miércoles, junio 23, 2021

101 ANDRADIS

 



*Dibujo de Erika Kuhn. https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 





 

 

 

FUTURO INDECISO*

 

 

Por las mañanas muy temprano mi gata me exige caricias.

Primero comida, sí, pero después caricias.

Su insistencia aumenta con los años.

Cuando ya no esté, seguiré acariciando su aura mirando el arce por la ventana.

Y cuando las dos nos hayamos ido, la memoria de la ventana nos evocará cada

mañana en un sueño transparente, gata y mujer, acariciándose, para

permanecer.

O no.

 

 

*De Esther Andradi. esther@andradi.de

 

 

 

 


 

 

 

101 Andradis.

El universo para el lado de los tomates

(Y viceversa).

 

 

101 Andradis, 1 por cada década vivida.

Algunos textos fueron publicados en el milenio pasado, otros en este primer quinto del siglo, y entre ellos se entreveran los inéditos DEL TOMATE que vienen marchando. De yapa mis respuestas al Test de Bonifacio, propuesta del poeta Renato Sandoval Bacigalupo.

 

GRACIAS a la iniciativa y generosidad de mi amigo Eduardo Francisco Coiro, escritor y anfitrión de InvenTren & Inventiva Social.

 

Esther Andradi.

Berlin, junio 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1.

 

 

LA GRAMA ENCUBIERTA

O una versión personal del "pastito interior"

 

 

Mi abuelo el árabe llegó a Argentina sin conocer una palabra de castellano. Dicen las lenguas familiares que en Buenos Aires sus paisanos le dieron una maleta con artículos para vender, que él tiró por ahí, porque le avergonzaba su español insuficiente, y siguiendo las vías del ferrocarril llegó a una colonia de inmigrantes donde iba a conocer a mi abuela. La colonia se llamaba Nuevo Torino, de modo que el castellano por cierto tampoco era su fuerte. Mi abuelo se bastó con una mandolina para enamorar a las mujeres, y todavía hoy no hay hombres en la colonia que no hayan oído hablar del lenguaje de sus brazos, sea para la dura faena del campo o para la pelea, que ganas no le faltaban al árabe, ni susto le daban ni una ni otra. De esa mixtura piamontesa y árabe, dialecto de Oms, nació mi padre y sus diez hermanos, a la sazón los tíos de mi infancia, de las fiestas de la yerra y de los chistes verdes en piamontés. Porque fue la abuela quien legó su lengua a la familia, mientras el abuelo relegaba su idioma y enterraba la nostalgia.

Mi abuelo el anarco-sindicalista llegó de Turín siendo un niño, y la leyenda familiar cuenta que todos servían al rey, y habla de caballos blancos y negros ornados para los desfiles de una pompa, que en las pampas argentinas de esos años, sin asfalto ni agua corriente ni electricidad, sonaban como a historias de aparecidos de cualquier otro planeta. Lo conocí poco, con su altura desorbitante, su blancura casi lunar y sus anteojos de hombre que parecía destinado a actividades del espíritu.

Murió cuando yo todavía era una niña pero me legó su olor. En los fondos de la casa de la abuela, que hoy ya no existe, estaba la piecita del tesoro que yo visitaba a la hora de la siesta: la abuela guardaba allí los recuerdos de su esposo. En medio de alcanfor y naftalina sobresalía el olor de las revistas, a papel viejo y fotos de colores, que en una época sin televisión acaso alguien pueda comprender la fascinación que ejercían en una niña. Revistas políticas, fotos de los compañeros en el sindicato, recortes de periódicos antiguos, todo se remozaba en los cajones de la cómoda de la piecita, donde también se guardaba el yunque de mi abuelo, que era metalúrgico y como tal, comandó más de una huelga y uno que otro sindicato. La relación entre la abuela con ínfulas aristocráticas y el abuelo anarco provocó la ira patriarcal y la expulsión de la bella Teresa del paraíso familiar. De esa catástrofe nacería mamá y los seis tíos por vía materna. Con todo, la desheredada y el político legaron a sus hijos el dialecto italiano dizque del rey.

Ni qué decir que con esta historia de mezclas y de pérdidas, siendo niña me cuidaba muy bien de pronunciar cualquier palabra que no fuera típicamente “argentina”, si es que algo así existe. El sistema de lenguaje familiar de la infancia era precopernicano: el castellano-argentino era el centro del mundo y aquel que no lo hablase correctamente, merecía el destierro, y la repetición del año escolar, para más humillación. Los demás mundos eran satélites imperfectos cuya vida dependía del idioma oficial. Sin embargo, este idioma era una suerte de castillo, que por acción de los puentes levadizos de los demás idiomas, podía quedar protegido como también aislado de la vida. En otras palabras, cuando mis padres comentaban sus secretos hablaban el idioma periférico. Igual que mi abuelo el árabe, que de tanto en tanto se refugiaba en el jeroglífico con sus paisanos condenando a la abuela María al silencio. El idioma entonces era puente y puerta, así como la periferia podía ser a la vez centro y viceversa, en un movimiento continuo de relaciones, atracciones y oposiciones. Pero eso se me iba a revelar mucho más tarde.

Porque ese universo de mi infancia permaneció encubierto durante años, hasta el encuentro con el idioma alemán. Idioma que, como se sabe, nada tiene que ver con el árabe ni con el piamontés y tampoco con el castellano. En Alemania no sólo el idioma hablado era diferente. Hasta las interjecciones, el idioma gutural de la infancia, venía en otro envase. Así por ejemplo, los amigos alemanes decían "Ajjj" para expresar la belleza, cuando todo el mundo sabe que en castellano argentino "ajco" -asco- se "dice" con jota. Pero "asco", según el idioma del nuevo mundo se expresaba con una interjección que suena más o menos así: "iii-guet-iii-guet"... algo que a mí no me decía nada. Y en cuestiones de vida o muerte, si yo decía "ay", para expresar mi dolor, el otro pensaba que se trataba de un juego, porque el "ay" de ellos es "aua", y así hasta el infinito.

¿Qué hacer frente a tamaña diferencia? ¿Refugiarme en el exilio interior o dejar que me lavasen el cerebro? Como mi abuelo el árabe, abrí mis puertas al nuevo sistema solar que se me ofrecía, y me metí de lleno a aprender el idioma, a disfrutar de su sonido, a irritarme con sus incontinencias, a rebelarme con sus diferencias. El riesgo que ofrecía tamaña aventura no me era desconocido. En cualquier momento corría el peligro de ser tragada por el agujero negro teutón, y adiós pampa mía. Pero también tenía la posibilidad de ganar un universo que se conjugara con el mío, y que en el espacio sideral ambos pudiesen convergir y moverse con la distancia que permite la atracción pero no la deglución. Juntos pero no mezclados, como se dice en criollo.

De esa relación contradictoria, tortuosa y por cierto alterada por no pocas desesperaciones y dolores, he ido ganando poco a poco profundidad en el universo de mi mundo de idiomas maternos, los hablados, los callados, los gestuales, y podría decir que a la larga el resultado no deja de ser satisfactorio, aunque de vez en cuando suele arrebatarme la tentación de refugiarme en el castillo y levantar los puentes. ¡Como si el aceptar el nuevo universo fuese cosa a estas alturas de mi voluntad!

Lo único inquietante de toda esta historia es, que mientras gano en profundidad, mientras me sumerjo en el origen y el nombre de las cosas en mi idioma original, buscando la raíz y dejando de lado la espontaneidad y la presunta inocencia del idioma materno, me suele asaltar la nostalgia por la extensión, privilegio que conservan los que viven en el idioma. Quiero decir, que mientras estoy en el castillo alemán, el castellano se me manifiesta con la contundencia del nombre, con la fuerza de lo esencial, de lo originario/original, con la insistencia con que suelen expresarse las periferias. Y por cierto, la nostalgia de perderse en la infinita pampa del lenguaje colectivo, coloquial, vital, permanente, en el que nadan los que están allá, se hace especialmente patente, apenas me rozo con ese lenguaje, sea en el encuentro con el viajero recién llegado de aquellas tierras o en un viaje hacia allá, donde me alcanzan las nuevas palabras. Entonces, por un instante, me baño en el mar del idioma vivo de esos días. Y gracias a la exaltación, se refuerzan en mi alma los giros oídos en la niñez, las risas paternas, los chistes verdes en piamontés, las protestas y ordenanzas e inventos de palabras de esa familia, que un día asumió el castellano-argentino. Pero que a la vez, en un pacto secreto, en sus valijas deshechas, en sus bártulos desarmados, en la nostalgia de un universo que no se resignaba a perder, guardó sus vocales e interjecciones, sus ayes y sus peros, por si alguno de sus descendientes, estimulado por el dolor de la opción, las recuperase algún día. Entonces, descubriría que no hay centro ni periferia que dure cien años, ni gramática y corazón que lo resista. Que hay una fuerza que persiste como la grama, que sigue creciendo bajo la tierra recién removida.

 

1993

(en antologías español, alemán, inglés)

 

 

 

 

 




 

 

 

2.

 

 

NUECES

 

 

Los vegetarianos me dijeron que una nuez tiene las mismas proteínas que un bife. Así que el domingo compré nueces.

Soy mujer de ideas antiguas o bien de escasos artefactos modernos. Ergo: no dispongo de rompenueces. De modo que pretendí partir a las condenadas golpeándolas contra la mesa. Imposible. Apelé a mi instinto y aplasté una contra otra. Infalible.

La comprobación me enseñó, que aún con feminismo y todo, la mejor forma de dividir a las mujeres no es aplastándolas contra el piso —como nos hacen a algunas—, sino apretándolas una contra otra.

Como las nueces.

 

Come, éste es mi cuerpo Último Reino, 1991

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3.

 

EL HUNDIMIENTO DE “AMOR”

 

 

Aunque suene a nombre de gaseosa, el Spree es antes que nada uno de los ríos que surcan Berlín. Y como la naturaleza nació antes que la geopolítica, resulta que este río se cruza y regodea en mil meandros de un lado al otro. Quiero decir de Berlín Occidental a Berlín Oriental que son algo así como "dos en uno", según diría una propaganda. Pero aquí la cosa es más complicada, porque el Spree pertenece a la República Democrática Alemana -(RDA)- y para que los berlineses occidentales tengan derecho a usarlo, la República Federal Alemana -(RFA)- debe pagar una especie de cuota anual a la RDA. Algo así como un alquiler, pero que no es tal, porque si una alquila una casa, el dueño no tiene derecho a usarla, pero con el Spree sí. Entonces puede ser que una vea dos barquitos berlineses -con diferentes banderas, claro está- surcando las mismas aguas, pasando bajo los mismos puentes... Cosas de la fantasía geopolítica, corriente tan imaginativa que deja corta a la literatura.

 

Y hete aquí que en el Spree, el que está del lado de occidente, algunos yatecitos anclados hacen soñar a los berlineses occidentales llevándolos en excursiones rumbosas hasta la isla de los Pavos Reales, un mausoleo natural con castillo y pavos reales de verdad y donde se jaranearon los reyes de varias épocas inaugurando tenidas de baño osadísimas para todos los tiempos. Y hete aquí que varias lanchas se encontraban ancladas debajo del puente de Hansa, esperando estrenar la temporada. "Mozart", "Karl", "Sansouci" y una con nombre español "Amor”. Admiré la osadía de los alemanes para subirse a un barquito con ese nombre. Al fin y al cabo, algo de sangre vikinga todavía correría por sus venas.

 

Amor” se fue el domingo de Pascuas cargado de pasajeros a la isla de los Pavos Reales, y al regreso, exhausto por la travesía, se echó a dormir.

 

Por la noche, "Amor" se incendió.

 

O mejor dicho hubo un amago de incendio, porque no llegaron a verse las rotundas llamas, -los alemanes, dicen, no enganchan con pasiones, - que ya estaban los bomberos encima de “Amor” atosigándolo con agua. Tanta agua, que no sólo apagó el incipiente fuego de “Amor”, sino que propició un rápido hundimiento. Ya en la madrugada del lunes, “Amor” hacía agua. Y había que reflotarlo. Ahora no sólo estaban los bomberos, sino también la policía, los agentes de la compañía de seguros, los controles de seguridad, los agentes de la sociedad alemana para el control de materiales y un mundo de controles más junto al dueño, capitán del barco que, a decir verdad, nadie había visto quedarse en cubierta como en las novelas de Salgari. Y cada uno comenzó a hacer su trabajo, amén de un equipo de hombres ranas vestidos de color negro y naranja que se ocuparon de los detalles en profundidad.

 

Mientras tanto, la gente se apersonaba en el puente. Fotógrafos, chicos, perros y aficionados se detenían a contemplar el salvamento de “Amor”. Parecía una boda, más que una ruptura, que era lo que en realidad la eficacia de los bomberos había provocado. Cuatro días estuvieron, mañana y noche, porque al caer la tarde los astutos bomberos tenían unos reflectores capaces de iluminar un Estadio de fútbol completo y sus adyacencias. Al quinto día, como en la Biblia, “Amor” estaba salvado. No se sabe si su dueño-capitán estaría de acuerdo. Será cuestión para compañías de seguros y demás controles que aquí lo pasan todo por el cerebro del computer. Hasta las dudas. Aunque cuando vi a “Amor” balancearse otra vez serenamente al ritmo del caprichoso Spree con su pintura deteriorada, un montón de parches en la cubierta y notables rajaduras de proa a popa, me pregunté si para salvarse así, no habría sido mejor que hubiera permanecido para siempre en el fondo del Spree.

 

Ésa ya es una disquisición para la literatura, y no un reproche a la eficiencia de los servicios -en buena hora la de los alemanes- que, de haberlos así en nuestros países, provocarían, mamma mía, cuántos hundimientos.

1983

 

Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante.  Mirada Malva 2015

 

 

 

 



 

 

 

 

 

4.

 

VINO

 

 

Mi cara se parece cada vez más a una pasa. Las arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la seriedad de pasa nomás.

Por eso bebo tanto. Para macerarme en alcohol y así poder tragarme.

Lástima que no puedo sobornar al espejo.

Pero quizá termine disolviéndome en saliva, acogiéndome al privilegio de las hostias.

 

Cóme, éste es mi cuerpo, 1991

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

5.

 

 

LA REUNION

 

 

La noche en que doña Consuelo murió, estuve trabajando hasta tarde en mi estudio. Sentía urgencia por poner en su lugar papeles y trámites y ordenar de una vez los archivos de los años vividos fuera del país. No fueron pocos, así que cualquier momento me parecía adecuado para comenzar una tarea incierta y desagradable. En el fondo, “ordenar” no era más que poner sobre la mesa lo obtenido y lo perdido, un registro de evocaciones que sólo los descendientes, si acaso, serán capaces de descifrar desde esa distancia que los hace sublimes. Mi marido se había ido a dormir de mal humor y yo me emperré en organizar aquello hasta que me diera la gana. Desde hacía bastante tiempo estaba de regreso pero el lugar que un día me expulsó no me salía al encuentro ni mucho menos. Al contrario, parecía esconderse en todos los resquicios haciéndome dos veces huérfana.

-Ya no eres de aquí ni de allá - insistía mi madre.

- Ay de los que vuelven cuando los de aquí están locos por irse – me reprochaba la familia.

No parece casual que en esta ciudad de extranjeros el tema de conversación más frecuente, después del clima, sea el origen. Y Doña Consuelo, la dueña de la panadería de este barrio, no era una excepción.

-   Nadie debería moverse jamás del sitio donde nació - discurseaba con unos clientes cuando la conocí. Un poco en broma y muy en serio, tenía ese aire de saber mucho y sin embargo callar que adquieren ciertas personas a una determinada edad.  Sus padres, originarios de un pequeño poblado asturiano, habían huido de la guerra y llegaron a este puerto del sur de América cuando doña Consuelo cumplía diez años.

-Tenía entonces unas trenzas preciosas – solía recordar ella, que siendo niña aún no sufría de asma - Todo ello me atacó aquí con este clima horroroso. Y con esta pena tan grande – me contó un día mientras ponía una ciabata en mi bolsa.

En su pueblo natal habían quedado su abuela y la tradición de hacer panes que había heredado su padre. Del mismo gremio fue su marido, panadero como su único hijo. Me sentía hermanada con ella. Si no en generaciones, por lo menos en destinos. A ella la trajo su familia siendo niña. Yo debí emigrar por mi propia cuenta a los veinte, cuando doblaba la edad que ella tenía al partir de su pueblo natal. Aquí no hubo guerra, es cierto, es que ya "no se declaran" las guerras. Ahora las hacen nomás y entonces ya ni refugio se consigue porque "no hay razón política” que justifique un asilo. Así, las relaciones diplomáticas ganan en eufemismos y la gente anda por este mundo como bola sin manija, a los tropezones y salto de mata.

- Primero me dio urticaria, y tú sabes, a los niños que extrañan, pues les da alergia. Pura picazón en todo el cuerpo. Después con el tiempo, el ardor va por dentro. Entonces te falta el aire y te la pasas boqueando día y noche.

Además de sus historias, lo mejor era el pan: en esta esquina se horneaban los panes más sabrosos del mundo. Crocantes como los de mi infancia en aquel pueblito de cuyo nombre no quiero acordarme. Para mi pesar pocos han conocido aquellos panes de entonces, ahora el pan sabe a plástico y se vende en supermercados. Y pocos parecen dispuestos a pagar unas monedas más para deleitarse con el manjar de esta vida. Acorde con la época, se come, se vive y se muere rápido. Ya no se festejan bodas ni nacimientos en casa. Y desde que comenzaron los secuestros en los velorios que se cargan hasta el féretro con cadáver incluido, se alquilan salas para todo servicio. Ni los moribundos expiran en su cama. La mediación del espacio público es inevitable, dicen. Pero a Doña Consuelo le importaba poco todo eso.

- Pues a mí, en mi casa y con mi gente. –insistía.

Pero no voy a hablar de mis tiempos. ¿Quién habría de oírme? ¿A quién le interesa recordar? Así morimos en la ignorancia, escapando del pasado sin haber aprendido.

- ¿Y los pasteleros, doña Consuelo..?-

- Los pasteleros inventaron la pólvora y las masas en este país -decía –

Y contaba como los panaderos del siglo pasado no solo habían puesto arte en el horno sino también política. Como eran anarquistas y anticlericales, rebautizaron los dulces horneados según secretas reglas de un código libertario. Los pasteles se transformaron en masas, las más caras de la historia. O fueron caprichosas facturas con nombres claves. Los vigilantes custodiaban las bombas de crema, los suspiros de monja se derretían frente a las bolas de fraile. 

- Definiciones todas que estás obligada a traducir apenas pisas la frontera, de otro modo no te entienden. La pastelería era madriguera anarquista. Y viva España! - se reía doña Consuelo.

Por aquellos días, mientras más trabajaba, menos dormía, y apenas cerraba los ojos me enredaba soñando las tareas que debía cumplir en vigilia. Mi espíritu obsesivo no me permitía descansar hasta no cumplir lo que me había propuesto y así pasaba las noches. Aquella madrugada en que doña Consuelo murió, estaba yo tan agotada frente a mis papeles y archivos mirando la estrella del cielo raso que no tardé en dormirme. Debo haber comenzado a soñar ahí nomás aunque tengo la impresión que las imágenes retornaron una y otra vez con insistencia. Una criatura perdida frente a mi casa. Pan, pan. De espaldas primero, después comenzó a darse vuelta de a poco, siempre con la misma letanía. Pan, pan. Con las trenzas renegridas y la tez muy pálida, los ojos grandes y pequeña de estatura, tenía un aire a María Luz, la nieta de doña Consuelo, que andaría entonces por el año y medio, pero ésta tendría ya unos diez. Le admiré su vestido estampado con una falda tableada tan fuera de época, como si estuviéramos en pleno verano, y los grandes lazos que sujetaban sus trenzas. Me sorprendió su delicado acento castizo pero sólo deseaba cumplir con su pedido y que se fuera de una vez. Pero la chiquita volvía, preguntando por el pan. ¿El pan? De mi casa había que cruzar dos calles, dos avenidas bastante transitadas, para acceder al milagro de todos los días. Los aromas que alimentaban el alba y que provenían de allí eran los mismos que en mi infancia emanaban de la panadería, también en la esquina de esa otra casa que alguna vez fue mía. De aquello hacía ya una ristra de años, cuando me levantaba temprano por las mañanas y salía en busca de los bollos. Una especialidad de los Marengo y no de los Luccini, que en paz descansen.

- De lejos vengo, me dijo, el camino ha sido largo e intenso- De qué época había llegado esta niña, pude muy bien preguntarme, pero los sueños sueños son y no hay que buscarle la vuelta. La tomé de la mano y caminé con ella hacia un lugar preciso que al despertar sólo era niebla y tuve la sensación de no haber pegado un ojo.

- Hay un tiempo para cada cosa y en algún lugar están reunidos –

dicen que dijo alguna vez mi abuela. Pero en aquel sueño de madrugada caminando por la calle con la nena prendida de mi mano no me importó saber qué nexo se estaba tejiendo. Cuando desperté, casi a las cuatro de la mañana, era el tiempo total de panes redondos, calientes, crocantes, el horno ya habría comenzado a calentar, a hacerse vida en el fondo del fuego, de la oscuridad, del hueco.

Horas más tarde, al llegar como de costumbre hasta el negocio de doña Consuelo, me sorprendió un grupo de gente reunido frente a la puerta con candado.

Cerrado por duelo” decía un improvisado cartel.

- Un ataque de asma – murmuraban vecinas desconcertadas. Después se dispersaron. Sin saber qué hacer me dirigí hacia la casa del hijo, donde doña Consuelo se había mudado poco después de enviudar. Al ingresar a la sala me envolvió un vaho a cirios y azucenas. Desde el corredor se veía la habitación donde algunas mujeres enlutadas rodeaban el féretro. Preferí no acercarme. Quería recordarla como había sido, menuda y fuerte, flexible de corazón y con el temple de acero, el humor a flor de piel y la firme decisión de retornar con sus panes a los sabores que como su infancia habían quedado atrás. Saludé a su único hijo, heredero del oficio, deshecho por el llanto, y pude oír los gritos y risas de María Luz correteando salvaje e inocente en la habitación contigua, aún ajena a la ausencia definitiva. Recorrí lentamente el zaguán bordeando aquella sala como quien se dirige hacia el patio, buscando un alivio. De la pared colgaban algunas imágenes enmarcadas. Súbitamente me sentí atraída por una foto color sepia, ya gastada por el tiempo, que reflejaba una niña de unos nueve o diez años. Llevaba un vestidito con falda tableada, tenía unos ojos negros vivaces y exhibía un aire entre desconcertado e ingenuo frente a la rampa de un barco. En el día de tu partida estaba escrito con letra temblorosa sobre el ángulo izquierdo de la imagen, y un trazo subrayaba la firma. Tu abuela, 1937. El corazón me latió con fuerza, como si estuviese desbordándose del pecho. Sentí la persistencia de esa mirada clavada en mí. Y cuando quise acordar, desde el retrato, la niña Consuelo me estaba guiñando un ojo.

 

Vivir en otra lengua. Literatura latinoamerican escrita en Europa Alcalá Grupo Editorial, 2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

6.

 

 

ESPEJOS

 

 

La palta creció desde su semilla. Partió su corazón y se alzó ante la vida. Frente a ella, a través del cristal de la ventana, germinó su amor, que la refleja cada mañana.

 

Del Tomate. Inédito

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

7.

 

 

QUESO Y RON

 

 

 

Huayllas es un pueblo destruido, hecho pedazos después del terremoto del ´70, y nunca más volvió a levantar cabeza. No sé por qué, pero yo insistía en que por ese camino encontraríamos la Cordillera Blanca que se abraza con la Cordillera Negra, un paraje de ensueño, que, de haber leído correctamente el plano, me hubiera dado cuenta que ese punto estaba exactamente en el sentido contrario hacia donde nosotros marchábamos. Pero es que habíamos hablado tanto de la unión de los contrarios, de los viajes hostiles, y de la vida que crece al otro lado de los muros, que me había obstinado en hallar la metáfora en la naturaleza.

Huayllas no era, por supuesto. Así que decidimos bajar por la “quebradita” para llegar a Huallanca, la encarnación de mis fantasías, según los cálculos.

“Es un pueblo que no vale nada” nos advirtieron, pero no lo creí. Esta gente nunca valora lo que tiene a mano, supuse. Comenzamos a descender. Mierda. Fue terrible. No sé cuántos cientos de metros pero se me antojaron eternos, aunque hayamos atravesado los cerros, evitando el camino de ripio para acortar la distancia. Salimos al mediodía y recién al atardecer, unas luciérnagas allá abajo nos anunciaron el poblado de Huallanca.

La llegada al mejor pueblo del mundo fue un desastre. Era entrada la noche, los chicos nos gritaron “gringos” y nos arrojaron piedras, obligándonos a tomar un atajo para evitar la caída. O la pérdida de un ojo.

El pueblo era una calamidad: hacía un calor sofocante, amurallados ahí como estábamos, exactamente en el Cañón del Pato que forma el río Santa; y todo era pura piedra negra remarcando un miserable barranco. Y un montón de hombres, los obreros de la usina eléctrica cercana, nos salieron al paso. Me sentí mujer, hembra por primera vez en mucho tiempo y tuve un terror atávico. Me sentí más sola en la especie que nunca.

Y en este pueblo, el pueblo más feo del Perú, como lo calificaría después, tampoco había comida, claro. Sólo queso. Piedras y queso. El mejor del mundo. El único en la quebrada.

En la pensión donde dormiríamos me identifiqué como ama de casa. La mujer que atendía me miró. Puta eres, y de todas las casas, pensó. Él dijo que era carpintero. A la puta y el carpintero les asignaron un cuarto tan grande como una cancha de vóley, con cuatro camas y sin baño.

Imposible dormir, a pesar del inigualable cansancio. El calor, y los gritos de los muchachos -“gringos, gringos”- eran insoportables. A medianoche compramos una botella de ron. Queso y ron, nos emborrachamos como diablos.

A las cuatro de la mañana me desperté con unas irresistibles ganas de orinar. ¿Pero dónde? Tantée con mis manos la botella de “Cartavio” ya vacía y con precisión de químico introduje mi uretra en el estrecho cuello. O viceversa, quien sabe. Gran placer y alivio. Casi media botella.

Al día siguiente, huimos rápidamente del pueblo más hostil que habíamos encontrado. Íntimamente, me sentía feliz con la venganza. Sabía que no faltaría el curioso que, al husmear la habitación recién abandonada por los gringos, encontraría la botella de “Cartavio” por la mitad. Y mi orín tenía todo el aspecto del peor ron del mundo.

 

Come, este es mi cuerpo Último Reino 1991

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8.

 

 

LA INTRUSA

 

 

 

Apareció de pronto al lado izquierdo del romero. Era un botón morado que se fue estirando día a día, y no me animaba a tocarla. ¿De dónde saliste? ¿De qué incendio te salvaste? ¿De qué rincón te escabulliste? ¿Cómo fue que sobreviviste? No encuentro razón para su existencia, pero ella, soberbia, se acomoda a sus anchas en la maceta, siempre una nueva hoja, un centímetro más, ¿hasta dónde querés llegar?

Una semana después apareció su hermana y se instaló en el otro rincón.

Desde entonces crecen. Y crecen, y rodean al romero enamorado. Cualquier día aparecerá ahogado entre sus raíces, feliz por esta fecundación. Abrazado hasta la muerte.

¿Y si después vienen por mí…?

 

 

Del Tomate. Inédito

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

9.

 

 

Prólogo a Lo Íntimo de Juana Manuela Gorriti

Colección Las Antiguas, dirigida por Marina Docampo

BuenaVista Editores

 

 

LA ESCRITURA EN TRÁNSITO

 

 

Este libro es un milagro. No sólo por su contenido excepcional, sino también por la sobrevivencia. Existe un único ejemplar en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad de Buenos Aires, reproducido por la poeta salteña Alicia Martorell en su ensayo biográfico publicado en 1992, al cumplirse el primer Centenario del fallecimiento de su autora, la escritora Juana Manuela Gorriti.[1] Tuve la suerte que la investigadora Lea Fletcher, directora de la Editorial y de la revista Feminaria, me regalase el ensayo de Martorell con la reproducción de Lo íntimo poco antes de mi partida hacia Berlín. Así las cosas, la espiral sigue su curso.

Pero además del milagro, este libro, escrito hace ciento veinte años atrás, es tan contemporáneo como la escritora que se templa tras el texto. Es la mano que elige prudente la palabra y gracias a la gloria que dios le dio se mueve audaz en la prosa como gata por tejado, cautelosa y sabia. Y se cuida de las formas, escribe, porque un hombre puede decir cuánto le dicte la justicia, el chubasco que le devuelvan caerá a sus pies sin herirlo. No así una mujer, a quien se puede herir de muerte con una palabra...aunque sea ésta una mentira.

 

Lo íntimo es el relato de vida de Juana Manuela Gorriti, comenzado en 1874, cuando después de treinta años de vivir en Lima, se establece en Buenos Aires, y concluido en 1892, doce días antes de su muerte, el 6. de noviembre de 1892. Algunos días más y la luz se apagará para siempre, registra su autora en la última línea. En estas páginas se revela el perfil de la narradora inquieta y desbordante, que junto con las escritoras de su generación, cuenta la hazaña de la gestación de América mientras los poetas se liman las uñas o se baten a duelo. ¿De quién es esta pluma que ocupa el espacio de la biografía y se borda la historia, que critica, aconseja, humoriza, relata, evoca, cocina con su vida y sus pasos el relato? ¿Es la nieta del héroe? ¿La hija del republicano? ¿La esposa del General?

En siglo de guerras y atropellos, de fronteras nacientes y ferrocarril en ciernes, la Gorriti lleva la marca del viaje. Desde su Horcones natal, en Salta, hacia La Paz, de Arequipa a Lima, de Mollendo a Tierra del Fuego, de Buenos Aires a Asunción, no hay trote de caballo ni mula ni diligencia ni galeón al que le quite el cuerpo. Casada a los 15, y separada después, la joven, que ya es madre, se encamina al Perú con su prole. Desde entonces se refiere al padre de sus hijas en tercera persona. Escribe, por ejemplo:

Por ese tiempo el General Belzú, elevado al mando supremo de Bolivia, pidió otra vez a sus hijas...

El General necesita ejercer de padre y complacer con honores y delicias a sus hijas, quienes abandonan a la madre dejándola sola. ¿Sola..? ¿No habrá sido una elección, como para Sor Juana el convento? ¡Qué costo, sin embargo, el de la vida por la escritura y el de tener un corazón y un alma partidas! Treinta años residió la Gorriti en Lima, donde convierte su casa en

el centro de un poderoso círculo de escritores que se reúnen para discutir y juzgar ...quizás este prodigio de actividad me hace vivir... confiesa, tengo sólo dos túnicas negras y un manto...y no hay que pensar que no ando elegante, mucho que lo estoy, parezco una sibila...

 

Con sus amigas, las escritoras Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera funda la novela peruana. Y es también la primera novelista argentina. Ella escribe en viaje, cruza límites, tanto en el cuerpo como en la letra. Su profesión es la escritura y América su territorio. La Georges Sand criolla se viste de guerrera, campesino de poncho y sombrero, caballero por precaución y señora en la escritura, se apodera del cuerpo del héroe, del republicano y del ideal independentista para contarlo a su manera. Escribe en tránsito, se debate entre pérdidas y se trasviste en lo cotidiano como en la novela porque, cito,

torrentes de vida se agitan en torno mío y veo agitarse la mía con el poderoso galvanismo de la literatura...

A la nómade sólo la vuelve sedentaria la tardía renta que otorga la nación Argentina en homenaje a sus héroes y descendientes.

Al llegar como extranjera desconocida a las playas de mi patria – escribe- he sido recibida con la más generosa hospitalidad..

Para cobrar la pensión debe fijar residencia en Buenos Aires, ciudad de clima hostil para la salud de la novelista. En la capital se la recibe con todos los honores, pero poco después se encuentra con la soledad de la vejez. El General Mansilla le hace saber pronto que las viejas no son mujeres y ella lo cita así:

perfectamente galanthuomo con la escritora, no quiere ser amigo de la vieja. Hace poco me decía en una tarjeta, desgraciadamente en los tiempos que corren la humanidad se ocupa más del cuerpo que del alma

 

Entonces sufre pero se desquita: no se priva de nada, escribe los libros de a dos, para descansar de uno en el otro, y así pasa del relato y la observación filosófica a la cocina, pone a los héroes en la sartén, los sancocha en la olla, los condimenta y filetea, produciendo siempre, correspondiendo con medio mundo en esa América violenta, viviendo entre Argentina y el Perú, en esa segunda patria que se desangra en la Guerra del Pacífico (1879-1883), enterrando a su hija Mercedes en Lima, despidiendo a su amiga Josefina Pelliza de Sagasta en Buenos Aires, que muere en lo mejor de su producción literaria.[2] Pero Gorriti no se detiene porque

en la vida como en el combate, la retirada es fatal, débese ir siempre adelante, adelante, aunque sea al abismo

¿Hasta dónde va a llegar, entre esos rudos salvajes de las pampas, como ella define a los literatos del Río de la Plata? ¿Qué será de la vieja suspicaz, clamando desde esos textos que necesitan sedimentar medio siglo para ser leídos? ¿Es verdadero este tiempo que transcurre ignorando la pasión de lo cotidiano?

Ella sabe:

Lo único que a mí me queda es esta pluma y los tres dedos que la sostienen en la obra de hacer libros

Por eso insiste:

no me desaliento, leo, converso, medito y aun dicto

Su utopía es escribir desde Buenos Aires la novela americana al alimón con sus amigas peruanas, -las escritoras Mercedes Cabello y Clorinda Matto- para cerrar el ciclo, pero el tiempo no es propicio y debe abandonar el trabajo. No por casualidad se muere doce días más tarde. ¿De qué vale la vida si ya no puede escribir? Lo que queda del siglo se da una vuelta por los albañales y sus hermanas de letras son condenadas. Clorinda, excomulgada y perseguida como hereje por la Santa Iglesia de Lima, se exilia en Buenos Aires donde sigue su lucha fundando la revista El Búcaro Americano. A Mercedes Cabello la confinan en un manicomio donde termina sus días.

Como siempre, lo que se calla, es más importante de lo que se escribe.

 

Cuando más de un siglo después llego a Lima, la huella de Gorriti me sale al encuentro. Suerte la mía por disfrutarla tan viajera como sabrosa, señora de las letras, de poncho y botas de paisano, señora de a caballo y de a barco, siempre en tránsito. Su legado le hace un corte de mangas al olvido para renacer en la escritura entre los mundos. Tan actual como ninguna.

 

Berlín, enero 2012

 

 


[1] Lo íntimo, de Juana Manuela Gorriti , Ramón Espasa- Editor, 1942. Reproducido en: La mujer salteña en las letras: Juana Manuela Gorriti y Lo íntimo, ensayo biográfico de Alicia Martorell, Fundación del Banco Noroeste Coop. Ltdo, 1992


[2] Josefina Pelliza de Sagasta, poeta y narradora. Concordia, Entre Ríos 1848 - Buenos Aires 1888.


 








10.

 

 

ORÍGENES

 

 

Cuando desperté, la planta de tomate estaba aplastada, los gajos por el suelo, sus hojas fruncidas, en estado de shock. La tierra reseca, el sol de punta. La tomé en mis brazos y la llevé al reparo mientras regaba frescas gotas de agua sobre su cabeza. La dejé a la sombra y al rato volvió a sus bríos, verde y lozana. Me parece mentira. Hace dos meses nomás eran tomates deliciosos que probé un mediodía de primavera. Sequé las semillas sobre una hoja de papel, después las puse en tierra. Y ellas comenzaron a garabatear su historia, lentamente, emergiendo desde una dicotiledónea que hizo sus primeras letras hace unos cuántos siglos en algún lugar de México.

Xitomatl la bautizaron en nahuatl. Desde entonces anda por el mundo con su identidad redonda y roja, sus dulces jugos, su increíble capacidad de sobreviviencia frente a injertos, clones, manipulaciones genéticas, jardines artificiales. Nada de reducciones, ella disfruta de su diversidad. Mis reverencias, madre tomate.

 

Del Tomate. Inédito

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11.

 


TEST DE BONIFACIO

 

 

1. ¿Tienes alguna objeción contra el mar?

 

Que me devuelva las perlas de mi madre, y se quede con todo lo demás

 

2. ¿En qué partes de la Tierra crees que se podría plantar árboles de poesía?

 

En todas.

 

3. ¿Es la soledad principio o fin de todo lo que existe?

 

Es subjetivo: la especie no conoce la soledad.

 

4. ¿Qué prefieres ser: buen escritor pero desdichado o uno mediocre o pasable pero feliz?

 

Mmmmm... ¿no hay una propuesta más mejor como diría Cantinflas?

 

5. ¿Es la locura un ingrediente básico del verdadero genio?

 

Sin duda: la locura por trabajar obsesivamente en espera de la inspiración para escribir algo que se ignora.

 

6. Sinceramente, ¿qué piensas de todos aquellos que te rodean y que no escriben o no se dedican a ninguna actividad artística?

 

¿Cómo lo hacen?

 

7. ¿Has dicho la verdad cuando has mentido o mentido cuando hablabas en serio?

 

Siempre, porque verdad y mentira son relativos, como el tiempo y su frecuencia.

 

8. ¿Qué o a quién no soportas?

 

El mal humor y la mala leche

 

9. ¿Cuál es tu principal fobia o miedo, cuál tu principal placer o amor?

 

Sólo si me prometes que queda entre nosotros.

 

10. Si alguien te dijera que en realidad no le gusta tu trabajo literario, del tipo que sea, aunque muchos digan lo contrario, ¿cómo te sentirías y qué le dirías?

 

Como una cucaracha: Horrible pero invencible. Es sólo una opinión, le diría (y me diría)

 

11. ¿Alguna opinión sobre los políticos y la política de tu medio?

 

¡Ya van a ver cuándo las urnas opinen como yo!

 

12. ¿Por qué no has leído todos los libros que reposan en tu biblioteca? ¿Haces poda periódica de ellos?

 

Me ilusiona saber que mis estantes guardan siempre algo nuevo para mí

 

13. ¿Crees que ya has llegado a escribir el libro que querías?

 

Cuando termine de escribir éste, estaré segura. Hasta que aparezca el próximo.

 

14. De lo anterior, ¿por qué seguir escribiendo si, en su momento, ya se dijo bien lo que se tenía que decir? ¿Por qué seguir usando las palabras?

 

Literatura engendra literatura y cada momento tiene su(s) decir(es) de aquello que se tiene que decir.

 

15. ¿Libros de cabecera, de sala, de micro, de metro, de baño?

 

Y de compañía, de amores, de amantes, de maridos y ex, de hijos, de novias, de madre, de padre, de amigos y enemigos, robados o comprados en su ley, etc...

 

 

16. ¿Qué sucedería si no existieran las ostras y las uvas Malbec?

 

Habría que inventarlas

 

 

17. Si no fueras humano, ¿qué cosa concreta o abstracta te gustaría ser?

 

Ostras y/o uvas Malbec

 

18. ¿Has amado u odiado más de lo debido?

 

Se ama o se odia con desmesura, lo demás son modales

 

19. ¿Piensas que el mundo sería distinto si no existiera la poesía?

 

¿Qué mundo...?

 

20. ¿Qué prefieres: al poeta o su poesía?

 

Depende qué poeta, y qué poesía.

 

21. Los artistas, como ellos así lo creen, ¿sufren y gozan más intensamente que los demás mortales?

 

Seguro que no, pero su obra puede llegar a ser espejo del sufrimiento y el gozo de los demás.

 

22. ¿Algún problema con el suicidio?

 

Es una expresión de libertad personal, pero no hay porqué exagerar.

 

23. ¿Qué tanto de lo que crees que proyectas en los demás consideras cierto en ti?

 

¿Proyección de proyecto? ¿o de proyector?

 

24. ¿Cuál ha sido tu déjà vu más persistente?

 

Sentirme contemporánea de una obra escrita en cualquier otro tiempo.

 

25. Si hoy a la medianoche fuera el fin del mundo, ¿exactamente qué es lo que harías?

 

¡Lo que estoy haciendo!

 

 

 




 

*

 

 

-Esther Andradi es escritora, ha vivido y trabajado en diferentes

países. Nació en Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe,

Argentina, y en 1975 emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y

jefa de redacción. En 1980 viajó a Europa y se radicó en Berlín

(Occidental). En 1995 regresó a Argentina y vivió ocho años en Buenos

Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña con un túnel que

conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar

rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a

menudo semejantes traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre

los cruces y márgenes, sobre aquello que se pierde en la travesía. Y

también lo que se gana. Publicó crónica, ensayo, poesía, microficción,

cuento y novela. Sus relatos fueron editados en numerosas antologías y

en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre cultura, memoria y migración

se publican en diversos medios de América, España y Alemania. Tradujo

la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la

antología "Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un

espacio para la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las

fronteras de los países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas,

últimamente al islandés.

 

http://www.andradi.de/es/startseite/

 

 

 



 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

-Próxima estación.

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

 

 

CARLOS BEGUERIE.

 

 

 

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.

LOMA VERDE.  ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.

ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.

INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.

GOBERNADOR GARCIA.

LA PLATA.

 

 

 

*

 

-Siguiente estación.

En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:

 

KM. 38.

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.

MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.

JUSTO VILLEGAS.   JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

ALDO BONZI.   KM 12.

LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.

 

 

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

 

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

 

https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL

 


No hay comentarios: