domingo, diciembre 26, 2021

AQUELLO QUE ES TODO EN SÍ.

 


*Dibujo de Erika Kuhn.

https://obraerikakuhn.blogspot.com/

 

 

 

 

 

 

 

El viaje*

 

 

Mi sueño adolescente era simple, viajar por el mundo

                                                     [tomando notas

y luego volver a casa y escribir las impresiones que habían

                                               [enriquecido

mi alma mi corazón mi mente

motores que propulsaron la idea de irme de la ciudad, lugar

                                                   [al que volvería

muchos años después de lo imaginable.

 

Luego, la dinámica inexplicable de la vida

 

eso que algunos denominan destino y otros simplemente

                                                           [llamamos azar

consumió mi existencia casi sin darme cuenta.

 

Aquel viaje –que duraría unos meses en su diseño original–

se transformó en un plan con vida propia

y devoró mi tiempo vital casi en su totalidad.

 

Cuando volví, lo que encontré era irreconocible.

La ciudad era otra, la casa no existía

y no había signos del pasado que permitiesen reconocerme

                                               [allí.

Era un extranjero en mi pueblo, como lo había sido todo el

                                                    [tiempo

desde que partí.

 

Mientras observaba a las personas

sentí dos cosas al mismo tiempo, que tomaron la fuerza

de las verdades interiores y parecían provenir

de aquellos motores de mi juventud:

mi casa era el mundo y el viaje aquél jamás terminaría.

 

Antes de irme nuevamente, sentado en el mismo puente

que hace de llegada y partida

por el que salí de la ciudad hace tantos años

saqué mi libreta de anotaciones y escribo.

 

 

*De Andrés Bohoslavsky.

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Editorial leviatán. 2017

 

 

 




 

 

 

RECONSTRUCCION*

 

*Novela de Alejandro Badillo.

badillo.alejandro@gmail.com

 

 

SEGUNDA PARTE.

 

Mientras el hombre se decidía imaginé al país entero como una enorme embarcación de náufragos, hombres y mujeres estoicos dirigiéndose a ninguna parte.

El posadero se arremangó la camisa a cuadros. Miró la ventana que daba a la calle. El tiempo no parecía transcurrir mientras la luz helada del invierno iluminaba la mesa.

–Encontraron el aparato portátil en el desván de una casa. El hijo menor de la familia que vivía ahí había tratado de encenderlo pero no tenía el cargador. La batería, como puede suponer, estaba descargada. Sus padres no hicieron mayor caso al descubrimiento. Era como si hubiera encontrado un pedazo de plástico inservible, una curiosidad sin uso. Nadie recordaba haber visto uno. El chico comentó del aparato con sus amigos y, uno de ellos, dijo que había un cable grueso en la casa de sus abuelos. Supuso que podría servir porque la entrada parecía coincidir, así que investigó un poco y lo llevó con la esperanza de que funcionara. Después de algunos intentos el aparato prendió.

–¿Y qué descubrieron?

–Parece que la información estaba dañada. Apenas pudieron mirar algunas fotografías y partes de un texto sobre la contabilidad de una empresa. Ya sabe, números, cosas que no tienen mucho sentido. Le repito, fue mera curiosidad. En caso de haber descubierto algo más importante hubiera sido olvidado al no tener aplicación. El aparato, supongo, volvió al desván y nadie más se interesó por él.

–Tal vez se podría usar esa información para conocer cómo se vivía hace muchos años –le dije.

Nos quedamos, de nuevo, en silencio. El hombre bajó la vista, quizás avergonzado por las limitaciones de su historia. Pensé que, efectivamente, el país estaba rodeado de fronteras: cosas que no se podían saber, lugares a los que no se podía ir, registros que permanecerían, para siempre, en un territorio desconocido. Sin embargo se había establecido un lazo de confianza y decidí profundizarlo esperando que me fuera de utilidad para mis futuras indagaciones. Saqué mi computadora portátil de la maleta y la coloqué en la mesa. El hombre, sin poder ocultar la curiosidad, acercó su silla y esperó, paciente, a que sacara el cargador. Me indicó con un dedo el lugar de conexión y me dijo:

–En las mañanas casi siempre hay suministro de luz por algunas horas. En la noche, cuando más la necesitamos, va y viene. Las máquinas que proporcionan energía tienen muchas fallas. Quizás, algún día, nos quedaremos a oscuras para siempre.

Asentí en silencio, solidarizándome con un problema que también me incumbía. Ya entrada la noche esa parte del país comenzaba a parpadear. Las luces de los postes se apagaban gradualmente y prendían pocos minutos después, como si fueran bestias luchando por no extinguirse.

La pantalla azul comenzó a brillar con más intensidad. Le mostré el escritorio del sistema operativo. El hombre aguzó la vista y llevó la mano derecha a la barbilla. Sus ojos pardos se iluminaron con el pálido destello de la pantalla. Estuve algunos minutos, explicándole cómo utilizaba el aparato. Él asentía con gestos cada vez más seguros, como si estuviera recordando un procedimiento olvidado hacía mucho. Sin embargo sabía que fingía. Le seguí mostrando algunas aplicaciones y el procesador de texto que usaba para apuntar la relación de mi visita. No quise enseñarle lo que llevaba escrito por un resabio de pudor mezclado con el temor de que tomara a mal mis primeras observaciones sobre la ciudad y sus habitantes. Para alejar su curiosidad, le pregunté:

–¿Y por qué no les interesa lo que sucedió antes en el país?

El hombre me miró fijamente y, de un solo impulso y con una sinceridad que pocas veces le noté, me dijo:

–No lo sé.

 

 

Uno de los primeros acontecimientos importantes que presencié en mi primera semana de estancia en el país fue el suicidio de una mujer. Caminaba por una de las calles aledañas al centro de la ciudad, cuando me fijé en una señora de edad madura que salía de una casa de una sola planta. La escasez de transeúntes en las calles hacía que me concentrara en cada persona que caminaba por la banqueta o en el asfalto libre de autos. Supongo que estos descubrimientos eran mutuos considerando que yo, como forastero, llamaba la atención de inmediato. La mujer, en efecto, abrigada con una gabardina roja, se detuvo y me miró con una mezcla de desdén y curiosidad. Supuse que, con una población reducida, los chismes sobre mi llegada habrían despertado la antipatía de unos cuantos. El frío hacía que su cuerpo temblara ligeramente. El ambiente era húmedo y el cielo estaba cubierto por nubes largas y espesas. La mujer pronto dejó de prestarme atención y metió su mano derecha en el bolso que colgaba de su antebrazo. Entonces, sin dudarlo un segundo, de un solo movimiento, sacó un revólver y lo apuntó directo a la cabeza, justo detrás de la oreja derecha. El resto fue el giro fugaz del cilindro, el estruendo que impulsó la bala y el cuerpo de ella abandonado en el piso, bocarriba, con los brazos extendidos y las piernas con un leve atisbo de vida que terminó pronto. El sonido hizo que se acercara un peatón que estaba al final de la calle. Se puso en cuclillas y revisó a la mujer. Yo, aún incrédulo por lo que había visto, me quedé en mi lugar con temor, sin decidir si acercarme o alejarme de ahí. Un par de minutos después comenzaron a salir algunos vecinos. Escuché sus murmullos y sus pasos sobre el asfalto. No acudió ningún policía. No había visto ninguno desde mi llegada. La mancha roja en el piso aumentaba. Di un par de pasos a la derecha hasta bajar de la banqueta para tener un mejor punto de observación. Tenía la boca seca. Los vecinos murmuraban. Me era difícil sacar algo inteligible de todo eso y sólo podía suponer lo que decían. Un hombre joven que vestía traje dejó su portafolio y se inclinó para esculcar la bolsa de la mujer. Extrajo un monedero y buscó hasta encontrar una identificación. Los demás lo miraron. Todo parecía una coreografía repetida demasiadas veces. No había asombro y la expresión de hombres y mujeres era neutra. Era un sobrio coro de curiosos. Era una eventualidad esperada. La mujer fue levantada por tres hombres. A la distancia semejaban enterradores. Alguien sacó de su bolsa unas llaves y abrió la puerta de su casa.

El día siguiente al suicidio, después del desayuno, fui a la recepción y le comenté el suceso al posadero. Él dejó a un lado la baraja. En el mostrador había un As de Diamantes y un cuatro de Tréboles. Los miró como si buscara una respuesta en ellos y, al fin, me dijo:

–Es como una enfermedad…

Iba a decir algo más, pero enterró la mirada en la baraja. Pronto recobró confianza y añadió:

–Mire, la gente a veces guarda armas y las usan cuando se deprimen.

–¿Así de fácil?

–Son armas viejas, pistolas la mayoría. Ya sabe, alguien se separa o es abandonado y sólo le ronda por la cabeza meterse un tiro.

–Me fijé que metieron el cuerpo de la mujer a su casa. No llegó ninguna autoridad; nadie tomó nota del asunto.

El posadero repasó con los dedos gruesos que asomaban por la punta de los guantes la orilla de una carta. Carraspeó un poco y dijo:

–No hay autoridades para eso y para muchas otras cosas.

Miré en dirección a la calle. No quise preguntar más porque sentía que seguir ahondando en el tema tensaría la plática. No pasaba gente. En ese momento me di cuenta de que, desde mi llegada, no había visto perros callejeros deambulando. La atmósfera de la ciudad, sobre todo de las calles pertenecientes al primer cuadro, era, por así decirlo, aséptica. Todo se ordenaba como un reloj silencioso y eficiente. La gente sabía qué hacer en cada una de las situaciones, por más imprevistas que fueran. Los imaginé en sus casas, silenciosos, sentados en televisiones que repetían programas de hacía mucho tiempo. Imaginé, también, la luz parpadeante de los televisores en sus rostros. En armarios, bajo la cama, cajones, cajas de herramientas, habría armas. El posadero me miró y volvió a escudarse en sus cartas. Después supe que las armas eran de una época en que eran usadas por la delincuencia y por la policía. Esas armas, deduje por los comentarios poco asombrados que escuché a lo largo de los días, eran guardadas con celo por muchos habitantes por si había necesidad de usarlas contra sí mismos. Podría decirse que pensaban cotidianamente en su muerte. Quizás algunas causas eran familiares: divorcios, malos entendidos, depresión. Pero lo más común, al parecer, eran suicidios sin una razón aparente.

–¿Usted se aburre? –dijo, de pronto. Ahora le tocaba hacer las preguntas.

–¿Aburrimiento? – rectifiqué.

–Sí, aburrimiento. La gente se aburre de tantas muertes. No vale la pena ir más allá de eso.

“Aburrimiento” era la palabra clave. No admitía ningún tipo de sinónimo. Esa palabra, trivial en otro tipo de contexto, adquiría un cariz íntimo en la ciudad y, quizás, en todo el país. Entendí que el asombro pudo estar presente en los testigos de los primeros suicidios. Hubo lágrimas en los familiares y un aturdimiento en las personas que, involuntariamente, habían presenciado el suicidio. Sin embargo, con la repetición constante de aquel fenómeno, la gente pasó de la incredulidad a la aceptación disfrazada de desesperanza. ¿Cuántos hechos repetidos de nuestras vidas se vuelven costumbres casi invisibles? ¿Cuántos pensamientos terribles se convierten en un asunto cotidiano a fuerza de visitarlos, machacarlos una y otra vez en la mente? Las razones dejaron de importar ante la inevitabilidad de cada uno de los suicidios. Los hechos, vistos desde esa perspectiva, tenían semejanza con el primer texto que encontré en mi recorrido, el del articulista obsesionado con las tres especies de pájaros. La disminución de los animales comenzó a percibirse en los cielos y en las ramas de los árboles. La gente se alarmó y, quizás, trató de solucionar el problema. Pudo haber sido la contaminación del ambiente o diminutos cambios en otras especies que, a largo plazo, terminaron por afectar el número de ejemplares. Ante la falta de resultados y la extinción inexorable de otras especies de pájaros, se optó por llevar un registro de sus costumbres, alimentación y movimientos. Quizás pensaban que ese esfuerzo los redimía ante un fenómeno irrevocable y sólo quedaba la aceptación de los hechos. De la misma forma, los primeros suicidios se registraron con angustia y, tal vez, se especuló que no sería un fenómeno masivo. Sin embargo, el problema creció. Quizás –y esto lo recordé con fuerza mientras el posadero esperaba más palabras mías– habría por ahí, sepultados entre una pila de papeles próximos a desintegrarse, escritos que daban cuenta de las primeras muertes, sus tendencias y los intentos del gobierno por controlarlas. Las políticas para combatirlos pronto cederían a un diagnóstico puntual, prolijo, de los sectores de la población más vulnerables, las causas y los mecanismos más usados para quitarse la vida. Era sólo un ejercicio descriptivo. De texto en texto podría encontrar una evasión sostenida, organizada, hecha para aparentar que el problema era un inocuo objeto de estudio antes que un problema real, que cercaba lentamente a la población, como un ejército enemigo debilitando, con paciencia, las defensas de una ciudad.

 

 

(CONTINUARA)

 

 

**

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

 

Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 






 

 

ABISMO*


Ambas

gota y río,

son fronteras

linderas al abismo.

Denuncia de unos ojos

que ven sólo el fragmento.

Aquello que es todo en sí.

Aquello que es nada.

 

*De Jorge Santkovsky.

-De su libro "Revelaciones".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El río de mi padre*

 

Hace poco estuve en el río, ancho y furioso

leyendo y tomando cerveza

en la otra orilla, un viejo con su caña de bambú

esperaba atrapar algún pez

 

y pensé en mi padre y en mí pescando juntos

si hubiéramos tenido tiempo, si esa ráfaga de muerte

no hubiese existido

 

luego, cuando volví caminando, me pareció verlo

apuré el paso, pero algo sucedió

lo vi correr y desaparecer en una esquina

 

ahora escribo sobre mi padre y sobre mí

y lo que pienso sobre ambos, lo que hubiéramos hecho

esas cosas entre padre e hijo

 

por la noche, reabrí el libro para continuar con la lectura

que había postergado aquella tarde en el río

el siguiente relato era un cuento breve

de un tipo que pescaba en una orilla y su hijo en la otra.

 

 

*De Andrés Bohoslavsky.

-De su libro MARGOT, LA PROSTITUTA QUE LEYÓ A BAKUNIN.

-Editorial Leviatán. 2017

 

 


 

 

 

 

 

 

Voy flotando*

 

 

sobre el pulmón de mi ciudad

sin descuidar mis tareas

que realizo con esmero.

Este intervalo es sólo mío,

y pese al bullicio apresurado

todo asoma adormecido.

 

Sé que voy a ras del suelo,

ni siquiera en esta gracia

intento el autoengaño,

pero comienzo a sospechar

que los instantes tienen diferente

peso, aunque todos

se hunden en el tiempo.

 

Nadie sabe el porqué

pero sonrío.

De estos instantes

me alimento

no sólo del pan de cada día.

 

 

*De Jorge Santkovsky.

-De su libro El sonido de la atención.

Editorial Huesos de jibia. 2013

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Siento la poesía como la religión final de los hombres, aquella que sin autoritarismos, sin dioses ni estructuras, nos deja solos, admirando lo creado.

 

*De Jorge Santkovsky. jsantkovsky@go.org.ar

http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/

 

 


 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Final del recorrido por el Midland.

 

Como en otras circunstancias asombra el paso del tiempo. El inventren como proyecto de escritura con la reapertura simbólica de algunos ramales ferroviarios de trocha angosta es “casi casi” tan antiguo como Inventiva Social.

 

En el recorrido del antiguo Midland se llevan escritas desde julio de 2009 35 estaciones.

¡Julio de 2009!

 

CARHUÉ.

J. V. CILLEY.

ROLITO.

SATURNO.

SAN FERMÍN.

CASBAS.

EDUARDO CASEY.

ANDANT.

CORONEL M. FREYRE.

ENRIQUE LAVALLE.

CORACEROS.

HENDERSON.

MARÍA LUCILA.

HERRERA VEGA.

HORTENSIA.

ORDOQUI.

CORBETT.

SANTOS UNZUÉ.

MOREA.

 

Al partir de Morea se incorporó al Empalme Ingeniero de Madrid como estación del Midland. Desde allí se abrió otro recorrido por el ferrocarril Provincial que “quizá” algún día concluya en la terminal de La Plata.

 

El recorrido siguió por:

 

ORTIZ DE ROSAS.

ARAUJO.

BAUDRIX.

EMITA.

INDACOCHEA.

LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.

J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.

PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.

Apeadero KM. 55.

ELÍAS ROMERO.

 

¡Y si se continuara con el recorrido original faltarían 18 estaciones!!!

 

 

Apeadero KM. 38. 

 

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.  

 

 

LIBERTAD.

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires para hasta la estación Sáenz con promesa de futura extensión hasta Plaza Constitución.

Desde km 12 hasta Puente Alsina el recorrido está suspendido y por tramos la vía ocupada.

 

Queda renovada la invitación a participar en las tres últimas estaciones del Midland. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial. En este cierre del Midland acompañare en sucesivas ediciones con escritos de los amigos que han participado en esta hermosa aventura.

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/

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