martes, abril 03, 2012

NO HAY UN ADIOS, NI SIQUIERA HASTA LUEGO...



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba




UN MISTERIO DE SANGRE DE LA MISMA GREDA *


“No acaricies mis senos. Son de greda los senos que te empeñas en ver como lirios morenos”
JUANA IBARBOUROU


Los perros tenebrosos de la noche cubren mi vía láctea.
No hay zapatos, ni casa, ni un mendrugo de amor.
No hay un adiós, ni siquiera hasta luego.
Solo cuchillos que rompen el maleficio de los besos.

Y reniega de los pechos de lirios.
Y sus dedos son lentos, como una pesadilla.
Una cámara lenta. Un caracol.
Y se niega a la señal de la cruz, a misterios gozosos.
Pero sabe que hay enigmas secretos.
Un misterio de sangre de la misma greda.
Condenados, bendecidos, a no morir jamás.

Los perros tenebrosos de la noche, se alejan.
Vuelven potros azules.
Y la mujer aguarda. Tan ella. Tan espera.
Tan espera. Tan ella.




*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar









VIAJES*


*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar


a Roberto Escudero

En ese tiempo yo me hacía algún viajecito de vez en cuando a Berabevú.
Aunque eran sólo diez kilómetros, era toda una aventura viajar en el tren del mediodía que hacía el trayecto Rosario/Río Cuarto y en pocos minutos cubría la distancia a la localidad vecina.
Parafraseando al Coronel Baigorria que no teniendo en qué entretenerse, se puso a escribir sus memorias, yo con quince años ávidos, comprendía que todo era bueno para huir del ya casi encierro de la rutina de vueltas al perro, jugar al futbol, ir a la biblioteca por las tardes y tratar inútilmente de conquistar una chica, la salida era imperiosa hacia cualquier lugar.
Por lo tanto, cuando mi amigo Adolfo Bonomi me propuso ir a llevar cada semana o cada semana y media, sus trabajos de sastre a don Bautista Faga ni dudé. Aunque el pago era vacío de monedas, apenas los boletos de tren de segunda, en el General Mitre que había sido Central Argentino en la época de los ingleses, yo le hacía feliz el mandado.
Como en ese tiempo no conocía a casi a nadie, entregado el trabajo, tomaba el nuevo, si lo había y luego iba al bar de Camarasa, tomaba un café y esperaba hasta las cinco cuando volvía el tren que hacía el camino inverso hasta Rosario y me dejaba en el pueblo.
Don Faga era un hombre grueso, andaba siempre de traje oscuro, con chaleco y corbata y mi memoria lo acerca con una inmensa gorra cubriendo su calva y sombreando su cara redonda. Era un eximio jugador de ajedrez en el bar del club 9 de Julio, actividad donde ponía toda su concentración y movía las piezas tarareando canciones muy viejas que nadie conocía.
Don Faga tenía dos empleados en ese tiempo, que el amigo Roberto Escudero me ayuda a recordar, y no eran otros que aquel que apodaron Pato Chiquetti, y su sobrino Rubí Castaneto.
Roberto en ese tiempo era habitante de Beravebú y trabajaba en la sastrería de don Arnaldo Compañy, su propio tío. Con quien en algún momento recaló en Rosario, mudando allí el negocio. A la muerte del tío Arnaldo el local fue vendido y allí funcionó la Galería de Arte Krass, de don Gilberto Krasniasvsky, una de las importantes que tuvo la ciudad en toda su historia. Pero este pertenece a otro lote de recuerdos.
Volviendo a estos viajes modestos de mi adolescencia donde yo despuntaba con mucho deseo la pasión de horadar horizontes que ampliaran la mezquindad estrecha de las calles llenas de polvo y mariposas, de charcos, de huellones profundos que dejaban las altas ruedas de los carros que transportaban cereal, siempre en caravanas, siempre perseguidos por bandadas de torcazas y gorriones que comían los granos de maíz o de trigo y que a veces eran presa de nuestras gomeras asesinas. Esos pájaros eran como el bordado que la tarde presentaba al otoño nada presuroso, “íntimo como una pequeña plaza”, al decir de Federico, como era tal vez aquella placita que todavía subsiste en la realidad actual con su busto de Sarmiento, su media docenas de pinos, sus dos cedros y ese eucalipto tal vez centenario, que el Negro Prieto ve constantemente desde la vidriera de su negocio donde vende pinturas y repuestos de autos y máquinas. Justo al lado de la casa que fue de don Pedro Silva, frente a las ruinas de lo que fue el almacén y bar del tristemente célebre don José Alé, quien al decir de mi padre murió invicto en las refriegas con sus parroquianos ásperos de modales y adictos a sus vinos tal vez aguado, pero siempre espirituosos.
Ciertas vez don José le había vendido al correntino Salustiano Mesa un par de bombachas de trabajo, al fiado, a pagar cundo terminara la cosecha y cobrara sus haberes. Pero no cumplió.
Había pasado un año desde ese día y el deudor cruzaba la famosa placita Sarmiento, y oyó el grito metálico y seductor de don José:
-¡Don Mesa! Y el ademán invitador. El hombre tal vez olvidadizo mordió el anzuelo.
-Tengo algo para usted don Mesa y colocó una bombacha sobre el mostrador.
Al hombre le interesó y pidió precio.
-Dos pesos, le dijo el Turco.
-La llevo don José- Y cuando puso la plata sobre el mostrador el otro la guardó en el cajón y la bombacha fue a la estantería.
-Turco ladrón, le dice Mesa y amaga sacar un cuchillo entre las ropas.
Con lentitud, con casi desprecio, con paciencia don José le advirtió.
-Esos dos pesos son por la que lleva puesta, si me da otros dos se lleva la nueva. Y no se retobe.
Muchos como usted se fueron con la cabeza partida. Y le mostró un rayo de sulky de quebracho. Salustiano Mesa se dejó vencer por esos argumentos irrefutables.
Cuando el tren que me traía de Beravebú en estos viajes mágicos, aminoraba la marcha al pasar por el puente de la Laguna La Portada, y yo me entretenía mirando por la ventanilla esa bandada de garzas moras que entristecían el aire con sus gritos y perforaban ese cielo que no es cielo ni es azul, lástima grande que no sea verdad tanta belleza yo también diré como don Lupercio Leonardo de Argensola.
La poesía escribió mi amigo Alfredo Veiravé, es una relación de asociaciones interminables.
A mí por ejemplo, me lleva de don Bautista Faga a Salustiano Mesa, y al Turco Alé, y no sé por que termino reuniéndolos en la misma página con un poeta de la corte aragonesa del siglo XVI.




Barrilete*


Cuando niño solía remontar barriletes en mi pueblo. Salíamos a la calle y lo hacíamos sin tanto cable en el aire que complicasen sus vuelos.
Mi primer barrilete lo construyó mi padre. Yo ayudaba molestándolo y alcanzándole algún que otro elemento necesario. Pero fue importante para mi aprendizaje. Porque, ¿sabías que los barriletes los construíamos en nuestras casas? ¡Sí!. Y en primavera, época de vientos en nuestros campos, lo hacíamos trepar el cielo.
No existían pegamentos como los de ahora. No. Hacíamos engrudo. Un poco de harina en una taza. Harina común, sin otra cosa que agua; revolvíamos hasta lograr una pasta blanda, no una masa para hacer tallarines, y con eso pegábamos el papel. No mucho engrudo en el barrilete porque sino se ponía pesado. Poco y a dejar que el engrudo se seque. Demoraba un día el proceso.
Pero, antes de eso, elegíamos la caña. Nos corríamos hasta las vías del ferrocarril o hasta algún patio grande donde había cañaverales. Elegíamos la caña que queríamos y la cortábamos. Un buen machete o cuchillo de cocina o hachita nos servía para cortarla. Teníamos que dejarla secar y que sea derecha. Cuando la cortábamos la caña estaba verde, entonces la colgábamos, si era necesario, con un ladrillo atado en su punta y hacia el suelo, eso hacia que se enderezara. Poco tiempo después, limpiábamos la caña, tomábamos las medidas, a ojo, para armar el esqueleto del barrilete y la forma que queríamos darle: cuadrado, hexagonal, cajón, romboidal; luego cortábamos la caña a lo largo, por el medio, para dejar media caña, y hacíamos el corte de largo que deseábamos.
Con hilo uníamos el medio y el perímetro que formaban las puntas de la caña. El papel tenía distintos orígenes: papel madera, de forrar, de diario, crepé, etcétera. Lo recortábamos y dejábamos los bordes para pegar sobre el hilo, envolviéndolo a éste. ¡Y debíamos dejarlo secar! Después, el hilo, con los vientos que se probaban en el vuelo y se ajustaban según tiraba el barrilete; ¡ah!, por supuesto: el largo del hilo. Cada uno le daba el que quería. Normalmente cincuenta o cien metros.
Hacer la cola del barrilete significaba buscar trapos viejos y coloridos. Alguna media rota de mamá o restos de alguna bolsa arpillera. Se ataban para que haga su trabajo. A veces debíamos acortarla porque nos excedíamos en su largo y en su peso y, otras, debíamos agregarle para que no se venga de punta al suelo.
Y ahí quedaban, ellos, los barriletes. Le enviábamos mensajes, un papelito agujereado en su centro y a través del hilo. El que más mensajes enviaba, ganaba. Esos barriletes aún están remontados en mi corazón y, sinceramente, no sé cuándo gané o si alguna vez perdí el juego. Sólo sé que están colgados del cielo de mi infancia.


*de Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar






La hora de las palabras*


La lectura es un puerto de partida, un viaje, una aventura, una ventana, un horizonte. Los libros nos hacen por dentro, aún los que no leímos forman parte de nuestra subjetividad. Se derraman en adjetivos en nuestras charlas: quijotesco, dantesco, kafkiano. Se entrelazan con las imágenes del cine y con los cuentos que nos narraron. Se hacen amigos nuestros que comparten el hastío de la espera. Descubrimos que hay autores, personajes que pensaron y sintieron como nosotros y pueblan nuestra soledad. Nos vuelven detectives que buscan lo escondido del iceberg. La literatura tiene muchas formas de nombrar y contar los pocos temas elementales. Los libros son escaleras para escaparse de la banalidad. Instrumentos para reflexionar. Maneras de salir de un mensaje único que la sociedad de masas (a través de los medios de comunicación) tiene preparado para nosotros. El sentido de la vida puede estar en la línea de un libro, o quizás el sentido sea su búsqueda. Ese viaje nos dará el placer de encontrar fulgores dormidos en sus páginas que algunas veces se despiertan con nuestra mirada.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com














*


Tu voz

Templada y suave

No concuerda con la mía

La que verborragia e indisciplinada

Trina con expresiones esforzadas

De acento atento y bizarro

No soy yo

En realidad no se quien soy

Con las facturas del pasado dando vueltas.-


*De Azul. azulaki@hotmail.com










ZAFARRANCHO*



*Por Roberto Felipe Fernández Del Percio. rffsol@yahoo.com.ar



“Tu corazón es un barco…sin timón…sin timón...”
Con melodía de cumbia, José cantaba su alegría-o tristeza-, parado sobre la escalerita de la trompa corta de la locomotora, vigilando que los cambios de las vías estuvieran correctamente ubicados para entrar un vagón en reparación, en la sección pintura del taller de Liniers, mientras el viejo Tony conducía lentamente. Era la sección del Pelado y se sentía su ausencia.
Los ingleses habían hecho un diseño del ferrocarril, de sus playas, de sus talleres, de las estaciones, como para que duraran mil años sin necesidad de hacer ninguna modificación importante. Eran genios, verdaderamente genios...y por supuesto, turros. Hicieron todo para su conveniencia, como el trazado de las líneas convergiendo hacia el puerto de Buenos Aires, en detrimento del interior. Pero como dicen en mi barrio,”la culpa no es del chancho”...
Sucedió que la tranquilidad del final del verano de 1982 no fue tan calmo.
- Vos Pelado recién te habías ido a España, lógico, si no te la daban. Pero las cosas cambiaron bastante de un mes para el otro.
Al final de marzo, y a pesar de que los gobernantes de verde oliva habían limpiado de todo mal a la Argentina, todavía había personas que no disfrutaban de la paz imperante y un reclamo generalizado inundó Buenos Aires de gente con miedo, con odio, con ganas de cambiar todo, y... que cruel es la historia cuando un pueblo se cansa de cómo vive.
- Para el 30 hubo una convocatoria de la CGT y yo estuve ahí. Habíamos salido de los talleres de Liniers a las 14.30 como todos los días, pero en lugar de irme para Morón me fui con Luis para el centro. ¿Te acordás de Luis? El pibe que entró de oficial chapista…ése que le gustaban más las piñas que el asado. Vivía en la villa de Boulogne… flor de pibe era. Llegamos a Once. Ahí no había clima de nada, pero mirando más detenidamente a nuestro alrededor, se veían más polis que seres humanos; de civil, escamoteados, metamorfeados; polis por todos lados. Era evidente que ellos también tenían miedo. Dudamos que hacer, queríamos ser valientes pero no héroes así que el Luis- que como te dije le gustaba la rosca-, vio tan desigual la cosa que me planteó su disconformidad a mi, que teóricamente tenía mas experiencia.
-Che, pará Caño (en el taller me decían Caño por como jugaba al fútbol y a partir de ahí mi nombre y apellido desaparecieron para siempre); esto está mas denso que un Boca-River viejo, ¿adonde vamos?
-¡Boludo! ¿Que pasa? Vamos a la marcha del centro, de la CGT, y si no fue nadie o esta muy pesado rajamos…vamos al cine… ahí está,… si nos para la poli, decimos que vamos al cine, al boleo, a lo que nos guste de lo que den...a Lavalle...dale, dejate de joder, no me arrugues ahora que yo sólo no voy ni a la esquina.
Entramos por Avenida de Mayo y al llegar a una cuadra antes de la 9 de julio el ambiente era otro. Ahí estaba todo más calentito. Decenas de pequeños grupos de a dos, de a tres, de a cuatro, no más, se encolumnaban casualmente en la misma dirección.
¿Íbamos todos al mismo cine?
Ambos bandos nos teníamos respeto y miedo, pero sobre todo ganas. En el fondo, ellos querían pegar, pero pegarnos a los miles que estábamos en la manifestación, no como todos estos años que nos agarraban de a uno o de a dos. Nosotros también, pero preferíamos que la cosa fuera más de igual a igual, como si uno quisiera invitar al cana, al milico, a que se quite la cartuchera para ver quien era mas macho. Hubo rosca, quizás la primera grande en muchos años. Los verde oliva venían mal desde hacía meses, porque sentían que el pueblo no los quería ni en figuritas. Estaban acorralados, pero para mostrar hasta donde se la jugaban por las causas nacionales y populares, nos tiraron a las Malvinas por la cabeza. Por primera vez en nuestras vidas estábamos en guerra de verdad, no como siempre, entre nosotros, sino contra otro país, y nada menos que contra los piratas.
-No era joda Pelado, salíamos de una y nos metíamos en otra. ¡Este ispa se va al carajo!, nos dijimos con Luis. Hicimos actos de solidaridad en el taller para con los soldados, a pesar de la burocracia del sindicato que no quería lolas con nada. Ellos estaban para la ropa y los botines, como siempre, siempre forros. Nosotros no. Palo y palo. Hicimos petitorios donde exigíamos que mandaran a los voluntarios y no a los pibes. Juntamos comida, frazadas. Que se yo, reclamamos tantas cosas, pero como se las pasaban a todas por las pelotas, al final no pedimos más nada. Y ya sabes Pelado: durante cuarenta días, según la tele y los diarios, siempre ganábamos por goleada. Hasta que de pronto, una frío polar nos congeló la sangre. ¡No lo podíamos creer! ¡Se habían rendido los muy hijos de puta!, eso sí, con la bendición del Santo Padre que nos visitaba… casualmente.
Un huracán de bronca, de sentirnos ovejitas de sus trasnochadas, nos llevó otra vez a la plaza, pero esta vez rompimos y tiramos todas las piedras que pudimos. En el grupo no éramos dos, éramos como cinco y hasta el pesado de Tati estaba. Con ese si que me animaba a ir a las Malvinas. ¿Y a que no sabés quién vino también?; el inglés Jones. Era de los más guachos cuando había que dar. ¡Parece genético che, de familia, como si la raza fuera así de peleadora...! ¡Como metía miguelitos por todos lados!
¿Si se cayeron? ¡No, que se van a caer… A los milicos los tiramos nosotros viejo! El populus. Fue knock-out. Y no fue técnico, fue del otro que ahora no me acuerdo como se llama, ese que el tipo cae despatarrado en la lona y le cuentan como cien pero no se puede ni mover.
Y cuando todo despacito volvía a sus cauces de democracia, sin milicos cobardes en la Rosada, cuando todo era ganancia, asado, reorganización sindical, nuevamente las chicas pizpiretas y con ganas, los amigos guitarreando a la Sosa y a todos los prohibidos, se nos metieron los pibes en el taller.
No los habíamos olvidado,¡ por Dios!, pero no conocíamos a nadie que de verdad fuera uno de los que mandaron a la isla. ¡¡ Pelado, eran pendejos, recontra pendejos!!
Tomaron como a diez en los talleres y tres fueron a mi sección de chapa. Te juro que no sabíamos que decirles, como tratarlos.
Uno de ellos, Fabián, había estado día y medio en un bote en el océano por el Belgrano. ¿Te acordás del Belgrano que los piratas hijos de mil putas hundieron fuera de la zona de exclusión? Imaginate, más de treinta horas en el mar del sur, invierno, esperando que los tiburones, las ballenas, los ingleses, los yanquis, los curas, no sé, alguien ó algo, se los lleve al otro mundo. Parece que el milico a cargo de los náufragos (creo que un cabo de la marina: ojo, hay gente de los milicos que se salva) lo cagaba a sopapos para que no se duerma porque decía que si no se iba a congelar y se moría seguro. Dicho y hecho, así se salvo.
Los veíamos tan pendejos que de solo imaginarlos con la metra al hombro en las trincheras frías esperando a los piratas para matar o morir, nos hubiéramos puesto a llorar con ellos. ¿Como pasó? ¿Como fue que pasó todo esto?
Ni los abrazamos, ni le hicimos un acto, ni un asado para felicitarlos, ni una medallita. ¡¡ Nada Pelado, no hicimos nada, que desastre!!
Tenías que verlos cuando el capataz se iba a dormir la siesta después de comer y el taller era nuestro por una hora. Nosotros le dábamos a la changuita, hacíamos cuchillos, boludeces, y ellos jugaban al carnaval, en zafarrancho de combate, en posición de tiro, cubriéndose la espalda pegada a los vagones, achicando en cuclillas todo el cuerpo, saliendo inesperadamente de cualquier lugar del tren que estaba en reparaciones para sorprender con un sachet de leche (que les daban a la mañana y se lo tomaban en un minuto) pero lleno con agua, en la cara o el cuerpo del contrincante. Jodían que estaban en guerra entre ellos y te daba miedo.
Al final, terminamos contentos de tenerlos en el taller y me hice amigo de todos, en especial del Fabián, el del Belgrano.
Ojo, iban al frente contra todo. Ni te cuento el picnic que se hacían contra los burócratas del sindicato, a esos que les gustaban el sillón y la oficina calentita. Los bajamos a todos. Es que después de haber tenido a los piratas enfrente ¿no?
-Caño, vas a ser nuestro delegado- parece que se habían juntado entre ellos y me habían elegido- y ahí empezamos con todos los reclamos. ¡¡Que los parió!! Hicimos un montón de cosas en un par de meses.
Todo venía mas o menos bien hasta que uno de ellos, uno que era bastante calladito, el “mono Sergio”, que nos habíamos hecho amigotes, se nos fue de las manos. Te cuento esto y se me hace un nudo en la garganta y como que no me dan mas ganas de nada. Pero mirá, te la hago fácil: con dieciocho o veinte años, sin una explicación de porque él había sido elegido para defender a la patria cuando no quería defender a nadie de nadie, ni en contra de nadie, ni a favor de nadie. Cuando lo único que quería el recontra pendejo en la vida eran minas, pachanga y unos mangos. Que lo agarraron por sorteo, le metieron el casco y ¡dale flaco, a tirar tiros para allá! Que cuando volvió no le pusieron ni un sicólogo ni nada. Es como dicen las estadísticas Pelado, es creer o reventar. De los pibes combatientes, uno de cada diez quedó trastornado y pasan dos cosas, o queda pirado para siempre o se emboca. Son las estadísticas y las leí no sé ahora adónde.
Ya sé que te morís por volver, que te devuelven tu lugar de trabajo, que te pagan unos mangos por el tiempo que te comiste en cana, que ahora no están los milicos, pero no es como vos decís. Para ver un mango en esta Argentina puta tenés que cantar como Gardel. Hasta se rumorea que quieren cerrar o vender el taller. Te digo más; estoy seguro de que no nos regalan a los 700 obreros con un moño y todo a los nuevos dueños ¿sabés porqué? porque no nos quiere nadie.
¡¡No, Pelado!! ¡¡ Aguantá!!…
¿Te conté que el Fabi y yo estamos haciendo los trámites de la ciudadanía gallega, y que, si nos sale todo bien, a fin de año nos vamos para allá?.. Escuchá esta…nosotros chapistas y vos con la pintura tenemos que hacer muy buenos mangos en Madrid o en Barcelona. Que se yo. De última, si nos va mal, hacemos zafarrancho de combate y nos vamos a Estados Unidos. O nos volvemos a Liniers y que se vaya todo al carajo… ¿Qué opinas Pelado?

A nuestros jóvenes soldados que pelearon en Malvinas.





MALVINAS ME LLAMA*



(El Regreso del soldado)


*Por Celso Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar

DACIO (Mi hijo), volvió a las Islas Malvinas en diciembre de 2006, 25 años después de haber combatido en la guerra en 1982. Durante ese tiempo su anhelo fue volver para reencontrarse a sí mismo y reconfortar su espíritu.



I


¡Malvinas me llama!
Tiembla mi voz,
Mi pecho se inflama,
La sangre reclama,
¡No puedo faltar!…

Volver a ese cielo,
tras tanto anhelar,
Ya sin truenos, sin humos!
¡Pisar ese suelo,
de huellas sangrientas!
¡Enfrentarme a ese mar!


¡Ver ese horizonte,
Quebrado por lomas, llanuras y montes!
¡Volver a esas islas, aún irredentas…!
Sin frío, sin hambre, Ni carnes sedientas…
¡Sin odio al inglés, y sin odio al sargento!

///
¡Con un camarada,
Subir la ladera, al silbido del viento!
Y en la cumbre del monte…
¡Sentir el alivio
De aliviar lo que siento…!

///



II

¡Madre!
Me abrazo a estas cruces,
Que claman al cielo…,
Como garras blancas, de amigos inertes…
¡A quienes luchando, sorprendió la muerte!

Con turba en el llano,
Sus cuerpos envuelven.
Aquellos niños héroes
Que hoy nadie conoce,
Y que ya no vuelven…
Rezo por ellos…y rezo por ti…
¡Y mi alma me dice, que velan por mí!

Cumbre doble, de cimas mellizas…
Y aquella covacha
De piedras muy lisas…
De noche llorando
De ausencia y de miedos
Soñaba temblando, llamándote: ¡Madre!
Para que me arropes,
Y acaricien tus dedos…

Beso las rocas, escarbo la arena;
Por todo hay señales,
Esquirlas y vainas, borcegos y mantas…
¡Y eso me serena…!



III

Quizás seamos héroes,
Mis hijos lo afirman..., y tiene sentido….
Una gaviota distrae su vuelo…
Y escucho un gemido;
Como si Dios me hablara en ese graznido…
Su voz clara siento;
En los valles el eco y el ulular del viento:
“Aquieta tu aliento, y tu corazón dispone,
Más, dónde pregones…
¡Pregona la paz...!





Oscilación de un cuerpo sobre sus péndulos*



Estas calles se ejercitan con mis pasos.
Salgo a su sombra cada noche,
con la infancia recogida
en los bolsillos de mi abrigo.
Total, poco me importa
salir cuando el sol, resonante,
doblega la impronta del silencio.
Los otros instantes de luz
naufragan en la cotidianidad de mi vicio:
Guerra de sudor y miedo.
Estas calles se ejercitan
con mis pasos,
las llevo tatuadas como flores chinas:
Lotos flotantes en la perpetuidad de mis recuerdos.
Estas calles me transitan
y en la lascivia de sus muros
y la sordidez de su asfalto,
se va agotando mi vida.
Soy estas calles
que con el atardecer
lloran.


*©Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
http://www.danielmontoly.blogspot.com/







EMPECINADAMENTE AZUL*



Te escribo con azul porque el azul es el color de mis sueños.
Quiero contarte de una aldea que está donde termina el mar
Allí comienzan las verdes colinas del regreso.
En aquel lugar he desayunado con pétalos de azúcar.
La muñeca de palo, me miraba, con sus ojos enormes de carbón.
Me dijeron que el viento ha quebrado los últimos geranios del verano.
Que se han marchado los niños y los cuentos.
Un aura fantasmal envuelve los retamos.
Son los únicos que se niegan a partir.
Se ha marchado el baúl de la abuela.
Dónde esconderé mis miedos, me pregunto.
Dicen que el molino esta quieto, la brújula partida y la silla rota.
Que las palomitas de maíz han huído.
Que Caperucita se ha comido el cordero disfrazado de lobo
Que a Pinocho no le crece la nariz, aunque mienta.
Que la madrastra de la cenicienta tiene micro hornos.
Que el sapo no es príncipe, ni el príncipe es el sapo.
Que Blanca Nieves mide 90-60-90.
Que a los cinco chanchitos los venden en la feria.
Que el pan es pan y el vino, vino.
Que las fábulas se escriben en los Diarios.
Los cuentos son alimentos diarios.


Te escribo con azul empecinado.
Empecinadamente azul color de sueños.
Amarillos retamos, baúl, silla, muñeca de madera.
Esperen. Espérenme. Quizás aun sea posible, el regreso.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar




*

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