*Obra de Julián
Alpízar Blanca.
La Habana. Cuba
EL ROSTRO DEL ÁNGEL*
Un rostro que no quiere que lo recuerde.
Elegía
Jorge Luis Borges
Para Abel
-Cuando nos conocimos, dijiste
que habías experimentado lo que llaman “morir de amor” –persigue mis pupilas
con fijeza inquisidora y yo le rehúyo-. Te he contado mi vida, me has contado
casi todo, menos esto…
-Fue hace tiempo –respondo
mientras la camarera rellena mi vaso-. ¿Para qué recordarlo, si ahora nos
tenemos uno al otro?
No puedo decirle que aquello que
le oculto aconteció en otra vida, y que cuando digo “morir” me refiero a una
muerte real, porque pensaría que hablo metafóricamente. Así fue: En una
existencia anterior dejé ir a quien amaba y en la espera se me extinguió el
deseo de vivir. Lo sé porque me ha sido dictado varias veces en un sueño que se
repite… y que no contaré hoy. Aún no es llegado el momento para tales revelaciones,
no hasta que sueñe también mi sueño y se reconozca en él.
No todos recuerdan con igual
facilidad. Partimos de este mundo con los ojos cerrados, regresamos con los
ojos vendados, incapaces de evocar hasta que un golpe de azar nos pone frente a
frente, y algo –por lo general una sensación leve e insubstancial, tan veloz e
inatrapable que podemos ignorarla- nos dice que hemos estado ya en ese lugar,
que hemos vivido ese momento, escuchado aquellas palabras, fundido nuestros
ojos en aquella mirada.
Hoy es día de comulgar con pan y
vino, como vienen haciendo los hombres y las hijas de los hombres desde hace
más de dos milenios. Nos atrapó la tormenta a la salida de una exposición en la
galería de una antigua fortaleza, transformada ahora en centro cultural.
Imposible alcanzar la salida, los estrechos callejones han comenzado a
inundarse. Caminamos sin rumbo y, al tropezarnos con el mesón abierto, corremos
a refugiarnos en sus entrañas.
Es tarde, apenas una elegante
señora vestida de negro, con los hombros envueltos en un chal, bebe su soledad
en un rincón. Nos sentamos lejos para no perturbar su aislamiento. Para mitigar
el apetito y engañar al frío, pedimos a la camarera una cesta de panes y una
botella de vino tinto, que saboreamos a sorbos lentos… Cada vez que nuestras
copas se vacían, regresa ella, solícita, a llenarlas, luego se aleja silenciosa
y queda a la espera, observándonos con la delicadeza de quien quiere aparentar
no ver.
De vez en cuando dirigimos la
vista hacia fuera, a pesar de que el sonido de la lluvia nos dice que aún
debemos permanecer esperando el regreso de la calma. Disfrutamos de la música
que emana del estrellarse de las gotas contra los adoquines, los reflejos de
las luces en las copas son estrellas –de las que ahora no se dejan ver-,
nuestro segundo de eternidad está corriendo y no queremos que acabe.
Miro sus ojos, sabiendo que
volvería a morir si me alejara de él. No le voy a contar de mi otra existencia,
aunque sé que quiere escucharlo y que se esforzaría por creerme. El amor no
muere, sólo cambia su semblante. ¿Tendrán todos la dicha de
reencontrarse, el valor de asumir el riesgo y quedarse? No hablo de amores más
o menos intensos, sino de esa convicción de que hemos hallado a la persona
perfecta, que nuestra vida no será la misma sin ella. La otra mitad que
anuncian los textos sagrados, que nos acompañará por siempre o compartirá un
tramo de nuestro camino. No supe hasta hace poco que el
amor puede tener varios rostros, para mí sólo era aquel, mi alma gemela, que
había tenido la fortuna de descubrir y de quien no hallaba razón para
desprenderme. En mi sueño veía a mi alma romperse en dos, al decirle adiós en
una terminal, una y otra vez, como si me estuvieran dictando una lección que no
acababa de aprender. No sabía que a veces hay que dejar ir. Necesité morir,
renacer y recordar para comprender lo que desde un principio debí haber
adivinado: Alguien, tal vez un ángel, ata y desata los destinos, más allá de
nuestra voluntad. Lo que está por suceder, sucederá.
Cuando encontré a este hombre,
no sabía que el que buscamos podía cambiar de faz. Le había escrutado en cada
rostro que se me acercaba, intentando encontrar los rasgos de aquel que se me
aparecía en sueños jurando que volvería a mi encuentro, así tuviera que volver
a nacer. Un día me dio a leer un cuento suyo donde repetía mi historia –vista
desde los ojos de un hombre que despide a la mujer que ama y despierta en una
nueva existencia, dispuesto a buscarla-, desde entonces no tuve dudas. Juego a
imaginar el día en que despertemos juntos y al mirarnos, él también me
reconozca.
Ahora que somos de nuevo uno,
puedo darme el lujo de creer en la eternidad. Lo tengo frente a mí, compartimos
la noche, la lluvia, el vino y el pan. Comunión perfecta. Sé que lo amo, sé que
me va a amar siempre, así compartamos solo esta hora o el resto de nuestras
vidas. Afuera amaina. Llegado el momento de marcharnos,
él pide la cuenta con una señal. La bebedora solitaria se ha incorporado y
arrima su silla a la mesa.-Otras veces me cuesta callarte y ahora pareces
disfrutar del silencio. ¿No vas a hablar de nada? –me dice él sonriendo.
-Sí, de la amabilidad excesiva
de la camarera, de su obsesión porque el vaso nunca esté vacío, de la serenidad
de su rostro...
-¿La camarera, dices? –responde
sorprendido-. ¿Estás bromeando o has tomado demasiado vino? Quien nos ha
servido todo el tiempo ha sido un mesero, un hombre de más de sesenta años. Es
cierto que se adivina serenidad y sabiduría en sus ojos, pero también
sufrimiento. No entiendo, ¿por qué juega conmigo de ese
modo? La mujer que bebía en la esquina se nos acerca.
-Disculpen que haya escuchado
esta parte de su conversación. Quisiera saber si es un juego; porque el
camarero, si bien es hombre, es muy joven. Sonríe con los ojos, me ha regalado
más de un guiño esta noche, cada vez que iba a rellenar mi vaso… Seguro notó
que estaba triste y, aunque no lo crean, logró regalarme algo de alegría.
Permanecemos reservados, sin
saber qué responder. De momento se me antoja que somos piezas de un caprichoso
juego, pero me abstengo de hacer comentarios. Él parece escuchar mis
pensamientos, porque me regala una sonrisa velada, cómplice. Ella se encoge de
hombros y sale. Seguimos tras sus pasos. Todavía hay agua acumulada en los
bordes de la callecita que conduce a la salida de la fortaleza. Decidimos
esperar unos minutos en la acera.
Un joven elegantemente vestido
entra al mesón. Nos miramos de nuevo y asentimos, sin necesidad de formularnos
la pregunta. La vida tiene sus misterios, el rostro del ángel puede ser una
perfecta broma de los dioses.
Segundos después, vemos que el
joven asoma por la puerta y se dirige a nosotros:
-Les vi salir del mesón y pensé:
si está abierto a esta hora, no me viene mal una copa, estoy aburrido, tengo
frío, qué más da... He entrado, pero está vacío. ¿Podrían decirme a dónde se ha
ido el camarero, o la camarera, si en algún momento lo hubo?
Nos echamos a reír. Él se aleja
protestando. Seguimos camino, tomados de la mano, a pesar de que la lluvia se
ha reiniciado y cae, persistente, sobre nuestras ropas de ocasión especial.
La noche nos envuelve.
*De Marié
Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba
BAJO LA INCIERTA HORA DE LA SINRAZÓN…
ARTESAS*
“¿En qué edad
vivo ahora que atravieso esta soledad de fuego…?”
VICENTE GERVASI
El azul de la
noche se tensa en naranjas amargas.
Una brizna de
humo hay en mi lengua.
Adoro las
ventanas y han partido. Y los panes que vuelven.
También el mar,
la arena y la escollera.
Solo el hombre
quedaba y también se ha ido. Y el llano.
Me detengo
desnuda: Un Dinosaurio, un ángel, un cordero.
Un pié en la
infancia, amasando en artesas de memoria.
Otro, en estos
pobres huesos que esperan por costumbre.
Manos de luto.
Muros y peinetas.
Manos que se
arrastran por anillos de sombras.
Un tironeo de
sogas enredadas quieren parar el miedo.
Toda la
nostalgia del mundo se viste de violeta.
Hay muertos
escondidos. Quizás hablen de algún dios enfermo.
O de mi padre
oscuro, cubierto de langostas voraces.
Hay pezuñas,
látigos y dientes.
Mi madre
olfatea la locura y se cubre de brasas.
La niña se
cubre con vórtices y médanos.
Mambas negras.
Inofensivas. Cualquiera se defiende si hay ataque.
En la penumbra,
chupan la sangre de la cabra.
Y entre el
ocaso de la luz y el alba, él.
Él, ha perdido
la vida, no se sabe cuando ni como.
Ella, de
ceguera clara y vientre inmaculado.
Quizás, esta
oquedad de soledad preñada.
Les sirva para
sentirse humanos. Y este olor. Ah este olor.
Olor a pan
recién horneado.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
*
Hacia dónde
irán
las mujeres que
salen de los bosques
con el tibio
pecho en flor.
Con ternura
animal
sus pies
desnudos
apenas dejan
rastros en la hierba.
Hacia dónde
irán
las mujeres
huidas de la noche
con los ojos
abiertos.
Huyen,
deslumbradas,
como bandadas
de pájaros salvajes.
Seguirán su
rastro
algunos
hombres:
sólo los
elegidos.
Andarán en
círculo
engañados por
el olor a mujer
de los
almendros.
Rescatarán, a
su paso,
entre las
ramas,
alguna risa
caída,
algún mal
sueño.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
DESDE TODO EL
SILENCIO.*
Después de
tanta furia compartida,
después de
tanta angustia,
de horarios de
oficina,
de olores de
frituras,
de tantos
desencuentros.
Después de
tanto ocaso sin jazmines
y caballos de
lava derretida
y látigos de
fuego.
Después de
tanta muerte a la deriva,
de tantas
cicatrices en el alma.
Después de
tantos sueños mutilados
en la orilla
del tiempo...
sentados en
mitad de nuestra vida,
donde todo se
sabe
y todo calla...
quiero hablar
de la otra,
compañero.
Quiero advertir
que abajo,
abajo del
cansancio sumergido,
de la ceniza
cruel en los cabellos;
debajo de las
formas inconstantes,
donde se tensa
el arco de mi vientre,
donde se eleva,
ansiosa,
la redonda
lujuria de mis senos,
donde
encuentras la hembra que me habita
cuando azota
aldabones el deseo...
Allí,
donde el
silencio es una hoguera
consumiendo los
pétalos,
donde hay
huellas de sangre fugitiva
y lunas sin
caderas...
hay alguien que
agoniza,
hay alguien que
mastica los silencios,
una mujer de
corazón desnudo
que desea
quitarse los disfraces
y gemir por caricias
verdaderas,
y aullar que,
algunas veces,
son casi
imprescindibles los “tequiero”,
y reclamar a
gritos la ternura
que
extraviamos,
un día,
entre el feroz
instinto de las pieles.
*De Norma Segades Manias.
directoragaceta@gmail.com
-DEL LIBRO: EL AMOR SIN
MORDAZAS
Retener un
instante las soñadas imágenes*
Retener un
instante las soñadas imágenes.
Apoyar
suavemente mi cabeza en tu pecho
y escucharte...
Y una vez más
tus labios me hablarían
y la lluvia
sería un dulce remolino,
un rítmico
remanso de belleza.
Y en tu voz
nacerían mundos que no conozco
y un cielo sin
arcángeles malditos
cobijaría
nuestro amor encadenado.
Y una fuente
ambarina saciaría
la eterna sed
del alma malherida
que sólo quiere
habitar tu pecho.
Y en tu mano
sin dagas hallaría refugio
mi mano que no
ansía sino escribir tu nombre.
Y entonces en
la sala ya no habría silencio,
sólo gratas
palabras y un retazo de un sueño
flotando entre
los muros como tenue suspiro.
Y en las grises
paredes sembrarían tus ojos
un pétalo de
luz sobre la luz cansada.
Y me hablarías
y el tiempo detendría
su inexorable
avance de ejército implacable.
Y amor ya no
sería tan sólo una palabra.
Si tan sólo la
tarde juntase nuestros cuerpos,
si
estuvieras...
Mas tú no estás
y nadie habla
y en las
estancias apenas se oye el viento
azotando
impasible las persianas.
Tú no estás, en
mis manos
no descansan
tus manos de amapola cautiva.
Hoy me acosa la
sombra de un recuerdo sin voz
que quisiera
comprar mis esperanzas
por un áspero
trozo de presente.
Es apenas el
viento que gime en los cristales,
mientras tú en
otros trenes, mientras tú en otras calles,
te deslizas
veloz a través de la vida
y yo aquí
permanezco
a oscuras y en
silencio,
contemplando la
noche a través de la lluvia
y añorando en
mi cuerpo el peso de tu cuerpo.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El
alba sin espejos”
*
De todo lo
nombrado
agradecer el
resto:
El tiempo
inmerecido
La intimidad
que lee entre caricias
La sensualidad
de una mirada,
que juega con
tu piel
El roce
inesperado de un acorde
La vida
Los cuerpos que
aún danzan.
*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com
ÁNGEL CIEGO*
Mi espalda, esa
desconocida
que necesita
dos espejos para ser
expectante,
acecha…
Desde su
geografía misteriosa
como un barco
encallado
en lo oscuro,
responde a mis
gestos
que la piensan.
Abandonado
mascarón de proa
la presiento
con su largo y
herido silencio.
Siempre atenta
y sigilosa
como un ángel
ciego.
*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De su libro Navego
Palabras
Muero lento (a
veces)*
Muero lento,
cuando me nombrás
en los colores
perdidos del ocaso,
bajo la
incierta hora de la sinrazón
fugitivo de las
sombras y sonidos.
Muero lento,
cuando me retornás
del sitio aquel
donde he perdido,
el contenido
insustituible y bello
de los sueños
caídos de un sueño.
Muero lento,
cuando vos callás,
las palabras
recubiertas de rocío
de ciertas
madrugadas del olvido
las que nunca
debimos despertar.
Muero lento,
cuando preguntás
en qué lugar
abatido y desolado
expira de esos
silencios el amor
que hoy no
supimos comprender.
Muero lento,
como las esculturas
del porfiado y
perpetuo mármol,
que atardecen
ya en mi memoria
cuando se
desluce la caricia vana.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
*
Ella lo ama.
Él se ríe, a
veces,
cuando parece
estar contento.
Ella le cree.
Quiere creerle.
Desafiar a la
tristeza
es duro oficio,
pero ella lo
haría
todo por él.
Ensaya su
sonrisa en el espejo
-sabe que es
bonita cuando ríe-
y se suelta el
pelo
para perfumarlo
cuando le anda
cerca.
Lo ama.
Porque es
triste, tal vez,
y ella no entiende
esa melancolía
honda como el mar,
y piensa,
como todas,
que podría
hacerlo feliz.
Él se deja
amar.
La mira, cada
tanto,
rondar como un
pájaro
en su sombra.
Él es un hombre
triste
y no le importa
mucho
lo que suceda
afuera.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
A PESAR DE LA
SOMBRA.*
Deja que me
establezca en tu silencio.
Afuera,
las tinieblas
liberan sus jaurías...
el odio está
acechando en los senderos
con los hocicos
fétidos
de sus perras
hambrientas.
Puedo escuchar
las zarpas de la noche
deshilachando
tréboles,
diseminando
dagas de ceniza
en muslos de
violetas,
enterrando
en muñones de
rocío
su dardo agudo,
su desnuda
greda.
Aquí,
junto a tu
pecho,
las caricias
construyen un lenguaje
de vértigo y
hogueras
que llovizna en
la piel de mi ternura
como sobre una
copa soñolienta
donde
el amor
se esperma de
raíces,
de linfa y
lunas ciegas.
Vamos a
enarbolar esta locura
de ser
sobrevivientes,
a inaugurar
liturgias infinitas
a fecundar la
sed de antiguas fiebres,
vamos a
naufragar en la esperanza
como en un
archipiélago desierto...
hasta sentir
que somos un refugio,
una legión de
sueños
sin fronteras
donde la sangre
eriza barricadas
y quebranta las
proas del olvido
con sus
amuralladas transparencias.
*De Norma Segades Manias.
directoragaceta@gmail.com
-DEL LIBRO: EL AMOR SIN
MORDAZAS
La lección*
A edad oportuna
la abuela se lo había dicho a su madre con todas las letras.
Años después su
madre pudo explicárselo a ella con la firmeza de un catecismo. Como un saber
que no debe ser olvidado:
“Hay que
conquistar el corazón del hombre, pero que él no conquiste el tuyo”
No entregar
jamás el corazón -ni la ilusión- era la consigna implícita.
El tiempo pasó
escurriéndose como el agua. Su libertad era tan profunda como su soledad.
En la cola del
banco, mientras esperaba su turno para cobrar la jubilación. Escuchó la
conversación de dos mujeres jóvenes que hablaban de cómo “Enganchar un tipo”.
Quiso hablarles
pero se le hizo un nudo en la garganta.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
*
Hölderlin
advertía el peligro de que el lenguaje no hable para revelar lo original, sino
que lo hablemos para ser extranjeros respecto del origen. No importa qué
entendía Hölderlin sobre ese origen, pero no hay más origen que el caos y a ese
origen se remite lo literario. Tal vez el caos no sea el origen del universo,
pero sí reside, encerrado en él, como un final o como una posibilidad
subterránea. El caos (más que la muerte) es la marca de lo humano. Escribir es
mostrar el caos escondido, no ordenarlo. Es la ciencia la que ordena, no el
arte. El arte desvela la posibilidad de pozo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
InvenTREN
Carta
encontrada en la estación*
"He jurado
irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero
que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera
desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las
calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las
familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación
con rumbo desconocido, dejó un cartel en el pizarrón donde se anunciaban las
novedades del día "Volveré cuando vuelva a sonar la campana" tuvo un
gesto para que pudieramos ironizar con su ausencia: colocó un espantapájaros
con su uniforme de gala sujetando la campana de bronce que uso por años para
despedir a cada tren.
Más tarde
alternaron sequías e inundaciones, hasta que algunos campos quedaron en lagunas
que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años
antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y
a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la
siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de
Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando
paulatinamente, la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos
se morían y con ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y
yo éramos los últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada,
la tristeza del pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban
llegando, y fueron años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi
vida, Poliladro, La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy
Gitano, Culpable de este amor....
Hace unos meses
se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan
inerte como la mirada del Espantapájaros que en el andén ocupa el lugar del
Jefe de Estación. Así que un día, al retornar de peonar en la estancia grande
me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan Darthes.
Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdoname".
Me parece
imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios
kilómetros hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no
puedo imaginar más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando
entender el final de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente
intrascendente.
Sinceramente,
Javier Ortiz.
*Por Urbano
Powell.
***
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POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
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