viernes, diciembre 08, 2006

EDICIÓN DICIEMBRE

INVENTIVASocial
Edición DICIEMBRE 2006
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A veces se oyen voces*

Gravedad del desorden que forman las palabras
incoherentemente pronunciadas, como un cáliz
rajado, seco, infame, con los bordes manchados...

Tenebrosa la noche que nos viola
con sus destellos deslumbrantes, con su ruido,
con la risa imprudente de los cuerdos,
con el brillo en los ojos del amante;
la noche cuyo vino adolescente nos embriaga,
la noche dominante y entreabierta...

A veces se oyen voces
en la pública quietud de las esquinas,
en la tibia intimidad de los zaguanes.

Mas el silencio siempre vuelve
como un amo cruel, tenaz, inagotable...


De la antología "Poemas Quietos" Ed. Mizar.


*De Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
http://al-andar.blogspot.com
http://www.aragonesasi.com/sergio





La femme et le peintre*

Femme pathétique assise en face de moi
je peins cette femme pathétique assise en face de moi
je déclare pathétique cette femme assise
cette femme pathétique me déclare peintre

Je suis nommé.


La mujer y el pintor*


Mujer conmovedora sentada frente a mí
pinto a esta mujer conmovedora sentada frente a mí
designo conmovedora a esta mujer sentada
esta mujer conmovedora me designa pintor.

Soy nombrado.


*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
-Traductor: Jacques Canut.





Adiós*


Y vendrá el invierno, y será el frío y la garúa tenue siempre tan tenue siempre tan triste como todas las cosas que no terminan de decidirse, como todas las cosas sin definición, sin contornos, que ya no son lo que fueron, lo que solían ser, lo que debiesen seguir siendo.
Y vendrá el empañarse de los vidrios opacando el mundo, dejándonos del lado de adentro para siempre, tan lejos del afuera ya no luminoso, tan inhóspito, tan avaro de hospedajes de tibieza, tan rencoroso tan sin posibilidad de perdón.
Vendrá, sin duda, el invierno. Es algo que ocurre frecuentemente con la tozuda recurrencia de lo periódico, lo inevitable. Aunque parezca que esta vez no, que los días siguen tibios, que esta estación vas a ver que va a ser benigna, mirá cómo siguen los días lindos cómo todavía andamos de remera y a esta fecha y todavía, mirá vos, en este avanzado lugar del calendario. A pesar de que parezca que esta vez no, llegará el invierno.
De pronto soplará el viento desde el sur, lo helado, lo inhóspito que se adivinaba en la tierra contagiará los objetos y las respiraciones. Nos miraremos desde lejos. Habrá llegado , una vez más , el invierno.
Voy a perder tu piel debajo de los pulóveres y las frazadas. Nuestros abrazos sufrirán alejamiento de lanas y tejidos interpuestos. Aunque parezca y aunque trate, mis brazos no rodearán tu cuerpo no tendrán ya más la gracia de abarcarte todo entero.
Y me vas a decir que es lo normal, lo establecido, que siempre ocurre, que la naturaleza la tradición el destino lo decretan, me vas a decir lo que ya se pero no quiero. No quiero entenderlo aunque lo sepa.
Y voy a preguntarte a preguntarme a preguntar por qué a nosotros, por qué también a nosotros. No me voy a rendir a la evidencia de que hace meses que venimos deshojándonos, voy a florecer extemporáneamente, me voy a obligar a fabricar flores minúsculas y trabajosas para mentirte una primavera forzada. Voy a agotar calefacciones.
En vano, en vacío, en nada.
Te vas a ir igual.
-Me llevo lo que es mío -dirás al marcharte. Mentira. A mí no me vas a llevar.


*de Mónica Russomanno. russomannomonica@ hotmail.com




Fugaz*


Con un hilo de plata
bordé un canto en el cielo;
le engarcé, por acorde,
una estrella fugaz,
que al danzar, rauda y leve
su cabriola de fuego,
destejió en un arpegio
ese sueño final.

*de María Amelia Schaller. masch@arnet.com.ar




Persecuta*

*Mario Benedetti.

Como en tantas y tantas de sus pesadillas, empezó a huir despavorido. Las botas de sus perseguidores sonaban y resonaban sobre las hojas secas. Las omnipotentes zancadas se acercaban a un ritmo enloquecido y enloquecedor.
Hasta no hace mucho, siempre que entraba en una pesadilla, su salvación había consistido en despertar, pero a esta altura los perseguidores habían aprendido esa estratagema y ya no se dejaban sorprender.
Sin embargo esta vez volvió a sorprenderlos. Precisamente en el instante en que los sabuesos creyeron que iba a despertar, él, sencillamente, soñó que se dormía.

Despistes y Franquezas 1990
*Fuente: http://www.sololiteratura.com/ben/selecciondecuentos.html




*

La vida no es literatura. Hay que vivir... después escribir. No inútilmente se finge el fantasma. Llega un día en que se termina por serlo. Así, insensiblemente fui impregnándome de cierta acidez que infiltró en todas mis palabras un resabio de ironía agria, cierto hedor de leche cortada. La gente me huía instintivamente. Tuve renombre de cáustico. Mis chistes, los mejor intencionados, resultaban siempre de doble sentido, perversos, y los papanatas me cobraron un miedo terrible."
"Me deleitaba revolotear como un lechuzo. No sé por qué. Tampoco sé por qué les gasté bromas tremendas a los que tomaban la vida en serio, e incluso sostuve que únicamente los badulaques profundos le concedían importancia a lo que nacía de ellos. Lo cual no impedía que de continuo se formaran en la
superficie de mi conciencia, grietas que rezumaban amargo salitre de envidia. Nada me ofendió más profundamente que el éxito de un compañero a quien despreciaba en mi fuero interno. Cierto es que el éxito era una bagatela comparado con los que podía obtener yo explotando las posibilidades encerradas en mí. Recuerdo muy claramente que me acerqué a un camarada y lo felicité indulgentemente irónico. Era una congratulación muy de estilo para molestar a las personas que consideramos inferiores a nosotros."
"Me indigné contra mi intelecto, hice tentativas de intimidar a la inspiración, de infiltrarme en mi propio subconsciente. Era indispensable que él obedeciera y trabajara a mi servicio, pero fue todo inútil. No olvidaré nunca que me encerré una semana entre cuatro paredes a la espera de la maravillosa fuerza que debía inspirarme páginas inmortales, pero el único fenómeno que provocó tal encierro consistió en una violenta intoxicación tabacosa y aburrido de hacer el ermitaño, me lancé a la calle a buscar la vida. ¿ Por qué yo no podía producir y otros sí? ¿Dónde radicaba la misteriosa razón que hacía que un hombre que se expresaba como un imbécil, escribiera como si tuviese talento?"
"¿Mas, hasta qué punto es posible engañarse a sí mismo? Insensiblemente los ánimos me decayeron, las frases que escribía se atropellaban como abortos de pensamientos, sin ton ni son; la soledad del cuarto me inspiró repulsión, desidia los flamantes libros que comprara para ilustrarme sobre la 'no-acción', y un día resueltamente acaté los impulsos de mi voluntad, y me confesé que no podía darse nada más estúpido que el trabajar sobre una obra en la cual el primero en no creer era yo."
"La vida era breve. Más que ridículo resultaba el hombre que consumía su juventud garabateando infames papelotes. Por optimista que fuera había que reconocer que con la literatura no se reformaría a la humanidad."
"Seamos exigentes, compañeros. Si nosotros no salvamos el arte, ¿Quién lo salvará?... Un hombre que a la luz del sol y de las lámparas de doscientas bujías, tiene la audacia de proclamar que hay que ser exigente y comienza él por someterse a su principio, no escribiendo ni una sola línea por razones de exigencia, no puede ser un pedante ni un hipócrita."
"A mis camaradas les anuncié que preparaba la Estética del Exigente, a base de un cocktail de cubismo, fascismo, marxismo y teología. Varias literatas se alegraron tanto al recibir la noticia, que a consecuencia de ello, se les declaró furor uterino."
"Nuestra audacia cobró tales fueros, que un día anunciamos en las páginas de nuestra revista, a todo lo ancho: DE AQUÍ EN ADELANTE NO DISCUTIREMOS, DISTRIBUIREMOS RAZONABLES TANDAS DE PUNTAPIÉS Y BASTONAZOS."
"Así como el demente extrae de su locura los elementos que le hunden en el desconcierto de su propia vida, así yo extraía de mi imaginación el veneno que me amarilleaba los ojos."
"Estas tribus derrotadas socialmente, se rigen por leyes especiales y en nuestra esfera de influencia, al novato que llegue se le perdonaban sus éxitos antiguos en gracia de su fracaso presente. Vaya lo uno por lo otro.
Personalmente el individuo ha muerto como promesa, de acuerdo, pero en cambio, inequívocamente, resucita como fracasado. Y al resucitar como fracasado, tiene derecho al pan y a la sal que en el desierto de la literatura se le ofrece al viajero perdido."
"Como otros de mis compañeros, me quise acercar a la clase trabajadora. No negaré que se me ocurrió que al asumir semejante actitud, yo le hacía al proletariado un extraordinario favor. ¿Quiénes sino nosotros (según decíamos) podían orientar a la clase obrera hacia la resolución de sus problemas? ¿No constituíamos algo así como la sal de la tierra proletaria?"
"Lo grave, es que sujetos parecidos a mí en no enterarse nunca de nada, abundan en tal orden de actividades. Cuando varios tipos de este estilo nos reuníamos, encontrar un tema de conversación constituía un problema, y un ¡oh! y un ¡ah! de nunca acabar, eslabonaba la sorpresa que mutuamente nos
producían sucesos de los que no 'sabíamos' una palabra. De lo que no dejábamos de enterarnos, tronara o lloviera, enfermos o viajando, era de los brulotes endosados a un compañero por cualquier criticastruelo... ¿Viste el brulote que le metieron a fulano? Cuanto más injusta o malintencionada la
crítica, más festivamente recibida. Sabíamos que el placer que experimentaba el autor al publicar un libro se lo abollaba la crítica, y cuando se comentaba el brulote, no era por el brulote en sí, sino por el placer que derivaba de saber que había un compañero sufriendo en su vanidad o en su orgullo."
"A veces una ráfaga de rabia me enturbia las pupilas, luego me encojo de hombros. Sustituyo el odio con la antipatía, y la antipatía con la indiferencia. Tanto es así, que he reemplazado mi indiferencia de no
enterarme de nada por aquella indiferencia un poquito más sutil, política e irónica de elogiarlo todo. Lo bueno y lo malo."

"Y así pasan los años. De mi ineptitud se desprende una filosofía implacable, serena, destructiva: ¿Para qué afanarse en estériles luchas, si al final del camino se encuentra como todo premio un sepulcro profundo y la nada infinita? Y yo sé que tengo razón."


*de Roberto Arlt.

"Escritor fracasado", El jorobadito.
Fuente: http://nastymachine.blogspot.com/2005/09/seamos-exigentes-compaeros.html





Candelas*

Y es casi la noche cuando caminamos con mi compañera de la mano por la ciudad. Hemos sacado algunas fotos de gárgolas y fachadas antiguas. Vemos una luna creciente en una arcada alta de un edificio religioso que comunica al cielo como visión última.
A media cuadra nos encontramos con la plaza casi como un tropiezo, esta es la plaza adonde miran los edificios mas importantes de la esta provincia. El poder ejecutivo y judicial tienen sus casas diurnas allí.
En la plaza hay un pequeño grupo de personas reunido casi en círculo.
Nos acercamos con curiosidad. Hay un hombre de alrededor de 50 años alto y encanecido que lee con voz pausada y serena unas palabras, una periodista le acerca el micrófono y hay un camarógrafo con su equipo que se afirma en tres patas metálicas sobre las baldosas.
Varias personas llevan candelas caseritas en sus manos.
Puedo ver a dos ancianas con bandanas blancas cubriendo sus pelos blancos y grises. Un niño que juega, va y viene a la mano de una joven madre de vestido rojo. Luego habla una mujer, solo recuerdo la frase "nosotros sabemos la verdad".
Mientras seguimos nuestro camino, pienso en esa lucidez sin remedio que tienen las víctimas.
En ese duelo a cielo abierto que necesitan realizar cíclicamente mientras haya quien pueda contar los hechos y relatar lo trágico que el poder elude. Para el cual las heridas solo se sueldan con impunidad y olvido. Según parece, para el dolor que echó raíces nunca hay auspiciantes. Esos estan siempre en otro lado.
¿Adonde estan las miles de víctimas de lo que pasó? parece decirme ella con su mirada.
No importa digo. Nada del mundo les quita entidad a quienes no se rinden y salen a la calle para recordar a sus muertos y pedir por una improbable justicia.


*de Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com




Casablanca*


Imagínenme así: un metro setenta y cinco, más bien flaco, bigote ancho como el que llevaba mi abuelo a principios de siglo. Ha vuelto a ponerse de moda. Pelo abundante y descuidado, patillas cortas. Llevo sombrero tumbado a media frente. Tengo carácter uraño y alma de calefón. Me lo dijo una chica que crucé en Marsella el día en que escapamos de la gran guerra, allá por el año treinta y ocho. Ahora ya lo saben: me derriten las palabras amables y las mujeres que fingen timidez.
Me llamo Gustavo Peregrino Fernández, pero la profesión me privó del primer nombre y me regaló otro, doctoral y vulgar: Míster. Míster Peregrino Fernández, entonces. Llevo muchachos a correr por los potreros de algún olvidado rincón de la patria. Trato de que se porten bien y dejen en la cancha lo mejor que tienen. Que no corran como poseídos detrás de la pelota. Voy de acá para allá por la parte fea del mundo. Soy un ganador incomprendido, corro por la sombra, tomo trenes y colectivos bajo la tormenta.
Estoy en un rincón de la Patagonia en el año 58. Llevo una semana estornudando contra el viento, cagando arena y orinando agua bendita. En las horas en que no trabajo voy a matear con el cura, que es un primor de tipo, una ficha que Dios perdió a la ruleta. Les decía que vengo de lejos. Siempre es así. En el año 36 fui a predicar mi fútbol a Europa, hasta que empezó la guerra y la chica aquella me dijo eso de que tengo alma de calefón.
Del 39 al 44 estuve en Casablanca, en el bar de Rick.
Cuando no estábamos muy borrachos íbamos a jugar a la pelota cerca de ese aeropuerto que ustedes conocen. Después no sé qué pasó, a dónde se fueron Rick y su amigo Renault, el gendarme francés. Yo me quedé dirigiendo en un club de Tánger. Eran tan malos los jugadores que tenía que ponerlos a todos en el área chica para escaparle al descenso. Me acuerdo que el centrojás era un petiso con joroba, bastante corto de vista. Había que ponerlo porque el padre manejaba el mercado negro y proveía tabaco, papel higiénico y hojas de afeitar. Al centrofóbal tampoco lo podía sacar porque decían que era su amigo o su amante, nunca pude confirmarlo.
Me pagaban bastante para lo que era el mundo en ese entonces. Tenía un Studebaker modelo 34, cuatro trajes y a veces una mujer expulsada de algún harén suburbano. No sé, nunca me gustó preguntar. No voy a ocultar que estuve preso. Las cosas eran confusas y no se sabía con certeza lo que estaba bien y lo que estaba mal. Ni siquiera sé si fui yo quién disparó el revólver. Hacía calor, el ruido era infernal y el eslovaco puteaba y puteaba, decía que yo le debía plata y que me estaba metiendo en su negocio. De pronto cayó redondo con un agujero en la cabeza. ¿Tiré yo? ¿Tiró otro? Todos andábamos armados en la ciudad y en los bares liquidaban media docena de tipos por día. Sólo que este era un peso pesado y estuve a la sombra casi un año, hasta que el club reunió la plata para los jueces.
No sé si esto tiene alguna importancia. Ahora que estoy postrado en una casa para viejos, aburrido y esperando el fin, se me dio por escribir las cosas de las que me acuerdo y que pueden servirle a los jóvenes. Un escritor de la Argentina que pasó a verme hace unos meses me contó que los jóvenes no quieren saber nada con el ejemplo de los mayores, que olvidara la moralina y los consejos. Si es así, narraré latrocinios y vendetas, vejaciones y tormentos. Tengo 85 años y he visto bastante.
Sé que los militares pasaron una generación de idealistas a degüello. Después mandaron a otros a una guerra perdida. Los que sobrevivieron todavía no han superado el terror y se lo han transmitido a los hijos. Parece que sólo los tranquiliza llevar una tarjeta de crédito. Igual, yo no escribo para que me lean. Utilizo las lenguas que me vienen a la cabeza según el humor con que empiezo el día. Viví en tantos lugares diferentes que cada idioma está atado a un afecto, a un suceso. Escribiré en turco, en inglés y en castellano sin traicionar ni reprimir los sentimientos. En alemán hablaré de aquella chica de Berlín, en polaco del campo al que me llevaron por tratar con judíos, en inglés de mis incursiones australianas.
Había pensado en un manual que traslade las enseñanzas del fútbol a la vida de todos los días, pero no sé si podrá ser. En algunos países mojigatos la gente vive colgada del travesaño; en los pretenciosos se adelantan tanto que terminan apuñalados de contragolpe. En fin, mis teorías no serán atendidas; tal vez tenga razón el escritor aquel, pero tengo mucha edad y no puedo remediarlo. Empiezo, entonces, con los años en el bar de Rick. Ustedes habrán visto mil veces la película: Tócala otra vez, Sam, Bésame como si fuera la última vez, dice Ilda, la enamorada. Pamplinas. Rick no quería a nadie, era un individualista al que se le habían muerto las ilusiones. Tócala otra vez, Sam. quién hubiera dicho en aquellos tiempos que Sam iba a tener una posteridad. Murió en el año 47 o 48, me contaron. El bar cerró y andaba tirado, con dolores de cintura y reumatismo en las manos de tanto darle al piano. Había remontado en barco hasta Burdeos. Se metió en un cine barato donde daban una de las primeras de Robert Mitchum. Lo oyó decir: "El amor es como el azar, cuanto más lejos vayas más posibilidad tienes de ganar", y ahí nomás se murió. Tal vez era la época: estaba plagada de existencialistas, vividores y socialistas románticos. A Sam le habrá pasado lo mismo que a mí: sólo el socialismo te ofrecía futuro. Muchas veces había que morir para que los otros siguieran viendo más allá de la nariz, como el Che antes de ser un montón de huesos ofrecido a los turistas. Pero bueno, caer estaba en los cálculos. Se moría menos por accidentes de tránsito y más por un futuro imperfecto.
En mi vida he visto distintas épocas de varios países. Los he visto encanallados, valientes, resignados, corruptos, cobardes. Vi la aterrorizada Alemania de Hitler ensañarse con judíos y comunistas. ¿De qué les sirvió tener a Heidegger? los hombres decentes se expatriaron: los hermanos Mann, Freud, Peter Weiss, tantos más. Vi miserias de las que no me atrevo a hablar todavía.
No me va a ser fácil hilvanar con el fútbol. yo fui uno de los primeros que vio la inutilidad de mantener wines estáticos haciendo firuletes por la raya, pero nunca pensé que al desaparecer los wines desaparecería un modo de vida. Tambien afuera de la cancha. Habíamos acabado con la belleza para asegurar la rentabilidad de los equipos. Mandamos a esos endiablados chiquitos a correr de acá para allá, a sacrificarse, a colaborar con los que no sabían cómo se chanflea una pelota. El otro día vi a un tipo de cuatro millones de dólares, sin arquero por delante, tirarla afuera. No la embocó en un arco de once metros de ancho ni siquiera con esos zapatos de ahora, que vienen preparados con alerones y muescas de modo que hasta un enyesado pueda hacer un gol olímpico.
Allá por el cincuenta y ocho, en Tánger, mi centrodelantero era burro pero feliz porque sentía que tenía una misión y la cumplía. No iba a buscar la pelota, pero si se la daban a quince metros de la valla los arqueros sudaban. Dur, violent, au coin enchanté, me decía. Fuerte y bajo, al rincón de las ánimas, me atrevo a traducir. Tiempo después, así como Sam murió en una butaca de cine viendo y oyendo a Mitchum, mi delantero llamado Agustin se rompió la cabeza contra un poste al ir a buscar de palomita un centro mal colocado.
No quiero irme también yo sin antes declarar que soy uno de los responsables de la desaparición de los wines. Me gustaría evocar, además, a los backs centrales de aquellos tiempos. Uno era asesino y el otro caballero; pero eso lo dejo para otro día. Estoy cansado, tengo más edad de la que he confesado y la enfermera se acerca para llevarme a cenar. Acá en París nos acostamos muy temprano y ahora que se acerca el invierno lo único que puedo hacer es mirar viejas películas, leer viejos libros y evocar viejos partidos. No tengan piedad de mí: la memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita.



*de Osvaldo Soriano.
"Piratas, Fantasmas y dinosaurios" Editorial Norma. Edición de 1996.






Mecánicos*

Mi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no sé si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabrá aceptarlo. En la ruta ponía las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un día, indefectiblemente, tenía que volcar. Sucedió una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el único coche que pudo tener en su vida. Lo había comprado a crédito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salían arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradecí. a esa edad creemos que el mundo sólo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presumía de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque había pasado por el Industrial de Neuquén.
Antes de que me fuera al servicio militar me preguntó qué haría al regresar. Ni él ni yo servíamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traía viniera del fútbol, que consideraba vulgar. A mi padre le gustaba la ópera aunque creo que nunca conoció el Teatro Colón. Venía de una lejana juventud antifascista que en 1930 le había tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romántico.
Cuando le dije que quería seguir jugando al fútbol, lo tomó como un mal chiste. Me aconsejó que en la conscripción hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evité las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambición de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para después inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo cálculos. Una tarde en que me prestó el Gordini para ir al bosque me anunció que al día siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo íbamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo.
Yo no le hice caso pero él se tomó el asunto en serio. En el fondo de la casa tenía un taller lleno de extrañas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no podía pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tenía a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Había algunas muy estrambóticas, llenas de engranajes, sinfines, manómetros y relojes, que nadie sabía para qué servían.
A la madrugada dejé el coche en el garaje y me tiré en la cama dispuesto a dormir todo el día. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permitía fumar y el entrenador tampoco, así que cuando me ofrecía el paquete yo sonreía y lo seguía por el pasillo poniéndome los pantalones. Caminaba delante de mí, medio maltrecho, y lo sorprendía que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller.
-Sos un cabeza hueca -me decía.
Se reía con Buster Keaton y leía La Prensa. que le prestaba un vecino. tal vez había envejecido antes de tiempo o quizá se enamoró de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos había arrastrado. Nunca lo sabré. Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el día en que lo conoció, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata.
Me miró y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Después, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, así aprendés". Era un día feriado, sin fútbol ni cine. Hacía un calor terrible y a mediodía el cura del barrio se presentó a comer gratis y a ver televisión. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidió que eligiera por dónde empezar. Parecía un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abría el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empezó a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A mí me daba bronca porque creía que nunca más iba a poder llevar a mi novia al otro lado del río y entre los árboles. Igual ataqué el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas. A mediodía, cuando el cura asomó la cabeza en el taller, ya teníamos medio coche desarmado. Los dos estábamos negros de aceite y habíamos perdido por completo el control de la operación. Mi padre había desmontado todo el tren delantero, la tapa del baúl, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrás, yo había sacado válvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigüeñal. De vez en cuando mi viejo gritaba "¡Carajo, qué mal trabajan los franceses !" y arrojaba el velocímetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador. El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le preguntó a mi padre cuántas cuotas llevaba pagadas. Ahí se hizo un silencio y el otro casi pierde los tallarines gratis:
-Doce -le contestó de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apóstoles-. Y con la ayuda de Dios todavía tengo que pagar otras veinticuatro.
Tardamos tres días para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera. La segunda tarde mi madre nos desconoció de tan sucios que estábamos y nos prohibió entrar a la casa. dormíamos en el garaje, sobre unas bolsas, y allí nos traía de comer. Vivíamos en trance, convencidos de que un técnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la patria no podían dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francés. Fue entonces cuando mi padre decidió comprimir el motor y aligerar la dirección para que el coche cumpliera una performance digna de su genio. Hizo un diseño en la pared y me preguntó, desafiante, si todavía pensaba que el fútbol era más atrayente que la mecánica. Yo no me acordaba cuál pieza concordaba con otra ni qué gancho entraba en qué agujero y una noche mi padre salió a buscar al cura para qué con un responso lo ayudara a rehacer el embrague.
Al fin, una mañana de fines de febrero el coche quedó de nuevo en pie, erguido y lustroso, más limpio que el día en que salió de la fábrica. Lo único que faltaba era la radio que el cura nos había robado en el momento del recogimiento y la oración.
Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las vergüenzas con los restos de un mantel. mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. en el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave.
Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida. adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateó con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como un gallo de riña. Después me guiño un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes.
-Andá -me dijo-. Preséntate al regimiento como mecánico, que te salvás de los bailes y las guardias.
Ese año hice más de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para él su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón.


*De Osvaldo Soriano.
"Cuentos de los años felices" editorial Sudamericana, Buenos Aires, edición de 1993.






Ejercicios de escritura:


1. La agenda del año*

Un año puede ser una lluvia. Un vértigo de acontecimientos que apenas pueden ponerse en palabras.
Sea por el dolor, la alegría o el asombro, los invito a construir una agenda de sucesos-sentimientos -ficciones del año. Mes por mes, consignemos frases sobre acontecimientos personales y/o sociales.
Los escritos se publicarían del 26 al 31 de diciembre.
(Para cualquier consulta me escriben)

*Eduardo F. Coiro. inventivasocial(arroba)hotmail.com




2. Collage de frases.

Se trata de construir una narración utilizando en la mayor medida posible una serie de frases:

-El/ella habla desde una antigua devastación.
-No estoy lo suficientemente deprimido/a para ser artista.
-Como a esa gente que se aferra habitualmente a un salvavidas de plomo.
-Cuidame a mi nena, que no le pase nada, por que si no cuando vuelvas te la vas a ver conmigo.
-Hasta que punto del sufrimiento hay que llegar para parir la escritura.
-Lo más inconscientemente feliz que pueda.
-Tenía vocación por remontar ilusoriamente la adversidad.
-Nadie puede amar sin el corazón libre.
-El mundo para el/ella era un gran tedio.
-Para el dolor nunca hay auspiciantes.
-"casi un fracasado como vos".
-Llevaba en silencio la plegaria que dice por mi culpa, por mi culpa, por mi grandisima culpa.
-Pero esa ilusión de futuro ya casi se desvanece.
-Y le pedimos al otro, más que a nosotros mismos.
-Vió una clara vocación por el destierro, por el exilio de propia vida.
-¿Cómo hacer para que la vida no sea morir lentamente en gotas?
-Era una imposición razonable al lado de otras murallas brutales, pero una imposición al fin.
-Aquello era una cienaga sobre la que no se podía construir nada estable.
-En esa lucidez sin remedio que tienen las víctimas.
-Todos somos actores, y no dejamos de representar un papel para los demás.


Para dudas y consultas, me escriben, es para publicar antes del fin de año.


*Eduardo F. Coiro. inventivasocial(arroba)hotmail.com



3. Re-escribiendo a Inventiva Social*

A la largo del año se editaron y titularon muchas ediciones. Quiero proponerles que tamicen, que condensen en algunas frases las experiencias de lectura y/o escritura en Inventiva Social.
Para el 29 /30 de diciembre.


*Enviar escritos a: inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar



Una antología personal.
-Sólo para socios de Inventiva-

Los invito a enviarme una selección de sus escritos (ya publicados o no) para editarlos en los últimos días del año y durante el mes de enero del 2007. Con respecto a la extención de cada antología, la idea es no superar los 100 kb.
Cualquier duda me escriben.

*Eduardo F. Coiro. inventivasocial(arroba)hotmail.com





*
Queridas amigas, queridos amigos:

El próximo domingo 10 de diciembre del 2006 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), música del compositor mexicano Mario Lavista. Las poesías que leeremos pertenecen a Luisa Futoransky (Argentina) y la música de fondo será de Machu Picchu (Andes); todo ésto en nuestro programa Poesía y Música Latinoamericana, en español y alemán. ¡Les deseamos una feliz audición!

ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream) !!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!

REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067


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Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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