domingo, septiembre 04, 2011
SOÑANDO EL SUEÑO DE LAS PALABRAS...
-Miriam Cairo. Foto: diario La Unión de Lomas de Zamora.
MINOTAUROS*
*Por Miriam Cairo.
I.
Uno de nosotros es la pata de la silla que se escapa para vivir su vida. El resto del mobiliario lo condena: dice que destruyó el asiento tan necesario para que el mundo descanse de su propia nulidad. Pero la silla no ha dejado de ser silla, sino que es silla de tres patas. La pata que quiere vivir su vida, ha decidido no sostener más el pesado trasero del mundo. Todo aquel que se siente sobre la butaca de tres patas caerá, se fracturará el tronco y las monedas se le caerán de los bolsillos. Uno de nosotros sentirá el alivio de no formar parte ya de ese living tapizado de gris oscuro.
II.
Este cielo me desmiente, me obliga a recordar al inocente amado fugitivo que se recostó más allá de cualquier zona prohibida en la arena roja de mi alma.
III.
Una de nosotras raramente ve alguna cosa sin experimentar ese sentimiento tan especial de haber sido alguna vez lo mirado. Pero las experiencias no le sirven para nada, esa es la razón por la cual a una de nosotras le gustan tanto las pinturas de Matisse.
IV.
Hay un espejo donde sabios animales nostálgicos visitan nuestra flamante transparencia de cuerpos calientes, doblados en una hoja nervada, donde los amantes comen lentamente su corazón de medianoche hasta pulverizarse el sexo.
V.
Uno de nosotros ha de volver con sus huesos a la memoria del cuerpo y dejará que su crepúsculo esté lleno de sudores. La noche temblará llena decontentos. Nada de fotos íntimas en la portada del diario. Uno de nosotros cree que debieran estar prohibidas las noticias y entrega a la señora de al lado sus ahorros y su sangre. El alma humana es una bomba de tiempo. Pero en tanto haya carne viva de uno de nosotros para que la señora de al lado camine sobre el sangrado parquet y pague los impuestos, habrá paz en el living de su casa aunque no haya amor en el mundo.
VI.
Doblemente iluminado ciega sus miembros con en salmos de luz. Dice que abolirá la mañana ostentosa. Dice que las colosales intimidades lo abrigan de las hogueras frías de sus noches. Dice que se ahogó, como Sansón, en un rodete de su propio pelo. Dice que como una reina loca aulló desnudo y solo. Dice que su fornicación de misántropo esposo no le trae ninguna gestación humana. Dice que ya no es un espejo incendiado. Dice que sobre sus hilos rígidos se duerme y se llora en sus propios funerales.
VII.
Una de nosotras podría morirse de una vez, pero como siempre pasa, una de nosotras juzga que merece una vida nueva y no obstante, una de nosotras no hace más que meter la pata y conducir la nueva vida hacia la más deslumbrada perdición.
VIII.
En sus horas profanas de bestia eternamente anónima, ejerce el oficio de sonámbulo y de transparente. Desacostumbrado ya del aleteo que para su orgullo lo llevaba a sucumbir como un hombre, apenas si logra rememorar aquellos momentos en que gozó a la luna tanto como quiso.
IX.
Uno de nosotros dijo vos y yo pero se refería a un silencio perfecto. Qué broma cuando uno de nosotros dice vos y yo, pero nunca se decide a hacerse hombre. Uno de nosotros tiene que ser sutil, tiene que reservarse los calificativos porque de lo contrario uno de nosotros sería tan ínfimo que ni siquiera podría emparentarse con el último aullido del último lobo.
X.
Alguien lo come y lo bebe. Alguien es fiel a un lecho malo en la nochebuena. Alguien es el oceánico amante solitario. Alguien tiene miedo de ser el animal liberado del laberinto. Alguien trata de despertar sus atontados sentidos. Alguien no quiere ver que la estrella lo aguarda solitaria y móvil. Alguien es un barco que parte de sí llevándolo dormido. Alguien está a punto de entrar por el umbral de la noche que cae sin nombres.
XI.
Una de nosotras acepta trocarse siempre en animal que duerme en el país del viento, y no habla. No es abortadora de silencios, ni de niños, ni de esperanzas. Una de nosotras desapareció con entusiasmo. Y cuando todo ya andaba dorándose al sol, se le ocurrió pensar que la otra era una oveja encapuchada que da órdenes al carnero del rebaño. Aún antes de pensar esto, una de nosotras, como quien no quiere la cosa, desapareció con entusiasmo.
XII.
No entres dócilmente en mi memoria. Estos recuerdos como piedras preciosas, como huesos que brillan en la oscuridad, tienen que dejar de ensartarme relámpagos, tienen que dejarme dormir dentro del cerebro de las flores pequeñas.
XIII.
Uno de nosotros está parado sobre un mundo paralelo. Que el otro, pues, lance un suspiro de alivio. También hubiera podido ser que uno de nosotros fuera un sonámbulo en pleno día. Eso explicaría por qué uno de nosotros no ve que la jornada es un campo de maniobras donde los hombres aprenden a estar muertos. Uno de nosotros está parado sobre su propia amargura. ¿Qué puede hacer el otro? ¿Pompones de urutaú? Uno de nosotros es blando, más blando que el agua blanda y tiene un corazón de oro, una libación de oro, un galope de oro, un chorreo de oro. Uno de nosotros no leyó a Krishnamurti o bien lo leyó pero lo ha olvidado, o bien lo ejercita con matices raros. Para uno de nosotros no hay espíritu más bello que un cuerpo desnudo.
XIV.
Por un minuto caerá la lluvia y borrará los pesares conyugales. Ya que la luz relampagueó primero en la tormenta, estás a tiempo de cuidarte de la sed y del silencio. A tiempo de ver la tristeza de lo que no nace. Por un minuto tu hebra de agua, tu estrella polar, te traerá la memoria de la puntual amazona iluminada por un sol de tu propio mundo. Por un minuto tirarás de los rayos y distinguirás un enemigo entre muchos.
En ese giro*
*Por Miriam Cairo
Ahora que estamos cara a cara, atados con un hilo de oro, voy a contarte un secreto. La fragosa compulsión imaginaria fue inaugurada a temprana edad, en el ritual profano de leer lejanísimas narraciones contenidas en un título que, a los nueve años, no significaba más que la belleza de un número
escrito en letras y el vértigo congénito que lleva consigo la palabra noche.
Como cualquiera aprende las sumas y las restas, yo aprendí cómo no perder la cabeza. Con el corazón enhebrado en un collar de perlas y el cuerpo adormecido como lagarto al sol, dejaba que las palabras punzaran la siesta con sus alfileres de eclipse.
La violencia sobrenatural de aquellos relatos y la invención como recurso para salvar la propia vida, sentaron las bases de una conciencia extramuros y una corporalidad deliberada. La blandura de los labios se preparaba para el oscuro beso. Los orificios del alma se llenaban con pequeños ángeles de
cabeza negra. Las piernas suponían viajes que iban más allá del camino.
Y eso no era todo. La imaginería voluptuosa cedía espacio a la dimensión terrena. Mientras avanzaba hacia la pubertad con los pasos tentativos de la infancia, me estremecía en torno a un tocadiscos poseído. La espiga del cuerpo, flexible como el aire, se inclinaba hasta el instante designado por
el primer misterio y rebotaba en la precoz memoria para saltar hacia una lejana polvareda. El cuerpo hecho llama a la deriva giraba porque era hoja arrancada del árbol. En cada giro trataba de marear al dios verdugo para que cayera en la ciénaga y admitiera que no podía resucitar a los muertos.
Giraba y giraba rabiosamente como la única hoja bailarina del mundo.
Acrobacias que signaron el destino carnal de la armonía.
Ahora que tu mirada se alarga como una inmensa cinta de seda y me enlaza al árbol de la vida, puedo confiarte que los pasadizos secretos y las páginas desde las cuales se veía a los veinte esclavos y las veinte esclavas en concupiscente diversión con la esposa del soberano, signaron el irreprimible
destino de mirona. Deberán los teóricos reflexionar sobre los pérfidos alcances del benéfico hábito de lectura.
He visto a los caballos alados morir y a la luna lamer el lomo del río. He visto el largo cabello de las esposas y el sable mandarín de los maridos. He visto el pinchazo en el pecho y el collar enrollado en la garganta del tigre. He descubierto en pleno día, el paso oscuro de la noche. Envuelta en mi propia manta pude pasar al otro lado de las cosas. Y con la misma videncia me he entregado a la crudeza vinílica del sonido.
Esta historia es una historia más entre todas las historias. El cuerpo de cimbreante soledad montado sobre imágenes y sandalias, naturalmente provocaba el crepar de los escarabajos al contacto de las pinzas escabrosas, cuando el pezón bajo la blusa era apenas una promesa de futura magnolia.
Recién bañada y con el cabello mojado aún, hacía vibrar el alma al ritmo más virulento. Soltaba el goce de las caderas, luego de andar en puntas de pie por las terrazas de los palacios, espiando ruiseñores enjaulados, flores carnívoras adentro de un tazón de oro y jóvenes violadas por serpientes humanas.
Yendo por un camino de transparencias, como un pez que se deshace con la lluvia, recuerdo que por una cosa o por otra, esas doncellas zurcían los bordes de la herida y nunca le hacían cara de asco aunque fuese prominente y espantosa. Las niñas serán delgadas, serán lampiñas, serán flexibles pero no
son gallinas lacrimosas.
Las niñas bailan horas tras horas, con igual frenesí sobre montañas calvas o sobre pestañas de reptil, bajo la sombra de una catástrofe o en la cabeza de un alfiler. Como ellas bailaba yo, mientras urdía la minuciosa labor de la existencia. Daba vueltas en puntas de pie y me detenía cuando el reflujo de
la lectura me aspiraba. Tenía bajo mis plantas el ritmo y el lenguaje. Tenía la sombra de un árbol de brumario. Tenía el pájaro que llevaba el cielo en la boca y tenía la curiosidad de las niñas que en otros mundos moran.
Poseer lo desposeído ha sido un privilegio divino y espantoso. Ahora que tengo un pie descalzo sobre tu pecho, ¿estoy bailando? Ahora que arrullo una música lejana, ¿estoy narrando? Ahora que tengo entre las manos una blandura escandalosa, ¿estoy soñando? Ahora que sos mi musa desnudable ¿estoy
creando?
LAS ENTREVISTAS DE CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ
“De chica entendí el sentido profundo de las palabras”*
La escritora Miriam Cairo cuenta que eso ocurrió a los siete años, cuando aprendió un poema para el colegio.
Por regla general, se anda con el cuerpo asustado y el corazón vacío. La vida bulle en los bares, hormiguea en las salas de redacción, se multiplica en los cybers, se monta a las tormentas.
Está pendiente de los perros que han sido rechazados por sus perras. La vida se precipita a la semejanza de los sueños y cruza los hilos para tejernos un aire que podamos respirar”, escribe ella. Una luz en la niebla que se detiene para violentar conciencias, rudamente.
Quizás es una percepción. Miriam Cairo nació y vive en San Nicolás, (1962). Desde 2004 escribe en las contratapas de Rosario/ 12. Ha fundado una mirada visceral que amerita saber de otras pistas.
–¿Hablarás de vos, tu vida, familia, estudios y aquello que desembocó en la literatura?
–Según mi hermana mayor, además de leer libros, cuando éramos chicas leíamos el diario con mi papá. Yo no lo recuerdo, porque aprendí a leer y escribir a los cuatro años. Mi mamá nos lo enseñó como una forma de entretenimiento.
Escribir era el equivalente a jugar. Pero mi máxima experiencia literaria la viví a los siete u ocho años, cuando tuve que aprender un poema de memoria para el colegio, y mi mamá, cansada de escucharme (supongo) me dijo que fuera a recitárselo al sauce, porque ese poema era para él.
Obviamente no tuvo idea de las consecuencias, porque al pie del árbol experimenté algo así como una revelación, comprendí que las palabras tenían un sentido profundo y al decirlas me conectaba con cosas que estaban más allá.
Aún hoy creo que el escribir como un juego y ese recitado, como una oración, un rezo junto al sauce, fueron definitorios para mí.
–¿Cuándo y cómo nace esa cuestión?
–La escritura comenzó a los once años. Entre mis amigas circulaba un cuaderno en el que se alternaban versos de Cardenal, Neruda, Amado Nervo, con otros anónimos.
Entonces me atreví a intercalar cuartetas propias, amparada por el anonimato. Para mí era un gran placer escuchar a mis amigas diciendo que les gustaban justamente las líneas que yo había escrito, pero por años mantuve en secreto mi autoría.
Ya en el secundario inventé un seudónimo. Y a mis amigas les encantaba que les leyera los relatos de “esa escritora” que sólo yo conocía.
–¿Qué has publicado?
–He publicado en antologías de Universidad Nacional de Rosario, antologías de Los Lanzallamas, del Fondo Editorial de San Nicolás, y muchas otras. También en revistas literarias de la región: San Nicolás, Rosario, Santa Fe.
En los ’80 había una estimulante actividad under en la zona y yo formaba parte de grupos donde se hacía “poesía subterránea”.
En los ’90 quise hacer taller de narrativa porque ese costado de la escritura había sido completamente descuidado y así entre al taller de una escritora muy reconocida de Rosario, la poeta Celia Fontán sin relegar la poesía con el poeta Mario Perone.
Ya en el 2000 me di cuenta de que estaba presa de las convenciones literarias y que no escribía realmente lo que yo deseaba ni como lo deseaba. Así que en el 2001 me desconecté del mundo literario y en la más absoluta soledad solté la pluma. Aparecieron unos textos mínimos en su dimensión, pero intensos en su contenido.
En el 2004 me animé a presentarlos en Página/12 Rosario y desde entonces publico en la contratapa cada sábado. Allí me descubre el editor de la Editorial Abrazos y publica mi primer y por ahora único libro “Culonas”.
–¿Qué lugares y qué comodidad de género elegiste para tu literatura y por qué?
–Como he comentado antes, al soltar la pluma escribí los textos según las exigencias de la escritura misma. Mientras escribía me daba cuenta de que me salía también de los límites del microrrelato, pero estaba resuelta a experimentar la escritura respetando el proceso creador y la resolución que cada texto demandara, sin pensar en el deber ser de la academia y/o el mercado.
Al comienzo me sentía en la más absoluta soledad, pero luego, leyendo, investigando di con los trabajos de Graciela Tomassini y Stella Maris Colombo, donde ellas hablan de la “minificción” como una forma que excede los límites del micro-cuento o el micro-relato, y siempre digo que con ese término a mí me han dado una patria.
–¿Qué sucede con la soledad del escritor?
–Me parece que de todas las soledades que rodean al escritor, la más dañina es la del mercado editorial porque opera como un modo de censura. El mercado te silencia en nombre del rédito económico.
Eso me parece perverso, antidemocrático y también de una gran desidia. En mi caso, actualmente, no es una prioridad entrar en el mercado editorial.
Mi experiencia con la publicación de “Culonas” ha sido mágica, porque fue una propuesta espontánea de un pequeño sello con base en Frankfurt Alemania, que pretende hacerse un lugar en Argentina desde Córdoba. Pero esta falta de interés por la edición se debe a que yo tengo el privilegio de ser leída cada sábado desde el diario.
Y, a su vez, los textos son difundidos por innumerables sitios de Internet. Por mis publicaciones en el diario y por “Culonas” he sido convocada al Primer Encuentro Internacional de Escritores en Babahoyo, Ecuador, para tratar el tema de la Minificción y presentar mi libro.
Voy en representación de Argentina y el trabajo teórico que expondré formará parte de un libro que se editará en aquel país.
-Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ. parodizlaunion@gmail.com
*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 27/08/11. http://www.launion.com.ar/?p=56630
Un cuento ecuatoriano*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
¿La pintura de una lámpara no ilumina? ¿La palabra fuego no se enciende?
Cada vez me convenzo más de que estamos inmersos en un mundo de falsas apariencias. Cuando Manuel me invitó a un encuentro de escritores en su ciudad, Babahoyo, creí que él era un escritor como tantos. Tuve que llegar hasta allí para saber que era un quijote soñando el sueño de las palabras.
En el mundo equivocado en el que suelo vivir, pensaba que el núcleo de Los Ríos era el equivalente de una provincia argentina. Por supuesto también me equivoqué: era Macondo con sus plantaciones de banano, donde un solo hombre tiene pulso y coraje para amar a nueve mujeres y procrear con ellas cincuenta y cuatro hijos, sin plantearse que por un carril vaya el mundo de las falsas apariencias devenidas verdades, y por otro, el mundo de los libros.
Al llegar a Ecuador, pensé que en migraciones hacía trámites para ingresar al país que figura en los mapas, el país encerrado en sus fronteras, con sus habitantes de "carne y hueso", esa carne y esos huesos que tanto me confunden.
Digo, pues, que yo creí ingresar en el país del planisferio pero había entrado en el país verdadero, guiada por la mano cálida de Macario, ya hecho hombre de familia, liberado de la tutela opresora de la madrina y emancipado de los amoríos clandestinos de la Felipa.
Siempre víctima de las falsas apariencias, estuve tentada de pensar que en él ya no quedaban rastros del niño que acallaba las ranas para impedir el insomnio de la madrina, pero la realidad se me imponía con todo su peso en el eco de aquel repiqueteo perdurable en su memoria.
Al principio nos dimos la mano, como dos supuestos desconocidos, para estar a tono con el mundo de las falsas apariencias, pero por mucho que su ropaje fuera el propio de un alto funcionario del gobierno, y yo arribara al país como escritora, antes que como lectora (no acabaré nunca de sorprenderme de
mis equivocaciones), nos reconocimos.
Naturalmente, ni siquiera hablamos acerca del tum tum del tambor, porque sus movimientos espontáneos a la luz del sol me demostraron que la Felipa, tal como se lo había prometido, había llegado hasta el mismísimo Dios santo para rogarle que lo libere de la oscuridad a la que la propia madrina lo había
condenado.
A pesar de mi total incapacidad por percibir de la realidad su maravilla, ella misma se encargaba de abrirme los ojos para que por una vez en la vida me diera cuenta de que la existencia no es ese berenjenal de mezquindades y correderas, de vanidades y podios, de desamor y preservativos, de florcitas pequeñas sobreviviendo en las macetas. Pura ficción es El Cairo con sus
columnas y sus marquesinas. Pura ficción el potus diminuto con sus hojas diminutas. Pura y vieja ficción el europeísmo baboso que queremos chupar desde estas latitudes de Sudamérica. Apenas un cuento el menú de los restaurantes donde no figura ni por asomo el arroz con menestra. Mis propios excesos son una metáfora flaca del bolón de maíz, plátano verde y queso criollo, por más que en mis esmeros mentales piense en freírlo en un aceite de girasol argentino.
Y para que me quede claro que el mundo real no es el que creo habitar, sino el que leo en los libros, llegó el momento inaugural del Encuentro de Escritores, donde el maestro de ceremonias era la viva encarnación del orador de "El día del derrumbe". No cabían dudas de que él se sentía feliz porque el auditorio era feliz y se abrazaba al micrófono con una excitación sólo posible de ser descripta en un libro ya escrito.
A la hora de los discursos de los escritores invitados, el moderador perdió toda moderación y habló, habló, habló tanto que no quedó tiempo para los discursos de los asistentes. Por su boca pasaron todas las palabras nacidas desde la colonia hasta el último congreso de la lengua y otra vez la realidad me demostró que el tiempo no es más que un disimulo, y que el mundo de los libros es más pragmático que el de los calendarios y los certificados de asistencia: Manuel, ideólogo y mentor de este primer congreso, en menos de que cantara el gallo reinventó el programa y agregó funciones para que los catorce exponentes tuvieran ocasión de hacer un resumen más o menos ajustado de sus conferencias. Y así fue que los escritores demostraron a un auditorio fecundo y alegre, en qué consiste su rara, loca tarea. Los
aplausos expresaban el fervor real de los seres imaginarios.
Macario, en la primera fila de la platea, con su hermosa mujer, que apenas se parecía a la Felipa en su gesto de amor, y junto a su pequeño hijo al que yo he decidido llamar Juan en homenaje al Dios de este mundo creado, me exigía que no tratara de volver estas páginas vividas en un texto meramente inteligible.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-30269-2011-09-03.html
Alguien sostiene un suspiro*
*Por Miriam Cairo
I. El tono de este texto no es recomendable. Pero tampoco es una opción la intransigencia de aquellos que tienen el consentimiento de una multitud.
II. La felicidad de ellos se transporta en un carruaje tirado por linces, seguido de estruendosos tambores, pífanos y panderos. Mi felicidad, en cambio, viene en taxi y con una tristeza a cuestas.
III. La felicidad de aquellos llega siempre a la misma hora, todos los días de sus vidas. Por su parte, mi felicidad llega cuando puede y es preciso asirla en ese instante, antes de que se evapore su mínimo suspiro. No conoce a mis vecinos. No atiende el teléfono fijo. Sus pasos dejan huellas invisibles en mi jardín y escondo su aliento en el aire que respiro.
IV. El carruaje tirado por linces, conduce a la felicidad de los otros, hasta que la muerte los separe, en cambio mi felicidad dura hasta que el próximo taxi la retire. Aquel carruaje empuja una felicidad tan absoluta, tan obvia, que ninguno de quienes la poseen atina a verificar si está viva. Pueden pasar toda una vida durmiendo con su cadáver en el costado de la cama porque en esa falta de vitalidad encuentran el alivio que necesitan.
V. La felicidad de los otros ostenta una impávida naturaleza de molusco. El recorrido de sus días es una línea recta. Su atadura es un cordón umbilical inextinguible. En su territorio, nunca se hunden los cielos ni emergen los abismos. No hay ni siquiera un pliegue en la corriente inmóvil de sus días. La felicidad que poseen es tan inocua que no necesita preservativos.
VI. A ellos, ningún sueño impúdico los sobresalta. Jamás les ha hecho falta tampoco, apoyar los talones contra un mueble para embestir con más fuerza un ano ceñido. Nunca han padecido un fuego abrasador que les dilate las pupilas, ni han encontrado un motivo febril que les haga perder el colectivo. Aclaro esto como una advertencia a muchas cosas improbables que se nos pudieran ocurrir: la máquina perfecta de esa felicidad no se masturba en las tardes de domingo.
VII. Por su parte, a mi felicidad le gusta la música y el vino. En el mundo de los otros, esto es bien notorio, pero los otros no saben hasta qué punto este placer puede convertirse en un encantamiento. A mi felicidad urgente, la desvisto al son de la garganta de Martirio. Mi felicidad me obsequia la imagen desnuda de su cuerpo y el olor inflamado de sus ingles. En mis huecos mantecosos, ella derrama el jarabe del olvido. Como una pluma flota en la punta de mi lengua. Bebemos lágrimas, sudores y orines. En pocos segundos ya no quedan rastros de aquella cotidiana y tranquilizadora necrofilia.
VIII. El duro esqueleto de la felicidad de los otros es imperturbable. Nada lo rompe. Ni una tristeza lo derrumba. Ni una sospecha de infidelidad lo resquebraja. Se sostiene a sí mismo como una armadura mental. Quien posee esa clase de dicha forma parte del mundo. Tiene los dos pies enterrados en el mundo. Todos los relojes giran en torno a sus horas. Su poderío es extraordinario. Ni siquiera necesitan decir algo encantador, lúbrico o festivo, porque las palabras que prefieren petrifican el glacé antes de que se chorree por debajo del ombligo. Mi felicidad, en cambio, me quita los pies del mundo y me hunde el enterito de modal hasta el abismo.
IX. Cuando llega a casa, mi felicidad se hace fuerte. Se reconoce a sí misma. Se permite la propia luminiscencia. Bebe mi vino, se desnuda y no tiembla. La pesada osamenta de la felicidad ajena se vuelve fina y volátil. La felicidad de los otros es de arena. Y por más golpee la pared con la cabeza, por más que chille detrás de la puerta y nos quiera inhibir con el resplandor de su alianza perpetua, mi felicidad no se inmuta. No profana el momento en que es reina.
X. La gran felicidad de los otros, que sea para los otros. Yo sólo quiero la mía, la pequeña y resplandeciente mía, la que inhala mis efluvios de amor y perdición, la que sofoca mis temblores finales con nuevos comienzos. Hay un mundo que está donde está ella y un mundo fuera de ella. Pero fuera de ella, el mundo con sus lloronas, sus consortes y sus bellas durmientes, ni siquiera es una cosa fiable o valedera.
El beso hondo cae*
*Por Miriam Cairo
Esencia. Yo elaboraba pensamientos embriagadores, perforaba luceros hondísimos para extasiarte, para distraerte del camino que te condujera a cualquier otra alma que no fuera la mía y sin saberlo, le dictaba a mi vida su propósito.
Umbral. Hubiera sido más prudente, más seguro, fundar mi motivación en un ser menos real, menos respirable. Me hubiera ahorrado todas las tendencias a caer en la ensoñación de lo posible. Unas pocas palabras me habrían dicho que temerle tanto al acostumbramiento es oscuro.
Con mis lentas piernas puedo dibujar un trayecto en línea recta hacia el asombro. Un recorrido en espiral hacia la calma. Un extravío hacia tus tierras temblorosas. Pero es cierto también que esta inclinación por los distintos recorridos, traza en la conciencia un designio circular: vuelve con toda su fuerza al origen y me estalla en las manos.
Lobos. Tu mano hecha enfermedad deja huella en mi muslo. Antes solías esconderla en cualquier cuerpo húmedo, como una babosa, inofensiva. Ahora tu mano es una jauría, una ferocidad. Más te hubiera valido no haberme estimulado.
Silencio. El hueso de tu flauta lo ha tensado todo. Ha empenachado con silbidos el camino de mi soledad. Yo ya no sé dónde han quedado mis fronteras. Hablo de tu cuerpo como si hablara de mi corazón. ¿Qué provoca tus viajes hacia mis infiernos? ¿Por qué escucho tu voz en todos mis silencios? ¿Por qué el hueso de tu flauta canta siempre mi canción?
Desasosiego. Aclarámelo por mail o por teléfono, cuando me hablás de la culona cuerpo de rana, de la tetona que te muestra sus delicias por cam, de tus desnudas inclinaciones viriles ¿me ves como al capitán del equipo de hockey? ¿como un eclipse de luna? ¿o como alguien que se enciende con tu llama?
Me siento una manivela que gira como loca en torno a sí misma. Yo estoy dispuesta a padecer mi amor por tus tropiezos. A engrudarme con tus azúcares. A fabricar mi propio error. A verter sobre tu boca mi tormento.
Pero vos, querido idealizado, inventado, desconocido, no dejes de hacerme conocer tu espanto. Decíme, una y otra vez: "estoy horriblemente inclinado hacia vos", y yo te aseguro que no te dejaré caer porque desde que tengo uso de razón he fortalecido todo lo que he tocado.
Sima. Un beso no existe así como se da. A su alrededor se necesita tiempo, gente, historias y lo inesperado. A lo largo de un beso hay un camino recorrido para que lo previo no deje de existir. Todos los besos están habitados.
Durante mucho tiempo creí que un beso era algo maquinal. Que había un lugar donde poner la cara, la lengua, el mordisco. Lo reconocía como una conducta adquirida, como una señal de pertenencia, como un acto de sumisión.
Cuando empecé a besar sólo a quién deseaba, el beso obtuvo una razón renovadora. Un sabor a existencia. Se convirtió en un pasaje directo hacia el eco de todos los besos soñados. Por la boca entraba y salía el alma enloquecida. Y sobre todo, se destruían, en explosiones de desolación, los peores recuerdos. Desde entonces, no malgastar besos se me hizo una costumbre. El besar lleva a esto. Es inevitable. También se puede caer en la sinrazón. Lo creo. La boca es una cueva oscura que puede tragar la noche definitiva.
Razones. Si no fuera por esos rayos que salen de tus ojos, las cosas no podrían ser tan mortales ni bellas.
Fulminación. Uno a uno vienen tus gestos a entretejer mis dichas.
Ya te he dicho, en otras páginas, en otros sueños, que mientras moría hice una proclamación terrible de lo que existe. Un presente despacio y un después con humo. ¿Ardió el verso? ¿Quemó los labios?
Nombre o soplo, volví a nacer como sed impura del agua que no he bebido.
Bajo el temblor de tu sexo nocturno, edénico, incendiado, es fácil cerrar la memoria. Pero en el reposo, todas las puertas se vuelven a abrir. Estoy luchando. Un corazón no es una cavidad cerrada al puñal ni al relámpago.
Ergo. He aquí la paradoja. ¿Cómo podrías ser parte de la realidad si estás armado de sueños?
Lámparas. Yo te voy a dar trajes lavados en las orillas del río. Ahora que te vez cansado, suavemente voy a dejar que se vuelque el chorro divino de mis dioses sobre tu prematura vejez. Hay un día, una hora, en que nos volvemos irremediablemente lúcidos y viejos. Es el día en que nos preguntamos qué será de nosotros, y si supiéramos volver a lo que hemos sido, no volveríamos.
Voy a nadar hasta tu orilla, toda la noche, con un puñal entre los dientes, aunque no haya monstruos marinos por matar. Iré igual, amenazante, porque esta es mi noche para el heroísmo.
Esta es la noche del primer juramento. De la primera vaharada del corazón.
Es el momento en que por fin somos viejos y libres.
Si yo no pudiera, si algún antiguo temor me atara las manos y no lograra atravesar la vida, entonces vos podrías traerme vestidos recién lavados en la orilla del río. Podrías volcar sobre mí el chorro divino de tus dioses.
El futuro no existe. El pasado está muerto. La eternidad es una estúpida carcajada. Cada noche que nace soy una criatura reciente.
Las lámparas de la calle están encendidas. Nada humano les es ajeno. Estoy avanzando. La ciudad es un océano de asfalto. Será muy fácil. Como sacarse los guantes. Como ver un niño flotando en la dicha. Como llevar escondido dentro de la carne el latido que entregamos.
Teros. Escribo por tantas razones. Por tantas sinrazones. ¿Qué otra cosa podría hacer? Los teros cantan para espantar el miedo. Los teros cantan para confundir a los cazadores. Los teros cantan para proteger sus crías. Los teros cantan.
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