lunes, septiembre 12, 2011

SOBRE EL NAUFRAGIO DE LOS SUEÑOS GRANDES Y LAS PEQUEÑAS COSAS...



-Foto: Eduardo Dalter.
Diario La Unión. http://www.launion.com.ar/?p=59060



DEFENSA DE LA POESÍA*


Palabras con mi hijo



Porque, aunque no lo creas
–plano más concreto–,
la luz de las estrellas
también vuela
y, además, el horizonte
es una línea tan cambiante
de acuerdo a cómo vires
el rumbo de tus pasos.



*


De esta arboleda
tomá tu color
o tu desdicha; y tomá
tu mar, tu vaso...
Todo suena, pareciera,
a nueces secas. Pero
también suena un río
grandioso
que aún no escuchas.




A mis zapatos remendados
yo los quiero;
mis zapatos con cartón debajo
y nylon debajo
para que no entre el agua
de la lluvia
ni el agua de cuando baldean
las veredas.
Mis zapatos húmedos y tibios
de mí y con polvo de camino,
mi camino.
Descansando ahora, debajo
del mueble
–pueden verlos–,
y mirando gozosos cómo escribo
reclinado en la cama todo
esto
y cómo abracé hace un momento
al Caribe hondo y voraz
de Aimé Césaire y Saint-John
Perse.
Zapatos, zapatos excedidos
de mí
hasta deformarse, cuartearse
y agujerearse.
Pero listos y hermanos
y comprendiendo, pareciera,
cuál es la estrella fugaz
y cuál es ésta. Y vamos,
yo adentro de ellos
en la parte que les toca.
Denostados, sin embargo,
torpemente,
por una mujer, ciega mujer,
abandonada mujer, sola mujer.
Dejadme cruzar la calle,
poesía,
poesía de los salones,
las rondas, los concilios,
que vengo de galope yo
con mis zapatos!




Después del poema
el poema debe seguir y seguir
hasta el poema.
Mas si el poema no sigue
después del poema,
el poeta o bien flaquea
o bien es de papel
o bien de tinta.
No le creas al poeta
al que después del poema
se le concluye el poema.
No le creas
o bien creé,
en el mejor de los casos,
que flaquea
o que su ser tiene
interferencias,
mutilaciones, o huesos
indecisos
–sea Neruda o sea Thomas
Eliot–.
Después, después del poema
el poema debe seguir y seguir
hasta el poema.



*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
De Aguas vivas . Buenos Aires, 1993
http://www.eduardodalter.com/












Naufragio*




Gravemente la lluvia está contando
el pausado suicidio de las gotas
sobre el naufragio de los sueños grandes
y las pequeñas cosas.


De pie entre los despojos, mi sonrisa
acepta las migajas de tus horas
y no ves que, privadas de tu savia,
se desprenden mis hojas.


Angustia de caer pendiente abajo
costumbre de la piel, que se demora
grilletes de miseria compartida…


se nos muere el amor.
Se desmorona.


*De María Amelia Schaller. masch@arnet.com.ar







Lapachos florecidos*



En memoria de Juan Carlos Medina [1]



En una de sus postreras reuniones del Café, Juan Carlos nos había propuesto que escribiéramos sobre el tema de los lapachos en flor, justamente en aquella primavera nefasta, que terminó por llevárselo tan inesperadamente y para siempre… Quería que dejáramos retratada una postal en poesías diversas, de aquellos hermosos colores, de sus aromas, y de los sentires con que podrían motivarnos, a quienes manifestábamos asumir el compromiso de escribir sobre nuestra aldea; pero la mayoría dejamos pasar aquella primavera aquejados por su ausencia, y el tema quedó, al menos para mí, pendiente como un desafío inconcluso…, pero siempre vigente, y renovado en cada primavera que se fue sucediendo.
Si lo esencial es invisible a los ojos, lo bello es gratuito al espíritu; así al menos me hubiera dicho mi abuela, siempre oferente de sus consejos y sus sentencias.
Pero mi abuela en sus tiempos no se hubiera referido a los lapachos, al menos no a nuestros tan erguidos y coposos gigantes en flor; porque en aquellos días cuando ella venía, poquísimas veces, muy de vez en vez, al paso gallardo de los caballos de aquella volanta graciosa y escuálida; lo que veía bordeando las calles hundidas, cubiertas de polvo, eran paraísos amarillentos, y deformes por las podas urbanas, que convertían sus ramas en miembros mutilados, que impotentes, ellos mostraban al cielo como una silenciosa y desgarrante protesta…
Todo aquello duerme en mis recuerdos, y sólo surge entre la niebla del tiempo, cuando por momentos vuelvo a ser aquel niño, y me mezclo entre sus sueños; pero me yergo y contemplo el paisaje, que Dios me regala cada primavera.
¡Qué lejos quedaron aquellos nudosos paraísos!
Hoy cuando pasamos por nuestras calles actuales; no ya portados por mansos caballos de tiro, sino en modernos vehículos confortables y silenciosos, nos sorprenden los gigantescos lapachos, florecidos en una gama esplendorosa, que nos hinchan de alegría el pecho, por el goce de tenerlos en ese arbolado tan sereno y majestuoso.
No es sólo su sombra, no es sólo su porte ornamental e imponente; es sobre todo su generosa compañía, que como diría mi abuela: como todas las cosas que son verdaderamente hermosas, son gratuitas al espíritu…
Deduzco que somos una generación, que obtuvo, y puede exhibir un logro elogiable, al ser posible que caminemos hoy a la sombra de estos soberbios guardianes; y pienso también que adornar nuestros paseos, calles y plazas, con un arbolado que asemeja cortinas luminosas, como una caricia de frescura y color, con ejemplares arraigados como nosotros a este suelo norteño; no sólo denota el cariño tributado a nuestra flora, sino también un mensaje altruista que grita nuestra fe en nosotros mismos. Y por sobre todo, devela un gran respeto humano y ofrece un verdadero mensaje, para cualquiera que nos visite, y transite a través de estas calles y avenidas, vestidas de flores, que en cada primavera, tributan generosamente a la vida.




[1] Juan Carlos Medina. Poeta, docente, comunicador social, Director de Radio Municipal Reconquista. Miembro fundamental en la primera Comisión del Concurso Nacional de Pesca del Surubí. Destacado por su cordial personalidad, suelen recordarlo como “el chef” en sucesivos encuentros. Falleció el 29-10-2004 y en el primer aniversario, familiares y amigos realizaron un homenaje frente al panteón.



*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar

El escritor Celso H. Agretti es uno de los integrantes del Café Literario Juan Carlos Medina que periódicamente se reúne en las instalaciones de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Reconquista. Desde ese norte santafesino envió “esta breve estampa ciudadana y primaveral”…







VISITANDO CAÑADAS*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



Los chicos se alejaron del pueblo llevando sus tramperas en la mano derecha, las hondas al cuello y cruzado por un tirador sobre sus pechos un bolsito de género con sus vitualles de comer, alguna botella con agua y los terribles "recortes" hechos de alambres de hierro aptos para usar como proyectiles.
Cuando iniciaron el avance hacia el campo iban más presurosos, por la ansiedad de alcanzar los bañados más cercanos y aprovechar el tiempo para preparar sus tramperas o tal vez porque en esta oportunidad no habían tenido la venia paterna y esta incursión se hacía a hurtadillas, con la asunción que tal responsabilidad acarrearía a sus pequeñas humanidades.
A medida que ganaban el campo se iban alejando del pueblo, más bien un caserío desflecado que no tenía rutas ni más medio de locomoción para comunicarse con otras localidades que un tren diurno de ida y vuelta Rosario-Río Cuarto y esos caminos de tierra anchos y mal cuidados, que a cada lluvia producían el aislamiento por semanas, caminos que en buen romance eran mal aprovechados gran parte del año, en especial en las épocas de otoño e invierno donde los temporales los hacían realmente
intransitables.
Ese día la intención de esta barrita entusiasta sería cazar algunos ejemplares de pechitos colorados, o jilgueros, o los hermosísimos chilenos o paraguayitos para engrosar la población que moraba en esos
grandes jaulones que metían ruido bajo la sombra de los ceibos añosos.
Tal vez ese día los esperara una bandada de chorlitos, tan mansos, tan tontos para hacer puntería con ellos, aunque su carne no merecía ser comida, y sus cadáveres quedaban para pasto de hormigas.
Lo cierto es que recién cuando se hubieron topado con el final del "Camino del Diablo", en el cruce de la capillita de la familia Cinel divisaron los espejos de agua, con sus orillas festoneadas de juncos y espadañas, sus nidos de "alas de araña" y de "bichofeos" que los esperaban con sus huevitos espesos, prontos a ser perforados con un alambre y ser bebidos así, en crudo como corresponde a los niños que serán hombres fuertes y templados en esa pelea desigual con la vida.
A medida que se van acercando a esos grandes bañados que por comodidad llaman "lagunas", descubren que toda esa población de aves que merodean sus orillas comienza a levantar vuelo con asombro, curiosidad y un poco de precaución, la que tienen siempre los animales salvajes.
La que dio la alarma fue esa bandada de cigüeñas, que hundía sus picos zancudos buscando pececillos minúsculos y de pronto avisada por el instinto levantó vuelo al unísono casi vertical y llenó el cielo de grandes sábanas blancas cubriendo la quietad de noviembre. El griterío que había sido tímido al principio explotó por el aire con el vigor de una máquina que se descompone y estalla.
Los pueblos de llanura como éste son todos calcados, y en aquel tiempo remoto que se trata de resaltar, las ilusiones eran una desmesura que cubría como una nube flotante de acciones módica de todas las vidas.
Decir que todo era más simple es redundar en una notoria verdad, y la diferencia con las gentes que poblaban las grandes ciudades era a simple vista sideral. Nada de las comodidades de hoy existía en ningún pueblo de entonces.
Sin exagerar podríamos asegurar que estos chicos que son mirados a la distancia cuando hay tiempo y ausencia en el medio, vivían en un cuasi abandono inicial. Aunque las travesuras estaban siempre presentes nunca pasaban de lo que hoy sería tildado de ingenuidad, porque los padres de entonces eran severos hasta la temeridad, con un autoritarismo tan exigente que no era óptimo a veces para usar con esos niños sino con algún pelotón de hombres haciendo fajina en un regimiento.
Entonces esta estampa tan antigua no deja de tener una emoción al grato recuerdo.
Apenas entrecerramos los ojos y los veremos volver con sus bolsitos vacíos, sus tramperas repletas de pájaros, y una despreocupación que no resaltaba cuando todos iban hacia los bañados en busca de aves.
También traían algunos patos pequeños y hasta una perdiz colgados de la cintura que aseguraba un piolín grueso. Fruto orgulloso de sus terribles gomeras. Carne que iría con seguridad a engrosar la olla con el guiso que la madre prepararía esa noche y que tal vez mitigara el reto por haber eludido pedir permiso para esta incursión de caza que había surgido otra vez con la espontaneidad que contemple la hora de la siesta, cuando los mayores duermen, y el cielo es más alto y el sol cae más a plomo que nunca sobre la
quietud de los campos, cruzando esos callejones vacíos que solo es hollado por el paso presurosos de las iguanas soñolientas, los hurones rápidos y los más tontos cuises que vieron todos los tiempos.







LAS ENTREVISTAS DE CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ



Un encuentro en invierno*



Eduardo Dalter es también un poeta que ha publicado 25 libros, y dictado cursos en el país y el continente.




Con Dalter nos fuimos al “Trote” allí, para los que no conocen, en el corazón de Adrogué. Nos juntamos para repasar momentos que han marcado buena parte de la poesía y fuerte réplica con huellas que pueden rastrearse en otros idiomas.
Es un hombre cuidadoso, reflexivo, por lo menos lo parece y lo cuenta. De sólidos arraigos, luce su lugar ganado en la historia.



–Eduardo, empezamos por donde quiera…


–Bueno, yo nací en el Barrio de Velez Sarfield, un barrio vecino al de Mataderos, con sus zanjones, sus mejorados y sus barros los días de lluvia. En mi casa, pensaban, soñaban, con que yo, algún día, pudiera ser ingeniero. A mí me resultaba realmente extraño ese gusto familiar.



–¿Alguna señal del rumbo?


–Incluso no sabía, ni de joven ni de adolescente, qué era lo que me atraía. Sí los juegos y ya de adolescente las muchachas.
Eso sí estaba seguro de que me atraía. Siendo muy joven, menos de 20 años, empecé a ir a la Escuela de Bellas Artes, por Cezanne (Paul), por Monnet (Claude), por Renoir (Pierre Auguste). Corría el año, en que se publicó “Cien años de soledad”.



–¿El momento de la fertilidad cultural?


–Y ahí noté que eso tenía que ver realmente con mi vida, con mis sueños, con mis dudas, conmigo mismo, fue una inclinación sin apresuramientos, que yo dejé que se fuera decantando.
En 1971 y 1973 publico dos cuadernos poéticos y comienzo a colaborar en distintos suplementos y revistas literarias y culturales del país. Esos podrían ser mis comienzos.


–¿Por qué eligió el lenguaje poético?


–Siento que yo no elegí a la poesía. Cuando me quise dar cuenta, ya la elección había sido realizada hacía algunos años. Es como en los grandes amores, nadie elige, es un viento que envuelve, es un clima que colma.



–¿Y esa forma?


–Las formas de la cosa, son la cosa misma. Si uno lo dice con otras palabras está diciendo otra cosa. Si alguien tiene algo que decir y le merece alguna duda con cuál lenguaje explicitarlo, no es una cuestión formal lo que le merece dudas. En realidad, lo que está en duda es la esencia del mensaje mismo.



–Si cada libro es un escalón, ¿notó que ascendía?


–A veces me parece que fuera una mentira que yo escribí y publiqué veinticinco libros, pero claro, hay una realidad que lo indica.



–¿Debió enfrentarse consigo?


–A veces me pregunté: “¿Estás contento con todo lo que escribiste?” Y a veces me digo que me estoy haciendo mal la pregunta. Quizás tendría que preguntarme, también equivocadamente: “¿Estás contento con lo que viviste?” La vida fue así, mis poemas fueron así y ni en la vida ni en los poemas publicados hay borradores.


–¿Y cómo le fue?


–Nunca dejé de hacer lo que quise hacer, y siempre amé lo que estaba haciendo, si no, no lo hacía. No estoy en condiciones de pensar, como hubiera sido mi vida sin poesía, cómo hubiera sido mi vida sin los libros, ni tampoco como hubiera sido mi vida si no hubiera vivido en las casas que viví, con los amigos, con las mujeres que amé.



–¿Por qué se exilió?


–Hubo años en que uno era culpable de ser joven, ese sólo hecho merecía desconfianza. Yo celebro estos días que, aún con injusticias, nadie persigue a nadie porque tenga un libro bajo el brazo. Esos años en Venezuela me sirvieron para descubrir otros horizontes.



–¿Y qué descubrió?


–Conocí la poesía del Caribe. La poesía de las colonias de habla francesa, me dediqué a estudiar todos los discursos de Bolívar, que conforman una obra literaria, de pensamiento latinoamericano, que tendría que estar en las aulas de todas las casas de enseñanza del continente.



–¿El viaje a Estados Unidos fue un propósito, una búsqueda?


–Yo desde los años ‘70 me carteaba con un poeta de la historia de la poesía americana como (Irving) Allen Ginsberg. A través de él, una parte de mi producción poética fue traducida al inglés, y cuando muere, al año se le hace un homenaje en el Central Park.
Su secretario hizo que me invitaran a un tributo que se le estaba haciendo en la ciudad de Nueva York. Voy y conozco a jóvenes artistas de teatro del Harlem.


–¿Hubo continuidad con ese escenario?


–Volví al año siguiente con mi esposa y estuvimos revisando libros, obras pictóricas, pero sobre todo la producción poética del Harlem.
Hicimos un trabajo de estudio, de selección y traducción, en un libro que publicamos el año pasado, que se llama “Harlem, los blues de la historia”, traducidos por primera vez al español y de poetas prácticamente desconocidos o soslayados, en los mismos Estados Unidos. Diez poetas negros traducidos al español.


–¿Cómo fue su trabajo en la UBA?


–La UBA se llega a un corralito interno, en la Facultad de Filosofía y Letras se llamaba y se llama “los baches programáticos”, los latinoamericanos, desde la época de la ultima dictadura militar, que fue borrado del horizonte de la enseñanza; es reiterado a partir de estos seminarios que diseñé y dicté durante dos años, eran seminarios cuatrimestrales que abordaban la enseñanza de la poesía del continente.


–¿Un título para esta nota?


–Un encuentro en invierno tras los vidrios.




*


De Estos vientos (1984)


Nadie estuvo en sus ropas, en su
patria, en sus raíces.
Un silencio de lobo avanzó y corcoveó
por estas calles.
El terror derribó puertas y espió
por las mirillas.
Una conmoción de muerte, de la
puerta para afuera
y de los ojos para adentro, nos
exilió del otro
y fuimos gente sola, de mirada
huidiza, en los rincones
como las hojas tristes que los
vientos amontonan



*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 10/09/11 - http://www.launion.com.ar/?p=59060








INVIERNO EN BUENOS AIRES*



Junio en Buenos Aires
La oscuridad acaricia el semblante frío
De la alborada, pasos largos, temerosos,
Recorren las calzadas rumbo a Rivadavia


El silencio trepado en los edificios y casas
Y las luces automáticas prenden
Y apagan, la ciudad dormida
Comienza a despertar


Doce cuadras y algo más
El miedo traiciona la espalda,
Rostro entumecido, manos congeladas,
El colectivo abre las puertas,
Dificultad en los dedos para insertar
Las monedas y atrapar el boleto que se escapa,
En el fondo, algunos asientos vacíos
Y muchos rostros con sueñonada


Un viaje en silencio
Sólo el ruido del motor
Y la puerta que abre y cierra
-la próxima parada es la mía- piensa,
pasos largos baja del colectivo
y se interna en los pasillos sombríos del hospital


impresionante desfile de abrigos, gorros
y bufandas
y las miradas extrañas poblando el lugar,
en la fila, documento en mano
y obtener la ficha toda una hazaña,
la esperanza asoma las narices
cuando los de blanco inundan los consultorios


ficha número uno
pase por favor...



*De Ruth Ana López Calderón© anilopez20032000@yahoo.es







HAY QUE MATAR EL MENSAJERO*



“Si hay victoria en vencer al enemigo, la hay mayor, cuando el Hombre se vence a si mismo”
JOSÉ DE SAN MARTÍN



Había que matar al mensajero, amor.
Calcinar el mensaje. Lapidarlo.
Vaciar la memoria y las ideas.
Momificar la carne.
Apagar los relojes. Detener el tiempo.
Hoy es hoy. No hay ayer.
Hay que borrar las huellas.
“No hay muertos, solo desaparecidos”
Cerrar los ojos, los oídos, la boca.
No mires, no escuches, no hables.
Hay que talar árboles, raíces, frutos, brotes.
Matar al enemigo, amor.
Dejar vivo al Flautista de Hamelín.
Alimentar hocicos y cuidar el queso.
Apagar el sol. Tapar la luna con las manos.
Detener el río. El mar y las mareas.


Yo te visto, tristeza, de rodillas.
Abatida entre huertos de angustia.
También te he visto, levantarte.
Elevarte entre tristísimas naranjas.
Acariciar la desnudez de los duraznos.
Vencer al enemigo que hay en ti.
La luz, inmensa gira.
Entre molinos, vientos y revoluciones.
Gira, gira.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar





*


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