lunes, septiembre 05, 2011

ENTRE EL TERROR Y LA GRACIA...



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.




INOCENCIA LUMINOSA*



Tu ternura desmesurada derrumba las fronteras más inimaginables.
Corrompes el silencio mismo.

Remarcas libertad en tu mirada,
recurriendo a la hermosura.
Luminancia que incide, atraviesa y emerge
siguiendo una dirección determinada.

Entender lo que nunca debió pasarte.
Comprender que demonio te consumió.
Me desfigura, me rompe, me hace vulnerable.

Escupo tu fuego,
que quema y salpica horror…
Vivimos anestesiados;
Deformados, desnutridos de amor.

Todo es de verdad señores, no es una ilusión:
carnívoros sueltos y absueltos,
caminan a nuestro lado;
Viven en nuestro barrio;
secuestran nuestras niñas luminosas.

Nos miras:
Para que apelemos a la verdad;
en este agosto, incendiado de tristeza.
Para que gritemos con sangre caliente.
Porque un pueblo encendido
NO PERMITIRÁ QUE TE APAGUEN…


*De Victoria Llarens.
02/09/2011

(Candela Rodríguez 11 años. Desapareció el pasado 22 de agosto Apareció asesinada el 31/08/11)
http://www.facebook.com/notes/victoria-llarens/inocencia-luminosa/258831467471440











V O C E S*



Larga y lenta turba de voces enraizadas
van girando tras las manos,
dolientes en sus ayes fantasmales,
cuya corporatura ósea se anuda ancestral
en las riberas.
Dibujando mundos supuestos,
los voy armando pieza a pieza
en un barco y una lejanía
que me deja sin herencia.
Salí ventroso de mar con peces en el sombrero,
el azul infinito de días en el rostro
ateridas las manos sin monedas.
Sabía, sí, que el idioma era ajeno,
desgraciado en una tierra parturienta,
belicosa pampa de la promesa
Partí hacia ella,
con mi pobreza y mis hijos a cuestas,
la soledad ahondada en el agua
recordando las canciones del terruño,
el olor a paja en la molienda,
el pan tibio y escaso del invierno,
las voces aflautadas de nuestras mujeres,
el llamado del domingo en su tañir los valles,
el humo invernal de las chimeneas
chorreando el cielo,
dibujando caprichos que el viento envolvía.
Y ahora el mar. El seco mar,
su azul bochornoso,
los olores de la bodega donde dormimos domesticados,
el sol vertical siempre
apoyando los hombres en la espera.
Y esa voz se me asemeja sola,
descreída de su historia,
voz adánica expulsada del Edén,
corrupta y salvaje. Desheredada.
Había que ser fundante del suelo,
de los hijos, de la raza,
acorazada en esa esperanza nunca apagada
de volver, tras el desierto azul,
a las colinas originales de la cepa.
Y me fui metiendo adentro de la pampa ancha,
como alarido interminable de partos diarios,
de horizontes sospechosos de ausencias;
boca inmensa que exhalaba miedos,
largas columnas de impotencia
con el silencio aterrador de la noche
y lo imprevisto. Siempre lo imprevisto,
llevándose hijos, madres, padres. Entonces,
nos abroquelábamos con la fuerza residual
destilada del temor,
encendiendo hogueras crepitantes que no dejábamos enmudecer
en las noches hirientes de julio.
Estas voces van mordiéndome las manos desde adentro,
día a día, con mayor peso, mientras los años
van escribiendo sus notas en mis células,
acumulándose en mis huesos
y no hago otra cosa que apuntar decires
de mis memorias de oyente.
Y es entonces cuando aflora
la profunda soledad metafísica,
impronunciable, deshauciada en su estancia,
dolorosa e inconsciente.
Soledad embrutecida de soles
con los recuerdos imposibles, retrotrayendo la infancia
o los sueños de leche y miel.
Soledad salvaje, lastimada,
ahondada por una labor a destajo
y el cansancio habitando el cuerpo,
cual bestia decrépita.
La lejanía se hizo aún más lejana
y estaba ahí, clavado,
estirado sobre la tierra virgen,
copulando con ella, extenuado sin fin,
creciendo el dolor secándome la garganta,
partiéndome los labios, erizando mi piel
sin poder gritarlo,
como un pez fuera del agua dando bocanadas al aire tramposo.
Cuando ya todo lo acabado,
pisado, nacido,
comenzaba a desmoronarse en el fracaso de la cosecha
o en las manos furtivas,
se fueron anudando los pueblos
como oasis hospitalarios de la soledad campesina,
donde el tañir de los valles se transfiguró
en pampa.
­Teníamos la hora del rezo!.
El domingo comenzaba a amanecer,
endulzando con su murmullo
la fatiga ósea crecida de la tierra.
Entonces cantábamos y bailábamos
nuestras canciones natales
forzando que durasen la semana
humedeciendo la rudeza de prohijar la tierra.
Fue por esos tiempos, ya escasa la sed de volver,
que nuestros hijos,
llenos de soles planos,
empezaron a amarse tras las tareas
sin que nos diéramos cuenta
del ciclo riguroso de la vida.
Y así, nuestros sentimientos entrelazados
de vuelta y amores nacientes,
se fueron abroquelando en la promesa
de la tierra nueva.


*De Oscar angel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar

-Este poema lo leí hoy, 4 de septiembre, en la costanera de santo tomé, frente a un escultura que representa a los inmigrantes todos. Este poema, aparte, es del libro "Crónica de una herencia", publicado hace unos años y con prólogo de Gastón Gori.







INMIGRANTES*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Yendo por el camino hacia la chacra del Beto Delmachio o la Capilla de Carmelo Mosso vivía en aquél entonces don Abraham Salí, a quien todos llamaban el "Turco sucio", en una casita frente al gringo Agustinelli, que luego compró "Pichón" Bucelli.
El "Turco sucio" vivía allí solo, y al parecer no tenía familia. Jamás supe de qué vivía, pero su calva relumbraba por la tardes mientras recorría un pequeño maizal, buscando no sé que cosas. Tan
abstraído andaba. Tal vez pensara en su lejana tierra que dejara un día.
Andaba siempre vestido de bombachas claras, una camiseta de frisa que nosotros llamábamos "Las cuatro estaciones" porque no se la sacaba en todo el año. Mal afeitado, siempre de alpargatas y un piolín un poco grueso era pasado debajo del abdomen voluminoso para sostener esa bombacha criolla que había adoptado para siempre. Esa bombacha cuya mugre la convertía en un color indefinido, y se podría decir sin exagerar que el color era el del tiempo: quiero decir, del tiempo que el agua y el jabón no
habían actuado en ella.
El Turco Salí era uno de esos hombres que a mi infancia despreocupada agregaba siempre la incógnita que se me presentaba apenas me enteraba de su existencia. Eran numerosos los hombres solos, que nadie sabía si tenían familia ni de dónde venían, y en un caso como el de don Abraham, encima inmigrante, agregaba un plus de aventura a estos infortunados que terminaban muriendo solos, en un país que de todos modos había sido generoso con ellos, que venían perseguidos por el hambre y tal vez en algunos casos por las persecuciones políticas y aún las guerras que producían diásporas pues a ello se le agregaba la falta de trabajo y aún el mero y simple yantar.
Todas estas cavilaciones es probable que surgieran de mi aprensión de ver a la gente de mi familia sufriendo la tierra, pero al menos, teníamos padre, madre, hermanos, primos, abuelos y tíos conocidos, y hacíamos vida de familia de inmigrantes con grandes comilonas jubilosas aunque de vez en cuando alguien se ponía melancólico con el alcohol y cantaba una canción ultramarina, que ninguno de los primos entendíamos porque lo hacían en un dialecto, muy dulzón, pero desconocido para nosotros, que ellos nunca se ocuparon de enseñarnos. Sí nos trasmitieron las costumbres, ya que nunca se desprendieron de ellas.
Mis cuatro abuelos llegaron del otro lado del mar con dos destinos unidos: analfabetos y campesinos. De los cuatro la única que aprendió a leer en castellano y a escribir fue la madre de mi padre, la dulce y activa nona Laura, quien había aprendido mirando el cuaderno de sus hijos, cuando alguna maestra andaba por las chacras en tareas alfabetizadoras, no oficiales, por supuesto. Por allí se juntaban algunos arrendatarios, chacareros, inmigrantes y muy pobres con montones de hijos y le pagaban a alguna mujer práctica (no creo que haya sido maestra normal diplomada) y pasaba un temporada en cada chacra, donde le pagarían algún magro salario.
Allí, los que aún estaban en edad de aprender eran sometidos al aprendizaje de "las primeras letras" como se les decía a los sufrimientos del idioma y las cuatro operaciones.
Ninguno de mis tíos, ni mi padre cursó la escuela primaria, salvo mi tía menor, Teresa, que en edad justa fue beneficiada con el traslado al pueblo de mis abuelos.
De parte materna mis tíos y mi madre tuvieron más suerte, porque a la edad escolar estaban en una chacra muy cercana al pueblo. Entonces iban a caballo y volvían en poco tiempo. Después ayudaban en el campo, a trabajar. Mi madre no terminó porque el hermano de mi abuela, que era viudo y dueño de la chacra, opinó que "como era mujer no lo necesitaba". Viejo hijo de puta, decía mi padre a mi madre. "¿Para trabajar a la par de los hombres no eras mujer?"
Bueno esta son las cosas. Así fueron.
Hablando con el poeta Arnaldo Calveyra - a quien conté esta anécdota- de cómo una mujer analfabeta puede dejar de serlo con sólo proponérselo, sin ayuda. La nona Laura era muy inteligente, y hoy lamento por qué no me interioricé más de esta historia. Me consta que escribía porque siempre me mandaba cartas en mis primeros tiempos en Rosario.
Una vez me contó mi madre que andaba con mi primer libro publicado y con no poco orgullo lo mostraba diciendo:
-"Este libro lo escribió mi nieto. ¿Ud. sabe que el escribe "de memoria"? ¡Y claro! Si para eso es poeta".
Si Ustedes creen que yo sé porque empecé con el "Turco" Salí y terminé con mi abuela que se alfabetizó sola, es decir el porqué de esta digresión, se equivocan.
Solo la reflexión de pensar adónde habría llegado una mujer inteligente en otro contexto, en otra clase social, con otras armas.
Y ahora me queda el recuerdo de verla cuando venía las siestas del domingo a tomar mate con mi madre, con unas monedas en el bolsillo de su tapado oscuro, y yo salía a la calle a esperarla, porque era "matinée" segura su presencia, y cuando divisaba su figura menuda, allá lejos, corría espantando
torcazas que picoteaban granos en el centro de la ancha calle solitaria o chocaba con nubes de mariposas en verano cuando el tiempo tenía exactamente mi edad y la desmesura de los sueños que sin cesar alimento desde entonces.







MUJER EN ALQUIMIAS DE LUNAS*


A Teresita Morán de Valcheff (2005)


Un grito y un degüello de voces silenciosas
El cóndor se refugia vencido. Estigma de oro y plata.
Callan la voz de la tacuara una cruz y una espada.
Una mujer va descalza tras las huellas en sepia
Tatuado en amapola una vincha y un nombre:
BRAVURA: “lanza y fuego”
No se detiene. Camina y camina en pisadas de luna.
La luna, maloqueando “se hace astillas en los charcos."
Cae el lamento pampero sobre pelada roca.
Hay Rocas que son mas duras que el corazón de rocas
Una polvareda de tristeza suele demorar su paso.

Pero la Historia no espera. No hay treguas, ni descanso.
“Cuanto tengo, a no dudarlo a ellos se los entrego”
Un Chispeadero de soles alumbra la comarca del olvido.
El silbido ranquelino arrastra cardos de guerra-
Su arma de guerrera es la letra...Letra y piedra enamoradas
Un grito y un degüello de voces silenciosas.

Camina la mujer, vincha sangre amapola
Camina, sin fatigas, sin pausa… sin desmayos
…el tiempo del descanso aun no llega…

Y el fuego memorioso, arde en lanza y en luna…
Incendian de pasión india sus ojos de azucena.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







León, metafísico de la sensualidad*



*Por Horacio González



A León Rozitchner había que escucharlo. Incluso en el contestador de su teléfono había una muestra de las reticencias amorosas con las que trataba el idioma. Escuchar a León, en su propia voz, suponía percibir el sentimiento de un fraseo en el momento mismo en que se estaba haciendo. Su forma de colocar la frase con su escorzo interno creaba un cálido vacío ya preparado para el diálogo, conteniendo anticipadamente al dialogante, al prójimo. Era un juego previo de libertades en la conversación, que recorría la comprensión antropológica más que analítica, sin privarse nunca del anatema. Al mundo le ofrecía su dádiva y también lo estrujaba con sus blasfemias. Nunca una persona tan sensitiva y amatoria blasfemó tanto. Vivió en la calle Cuba y su estudio estaba en la calle Pampa. Eran las dos entidades sobre las que se interrogó con la pasión del herético que buscaba sus raíces en la tierra, la revolución y la conciencia lastimada.
Ninguna cuestión le era ajena. El tema que fuera, yacía en un mundo cuyos cuadrantes aparecían como drama de un amor y odio, de guerra y paz, de cosa y cruz, de terror y revelación, de cuerpo y creencia, de sangre y tiempo, de recuperación de un pensar de las izquierdas y ver la subsistencia de un error profundo en ellas, un error inscripto en toda lengua que no surgiera de un interior anímico capaz del autorreconocimiento doloroso de sus posibilidades. León fue la encarnación de una proteica izquierda argentina, pero sintió la íntima obligación de ser el máximo crítico de esa misma izquierda argentina. En La Rosa Blindada había aparecido, en discusión con su amigo John William Cooke, su célebre admonición a una izquierda que no sabía descender al "nido de víboras" de la subjetividad.
León no pudo nunca dejar de pulir el arte de la polémica. Pensó en el interior de ellas. No pensó antes y polemizó después, sino que se constituyó polemizando. Con Perón, con San Agustín, con los dichos de los invasores a Bahía de Cochinos, con Murena, con Mallea, con los generales de las Malvinas, y en muy otro plano, hasta con el propio Viñas, su antiguo compañero de aventuras, su viejo hermano de Contorno, que moría el mismo día en que lo internaban a León.
Las recámaras secretas en que León procesó sus grandes arquetipos admonitorios son las grandes religiones mundiales y las estupendas teorías del mundo moderno insatisfecho. Cristianismo, judaísmo, psicoanálisis, fenomenología, marxismo... gigantescas entidades del espíritu, desde las cuales y ante las cuales León realizó su fenomenología de la vida cotidiana y del desarraigo. Había nacido en Chivilcoy y fue un argentino universal, un judío argentino en cuya biografía está escrita una saga nacional de nuevo
tipo, abierta al sentido cósmico de una materialidad iniciática que ubicó en una filosofía de la sensualidad y del origen materno de toda lengua mundana.
Bastaba leerlo y escucharlo a León para percibir la dimensión de su drama teórico, presente en el permanente sobresalto de su voz. En el grano original de su escritura se hallaba el eco de sus grandes maestros, Lucien Goldman y Maurice Merleau-Ponty. Decisivos mitos de fuerza ancestral inspiraron su tarea, su crítica a los tres Edipos, el griego, el cristiano y el judío -al que prefería- surgían no de una teorización (aunque la contuvieran) sino en medio de sucintas efusiones del habla real y formas de
escritura de una gracia sensual, lo que era su sello. León polemizaba sobre la cercanía absoluta de lo que nos constituye como lenguaje, como historia vivida, como acontecer actual. Y como todo gran polemista, actuaba dentro de la piel de los pensamientos que cuestionaba. Como lo reconoció en una entrevista, como adversario del pensamiento agustiniano o del pensamiento peronista, tuvo que ser un poco San Agustín y un poco Perón.
Extraordinario ejemplo del pensar existencial de raíces judías libertarias, León estaba sostenido por heterogéneos componentes de un psicoanálisis con rastros del Max Scheler, al que criticara en sus tempranos trabajos; del joven Marx; del Freud al que había que salvar del individualismo burgués e
incluso, en los últimos tiempos, confrontándose con un Levinas al que le dirigió certeros reparos sin que dejara de haber en el crítico la misma sacralidad soterrada que no quería que aflorara tan plenamente, como en cambio era el caso de su criticado. Al distanciarse de Levinas, revelaba también sus nociones sobre el prójimo y elaboraba una proximidad de otra índole, una razón inmanente a los acontecimientos mundanos que es a la vez su crítica y que en los últimos años había denominado "el comienzo en la
experiencia del vivir materno, que es lo único inmanente histórico desde el vamos".
No es necesario llamar la atención sobre el atrevimiento y sorpresa de este punto de partida, de este "desde el vamos", forma coloquial argentina para nombrar los comienzos, con el cual León Rozitchner pasaba desde la natalidad del lenguaje hasta las imposibilidades de la historia. En su larga agonía,
en esos largos meses hospitalizado, donde sin hablar hablaba, León escuchaba todo. Había recibido en el hospital su última obra publicada, un largo comentario a La cuestión judía de Marx, nuevamente el tratamiento del asunto que lo obsesionaba y lo obligaba a medirse con el marxismo de los orígenes,
escribiendo y recuperando de otra forma lo que el joven Marx había desechado.
León Rozitchner fue un pensador del margen de las instituciones, a las que habitó como desterrado. En sí mismo era una institución, un fundador de idiomas filosóficos que parecían impropios, fuera de la circulación habitual o de los modos de pensar que cada época consagra apuradamente. Debemos
contarlo en el escaso número de los filósofos argentinos de nuestra época.
La Argentina, la Sensualidad y el Universo fueron su suelo, el sustento de una metafísica amorosa, de una cosmogonía del sujeto desgarrado que va desde el solicitante descolocado de la payada nacional hasta la persistencia, recurrente en él, de la refundación del impulso reparatorio que siempre
reclama la vida colectiva, "entre el terror y la gracia". Ha concluido un ciclo en la vida intelectual argentina.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/176093-55542-2011-09-05.html






El amor, a pesar de las barreras*



*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com



Chiquita- bra seguía su paso lentamente. Le sobraba tiempo y no debía rendir cuentas a nadie. Su cerebro estaba bien protegido en el nido de estiércol que su madre creara en el hueco de la ventana de la estatua, bajo el aleteo del águila calva y la mirada fría de esa mujer insensible, de belleza pétrea.
Pasó varias barreras que se levantaron a su paso sin necesidad de presentar permiso o documento alguno. Los hombres que administraban desde palacetes engalanados, mimaban a la bestia, ofreciéndole todo tipo de garantías, que de por sí, no le hacían falta. Esos tipos eran muy fuertes sólo con quienes no tenían más que brazos ágiles, agujeros en sus bolsillos y el alma descascarada por donde escapan las esperanzas cuando el destino clava tarugos de incertidumbre, impidiendo vislumbrar mañanas con pan para los niños.
Como pasa siempre, fueron los menos los que trataron de espantar al monstruo, el terror estaba instalado, motivo más que suficiente para que la serpiente descargara su furia acorde al designio de su ama.
A su paso, se llenaron los camposantos de cuerpos desgarrados.
De fosas comunes y llantos también comunes.
De rebeldías ahogadas arrancando, precipitadamente, hojas de calendarios impedidas de cumplir su ciclo.
De adioses definitivos pegoteados entre las babas incendiarias de mañanas.
Sobraron muertos en esas geografías enlutadas para siempre.
Sobró dolor y sobraron incomprensiones.

Un mediodía, cuando el sol caía a plomo sobre la tierra, un quetzal inquieto lanzó su llamado melodioso cumpliendo el pedido de la mujer morena de hermosos ojos rasgados. La que llevaba sus cabellos sueltos acariciando sus hombros y una monja blanca entretejida entre la negritud de ese pelo, cuyo brillo opacaba el verde de los manglares.
Ella dejó por un momento su posta en la Ceiba, hacía tiempo que tenía ganas de compartir una charla con sus hermanas cercanas, cosa que sería posible a pesar de las barreras que pretendían separarlas.
Chiquita-bra hacía lo inimaginable por desunirlas, inconciente del tremendo poder de la fuerza de la sangre caliente. Esa sangre que no corría por su repugnante cuerpo escamoso.

Hacia el sur de la barrera, otra mujer morena, con los mismos rasgos que su hermana, acariciaba las hojas del pino donde acostumbraba mecerse, mientras una guacamaya picoteaba con amor sus manos cálidas.
El ave, sobre cuyo plumaje parecía haber explotado un arco iris, revoloteaba alrededor del pino, dibujando sonrisas en el hermosísimo rostro de la mujer, tan pura como sus hermanas, con los mismos ojos aindiados y el mismo corazón ardiente como brasa encendida en las arterias de la memoria.

La guacamaya sintió el canto del quetzal y avisó de la llamada al venado cola blanca que descansaba luego de su andar noctámbulo y solitario. Ese bellísimo animal era el que agitaba su blanca cola alertando a la mujer cuando algún peligro acechaba. Dicen los que saben que todavía lo hace aunque también están exterminando su especie y su cola no alcanza para espantar la masacre. Chiquita-bra dejó todo bien organizado como para que el crimen perdure de cualquier modo y bajo cualquier nombre, asesinando de la manera que quiera.

La mujer se preparó para acudir el llamado de su hermana, el corazón parecía galopar en la concavidad de su pecho, donde las púas del odio no pudieron clavarse pese a haberlo intentado durante tantos años, con fiereza, cayendo desarticuladas por la fuerza del amor.
La brisa de la mañana hizo flamear su túnica blanca. Ella, acomodó la faja que ceñía su cintura ancha, formada por dos franjas horizontales azul turquesa que parecían abrazar a una tercera, blanca, donde reposaban cinco estrellas del mismo color que las franjas. Esas no fueron arrancadas a ningún cielo sangrante.

Recogió su pelo en el centro de la nuca, formando un rodete tan negro como la noche, colocó en el centro una enorme orquídea que la guacamaya picoteaba con la misma ternura que lo hiciera sobre las manos de la mujer.
El venado ofreció su tibio lomo para transportarla hacia la barrera donde esperaba su hermana.
-Tal vez también esté la más pequeña, pensaba mientras acariciaba la cornamenta del animal que sólo olvidaba su hábito nocturno, anacoreta, cuando la guacamaya daba el aviso de la llamada del quetzal, del otro lado de la barrera.

Luego de recorrer distancias llegaron donde estaba la primera, la convocante. El encuentro fue, como siempre, un canto al amor, a la fraternidad pero sobre todo a la memoria que ni la saña de la hermana que observaba desde la estatua, podría quebrar, aunque lo intentara continuamente.
El abrazo fue tan grande que hasta el sol pareció sonreír desde los ojos brillantes de las hermanas, mientras el quetzal y la guacamaya volaron hacia la otra barrera, la que las separaba de la tercera mujer.
Ambos cantaron fuerte para que la hermana más pequeña de cuerpo, pero tan grande de alma, como las anteriores, se sumara al encuentro que la paz bendecía desde lo alto de la copa del follaje.

El primero en acudir al llamado fue un torogoz, en cuyo cuerpecito también parecía haber estallado otro arco iris. ¡Como para no escucharlo si representaba el símbolo de la unidad familiar y adoraba esas reuniones de hermanas capaces de burlar esas barreras absurdas!
Soñaba, como ellas, con la unión definitiva, con el derrumbe de las vallas y con una noche de fiesta, bajo un cielo deslumbrante, donde todas juntas bailaran su danza preferida, junto a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
El torogoz, sorprendido, desesperado de ternura, voló hasta el árbol del bálsamo tratando de encontrar a su amiga inseparable que muchas veces trepaba hacia la más alta de sus ramas. Esa vez, en cambio, ella estaba al pie de un maquilishuat centenario, que pretendía refrescarla con suspiros de su copa enmarañada. El ave la encontró, por fin, y le transmitió el aviso del quetzal y de la guacamaya.
Se deslizaban por la pendiente de sus mejillas, lágrimas punzantes como agujas oxidadas en la membrana del tiempo, incrustadas en la brisa intoxicada por los venenos que arrojaban los hijos de la mujer en la estatua. La protectora del cerebro contaminado, imperativo sembrador de agónicos ayes en las vísceras del pasado y del presente.


Embargada de gozo comenzó a besar las ramas antes de partir hacia la convocatoria, tomó una flor de izote para colocarla en su cintura y otras dos para regalarles a las muchachas. Ella también vestía túnica blanca y llevaba una faja igual que las otras, herencia transmitida por los siglos, por los paisajes, por la memoria. Estaba formada por tres franjas horizontales iguales, azules las extremas, homenaje a los mares que bañan a todas sus hermanas y a ella misma, ignorando los obstáculos e ignorando el veneno que descargara a su paso la serpiente. Esas franjas azules que perduran, como marco protector de la del centro, tan blanco como la paz soñada. En ese centro la propia historia bordó con hilos de amor trocitos de la geografía y símbolos que nunca morirían pese a las muchas serpientes que transitaran su espacio.
Se destacaban, en esa faja, un triángulo, la cordillera de cinco volcanes desparramados por el suelo donde naciera esa mujer, rodeada por los dos mares. Completaban la obra artesanal, un gorro frigio, un arco iris y una leyenda enmarcando al triángulo, bordada con hilos dorados. Cinco banderas y dos ramas de laurel entrelazadas con un listón azul y blanco. Aunque los colores de las fajas eran los mismos, su distintivo era el más ampuloso, como ella misma, que pese a ser de contextura más pequeña, logró engendrar mayor cantidad de hijos en su paso sufrido por la vida.
Fue al encuentro de sus hermanas con la emoción que sólo pueden sentir quienes conocen el apego a su raza, quienes sienten que la sangre atropella frente al dolor de las otras y galopa como tierna melodía ante un triunfo, por pequeño que sea. Capaz de hincarse ante el milagro de la supervivencia en las condiciones más adversas, ante la desigualdad y ante el recuerdo de sus hijos mártires.
Lejos de allí, desde la estatua, la mujer bella, indolente aguzaba su mirada instigadora, incapaz de comprender que cuando el amor canta, el odio gime, se exacerba, contamina pero agoniza de a poco en las entrañas frágiles del mundo enternecido. Chiquita-bra, bestialmente indescriptible, seguía su camino zigzagueante buscando más brazos fuertes para beber la sangre de sus venas.
La hermana del quetzal y la orquídea monja blanca, habló de sus hijos alcanzados por esos colmillos hirientes. La de la guacamaya, el pino y la orquídea, recordaba a los bananos arrancados, antes de ser encajonados en láminas del cuerpo de sus árboles. Antes de ser depositados en vagones con rumbo hacia donde estaba la estatua enceguecida de codicia. Recordaban a la serpiente cuando su tamaño era el standard de cualquier viborato, así como recordaba con cuanto espanto la vieron crecer deglutiendo todo lo que encontrara, tratando de proteger las plantaciones.
Recordaban las máculas salpicadas sobre las fajas de todas ellas, y el lodazal en el que pretendieron convertir sus túnicas pese a los desesperados esfuerzos de sus hijos, por protegerlas.
La de fisonomía más pequeña reafirmaba cada recuerdo y comenzó a llorar cuando irrumpió en su memoria su eterno duelo, la reminiscencia del momento que del interior de un huevo estalló una guerra entre sus propios hijos. Unos tratando de sostener el respeto por su historia, los otros asesinando según les ordenaran, convertidos en asalariados del encono. En ambos, el denominador común era el hambre. Unos con brazos al aire, los otros escondiendo su cobardía entre pertrechos. ¡Pero todos hermanos, devorándose entre ellos, multiplicando caínes con la fuerza del dinero!
La mujer del izote en la cintura bajó la voz para que los guardias de las barreras no escucharan los recuerdos. Los quetzales, la guacamaya y el torogoz actuaron como cómplices subiendo el tono de sus melodías. Hablaron, las tres, sobre el nuevo huevo estallado no hace muy poco tiempo, del que salieron nuevas serpientes. Otra vez, sus hijos, eran asfixiados, sus derechos pisoteados, el odio encarnizando las almas, oscureciendo los paisajes arrebatándole las hojas al futuro.
Siguió la charla de las hermanas a pesar de las barreras y siguió Chiquita su camino hacia el sur, desovando y mudando su piel, dejando tras de sí bocas abiertas, vientres abiertos, ojos abiertos e insoportables gemidos de dolor imparables.
¡Impostergable designio el de Chiquita-bra y sus aliados de carne putrefacta!
Ese día, la tarde, pareció caer rendida ante la noche con más lentitud que siempre, ella también disfrutaba la escena fraternal. Cuando la noche se impuso y las sombras se abalanzaron sobre las barreras y sus guardias, cada mujer y su cortejo volvió al lugar del cual partieran. Los corazones de las tres, sin embargo, quedaron engarzados, como siempre, en las ramas que rodean las barreras.
A lo lejos, montada en su águila calva, volaba la mujer su vuelo de arpía descompuesta. Defecando la naturaleza y las flores donde las hermanas tejieron mantos de amor, secando lágrimas de olvidos. La rosa de su pecho en cada encuentro furtivo de las muchachas, empalidecía más, perdiendo brillo y lozanía circundada por tanto veneno genocida.
Cuentan también en voz baja, los que vieron la escena inolvidable, que la mujer que habla idioma diferente, la de mirada aguda desde la estatua de cobre, acero y concreto, logró que un pentagrama de desprecio fuera formando los sonidos macabros de otra guerra fratricida. Estrujando bananos para convertirlos en divisa, ella volvió a mirar hacia otro horizonte más lejano aún, haciendo un guiño desde sus hermosos ojos que parecen pedacitos de cielo arrancados a otros cielos. Ella, sabemos, todo lo que tiene es porque fue arrancado antes.
A lo lejos, su amiga asentía con su cabeza, mientras sus hijos continuaban erigiendo un muro del que hasta el momento, son pocos los que hablan. Como aporte al gran trabajo desempeñado por esa mujer y su Chiquita-bra, enviaba a otros hombres con ropa de sicarios para formar más sicarios.
Hombres con miradas sin luz, manos y almas descarnadas.
Máquinas de matar, adoradores de serpientes.
Bestias humanas refuerzos de otras bestias, llevando orden clara y concisa. Custodiar a Chiquita y marcarle el rumbo por si acaso llegara a desorientarse…



http://textosnechidorado.blogspot.com








La fotografía*



Buscó por toda la casa, desesperadamente. Revolvió los libros, los cajones, las estanterías. Miró en el desván, en las habitaciones, en el sótano. Por fin encontró la fotografía. Ahora ya sabía quien era. Podía volver a ordenarlo todo e irse a la cama a descansar.


*De Joan Mateu. joan@cimat.es




*


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Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias que cada colaborador desea compartir.
Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.

Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.

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