jueves, abril 03, 2008

EN LA LÁGRIMA DEL MUNDO...


Los disfraces de la muerte*




A ella, que tiene fama de triste y trágica, le encanta disfrazarse. Lo hace habitualmente y lo mejor de todo es que disfruta con ello.
Esta mañana ha decidido vestirse de señora mayor con unas zapatillas grises a cuadros muy desgastadas por los años, un abrigo raído, demasiado gordo para la temperatura de este mayo y un bolso viejo y flaco. Va caminando por la calle hasta que encuentra a la persona que busca. En el cruce, hay un policía uniformado que está haciendo su ronda. Ella se le acerca, y tomándole del brazo, acerca su cara al oído del policía y le dice, poniéndose de puntillas, en un susurro: "En la farmacia van a matar a un hombre".
El policía sale corriendo hacia la botica. Mientras corre, va sacando su pistola de la funda. Cuando entra se encuentra con el farmacéutico que está solo en la botica y le mira sorprendido al verle entrar tan violentamente. Al ver que no hay nadie, guarda el arma, extrañado del aviso de la anciana. Se abre la puerta y aparecen dos atracadores, que al verlo, sobresaltados y sin mediar palabra, le disparan matándole en el acto.

Fuera, en la acera de enfrente, una joven parturienta, que ha intentado abortar, va caminando con intensos dolores y una fuerte hemorragia, en busca de un taxi para que la lleve urgentemente al hospital. La muerte ha cambiado de disfraz. Esta vez es un taxista que no se detiene.




*de Joan. joan@cimat.es






EN LA LÁGRIMA DEL MUNDO...





La palabra, la metáfora, el silencio*




Creo que lo primero que existe es el silencio
Luego viene la palabra
En silabas, en frases
Que engloban muchos otros vocablos
Afecto, apego, confianza
Prontamente empezamos a imaginar
A creer y apreciar
Es allí en la dimensión de los sueños
Donde asoma el universo de las metáforas
Y la majestuosidad del arte.



*de Azul. azulaki@hotmail.com






A Antonella




*


a veces
una espuma sonora energiza este río
este cauce de luz al abrazo
este canto de lunas de hierbas
de suspiro de hileras
del límite celeste inabarcable
donde las flores meditan su destino
otras
es apenas un otoño de palabras amontonadas en "la lágrima del mundo".




*


tengo ásperos los ojos
cuando la esperanza no tiene remedio
y el consuelo es sólo una palabra que no alcanza.




*


dónde estás?
dónde caminas osada y valerosa adolescente?
brisa y perfume dormitan en la rosa
y tu memoria es día y noche entre los pájaros.
donde estés
tu risa vestirá de nostalgias la huella que te besa
y lloverás en el viento...
lloveremos.



*


busco un sueño adormecido, mientras oigo el crepitar de las rosas, su alma,
su cosmogónico silencio de primaveras y callo.




*

un piano te espera bajo el sol
cada rosa dejará su pétalo en el teclado
la música en las nubes
el ángel en la sala
presumiendo las manos que te abarcan
un piano te espera
y en la espera
grita la sangre
padre
origen
libertaria
acunando el despertar a tu cielo
sin preguntas
sin preguntas.

un piano te esperaba...
en tu vuelo blanco de palomas
hizo silencio el tiempo demorado.




*Poemas de Ana Lia Gattás. analia_gattasz@speedy.com.ar






*



Arden en el piano las manos buenas
renuncian de potestad entre tecla y tecla
cuando los sonidos armónicos gritan y gritan
sobre cuerdas destrozadas.
Gritan.
no ha de haber una palabra en las palomas del pentagrama
no ha de haber una lluvia tan dolorosa que cante.
No hay hospitales del silencio
ni piano en las camas del pasado
Arden las llamas idas.
Subieron tan ávidas de luz y color.
Creyeron los ángeles cantar un día.
Invoco el trozo de cielo que hay en mí
bajo la palabra y recuerdo en silencio.
Caigo sin verme y cuando respira la luz
salen palomas, abanicos, puentes que retroceden años.
Caigo sin muerte
Muerte que cae al abismo del pasado.
Subo hasta la angustia donde ya no queda verbo.




*


nosotros alzamos el hambre del dolor
justificamos patria
dolemos miseria
apretamos los ojos al cielo
y hasta mordemos la lágrima del jornal.
nosotros andamos en la escena
pariendo siempre una muerte
pero la muerte es muerte de luces tan pronto.
valiente el alma que conquista en la rosa
su perfume al rocío.
Tengo en mi garganta
el mismo silencio de murciélagos
que la pradera del día.




*Poemas de ricardo mastrizzo.







Vida*



El eco de la música en mi cabeza
esa música hecha desde el alma

con llanto en la garganta
porque emociona dejarlo fuera.

Una noche de ensueño y magia
donde se renovaron mi alma y mis ganas
y sentí lo lindo de la vida,

eso que palpita,
a veces muy por debajo,
pero que no deja de estar.

Pero esa noche todos los ángeles estaban ahí
para alumbrar, para transmitir,

un grupo de personas haciendo lo que desean,

y yo...escuchando sus llantos, sus risas,
escuchando sus vidas

porque eso hicieron, mostrarme sus vidas
y son todas bellas vidas

y yo por un momento me había olvidado
esa belleza que tiene lo esencial que cada uno lleva dentro.

Yo me había olvidado, por detenerme en batallas perdidas, en tiempos
perdidos.

Qué lindo volver a recordar
abrir los brazos y sentir

que estalla el alma cuando
en apenas una voz, la vida está ahí.



*de Julia Irigoitia juliados@hotmail.com
-Enviado para compartir por Horacio Rossi.terrazio@ciudad.com.ar





Romance*



1


Lo primero que al hombre le llama la atención, cuando llega a la casa de su viejo amigo Camargo
-inventor-, es la gallina. Un animal gordo y vivaracho, pese a todo lo que le falta. Al verla, dispuesto a hacer comparaciones, lo primero que a uno se le ocurriría es que se parece a alguien que acaba de volver de la guerra. El hombre sabe que Camargo ama desmedidamente los animales. Su casa no es un zoológico por una simple razón: no soporta los ruidos. Ningún ruido. Las paredes están revestidas con planchas aislantes. Las ventanas y las puertas son dobles y están tapadas con gruesas cortinas. Acá se habla en voz baja. El amor que Camargo siente por los animales choca con esta imposición de silencio. Porque, desgraciadamente -según él mismo se lamenta-, casi no hay bicho que no ladre, bale, maúlle, rebuzne, ruja, silbe, muja y demás variantes. Ruidos y ruidos. Esta fatal contradicción entre su necesidad y su afecto es lo que condena a Camargo a la soledad. El hombre sabe todo esto y se dice que la presencia de la gallina dentro de la casa debe tener su historia.
Es así como más tarde, entre mate y mate, cuando la gallina se desliza con paso incierto frente a la puerta, el hombre, con voz distraída, pregunta: "Y esa gallina?" El relato no es simple, pero sí creíble. Un día, en una de sus escasas salidas, Camargo presenció como un coche atropellaba a una gallina. La levantó, comprobó que estaba viva y se la llevó. En su casa, después de revisarla, llegó a la conclusión de que sólo tenía una pata rota. Se la entablilló. Depositó la gallina en un canasto de mimbre y se dedicó a alimentarla, mientras esperaba la lenta curación. Seguramente agradecida, la gallina soportaba su dolor y guardaba silencio.
Pasó el tiempo y Camargo advirtió alarmado que la quebradura no soldaba. Al contrario, la infección amenazaba extenderse. Tomó una decisión drástica. Decidió amputar. con un brebaje de su invención atontó al animal y después, con una tijera de podar, cortó donde consideró conveniente. Volvió a desinfectar y a vendar. Abandonada en el fondo del canasto, la gallina callaba. Poco a poco, se fue animando. Camargo supo que estaba salvada. Quitó el vendaje. Buscó una varilla de madera, la cortó a la medida adecuada y la ató firmemente al muñón de la gallina. En pocas palabras, le colocó una pata de palo.
Al comienzo, la gallina no se animaba a moverse. A lo sumo, se arrastraba un poco. Siguió un período de aprendizaje. Camargo la paraba, la sostenía de las alas, le hablaba, la alentaba, la impulsaba a caminar. Y así, primero a los tropezones, luego con más seguridad, la gallina fue aprendiendo a desplazarse con su pata artificial.
Acá surgió el primer problema. Durante el día, durante la noche, comenzó a oírse por los pasillos de la casa el toc-toc-toc de la patita de palo. Y es probable que el animal estuviese realmente entusiasmado con la nueva adquisición, por que no paraba de moverse. Mientras tanto, Camargo se volvía loco. Individuo de amplios recursos, encontró una rápida solución. Colocó debajo de la patita un taco de goma y el golpeteo desapareció. A partir de ese momento siguió una larga temporada de pacífica y amorosa convivencia. Hasta que llegó la primavera. La gallina, impulsada por el aire nuevo y vaya a saber por qué extraño arrebato de rebeldía, comenzó a cantar. No ponía huevos, pero los anunciaba a cada rato, de día y de noche. La casa se había convertido en un infierno. Camargo se había encariñado demasiado con la gallina como para echarla a la calle. Y menos podía hacerlo en esas condiciones. una noche, arrancado violentamente del sueño por un estruendoso cocorocó, se levantó, tomó a la gallina, puso a funcionar la piedra esmeril y le limó el pico. Se lo limó hasta la mitad. La gallina anduvo varios días muy desconcertada. Pero después, Camargo comprobó que con lo que le quedaba de pico volvía a alimentarse. Seguramente había aprendido la lección y ya no se la oyó cantar. Con lo cual la convivencia volvió a ser grata.
Esa es la historia. Camargo le alcanza otro mate. El hombre mira hacia el extremo del pasillo y ve lo que había visto al entrar. una gallina caminando con una pata de palo y con el pico por la mitad. Piensa que, sea en el nivel que sea, en este mundo no hay relaciones fáciles.




2


Aunque no se lo confiese, es probable que la razón por la que el hombre vuelve a visitar rápidamente a su viejo amigo Camargo sea la presencia de aquella gallina con una pata de palo y el pico cortado. Apenas llega, después de los saludos, echa un par de miradas alrededor: el animal no está a la vista. El hombre no hace preguntas, evita ser indiscreto. Por lo tanto se sienta y escucha al amigo Camargo hablar pausadamente de esto y lo otro mientras va preparando el mate. Pero su atención está puesta en otra parte. No pasa mucho tiempo antes de que su oído alerta detecte que algo se está moviendo en el pasillo. Es la gallina, sin duda. Tarda en aparecer. Lo que finalmente el hombre ve asomarse es algo que no se parece a una gallina ni a nada que haya visto antes de esta tarde. Pasada la sorpresa, logra recomponer la imagen del ave y se dice que buena parte de su desconcierto ha sido provocado por el hecho de que el bicho no camina hacia adelante sino para atrás. Al moverse se contorsiona todo el tiempo, como si algo le molestara. Y ya no se trata solamente de la pata de palo. Hay más novedades.
Salvo la cabeza y la cola, todo el cuerpo de la gallina está cubierto por una gruesa camiseta de frisa. Debajo de la camiseta, por lo que se puede adivinar, no hay plumas. solamente aparecen dos mechones en las partes descubiertas: cabeza y cola. Aparentemente se ha quedado pelada. Ante esta nueva pérdida, como compensación, su pico ya no está cortado por la mitad, sino que luce entero, afilado, firme y lustroso. La gallina pasa junto a ellos, desplazándose siempre hacia atrás y retorciéndose. Desaparece por la otra puerta.
El hombre mira a Camargo de reojo y se aguanta la pregunta. Prefiere esperar a que el amigo toque el tema. Camargo le pasa un mate y, con tono fingidamente distraído, dice: "¿La viste?" El hombre asiente: "La vi." "¿Qué opinás?" El hombre no sabe qué contestar, ignora lo sucedido, pero si algo está pensando es que ese animal, últimamente, no anda con mucha suerte. De todos modos, calla. Evita correr el riesgo de parecer irrespetuoso. Finalmente se anima: "¿Qué pasó?" Camargo confirma lo que ya había percibido: "Se quedó pelada." "¿Repentinamente?” "Repentinamente" El hombre ensaya un gesto que pretende ser de comprensión. Pregunta: "¿Por qué le pusiste esa camiseta?" "Primero para que no pasara frío y segundo por un problema estético. Me pareció que era una forma de ayudarla a superar el mal momento. ¿Qué te pasaría a vos si te quedaras pelado de un día para el otro?" "No sé" "Te sentirías avergonzado. " "Seguramente." "A ella le pasa lo mismo."
Durante un rato, el hombre conserva un prudente silencio. Busca en su cabeza alguna frase adecuada para acompañar los sentimientos de Camargo. Dice: "Pero no se le cayeron todas, le quedó un mechón sobre la cabeza y otro en la cola." "Perdió absolutamente todo -explica Camargo-. Con sus propias plumas le fabriqué una peluca y con un pegamento le coloqué ese mechón en la cola."
Ahora, cada vez más, el hombre se siente obligado a hablar. Dice: "Le quedan bien." Camargo no contesta. El hombre pregunta: "¿Por qué camina para atrás?" Camargo: "Tomó esa costumbre desde que la vestí. Además hace todos esos movimientos extraños, ya viste, parece una contorsionista. Estuve pensando en eso. La camiseta se la coloco por la cabeza. Tal vez ella piense que retrocediendo pueda llegar a desembarazarse de la ropa." "¿Y si probaras a colocarle la camiseta por la cola?" "Es una idea, se podría intentar." "Noté que ahora tiene el pico entero, ¿cómo hiciste?" "Fabriqué la parte que faltaba y se la pegué." "Casi ni se nota." Camargo asiente, seguramente reconfortado por la observación.
Vuelve a entrar la gallina, con su pata de palo, la peluca, la cola postiza y la camiseta de frisa. Cruza la habitación, siempre reculando y contorsionándose. Desaparece hacia el pasillo. Camargo deja pasar unos segundos y confiesa: "Ya sé que no tiene muy buena pinta, pero yo la quiero igual." El hombre acepta otro mate y piensa que sobre la tierra no hay sentimiento más poderoso ni más noble que el amor.





3



El hombre visita nuevamente a su amigo Camargo. Apenas cruza la puerta mira alrededor, tratando de descubrir a la gallina. No la ve. paciente, acepta el ritual del mate. Después, tímidamente, pregunta: "¿y la gallina?" el amigo sacude la cabeza, en un gesto que el hombre interpreta como una señal funesta. Se prolonga el silencio. Finalmente, se atreve de nuevo:
"¿que paso?"
La que sigue es la historia contada por Camargo.
Todo iba bien. La gallina había superado el peso de sus calamidades y se había adaptado maravillosamente al ritmo de la casa y a las exigencias de su dueño. Iba y venia con su pata de palo, tenía recorridos fijos, horarios, tal vez también aburrimientos. Hubiese sido difícil intentar adivinar lo que pasaba en su pequeña cabeza, bajo aquella peluca fabricada con sus propias plumas. De todos modos, Camargo estaba seguro de una cosa: la gallina no se sentía infeliz. Y así pasaban las semanas y la vida se iba deslizando en un clima de apacible medio tono, agradable para el amigo inventor, que tanto odiaba los ruidos y las estridencias. Hasta la mañana en que la gallina canto. No había vuelto a hacerlo desde aquella vez en que Camargo se había visto obligado a limarle la mitad del pico.
Desde el fondo de la casa, desde aquella habitación donde estaba el canasto de mimbre, llego el ronco sonido triunfal. Impreciso todavía, tembloroso, debido seguramente a la falta de practica y quizás a una incontrolable emoción.
Después, la gallina canto por segunda vez. Entonces, el amigo Camargo acudió para ver que ocurría.
Y ahí estaba, la desplumada, la mutilada, detenida en el centro del cuarto, en actitud solemne y marcial, igual que si estuviese en una parada militar, firme como nunca sobre su pata de palo. Y canto por tercera vez. El amigo Camargo se asomo al canasto de mimbre y se topo con lo inesperado: Un huevo.
A partir de ahí todo cambio. Una nueva realidad acababa de instalarse en la casa. La gallina comenzó a empollar el huevo. De tanto en tanto, Camargo llegaba hasta la puerta de la habitación y espiaba. Si la descubría en las escasas oportunidades en que salía para comer, se acercaba y miraba el huevo. No era un huevo diferente de todos los demás, pero ahí, en ese canasto, tan blanco, solo, desvalido, era como un descubrimiento, como un testimonio de los primeros días del mundo. Millones de huevos antes de ese huevo. Pero, para esa gallina, un huevo único. Y ella se obstinaba noche y día en su puesto, derramando torrentes de amor sobre él.
Ahí seguía el animal quieto, los ojos fijos, viendo más allá de las cosas y del tiempo.
Ahí estaba la gallina sin plumas, con su camiseta de frisa, su peluca, su pico emparchado, su pata de palo, la gallina con todas sus carencias, lanzada sin embargo hacia la vida, obedeciendo el mandato primordial de su especie. El amigo Camargo no ignoraba que, sin la participación previa de un gallo, aquel huevo jamás daría a luz una cosa viva. Pero no quería detener aquella historia, lo conmovía esa maternidad sin esperanza.
Hasta que un día ocurrió la catástrofe. Por distracción, por exceso de confianza, al volver al canasto, la gallina manejo mal su pata de palo, piso el huevo y lo rompió. De aquella promesa de vida no quedaron más que pedazos de cáscara y los restos de la clara y de la yema filtrándose a través de las varillas de mimbre. Consciente del desastre, la gallina salió de ahí, se arrastro hasta un rincón del cuarto y se echo. Un par de veces pareció intentar caminar, pero ya no supo manejarse y se desplomo. Rechazo todo alimento y, seguramente agobiada por la culpa de su crimen involuntario, ya no hizo un solo esfuerzo para seguir viviendo. Ella, que había superado la amputación de una pata, la pérdida de medio pico y todas sus plumas. No duro mucho. Una mañana, Camargo la encontró muerta.
Esa es la historia. El hombre ha escuchado con atención. En un gesto de solidaridad, estira la mano y pega un golpecito en la rodilla del amigo Camargo. Llega la hora de irse. En la puerta de calle, gira la cabeza y mira el pasillo vació que lleva a la pieza del fondo. Se despide, se marcha.
En su cabeza ronda una frase como un patético estribillo: el destino es insondable y no existe felicidad que no este amenazada.


*de Antonio Dal Masetto.
-Publicado en "Ni Perros ni Gatos" Torres Agüero Editor, Buenos Aires. 1987








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