miércoles, agosto 03, 2022

COMO UNA BRISA EL VACÍO

 


*Obra de Walkala.

-Dr. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160

 

 

 




 

 

 

 

*

 

"Escribir es coser y cantar", dicen

y con la gran falacia que se oculta

detrás de estas pocas palabras

algunos recorren la página en blanco preguntándose

qué están haciendo mal.

"Escribir es una tortura", dicen, otros

estos son

los que tachan borradores

la gota gorda del sudor del verano

embadurnando la página.

"Escribo con las tripas", aclaran.

Pero bueno, también hay pulmones, y ojos,

glándulas, órganos, hormonas que ni conocemos.

Tomemos las tripas como metáfora, entonces.

Y respecto de lo otro:

¿Si detrás de la ventana (donde se escribe)

o del muro, tiembla un pájaro, o un perro mira la calle

desde el balcón al que ha sido destinado

o nace un niño en un dos ambientes,

todo eso, quién lo cuenta?

Entonces

cuando sobre la página se vea como una brisa

el vacío, el olor de la calle,

o se extienda una escarcha de árbol de plátanos

mejor, tal vez, recordar que coser es encontrar algo minúsculo

y cantar un ayuda memoria

y el resto es el hueco de la mano donde confluye la letra borrosa

para soltarla

ahí.

  

*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com

 

-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.

-En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.

-Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013), Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015), El cuerpo intacto (2017, Penn Press), Grow a lover (2018, Pensamientos literarios).

-En 2021 ha publicado La gota en la piedra.

(novela, Mardulce, Buenos Aires)

 

 

 

 

 



 

 

 

Fábulas literarias del utopismo tecnológico*

 

 

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

 

El antropólogo inglés David Graeber (1961-2020) en su libro La utopía de las normas: De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia, describe las fantasías que nos vendió la ciencia ficción durante gran parte del siglo XX: viajes interestelares, robots al servicio de los humanos, el dominio de la naturaleza y la explotación de los recursos de otros planetas. La famosa carrera espacial entre soviéticos y estadounidenses parecía el inicio de un trayecto que nos llevaría al mundo de Los Supersónicos, la serie animada de los años 60 que retrataba de manera optimista el futuro de la humanidad mediante el estilo de vida de una familia de clase media alta. Sin embargo, al llegar a las últimas dos o tres décadas del siglo, se interrumpió la conquista del espacio y sus misterios. Es cierto, se pusieron en órbita satélites cada vez más sofisticados, pero quedaron atrás las promesas de colonias humanas en otras regiones del Sistema Solar y autos voladores llevándonos a nuestros trabajos en urbes eficientes e hipertecnologizadas. Lo que tuvimos, en cambio, fue un desarrollo constante de instrumentos de vigilancia y la ubicuidad del capitalismo de plataformas. Nuestros datos son manipulados de formas que no entendemos. Las normas en el trabajo, en la educación y en cada ámbito de la vida diaria se han vuelto cada vez más complejas y semejan laberintos en los que nos perdemos con facilidad. El control de nosotros y no la realización de nuestros sueños es la orilla a la que hemos llegado. La utopía de la tecnología se transformó en una distopía disfrazada de progreso y, por supuesto, libertad.

El filósofo John Gray en su libro El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos describe cómo la fe en el desarrollo tecnológico y el cientificismo —el dogma de la ciencia como único modo de acceder al conocimiento— desplazaron el monopolio de las religiones. Quizá la diferencia más notable es que las religiones, después de la Ilustración y la Revolución Industrial, perdieron la narrativa de lo “verdadero” y volvieron paulatinamente a su antigua condición de mito. En el siglo XXI pocos creen que cielo e infierno sean lugares reales. Las historias de la Biblia son —como afirmaba Jorge Luis Borges— alegorías o fabulaciones de la literatura fantástica. En contraste, la tecnología y el conocimiento científico son aceptados sin ningún tipo de cuestionamiento. Cualquier duda sobre el papel de la ciencia en nuestra sociedad es ridiculizada de inmediato. Los antivacunas son paranoicos que creen cualquier teoría de la conspiración; la gente que no se adapta al mundo cambiante de Internet es un sector que, simplemente, no merece estar en el mundo moderno y, a la postre, globalizado. Se ven como sujetos excéntricos y no como síntomas de una enfermedad que incuba lentamente en nuestras sociedades. Sin embargo, hay muchas sombras en la tecnología que hemos creado: desaparición de trabajos, daños atroces a la naturaleza, falta de regulaciones y pérdida de nuestra vocación social al estar en mundos —pensemos en el metaverso imaginado por Mark Zuckerberg— artificiales que gracias a los algoritmos todos piensan como nosotros y cualquier debate o asomo de política es desviado.

Quizás uno de los autores que mejor reflejan el sinsentido de la utopía tecnológica es el polaco Stanisław Lem. En su libro de cuentos Ciberiada publicado en 1965 narra las aventuras de Trurl y Clapaucio —inventores formidables y fieles representantes del cientificismo llevado hasta sus últimos límites— que recorren el Universo respondiendo a las demandas de soberanos para enfrentar algún problema urgente. En ocasiones, la soberbia los hace competir entre ellos con resultados tragicómicos. Cada solución ofrecida por una maquinaria o artilugio computarizado genera problemas que requieren, a su vez, más dosis de invenciones en un ciclo sin fin. Incluso, en uno de los cuentos del volumen, los inventores se enfrentan al último límite de la utopía: llegan a un planeta en apariencia estéril. Cuando se acercan descubren que sus habitantes —robots semienterrados en la arena— alcanzaron todas las metas que les proporcionó el conocimiento. Ahora, parecen seres vegetativos: sin ninguna crisis por resolver, dueños de su propia inmortalidad, disfrutan una existencia inocua en la que el hedonismo parece una especie de castigo autoinflingido. La utopía, como algo real, nos lleva a la inmovilidad; lo único que le puede dar vida al Universo es el enfrentamiento continuo con sus correspondientes derrotas y victorias.

La utopía tecnológica está directamente vinculada con el desarrollo industrial y, por ende, con diversos estados del capitalismo. Sin embargo, sistemas de producción en apariencia alternativos, como el comunismo soviético del siglo XX, son utopías por derecho propio. Una de las obras literarias que refleja fielmente este espíritu es Estrella Roja de Alexandr Bogdánov publicada en 1908. El escritor perteneció a un movimiento conocido como Cosmismo ruso que intentaba, como una de sus principales metas, lograr la inmortalidad para todos. Con pocas herramientas tecnológicas a la altura del reto, Nikolái Fiódorov, Alexander Svyatogor, Valerián Muraviov, Konstantín Tsiolkovski y Alexander Chizhevski, entre otros intelectuales, desarrollaron diferentes tipos de teorías y manifiestos que planteaban la idea de la vida eterna y la conquista del espacio como la puerta para la justicia social. Bogdánov, en su novela, plantea la utopía soviética llevada a cabo por una hipotética sociedad marciana. La ciencia puesta al servicio de una producción eficiente y una distribución igualitaria muestra su lado oscuro cuando, en el último tercio del libro, se acepta la necesidad de crecimiento continuo para abastecer de materias primas a Marte. Una vez agotados los recursos del planeta rojo, será necesario el dominio de mundos cercanos como la Tierra. La utopía civilizatoria propia del colonialismo occidental se revierte, en este caso, contra la raza humana.

Seguimos buscando fórmulas para la inmortalidad, aunque la calidad de vida de millones de personas en el mundo sea cada vez menor gracias a la contaminación, el burnout laboral y alimentación deficiente, entre otros muchos problemas. Como se ha imaginado también desde la literatura, la desigualdad rampante propia de la economía de libre mercado provocará escenarios en los que la utopía estará al alcance de unos cuantos mientras el resto permanecerá siempre al margen. En Klara y el Sol, novela de Kazuo Ishiguro, la sociedad futura que describe está conformada por humanos “mejorados” gracias a la genética y a la tecnología. La población no sujeta a ninguna mejora apenas aparece en el mapa de las grandes urbes. Mientras la trama avanza nos damos cuenta de que existe un plan para que Klara, un androide-niñera, reemplace a Josie, la niña enferma a la que cuida. La madre de Josie, incapaz de soportar la previsible pérdida de su hija, usa a Klara para que recopile toda la información de la niña y, en un futuro cercano, la imite con tal perfección que nadie pueda notar la diferencia. La utopía tecnológica, en este caso, nos conduce a una inmortalidad problemática, pues en la historia de Ishiguro los seres humanos se convierten en seres que pueden ser sustituidos por máquinas avanzadas. La utopía se vuelve una distopía disfrazada de esperanza para personas que no están dispuestas a lidiar con la muerte, la enfermedad y la finitud que caracteriza a todo ser vivo.

La utopía tecnológica en la literatura y cultura popular tiene, finalmente, varios desenlaces trágicos. El más común consiste en el castigo a la soberbia humana por trascender los límites impuestos a nuestra naturaleza. Somos como el mago de Borges en el cuento “Las ruinas circulares”: soñamos un hijo y lo llevamos, con esfuerzo, a la realidad, para cumplir nuestro papel de dioses creadores de vida. Cuando creemos haber terminado nuestra tarea descubrimos, horrorizados, que nosotros somos el sueño de otro ser y que nuestra magia nos condena en lugar de salvarnos. También descubrimos que, una vez acabada la historia, regresaremos para cometer, exactamente, los mismos errores.

 

 

*Fuente: CASA DEL TIEMPO.

https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/archivo/19-ct-vi-4/265-ct-vi-4-fabulas-literarias-del-utopismo-tecnologico-alejandro-badillosgWUtc

 

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 





 

 

Ulises, el afinador*

 

 

El viejo se inclina sobre las teclas

de una absurda e inentendible máquina y las percute

de a una y en forma repetitiva

mientras ajusta los mecanismos internos

colocando su oreja sobre ella

una y otra vez, en una ceremonia que parece

no terminar nunca.

Lo observo desde mi banco de siempre

y no salgo del asombro que me produce esta tarea

a la vista inexplicable.

Cuando pasa a mi lado, ya de madrugada

me dice mi trabajo es eterno y casi imposible

mientras me deja una tarjeta:

Ulises, afinador de almas.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

- "Medianoche en la plaza de los sueños" Editorial Leviatán 2021

 

 

 





 

 

 

JEROGLÍFICOS*

 

 

Un hombrecito moreno sostiene un pincel con pintura negra. Debe pintar un ojo en el muro. Ha visto, en su vida de artista observador, miles de ojos diferentes, con los párpados arqueados, arrugados, escondidos, con el iris marrón oscuro, claro, con intrincadas venitas rojas, con destellos amarillentos o verdosos; ojos oblicuos, pequeños, enormes, separados o extraordinariamente juntos; ha notado asimetrías y formas puras o mezquinas. Ha visto miles de ojos con sus particularidades y miradas diferentes.

El hombrecito sostiene con firmeza el pincel, y con absoluta seguridad pinta un ojo lineal, simple y claro, idéntico al que pintaba su padre, su abuelo, su bisabuelo. Está, él mismo, enseñando a su hijo la exacta manera de representar un ojo.

Ana sale de su casa, suena una musiquita, y sabe por ella que su amiga Laura le ha mandado un mensaje. En la pantallita aparece la imagen de un animalito llorando, se ven las lágrimas que rodean su cabeza. Laura está triste. Ana le envía la imagen de un arcoíris entre nubecitas, las nubecitas nítidamente dibujadas con las curvas de una mano infantil.

Ana va a desayunar, mira las fotografías de los combos que se ofrecen, y señala a la empleada el combo cuatro. El combo cuatro consiste en un café con leche, una medialuna y un vasito de jugo de naranja, todo ello claramente representado en la fotografía.

El hombrecito moreno en un solo movimiento delinea eficientemente el ojo tal y como el ojo debe ser. Renunciando al desmesurado ojo de Picasso, al imposible ojo rojo y azul de un artista fauve, al ojo naturalista de Dalí, que coloca la realidad en medio del sueño. Renuncia al ojo estilizado de Giotto y al ojo de violento claroscuro de Caravaggio. Renuncia, el hombrecito moreno, a su propia experiencia para ceñirse a un lenguaje fijo, inmóvil y pautado. Pinta con incomparable precisión el mismo ojo. Exactamente el mismo ojo que el lenguaje oficial del faraón requiere, establecido por los sacerdotes y avalado por la tradición del imperio, que fija el tiempo deteniéndolo en un único instante, retiene las estrellas y asegura que el orden del mundo sea eterno e invariable.

Ana no necesita preguntar nada a nadie. Un cartel le indica la parada del autobús, las flechas en las paredes le marcan el camino, un tenedor le dice que hay un restaurante en esa dirección, un hombrecito y una mujercita esquemáticos le aseguran que por allí hallará baños.

Hemos vuelto a una esquematización del mundo. La infografía se va normalizando hasta constituir el verdadero lenguaje universal. Simple, claro, eficaz. Más extendido que el inglés, carente de complejidades. Expone verdades indudables y lima las desagradables aristas de la variedad de los seres y los objetos.

Ana sabe poner el dedo en un botón ficticio de su pantallita cuando suena una música, sabe que una nota anuncia que el ascensor llegó al piso cinco, sabe quién es el héroe, el villano, el personaje gracioso o la mujer bella. Todo eso se desprende con suma facilidad de unas cuantas notas indicativas en el rostro y la vestimenta.

El pintor de hace cuatro milenios renunció a la inconmensurable cantidad de ojos posibles para pintar uno, y sólo uno, durante toda su vida. No vaya a ocurrir como cuando Akenatón permitió en su reinado la libertad para los artistas, y se liberaron los dibujos y los cabellos, y los pensamientos, y ocurrió en esos tiempos que los sacerdotes perdieron el poder, y la capital del imperio se mudó, y hubo que volver atrás luego, y romper la piedra labrada, enterrar las flautas, y perder en el desierto los monumentos y el recuerdo de la época peligrosa que demostró que se puede cambiar la historia.

Simplificar, eliminar opciones, enrasar para que ninguna cima se eleve, ninguna sima atraiga con esa cosa absurda de deseo que causan los abismos. Poner un orden en los pensamientos, las palabras. Dar múltiple choice como forma de contactarse con la inagotable riqueza del universo.

Ana camina con seguridad. Nada la va a sorprender. Tiene la destreza de un mico de laboratorio para accionar los botones correspondientes. Lleva su teléfono móvil que la identifica con un número. Escucha la canción que pasan en todas las emisoras, mira el show que se comenta en todos los programas, se viste cuidadosamente con las ropas que le informan los medios que se usan en la temporada. Y Ana, como el lejano egipcio, no puede pensar en la posibilidad de que su sociedad desacomode las piezas, dé las barajas nuevamente, tome un sendero en vez de seguir la doble línea marcada en el ancho pavimento.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 



 

 

 

 

*

 

La hoja que cayó del sauce

y sobre el pasto,

negada a su degradación,

insistió en verdes;

la piedra

que robé de un río en Córdoba

y me traje

con cierta esperanza de fulgor,

y espera,

sobre mi escritorio,

algún milagro;

las ortigas que pisé de niña

para rescatar

las plumas caídas de los pájaros,

sin más porqué

que la búsqueda inicial de la belleza,

esas cosas que fuimos y olvidamos,

y de pronto,

en un acto de magia,

regresan

y nos miran de lejos, como si nos recordaran,

a pesar de nosotros.

Todo lo que fuimos nos observa.

 

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell. Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018). El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Su libro MADURA, ha sido editado por Editorial Sudestada (2021)-

 

 

 

 




 

 

 

 

 

La perra*

 

 

*Por Graciela Vega.

 

 

Fue mi instinto de perra lo que me ayudó a saber que él estaba en Buenos Aires. Digo de perra porque lo olía. Su olor andaba por ahí, sudando esquinas y bares, dejando en el aire tabaco de frontera y perfume importado.

Se lo conté a mi amiga, la griega, cuando cruzábamos la avenida. Ella, de inmediato, sentenció: —Vos estás muy loca— como acostumbraba a decir cada vez que yo le hablaba de Pablo. En tanto, ella también aspiraba el aire para descubrirlo y sobreactuaba mis gestos, dándole un clima cómplice a mis palabras. Yo la detuve con una mirada seria y ella se limitó a caminar en silencio.

La calle que conducía a la estación estaba poblada de árboles y fue imposible seguir adelante sin postergar el olfato. Otros sentidos atrapaban nuestra atención, las hojas crujían bajo nuestros pasos, otras caían rozando nuestras cabezas. Era una danza casi dionisíaca.

Me detuve, de pronto, ante un impulso demasiado intenso y le dije a la griega que tenía que volver. Con sorpresa preguntó a dónde era que iba, que qué me pasaba, que se volvía conmigo. —Pero no, Griega— le dije, esforzándome por mostrarme tranquila. Nuestra amistad daba entonces para no agregar más palabras y nos despedimos allí sin más vueltas.

A poco de andar, cuando la griega dobló la calle, comencé a andar como una perra. Guiada por el paisaje otoñal, me detuve en la esquina donde solíamos citarnos. Me senté en el piso casi con la lengua afuera. Lo buscaba. Con los ojos de perra esperaba el indicio del encuentro. En un momento vi que alguien se acercaba para acariciarme la cabeza y yo le mostré mis dientes de perra.

La noche, las bocinas de los autos, las luces de mercurio y una luna cada vez más redonda, iban preparándome para el sueño. Pero mis orejas se mantenían alertas, se erguían cuando escuchaban pisadas y volvían a plegarse después del desencanto.

No sé cuánto tiempo estuve allí, sentada sobre mis patas de perra, hasta que lo sentí llegar. Pasó frente a mi hocico y mi cuerpo se estremeció. Me levanté para seguirlo. Rengueaba entumecida pero no quería perderlo. En el puente, unos hombres me apedrearon, espantándome divertidos. Cambié de rumbo, por un atajo, entre los pastos altos. Me arrastré con la poca fuerza que aún me nacía. La noche se cerraba. El olfato sudaba con todo mi cuerpo. Nuevamente, se había ido. Había perdido todo rastro.

Tuve que regresar a casa por la calle de los tilos. Bajo los árboles, la lluvia ocre de las hojas me iba cubriendo hasta que mi piel reaccionó sacudiéndolas con las manos. La humedad y el frío anestesiaron el recuerdo y mis piernas, que conocían el camino, apresuraron el paso.

 

 

*Fuente: Aurora Boreal®

https://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1507%3Ala-perra7g7AOxE

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

“Haz el duelo de lo que nunca serás para ser libremente

todo lo que eres”

 

*De Pablo Krantz.

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Caja negra*

 

Pon tu cara a la sombra

Bebe tu luz de aquí

Toma parte del día

Ya tus sueños se han muerto

 

"Parte del Día"

*Aquelarre.

Álbum Brumas 1974

 

 

Ahora puedo saber que íbamos obstinadamente hacia lo que ya no existe. La bandera plantada hace 124 años es apenas un símbolo que desata ese gran interrogante sobre la necesidad de viajar mientras estamos -cada uno de nosotros-  encapsulados en un tiempo que no nos pertenece del todo.

El tiempo sucede a pasos de acontecimientos impredecibles. Pasa. Todo sucede.

Ver un amanecer desde el aire es de los instantes más bellos que da la vida. Algunos dormían. Yo tenía los ojos bien abiertos pendiente de aquella línea de luz en el horizonte de un sol que todavía no tenía que dejarse ver.

En la costa el sol salía del mar como ese milagro potente de la vida día por día, pero estamos lejos de la costa a 10000 pies sobre la llanura de la provincia.

Uno aprende de las épicas cuando algo falló. Los hielos también se forman en el cielo.

En vez de subir arriba de los 12000 pies había que bajar suavemente.

Hasta los golpes no grité ni tuve miedo. Mi cabeza comenzó a escuchar "Parte del Día" un tema del antiguo disco de Aquelarre.

No había pasado la segunda estrofa cuando el pájaro de metal daba sacudidas en una laguna que resulto ser campo inundado. El apuro fue salir aun atontados por si ese artefacto con sus bodegas llenas de combustible se incendiaba.

La estancia en la que caímos tenía el nombre justo "El socorro".  Peones de la estancia y empleados de una estación de tren cercana nos ayudaron a caminar con el agua arriba de las rodillas.

El andén de la estación Juan Tronconi fue el refugio más maravilloso imaginable. No sé de dónde nos trajeron frazadas y hasta café caliente.

“El camino de tierra a Roque Pérez debe estar intransitable -nos dijo el jefe de estación-, ya estará al llegar el tren a La Plata. En Beguerie la estación siguiente a minutos de Tronconi, hay un pueblo con ruta asfaltada. Médicos para revisar a los golpeados. Teléfonos por si quieren avisar a sus familias que están a salvo.”

Nos miramos con chispas de alegría por la nueva vida que nos espera.

Creo que preferimos regresar sobre la seguridad de los rieles. Arriba del tren decidiremos si bajamos en Carlos Beguerie o seguimos hasta La Plata.

Si es por mí, sigo en el tren hasta el final.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

Próxima estación por antiguo ferrocarril Midland:

 

LIBERTAD.

 

-Final del recorrido literario por el Ferrocarril Midland-

 

En Libertad, la antigua sede de los talleres ferroviarios estará terminada la aventura literaria del antiguo Midland. Desde Marinos –una estación relativamente joven- hay un tren real –el Belgrano Sur- que puede recorrerse hasta Aldo Bonzi en el tramo original del Midland para continuar por las vías que fueron alguna vez del Compañía General Buenos Aires hasta la estación Sáenz.

Queda renovada la invitación a participar en la última estación del Midland literario. Que la utopía del tren literario no se detenga y haya fuerza demencial literaria para seguir adelante con el extenso recorrido del Provincial.

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

 

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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