*Foto de Eduardo Francisco Coiro.
https://www.instagram.com/educoiro/
*
Verdear,
todita llena de
brotes,
y acariciar al viento
con mis ramas nuevas
para que me habiten
pájaros
y ser
canción de primavera.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
La alegría*
Bajo el sublimado
altar de la tristeza yace la alegría.
Postergada.
Olvidada.
Casi un estigma.
Hela aquí: junto al
hombre que cruzamos en la calle
en el pan
el corazón del
alcaucil, la cebolla, la manzana
la golondrina que huye
y retorna
la memoria
la canción que nos
llega de lejos y cantamos.
La aurora, el
crepúsculo, el rocío, la garúa.
El primer higo que ha
madurado.
La noche que soñé que
regresabas.
El gorrión que bajó a
comer migas en mi patio.
*De Glauce
Baldovin.
-De “Mi
signo es el fuego”.
-Poesía completa-
Caballo Negro Editora, 2018.
John Wilson,
cronista del imperio*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
John Wilson, creador (2020-2023). How To with John Wilson. HBO.
El gran cronista estadounidense Joseph Mitchell (1908-1996) cuenta una historia fabulosa ocurrida en la década de los 40 del siglo pasado en su libro El secreto de Joe Gould (Anagrama, 2000): un personaje de Nueva York, habitual conocido de la élite intelectual de la ciudad, afirmaba estar escribiendo una obra magna, Historia oral de nuestro tiempo, que recogía conversaciones con cientos, acaso miles, de neoyorquinos. El autor de esta empresa —Joe Gould— tenía interés en la gente común y corriente. Afirmaba, también, que su libro casi interminable sólo podría compararse con las gestas de los grandes historiadores romanos. La obra resultó ser la fantasía de un hombre que vivía en la indigencia, a pesar de pertenecer a una familia de clase rica. Gould vivía para ese libro imaginario que capturaba la esencia de una época.
El cineasta John Wilson (1986), creador de la docuserie How To with John Wilson, es menos ambicioso que Joe Gould, pero comparte su interés por los detalles en apariencia insignificantes de Nueva York, sus personajes casi anónimos y, por supuesto, la técnica de fundir al autor con su obra. La docuserie llega en estos días a su tercera y última temporada, pues HBO decidió no renovarla. Cada uno de los capítulos es una exploración de la ciudad capitalista por antonomasia y, además, de la construcción de un personaje que apenas muestra su identidad en la cámara. En cada pasaje —presentado como una suerte de manual de instrucciones—, Wilson experimenta con la reflexión y la crónica. Es, en todo momento, un turista en su propia ciudad, al estilo del flâneur de Baudelaire, un sujeto capaz de abstraerse de la cotidianidad urbana para mirar su entorno como un extraño. De esta manera, puede recomendarnos cómo encontrar un baño público en Nueva York; preservar un mueble nuevo envolviéndolo en plástico o cómo entrar y socializar en un partido de beisbol.
Si Woody Allen muestra, al inicio de su
célebre filme Manhattan, el despertar
de la gran ciudad en blanco y negro acompañado por Rhapsody in Blue de George Gershwin, John Wilson abre cada capítulo
de su docuserie con tomas de Nueva York que no aparecen en las guías de
turistas. Gracias a esta mirada sin filtro podemos saber que la ciudad está
llena de andamios para evitar que pedazos de mampostería o cualquier otro
objeto de los edificios siempre en reconstrucción o ampliación golpeen a los
transeúntes. También, en muchas escenas —una especie de leitmotiv del director—, encontramos el Nueva York escatológico:
excrementos, basura apilada, ratas muertas y aplastadas. La honestidad, por así
llamarla, de las imágenes está alineada a la filosofía de Wilson: la
resignación estoica ante las calamidades de una urbe enloquecida —emblema del
capitalismo— no impide que nos maravillemos con pequeños descubrimientos que
reten nuestros estándares de belleza.
Nueva York —y aquí podemos hacer otra relación con Gould y su intención de aproximarse a los historiadores antiguos— es la Roma de nuestra época, capital de un imperio trasnacional aunque tambaleante y en crisis perpetua. Los habitantes que muestra John Wilson representan muy bien la locura de Nueva York que es la de nuestros tiempos: una organización que cree que la realidad sufre pequeñas alteraciones que “borran” sucesos del pasado para reemplazarlos por versiones diferentes (el llamado Efecto Mandela); una convención de empresas que hacen convenciones; granjeros que dedican grandes esfuerzos para cosechar calabazas gigantes y ser campeones en un concurso; un grupo que hace activismo para que se elimine la cirugía de prepucio en los niños. Si el Nueva York en la cinematografía hollywoodense parece seguir una narrativa siempre estable —incluso en las películas distópicas la ciudad siempre aspira a un nuevo amanecer— en la visión sin intermediarios de Wilson comprendemos que sus habitantes más numerosos viven en una locura perpetua, ocupando pequeños departamentos mientras la dinámica de la ciudad los lleva al límite. A pesar de esto —una de las mayores virtudes de la docuserie, por cierto—, el cronista siempre tiene una mirada empática hacia ellos, pues, de alguna forma, comparte sus mismos dilemas: buscar estacionamiento en las calles atestadas; encontrar alguien para socializar; luchar por un espacio común mientras las autoridades y el poder empresarial desaparecen los sitios públicos gracias a la “arquitectura hostil”, una estrategia para expulsar a las personas indeseables de una sociedad volcada hacia la lógica del capital.
El ser humano siempre ha sido tentado por
la idea de la posteridad representada por los grandes monumentos y los
proyectos faraónicos. Sin embargo, si debe sobrevivir algo de nosotros, debería
ser la historia de las personas comunes que moldearon nuestra época y que
tuvieron que lidiar con interminables contradicciones. John Wilson las
documenta en un intento por explicarse a sí mismo y la realidad en la que vive.
En una de las escenas más memorables de la docuserie, el explorador se
encuentra a un par de hombres que viven en remolques y que, como muchos
olvidados, no tienen acceso a los servicios básicos como recolección de basura
y alcantarillado. Con un tono de orgullo, afirman que la gente que habita los
suburbios privilegiados no sabría qué hacer en caso de un desastre. Ellos, por
el contrario, podrán sobrevivir en el colapso, pues ya viven en él. Vistos a la
distancia de los años, acaso de los siglos, los personajes que supo mirar a
través de su cámara John Wilson hablarán más que aquéllos que atraen los reflectores
en nuestros días.
-Fuente: https://revistacomun.com/blog/john-wilson-cronista-del-imperio/
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento: Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las
huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP), Tolvaneras
(SC Puebla), El clan de los estetas
(Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa
Mariano Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza
(Premio Nacional de Novela Breve Amado
Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
*
La sabiduría,
dicen,
es aprender el arte del desarraigo
para no amarnos
reflejados en los otros,
minuciosamente detenidos
como piedras nacidas en las cosas.
Lo más nimio,
entonces, puede crear una eternidad de mí:
un paralelo donde mi cuerpo quepa
en el ajustado ángulo del tiempo,
presumiblemente feliz
o desolado.
Pero,
¿qué queda de mí en los objetos?
¿qué respiré
en la helada piel de los metales
para fundarme tibia algún recuerdo?
¿qué quedará de mí,
cuando envejezca el papel
con el que envuelvo estas palabras?
Ay,
soltar es como nacer,
se está desnudo y siempre
se tiene mucho frío.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, (Editorial Sudestada 2021)
-Quiero sacar la
cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
-Coordina Microversos, talleres de
exploración literaria
LOS OJOS DE
SASHA
O EL FIN DE UN
SUEÑO ROJO *
La muerte de mi madre en un hospital
para
enfermos mentales
provocó diferentes reacciones entre los
miembros
de mi familia
-una familia que zozobraba como los restos
de un naufragio
que de a poco desaparecen sin importarle a
nadie.
Fue internada por sus hermanos,
diagnosticada
con un cuadro de esquizofrenia
que según ellos no tenía otra forma de ser
tratada
con urgencia, violencia y un grado de
crueldad
que prefiero
olvidar.
Devota del sueño bolchevique, jamás pudo
entender los cambios del mundo
ni una sociedad que corría tras la
felicidad
y salvación
individual.
Finalmente se alejó de los suyos y del
resto, terminó aislada
por propios
y extraños
que la rechazaban tanto a ella como a su
forma de pensar.
En mi corazón, sentí que su muerte
simbolizaba
una especie de asesinato
donde todos tenían una cuota parte de
responsabilidad
y conformaba
uno de esos crímenes silenciosos que todos
preferimos
ignorar y cuyo formato
nos incrimina, lo que constituye un buen
motivo para mirar
hacía otro lado.
Buscando protegerme del dolor y de su
ausencia,
decidí
refugiarme
en la casa de uno de los pocos amigos que
me quedaban,
Vladimir.
Un tipo silencioso y casi autista que se
asemejaba a mí
más
de lo imaginable.
Los domingos acompañaba a mi amigo a
visitar
a su abuela
que,
como el resto de los ancianos, se
encontraba
en
un lugar llamado geriátrico,
pero a mí me resultaba más parecido a un
depósito
de personas abandonadas,
con rasgos de campo de concentración
moderno
o una variante de los zoológicos
que, en lugar de chimpancés y leones
enjaulados,
aquí se encontraban en estado
natural y sin rejas, donde los
exhibidos eran seres humanos.
El dueño del zoo, perdón, del geriátrico, se volvió millonario
a raíz de esta actividad y otra también, exquisita: prestamista.
Mi mente fue ideando un plan, moldeándolo
en silencio domingo a domingo.
Conociendo el dato de que los abuelos partirían el lunes
en un tour a la fría Necochea,
en plena temporada invernal, entré de
madrugada
al lugar. Entramos, mejor dicho,
mi gatito Sasha y yo. Rocié todo con nafta,
incluido el descapotable del tipo,
encendí el fósforo que inició el incendio y
escapamos
en la
oscuridad
tan sigilosamente como habíamos llegado.
Esa noche dormí mejor que nunca, como un
ángel caído
que trae justicia
a un mundo cruel, un anti-sistema de los
sin voz.
El mundo se redimía
Con mis actos, con los actos de un héroe
anónimo
del cual nunca nadie sabría nada.
Me levanté y encendí el televisor que
informaba
de la
tragedia.
Los ojos de Sasha hablaban al mirarme:
Treinta y nueve abuelos fallecidos en el
incendio.
El viaje era el lunes, pero no ése sino el
siguiente,
Debido a un cambio de planes de último
momento.
Entendí en ese instante, que el infierno
está tapizado
de buenas intenciones.
El velatorio movilizó a la ciudad completa,
el dolor
era terrible
y todos lloraban desconsolados. Todos menos
el tipo
que sufría en silencio
por el fin del negocio y su descapotable
derretido.
Carcomido en mi conciencia, como el
personaje
de Crimen
y Castigo,
me entregué confesando todo. Me declararon
insano
y paso los
días
en este neuro-psiquiátrico escribiendo al
aire libre
y
disfrutando la belleza
de lo simple. Como a mi madre, todos me
dieron
la espalda salvo mi amigo
Vladimir y Sasha.
Sus ojos cuando se cruzan con los míos vuelven
a hablarme
Y me dicen tener un plan.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
(Cipolletti 1960)
-De su libro Los ojos de Sasha o el fin de un sueño rojo.
Editorial leviatán. 2017
El impulso*
En la contrariedad del entorno se
desarrolla,
sin querer y sin buscarlo, el ojo del
artista,
en lo desparejo, en lo desigual, en lo
injusto,
es allí donde se busca una ilusoria
simetría
improbable. En el amor que nunca llegó
en la forma ni la medida esperada o a
tiempo,
en el aliento que no estuvo por una
herencia
invisible de omisiones y apatías sucesivas,
en tratar de anular la desventaja de
origen,
en los maestros ausentes y los libros
negados,
en desear la belleza siempre ajena y
fugitiva,
en soñar un camino en la nada a un esquivo
lugar que no existe, y en animarse a
contarlo
como si fuera posible.
*De Horacio
Rodio. horaciorodio@hotmail.com
También el mar*
También el mar empuja dócilmente
antiquísimos mundos diminutos,
de noche, cuando el sueño
atraviesa los muros, profanando
las sílabas errantes de los cuentos.
Es, entonces, la luna, burladero,
refugio de las hadas y los ogros
que en consorcio planean sin rubores
la ruptura del viejo pergamino.
En otro lugar duermen
su sueño sin sonidos ni esperanza
los héroes del pasado
en un tálamo de cruces, vómitos y olvido.
Antiguos mensajeros, mientras tanto,
se despojan del tedio acumulado
y vierten sobre el agua y en el viento
viejas plagas, del tiempo rescatadas.
La iniquidad ensombrece el firmamento.
Bandadas subterráneas afloran como fuentes
emponzoñando ríos y acuarelas.
Flores de plástico y metal se adueñan de
los bosques
y un rapsoda es lapidado por castores
bajo una luz violácea que desdibuja el
orbe.
La razón nos confiesa que todo está
perdido.
Pero el pequeño ladronzuelo
ataviado con la sangre de sus muertos
y el barro primordial que le sustenta,
ha conseguido hacerse con la llave
que conduce a la aurora o al destierro.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
*
Como quien pone una
flor carnívora en las manos de un niño, en el poema cada palabra muerde, con
delicado fervor, tu culpa o tu esperanza.
*Valeria Pariso.
-Valeria
(Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial
Detodoslosmares, "La trilogía: Uva
negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento
Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía,
del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar",
Editorial AqL (2021).
- “Final
francés”, AqL ediciones, 2023
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Rieles de
letras*
-Al bisabuelo. “El
viejo Zucca” -
La vaporera se detiene.
Faltan –a la vista de quien baje a verlo
con sus propios ojos- las vías y los durmientes. El maquinista con las
antiparras levantadas. El rostro tiznado de hollín.
El
guarda lleva su impecable chaqueta color beige, la gorra con visera. Habla con
el capataz de obra.
-Dice que sigamos, que él va a poner vías
imposibles de remover.
El maquinista se conmueve, esta aturdido
por lo que escucha:
-Dice Don Nicolás que no tengamos miedo,
que sigamos sin temer un descarrilamiento, que el pondrá rieles de letras, durmientes de palabras que echarán raíces de
acero en los terraplenes. Que hará balasto con vocales duras como piedras.
El maquinista y el guarda se cruzan una
breve sonrisa, aceptan la irrealidad absoluta de la situación, van a seguir
como debe seguir la vida misma.
El hombre vuelve a subir, pero esta vez al
primer vagón desierto de pasajeros. Se sienta, se promete quedarse allí hasta
llegar a la estación destino.
Del afuera solo puede ver nubes de vapor
que se disipan contra el celeste cielo donde un sol tibio anuncia primaveras.
Un grupo de golondrinas tempranas planea
como descansando en el aire.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
-Próxima estación:
LOS
EUCALIPTOS.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog histórico &
archivo:
https://inventivasocial.blogspot.com/
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