sábado, abril 21, 2012

SU CORAZÓN SIN GUANTES...


*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu




«Bruma»


*Cristina Castello. castello.cristina@gmail.com



El planeta es una niña ultrajada
Con días sin muñecas y ojos sin pupilas
Su valijita espera en un andén cualquiera
Junto a millones de dolores sin eco
Un tren que portará a la tumba su corazón sin guantes.


Un brote deshojado en mi pecho es el mundo
Agujero de piedra, brecha de vacío
Todos los cálices convergen en mi sangre
Soy una fuente en actitud de entrega
Pero la herida atraviesa la boca del poema
El desamparo reta al cielo
Y sacude el alma de la tierra.
¿O acaso Dios ha muerto?
Desamparados todos
Desamparada


¿Por qué mis ojos miran los adentros
¿Y por qué a mis ojos los miran los adentros?
Nadie responde sino el Absoluto.
Cristal y acero soy pero todos ven la espada
Y nadie imagina mi astilla de cristales.


Resistiré blindada en poesía
Resistiré asida al murmullo de los astros
Resistiré encaramada en la cima de una hierba
Prendida a esta luna de nieve navegante de brumas
Que me mira desde el follaje del árbol que la mece.


Todavía puedo abrir las manos a mis otros
No moriré sin ver que Cristo tañe en la valijita
No moriré sin que la brújula presagie una epifanía.



© Poema extractado del poemario «Orage/Tempestad», segundo de los cuatro poemarios bilingües (francés-castellano) publicados en París por Cristina Castello. Octubre de 2009. Frontispicio para este libro (poema escrito para la autora) de Antonio Gamoneda; prólogo de Thiago de Mello.

Sitio: http://www.cristinacastello.com
Blog: http://0z.fr/MDxe6




SU CORAZÓN SIN GUANTES...





 LOCO LINDO*

               

*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


 1.  
            
           
A lo mejor son cosas que uno inventa. A lo mejor son lentas cosas de otro tiempo que a nadie interesan. Pero El Kelo –la resonancia de su nombre al menos- era algo así como ese barrilete multicolor que se elevaba orondo en el añil sereno de diciembre.
            También era el mundo que abría otros horizontes, algo que excedía esa cortada donde crecía la gramilla y la quinta de don Clemente Gerlo –que era alternativamente: torre enemiga, barco pirata, casamata de guerra, pero algo que se debía abatir-.
            Nosotros sabíamos que dentro de ese gran perímetro de verdes paraísos y traicioneras acacias nos esperaban las ciruelas “de muslo de dama” dijera Baldomero, los higos de más sensual pulpa, los duraznos incitando a la gula.
            ¿Qué más era el Kelo? Qué más era él, o sus improvisadas apariciones, o sus cartas remotas, sus postales, sino el mundo lejano, el murmurar de las tías, las incomodidades en el resto de la familia que inmediatamente se dividía ante la aparición de “ese loco lindo” como decían algunos o ese “charlatán” según la opinión de los duros.
            El Kelo era un relámpago de dicha para la abulia del pueblo.
            Opinaba descaradamente de los temas que con más celo guardaban las tías.
            Enfrentaba abiertamente al abuelo, “en una actitud de sacrilegio” decían las tías, en actitud “de justicia” decía mi abuela, en posición francamente valiente decía yo que como todos los primos temía la fácil irascibilidad del abuelo.
            Han sido los años los que percudieron sin piedad sus fotografías. Fueron los años los que separaron mis propios sueños de los que él mismo inventaba. Pero todo es peor. No son los años los que separan al Kelo de este hombre que escribe estas palabras. Son nuestras propias ausencias las que lo han ido envejeciendo a él y a mí me han hecho hombre con una impiedad de invierno. Todo esto mientras una niebla implacable nos iba transformando hasta las últimas calles del pueblo, hasta tornarlo realmente irreconocible.
            Y éste sí, -no cabe duda- es el más feroz de todos los castigos.

                                                   


2.
           
           
En uno de esos pueblos desolados de la pampa nuestra se encuentran dos hermanos que no se ven desde hace años, desde que eran jóvenes.
Uno de ellos –que viene del sur en esos altos micros azules que cruzan como un veloz velero el mar amarillo de la pampa- es mi padre, y así me refirió el encuentro.
Se habían detenido en ese pueblo miserable, en la mera ruta prendida como un abrojo a la pampa, donde medraba una estación de servicio y  paraban los ómnibus y no faltaba un pequeño barcito para probar un bocado o tomarse algo caliente.
Las pocas casas diseminadas por los alrededores eran desvaídos islotes en el medio de esa pampa inabarcable.
Mi padre sale a estirar las piernas por la vasta playa conteniendo manchas de aceite, mugre que desde la última lluvia nada sabía de limpiezas.
De pronto siente una mano en uno de los hombres y apenas vuelve la cabeza reconoce al Kelo que lo mira sonriente, con la naturalidad de alguien que comparte los días con nosotros, casi con el mismo aburrimiento.
            -Hermano –le dice el Kelo-, tanto tiempo. Vení, tomemos algo.
            -No –le contesta mi padre-. Tengo miedo que el micro me deje en este pueblo miserable.
Y se volvió sobre sus pasos sin siquiera saludarlo. Tal vez el pobre Otoño le iba poniendo el último brillo del día sobre su lustrosa campera de cuero.
            De este desamor, de esta locura debo extraer mis versos.
            De esta indiferencia vengo.





Cristina Castello, o «La Sed de poesía y de hermosura» *




*Por André Chenet


Presentación de Orage/Tempestad de Cristina Castello en la Maison de l’Amérique latine à Paris


Con un frontispicio de Antonio Gamoneda
Un prefacio de Thiago de Mello
Edición de arte acompañada de una combustión de Christian Jaccard
Edición para todo público, ilustrada por reproducciones de pinturas sobre papel de Odette Beaudry
Bilingüe: francés-castellano


Si tuviera que expresar en pocas palabras lo esencial de Orage, con mucho gusto citaría algunos versos del poeta brasileño Thiago De Mello, quien brindó a Cristina un espléndido prefacio, colocándola enseguida entre sus pares en la gran e intensa tradición de la lengua hispánica.

«…el mayor dolor
siempre fue y será siempre
no poder dar amor a quien se ama,
sabiendo que es el agua
quien da a la planta el milagro de la flor»


Extracto de «Los Estatutos del Hombre», de Thiago de Mello. Traducción del portugués: Pablo Neruda y también este extracto de su poema « Iniciación del prisionero», en «Canto del amor armado», 1979:


«Amor es una alegría
que nadie sabe, libre y luminosa
como las lanzas de sol de la rebeldía,
que es amor, es brasa y de repente es rosa»


Cristina, otra «pasajera considerable» hizo suya la fórmula decisiva y sumamente actual de Rimbaud: «También se ha de reinventar el amor». Y es lo que hace cotidianamente, sin fallar, sin desanimarse, enfrentándose con la desesperación y los inevitables golpes de la suerte con un Valor sin par.
Cristina escribe la Rebeldía inevitable, ese irreprimible movimiento del ser, donde se encuentra la única respuesta exorcizante plausible y eficiente para enfrentarse con las injusticias, la estupidez, el odio y la codicia que caracterizan al mundo humano devastador; mundo en el que todos nosotros –los locos de poesía- nos afanamos de manera más o menos desigual para SOBRE-VIVIR, sin negociar una onza de nuestra integridad y de nuestro fervor.

Escribir y vivir la poesía, sin la menor separación entre el decir y el hacer, ésa es su profesión de fe y «en un mundo donde», como dice Alain Badiou «cada uno sigue su propio interés, interés establecido en sistema, en modo de vida, escribir tendría que ser una entrega personal, un olvido de sí mismo». El poeta marsellés Gerald Neveu nos legó antes de acabar con su vida de lobo enjuto, acosado por la miseria, esta inagotable y maravillosa definición de la poesía, entre otras tantas posibles:
«La poesía es salir de sí para dejar que entren los demás»

Añadiré a todo esto un extracto de mi poema titulado «Exilio de la poesía» que me inspiraron directamente, en el sentido potente de la palabra, los poemas que había recibido por correo electrónico de la misma Cristina. En aquella época había entrado en contacto con ella para pedirle permiso de publicar uno de sus artículos en la revista en línea DANGER POÉSIE (PELIGRO POESÍA), e inmediatamente nos apreciamos y reconocimos. Me parece necesario precisar que cuando escribí ese poema (3 de septiembre de 2009), aún  no había leído Orage/Tempestad. A continuación, el final de mi poema:


«¿No es la poesía el arte
De desanudar nudos de serpientes
Para encontrar el paso perdido de la eternidad?
Soledades se desposan
En las escansiones y los fragores del VERBO
Piedra de toque ardiente de las altas migraciones
La poesía eres tú mujer que su piel despierta
Mujer de dedos sanadores de aliento perfumado

Camino sobre nubes con una tempestad a mi lado
Tropiezo con las cimas me tambaleo entre los abismos
Cada estrella es un espejo mágico donde te reflejas
Donde me complazco IMAGINANDO las variedades de tu cara
Tu voz toma forma de poema
Para liberar todo lo que en nosotros hay que liberar
Te vuelves fiera a la hora de la acción
Exiges belleza para todos los desterrados»


Cristina nos entrega un libro Verdadero, esencial, escrito en carne viva, donde se expresa una pasión brillante y necesaria, tanto como es necesaria la poesía, esa pasión vital que ella domina hasta en los fulgores de las metáforas. Éste es un libro lírico, carnal y espiritual, bajo el triple lema de Ares, dios de la guerra, de Afrodita, diosa del Amor y de Orfeo, el compañero de iniciación de los poetas.
Para concluir no puedo menos que mencionar este dicho español que probablemente tiene un equivalente en todas las lenguas:


« Sin amor no se puede vivir » *
que no puedo menos que completar con:

« Sin poesía tampoco »*
                                     

*André Chenet, 8 septiembre de 2009
    Traducción del francés: Denise Peyroche

* en español en el texto original
* Orage/Tempestad, es el segundo de los cuatro libros bilingües publicados por Cristina en París





QUE TU COLOR ME CUBRA PRIMAVERA*



“La vida es mucho más pequeña que los sueños”.
ROSA MONTERO


La mujer viste de rojo, leve rojo caído.
El pelo es un breve destello de la noche.
El espejo solo refleja su espalda.
Hace zapping de amores


La foto, solo una pequeña parte de historia.
A su derecha Bob Marley y su hijo.
A su izquierda La Pantera rosa y su hija.
Por el pasillo descarnado su padre huye.


La madre se esconde detrás del espejo mohoso.
Al frente un hombre que ya no ama. No lo amará jamás.
Vientos, veranos y espigas, han quedado en ayeres.
También parece que el OTRO es "mas pequeño que sus sueños."


Una ecuación tardía: ¡Que tu color me cubra, primavera!
“Picture en Picture” Una línea azul y un dogo muerto
Entre la tierna imagen de la muerte. La mujer queda excluida.
Hay que traducir la paradoja.


*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







Meditaciones matinales*


XI


Sentado aquí, ante el portal de esta mañana de otoño; esta mañana que va levando sus banderas de luz para ser cruzadas por vuelos de pájaros, hierbas, voces, motores, andantes, ladridos…
... Una vez más me pregunto ¿Qué sostiene a mi barca ósea que navega este mar de sueños? Es en este momento cuando aparecen, entre las velas de la barca, los agarramanos y sus claridades:
Mi primera pedaleada, sin caerme, en ese pueblo. Las conversaciones, desde niño, con mi abuelo Homobono y las que tuve, caminando las sierras de Río Ceballos, con mi abuela Elvira juntando menta peperina. La barra de chicos con idas a la matinée, correrías en bicicleta, picados de fútbol. Las amistades que fueron eslabonándose con el paso de los años. Y que perduran. La buena gente y su inteligencia que supo y saben dar luz a mis oscuridades. Las flores de los árboles que apacientan la mirada y, luego, las dejan caer lloviznalmente en colores.
Esa llamada telefónica, en ese momento apropiado.
Leer un buen libro para mi gusto.
La sonrisa de cualquier niño.
Una hermosa mujer que pasa.
Tu amor, con los altibajos de la vida, que aún perdura.
Mi barca sigue navegando en esta mar sin fin y de gratuidad que es la vida; persiste pese a los peros, lo que me hace decir, citando al poeta: “amanece, que no es poco”…



*De Oscar Angel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar






Veneno*



 *Por Juan Forn



Se puede decir que entré en la literatura por un ascensor. Me explico: cuando tenía quince, un vecino de mi edificio nos oyó hablar a mis amigos y a mí en un viaje en ascensor, y nos invitó a su departamento en el noveno piso. A partir de ese día empezó a pasarnos libros, recomendarnos películas y ponernos discos, y poco a poco, en aquel living a media luz en plena dictadura, nos hizo entrar a un mundo en el que James Dean le leía a Marilyn el Ulises de Joyce, Dylan Thomas volvía de su última curda al Chelsea Hotel,
Coltrane intentaba llegar con su saxo hasta donde Charlie Parker había comenzado su caída libre, Fitzgerald aconsejaba con su último aliento a Faulkner que huyera de Hollywood, Pollock tiraba pintura como napalm en toda tela que le pusieran delante, Sylvia Plath despertaba de su primer electroshock y Burroughs le daba un balazo en la frente a su esposa jugando a Guillermo Tell en una pensión mexicana. Creo que ahí empecé a entender la literatura desde adentro, aunque me di cuenta mucho después. Esa matriz me quedó para toda la vida. He tratado desde entonces de llenarla de otras cosas, de diluirla en mí, mudar de piel, dejarla atrás. Pocas cosas me decepcionan como la literatura y el cine y la música yanqui de Reagan para acá. Pero igual tengo esa matriz en el adn, y me delato cada tanto: la
exposición muy temprana al American Way deja una impronta que se les nota para siempre a sus víctimas.
Déjenme ahora ir un poco más atrás en el tiempo. Mi padre acababa de casarse con mi madre, o quizá fue antes. El ya trabajaba como ingeniero en la empresa de caminos de mi abuelo: en realidad había querido ser dibujante, pero su padre lo necesitaba ingeniero como él (mi padre era el primogénito),
así que mi padre fue lo que dijo su padre. Viene entonces Walt Disney a la Argentina. Sin decirle nada a nadie, mi padre deja en el hotel donde se aloja la comitiva una carpeta con dibujos suyos: no había un solo diseño propio, eran simplemente acetatos perfectos de las epónimas figuras de Disney. Pero todo en ellas era increíble: el color, el trazo, la continuidad. Y no Made in USA sino Made in casa por él solito, en sus ratos libres. La gente de Disney le ofreció trabajo bien pago en su factoría de Los Angeles. Mi padre lo mencionó en la mesa familiar esa noche. No hizo falta que mi abuelo levantara su voz de trueno contra él. Mi abuela, que no era de interrumpirlo nunca, se le adelantó. Mi abuela había nacido en
Inglaterra. Era, y se creía, criolla de pura cepa, no había vuelto a Inglaterra más que unas pocas veces de paseo, pero hasta el día de su muerte conservó su pasaporte inglés, como un secreto certificado de pedigree, como un recuerdo de otra vida.
Mi abuela sabía que mi padre leía la revista Time y fumaba cigarrillos norteamericanos y copiaba los gestos de los galanes de las películas norteamericanas. Mi abuela sabía también que una gran amiga de mi madre, casada con un amigo de mi padre, vivía en Los Angeles, vivía bien en Los Angeles y había recibido en su casa a mi padre y a mi madre durante su luna de miel. Todo eso lo podía aceptar. Pero que un hijo suyo, ese hijo precisamente (mi abuela tenía algo especial con mi padre: ese cariño callado de las madres que ven lo tremendo que es el padre con el primogénito), que ese hijo se le fuera a vivir a California, al epicentro del mal gusto norteamericano, era sencillamente inaceptable para ella. Le dijo con su voz
pacífica de siempre: "Ese país no es para vos, hijo". Mi padre pudo haber tenido la vida de sus sueños trabajando para la Disney, jugando al golf y tomando martinis al atardecer en la costa californiana, y yo me salvé de nacer allá, porque mi abuela le hizo sentir con una sola frase que ésa no era una vida para él. Y nunca más se habló del asunto. Mi padre fue ingeniero el resto de su vida. Nunca más dibujó, que yo sepa. En cambio, ganó plata.
Mientras tanto yo crecí y llegó mi adolescencia, mi rebelión, empecé a practicar todo lo que a mi padre le daba tirria: el desorden de los sentidos, básicamente. Yo escribía poesía, yo odiaba su utopía de pacotilla, eso que Henry Miller llamó la pesadilla de aire acondicionado. Lo asombroso fue que elegí como guía, como padre espiritual en la construcción de mi utopía, a un tipo que me inoculó la versión alternativa del Mito USA: el desorden de los sentidos American Way. En la Argentina de la dictadura, yo quería ser un beatnik. El demonio, como sabemos, tiene muchas caras. Uno vuelve la vista atrás y ve cada encrucijada en que se cruzó con él (Kierkegaard decía que el problema de la vida es que se la vive para adelante pero se la entiende para atrás). El demonio es básicamente un veneno. Para que funcione tiene que haber algo en nosotros que responda a él: el veneno funciona si hace contacto con eso. De manera que reconocemos al demonio cuando ya lo llevamos dentro. Aquel vecino del piso nueve, aquel
tipo que nos abría la cabeza a base de libros, discos y películas, tenía una hija. Era viudo y tenía una hija que era bastante menor que nosotros y que, de un día para el otro, dejó de ser la pendeja amarga y anteojuda que se paraba desafiante delante del sofá donde nos desparramábamos para decirnos:
"Ustedes no son beatniks". Volvió de un verano transfigurada en una beldad que te cortaba la respiración. Mentira: no era tan linda, pero a nosotros tres nos cortaba la respiración. Era una morocha argentina. Por ella se pudrió nuestra amistad y por ella nos peleamos con su padre, cuando pescó a
uno de nosotros en la cama con su hija y nos echó a patadas a todos de su departamento, y puso a su hija pupila en un colegio en Córdoba, y nosotros terminamos el secundario y rumbeó cada uno para su lado.
Cuando ese tipo ya llevaba tiempo largo bajo tierra, y mis amigos de entonces habían devenido uno financista y el otro estanciero, y llevábamos treinta años sin vernos, yo me reencontré con ella. Nos cruzamos acá en Gesell, ella había venido por unos días. Tiene el pelo gris y la cara hermosamente arrugada y es una especie de pachamama, de monja zen, que habla poco pero te la pone con lo poco que dice. Por ella supe que su padre era de la CIA. Nada especial: un perejil, nomás. Técnicamente hablando pertenecía al UCIS, el departamento de extensión cultural que, en cada embajada americana del mundo, solía ser la tapadera de la CIA. No pudo o no quiso averiguar mucho más, y no le era grato contármelo, pero me lo debía, por amargo que fuese. Con esa misma calma sobrenatural me dijo, un rato después,
que sabía por qué yo no había ido a rescatarla de aquel colegio pupilo de Córdoba. Citó textuales unas palabras que su padre repetía siempre, y yo bajé la cabeza y no pude mirarla cuando ella dijo: "En el oficio de escribir se aprende rápido que, más útil que tener una musa, es haberla perdido".
Porque en lo más íntimo sé que empecé a ser eso que se llama escritor en aquel momento exactamente, cuando no la fui a buscar.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-192252-2012-04-20.html







Conversaciones*

(Celda XIII)


El carcelero, a veces, finge ser amable. Charla conmigo, se interesa por mi salud, por los motivos de mi tristeza; me ofrece cigarrillos, alguna chocolatina, refrescos, todo aquello, en suma, que normalmente nos está vedado a los reclusos. Me cuenta historias de su infancia y de su barrio, tratando de que olvide con la conversación la ausencia de mis arañitas. Cuando, tal vez a causa de una tenue disminución de la tensión reflejada en mi rostro, cree llegado el momento, se deja de rodeos y va en busca de lo que verdaderamente persigue: Me pregunta por Ella.

Hay ocasiones en que, por un instante, dudo. Pero esa falta de sutileza por parte de mi interlocutor es mi mejor aliado. De ese modo, siempre consigo reaccionar a tiempo, evadiendo la respuesta, aunque debo confesar que alguna vez he estado muy cerca de traicionar mi secreto. Entonces, él no puede evitar el rictus de contrariedad que deforma su cara, en especial cuando mi sonrisa le dice que su juego ha quedado, una vez más, al descubierto.

Cuando eso sucede, se terminan los refrescos, las golosinas y las conversaciones al atardecer. Pasado un tiempo, vuelve a intentarlo. A veces, yo también participo del juego: finjo hablarle de Ella, aunque no sea realmente de Ella de quién le estoy hablando, si es que en verdad hay que admitir tal posibilidad. Observo como anota con cuidado en su libreta cada rasgo rigurosamente inventado, cada matiz inexistente de la voz. Cuando termina la tarde, y el carcelero escucha mi estrepitosa carcajada, sabiéndose burlado, rompe en mil pedazos los apuntes y sale enojadísimo de la celda.

Alguna vez, no obstante, me ha parecido sorprender en sus ojos la sombra de una lágrima, y me pregunto si no será que él se siente tan solo como yo mismo y necesita una presencia inventada para soportar el peso de los días que nunca terminan. Por esencia, se sabe que los carceleros carecen del don de la imaginación. No es de extrañar, entonces, que a falta de fantasías propias, recurra a las mías.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/







“CRÓNICA DE UN INICIADO”*
(novela de Abelardo Castillo)



Conmovida por la imponencia descalabrada del dragón
a la pequeña lámina me conduje

Yo había ya lucido
enmarcada

Desanduve la sujeción de un endogámico entrevero
de cables, cordeles, piolines y piolitas

San Jorge
                harto
retaba a su caballo.



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar





*

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