domingo, agosto 30, 2015

¿O SERÁ LA ESPERANZA UNA UTOPÍA MÁS?


*Dibujo de Erika Kuhn.








Descubrimiento del polvo*



Llueve en mi ciudad.
En la que traigo dentro.
De la que no puedo
decir su nombre.

Justo ayer le abrazaba
mientras sus riachuelos de mugre
nacían y se alejaban de mí,
intrusa retama de tu ventana.

Así nació tu espera,
mi encuentro,
nuestra llegada.

Otra vez eres tú
por donde deambula extraviada
la mirada de todos los días,
con sus rostros de animal
soñado por el televisor:
majestuoso alebrije
de tecnología e internet,
maldito avaro de tus sueños:
no comprendo cómo aún
retienes tu nombre.

Llueve en mi ciudad.
En la que traigo dentro.
De la que se ha perdido
el mito de su creación
en la memoria del gallo
que ha caído en la sartén.

A la que ayer abrazaba
mientras sus inmundas historias
llenaban charcas
que mañana evaporan
sin que en un libro
quede registro de sus nombres,
tan sólo un relato estúpido
donde se leerá:
“Ciclo del Agua”.

Llovemos a cántaros,
sin terminar de caer algún día:
coloides en el tiempo,
en tu piel,
en tus plumajes de ciudad.


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com









¿O SERÁ LA ESPERANZA UNA UTOPÍA MÁS?









TRAMAS*



“Ningún cuerpo es tierra firme”, escribe mi amigo, el poeta Jorge Boccanera. Este verso, limpio como una espada pertenece a su último libro, el mejor de todos, y se llama “Monólogo de un necio”. Los textos que ha escrito mi amigo son impecables, como lo es mi memoria hecha de amaneceres aún no resueltos. Como éste en que escribo en el indeciso claroscuro del alba, cuando la ciudad se recuesta con letargo y pereza sobre su río, que no nos tiene en cuenta.
Pienso que debo tirar pacientemente del  hilo que se asoma incipiente, laxo, como si durmiera bajo aquella frazada de trama basta, gruesa, cuyo origen era seguramente extranjero, la habrían tejido las manos de alguna bisabuela desconocida o tal vez una que sí conocí, breve como una pasa de higo o un ramito tembloroso de ramas secas y que tenía casi cien años y que fue traída por tío Nuncio luego de la Guerra. Se llamaba Dominga y era madre de mi abuela materna, andaba como perdida y perdida estaba en mí, en mi memoria pero ella no estaba perdida y hacía esfuerzos por aprender el idioma de un país desconocido pero generoso. Habría sido ella quien tejía esas frazadas. No lo sé. Ni tengo ya a quien preguntar ahora, me basta con arrebujarme en ese calor que me defendió del frío helado en os tiempos ya lejanos, por no exagerar y llamar remotos. Pero ese hilo descubre otras tramas, que no son de gruesa lana, sino que se entretejen en un relato. Ese relato es tal vez el descubrimiento de una pasión que empezó como un juego, pero que devino en mito y cuando escribo esta palabra llego blandamente al gran piamontés, sí  adivinó lector, y voy a escribir su nombre: Cesare Pavese, un gran escritor, inimitable.
Y mi relato tiene que ver con un paisaje que para muchos no es paisaje, y se trata del escenario abierto que muestra la llanura. Esos grandes espacios abiertos que supieron ocupar las mariposas, las abejas y los pájaros sobre otro verdor, el que conlleva el recuerdo y el que no volverá.
Qué poca cosa y cuánto puede conjurarlo, quiero decir que para eso tenemos la palabra. Con ella hacemos lo que podemos, ya lo dijo Borges, uno no escribe lo que quiere sino lo que le es deparado, entiendo que habla de limitación y no de disponibilidad ni destino, ya que otro poeta, Leónidas Lamborghini aseveró con respecto a la creación: “las intenciones son enormes, los resultados son deformes”.
Buscar esos hilos sueltos, es decir los de la memoria, hacen que la ventura sea posible seguir nuestra ambición que la modestia esconde.
Y si pudiera describir aquellos amaneceres donde las tropillas rompían con sus cascos la escarcha dura sobre los campos, o los potros intentaban saltar los alambrados podía ser un poco más feliz. O poder recuperar esa sombra donde el amanecer era una promesa aún y se enfrenaban los caballos para  atar a los arados, y de sus bocas brotaba un vaho que mojaba sus belfos babeantes y alguno todavía permanecía dormido, como ese niño que salía al patio con un poncho sobre el hombro para ver esa tarea que lo fascinaba, hasta que alguno de los mayores lo introducía en la cocina para que sus narices recibieran el olor maternal del café con leche, esos grandes tazones inolvidables, ya que nunca más supe por qué en las chacras de entonces se usaban esos recipientes con la leche gorda, recién  ordeñada, mezclada  con el café bien caliente, y el pan recién horneado que acompañaba ese desayuno que se quedó solo y firme, imbatible en el principio de los tiempos.
El relato entonces tiene sentido, cuando es capaz de tirar ese hilo perdido en principio, olvidado, pero que un acto casual lo trae al presente con su carga de placer pero también de dolor, porque está irremediablemente escondido hasta que uno tira una hilachita y lo tare al presente.
Pero sabe que nunca será igual, porque la memoria es traicionera e infiel.
Y ya sabemos que para todo hay que pagar un precio y como bien escribe mi amigo Jorge Boccanera:

“El precio es lo de menos
todo cuesta la vida”



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar











TAREA*



Armar de nuevo

la geometría

de la soledad

coser sus aristas deshilachadas
limar sus contornos astillados
armarla con una esperanza
apta para enfrentar la realidad
- a pesar de la mariposa
empecinada tras la frente -
y ganarle a las sombras

cuando la luz del día

y de la verdad

se van...

¿O será la esperanza una utopía más?


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar







*


Nacemos
destinados a la orfandad.

Todo
lo que amamos
nos será,
inevitablemente,
arrebatado.

Tal vez,
porque llevamos
en la frente
la marca del desamparo,
algún dios
misericordioso
nos dejó conocer la pasión.


*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com














Biblioteca, cuerpo, casa*



Los  libros se aduelan de la casa que es como un adueñarse con pena porque son nómades, libres, no esperan ser amos, les gusta desparramarse como el agua,  van desde  la multiplicidad hacia las manos y los ojos y  se derivan en tiempo, azar, deseo, memoria. Hay una biblioteca que sube  escalón por escalón a la promesa del cielo, siempre  incumplida. Estantes blancos que abrazan los vacíos. Mis  libros preciados, están adelante, enfrentados con  el jardín, abriendo diálogos vegetales. Se cuentan un origen común. En ese espacio (que es como un balconeo de cuerpo femenino  nutricio) están los libros que hablan sobre libros, miniaturas de cuentos,  fragmentos y esas lecturas de placeres textuales. Los que producen cierta exaltación, van y vuelven, a la cama, al sillón rojo del dormitorio. Hay varios en juego, para  tocarles las páginas hasta que suelten un olor, un secreto, una caricia. Son los elegidos que comparten ese amoroso abrazo con la biblioteca del dormitorio, la de adelante se pronuncia, me incita. La de atrás, poesía  la del consultorio, psicoanálisis. La de otro mueble biblioteca,  temas sociales,  los libros del ausente, sus marcas, los que nunca leí. Hay una biblioteca, viva, vital y otra que casi no se toca y otra más, detrás de un mueble como un secreto inmovilizado, mudo. Porqué dejaremos en la oscuridad ciertas zonas, ciertos libros, en este caso la dificultad de acceso  parece justificarlo, aunque lo perdido, lo soslayado, no siempre tiene lógica. Pensarlo angustia, esa ciudad que no vimos, el lugar al que no llegamos, lo que ya no conoceremos. Los  oscuros- claros, la civilización y la barbarie, el cerrado espacio sin salida. Del lado de la luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene  cajitas que guardan poemas y pequeños textos que convido como bombones. En un labrado porta Corán se ofrecen  servilletas  y  poemas, asoma un Borges  dando  inesperados giros. A veces, a  cierta distancia, me parece ver un barco entre los libros .Me gustaría tomarlo, escribir lo que queda del día, navegar ese mar de lenguaje y convidar. Convidar palabras, muelle, mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra  como un palacio de las 1000 y una y contar, leer, escribir, infinitos cuentos. Una noche más  para gozar de la felicidad clandestina de los libros que se pierden y recobran. Una noche más, que  han quedado tantos sin leer en los recovecos de mi propia casa .Una noche más.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar











XXXVI *



Si solamente fuese
la sed lo que nos dieron,
la extraordinaria sed.

Pero no,
qué hacemos en la vida
quién nos dice qué hacemos con la vida
sabiéndonos en la otra orilla.



*De Valeria Pariso.
-Poemas del libro "Paula levanta la persiana" (Ediciones AqL)






Lluvia*



perfil de agua
no tienes otra suma
que unas gotas de lluvia
y yo, aquí,
tercamente
esperando tu sol

escribiré por ti
un pobre verso roto
que huela a despedida
y a añoranza

un verso
que te borre del alma
si es que existes


*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell





*



Habría que inventar un nuevo amor que estuviera por encima de la posesión, el ego y el desprecio.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com






INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


(De la Estación Andant – Ferrocarril Midland)



FOTO*



La foto, en apariencia, no tiene nada de especial. Y sin embargo, la miramos. Sin saber muy bien el porqué. La ausencia de color nos hace suponer que es antigua; también el hecho de estar rasgada en algunos puntos y arrugada en otros. Los años han gastado las esquinas; en una de ellas, arriba a la izquierda, falta un trocito minúsculo, tal vez demasiado pequeño para afirmar que la imagen está incompleta. Al mirarla por primera vez, se tiene una ligera sensación de frío, tan leve que casi no la percibimos. Sólo más tarde (pero ¿cuánto más tarde?) seremos conscientes de ello.

Muestra un pequeño edificio de una sola planta, con una especie de porche o tejadillo exterior que da a un andén. Sabemos que es un andén por la presencia de las vías en la parte inferior de la imagen. La conclusión resulta obvia: El lugar es una estación. En un lateral del tejadillo hay seis letras que nos indican el nombre, seis mayúsculas irrebatibles: ANDANT. Quizá sea esa media docena de letras, que parecen un tanto anacrónicas, lo que nos perturba ligeramente. O el color apagado del cielo, en el que, sin embargo, no se aprecia nube alguna. Lo cierto es que nos asalta una sensación desagradable que, por otra parte, no nos impide seguir mirando la foto; acaso anhelamos encontrar eso que nos molesta un poco no saber definir o señalar con precisión.

La visión de líneas paralelas sugiere el infinito. Aquí, las vías quedan bruscamente cortadas en los bordes izquierdo y derecho de la foto, negando con violencia esa abstracción, segmentando una mínima parcela de realidad -o de ese conjunto de percepciones que llamamos realidad. En el andén hay seis personas. Posan (la contemplación de una foto puede llevarnos por caminos un tanto sinuosos e intrincados; hacernos pensar, por ejemplo, en la actitud del que posa, en la perpetua repetición de ese momento, en la pavorosa idea de que toda la vida es pose). Cinco de ellos miran directamente a la cámara. El otro, el primero por la izquierda, está con los brazos cruzados y parece tener la vista clavada en un punto inconcreto, hacia la derecha del fotógrafo. Nos incomoda ese detalle (¿porque insinúa una ruptura, un desorden?). Nos incita a preguntarnos qué está mirando exactamente. ¿Por qué no hace como todos los demás y simplemente fija la vista en el centro? (si es que el ojo de la cámara es el centro, si podemos atrevernos a presumir la existencia de un centro) ¿Qué es eso que está ahí, fuera del ámbito de la foto, y qué significa esa mirada y por qué los otros no ven lo que él está viendo? Podría pensarse que sólo es un gesto, una pose diferente, una obstinación lícita en no mirar directamente al ojo de la cámara, y tal vez no sea otra cosa, pero nos desasosiega un poco esa asimetría.

-Cabe preguntarse si en realidad tenemos derecho a asomarnos a una foto. No me refiero al vistazo casual o efímero, al frívolo escrutinio de un momento, que con frecuencia provoca una sonrisa o un rechazo o mera indiferencia. Hablo de mirar una foto como quien mira un cuadro, durante un tiempo que no se puede medirse con cronómetros o calendarios, el tiempo dúctil de quien pinta un atardecer a lo largo de infinitos atardeceres o el de aquellos que esperan, agazapados durante toda su vida, el instante exacto del resplandor que les justifique. Esa contemplación, que en el fondo es una búsqueda, ¿no sería una forma de intrusión en ese otro orden que nos es ajeno? ¿No serán, pues, nuestros ojos invasores -camuflados tras el objetivo y el tiempo- lo que miran esas cinco personas, preguntándose acaso el motivo de tal insistencia?

La wikipedia nos cuenta que hace más de treinta años que por ahí ya no pasa el tren y que en Andant, el pueblo, apenas quedan cuarenta habitantes. Visto desde lejos, sólo son cifras. Pero la lenta despoblación de todos estos lugares nos da qué pensar. Pensamos, por ejemplo, si eso que mira el primero de la izquierda, eso que parece estar un poco a la derecha del fotógrafo, ligeramente a la derecha y hacia arriba, no será lo que, sin ruido, sin que casi nadie lo perciba, va limando con paciencia los bordes de las fotos, oscureciendo los paisajes y los rostros, devastando, centímetro a centímetro, los campos y las calles asfaltadas, terminando poco a poco con la vida en los pueblos y devolviendo al desierto lo que, acaso, siempre fue del desierto.


-Y así, la inmovilidad de la foto desborda el ámbito del papel y se expande implacable por la realidad (por este lado de la realidad). Pienso que debería ponerme de una vez a escribir algo sobre ella. Pero no se me ocurre nada. La tengo ahí, delante de mis ojos, dejándose mirar mansamente, permitiéndome atisbar cada detalle, acaso contemplándome, o contemplándose a sí misma a través de mis ojos un poco cansados. Y yo no puedo hacer otra cosa: sólo mirar la foto y dejarme contagiar esa parálisis, esa suerte de espera; inmóviles ellos en su perpetuo instante desgajado para siempre del tiempo; inmóviles todos en nuestro diario periplo por las avenidas de la rutina; inmóvil yo en mi celda sin barrotes; tanto, que ni siquiera me molesto en girar un poco la cabeza, en mirar de reojo hacia atrás, a mi derecha, donde sé que se arremolina en silencio, expectante, eso que está mirando, desde la lejanía y el pasado, el hombre de la foto, eso que siempre ha estado ahí y que no puede verse; que nadie puede ver sino a través de un reflejo, una señal inequívoca en los ojos asombrados de otro, una sombra difusa atravesando océanos y décadas.




*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com





***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


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Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO. 

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



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