domingo, agosto 12, 2012

EL REVÉS DE LA LUNA EN EL ESPEJO...

*Foto de Yanina Hinrichsen (c)  - Londres 2010





 LA LUNA EN EL ESPEJO*



No borres nuestros rostros de la heredad terrestre.
Están. Estarán, grabados la piedra.
Arraigados, en un ceibal, un camalote, un sauce.
Y te nutren, Y te nombran. Y te llaman.

No necesitas buscar en espejo de aguas.
Busca el camaleón, las algas, la bruma ardiente.
Sabes por ellos que tu huerto huele a mar.

No necesitas saber   quien es el hombre que te llama.
Búscalo en el gemido del viento.
En los cartones y en los basurales.

Y te duele la puerta cerrada.
Tapiada de cerrazón y adioses.
De mujeres solas y niños tristes.

Y el pecho se desgarra y el miedo.
Solo tú has de abrirla.
La llave está oxidada  y tus manos tiemblan.

Y buscas una señal, una bengala un beso.
Todo se deshace, como un sueño,
La miga del pan. El deseo, Las bridas.

Y cruzas ciegamente el vacío y el abismo.
Y la bestia te persigue con sus fauces abiertas.
Un terror del que ignoras su nombre.

Y te ahogas una y otra vez y otra.
Hasta que abres la puerta de tus miedos.
Y vuelves a la hormiga y la cigarra,

Y encuentras la cuna y el milagro.
La rosa de los vientos y el molino.
Y entiendes.
 Hay que mirar el revés de la luna en el espejo.
La luna en el espejo, al revés.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar







EL REVÉS DE LA LUNA EN EL ESPEJO...





LA VENDEDORA DE TOMILLO*


El país comienza a las siete de la mañana
se pone una camisa de flores
un fisco de color en los labios
un desayuno expresso

No se llama Helena
ni ha llorado luego de la conquista de Troya

Los egipcios y etruscos que compramos sus ofertas
Hace tiempo que no embalsamamos nuestros muertos

Yo voy por el bouquet garni
para cuidarme de los insomnios,
los trastornos hepáticos
las menstruaciones
y las infecciones de las vías urinarias
pues el país comienza a las siete de la mañana.


*De Reynaldo García Blanco  centrosoler@cultstgo.cult.cu





AQUELLA DELANTERA*


                                                                                    a Toto  Míguez

       
   *De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar

  
Eso debió ser cuando yo iba a la cancha por mi cuenta y riesgo, que debió ser cuando empecé la escuela primaria. Por esa razón es que yo fui tal vez de los últimos que vio a esa juguetona delantera que titularizaba en la 2ª.división del club, a la que se llamaba popularmente  reserva.
            No se bien si a los cinco les gustaba el fútbol, porque algunos abandonaron pronto. Caso del Negro Bonomi y tal vez Luisito Ardiles, o el propio Huguito Piombi que fue el primero que emigró.
            A Huguito lo volví a ver este año o el anterior en el club, después de cincuenta años y como es lógico no me reconoció. Es más, no tenía idea de mi existencia, porque yo era una nadita de pocos años cuando él se fue. Y aunque le habían dicho que en el pueblo había un escritor no me relacionó con ese pibe de cinco años que le alcanzaba la pelota cuando salía fuera de juego y ellos, los grandes se trenzaban en esos picados que oficiaban de práctica en esos tiempos.
            Fue inútil que intentara recordarle, porque tal vez el universo de los mayores no tiene en cuenta la ilusión de los chicos, aunque estos lo agiganten en su memoria.
            A Luisito Ardiles, lo cruzo a veces y hasta ha venido a alguna presentación de libros míos. Es hijo del mítico don Benicio Ardiles, carnicero y santiagueño bonachón si los hubo en mi pueblo.
            Al gran Adolfo Bonomi lo he visto siempre, ya que es mi amigo desde mis quince años, pese a la diferencia de edad.
            A Chiche Borello, ese gran amigo de los pibes lo perdí de vista hace muchísimo,  se fue del pueblo muy joven y me dicen que  también muy joven, murió. Era un puntero derecho, como se les decía en ese tiempo, que  tenía una patada de caballo. Y lo  bueno era que siempre sonreía, llevaba la alegría en todo el cuerpo, hasta cuando perdía la pelota, ni que hablar cuando hacía un gol y conste que en ese tiempo los goles no se festejaban de manera payasesca como ahora, sin embargo él era el único que los gritaba y se lo perdonaban porque era él, era Chiche  Borello.
            El otro era un delantero temible, que jugó muchos años con el once en la espalda y que junto con Chiche pasó a primera: Ismael Durán, o el Negro Durán, como prefieran. Era rápido, seguro, fuerte, hábil, buen gambeteador, y como si eso fuera poco tenía una gran potencia en esa zurda que nos supo hacer felices en aquel tiempo remoto. Era como se decía en ese tiempo: un tipo duro. Después se mudó, al parecer a la provincia de Córdoba no sin antes hacer dúo con Lallana y divertirse mucho. No sólo en la cancha sino compartiendo la vivienda que les había prestado Ramón Camiscia y ellos les robaban las gallinas a un vecino y las metían en una cacerola que al día de hoy son cada vez más grandes a juzgar por las anécdotas que circulan y se agrandan en el pueblo al correr de las generaciones.
            En esta  delantera mítica debutó una vez un jugador que hizo las delicias de una hinchada fervorosa. Y lo hizo con seguridad supliendo a otro, que pudo ser Adolfo o el mismo Luisito Ardiles.
            Sentado esa tarde en los bancos de madera que hacía poco habían puesto para la parcialidad local, junto al amigo con quien siempre veíamos los partidos, es decir Toto Míguez, es que lo vimos entrar cansinamente.
            En aquellos tiempos más lentos, era de rigor que el jugador entrara con decisión, como para dar fe de su entrega a los colores, que eran un poco más permanentes y fieles que ahora que se cambian de camiseta como de calzoncillo. Pero éste no, entró casi caminando, último, con su trotecito de compromiso, encima con una camiseta mucho más descolorida que el resto, como si no perteneciera a ese lote de once, con el color no tan rojo, porque se heredaban del equipo de primera, pero al menos era un color un poco desvaído pero uniforme. Pero esta seguramente era de un equipo muy anterior, porque los sucesivos lavados la habían transformado en un color rosado pálido y para el colmo de los colores ni número a la espalda tenía. .Nada.
            Pregunté un poco amoscado a mi amigo quien siempre tenía más información futbolística que yo.
-         ¿Y ese chacarero, quién es?
-         Es Juan Renzi, me dijo, y vive en el campo.
-         Ah, ya me parecía  -contesté- como desvalorizándolo.
-         Esperá verlo jugar –me dijo, enigmático.
Esa tarde tal vez fue la primera experiencia que tuve, el primer remordimiento por haber hablado de más. Era nada menos que Juan Renzi, Juancito Renzi o Balazo Renzi, como prefieran. Y le decían Balazo a manera de oximoron, por que era el jugador más lento que conocí en mi vida pero el más habilidoso y tal vez el que nos hizo más felices  en aquellos tiempos de ilusiones fáciles, de ilusiones posibles y más pequeñas, como nuestras almitas inocentes.
                        De esa tarde no recuerdo el resultado, pero nos dio alguna lecciones de buen fútbol.
                        Lo que sí recuerdo es que cuando regresábamos a nuestras casas lo hicimos cascoteando bandadas de gorriones que bajaban a la calle a picotear granos de maíz que se caían de los carros.
                        Y a cada proyectil nuestro la pequeña banda volaba hacia el cielo como un puñado de carbones sucios

      





ESTUPIDEZ*


Plumkier llegó a la conclusión de que era un estúpido. Había dejado pasar todo tipo de oportunidades durante su vida, desde ese amor a los 13 años al que renunció, hasta aquel trabajo bien remunerado y con horario reducido, pasando por estudiar otra carrera diferente a la que le gustaba.

Recordaba que su padre se lo decía claramente: ¿Eres estúpido o qué? Y estaba claro que no era un "o qué". Lo había demostrado siempre equivocandose en sus decisiones y errando en todo lo que hacía.
...

Ya tenía 46 años y no podía seguir así toda la vida. Buscó la manera de desprenderse de su estupidez, pero no quería hacer otra estupidez para conseguirlo, por eso lo pensó detenidamente y no puso en práctica su plan hasta que estuvo seguro que no fallaría.

Lo dejó todo una mañana lluviosa y embarcó en un vuelo directo a Kuala Lumpur. Una vez allá, subió a lo más alto de las Torres Petronas y, con enorme decisión, agarró su estupidez y la lanzó al vacío.

Fue una pena que tardara tantos años en hacerlo, porque cuando bajó a la acera y miró al suelo, pudo constatar que su estupidez era ya irrompible.



*De Joan Mateu. joan@cimat.es







ANIMALARIO (Cualquier parecido con la irrealidad es pura coincidencia)*



 *Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com


Perro callejero. El perro en cuatro patas, como un prestidigitador de sesenta y nueve sensaciones, barría con la lengua el estrecho callejón sin salida. Limpiaba, limpiaba, limpiaba hasta hacer una compota de suspiros. Metía la trompa en la boca de tormenta y el callejón se estremecía. Del otro lado alguien tiraba de la cadena supurante hasta arrancarle un collar de aullidos invisibles.


Halcón peregrino. El halcón peregrino entró en la habitación con el frasco de la noche entre las manos. No podía hilar lo que decía. No podía recordar las nubes, ni el color blanco, ni las formas. No podía recordar que los labios hasta hablaban. Con la tremenda mano en el largo cabello estiró las alas calientes. Volcó el frasco de la noche y las lunas rodaron como besos. El pájaro se disolvía en silencios y humedades. Compartió una bebida caliente, un pedazo de pan, un nombre. Luego frotó la lámpara maravillosa y se cumplieron todos sus deseos.


Pez espada. Sentado en el muelle, los pies apenas tocan el agua. Esta noche quiere ser de aire. Quiere ser de un país en el que esté amaneciendo. Flotante y descreído no escucha a los otros peces que vienen a preguntarle algo sobre las branquias y otros vocablos marítimos. Sólo aquellos de nosotros que han nacido pueden conjurar la nostalgia de los suspiros. A veces es la sed, a veces el llanto. Pero a veces es sólo el aventurero que salió del mar para perseguir los rostros del aire. Toca apenas el agua con los pies. El amor de las algas marinas invade los recuerdos, pero él se sutura la luna a las escamas. Quiere algo más que mar. Quiere respirar el aire.


El buho y la rana. El búho dijo: me gustaría sacarle unas fotos como éstas. La rana desnuda quería ver las estrellas. Me gustaría ver las estrellas, dijo la rana desnuda. El búho abrió los ojos redondísimos y dijo, póngase así, respetuoso. La rana se puso así y el cielo se abrió sobre su cuerpo. Cayeron uno por uno los astros inmensos. Sáqueme una foto bañada de estrellas, dijo la rana, complaciente. Y el búho sacó un montón de fotos movidas pero igualmente hermosas.


Ave migratoria. En temporada, se desplaza hacia la pluralidad, hacia la excitante certeza de lo vario. Del cristal de las razas puras se ocupan otros. Una partícula de aire lo abarca todo, lo penetra todo. En una rama vecina, dos pájaros mestizos respiran el mismo aire. Pasa una pájara rubia y una pájara morena, aleteando las plumas perfumadas de membrillo. En el árbol del dancing suena la cumbia como redoble de campanas y los feligreses acuden al templo. El ave migratoria también. Se acerca a una pájara colorada. Dice algo incomprensible primero. Dice algo raro después. Se debilita lo dicho al decírselo y la pájara le sonríe extasiada. Bajo las luces azul violeta de la noche el rocío los humedece. Es usted hermosa, dice él, y a la pájara se le asombra el punto único, el nervio central. En el árbol se encienden y apagan los lirios que habían bajado de la luna. Los pájaros bailan. El le pregunta si está casada. Ella dice, a veces. El ave migratoria y la pájara colorada cruzan volando al árbol de los besos. Ella cae de espaldas. El la deja caer. Caen juntos hasta que amanece. Entonces, el ave migratoria dice adiós y se marcha, porque eso es lo que debe hacer.


Oveja negra. La madre en camisón, llorando, gesticulando, comiendo cabeza abajo y regando de lágrimas la arada. La hija por nada del mundo masticaría una sola de las flores del campo. De nada le ha servido, a la madre, colocar bolitas de naftalina en las grietas de la tierra, ni bolitas de moralina entre los fardos. La hija más blanca que el alcanfor le ha salido con el alma bruna. Enamorada de las flores silvestres se alimenta de orugas y pestañas. Si no engorda, el señor Benetton la expulsará del paraíso. Por todas partes cuelgan, de los alambres negros, pájaros con carteles publicitarios y ángeles contratistas. La madre no sabe qué leer primero, si Memorias de una princesa rusa, o el Nuevo Testamento, o el Manual de las amas de casa, o la Cosmopolitan. Algo tiene que hacer con esa hija descarriada que no le dará nietos, ni orgullo, ni lana, ni nada.


Mariposa de la noche. En el centro del mundo el hombre mira a la mariposa de la noche, embarcada en una felicidad que él no le ha dado.


El. Su amante. El hombre pide la cuenta. Se la traen en una bandeja color plata. La mariposa de la noche cruza encantadoramente las patas.
El silencio cae sobre la tarjeta de crédito. La mariposa de la oscuridad se acerca al hombre. Dice algo ocultando el rostro con su mano.
El hombre ríe. En torno de ellos van girando miles de ideas que mueven apenas la cabeza y son de todos colores, a cual más luciente.
La mariposa de la noche se balancea en la madrugada vacía creando a voluntad una pequeña luna blanquísima.

*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-35059-2012-08-11.html






"Flora Futurista"*



Nos intercepta en nuestros caminos
y alecciona

Es bella
(y nos afilia a las percepciones de Oswaldo Bot)

Reímos.


*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Pictórica. 4º Edición. La Luna Que. Buenos Aires 2011






*


Huele a nube
La tierra y el silencio
Moja
Sutiles pensamientos
Vuela el viento
... En la intención
Los deseos
Pero huele a nube
El cemento
Podes venir a mojarte
Acá
En la luna
Mete los pies
Primero un dedo
Dicen que no hay agua aquí
Allá ellos


*De Maria Florencia Tous. florencia.tous@hotmail.com



***


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