martes, mayo 07, 2013

¿COMO UNA FLOR O UNA PIEDRA?



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
 
 
 
 
 
LA MARIPOSA PISOTEADA*
 
 
 
El otro lado del tapiz. Las cosas
que nadie mira...

“El oro de los tigres”

Jorge Luis Borges

 
 
Insertó en el ordenador el DVD que había comprado para grabar música y comenzó a ver a desfilar el menú para elegir escenas de “Los inmortales”. ¡Imposible! El día anterior había comprado esa película y le había salido defectuosa, la tenía en la cartera para devolverla, al ir a guardarla había sacado el disco virgen, que dejó en su buró…. Fue a su cartera y encontró en su lugar el disco en blanco que estaba segura de haber colocado en su mesa de trabajo. Volvió a la computadora, ahí estaba la caja de “Los inmortales”.
 
La vez anterior había sido un exergo tomado de El Libro de las Mutaciones, que al reabrir el documento se había transmutado en una frase de Borges. Recordaba haber dudado, como es lógico, pero al final la había dominado la certeza, como ahora con los discos, de haber escogido la frase del I Ching… Después los amigos le preguntaban por qué huía del concepto “echar raíces”… ¿Cómo explicarles estos fenómenos, apenas perceptibles?
 
La asaltó nuevamente el terror de abrir los ojos cada día en un hogar ajeno, al lado de un extraño, de no cuidar de sus seres queridos, sino los de alguien semejante. Imaginó a sus hijos (los salidos de su vientre) siendo educados por una extraña con su rostro y sus manías, que nunca sería “ella”, aunque tal vez se percatase del irremediable equívoco y – si eran copias de un mismo archivo cósmico, les suponía emociones y pareceres similares – se resignase a interpretar el personaje que le había sido asignado en la cambiante comedia de la vida… Un eterno viaje entre las grietas de la aparente realidad, siempre a un ambiente similar, salvo por esas pequeñas diferencias que iban desde la barba crecida de un amigo que había visto afeitado el día anterior, un tiesto con geranios donde hubo violetas, hasta el color de una casa de su camino habitual. Esquizofrenia, lo etiquetarían en el peor de los casos. En el mejor, se reirían de su obsesión por “detalles sin importancia”.
 
Pensó en todos los seres de la Creación, piezas de un juego mayor, fuera de su alcance, del poder de su voluntad y de su comprensión, alternándose de una realidad a otra por obra de una entidad superior. Cuántos al despertar accionarían un interruptor en el lado “equivocado” del cuarto y descartarían el error, descuido perdonable que iría a engrosar los archivos del olvido. Tantos, sin percatarse de estas “naderías”… ¿Por qué le había sido otorgada la capacidad de advertirlos, memorizarlos y hasta de intentar encontrarles explicación?
 
Sintiendo la ansiedad de la mariposa pisoteada que aún intenta, con medio cuerpo pegado al pavimento, mover las alas para recobrar el vuelo; guardó la película en su caja y se resignó, como cada mañana, a ser un pasatiempo de los dioses.
 
 
*De Marié Rojas.
La Habana Cuba
 
 
 
 
¿Cómo una flor o una piedra?
 
 
 
 
 
 
 
Fragmento de “La voz múltiple” *
 
 
 
¿Qué es una palabra agujero? Una palabra que nombra (de no nombrar no sería una palabra) un hueco. Una palabra sin referente. O con referente múltiple. ¿Qué significa, por ejemplo “araña” en un contexto literario? ¿El arácnido que segrega el hilo sedoso? ¿El simbolismo del tejido concéntrico? ¿La imagen de Dios? ¿Aracnea, la caricatura de la divinidad, la que rivaliza con lo trascendente? ¿La imagen siniestra de lo femenino? ¿La casa endeble del Corán? ¿La epifanía lunar donde es dueña de su destino, lo teje y lo conoce, detenta los secretos de lo pasado y lo por venir? ¿La inestabilidad o lo frágil? ¿Lo sucio, lo repugnante? ¿O simplemente el hueco, “cualquier cosa”, como diría Onetti?
 
 
*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
MUJERES CON ARPA*
 
 
En casa de una amiga de mi mujer
hay un libro de Ezra Pound
publicado  por Poesía Hiperión  (Madrid)
que en la página 351
tiene un poema titulado Nodier raconte
que comienza así:
En casa de una amiga de mi mujer hay una foto,
esa foto sepia, descolorida y pálida,
de la época en que se llevaban mangas anchas,
de seda, rígidas y amplias sobre el lacertus, es decir, el
antebrazo,
y decolleté…
es de una dama,
está sentada junto a un arpa,
tocando.
Pienso en estas cosas
justo ahora que lamento no haber robado aquel libro
y saber cómo terminaba la historia
pues no hay nada más sagrado que una mujer con arpa
tal vez decir sagrada no sea lo más exacto
y lo que yo quiero expresar tiene que ver con el cuerpo
esa fineza más allá de toda vestimenta
pero sólo tengo en la memoria un fisco de memoria
y a mí no me gusta visitar la casa
de las amigas de mi mujer
pues siempre hay algo que me tienta al pecado
un libro, las plantas del jardín, un gato
pero ellas, las amigas de mi mujer, no entran
en este catálogo al no ser que toquen arpa
y lleven mangas anchas, de seda,
rígidas y amplias sobre el lacertus,
es decir el antebrazo,
y decolleté.
 
 
*De Reynaldo García Blanco (Cuba, 1962) regabla@cultstgo.cult.cu
-Tomado de Campos de belleza armada
Fundación Editorial El perro y la rana, 2006 Caracas, Venezuela.
 
 
 
 
 
 
 
 
Rilke anotado*
 
 
El día me deja encapuchada en la desesperanza, una aleta de pescado me cierra la garganta, no halada, pasa el ave y la mastica. Entera.
Es el viejo regurgitar de las pestañas, la consolada imagen del becerro.
En el ventarrón de proa va su mirada.
 
No es porque sea el mío también el día
de repudio a la tortura, ni tampoco,
porque se borren de mis lágrimas los matices del rojo
es que existe
este absoluto cansancio del no ser
lo que revienta en espumas
salivándose.
 
¿Es el tiempo
una naranja partida en la batalla?
 
Y se me escapa, se va yendo, se ha ido,
con su sonido falso,
el día con tu nombre.
Mi pensamiento va contigo. millones de cantares y ninguna
muerte. Bebe. Es mi última estela,
cormorán que fulguras asido de mis alas. Ya no eres Nada.
 
 
 
*De Marta Raquel Zabaleta. mzabaletagood@gmail.com
26 de junio 2007
 
 
 
 
 
Qué tenía en su cabeza*
 
 
 
 
*Por Juan Forn
 
 
Un auto cruza Estados Unidos de costa a costa. En él viajan dos hombres y el cerebro de Einstein. El que maneja no importa; es sólo el chofer en esta historia. El que va sentado a su lado se llama Thomas Harvey, tiene ochenta años y fue el médico forense que hizo la autopsia de Einstein. Su destino es Berkeley, California, el lugar donde vive Evelyn Einstein, la nieta o quizá hija del gran científico (en los papeles figura como adoptada por Hans Albert, el primogénito de Einstein, pero dice la leyenda que en realidad era la hija de la vejez del genio). Evelyn es desprogramadora de sectas, pero Thomas Harvey no lo sabe, ni le haría diferencia: lo único que le importa es decidir qué hacer con el cerebro de Einstein. Lleva cuarenta y cinco años de celosa custodia y sabe (no hace falta ser forense para notarlo) que no le queda mucho más tiempo de residencia en la Tierra. Por eso ha aceptado el ofrecimiento del joven periodista que maneja a su lado y se deja llevar en coche de un extremo al otro de Estados Unidos, para decidir el destino de los dos tupperwares que van en el baúl.
El día que los íntimos de Albert Einstein esparcieron sus cenizas en un recodo del río Delaware, fuera de la vista de prensa y curiosos, creyeron que allí se iba todo lo que quedaba en este mundo de su querido pariente o amigo. Pero en realidad el cerebro de Einstein había quedado en la sala de autopsias del Hospital de Princeton. El forense que debía realizar la autopsia era el neoyorquino Harry Zimmerman, máxima autoridad en el mundo en el rubro patología y viejo amigo de Einstein, pero inconvenientes de último momento le impidieron acercarse hasta Nueva Jersey. Para su fortuna, el patólogo residente en el Hospital de Princeton era un joven discípulo suyo, Thomas Harvey, que aceptó gustoso la tarea. Zimmerman ordenó a Harvey retirar el cerebro de Einstein y enviárselo al prestigioso Centro Montefiore en Nueva York para someterlo a estudios pero, al enterarse las autoridades de Princeton, dijeron de acá Einstein no se va. Mientras empezaba un litigio de guante blanco, el director del hospital ordenó a Harvey que entregara el cerebro, pero éste se mantuvo fiel a su mentor y se negó. El director pidió entonces junta médica e hizo despedir a Harvey, acto que el joven forense contestó llevándose el cerebro a su casa, y no hubo cómo reclamárselo: la orden de Zimmerman había sido oral, en los registros de la autopsia no se mencionaba la disección y el cuerpo de Einstein ya había sido cremado, razón por la cual Harvey pudo abandonar el campus de Princeton en su coche sin obstáculos legales, con dos tupperwares en el baúl donde los hemisferios cerebrales de Einstein flotaban en formol.
Así comienza el derrumbe de la hasta entonces impecable carrera médica de Thomas Harvey. Despedido de Princeton, ignorado por Zimmerman (que se ha desentendido del tema con atendible motivo: está agonizando en un hospital de Nueva York), abandonado por su esposa y sus hijos (que culpan al cerebro de Einstein de haberles arruinado la vida), perseguido por abogados de la Universidad Hebrea de Jerusalén (beneficiaria del legado de Einstein), Thomas Harvey va rebotando de ciudad en ciudad: donde consigue trabajo como médico se queda, hasta que se corre la voz de que es el loco que tiene el cerebro de Einstein. Cada puesto es peor que el anterior, el último es en la prisión de Leavenworth, después ya ni como médico: termina trabajando como operario en una fábrica de plástico y viviendo en un monoambiente con cama plegable en un pueblo llamado Lawrence, en Kansas. Un día va a avisarle al vecino que se vuelve a sus pagos de Nueva Jersey: ya no tiene trabajo en la fábrica, y una vieja novia de allá lo ha invitado a vivir con él. El vecino en cuestión es William Burroughs, el legendario escritor beat, el drogón más célebre del mundo. Es igual de viejo que Harvey, vive en una casa igual de rasposa sólo que más grande, recibe a periodistas de todo el mundo sentado en una silla de plástico en medio de un living sin otros muebles, con un secretario que cada tanto le acerca un platito de caviar y le inyecta metadona. A uno de esos periodistas le habla, en uno de sus voluptuosos soliloquios, del Hombre Que Tiene El Cerebro De Einstein. El periodista se interesa. Consigue que el secretario le dé un número de teléfono de Nueva Jersey y un año después está al volante de su auto, con el viejo Harvey a su lado, haciendo los ocho mil kilómetros que hay de la desangelada costa de Nueva Jersey a las puestas de sol californianas.
El periodista cree que tiene la historia de su vida, pero al doctor Harvey no le gusta mucho conversar, el trato es que le haga de chofer, sin reciprocidades de ningún tipo, y tampoco es que haya mucho que contar: en esos cuarenta años, Harvey se carteó con patólogos de distintas partes del mundo, les envió pequeñas muestras del cerebro, pero ninguno de los resultados obtenidos lo convenció de desprenderse del venerable objeto de su custodia. Poco a poco, el periodista descubre que el viejo Harvey es como el viejo Burroughs (me faltó decir que el viaje a Berkeley tiene paradas intermedias, el doctor aprovecha para visitar a cierta gente en el camino, Burroughs es uno de ellos). Cuando, en medio de la visita, Harvey le pregunta si empezó a drogarse por dolor, Burroughs contesta: “Me gustaría decir que fue por dolor pero no, me hice adicto porque quería más de la vida. Y ahora me ayuda a esperar menos de la muerte”. Días más tarde, cuando ven asomar el mar de California en el horizonte, Harvey rompe el silencio y comenta que en unas vacaciones con sus hijos encontró un delfín muerto en la playa y que, para estupor de sus hijos (un buen patólogo siempre lleva consigo su kit), procedió ahí mismo a abrirle la cabeza y sacarle el cerebro. “Era un ejemplar magnífico. Las circunvoluciones eran asombrosas, mucho más complejas que las de un cerebro humano. Había un secreto allí que me superaba.” Y vuelve a sumirse en silencio mientras el periodista siente con escalofríos que esos dos cerebros se han vuelto uno para el viejo doctor.
El encuentro con Evelyn Einstein fue un fracaso. Harvey se arrepintió a último momento y ella también tenía sus reticencias a recibirlo. Harvey también dejó plantado al periodista y se volvió a Nueva Jersey en tren, con los dos tupperwares en un bolso. Un año después lo llamó en medio de la noche y le preguntó sin preámbulos si él también había tenido esa sensación cuando vieron el Pacífico, la de haber ido de un océano a otro, un rarísimo instante de unión con cada uno de las personas y paisajes y restaurantes y moteles y peajes del camino. “Siempre viajamos con nuestros secretos ocultos en el baúl”, agregó, y después cortó. Un par de días después, el patólogo residente del Hospital de Princeton le avisó al periodista que acababa de recibir en forma anónima dos tupperwares que contenían el cerebro de Einstein. El periodista llamó insistentemente al número que tenía de Harvey en Nueva Jersey, pero nadie contestó el teléfono.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
DARK AFTERNOON IN HARLEM*
 
 
 
Bajo del taxi en The New Canaan Tabernacle.
Al sentarme huelo orines en los muros,
escucho esas viejas canciones,
arrastradas por el viento,
salir, melancólicas,
por las ventanas de Harlem.
Distingo la sombra de James Brown
cruzar la Lenox Avenue
y desaparecer entre las luces
del viejo teatro Apollo.
En otra esquina, Mingus y su bajo
me despiertan, a ese otro mundo,
soterrado y frío,
de árboles, y sogas grises,
en lugar de pájaros.
Siento el espíritu de un fugitivo
llegando al Norte, y puños al aire, lo saludo.
Respiro en Harlem, los versos libertos
de Frederick Douglass,
y Langston Hughes,
en los ojos obnubilados
del maestro
Dizzy Gillespie.
 
 
*De Daniel Montoly©  danielmontoly@yahoo.es
 
 
 
 
 
 
 
 
En la fronda*
 
 
 
Encender una luz no basta.
En el jardín, las sombras se comprimen,
se dilatan. Asaltan.
Se refugia uno en el cuadrado de
cemento que nos resguarda
y al apagar la luz, el cielorraso
es una lámina oscura. Pantalla
que desliza imágenes...
 
Vaya a saber qué parte de mí
las trae de regreso, a veces
soy niña... Soñaba.
Flashes, voces, remansos de piano
nunca sucedido.
–la música no pudo realizarse–
 
La vida es una partitura
con instantes.
Más o menos felices
más o menos fugaces.
Pronto será tiempo de cerrar los ojos.
Voy a buscar a la niña que soñaba
voy a proponerle que aún espere,
que aún no nazca. Hay ruidos aquí afuera
en la fronda humana.
 
Vendrán tiempos mejores, propicios para ser.
¿Vendrán?  Indudablemente
encender una sola luz
no basta.
 
 
*De Miryam Seia  miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
MADRERA*
 
 
El bramido regresa. Alga marina y fango.
Detrás, una cara. Hombre de tinta.
Lo acompañan otros, muchos…
De dos en dos, a veces tres.
... Llegan por una rúa insomne.
Pasan por un frágil puente de madera.
Madrera de saudades.
No entiendo sus palabras.
Sus confusos silencios que me nombran.
Y que gritan. Que dicen tiza. Azafrán. Zozobra
Campanario. Infancia que no vuelve.
Siento el olor a sándalo.
A velas y antorchas incendiadas.
A rojo sangre pasión.
No, niña, solo las putas se pintan de rojo.
Hay un acre sabor dulce que hostiga, sin parar.
También un niño ciego.
En mi pecho dos girasoles negros.
Una caja. Un ataúd. Un féretro.
No, no. Estoy viva. No.
Me golpean en la boca del hambre.
Un hombre pregunta porque calla Dios.
Y no se que decirle.
Y callo. Una y otra vez. Callo.
Baja la frente. Alarga la pollera.
Ponte zapatos de arpillera.
Y me muerde una marea de alas de cigüeñas.
El bramido es una zarza ardiendo.
No se va con los hombres.
Vienen de dos en dos, a veces tres.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
NADA DOS VECES*
 
 
 
*De Wislawa Szymborska
 
 
Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.
 
 
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.
 
 
No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.
 
 
Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.
 
 
Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?
 
 
Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.
 
 
Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.
 
 
 
 
 
 
 
* * *
 
 
 
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