preguntaron más.  Muchas veces me arrepentí de no haber terminado la escuela… tal vez hubiese conseguido algo mejor, hasta una mejor compañera, porque la mía me dejó al poquito tiempo de casarnos.

Ahora quisiera…solamente quisiera, despedir a mi padre. Decirle que lo siento, cuánto pensé en él, cuánto lo quería…

Francisco se sintió sumamente irritado por el relato del otro. El calor, la inmovilidad del tren, la demora, los reproches de su mujer, la indiferencia de su hijo, ese diálogo no buscado, todo se unió para explotar en su respuesta:

_ Ahora es tarde, Eusebio. Muy tarde. Su padre ya está muerto. Aunque usted se quede parado dos horas junto al cajón y le hable, él ya no lo escucha. No oye, no siente. Está muerto. Las cosas hay que hacerlas en vida. Después, ya no sirven.

En el instante en que terminó de hablar, Francisco se arrepintió de haberlo hecho. La dolorosa mirada del otro le atravesó el pecho, como una filosa navaja.

Pero las duras palabras habían conseguido silenciar a Eusebio. Volviendo su cara hacia la ventanilla, perdió su mirada en el lejano horizonte.

En eso el tren empezó a moverse.

Unos kilómetros más adelante, llegó a la estación de Pinto, un pueblo medio perdido en medio del campo.

El guarda avisó que estarían allí por lo menos media hora, para terminar de arreglar el desperfecto, y luego se reanudaría el trayecto con normalidad. Todos bajaron en la pequeña estación.

Algunos caminaban, otros fumaban, el niño corría y había parado de llorar.

Francisco vio a Eusebio sentado solo, en el final del andén, de espaldas a la gente. Sus piernas colgando, el enorme saco rozando el suelo.

Algo en sus movimientos le llamó la atención. Trató de acercarse, sin hacer ruido. Sólo veía la espalda del hombre, moviéndose.

Unos metros antes de llegar a él se detuvo, sorprendido.

Eran sollozos. Eusebio estaba llorando.

En ese momento Francisco se dio cuenta de que quien estuvo catorce horas al lado suyo era un ser humano, igual a él.

Catorce horas a su lado. Próximo. Prójimo. Como el prójimo del que hablaba el cura, los domingos en la misa. Él ayudaba al prójimo. Daba limosnas siempre, ante la mano tendida. A los descalzos, mal entrazados, gente que era el prójimo. Siempre pensó que el prójimo era algo lejano, que no tenía cara ni nombre, algo anónimo. No era ni su hijo ni su mujer, y menos este pobre infeliz que le había tocado en suerte como compañero de viaje.

“¿Adónde está tu corazón?”

La pregunta se la había hecho su madre muchos años atrás.

Sintió también él ganas de llorar.

Pero no podía. Un hombre elegante, bien vestido, no podía llorar en el medio de un andén, como un chico. Alguien se acercaría para preguntarle si le pasaba algo, si se había descompuesto.

En cambio nadie, excepto él, había reparado en el llanto de Eusebio.

Fue al baño y se lavó la cara, justo en el momento en que el guarda gritaba que se reanudaba el viaje y el tren empezaba a ponerse en marcha.

Eusebio pasó delante de él para sentarse y lo miró con una expresión tranquila, sin encono.

Francisco celebró esa mirada que no tenía rencor. Era como la de un niño, con la inocencia que él había perdido hacía muchísimo tiempo. Por primera vez en todo el viaje, se dirigió a Eusebio con amabilidad:

_ Vamos a llegar a las tres a Colonia Dora. Va a tener tiempo.

Eusebio sonrió suavemente.

Dos horas después, el tren llegaba a la estación Colonia Dora, en Santiago del Estero.

Eusebio agarró fuertemente su pequeño bolso y le tendió la mano.

_Adiós, don. Disculpe si lo molesté con mis preguntas.

Francisco se paró y lo abrazó.

_ Suerte. Y decile a tu padre todo lo que sientas. Tal vez, desde algún lado te pueda oír. Ah!.. esperá.

Sacó una tarjeta de su bolsillo y se la dio.

_Cuando vuelvas a Buenos Aires andá a verme a la empresa. Tal vez pueda conseguirte algo mejor de lo que tenés.

La sorpresa y la alegría iluminaron el rostro de Eusebio. Le agradeció calurosamente y bajó corriendo la escalerita.

En el andén, un pequeño grupo de personas lo esperaba sonriendo.

Francisco pudo ver algunos abrazos antes de acomodarse en el asiento.

Le quedaban algunas horas para dormir, tranquilo, hasta llegar a Tucumán.

 

 

 

*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar

 

 

 

 

-Próxima estación.

 

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

 

 

 

CARLOS BEGUERIE. 

 

 

 

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.  

 

LOMA VERDE.

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.  

 

 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA. 

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

LA PLATA.

 

 

 

 

*

 

-Siguiente estación.

 

 En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:

 

KM. 38.  

 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.

 

MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA. 

 

JUSTO VILLEGAS.

 

JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

 

 ALDO BONZI.   KM 12.

 

LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.

 

 VILLA CARAZA.

 

VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

 

 

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

 

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

 

https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL

 

 

 


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