*Obra de Noelia Ceballos @noe_ce_arte
Poema
secreto*
Dije que me estrello contra la playa de los asteroides y salió del mar
el espíritu de la diosa, el sueño encarnado de todas mis nostalgias. Escuché la
urgencia del sol, que era un rayo y un latido o un virus carcomiéndome. Miré
como entregando mis ojos a la desolación, la ruina de un beso que horadó mis
ventanas. Fue esa lejanía donde se apaciguan las cadencias, ese final
obsesionado con mis palabras oscuras, las joyas embarradas de un fracaso
universal. Y la molécula centrífuga salió otro sol por la misma negación de los
contrastes.
Llegué a la orilla de un abismo. Me bajo de los pájaros, camino por las
piedras y encuentro un templo derrumbado en el que incidían vías lácteas de
saliva. Ahora me doy vuelta, veo la nada y me río. Hay una puerta abierta que
se hace de viento si toco las estrellas. Mis dientes mordidos giran como alas y
yo vislumbro una sombra inmóvil.
Vi que el cielo cambiaba de color y desvié mi locura hacia el centro de
la nada y sentí que las rayas se concentraban en cualquier punto y me partí en
57 toneladas de basura y me morí y no resucité y dije que estoy tan lejos como
las paredes y conocí el borbotear de la marea y me enamoré de un reflejo contra
la sombra de los edificios y vi que los árboles bailaban como antes del tiempo
y escuché claramente un latir desvanecido y escuché que algo callaba y entendí
que no hay nada que entender.
Sol quieto donde la nieve florece, mi sombra de la primavera: ¿dónde
estás? En la vertiente, lo no nacido, la rendición del rocío. Solo con la
birome y el canto que no se oye porque los pájaros se comieron entre sí. Ardor
de mis ojos delante de un vidrio negro, las luces encienden la lluvia anhelada
y sin embargo inexistente. ¿Estoy perdido en el hueco que nadie dejó?
Me acuerdo de un día que no era parte del tiempo, una calle que se
caminaba sola llevándose la vida por sendas de soles. Yo hablaba con el viento
acerca de las flores tristes y el rocío que las clarifica y los mares aéreos
que hacen flotar los cuerpos y los débiles cristales que nos separan. Mis ojos
tocaban la esperanza de una luz automática, ilógico fulgor que te hace renacer,
pero yo no estaba ahí: yo soy mi sombra. En el libro de mis aneurismas, en el
caño oxidado por donde corre mi sangre, me acuerdo de una convergencia de
fatalidades que encandiló mi amor para siempre.
*De Gabriel
Francini.
-De “Entropía”
(La Yunta, 2019)
-Gabriel
Francini nació en 1982 en Buenos Aires. Es bibliotecario. Publicó, entre
otros: Nadir de Ardora (Huesos de
Jibia, 2014), La plenitud de la ausencia
(Cave Librum, 2017), Humo en el humo
(Qeja, 2019), Entropía (La Yunta,
2019), Ser con el fuego (Cave
Librum, 2019), Entrevisiones y
vislumbres (El Mono Armado, 2020), En
el río y en el puente (La Yunta, 2021), Cenizas de hojas en blanco (El Mono Armado, 2022).
*
Dos o tres palabras en
el lugar correcto
son capaces de
iluminar un cementerio.
Una vez prendida,
no hay viento capaz de
tirar la lámpara.
Las flores se vuelven
brillantes
y empiezan a tener
sentido
los nombres, los
cuerpos.
Dos o tres palabras en
el lugar correcto
tienen la ferocidad
que abre un jardín.
No importa si está
vivo o muerto.
Ahora estas son mis
manos.
Todos los fósforos
buenos fueron tirados al mar.
*De Valeria
Pariso. valeriapariso@outlook.com
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La
trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al
viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de
Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed.
Mascarón de proa (2020); "Flores
para no regar", Editorial AqL (2021).
- “Final
francés”, AqL ediciones, 2023
BLUES
PARA MI MADRE*
Te vi al borde de la niebla
te vi caminar al borde
con esa manera tan tuya
de caminar la casa
de caminar tus mundos.
Al borde de la niebla del tiempo
que va borrando los rostros
te vi caminar
y caminabas entre los almácigos
de verduras tiernas
aquellos, sostenidos por las manos del
viejo.
Mi ademán fue en vano
seguiste caminando al borde de la niebla
haciendo que tu mundo continúe:
tiernas verduras, el puchero del medio día,
la ropa lavada, el saludo barrial,
la misa dominguera, la espera con mesa
servida.
Te vi allí
en el preciso borde de la niebla
caminando
y yo
con el impreciso ademán de dibujar tu
rostro.
*De Oscar
A. Agú.
Santo Tome. Santa Fe.
EL ANTIGUO PARAISO*
Un ángel, bebiendo
café
en mi cocina
me dice
que algo no anda bien.
Tomo un vaso con agua
y vuelvo al calvario
de mi cama solitaria
y fría
musitando si será
en el cielo
o en la tierra.
*De Jorge
Palma.
Montevideo. Uruguay
https://www.jorgepalma.com.uy/
LO HEROICO*
Le dejo a su sobrino sus cuadernos de notas
por legado. Le llegaron embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son
cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la
tapa. El hombre elige abrir el que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas
eran propias, del propio saber del tío gestado en años de andar por la vida.
Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de
diario.
Todo prolijamente anotado con su letra
cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de
cuentas.
El hombre va al final del cuaderno.
Esa es la última frase.
Lo verdaderamente
heroico es querer al otro tal cual es.
Tiene una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa
Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan
buena…"
"Tal cual el otro es" -Escribe
para dar énfasis a la frase.
Luego sigue una reflexión:
“Cada
vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a
estar sentados en el geriátrico mirando un
Potus.
Con suerte habrá una ventana para ver el
movimiento de la calle.
Y en una mañana cualquiera, una viejita nos
tomara la mano.
Y será tarde para casi todo, menos para
sonreír”
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
*
Olí el fuego,
en los bosques
donde habitaban
las hembras de mi
especie.
Sé que ardían los
árboles.
He visto los pájaros
huir hacia la estepa;
los escuché cantar.
Me cubrí los ojos
con hojas secas.
Todo es tan sereno,
ahora,
como la frágil ceniza
suspendida
entre el cielo y la
tierra.
Mi mano
desanda el laberinto
de mi cuerpo sin dios
ni cicatrices.
*De Mariana
Finochietto.
-Mariana nació en General Belgrano,
Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú,
2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016).
Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).
El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).
MADURA, (Editorial Sudestada 2021)
-Quiero
sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.
Halley ediciones (2022)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria
ESTACIÓN
DE LOS TEMBLORES*
“De vez en cuando la
vida nos besa en la boca”
(Serrat)
De vez en cuando el crepúsculo nos besa las
manos.
Y el presagio se cumple. Y la rosa se
prende en el costado izquierdo.
Y se juega el último suicidio. Tiemblan
peces de plata.
Atrás las brumas tristes y mujeres
dolientes. Atrás los jirones de patria.
ESTACIÓN DE LOS
CUERPOS
Hay un esencial rumor entre los cuerpos.
Galopes.
Y aprieta la carne una ronca voz
comprimida.
Y el elixir de dioses que deshace la boca…
se derrama.
Y el cuerpo toma la forma de sus manos y
arrasa cicatrices.
ESTACIÓN DE LAS
FABULAS
Y él recuerda las viejas leyendas de su
infancia.
Y comprueba. Es fábula. Mujer. Panal.
Desvelo.
Y le duelen las manos yertas de la piedra.
Y la busca. Y la sorbe. Y la encuentra.
ESTACIÓN DE PUÑALES
Ella mira las líneas de sus manos. Canción
que asoma.
Y febrero le trae golondrinas nuevas.
Brevedad de puñales.
Y sabe: La canción y la herida son la misma
cosa.
Ay. Y le duele en el pecho la sed. Y el
pan. Y los cipreses.
Ay, no demores la ciudad sumergida te
espera.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
Como si fuésemos inmunes*
A veces sé que tiene
frío, que sufre, que le pegan.
(Lejana. Julio Cortázar)
Como si fuésemos inmunes
miramos el entorno y nada vemos.
Vivimos encerrados
en nuestro mundo invulnerable
nuestra pequeña burbuja de cristal
donde no llega el eco
de los lamentos desgarrados
(como si todo ello no formara
parte de nosotros mismos,
como si esos rostros famélicos o atroces
no fuesen un reflejo abominable
de nuestros propios rostros impasibles)
Encerrados en el cuadro que pintamos
para obviar los colores imperfectos.
Y nos olvidamos.
Irreparablemente.
Nos olvidamos del otro:
ése que sin siquiera percatarse vive
el reverso de nuestra existencia
mientras reímos y jugamos y nos
emborrachamos
como si fuésemos inmunes.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Por
si mañana no amanece.
BYE
BYE LOVE*
Utilizaron una canción movida, hay una
mujer que se desdobla, es muchas mujeres, baila, se esconde, se transforma en
muchas porque se cambia el peinado, el color del cabello. Es un comercial de
shampoo, invita a la diversión, el cambio, el juego. Nos advierte que
permanentes o planchado o trenzado no afectarán al cabello gracias a ese
producto milagroso que lo fortalece y repara.
La música es pegadiza y vital, como debe
ser. Claro que si una la escucha con un mínimo de atención y algo de memoria
puede advertir que es una versión de la que usó Bob Fosse en “All that jazz”,
para ese fantástico número musical en el final, cuando se despide de la vida y
saluda a cada una de sus amantes, a su hija, a sus amigos, y se alegra de haber
sido perdonado por todos y alejarse hacia la muerte que sucede en otro plano,
solo, sin ningún glamour, en una cama de hospital.
Toda la película es sobre la muerte, esa
amante hermosa, la única de siempre, la fiel, la que lo recibirá finalmente en
sus brazos y se burlará de los alardes y debilidades ocultas. La muerte, esa
mujer elegante que proporciona la salida apoteótica en el escenario. La muerte,
única confidente y única seguridad. Ella estará allí.
Y la canción dice adiós, adiós amor, adiós
adiós felicidad, hola soledad, pienso que voy a morir.
Bob Fosse en ese film logró que casi todas las
amantes fuesen sus amantes de la vida real. Y cuentan que cuando se rodaría la
última escena, la ensayó él mismo en vez del actor que lo representaba, y al
finalizar el ensayo se volvió hacia uno y dijo con lágrimas en los ojos
“¿Viste? ¡Me perdonaron!”
Narrar la propia vida, exponerse,
transformarla en ficción para actuar sobre la realidad. Hacerse perdonar con
las líneas que él mismo escribió, ficcionar su propia defunción que ocurrió
luego de la misma manera, cigarrillos, alcohol, pastillas, vida enajenante y el
corazón que ya no soporta.
Un poco más profundo, con más significado
que la propaganda del shampoo. La misma canción, diferentes aspiraciones.
Me pregunto cómo la escogieron los publicistas.
Saben que en estos días pocos son los que no comprenden esas palabras en
inglés, adiós, amor, soledad, muerte. Quizás saben, también, que nadie se toma
el trabajo de pensar, que todo se acepta si tiene buen ritmo y hay colores y
una mujer bella. Aunque esa mujer bella sea la muerte, y una muerte
bastardeada.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
“Esperando que un
mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma
el silencio”.
*Alejandra
Pizarnik.
https://es.wikipedia.org/wiki/Alejandra_Pizarnik
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Inventren*
Al amigo Coiro, que
sueña trenes.
Lo que vemos desde aquí no es más que un
modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas.
Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la
fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso
conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma
aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños"
dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar
en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la
insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde
entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por
grabar, de mundos por descubrir y relatar.
Si nos acercáramos un poco más, veríamos
que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo
de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos
que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera
reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales.
Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán
esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas
transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de
reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.
Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la
calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos
metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El
volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas.
La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los
espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que
se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías
por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también
las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro.
Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca
marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia,
una vieja balada de destierros y encuentros.
Dentro del inmueble en ruinas hay alguien.
Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece
estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que
le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas.
Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el
ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina.
Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso,
vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa
época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de
acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media
hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la
tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur.
Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba
bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión-
esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos
quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció
acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que
había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro
silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo
borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.
Por eso no es extraño que haya sido el
primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario
desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco
chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las
paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad"
murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No
sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos
sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar
más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un
punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección
imaginaria.
Un rato más tarde aparecen dos mujeres con
un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un
susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide
avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al
yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El
tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo
hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una
y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más
lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía
indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la
dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo.
Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y
acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás,
mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en
cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de
los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el
incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas
contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos
muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos.
En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de
las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos
sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos callamos. En el horizonte ha
aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no
pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los
cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad
y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día
como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes
de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y
después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano
derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los
demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no
lo sea, más el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por
primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos
dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que
vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de
nosotros, imposible saber quién.
Ha ido llegando más gente. Unos charlamos,
otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La
mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos
empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus
pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos;
caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay
quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí
nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos
mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible
cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno;
creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen,
aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra
del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar
algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre
el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga,
otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos
de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares,
se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha
oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión"
farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se
repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco.
Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El
viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos
esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo,
aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el
norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra
solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello
que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo
hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es
real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío
apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De
pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí,
allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se
nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos
gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está
sucediendo y que no tiene explicación, más nadie dice nada. El sonido se va
elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha
aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una
locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por
todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante,
hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo
desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que
escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos,
desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos,
arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto,
entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta,
garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la
hora".
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próxima estación:
FRANCISCO A.
BERRA.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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