miércoles, junio 01, 2016

BAJO LA INCIERTA HORA DE LA SINRAZÓN…



*Obra de Julián Alpízar Blanca.
La Habana. Cuba












EL ROSTRO DEL ÁNGEL*


Un rostro que no quiere que lo recuerde.
Elegía

Jorge Luis Borges






Para Abel


-Cuando nos conocimos, dijiste que habías experimentado lo que llaman “morir de amor” –persigue mis pupilas con fijeza inquisidora y yo le rehúyo-. Te he contado mi vida, me has contado casi todo, menos esto…
-Fue hace tiempo –respondo mientras la camarera rellena mi vaso-. ¿Para qué recordarlo, si ahora nos tenemos uno al otro?
No puedo decirle que aquello que le oculto aconteció en otra vida, y que cuando digo “morir” me refiero a una muerte real, porque pensaría que hablo metafóricamente. Así fue: En una existencia anterior dejé ir a quien amaba y en la espera se me extinguió el deseo de vivir. Lo sé porque me ha sido dictado varias veces en un sueño que se repite… y que no contaré hoy. Aún no es llegado el momento para tales revelaciones, no hasta que sueñe también mi sueño y se reconozca en él.
No todos recuerdan con igual facilidad. Partimos de este mundo con los ojos cerrados, regresamos con los ojos vendados, incapaces de evocar hasta que un golpe de azar nos pone frente a frente, y algo –por lo general una sensación leve e insubstancial, tan veloz e inatrapable que podemos ignorarla- nos dice que hemos estado ya en ese lugar, que hemos vivido ese momento, escuchado aquellas palabras, fundido nuestros ojos en aquella mirada.
Hoy es día de comulgar con pan y vino, como vienen haciendo los hombres y las hijas de los hombres desde hace más de dos milenios. Nos atrapó la tormenta a la salida de una exposición en la galería de una antigua fortaleza, transformada ahora en centro cultural. Imposible alcanzar la salida, los estrechos callejones han comenzado a inundarse. Caminamos sin rumbo y, al tropezarnos con el mesón abierto, corremos a refugiarnos en sus entrañas.
Es tarde, apenas una elegante señora vestida de negro, con los hombros envueltos en un chal, bebe su soledad en un rincón. Nos sentamos lejos para no perturbar su aislamiento. Para mitigar el apetito y engañar al frío, pedimos a la camarera una cesta de panes y una botella de vino tinto, que saboreamos a sorbos lentos… Cada vez que nuestras copas se vacían, regresa ella, solícita, a llenarlas, luego se aleja silenciosa y queda a la espera, observándonos con la delicadeza de quien quiere aparentar no ver.
De vez en cuando dirigimos la vista hacia fuera, a pesar de que el sonido de la lluvia nos dice que aún debemos permanecer esperando el regreso de la calma. Disfrutamos de la música que emana del estrellarse de las gotas contra los adoquines, los reflejos de las luces en las copas son estrellas –de las que ahora no se dejan ver-, nuestro segundo de eternidad está corriendo y no queremos que acabe.
Miro sus ojos, sabiendo que volvería a morir si me alejara de él. No le voy a contar de mi otra existencia, aunque sé que quiere escucharlo y que se esforzaría por creerme. El amor no muere, sólo cambia su semblante.  ¿Tendrán todos la dicha de reencontrarse, el valor de asumir el riesgo y quedarse? No hablo de amores más o menos intensos, sino de esa convicción de que hemos hallado a la persona perfecta, que nuestra vida no será la misma sin ella. La otra mitad que anuncian los textos sagrados, que nos acompañará por siempre o compartirá un tramo de nuestro camino.     No supe hasta hace poco que el amor puede tener varios rostros, para mí sólo era aquel, mi alma gemela, que había tenido la fortuna de descubrir y de quien no hallaba razón para desprenderme. En mi sueño veía a mi alma romperse en dos, al decirle adiós en una terminal, una y otra vez, como si me estuvieran dictando una lección que no acababa de aprender. No sabía que a veces hay que dejar ir. Necesité morir, renacer y recordar para comprender lo que desde un principio debí haber adivinado: Alguien, tal vez un ángel, ata y desata los destinos, más allá de nuestra voluntad. Lo que está por suceder, sucederá.
Cuando encontré a este hombre, no sabía que el que buscamos podía cambiar de faz. Le había escrutado en cada rostro que se me acercaba, intentando encontrar los rasgos de aquel que se me aparecía en sueños jurando que volvería a mi encuentro, así tuviera que volver a nacer. Un día me dio a leer un cuento suyo donde repetía mi historia –vista desde los ojos de un hombre que despide a la mujer que ama y despierta en una nueva existencia, dispuesto a buscarla-, desde entonces no tuve dudas. Juego a imaginar el día en que despertemos juntos y al mirarnos, él también me reconozca.
Ahora que somos de nuevo uno, puedo darme el lujo de creer en la eternidad. Lo tengo frente a mí, compartimos la noche, la lluvia, el vino y el pan. Comunión perfecta. Sé que lo amo, sé que me va a amar siempre, así compartamos solo esta hora o el resto de nuestras vidas.     Afuera amaina. Llegado el momento de marcharnos, él pide la cuenta con una señal. La bebedora solitaria se ha incorporado y arrima su silla a la mesa.-Otras veces me cuesta callarte y ahora pareces disfrutar del silencio. ¿No vas a hablar de nada? –me dice él sonriendo.
-Sí, de la amabilidad excesiva de la camarera, de su obsesión porque el vaso nunca esté vacío, de la serenidad de su rostro...
-¿La camarera, dices? –responde sorprendido-. ¿Estás bromeando o has tomado demasiado vino? Quien nos ha servido todo el tiempo ha sido un mesero, un hombre de más de sesenta años. Es cierto que se adivina serenidad y sabiduría en sus ojos, pero también sufrimiento.     No entiendo, ¿por qué juega conmigo de ese modo? La mujer que bebía en la esquina se nos acerca.
-Disculpen que haya escuchado esta parte de su conversación. Quisiera saber si es un juego; porque el camarero, si bien es hombre, es muy joven. Sonríe con los ojos, me ha regalado más de un guiño esta noche, cada vez que iba a rellenar mi vaso… Seguro notó que estaba triste y, aunque no lo crean, logró regalarme algo de alegría.
Permanecemos reservados, sin saber qué responder. De momento se me antoja que somos piezas de un caprichoso juego, pero me abstengo de hacer comentarios. Él parece escuchar mis pensamientos, porque me regala una sonrisa velada, cómplice. Ella se encoge de hombros y sale. Seguimos tras sus pasos. Todavía hay agua acumulada en los bordes de la callecita que conduce a la salida de la fortaleza. Decidimos esperar unos minutos en la acera.
Un joven elegantemente vestido entra al mesón. Nos miramos de nuevo y asentimos, sin necesidad de formularnos la pregunta. La vida tiene sus misterios, el rostro del ángel puede ser una perfecta broma de los dioses.
Segundos después, vemos que el joven asoma por la puerta y se dirige a nosotros:
-Les vi salir del mesón y pensé: si está abierto a esta hora, no me viene mal una copa, estoy aburrido, tengo frío, qué más da... He entrado, pero está vacío. ¿Podrían decirme a dónde se ha ido el camarero, o la camarera, si en algún momento lo hubo?
Nos echamos a reír. Él se aleja protestando. Seguimos camino, tomados de la mano, a pesar de que la lluvia se ha reiniciado y cae, persistente, sobre nuestras ropas de ocasión especial.
La noche nos envuelve.



*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba

 






BAJO LA INCIERTA HORA DE LA SINRAZÓN…










ARTESAS*


“¿En qué edad vivo ahora que atravieso esta soledad de fuego…?”
VICENTE GERVASI


El azul de la noche se tensa en naranjas amargas.
Una brizna de humo hay en mi lengua.
Adoro las ventanas y han partido. Y los panes que vuelven.
También el mar, la arena y la escollera.
Solo el hombre quedaba y también se ha ido. Y el llano.
Me detengo desnuda: Un Dinosaurio, un ángel, un cordero.
Un pié en la infancia, amasando en artesas de memoria.
Otro, en estos pobres huesos que esperan por costumbre.
Manos de luto. Muros y peinetas.
Manos que se arrastran por anillos de sombras.
Un tironeo de sogas enredadas quieren parar el miedo.
Toda la nostalgia del mundo se viste de violeta.
Hay muertos escondidos. Quizás hablen de algún dios enfermo.
O de mi padre oscuro, cubierto de langostas voraces.
Hay pezuñas, látigos y dientes.
Mi madre olfatea la locura y se cubre de brasas.
La niña se cubre con vórtices y médanos.
Mambas negras. Inofensivas. Cualquiera se defiende si hay ataque.
En la penumbra, chupan la sangre de la cabra.

Y entre el ocaso de la luz y el alba, él.
Él, ha perdido la vida, no se sabe cuando ni como.
Ella, de ceguera clara y vientre inmaculado.
Quizás, esta oquedad de soledad preñada.
Les sirva para sentirse humanos. Y este olor. Ah este olor.
Olor a pan recién horneado.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com









*


Hacia dónde irán
las mujeres que salen de los bosques
con el tibio pecho en flor.
Con ternura animal
sus pies desnudos
apenas dejan rastros en la hierba.

Hacia dónde irán
las mujeres huidas de la noche
con los ojos abiertos.
Huyen, deslumbradas,
como bandadas de pájaros salvajes.

Seguirán su rastro
algunos hombres:
sólo los elegidos.
Andarán en círculo
engañados por el olor a mujer
de los almendros.

Rescatarán, a su paso,
entre las ramas,
alguna risa caída,
algún mal sueño.

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com












DESDE TODO EL SILENCIO.*



Después de tanta furia compartida,
después de tanta angustia,
de horarios de oficina,
de olores de frituras,
de tantos desencuentros.
Después de tanto ocaso sin jazmines
y caballos de lava derretida
y látigos de fuego.
Después de tanta muerte a la deriva,
de tantas cicatrices en el alma.
Después de tantos sueños mutilados
en la orilla del tiempo...
sentados en mitad de nuestra vida,
donde todo se sabe
y todo calla...
quiero hablar de la otra,
compañero.
Quiero advertir que abajo,
abajo del cansancio sumergido,
de la ceniza cruel en los cabellos;
debajo de las formas inconstantes,
donde se tensa el arco de mi vientre,
donde se eleva,
ansiosa,
la redonda lujuria de mis senos,
donde encuentras la hembra que me habita
cuando azota aldabones el deseo...
Allí,
donde el silencio es una hoguera
consumiendo los pétalos,
donde hay huellas de sangre fugitiva
y lunas sin caderas...
hay alguien que agoniza,
hay alguien que mastica los silencios,
una mujer de corazón desnudo
que desea quitarse los disfraces
y gemir por caricias verdaderas,
y aullar que,
algunas veces,
son casi imprescindibles los “tequiero”,
y reclamar a gritos la ternura
que extraviamos,
un día,
entre el feroz instinto de las pieles.


*De Norma Segades Manias. directoragaceta@gmail.com
-DEL LIBRO: EL AMOR SIN MORDAZAS














Retener un instante las soñadas imágenes*



Retener un instante las soñadas imágenes.
Apoyar suavemente mi cabeza en tu pecho
y escucharte...
Y una vez más tus labios me hablarían
y la lluvia sería un dulce remolino,
un rítmico remanso de belleza.
Y en tu voz nacerían mundos que no conozco
y un cielo sin arcángeles malditos
cobijaría nuestro amor encadenado.
Y una fuente ambarina saciaría
la eterna sed del alma malherida
que sólo quiere habitar tu pecho.
Y en tu mano sin dagas hallaría refugio
mi mano que no ansía sino escribir tu nombre.
Y entonces en la sala ya no habría silencio,
sólo gratas palabras y un retazo de un sueño
flotando entre los muros como tenue suspiro.
Y en las grises paredes sembrarían tus ojos
un pétalo de luz sobre la luz cansada.
Y me hablarías y el tiempo detendría
su inexorable avance de ejército implacable.
Y amor ya no sería tan sólo una palabra.
Si tan sólo la tarde juntase nuestros cuerpos,
si estuvieras...
Mas tú no estás y nadie habla
y en las estancias apenas se oye el viento
azotando impasible las persianas.
Tú no estás, en mis manos
no descansan tus manos de amapola cautiva.
Hoy me acosa la sombra de un recuerdo sin voz
que quisiera comprar mis esperanzas
por un áspero trozo de presente.
Es apenas el viento que gime en los cristales,
mientras tú en otros trenes, mientras tú en otras calles,
te deslizas veloz a través de la vida
y yo aquí permanezco
a oscuras y en silencio,
contemplando la noche a través de la lluvia
y añorando en mi cuerpo el peso de tu cuerpo.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

- Publicó “El alba sin espejos”









*


De todo lo nombrado
agradecer el resto:

El tiempo inmerecido
La intimidad que lee entre caricias
La sensualidad de una mirada,
que juega con tu piel
El roce inesperado de un acorde
La vida
Los cuerpos que aún danzan.



*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com













ÁNGEL CIEGO*



Mi espalda, esa desconocida

que necesita dos espejos para ser

expectante, acecha…



Desde su geografía misteriosa

como un barco encallado

en lo oscuro,

responde a mis gestos

que la piensan.



Abandonado mascarón de proa

la presiento

con su largo y herido silencio.



Siempre atenta y sigilosa

como un ángel ciego.



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De su libro Navego Palabras










Muero lento (a veces)*



Muero lento, cuando me nombrás
en los colores perdidos del ocaso,
bajo la incierta hora de la sinrazón
fugitivo de las sombras y sonidos.

Muero lento, cuando me retornás
del sitio aquel donde he perdido,
el contenido insustituible y bello
de los sueños caídos de un sueño.

Muero lento, cuando vos callás,
las palabras recubiertas de rocío
de ciertas madrugadas del olvido
las que nunca debimos despertar.

Muero lento, cuando preguntás
en qué lugar abatido y desolado
expira de esos silencios el amor
que hoy no supimos comprender.

Muero lento, como las esculturas
del porfiado y perpetuo mármol,
que atardecen ya en mi memoria
cuando se desluce la caricia vana.



*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com









*
Ella lo ama.
Él se ríe, a veces,
cuando parece estar contento.
Ella le cree.
Quiere creerle.

Desafiar a la tristeza
es duro oficio,
pero ella lo haría
todo por él.
Ensaya su sonrisa en el espejo
-sabe que es bonita cuando ríe-
y se suelta el pelo
para perfumarlo
cuando le anda cerca.

Lo ama.
Porque es triste, tal vez,
y ella no entiende
esa melancolía honda como el mar,
y piensa,
como todas,
que podría hacerlo feliz.

Él se deja amar.
La mira, cada tanto,
rondar como un pájaro
en su sombra.

Él es un hombre triste
y no le importa
mucho
lo que suceda afuera.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com











A PESAR DE LA SOMBRA.*



Deja que me establezca en tu silencio.
Afuera,
las tinieblas liberan sus jaurías...
el odio está acechando en los senderos
con los hocicos fétidos
de sus perras hambrientas.
Puedo escuchar las zarpas de la noche
deshilachando tréboles,
diseminando dagas de ceniza
en muslos de violetas,
enterrando
en muñones de rocío
su dardo agudo,
su desnuda greda.
Aquí,
junto a tu pecho,
las caricias construyen un lenguaje
de vértigo y hogueras
que llovizna en la piel de mi ternura
como sobre una copa soñolienta
donde
el amor
se esperma de raíces,
de linfa y lunas ciegas.
Vamos a enarbolar esta locura
de ser sobrevivientes,
a inaugurar liturgias infinitas
a fecundar la sed de antiguas fiebres,
vamos a naufragar en la esperanza
como en un archipiélago desierto...
hasta sentir que somos un refugio,
una legión de sueños
sin fronteras
donde la sangre eriza barricadas
y quebranta las proas del olvido
con sus amuralladas transparencias.



*De Norma Segades Manias. directoragaceta@gmail.com
-DEL LIBRO: EL AMOR SIN MORDAZAS









La lección*


A edad oportuna la abuela se lo había dicho a su madre con todas las letras.
Años después su madre pudo explicárselo a ella con la firmeza de un catecismo. Como un saber que no debe ser olvidado:
“Hay que conquistar el corazón del hombre, pero que él no conquiste el tuyo”
No entregar jamás el corazón -ni la ilusión- era la consigna implícita.
El tiempo pasó escurriéndose como el agua. Su libertad era tan profunda como su soledad.
En la cola del banco, mientras esperaba su turno para cobrar la jubilación. Escuchó la conversación de dos mujeres jóvenes que hablaban de cómo “Enganchar un tipo”.
Quiso hablarles pero se le hizo un nudo en la garganta.



*De Eduardo Francisco Coiro.










*


Hölderlin advertía el peligro de que el lenguaje no hable para revelar lo original, sino que lo hablemos para ser extranjeros respecto del origen. No importa qué entendía Hölderlin sobre ese origen, pero no hay más origen que el caos y a ese origen se remite lo literario. Tal vez el caos no sea el origen del universo, pero sí reside, encerrado en él, como un final o como una posibilidad subterránea. El caos (más que la muerte) es la marca de lo humano. Escribir es mostrar el caos escondido, no ordenarlo. Es la ciencia la que ordena, no el arte. El arte desvela la posibilidad de pozo.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com








InvenTREN






Carta encontrada en la estación*



"He jurado irme y olvidar, soy el último habitante de este pueblo y ya me voy, pero quiero que quien tenga en su mano esta carta -que he escrito con verdadera desesperación- sepa algo de este final previsible. Pasaron todas las calamidades posibles. Primero fue el cierre del ferrocarril, allí se fueron las familias de los ferroviarios, un poco antes de fugo nuestro jefe de estación con rumbo desconocido, dejó un cartel en el pizarrón donde se anunciaban las novedades del día "Volveré cuando vuelva a sonar la campana" tuvo un gesto para que pudieramos ironizar con su ausencia: colocó un espantapájaros con su uniforme de gala sujetando la campana de bronce que uso por años para despedir a cada tren.

Más tarde alternaron sequías e inundaciones, hasta que algunos campos quedaron en lagunas que solo sirven para pescar o cazar patos.
Unos años antes, -me olvido de lo fundamental- instalaron una repetidora de televisión y a partir de allí la gente empezó a encerrarse. Las mujeres a la hora de la siesta veían novelas y los hombres a la noche se reunían a ver los programas de Tinelli. Sin trabajo y con televisión la vida del pueblo fue cambiando paulatinamente, la gente seguía partiendo, en especial los jóvenes. Los viejos se morían y con ellos su saber ante la subsistencia. Al año pasado mi mujer y yo éramos los últimos habitantes del pueblo, pero ella ya no hablaba de nada, la tristeza del pueblo la llevo a encerrarse con las novelas que le iban llegando, y fueron años de novelas y soledad creciente: Antonella, Sodero de mi vida, Poliladro, La Elegida, Franco Buenaventura, Gasoleros, Luna Salvaje, Soy Gitano, Culpable de este amor....
Hace unos meses se rompió el televisor y mi mujer quedo de pronto con las pupilas muertas, tan inerte como la mirada del Espantapájaros que en el andén ocupa el lugar del Jefe de Estación. Así que un día, al retornar de peonar en la estancia grande me encontré con una carta de Rita "Hace mucho que sueño con Juan Darthes. Hoy partiré a buscarlo en Buenos Aires. Perdoname".

Me parece imaginar el verla irse con una pequeña valija de mano, caminando varios kilómetros hasta la ruta y de allí a dedo hasta el primer pueblo, luego no puedo imaginar más. Disculpe usted que ha venido hasta esta lejanía buscando entender el final de este pueblo y se encuentra con esta historia dolorosamente intrascendente.

Sinceramente,
Javier Ortiz.




*Por Urbano Powell.



***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

ÁLVAREZ DE TOLEDO

POLVAREDAS.  JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
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MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
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 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


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