*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte
Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in
memoriam
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160
Mileva
y lo posible*
Acaso todo esto lo empezó esa mujer, Mileva Maric,
porque para intuir lo que no se muestra con
certeza,
para soñar lo probable, para que lo
inverosímil sea,
ser mujer es una ventaja.
Claro que, para dar forma visible a la
teoría,
es de suponer que el marido fue necesario;
pero que Einstein se haya separado para quedarse
con todo el crédito y que después ya no
haya hecho
nada relevante despierta, al menos,
sospechas.
Si el tiempo es una línea recta en la cual
la vida
de toda la humanidad nada altera,
y si de la sucesión de puntos de esa línea,
no transforma ninguno ni quedan muestras de
nada.
Igual quiero recuperar el tiempo del
contorno inicial
del punto en que sentía la arrogancia de
saberme vivo,
la resolución de que ninguna catástrofe
conocida
o impensada me consumiría el deseo y la
voluntad.
Cuando era feliz sin saberlo en medio de la
desgracia,
era obscenamente feliz y hasta capaz de
sobreactuar,
porque todo lo negado me llegaría y cada
herida era
apenas el preludio de una segura cicatriz
y cada miseria un mal recuerdo,
tan sólo porque el futuro suponía una línea
infinita.
Cada punto indetectable de esa vida ha sido
hecho
de infinitesimales puntos sucesivos y
superpuestos.
Pero las rectas de tiempo perfectas son
imposibles,
y es inevitable la curva.
¿Lo habrá intuido Mileva en el acuerdo
económico?
Que la línea del amor se comba inevitable y
no regresa,
que la felicidad no es lineal y se pierde
en puntos
iguales e irreconocibles,
que toda piel es la piel de un solo
instante,
que lo mejor ocurre sólo una vez,
la primera y única sin ensayos ni
experiencia,
que las confirmaciones son horribles,
que todos tenemos la tendencia malsana de
repetir
lo que fue perfecto.
Y que, en cada repetición, se corrige hasta
gastar el efecto,
y se esmerila sin remedio lo que toda
felicidad
tiene de adolescente.
Pero, y qué si un punto, mi punto, se
escapa y me libera
y regreso a todo aquello que se perdió
en la orilla inicial de ese punto personal
que,
alguna vez, sin proponérmelo,
dibujé en mi mejor tiempo.
Una mínima contribución de la línea sin
sombra
que, anónimos, nos involucra y nos diluye,
dicen, para siempre y sin retorno.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
1*
Ese viento que te tocó la cara
¿Cae?
¿Cae y vuelve a subir?
¿Con qué piedras golpea,
con qué historia?
Ese viento que ahora mismo
mueve una flor frente a tus ojos,
ese viento, digo,
qué se lleva
y qué te deja puesto
que no sepas.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
-Poema 1 de “Triza”.
-Valeria
(Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La
trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al
viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de
Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed.
Mascarón de proa (2020); "Flores para
no regar", Editorial AqL (2021).
- “Final
francés”, AqL ediciones, 2023
ACTUAR
Y EXPLICAR-SE*
Trato de arreglar las cosas, pero nunca se
arreglan, cambian, empeoran o se diluyen.
Encuentro que las acciones no tienen
justificación. No una justificación válida al menos. Hacemos las cosas siempre
por el motivo incorrecto. Porque el verdadero motivo de nuestras acciones está
más allá de donde podemos ver en el momento, o sea ahora, que es cuando la cosa
sucede. La acción sucede ahora, que es pasado. Cuando escribo “ahora” el
momento ya pasó. No podemos luchar contra eso, y comprender el entramado de
causas es algo inconducente, pues ya fue y nada tiene arreglo. Emparches. Que
se notan.
Vivimos zurciendo roturas. Cinta aisladora
en el cable. Actuamos sobre lo que sucedió, tratamos de que no vuelva a pasar o
de que se repita, luchando contra la forma de ser del universo.
Las cartas en los buzones son
irrecuperables. Y entonces escribimos otra carta, también imposible de borrar,
y redactamos otra y otra. Al final nos damos por vencidos pero por cansancio.
Sigue la sensación de que algo faltó por decir, que una palabra no fue dicha.
Lo cual es la peor de las ilusiones. Nada puede decirse para suprimir lo que se
entendió o no se entendió en el primer momento.
Como si hubiese un primer momento. No lo
hay. Cada vez es posible retroceder más atrás.
El nacimiento es ya una sucesión de
acciones de otras gentes. Nada comienza en ningún punto primordial. Nuestra
historia es la de nuestros padres, la de ellos la de los suyos, y una nación un
territorio, el universo en definitiva. Atrás y atrás, y esos espejos que se
reflejan en espejos. Y uno allí desnudo y desvalido, intentando creer que hacer
algo es de veras hacer algo y no simplemente girar en una difusa realidad que
se engulle a si misma. Encima, con culpas. Y a quién le importa, y qué importa
si a alguien le importa.
Lo más saludable es creer, tener fe. Es
decir no pensar mucho. Considerarse importante, solvente. Creer que si uno dice
algo erróneo se pararán las rotativas de los periódicos. Sacarse muchas fotos
para poder recordarse ahora, o sea ayer, o sea el año pasado. Es decir, para
tener una imagen del que ya no somos.
Y nada ni nadie tiene peso y sombra. Somos
fantasmas que deambulan un rato y usurpan un apellido y desaparecen. Qué otra
cosa. Pero no sirve. Hay que creer y actuar y dar y darse explicaciones. De
otra forma esto no marcha. Socializar. Sentirse parte.
Entonces uno vuelve a decir que dijo por
esto y por lo otro, pero que en realidad… En realidad qué carajo es la realidad
¿no? Cuál realidad. Armar un relato como si las palabras fueran productos
naturales, como si mi palabra correspondiese a la tuya, qué lindo sueño.
Y actuar. Moverse. Agitarse un poco para
tener la ilusión de que uno se mueve. Ah si, y refugiarse en la protección de
la palabra “uno” “uno siente” “uno hace” ¿quién es ese uno que involucra a los
demás, que los hace cómplices o partícipes? Uno es uno, o sea “yo”. Pero es más
cómodo poner “uno” en el relato para satisfacer la necesidad de ser parte de
algo. Y dar consejos, y fingir que la vejez es experiencia, y que uno, o sea
yo, sabemos algo fuera de sabernos frágiles y contingentes.
Habrá que peinarse, comer, contestar el
teléfono, proferir sonidos para responder a los sonidos que profieran otros.
Con cara de estar en eso, cara de atentos. Y seguir con el corcho tapando la
botella empezada. Capaz hasta me convenzo de que la realidad es esto, no sería
difícil, después de todo tenemos entrenamiento.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
El agua del mar
alcanza mi cintura. Miro hacia arriba y elevo el ombligo. Elevo el ombligo como
si hubiera un hilo que me uniera con algo que desconozco. El verde de las olas
mece mi espalda, mis brazos. Me entrego y me dejo llevar mar adentro. El calor
sobre la línea del horizonte me acompaña con un anaranjado bramar que todavía
me abraza. El agua es tibia cerca del pacífico. Mis orejas están hundidas en el
agua, siento el pelo batirse. Mis manos dibujan ondas infinitas de luz
centellante que atraviesan las olas y alcanzan al celeste marrón de la orilla
del mar.
Si me vieran desde
arriba sería el perfecto modo de la paz, del momento presente. No hay futuro, no
hay dolor, no hay pasado. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.
Me asomo levemente
sobre esta horizontalidad esbelta, natural. Desde acá puedo verlos en el borde
de la costa saludando, saludándome. Cierro los ojos. Me muevo. Empiezo a tocar
el áspero azucarado de la arena suspendida en el agua, empiezo a saborear la
sal en la boca. Me rozan algas, de las que curan. Me están llevando, me hacen
cosquillas frescas. Mi ombligo empieza a descender. Me siento desorientada.
Intento no pensar porque corro el riesgo de hundirme.
La nada, el mar y yo.
Todo blanco.
Vuelvo a mirar el
cielo, me entrego a él como si con el ombligo pudiera tocar a la luna dulce de la tarde. Me acuesto en el
mar. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.
El sonido del agua
hace silencio. El sonido afelpado del agua está adentro de mi cabeza. Me duermo
con las algas y sus caricias. Me duermo a pesar de la bandera roja. Yo puedo
flotar hasta el infinito, hasta el fin de los mares. Soy una flor rosa
durmiendo en el mar.
Mis dedos dibujan el
paso amarillo del tiempo. Hago señas al cielo con las manos sumergidas. Sonrío
de placer dorado. Estoy en la línea invisible entre el sueño y la vigilia. Y
las algas, la bandera roja, los dedos bailando, la pequeña luna.
Mi pierna derecha
rechaza la cercanía ácida de una medusa. Se entumece, quizá sea un calambre.
Una fuerza agresiva me oprime la pierna, la enrosca. Empiezo a asustarme.
Dios…o lo que sea que está ahí mirándome. Mirando mis manos, las flores, las
algas. Dios. Una rama me arrastra. Al océano negro o a la orilla del mar. Me
lastima. Lucho con fuerza, quiero elevarme, ponerme vertical, no puedo. Intento
aquietarme, siento un ardor rojo en la pierna. El agua alrededor es agridulce
ahora.
Si me mirara desde
arriba podría ver a mis piernas entreabiertas, los pies hacia afuera, las manos
hacia arriba, cabeza atrás, y las olas, los dibujos de mis dedos inconscientes,
el pelo y las algas flotando, mis piernas moviéndose y naciendo desde el oleaje
una rama verde oscura que se enrosca a mi pierna.
Flores rojas,
violetas, negras crecen rápido, me enlazan las piernas, los brazos, mi cuerpo
flotando en la caída del sol.
Es el nacimiento de la
noche violeta.
Floto fluorescente al
anochecer, con los ojos abiertos. Crecen, estrujan. Me entrego.
Soy el corazón vivo de
un jardín acuático.
Estoy de vuelta en la
costa. Tengo marcas en las piernas. Mis huellas rebosan de flores.
*De Lorena
Suez. suezlorena@gmail.com
-Mentoría de procesos creativos
-Taller de escritura y emociones
-Lic. en Ciencias de la Comunicación /
Psicóloga Social
Del
abrazo al nido*
Van al árbol dormitorio
florecido en pájaros de la noche.
No caen a pétalos.
Se acompañan
de hoja en hoja.
Se preguntan
porque no hacen nido.
Mirando al cielo vedado
por hojas y pájaros.
Hacen del abrazo un nido.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
*
Decir
palabras
para nombrar el cielo,
el pájaro o la lluvia,
y que se hagan
presentes en el mundo.
Atrás,
veladas,
las cosas que no se
nombran,
la grieta que hace lo
callado en la garganta,
la asfixia
ocupándolo todo;
tu cara, en el juego
de espejos de mi vida,
entre sombra y luz,
creciendo
como los helechos en
las casas viejas,
un poco abandonados de
sí,
creados
por la desidia o la
suerte
de una racha de
viento.
Entonces
nombrar
es elegir apenas qué
se calla,
hasta dónde
se abre la flor,
es poseer el don
de marcar el límite de
la belleza.
Esa última crueldad,
es el poema.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
ANNA*
*De Antonio
Dal Masetto.
También esta noche, como siempre que el
sueño no viene, el hombre sale a caminar sin dirección, fuma y sus pasos y sus
divagaciones lo llevan lejos. Nubes fugitivas en el cielo nocturno, temblor de
luna, reflejos de faroles en las calles empedradas, árboles podados, ramas
apiladas sobre las veredas y, al doblar una esquina, una muchacha detenida en
la mitad de la cuadra, una sorpresa, un descubrimiento para el hombre que
deambula por la ciudad vacía.
La muchacha permanece vuelta hacia él,
tiene flores en las manos.
También el hombre se detiene y ahí quedan,
observándose. Y en esa pausa, en el silencio, el hombre comprende, como en una
revelación, que el nombre de la muchacha es Anna y que las flores son para él.
Después ella da media vuelta y comienza a
caminar y el hombre la sigue y no acorta la distancia, y avanzan por calles y
calles, entre las casas mudas y los gatos, y siempre hay nubes arriba y
temblores de luna, y de tanto en tanto la muchacha gira la cabeza, tal vez para
comprobar si el hombre continúa detrás, tal vez para alentarlo a que no deje de
escoltarla.
Y allá van.
Ahora el hombre sabe que el de esta noche
no es un paseo gratuito, que la muchacha que lo precede ha venido a convocarlo.
Entiende que es tiempo de balances, rendiciones de cuentas.
El aire está poblado de señales, voces
rotas, llamados difusos, rubores de la memoria, nombres trabajosamente
rescatados, enarbolados por encima de muertes, olvidos, desprecios e ironías,
nombres que vuelven intermitentes con los rumores que el viento trae un
instante y arroja nuevamente a las aguas de la noche.
Y el hombre, a la distancia, intenta
comunicarse con la muchacha, y sus palabras son confusas y no pasan de ser un
balbuceo lento, aunque confía en que ella, allá adelante, lo escuche. El hombre
murmura: En esta tierra condenada, agobiada de pérdidas, tierra arrasada,
tierra de miserias y de atrocidades, no me resultará fácil hablarte.
Y en eso se queda, no hay mucho más en su
cabeza.
Y van.
Y hay más calles y faroles y jardines y
plazas. Y de tanto en tanto el hombre reinicia su discurso entrecortado: En
esta tierra condenada, agobiada, arrasada, no me será fácil, no me será fácil,
no me será fácil. Y así. Una vez, dos, tres, muchas.
Después renuncia a las palabras. Ya no
importa su pobreza, las ideas que no acuden o que la imaginación niega. Ya no
importan la confusión, la falta de claridad. Ya no importa nada de eso. Porque
ahí está la muchacha marcando camino, guiando, abriendo una brecha, despejando.
La volátil y firme figura de la muchacha nocturna, imagen que no transige, que
no sucumbe, que no habla de derrotas, pero sí de firmezas y permanencias, y de
una obstinada libertad.
Paso ligero de la muchacha a través de la
ciudad dormida, reverenciando, enalteciendo, rescatando cada hebra del tejido
de esta hora. Entonces, una vez más, alrededor el aire vibra de sabor de
juventudes. Caminar detrás de la muchacha por calles de nuevo familiares, en
este setiembre cambiante, después de tantas voluntarias o forzadas renuncias,
después de tantos voluntarios o forzados destierros, es retomar viejas sendas y
descubrirse entero y dispuesto, sacudido por estremecimientos olvidados,
inconsciencias, locuras, alimentos para raíces de días nuevos.
La noche se carga de certezas, aquella
figura va opacando dudas, pone ráfagas de asombro en el silencio. Y nuevamente
la muchacha gira la cabeza, muestra brevemente su perfil y todo el tiempo
parecería decir: También éste, como siempre, como todos, precisamente éste, es
el momento decisivo.
-El texto "Anna" pertenece al libro "Señores más señoras".
-Antonio
Dal Masetto.
(Intra, 14 de febrero de 1938 - Buenos
Aires, 2 de noviembre de 2015)
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Dal_Masetto
*
En la mañana,
una gota desliza
su osadía
en la leve pendiente
de una hoja.
Herida por la luz
se ofrenda
en un prisma
minúsculo y magnífico.
Y cae.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en
City Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, (Editorial Sudestada 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche.
(Halley ediciones 2022)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
La
viajera*
En esa maravilla
de que los ojos miren
y se anhelen las bocas.
En la grandeza
de la insignificancia,
en la línea sutil.
En lo no revelado
en la constancia del amigo,
en la palabra
que nunca nos dijimos
habiéndolo deseado.
En la certeza,
en la sinrazón del sentimiento.
En el ser
el verdadero ser que se es.
En la herida irreparable
de la ausencia.
En el desencajado malhumor,
en las uvas doradas,
en el leño que arde:
navega la viajera
la siempre eternidad.
*De Ana
María Broglio.
In memoriam.
COPOS DE NIEVE*
Every time you grab at love,
You will lose a snowflake of your memory.
Leonard Cohen
Trozos de espejo inconexos,
rompecabezas, segmentos,
copos de nieve que nunca tuve
porque vivo en otro invierno.
Y qué, si reniego…
¿Qué, si no me aferro?
¿A dónde irán la nieve,
las piezas, los restos de espejo?
Si el fractal que dejo
no es más que tu alma
llamando en mis sueños,
lágrima de hielo.
¿Qué será del olvido,
si le abro la puerta?
Si al borrar las lágrimas
se lleva el invierno…
*De Marié
Rojas Tamayo.
La Habana.
AUSENCIA
DE COLOR*
Ya no habrá para mi cielo ocre, azules o
rosas.
Ya no habrá pentagramas de luz. Mi cielo
será negro
Amor, inmensa eternidad, llama candente.
Amor, barrera sin fronteras,
Pulmón de rosa azul.
Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar.
Sumergida en mares de destellos
En el verde, el topacio y el rubí.
Me abrazo incandescente a la página en
blanco,
Devuelve, quemazón, abrazo,
Rojo malvón en flor.
En ausencias de luz, convoco al negro,
Negro sobre mí, rondando el aire,
Pecho de zorzal palpitando mi asombro.
Amor, espina que no duele,
Negro clavel del aire aferrando mi sombra.
En la noche estrellada vislumbro lirios
blancos
Más crecen por doquier aciagos lirios
negros.
Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar
y otra vez y otra vez,
Elijo la soledad y el negro.
Porque eres como él.
El negro no es color. Es su ausencia.
No es el color, entonces, es la ausencia
que duele.
*De Amelia
Arellano.
*
Hay cosas en el pasado
que no tienen lengua para decirlas, que están más allá de frases, palabras.
Porque son extrañas y brutales. Pero sobre todo porque son extrañas y no se
pueden nombrar.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
VIAJAR
EN TREN HASTA ENCONTRARNOS*
No hay más Coatlicue. Ha quedado el patio
suspendido, habitado por la mesa de madera que duerme cuando hay visitas. Ha
quedado el mate y los sándwiches de jamón con queso, para que el Sol los devore
antes que la Luna, para que la Luna no encuentre más que migajas… Para que sus
hermanos no encuentren qué hacer con tanta lluvia silenciosa. La mesa, su mesa,
fue puesta ahí para ser encontrada. En sus márgenes se entretejen los puntos
que atan los plumajes de su falda. Tres puntos que aprenden a serlo por primera
vez, que saben que la construcción de símbolos es la creación del lugar común.
El Sol devora cubos grandes de queso, los
envuelve en jamón, los guarda en el pan. Sin darse cuenta que así da forma a
los cascabeles que la Luna traerá prendidos en las mejillas, cuando se acerque
y vea que solo hay menudencias sobre la mesa… Y una vez más las estrellas
caerán erradamente en su intento por saber qué hacer con las migajas. La
serpiente de luz permite que la veamos, me parece que, limpiando esmeradamente
la mesa, prestando poca atención al mate, guardándolo todo, según aprendió,
como lo hace Coatlicue.
En el Cerro de la Serpiente, una mujer
barre el polvo que nace en su refugio. Cuida de una cotorra y cuida de un
tlacuache. Coyolxahuqui y Huitzilopochtli juegan a lanzarse una bola de plumas.
Corren, la atrapan, se la arrebatan, imaginan que la bola misma se les escapa,
ríe y se burla de ellos. Le han puesto un nombre: lo repiten como si con eso
calmaran la preocupación de Coatlicue, preocupación común, de persona común:
soledad muy suya que construye con las nubes quietas, con el polvo que barre y
surge como los colores del aire… Cae: se lastima una pata. Coatlicue se ve
forzada a pausar las labores, dejando el suyo también universo en sutiles
desordenes. Marcha amasando tiempo y dinero: diptongos convertidos en visita
veterinaria. Anda con paso apurado, cargando a Coyolxahuqui, dando reprimendas
a Huitzilopochtli por haberla tirado.
A veces te extraño, Luna, estrella, Sol,
relámpago… Vida de estruendos, ruidos de flor: aún hablo de ti, para mí.
¡Se narra la batalla entre el Sol y la
Luna! Y se llama batalla al fenómeno cíclico del amanecer y del anochecer,
donde el cielo expone sus entrañas y deja que la luz repte entre su piel y se
guarde en sus corazones. Todas las muertes serán distintas, bañadas en miel o
envueltas en manta. La batalla que conocieron aquellas personas, que se
creyeron perdidas, encontrará a la pequeña mesa en medio del agua. Aunque no se
sabrá si se reunieron en torno a ella, o si fue tan solo hallada en ese ombligo
de esa luna, que puede caer por laderas filosas, que puede ser levantada por
sus hermanos. El picaflor, que es hábil para los encantamientos con pedernales
izquierdos, será el que venza por única ocasión: cuando cuatro mil estrellas
sean convidadas al almuerzo por un colibrí que sueña el encuentro del Sol y de
la Luna, sin decirles que él mismo es el Sol y que la Luna su hermana; sin
decirles que él no come sándwiches de jamón y queso, pero están ahí porque hay
amigos que sí lo hacen. Y el colibrí sabe invitar a los amigos.
*De hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México
-Próxima estación:
LOS
EUCALIPTOS.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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