jueves, agosto 23, 2007
DE ESA TEMIBLE AUSENCIA...
Justina*
De haber sabido que te vería hoy,
Me hubiera arreglado
Si quiera un poco.
Hubiera retirado el sudor de mi frente,
Tan solo de haber sabido que te vería el día de hoy…
De haber sabido el día de hoy, que te vería,
Me hubiera quitado un poco de tierra que hay en mi rostro
Y hubiera repartido libremente mi cariño,
Sin propiedad privada,
Sin hacer que dependas de mí con un salario,
Sin un patrón
Ni terratenientes…
Tan solo de haber sabido que te vería
El día de hoy.
De haberlo sabido
Hubiera preparado el discurso de bienvenida,
E incluso el de la despedida.
De haber sabido que te vería hoy,
Te hubiera traído algún presente.
Me hubiera mostrado un poco menos nervioso,
Tan solo de haberlo sabido…
Te hubiera mostrado que aún soy como un niño
Que mira sin encontrarle algún sentido
A las diferencias entre las clases sociales.
Solo de haberlo sabido
No hubiera esperado tanto tiempo
Para decir que te quiero,
Y que no lo reprimo
Como reprime el Estado:
Como si negando el problema se resolviera de tajo…
De haber sabido que el día de hoy te vería,
Te habría traído la invitación a mi fiesta,
Que no es privada,
Pero tampoco han sido invitados los burócratas,
Ni el Estado
Que mantiene las contradicciones sociales sin resolverse
Dentro de parámetros dizque estables,
Según las leyes …
De haberlo sabido
Te hubiera tomado la mano
Y traído tiernamente conmigo,
Y hubiéramos comido pastel,
Gelatina de colores
Y agua de horchata…
Todo esto hubiera pasado
De haber sabido que nos veríamos en este día;
Pero parece que nada de esto ha pasado...
*de hugo ivan cruz rosas quetzal_cr(arroba)yahoo.com.mx
quetzal.hi(arroba)gmail.com
De esa temible ausencia...
LA ESCRIBIENTE*
La Leo es la viejita siempre niña, una ancianita que las convulsiones infantiles fijaron eternamente en unos siete años inmóviles de picardía en los ojitos pequeños, siete años de cabecita rizada y risa y llanto fácil.
Llora cuando recuerda a la mamá, que la acompañó en el geriátrico hasta los cien años pero se fue un día, el año pasado, y la dejó solita. Se ríe cuando alguna cosa le hace gracia, y entonces gorjea y cloquea y se dice a sí misma “esta Leo, esta Leo”, la frase que otros le prodigaron a lo largo de sus más de siete décadas de vida.
Y la Leo escribe. Escribe, trabajosa y concentradamente. Escribe en su mesa, ajena a las visitas de los otros, o a los compañeros de vejez, tan próximos y a la vez tan lejanos, que se marchitan a su alrededor y ya renunciaron a la esperanza. Ella escribe porque la niñez no renuncia a la esperanza. La Leo escribe con las manitas de dedos cortos, y cada tanto se levanta con pasos bamboleantes a mostrar cómo escribió allá debajo del punto cruz con lapicera “Leonor Taborda”. A veces copia palabras de libros o revistas. Y esconde las letras debajo de enmarañadas líneas en negro, azul, verde. Otras veces, escribe cartas. Cartas donde cuenta que se murió la mamá, que se murió el hermano, que en su cumpleaños esperó que fuesen a visitarla para tomar té o mate con bombilla, y no fueron. Son cartas de palabras inconexas en las que alguna vez se adivinan frases pero en las que siempre se comprende el llamado, la esperanza de que sirvan de señal luminosa para que algún lejano barco se acerque a su naufragio.
Las cartas ocupan carillas de papeles doblados torpemente. Cuántas cartas, me pregunto, cuántas cartas a esos destinatarios que hace sesenta años fueron niños que su mamá recibía como alumnos particulares en la casa. Y que ahora son también ancianos o que han muerto en lejanas camas y ciudades distantes.
Ella recuerda bíblicas genealogías, recita los nombres de los ausentes, el nombre de los padres y de sus hijos. En su universo infantil siempre se han de nombrar padres e hijos, y los recuerda a todos. La dirección que indica es “Calchaquí”, “Santo Tomé”, alguna vez el nombre de una calle o el lugar preciso: enfrente de la farmacia, justo en la esquina.
Padres e hijos en una topografía de peatón o de vecino. La vida sencilla, los mapas de la infancia, las décadas superpuestas y las cartas que nunca llegarán a los difuntos o los que hace mil años tomaron otros rumbos o se diluyeron en una Historia que sepulta las historias.
La Leo escribe, y entre las palabras indescifrables anota bien clarito “Salta 3534”, para intentar forzar al destino de soledad con su correcto remitente en “Las diamelas”. “Mamá murió”, y otra vez recuadrado en un trazo temblequeante mamá murió. Hay que contar la noticia. Vengan, escriban. Estoy sola. Los niños del segundo grado de hace sesenta años, los fantasmas, los médicos que la atendieron cuando era pequeña y aprendió a cocinar carbonada. Vengan.
Y escribe las cartas para la legión de ausentes que pueblan su memoria exacta con precisiones ingenuas “fue a las cuatro de la tarde, un jueves”. “Llovía”.
Escribe y agota lapiceras, gasta lápices de colores, alegra los renglones con fibras. La Leo escribe al universo, tiende puentes de papel y tiempo elástico. Tiene fe en esos emisarios que dejamos las cartas en cajones, sobre las repisas, cree en la eficiencia de esos extraños devenidos en correos que finalmente desechan las misivas con los residuos cotidianos y los objetos inútiles.
Y yo escribo sobre la Leo para tender puentes de palabras en un universo indiferente, para darle pelea al tiempo, para enviar una señal luminosa que atraiga barcos a su naufragio, a mi naufragio. Pero yo, ingenua Leonor, yo no tengo fe en emisarios ni en misivas. Yo, afortunada Leonor, yo desde mi adulta tristeza percibo la ferocidad de las distancias y la temible ausencia de los destinatarios. Yo, mientras escribo, te veo en tu silla afanándote en tus cartas y, como siempre, envidio la pueril, maravillosa felicidad de los creyentes.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Jueves, 23 de Agosto de 2007
Una foto antigua*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Para Haydée Conde
Ahora sólo quedan algunas estribaciones que como hilachas festonean un collar de irreparables pérdidas y en esas máculas de la memoria se entremezclan los íconos de alguna fotografía amarillenta, como la que tengo ante mí.
El baile de aquella noche (1952? 1953? 1954?) en la vieja pista de baldosas rojas del Huracán Foot Ball Club congregaba una multitud de alegres ansiedades buscando un esparcimiento que hoy, a la distancia, se me aparece con una gran pátina de ingenuidad. ¿Quiénes quedaron allí para atestiguarlo
con la contagiosa alegría captada para siempre?
El gringo Tetti, el Cholo Cicarelli, Carluncho Gerlo, Hugo Cicconi bailando con Myriam Nicoletti, el rubio Mulé -número seis con la casaca roja del club-, Rosa Belluschi, don Pablo -su marido-, ese alemán simpático y dientudo, Carlitos Belluschi -un plácido bebé durmiendo sobre una silla-, Milanesa Camino de pinta gardeliana, bailarín no sé si eximio, pero seguramente enfático, entusiasta.
Los rostros de mis viejos permanecen lejos, pequeños al fondo de la foto, sentados a una mesa, sin bailar pero sonrientes.
Nosotros no aparecemos en esa "panorámica" de anónimo fotógrafo, que pretendió eternizar esos gestos, esos rostros, esa evidente alegría. Esos ojos que miran curiosos a la cámara. Nosotros andaríamos jugando, ajenos a esa minucia de los grandes, bajo la retractación de los faroles más lejanos tras las "chapitas" de cerveza y naranjina.
Opto por imaginar que la orquesta de esa noche era la de Pepe Basso con sus cantores Floreal Ruiz y el Negro Bellussi, un crédito del pueblo que hizo lo suyo por el tango. Es una pena que justo hoy la memoria tergiverse todo, me lo trueque y yo no pueda recordarlo y mi viejo está muy lejos como para buscar constancia de su verdad minuciosa y su memoria.
De todos modos, creo percibir aún esa expectativa, ese clima que antecedía a los bailes populares. Era como una imperceptible marea que primero se iba instalando en las mentes sonadoras de la gente y luego se iba "haciendo acto" -Aristóteles dixit- hasta eclosionar en esa reunión familiar de horas donde todo el mundo era feliz.
Si hoy yo no tuviera esta foto ante mis ojos, si no rozara con mis manos esta cartulina amarillenta con una emoción auténtica podría verme asistido por la duda de su realidad real. Pero lo cierto es que aquella noche ya fue sepultada por un montón de años, por casi todos los que aparecen en primer
plano que se llevaron a sus tumbas el esplendor efímero de esa noche, y si yo quiero reponer en mi memoria el cúmulo de autos, sulkies o gente en la vereda, capeando el rocío de la noche veraniega no podré restituirlo.
Sé que las palabras son una sucesión de símbolos -un emblema al fin- y la realidad es aplastantemente simultánea y la memoria es falsa, traicionera, engañosa y ese escorzo que se junta en mi cabeza mientras el cartón en mis manos sólo dice eso: que es un cartón que no dice nada casi a nadie, sólo a mi empecinamiento de hombre solitario en medio de la noche planetaria que lleva sin consultarnos encima de su corteza las vidas y los sueños y hasta la mismísima tumba de los muertos.
En medio de todo sólo quedan ilusiones, unas hojas muertas del Otoño y un coro de risas que me visitan y es de aquella noche lejana ya que va aproximándose a la bolsa que abre su boca para que el olvido entre sin más en ella.
*Fuente: Rosario/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-9949-2007-08-23.html
Jueves, 23 de Agosto de 2007
LEGADO CONCEPTUAL DE SILVIA BLEICHMAR
"Cuando hablás está menos oscuro"
La diferencia entre "sujeto ético" y "sujeto disciplinado"; una polémica reformulación del complejo de Edipo; la observación de que un mensaje puede no tener emisor pero debe, y es crucial, tener destinatario: estas y otras ideas dejó planteadas Silvia Bleichmar, quien, a los 62 años, murió el
miércoles de la semana pasada.
Silvia Bleichmar, psicoanalista (1944-2007).
Por Silvia Bleichmar *
En Estados Unidos ya diagnostican un "síndrome de desobediencia infantil": no se rían, se establece según pautas que miden la desobediencia y, entonces, una potencial "personalidad delictiva". En Francia, la derecha francesa propicia una ley por la cual, en los jardines de infantes, debería haber veedores que midieran la violencia de los niños, y entre los parámetros a medir están: "desobediencia" y "rebeldía". Hace unos días recibí un material que el Ministerio de Educación rescató de sus archivos de la época de la dictadura, un material de trabajo que se enviaba a las escuelas, para directores y maestros, con pautas sobre "la subversión": hay un capítulo dedicado al jardín de infantes. Allí se advierte que la
literatura marxista fomenta la desobediencia y la rebeldía en los niños, y termina así: "No se observa accionar directo de captación de las fuerzas subversivas en los jardines de infantes".
Nuestro problema es contraponer el sujeto ético al sujeto disciplinado: el sujeto disciplinado no es el sujeto ético. En una asesoría que me pidió el Ministerio de Educación, para el Observatorio de Violencia Escolar, sobre el tema de los límites, yo dije que no hay que discutir ya sobre los límites, sino sobre las legalidades que constituyen al sujeto. El problema no está en el límite; está en la legalidad que lo estructura. Y hoy podemos volver a pensar cómo se constituye un sujeto que, inscripto en legalidades, sea capaz de constituir, más allá de esas legalidades, la ética. Me refiero a la construcción del sujeto ético.
El concepto de Edipo debe ser repensado en términos del modo por el cual cada cultura pauta el acotamiento de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. En este sentido, la problemática ética no pasa por la triangulación ni por las relaciones de alianza, sino por el modo como el que el adulto se emplaza frente al niño en su doble función: inscribir la sexualidad y, al mismo tiempo, pautar los límites, no de la acción del niño, sino de su apropiación sobre el cuerpo del niño.
Para que surja la sexualidad infantil, debe haber inscripción libidinal en el cuerpo. La palabra, en tanto significante, es secundaria a las primeras inscripciones que, aunque del lado del adulto operen atravesadas por el lenguaje, se sitúan más allá de los modos con los que el discurso del adulto puede representárselas: aluden a aspectos de la sexualidad inconsciente que exceden, en sus modos de realización, las funciones primarias que hacen a la autoconservación del niño. Entonces, la primera función del otro es una función de inscripción sexual: el otro, bajo la idea -desde el punto de vista de su propio clivaje psíquico- de que sólo produce un cuidado de la vida del otro, introduce acciones que propician la inscripción de la sexualidad. Y aquí ha de hacerse presente la ética, en el sentido que
plantea Emmanuel Levinas, como "reconocimiento de la presencia del semejante": el semejante inscribe una ruptura en mi solipsismo, en mi egoísmo; el cuerpo del niño es acotado como lugar de goce en la medida en que el adulto expresa al niño el amor en los términos de la ética, vale decir, el amor sublimatorio capaz de tener en cuenta al otro, de considerar al otro como subjetividad.
Así, la cuestión de la ética empieza por el modo en que el adulto va a poner coto a su propio goce con relación al cuerpo del niño. En los cuidados que realiza va a inscribir el orden de una circulación que, siendo libidinal, no es puramente erógena sino que, además, es organizadora. Y esta forma de operar del adulto con el niño es la base de todos los "motivos morales", como escribió Freud en Proyecto de una psicología para neurólogos. El niño llora porque tiene malestar, porque siente displacer: para que su llanto se torne mensaje, es necesario que haya otro humano capaz de recibirlo y transformarlo en algo a lo que hay que responder. Actualmente, en Estados Unidos hay una corriente de crianza que plantea no responder al llamado del niño: como una forma de educación, de no crear dependencia, de evitar la
esclavización del adulto por el niño. Pero, ante la ausencia de respuesta, el mensaje interhumano no se constituye. Jaime Tallis, especialista en neuropediatría, presentó hace unos años un video donde se veía un bebé que lloraba y la madre no le respondía: durante un rato, el bebé lloraba cada vez más intensamente; pero, al final, dejaba de llorar y se abstraía.
Esto muestra cómo el mensaje no se puede constituir si no hay un destinatario. Un mensaje puede no tener emisor: si llueve y yo entiendo que es una bendición de Dios, no necesariamente Dios me mandó ese mensaje. Pero el mensaje no se constituye si no hay alguien que lo reciba, es decir, que lo decodifique. Esta decodificación será una interpretación, que el receptor hará, no sobre ninguna regla sino sobre la base de su propio deseo o su propia angustia. En el caso del bebé, ha de haber un adulto que codifique el llanto: "Tiene hambre" o "Tiene frío". Una señora me contaba: "Yo lo tuve en mi cuarto hasta el año y medio, porque me daba miedo que tuviera frío, pobrecito, de noche..."; por estar en el mismo cuarto, él debiera tener menos frío, como si la proximidad de los cuerpos resolviera la cuestión. O bien, el personaje de Freud, que, en Inhibición, síntoma y angustia, decía: "Tía, hablá, que cuando hablás está menos oscuro".
De todas maneras, lo que nos interesa de esto es la codificación, en términos de transcripción al lenguaje de las necesidades biológicas. En rigor, el bebé no tiene hambre: tiene algo que podríamos denominar
displacer, malestar: uno lo nombra como "hambre". Lo que el bebé tiene son sensaciones, que pueden ser codificadas de manera bizarra. La madre de uno de mis primeros pacientes psicóticos, cada vez que él bostezaba, le decía: "¡Julito, ¿tenés hambre?!". En realidad, la interpretación era tan bizarra como la que podía enunciar yo: "No, está angustiado". Se supone que uno bosteza cuando tiene sueño, no cuando está angustiado ni cuando tiene hambre. Mi interpretación era tan abstrusa como la de ella, pero con la
diferencia de que estaba basada en una teoría, mientras que la de ella era libre.
Volviendo a la función del otro: esa codificación del mensaje genera la primera forma del intercambio; si ustedes quieren, la primera forma sublimatoria del intercambio. Si, cuando el bebé llora, el adulto está muy desorganizado o atravesado por angustias muy intensas, puede darle algo que no corresponde, puede darle algo que lo perturbe gravemente. Muchas madres borderline, o bajo situaciones desbordantes, les dan de comer a su bebé permanentemente, cada vez que llora. Con lo cual articulan circuitos que a su vez producen malestar en la pancita y entonces el bebé llora cada vez más seguido. En algunos casos, la madre no tiene mucha idea de cuánto tiempo pasó entre una mamada y otra o entre un biberón y otro. Una madre psicótica le daba al niño una mamadera con leche demasiado caliente: el bebé gritaba y
lloraba y ella se desesperaba porque el bebé no comía. La temperatura del biberón era como la del café que ella tomaba: no podía advertir la diferencia entre ella y el niño y creía que era la temperatura adecuada. Acá se plantea una cuestión: la imposibilidad de ver al otro como un sujeto con necesidades diferentes a las que uno tiene.
Esto concierne a la cuestión del narcisismo. Estamos demasiado habituados a pensar que el narcisismo es simplemente especularidad o prolongación de uno mismo. En el caso de la madre, o del adulto que tiene a cargo al bebé, se trata de un narcisismo de objeto. El adulto realiza un reconocimiento especular en términos ontológicos: "Este es de mi especie". Es cierto que, muchas veces, la categoría de "semejante" no abarca a toda la humanidad, pero en general abarca a los hijos. En general, pero no siempre: en algunos casos de psicosis de niños vemos que el chico ha sido tratado como un animalito, como un ser biológico: falta la proyección sobre el bebé, no sólo de su potencialidad, de lo que debe llegar a ser, sino de lo que es. Porque, en realidad, la atribución que se hace no es a futuro sino en presente: la
atribución empieza en el embarazo, con el encubrimiento del carácter de masa biológica que tiene el bebé y con la representación que la madre se hace de la cría: la madre no se representa el bebé en la panza como un pedazo de carne sanguinolenta, sino como un bebé, con escarpines, osito. Y esto es
irreductible a la ecografía.
Cuando empezaron las ecografías, yo pensaba que iban a desbaratar el imaginario, pero la gente se pone a ver la ecografía como si viera ya las imágenes del bebé: "¡Mirá cómo se da vuelta! No quiere que lo vean..."
"¡Mirá cómo se tapa el pito!" "Uy, éste te va a volver loca: mirá cómo mueve las piernitas". No es solamente una atribución a futuro, sino una enorme capacidad de la imaginación creativa, de la imaginación radical -en términos de Castoriadis-, para producir algo en el lugar donde no está: vale decir, producir una proyección. Y esta proyección no tiene el contenido patológico o defensivo que aparece clásicamente en psicoanálisis, sino que es constitutiva. La diferencia con la proyección patológica es que está dada por los enunciados de cultura, que, así, permiten articular la representación de lo imaginario.
De modo que, en los primeros tiempos de la vida, esa mirada narcisizante del otro, que ve totalidades, es lo que precipita ontológicamente al sujeto. En el cuerpo como objeto de goce, se trata de parcialidades. Y esto concierne, después, a los modos de derivación de la sexualidad adulta. La idea de que lo parcial tiene que ver con lo perverso sigue siendo válida: no por el empleo de zonas erógenas que no sean las genitales, sino por la manera de percibir desubjetivadamente el objeto de goce que, entonces, pierde sus rasgos de humano. Hablaremos entonces de modos desubjetivantes con ejercicio perverso, no importa que la relación sea heterosexual o incluso genital: lo que la define es la subjetividad en juego; la posibilidad, o no, de subjetivación del otro.
Esto ocurre también en los comienzos de la vida. Y se refiere a la fuente de toda constitución posible del sujeto ético. En la medida en que se produce un reconocimiento ontológico y, al mismo tiempo, una diferenciación de necesidades y un reconocimiento de las diferencias, el sujeto no queda capturado por una sexualidad desorganizante inscripta por el otro, sino que comienza a inscribirse en un entramado simbólico que lo desatrapa, tanto de la inmediatez biológica como de la compulsión a la que la pulsión lo
condena.
* Texto extractado de la clase Nº 1 del Seminario "La construcción del sujeto ético", dictada el 10 de abril de 2006.
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-90109-2007-08-23.html
SOBRE LOS MECANISMOS DE DESPRENDIMIENTO
Juego infantil, producción de sentido y "Gatita"
Por S. B. *
Una niña de seis años está pasando una temporada en la casa de sus abuelos; la madre salió en viaje de trabajo por unos días. Una noche, la nena entra en el cuarto de los abuelos y pide un cepillito para limpiar una caja de plástico que encontró; quiere que se la ayude a armar una cuna para "Gatita",
muñeca que es su objeto transicional favorito. Arma una cuna muy particular, porque es mitad princesita mitad linyerita, digamos. Como almohaditas, pone unas carilinas, y yo le regalo un pañuelo de seda que le encanta (algunos de ustedes ya se han dado cuenta: se trata de mi nieta). Ella me agradece mucho y dice: "Vos sos muy buena porque me diste algo que te gusta, no me diste algo que no te importa". Con lo cual hace una diferencia entre la caridad y la solidaridad, al rescatar el amor como don de lo que se aprecia. Trabaja mucho tiempo, pega en la cuna fotos de Gatita; el abuelo la ayuda. Violeta lleva a Gatita al otro cuarto, con su cunita. A la mañana siguiente, me despierto pensando que lo sucedido tiene una relación con la ausencia de la madre (me doy cuenta, como me corresponde, no como analista, sino como abuela): ella vicarió en Gatita su propio sentimiento, mezcla de princesita y linyerita.
Durante el día, me pregunto cómo la estará pasando y me doy cuenta de que se las arregló muy bien con ese episodio, porque no hay repetición compulsiva, sino creación y producción de sentido; transformación sobre lo real, no pura repetición de lo displacentero. Y la noche siguiente hace algo que confirma la hipótesis. Me pide cerrar la puerta de nuestro cuarto y al rato golpea.
Yo digo: "Pase". No contesta nadie. Digo: "Adelante". No contesta nadie.
Entonces el abuelo abre la puerta y encuentra la cunita con Gatita adentro.
El dice: "Ay, nos dejaron una gatita. ¡Qué maravilla!". Entonces ella entra, muerta de risa, y dice: "Hay gente que hasta deja chicos". Yo le contesto: "Qué suerte tiene Gatita de que tiene una mamá y unos abuelos que la quieren tanto, y qué suerte tenés vos que tenés una mamá que ya vuelve". Ella me mira divertida y agradecida, y se va.
No es que la niña haya disociado lo doloroso, que deba serle reintegrado: no ha establecido una repetición, sino una transformación. Si, por ejemplo, ella hubiera agredido a Gatita y se hubiera sentido con culpa, estaríamos ante un síntoma, pero, en cambio, manifestó la posibilidad de darle a Gatita lo que ella quiere que le den. Esto que quiere que le den, ella lo tiene, pero, aun teniéndolo, tiene miedo de no tenerlo. Por eso mi respuesta: qué suerte tiene Gatita (claro que, en aquel momento, nada de esto se me había ocurrido).
Hacía un tiempo, a Gatita se le había aplastado un poco una patita y la madre le dijo: "¡Ay, me duele mucho!". Ella le contestó: "No, a mí me duele más porque vos sos la abuela y yo soy la madre, y siempre me dijiste que no hay nada más importante para los padres que los hijos".
En términos de defensa normal o patológica, me parece que la niña no está quebrantada por el síntoma, sino dedicada a la producción de sentido: ésta permite construir defensas que van modificando el displacer generado inevitablemente por la vida psíquica. Pensando en estas diferencias retomé un concepto que fue primero de Edward Bibring y después de Daniel Lagache.
En Bibring es working-off, trabajo de puesta afuera; en Lagache es "mecanismo de desprendimiento". Bibring propuso mecanismos del yo que convendría diferenciar de los de defensa. Son, diríamos, defensa no patológica, sino saludable (es mejor decir "saludable" y no "normal", ya que la normalidad puede ser muy insalubre). Estos mecanismos se diferencian de los de defensa en su relación con la compulsión de repetición. Bibring describe diferentes métodos de desprendimiento, como la separación de la libido, el trabajo del duelo, la familiarización con la situación ansiógena.
En Lagache, los mecanismos de desprendimiento del yo no tienen por meta conducir a la descarga, como sucedería con la abreacción, ni hacer de la tensión algo peligroso, como ocurriría con los mecanismos de defensa: su función es disolver progresivamente la tensión y cambiar las condiciones internas que le dan nacimiento.
La puesta afuera, en Bibring, o el mecanismo de desprendimiento de Lagache, serían formas de la creación; formas de la producción simbólica que, a partir del malestar psíquico, permiten un enriquecimiento. En última instancia, la defensa normal sería la posibilidad de establecer transformaciones, de apropiarse de nuevas representaciones, en movimientos por los cuales el sujeto no queda ya librado a la repetición.
El ejemplo de "Gatita" podría haberse presentado en una situación clínica, una niña en análisis que hace ese juego durante un tiempo: en tal caso, se nos plantearía si es pertinente una interpretación o bien una intervención simbolizante: son dos cosas diferentes. La interpretación daría cuenta de un fantasma inconsciente, que sin duda está ahí. Violeta está preocupada, pero al mismo tiempo se siente protegida y en un espacio que le permite desplegar el fantasma. Esto podría ocurrir perfectamente en una sesión analítica. Por lo demás, la interpretación sólo tiene lugar en la situación analítica; fuera del espacio adecuado, jamás se interpreta; a lo sumo, se ayuda a pensar al otro. Les diría que, aun en el espacio analítico, pocas veces se interpreta. Pero, en efecto, en una situación analítica, si un día le duele
la panza porque no está la madre y otro día puede establecer ese juego, es posible interpretar el dolor de panza como una equivalencia de la angustia que no puede formular. En cambio, cuando establezca el juego, uno puede hacer una intervención simbolizante, para permitirle nuevas vías de simbolización.
* Fragmento de la clase dictada el 25 de junio de 2007.
-Fuente. Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/90109-28789-2007-08-23.html
Borgesless*
Puedo resignarme
a yacer en mis propios sueños
O
en los sueños de los otros
escritores magos pintores de obra
incapaces bohemios ascetas doctores
o los sin nombre
sin hambre
en cualquier lugar
aún sin geografía
viviendo sus vidas
plagadas de vampiros devotos y
fantasmas ansiosos
sumidos en meandros y laberintos
multiplicados como títeres en serie
Pero no en mi vigilia:
Donde dudo si Borges J. L.
alguna vez existió
y resignándome después
a no tener respuesta
porque también
todos hablan de un Más Allá
entre chungas y TV
del cual nada se sabe
y sí tambien
hay aguas llenas sobre el tema
en religiones mitos
y en la vara creíble
de noveleros y cuentistas
y sin embargo...
*de Victor M. Falco vittoriofa9@hotmail.com
Correo:
Siglo y medio de ferrocarriles en Argentina*
Se trata de una comunicación alusiva a la conmemoración del los 150 años de funcionamiento de
los ferrocarriles en Argentina,cuya redacción hemos finalizado el dia 23 de Agosto de 2007.
Se puede consultar en el vínculo:
http://members.tripod.com/choloar/SIGLO_Y_MEDIO_DE_FERROCARRILES_EN_ARGENTINA.htm
Con mis atentos saludos
*Alfredo Armando Aguirre. choloar@rocketmail.com
Página personal: http://choloar.tripod.com/choloar.html
Mi Blog - Bitácora: http://choloar.tripod.com/Alfredo_Aguirre/
*
Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
Enviar los escritos al correo: inventivasocial( arroba)yahoo. com.ar
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