martes, octubre 18, 2016

Y EL ECO ATROZ QUE NO PUEDE ESCUCHARSE…



*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina.









 No quiero cantar*



No quiero cantar y se me hacen sangre las palabras
y brotan obstinadas como una vena abierta
encharcando el silencio de la tarde que espera
un tren, una odisea o el fragor de mis gritos.

No quiero cantar pero mis voces no se apagan
y siguen derramando susurros delirantes
hacia el cielo indiferente del crepúsculo.

Mas en las estaciones abandonadas no hay certezas;
tan sólo ausencias
oquedades
recuerdos de miradas
vagos gestos de adiós como una llaga en la memoria
un vértigo de trenes perdiéndose en la noche...

Sólo la estación desierta
una voz aletargada entre mis labios
y el eco atroz que no puede escucharse.



*Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Destierro








Y EL ECO ATROZ QUE NO PUEDE ESCUCHARSE…








 MIS ZAPATOS*



Mis zapatos están rotos
y ya no se pueden
volver a arreglar.
Tienen la edad del tiempo
el terrible desconcierto
de las eras
la desenfrenada
desventura del hombre pobre.

Pobre, no es quien no tiene
que comer,
sino el que no tiene la
posibilidad de elegir.
Y mis zapatos, ya no tienen
puntos cardinales que seguir.

Mis zapatos están rotos.
Y ya no podré colocarles
diarios adentro
para que no se me congelen
las costillas.

Ahora, mis zapatos, que tienen
la edad del viento
me muestran, al costado
de mi cama, el dolor del mundo,
la triste desventura humana.







DESEMPLEO*



Abro el diario buscando el aviso
que no me dará un empleo.

Llueve afuera
y el frío, golpea como un puño
sin piedad
las paredes cada vez mas débiles
de una casa transitoria
como todo en la tierra.

No hay trabajo.
No hay empleo.

Sólo he visto
vendedores de humo,
contadores de suicidas
(siempre hay vacantes en la morgue)
rociadores de campos de Soja
sin problemas de horario
y traslados a cualquier parte
del país del hambre.

Abro el diario buscando el aviso
que me dará de comer hoy,
acaso mañana.

Ya van tres semanas que vuelve
a salir el aviso de los rociadores
de agrotóxicos.







CRIMENES*


Dos horas antes
que el cielo se encienda,
Caín, desesperado
por más droga, deambula
como un perro rabioso
con un cuchillo
en el lugar del corazón.







EL ANTIGUO PARAISO*



Un ángel, bebiendo café
en mi cocina
me dice
que algo no anda bien.

Tomo un vaso con agua
y vuelvo al calvario
de mi cama solitaria
y fría
musitando si será
en el cielo
o en la tierra.






AGUA NEGRA*



Agua negra que estás en el cielo
y desciendes con furia
en las bocas de los pobres…
Agua de los desperdicios
agua de las cloacas
agua negra del dolor
agua negra de las confesiones
del apremio físico
del costillar mordido
del golpe cobarde y sordo,
del hematoma.

Agua negra que sacude
la vida
el aire
las 7 capas del cielo.
Agua negra, espesa, difícil
de tragar.

Agua negra que duele
Agua negra que marcha
como una sombra helada
delante y detrás
de un cuerpo lacerado
sin fuerza ya para gritar
porque el agua negra
baja con furia
sobre la vocación humana
de los hombres.


*Poemas de Jorge Palma. jpalma@adinet.com.uy
Montevideo. URUGUAY











 A SHORT BRIEF OF THE AMERICAN HISTORY*


Para Howard Zinn


Yo sé en donde se esconde
el último pájaro
de qué color
son sus plumas
y la intensidad
desesperada
con que éste
canta al amanecer
cuando los predadores
buscan hambrientos
sus polluelos.
Yo sé en donde
comenzó el grito
de la montaña
hacia adonde
se dirigieron sus pies
cuando le arrebataron
a los suyos
haciéndolos recorrer
la oscuridad envueltos
en lágrimas.
Yo sé en donde
cayeron asesinados
los mineros
después de declararse
en huelga
en donde enterraron
sus cadáveres,
diez mil metros
en pleno corazón oscuro
o quienes celebraban
el silencio con un nudo
sobre las ramas
de los árboles. Yo sé
que sus rabiosos perros
les arrancaban
la piel que odiaban
a mordidas,
que en las cárceles
se asesinaba
a plena luz del día,
a quienes no doblegaban
las cabezas ante
el “Uncle Sam”
o Nelson Rockefeller.
Yo tampoco olvido
quién envenenó
las esquinas de los guetos
con marihuana
y cocaína
quién asesinó
a Fred Hampton
con 39 balazos en la cama
mientras dormía
encarceló a Leonard Peltien
a Óscar López
a los “África Family”
y a Mumia. Yo sé
que me conoces,
que tienes
mi teléfono pinchado
que puedes espiar
con quién duermo
debajo de mis sábanas
que puedes echarme
en boca de la noche
a ser devorado
por tus lobos caucásicos,
pero tu corazón,
ese que nunca miente
te denunciará
como a una cobarde,
que se esconde
debajo de la excusa
de proteger a los más débiles.
América,desenterraré
tus crímenes,
para que
los ciegos escuchen,y los tontos
conozcan la soledad
que está en tu carne
de bajas pasiones humanas
y de tumbas.



*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es












“CEREMONIA DE ARENA” *


“…maniatados a una conciencia que es el tiempo, no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón, cómo corren las nubes al futuro…”
JULIO CORTAZAR


Era arena liviana. Precaria. Transitoria
Espora arrastrada por el viento.
Ojo de aguja. Mano de nervios no videntes.
La puerta es ciega. No hay llave. Ni ganzúa.
Separar la paja del grano. El espejo no refleja su rostro..
La Cábala la besaba en la boca.
Le quitaba la tierra de los ojos.
Pequeña niña. Mujer del mito de Platón.
Colgada en el tendal del equilibrio.
Muerde el reloj que señala las doce.
El ya no vendrá.
Dormirá con la dulce idea de la eterna erección
Él, también reaccionaba ante el vuelo de un pájaro.
(Creo que ella nunca lo supo)
Puede ser tan falaz. Tan estupidez. Tan Vida.
Nunca olvidó la agridulce sensación de su sexo.
El sexo es pendular. Fluctuante. Irresoluto.
El cruce del umbral se dio en el cielo de la piedra.

Era una espora arrastrada por el viento.
Ella dormía con la cara tapada. Nadie lloraba.
Nadie llora cuando se renuncia a Dios.
Todos absuelven a la muerte. No a la muerta.
Era un martes. Solo yo lloraba.
Ella miraba no se adonde con sus ojos de sílice.
Ceremonia de arena. Liviana. Precaria. Transitoria


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com











 Bendición *


 Si vas a caer,
que sea.
Que temas al abismo,
que se abran
las viejas cicatrices
como las amapolas.
Que te entregues al viento,
que te sepas efímero.
Que nunca seas el mismo
cuando te levantes.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
http://temblor-esencial.blogspot.com.ar/




***


InvenTREN





 Inventren*



Al amigo Coiro, que sueña trenes.


Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.

Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.
Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y encuentros.

Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.

Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.
Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.

Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la hora".



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

http://sergioborao2011.blogspot.com/






***
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***


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sábado, octubre 15, 2016

ENTRE EL INFINITO Y EL INSTANTE FLUYE LA VIDA…



*Dibujo de Erika Kuhn.
http://obraerikakuhn.blogspot.mx/









La Nada le dice al Todo: “ten, antes de que nos dividan” *




No te mojes, ave de pico delgado
mira que este pueblo es un sueño lejano.

No tienen sentido tus cantos bajo esta lluvia,
tu himno triste del corazón
recrea caminos que ya no existen más.

A ti te he cantado, me dirás
y mi repugnante rostro
se hará incomprensible para ti y tu lluvia.
Sabes a dónde iremos
cuando acaben de desgranarse las nubes,
hacia dónde van los cantos,
en dónde se mece el recuerdo de las palpitaciones
que nos llevan fuera del ritual.

Sal de la lluvia que ese no es tu cuerpo,
tu plumaje se ha saciado.
Dejanos construir mitos
de donde emane nuestra existencia.
Dejame colgarlos en cada foco de la habitación,
para ir luego a hacernos cometas
con los azulejos del alma en los pies,
tus ojos, mis ojos bajo la sombra
amanecen en el frío del tiempo.

Me has dicho con voz humana
que nada en lo que creo es cierto:
que esa alma de la que hablo
no es más que un ominoso invento
que por ingenuidad he creído.

Mientras tanto,
una verdad distingo en tu canto:
El Sol se entrega al mar en sus pieles de arena,
bebe la sal de su cristal...

Pero yo no lo veo:
sólo miro arena,
un cabello como el tuyo,
sólo miro que ya te vas.


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com










ENTRE EL INFINITO Y EL INSTANTE FLUYE LA VIDA…









LA BAILARINA*


Lo que vislumbraba entre parpadeos era un paisaje en el que nada parecía haber escapado a la más total desolación.

El Talismán
Stephen King y Peter Straub


Acaba de despertar y no recuerda nada. Desconoce su nombre, por qué ha dormido en el suelo, por qué esta enorme habitación que en vez de ventanas tiene oquedades que la miran como cuencas vacías. Se incorpora y se asoma a una de ellas. Más allá de una muralla de pequeños escombros y paredes rojizas aún en pie, sin llegar a formar parte de estructura arquitectónica alguna -piezas extraviadas de rompecabezas-, distingue la línea del océano.

Un fragmento de espejo pegado a una pared le devela su imagen. ¿Ese es su rostro y esa su edad? ¿Cuál será su nombre? Importa poco si, como presiente, es el único ser vivo, extraño remanente de una ecuación equivocada. Recorre su cuerpo con la mirada. Lleva un traje de bailarina, zapatillas… Aventura un plié, quiebra la cintura, se alza en puntas… La asalta un inmenso deseo de danzar. La música parece brotar de los retales de ciudad donde ha perdido la memoria. Salta al exterior por el mayor de los agujeros, de cuyo dintel cuelga un rótulo: “Exit”. Leve cual algodón, cabriolea entre las ruinas. Gira, salta, mueve los brazos sintiéndose libre, al fin, sin saber de qué.

Asoma entre pared y pared de las otrora fundaciones del hombre, ahora gañidos que brotan del suelo. Siguiendo el impulso de la coreografía que mana de su interior, se acerca a la costa sorteando raíles que revelan lo que fue la línea de un tren. “Las Tierras Arrasadas”, piensa, sin saber a qué rincón ha ido su alma a extraer esa frase sin sentido. Baila sobre la arena, cada vez más lejos del esqueleto de la civilización. Se acerca al líquido elemento y, justo cuando la ola acude a lamer sus pies, se arremolina dulcemente sobre sí misma, acompañando el giro de un suave balanceo de brazos. Recuerda que tiene el poder de transformarse en cisne y salta al vacío.

Un instante antes de que sea lavada su conciencia de haber llorado tanta muerte, equipaje demasiado atroz para tan largo viaje, recuerda por qué ha sobrevivido a la hecatombe: quería regalar su última danza al mar y el cielo.

En un universo lejano, el primer llanto de un recién nacido arranca la sonrisa de los presentes. Venimos entre lágrimas… y es que no todo puede ser borrado por los que manejan los hilos del destino. Algo subsiste de la mujer y del cisne, imborrable e inquieto, palpitando en la gnosis de la Creación.



*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.








*


Grito.
Mi voz no alcanza
a rozar el aire.
Se rompe,
como el agua entre las piedras,
cae,
desde sí misma se despeña.

Palabra sola,
ramita rota
que arrastra el río.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
http://temblor-esencial.blogspot.com.ar/











IR AL SUEÑO*



Ir al sueño cada noche no es
sólo el reposo.
Es ir al encuentro
de una consentida omisión de luz
para entreverse uno
con rostros diversos.

Ir al sueño es corregir
las muertes que la vida nos da.
Hundirse en aguas inseguras
para volver en los relieves del sol.
Sin concesiones.

Una parte mía elige pactar.

Le creo al río onírico
y a la luz principiante
Acepto
esta alianza de ojos abiertos.
Si me miente el día
la noche regresa...
y el tema infinito recomienza.

Jugar a morir.
Y a despertar.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar











Del amor sin esperanzas*


El hombre sale a recibir al sodero en medio del temporal de la mañana. La oscuridad del cielo se expande hacia el adentro de la casa, hace sombras en todo.

Ezequiel pregunta: -¿Estas solo?

El hombre se queda como tildado y no responde con el "Si" obvio.

-Si la ves a Mariana mientras vas de reparto, decile que venga a tomar unos mates.

El sodero pone cara de asombro.

-Como no, se lo diré, aunque puede que tarde un tiempo en descubrir cual es tu Mariana.



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/














BYE BYE LOVE*




Utilizaron una canción movida, hay una mujer que se desdobla, es muchas mujeres, baila, se esconde, se transforma en muchas porque se cambia el peinado, el color del cabello. Es un comercial de shampoo, invita a la diversión, el cambio, el juego. Nos advierte que permanentes o planchado o trenzado no afectarán al cabello gracias a ese producto milagroso que lo fortalece y repara.
La música es pegadiza y vital, como debe ser. Claro que si una la escucha con un mínimo de atención y algo de memoria puede advertir que es una versión de la que usó Bob Fosse en “All that jazz”, para ese fantástico número musical en el final, cuando se despide de la vida y saluda a cada una de sus amantes, a su hija, a sus amigos, y se alegra de haber sido perdonado por todos y alejarse hacia la muerte que sucede en otro plano, solo, sin ningún glamour, en una cama de hospital.
Toda la película es sobre la muerte, esa amante hermosa, la única de siempre, la fiel, la que lo recibirá finalmente en sus brazos y se burlará de los alardes y debilidades ocultas. La muerte, esa mujer elegante que proporciona la salida apoteótica en el escenario. La muerte, única confidente y única seguridad. Ella estará allí.
Y la canción dice adiós, adiós amor, adiós adiós felicidad, hola soledad, pienso que voy a morir.
Bob Fosse en ese film logró que casi todas las amantes fuesen sus amantes de la vida real. Y cuentan que cuando se rodaría la última escena, la ensayó él mismo en vez del actor que lo representaba, y al finalizar el ensayo se volvió hacia uno y dijo con lágrimas en los ojos “¿Viste? ¡Me perdonaron!”
Narrar la propia vida, exponerse, transformarla en ficción para actuar sobre la realidad. Hacerse perdonar con las líneas que él mismo escribió, ficcionar su propia defunción que ocurrió luego de la misma manera, cigarrillos, alcohol, pastillas, vida enajenante y el corazón que ya no soporta.
Un poco más profundo, con más significado que la propaganda del shampoo. La misma canción, diferentes aspiraciones.
Me pregunto cómo la escogieron los publicistas. Saben que en estos días pocos son los que no comprenden esas palabras en inglés, adiós, amor, soledad, muerte. Quizás saben, también, que nadie se toma el trabajo de pensar, que todo se acepta si tiene buen ritmo y hay colores y una mujer bella. Aunque esa mujer bella sea la muerte, y una muerte bastardeada.




*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com












HUIDA*


“Huyo de lo que me sigue; voy detrás de lo que huye de mí.”
(Ovidio)


Este capricho mío de llorar descalza.
Esa empecinada boca de hierba que me nombra.
Pájaro negro que grazna sobre antiguos cálices.
Recién nacida. Vieja rugosa y desdentada.

¿De que múltiples rumores de espejos me arrancaron?
Yo jugaba entre lápidas. Árboles tristísimos y trigales venerables.
Y robaba flores a los muertos. Nardos y flores de papel morado.
Bravura de polleras cortas. Trenzas y largas falsedades.
Huía y huía y Dios me perseguía. No me alcanzaba
No lo consigue, aun. No lo consigue.
Fugitiva yegua con crines coloradas.
-¿Tampoco viene este domingo, madre?-
Ella alisaba los pliegues de la almohada.
Una desnudez de hierro la arropaba.
Un vaso de agua y cuatro hembras yertas.

Y el reloj se detuvo .Y la noche.
Quise beber, tirada es sus faldas de albahaca.
Sus manos de Magdalena, cruzadas sobre el pecho.
Leve brisa elevando un cansancio de años.

¿Están todos? No. No están.
¿Por qué esa soledad ¿ ¿Quien te obligó a orinar de pie?

¿Escuchas madre? Es la eterna nebulosa.
Es otra vez el mar… y un puñado de sal en mis desiertos.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com









*



Es posible que él salga a mirar las estrellas.
Debe tener, sin duda,
las manos cruzadas en la espalda,
como cuando camina junto a mí
y esconde sus manos de las mías,
como si se guardara para sí
alguna pertenencia que pudiera robar.
El hombre porque es hombre
debe sentirse a salvo
y él encierra en sus manos
lo que no me ha de dar.

Sin embargo, yo sé
que él está saliendo ahora a mirar las estrellas,
y sus manos
se abren como pájaros
buscándome en la oscuridad.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
http://temblor-esencial.blogspot.com.ar/








La epigrafista*




*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



"La poesía tendrá siempre ojos de perro perdido, /siempre dará luz a lo imposible. (...) La poesía siempre será perder lo que consigo nombrar,/ dentro de una maleza roja./ Y una fiebre idéntica a la belleza (en su explosión). (...) La poesía: ruina de ruinas,/ la luna iluminando un descampado/ y otra vez el perro que persigo y me persigue./ Toda la crueldad del mundo en sus ojos ardientes/ (remedo de los míos en una tierra que danza)".


Estos versos los escribió mi amiga la poeta Paulina Vinderman, y nos alientan a seguir pensando en la imaginación que se mete en la realidad, que es dura y se resiste, como escribió aquel digno maestro que se llamó Raúl Gustavo Aguirre, pero que la poesía siempre habrá de vencer para dar su sombra al viajero.
A veces se me da, de puro empecinado, en pensar en todos los crepúsculos que me he perdido desde que me vine del pueblo. De ese sol inmenso que rueda agonizante tras el pinar azul de don Peralta. Y ese pelotón de terneros que como un ritual corre hacia él, hasta que el duro alambrado con sus púas lo detiene. Y entonces regresan cabizbajos y buscan con un rugido quejumbroso el balido angustiado de sus madres, porque perciben esa separación que les hurta la leche de sus ubres para ser vendida luego.
Son imágenes que deflagran, haciéndose un espacio por aparecer en lo entrevisto, o el sueño que se filtra de a poco cuando es el párpado que esconde la memoria, como la otra, la que recuerdo mientras releo estos libros que tienen sus anotaciones en los márgenes, con una breve letra que el lápiz ubicó como un pequeño fusil hacia el foco de la atención que seguramente alguien olvidará muy pronto; esa mano desconocida. Hasta que lo recuperen cuando otros ojos vuelvan a posarse en él, pero es otra la mirada, otro el destino de ese sentido que abre horizontes a otros ojos, desconocidos pero igualmente atentos.
Toda despedida es promesa y la pasión es la urgencia, que nos espera siempre para hacernos reír o llorar o simplemente no esperar nada.
Nosotros tampoco esperábamos nada al volver de nuestros días iguales, con nuestras hondas impiadosas que intentaban cortar abruptamente el vuelo de un pájaro y a veces en ese acto imperioso la vida quedaba cerrada con una mancha de sangre, un plumerío en el aire y la piedra asesina caída a un costado, olvidada en el pasto tan alto que cubría nuestras propias estaturas tan breves de entonces.
¿Ese "no esperar nada" resumía un estado de ánimo? ¿O era la sensación de vacío que se disfrazaba de distracción o de olvido de ese mundo pequeño y tan nuestro?
Asociaciones diversas como puntos de contacto que las alas de los pájaros conseguían urdir en el vacío azulado y engañoso del aire, que como sabemos bien no es cielo ni es azul y acá viene el lamento de aquel monje poeta: que pena que no sea verdad tanta belleza.



*Los poemas citados pertenecen al libro La epigrafista de Paulina Vinderman, hilos editora, Buenos Aires, 2012.

-Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-56925-2016-10-12.html










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Duermo con vista a  un pedacito de cielo,  una lluvia de infinito cae .sobre los sueños.
Me abrigo en el arte efímero de los pequeños momentos, Entre el infinito y el instante fluye la vida.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






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InvenTREN






PARADA KM 79*




De estación en estación, y todas las estaciones vacías, y todas con lluvia, y todas con este olor a campo y algunos papeles mojados en los andenes. El campo apenas adivinado detrás de las ventanillas que no cierran bien y dejan entrar el frío, las gotas de agua en el vidrio que tiemblan y trazan recorridos oblicuos.
Y yo, finalmente, yo en este tren que se mueve irremediablemente hacia adelante y más adelante, y a medida que las estaciones se suceden se va acercando a mi apeadero, en donde detendré el viaje que para el tren continúa más y más allá, siempre más adelante y más lejos en esta noche interminable.
El viaje como una continuidad, un largo camino de aquí hasta allá, y yo que no voy de aquí hasta allá sino que me bajo antes, en un intersticio, yo que detengo mi viaje en este tren que va a continuar sin variar casi el peso, sin extrañarme. Yo que voy descontando paradas, un latido en falso en cada estación, un retorcijón en el vientre cada vez que tacho en el espacio otro nombre que me acerca a destino.
Llueve, siento humedad en el aire, abrigo mojado, pelo húmedo, ronquidos desde otro vagón. El paisaje que se va, que queda atrás, y más atrás, y fuera de alcance. No hay luna. No hay cielo hoy, sólo una negrura espesa y una lluvia inevitable.
Lluvia, lluvia y trenes, y estaciones. Y una mujer sola en un vagón con el abrigo húmedo y una sola maleta y la mano apretada contra la boca cerrada sobre los dientes apretados. Yo.
Ya casi, falta poco. Tomo mi maleta para tener algo en la mano, para convencerme de que es cierto que me voy a bajar. Me convenzo tomando la maleta y arreglándome un poco el peinado arruinado por la lluvia. Me aferro a mi maleta porque si esto no es un sueño el tren va a detenerse y en vez de seguir sentada en un viaje infinito me voy a bajar. Me voy a poner de pie con mi maleta, voy a llegar hasta la puerta, voy a bajar al andén y voy a encontrarme con Pedro después de esta larga, larguísima semana.
Va a estar ahí esperándome, ya nos pusimos de acuerdo. Con las manos en los bolsillos, seguramente. Terminando un cigarrillo o mirándome de frente con los brazos cruzados. Va a estar ahí esta noche, nos vamos a subir al auto, vamos a llegar a casa y no sé si vamos a decir algo. No lo sé.
Siento ya su cuerpo sentado al lado del mío en el automóvil, la sensación del tapizado del asiento, mis ojos fijos en el rosario que cuelga del espejito para no mirarlo a él, silencioso, a mi lado.
Ya me imagino en casa, dejando la culpable maleta en el ropero, metiéndonos rápido en la cama para dormir al menos unas horas hasta que suene el despertador. Veo el desayuno con el mate y yo otra vez usando las pantuflas y el pullover rojo que quedó en el ropero.
Otra estación, ya casi. Si fuese de día seguramente podría comenzar a reconocer parajes y alguna casita rodeada de árboles. Pero no veo nada. Nada de nada.
Mamá me dijo que una se casa para siempre y que los hombres tienen sus cosas y que la mujer tiene que aprender a manejarlos. Y dijo mamá que cada esposa con su esposo y cada carancho a su rancho y que la vida es esto y no cuentitos de princesas y zapatos de cristal. Le dio vergüenza que yo haya escapado de mi matrimonio y haya vuelto al pueblo. Se reía con las vecinas pero a mí me congeló con los ojos fríos cuando me abrió la puerta. Ella habló con Pedro por teléfono y que si, que claro, que me mandaba de vuelta que las cosas se arreglan entre marido y mujer y basta de pavadas.
Es la próxima ahora, Pedro con las manos en los bolsillos seguro, y elevo el cuello de la campera que no me tapa el moretón pero lo subo igual, no quiero que Pedro vea el moretón que es como acusarlo y recordar que me escapé.
Ahora sí, en medio de estaciones y estaciones y estaciones está la parada en el kilómetro 79, ni nombre tiene mi parada, es apenas un intersticio por donde me voy a caer para siempre para siempre. Y me veo desapareciendo por ese hueco entre campos, esa grieta entre paredes. Me veo alejándome con Pedro y el rosario colgando y el color azulado en mi cara que ya no se ve porque se aleja. Se aleja de este tren que acaba de detenerse.
Me pongo de pie, tomo la maleta, me subo de nuevo el cuello del abrigo y camino hasta la puerta del vagón. Estoy caminando en sueños, lo sé. No siento el suelo duro bajo los pies ni el olor ni los sonidos ni siento mi propio cuerpo. Esto ocurre despacio y de forma borrosa. Alguien camina con una maleta y es mujer y se acerca a una puerta del vagón de un tren detenido en una casi estación para dejarla junto a un casi hombre para que vaya a un casi hogar.
Me quedo. Me quedo y el miedo desborda, rompe, me hace transpirar en una oleada roja de pánico salvaje. Aprieto la manija de mi maleta. Me quedo.
Cuando el tren vuelve a ponerse en movimiento y se sacude, y después se empieza a apurar y al fin corre sobre sus rieles brillantes de lluvia yo, una mujer con una maleta, me pongo a alisar los pocos billetes que tengo en el bolsillo, me acomodo en el asiento e, infinitamente desamparada, sola, sin saber cuál será el futuro, duermo en una calma de feroz alegría.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com







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ÁLVAREZ DE TOLEDO

POLVAREDAS.  JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


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Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
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ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
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