jueves, septiembre 07, 2023

LA BELLEZA DE LO SIMPLE

 


*Foto de Eduardo Francisco Coiro.

https://www.instagram.com/educoiro/

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Verdear,

todita llena de brotes,

y acariciar al viento

con mis ramas nuevas

para que me habiten

pájaros

y ser

canción de primavera.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La alegría*

 

Bajo el sublimado altar de la tristeza yace la alegría.

Postergada.

Olvidada.

Casi un estigma.

 

Hela aquí: junto al hombre que cruzamos en la calle

en el pan

el corazón del alcaucil, la cebolla, la manzana

la golondrina que huye y retorna

la memoria

la canción que nos llega de lejos y cantamos.

La aurora, el crepúsculo, el rocío, la garúa.

El primer higo que ha madurado.

La noche que soñé que regresabas.

El gorrión que bajó a comer migas en mi patio.

 

*De Glauce Baldovin.

-De “Mi signo es el fuego”.

-Poesía completa-

Caballo Negro Editora, 2018.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

John Wilson, cronista del imperio*

  

*Por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com

 

John Wilson, creador (2020-2023). How To with John Wilson. HBO.

 

El gran cronista estadounidense Joseph Mitchell (1908-1996) cuenta una historia fabulosa ocurrida en la década de los 40 del siglo pasado en su libro El secreto de Joe Gould (Anagrama, 2000): un personaje de Nueva York, habitual conocido de la élite intelectual de la ciudad, afirmaba estar escribiendo una obra magna, Historia oral de nuestro tiempo, que recogía conversaciones con cientos, acaso miles, de neoyorquinos. El autor de esta empresa —Joe Gould— tenía interés en la gente común y corriente. Afirmaba, también, que su libro casi interminable sólo podría compararse con las gestas de los grandes historiadores romanos. La obra resultó ser la fantasía de un hombre que vivía en la indigencia, a pesar de pertenecer a una familia de clase rica. Gould vivía para ese libro imaginario que capturaba la esencia de una época. 

El cineasta John Wilson (1986), creador de la docuserie How To with John Wilson, es menos ambicioso que Joe Gould, pero comparte su interés por los detalles en apariencia insignificantes de Nueva York, sus personajes casi anónimos y, por supuesto, la técnica de fundir al autor con su obra. La docuserie llega en estos días a su tercera y última temporada, pues HBO decidió no renovarla. Cada uno de los capítulos es una exploración de la ciudad capitalista por antonomasia y, además, de la construcción de un personaje que apenas muestra su identidad en la cámara. En cada pasaje —presentado como una suerte de manual de instrucciones—, Wilson experimenta con la reflexión y la crónica. Es, en todo momento, un turista en su propia ciudad, al estilo del flâneur de Baudelaire, un sujeto capaz de abstraerse de la cotidianidad urbana para mirar su entorno como un extraño. De esta manera, puede recomendarnos cómo encontrar un baño público en Nueva York; preservar un mueble nuevo envolviéndolo en plástico o cómo entrar y socializar en un partido de beisbol.  

Si Woody Allen muestra, al inicio de su célebre filme Manhattan, el despertar de la gran ciudad en blanco y negro acompañado por Rhapsody in Blue de George Gershwin, John Wilson abre cada capítulo de su docuserie con tomas de Nueva York que no aparecen en las guías de turistas. Gracias a esta mirada sin filtro podemos saber que la ciudad está llena de andamios para evitar que pedazos de mampostería o cualquier otro objeto de los edificios siempre en reconstrucción o ampliación golpeen a los transeúntes. También, en muchas escenas —una especie de leitmotiv del director—, encontramos el Nueva York escatológico: excrementos, basura apilada, ratas muertas y aplastadas. La honestidad, por así llamarla, de las imágenes está alineada a la filosofía de Wilson: la resignación estoica ante las calamidades de una urbe enloquecida —emblema del capitalismo— no impide que nos maravillemos con pequeños descubrimientos que reten nuestros estándares de belleza.

Nueva York —y aquí podemos hacer otra relación con Gould y su intención de aproximarse a los historiadores antiguos— es la Roma de nuestra época, capital de un imperio trasnacional aunque tambaleante y en crisis perpetua. Los habitantes que muestra John Wilson representan muy bien la locura de Nueva York que es la de nuestros tiempos: una organización que cree que la realidad sufre pequeñas alteraciones que “borran” sucesos del pasado para reemplazarlos por versiones diferentes (el llamado Efecto Mandela); una convención de empresas que hacen convenciones; granjeros que dedican grandes esfuerzos para cosechar calabazas gigantes y ser campeones en un concurso; un grupo que hace activismo para que se elimine la cirugía de prepucio en los niños. Si el Nueva York en la cinematografía hollywoodense parece seguir una narrativa siempre estable —incluso en las películas distópicas la ciudad siempre aspira a un nuevo amanecer— en la visión sin intermediarios de Wilson comprendemos que sus habitantes más numerosos viven en una locura perpetua, ocupando pequeños departamentos mientras la dinámica de la ciudad los lleva al límite. A pesar de esto —una de las mayores virtudes de la docuserie, por cierto—, el cronista siempre tiene una mirada empática hacia ellos, pues, de alguna forma, comparte sus mismos dilemas: buscar estacionamiento en las calles atestadas; encontrar alguien para socializar; luchar por un espacio común mientras las autoridades y el poder empresarial desaparecen los sitios públicos gracias a la “arquitectura hostil”, una estrategia para expulsar a las personas indeseables de una sociedad volcada hacia la lógica del capital. 

El ser humano siempre ha sido tentado por la idea de la posteridad representada por los grandes monumentos y los proyectos faraónicos. Sin embargo, si debe sobrevivir algo de nosotros, debería ser la historia de las personas comunes que moldearon nuestra época y que tuvieron que lidiar con interminables contradicciones. John Wilson las documenta en un intento por explicarse a sí mismo y la realidad en la que vive. En una de las escenas más memorables de la docuserie, el explorador se encuentra a un par de hombres que viven en remolques y que, como muchos olvidados, no tienen acceso a los servicios básicos como recolección de basura y alcantarillado. Con un tono de orgullo, afirman que la gente que habita los suburbios privilegiados no sabría qué hacer en caso de un desastre. Ellos, por el contrario, podrán sobrevivir en el colapso, pues ya viven en él. Vistos a la distancia de los años, acaso de los siglos, los personajes que supo mirar a través de su cámara John Wilson hablarán más que aquéllos que atraen los reflectores en nuestros días.

 

 

-Fuente: https://revistacomun.com/blog/john-wilson-cronista-del-imperio/

 

 

-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977)

-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida

(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles

 (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad

Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las

novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza

(Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo).

Recientemente ha publicado:

 “La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-

 “Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

*

 

La sabiduría,

dicen,

es aprender el arte del desarraigo

para no amarnos

reflejados en los otros,

minuciosamente detenidos

como piedras nacidas en las cosas.

Lo más nimio,

entonces, puede crear una eternidad de mí:

un paralelo donde mi cuerpo quepa

en el ajustado ángulo del tiempo,

presumiblemente feliz

o desolado.

Pero,

¿qué queda de mí en los objetos?

¿qué respiré

en la helada piel de los metales

para fundarme tibia algún recuerdo?

¿qué quedará de mí,

cuando envejezca el papel

con el que envuelvo estas palabras?

Ay,

soltar es como nacer,

se está desnudo y siempre

se tiene mucho frío.

 

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com

 

- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

MADURA, (Editorial Sudestada 2021)

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS OJOS DE SASHA

O EL FIN DE UN SUEÑO ROJO *

 

 

La muerte de mi madre en un hospital

                                    para enfermos mentales

provocó diferentes reacciones entre los miembros

                    de mi familia

-una familia que zozobraba como los restos de un naufragio

que de a poco desaparecen sin importarle a nadie.

 

Fue internada por sus hermanos, diagnosticada

                                                con un cuadro de esquizofrenia

que según ellos no tenía otra forma de ser tratada

con urgencia, violencia y un grado de crueldad

                                 que prefiero olvidar.

 

Devota del sueño bolchevique, jamás pudo

                                                   entender los cambios del mundo

ni una sociedad que corría tras la felicidad

                                   y salvación individual.

Finalmente se alejó de los suyos y del resto, terminó aislada

                                    por propios y extraños

que la rechazaban tanto a ella como a su forma de pensar.

 

En mi corazón, sentí que su muerte simbolizaba

                                              una especie de asesinato

donde todos tenían una cuota parte de responsabilidad

                             y conformaba

uno de esos crímenes silenciosos que todos preferimos

                                           ignorar y cuyo formato

nos incrimina, lo que constituye un buen motivo para mirar

                                hacía otro lado.

 

Buscando protegerme del dolor y de su ausencia,

                                   decidí refugiarme

en la casa de uno de los pocos amigos que me quedaban,

                         Vladimir.

Un tipo silencioso y casi autista que se asemejaba a mí

                                          más de lo imaginable.

 

Los domingos acompañaba a mi amigo a visitar

                                    a su abuela que,

como el resto de los ancianos, se encontraba

                                                        en un lugar llamado geriátrico,

pero a mí me resultaba más parecido a un depósito

                                                   de personas abandonadas,

con rasgos de campo de concentración moderno

                                                          o una variante de los zoológicos

que, en lugar de chimpancés y leones enjaulados,

                                                        aquí se encontraban en estado

              natural y sin rejas, donde los exhibidos eran seres humanos.

 

             El dueño del zoo, perdón, del geriátrico, se volvió millonario

            a raíz de esta actividad y otra también, exquisita: prestamista.

Mi mente fue ideando un plan, moldeándolo

                                                      en silencio domingo a domingo.

           Conociendo el dato de que los abuelos partirían el lunes

                                                     en un tour a la fría Necochea,

en plena temporada invernal, entré de madrugada

                                                        al lugar. Entramos, mejor dicho,

mi gatito Sasha y yo. Rocié todo con nafta,

                                                         incluido el descapotable del tipo,

encendí el fósforo que inició el incendio y escapamos

                                  en la oscuridad

tan sigilosamente como habíamos llegado.

 

Esa noche dormí mejor que nunca, como un ángel caído

                                             que trae justicia

a un mundo cruel, un anti-sistema de los sin voz.

                                                   El mundo se redimía

Con mis actos, con los actos de un héroe anónimo

                                                        del cual nunca nadie sabría nada.

 

Me levanté y encendí el televisor que informaba

                                     de la tragedia.

Los ojos de Sasha hablaban al mirarme:

Treinta y nueve abuelos fallecidos en el incendio.

El viaje era el lunes, pero no ése sino el siguiente,

Debido a un cambio de planes de último momento.

 

Entendí en ese instante, que el infierno está tapizado

                                                     de buenas intenciones.

El velatorio movilizó a la ciudad completa, el dolor

                                   era terrible

y todos lloraban desconsolados. Todos menos el tipo

                                                que sufría en silencio

por el fin del negocio y su descapotable derretido.

 

Carcomido en mi conciencia, como el personaje

                                              de Crimen y Castigo,

me entregué confesando todo. Me declararon insano

                                    y paso los días

en este neuro-psiquiátrico escribiendo al aire libre

                                              y disfrutando la belleza

de lo simple. Como a mi madre, todos me dieron

                                                  la espalda salvo mi amigo

Vladimir y Sasha.

 

Sus ojos cuando se cruzan con los míos vuelven a hablarme

Y me dicen tener un plan.

 

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

(Cipolletti 1960)

-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.

Editorial leviatán. 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El impulso*

 

 

En la contrariedad del entorno se desarrolla,

sin querer y sin buscarlo, el ojo del artista,

en lo desparejo, en lo desigual, en lo injusto,

es allí donde se busca una ilusoria simetría

improbable. En el amor que nunca llegó

en la forma ni la medida esperada o a tiempo,

en el aliento que no estuvo por una herencia

invisible de omisiones y apatías sucesivas,

en tratar de anular la desventaja de origen,

en los maestros ausentes y los libros negados,

en desear la belleza siempre ajena y fugitiva,

en soñar un camino en la nada a un esquivo

lugar que no existe, y en animarse a contarlo

como si fuera posible.

 

*De Horacio Rodio. horaciorodio@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

También el mar*

  

También el mar empuja dócilmente

antiquísimos mundos diminutos,

de noche, cuando el sueño

atraviesa los muros, profanando

las sílabas errantes de los cuentos.

Es, entonces, la luna, burladero,

refugio de las hadas y los ogros

que en consorcio planean sin rubores

la ruptura del viejo pergamino.

En otro lugar duermen

su sueño sin sonidos ni esperanza

los héroes del pasado

en un tálamo de cruces, vómitos y olvido.

Antiguos mensajeros, mientras tanto,

se despojan del tedio acumulado

y vierten sobre el agua y en el viento

viejas plagas, del tiempo rescatadas.

La iniquidad ensombrece el firmamento.

Bandadas subterráneas afloran como fuentes

emponzoñando ríos y acuarelas.

Flores de plástico y metal se adueñan de los bosques

y un rapsoda es lapidado por castores

bajo una luz violácea que desdibuja el orbe.

La razón nos confiesa que todo está perdido.

Pero el pequeño ladronzuelo

ataviado con la sangre de sus muertos

y el barro primordial que le sustenta,

ha conseguido hacerse con la llave

que conduce a la aurora o al destierro.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Como quien pone una flor carnívora en las manos de un niño, en el poema cada palabra muerde, con delicado fervor, tu culpa o tu esperanza.

 

 *Valeria Pariso.

 

-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)

-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

- “Final francés”, AqL ediciones, 2023

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

Rieles de letras*

 

-Al bisabuelo. “El viejo Zucca” -

 

La vaporera se detiene.

Faltan –a la vista de quien baje a verlo con sus propios ojos- las vías y los durmientes. El maquinista con las antiparras levantadas. El rostro tiznado de hollín.

 El guarda lleva su impecable chaqueta color beige, la gorra con visera. Habla con el capataz de obra.

-Dice que sigamos, que él va a poner vías imposibles de remover.

El maquinista se conmueve, esta aturdido por lo que escucha:

-Dice Don Nicolás que no tengamos miedo, que sigamos sin temer un descarrilamiento, que el pondrá rieles de letras, durmientes de palabras que echarán raíces de acero en los terraplenes. Que hará balasto con vocales duras como piedras.

El maquinista y el guarda se cruzan una breve sonrisa, aceptan la irrealidad absoluta de la situación, van a seguir como debe seguir la vida misma.

El hombre vuelve a subir, pero esta vez al primer vagón desierto de pasajeros. Se sienta, se promete quedarse allí hasta llegar a la estación destino.

Del afuera solo puede ver nubes de vapor que se disipan contra el celeste cielo donde un sol tibio anuncia primaveras.

Un grupo de golondrinas tempranas planea como descansando en el aire.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

-Próxima estación:

 

LOS EUCALIPTOS.    

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

ESTACIÓN GOYENECHE.   

 

GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

 EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.

 

 ARANA.

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

 

InventivaSocial

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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/


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