jueves, noviembre 27, 2008

LAS AGUAS Y LOS OTROS...




Ilustración: Salvador Dalí.



Marineros*



La embarcación escalaba las enormes montañas de agua de aquel mar embravecido. El viento huracanado empezaba a convertir en jirones el velamen y el capitán, desde el puente, impartía ordenes a la tripulación.

- Arriad la escota de vela de stay … Aflojad el foque… Cuidado con la botavara… Vigilad el bauprés… Virad a sotavento…

Los marineros, todos oriundos de Cuenca, corrieron por la cubierta alocadamente sin saber que hacer. Uno de ellos gritó mientras una enorme ola le arrastraba por la cubierta: "Ya os dije que con un capitán extranjero no llegaríamos a Kuala Lumpur"



*de Joan Mateu. joan@cimat.es





LAS AGUAS Y LOS OTROS...





El Otro*


*Por Jorge Luis Borges



El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Alvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Alvaro. La reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
-Señor, ¿usted es oriental o argentino?
-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que si.
-En tal caso -le dije resueltamente- usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
-Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.
-Dufour -corrigió.
-Esta bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?
-No -respondió-. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
-Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.
-¿Y si el sueño durara? -dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
-Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?
Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:
-Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires, pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamo a todos y nos dijo: "Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente."Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?
-Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas.
Vaciló y me dijo:
-¿Y usted?
No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra sangre. Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros.
Cambié. Cambié de tono y proseguí:
-En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterllo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.
Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba entre las manos un libro. Le pregunté qué era.
-Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski -me replicó no sin vanidad.
-Se me ha desdibujado. ¿Que tal es?
No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia.
-El maestro ruso -dictaminó- ha penetrado más que nadie en los laberintos del alma eslava.
Esa tentativa retórica me pareció una prueba de que se había serenado.
Le pregunté qué otros volúmenes del maestro había recorrido.
Enumeró dos o tres, entre ellos El doble.
Le pregunté si al leerlos distinguía bien los personajes, como en el caso de Joseph Conrad, y si pensaba proseguir el examen de la obra completa.
-La verdad es que no -me respondió con cierta sorpresa.
Le pregunté qué estaba escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los ritmos rojos.
-¿Por qué no? -le dije-. Podés alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine.
Sin hacerme caso, me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos lo hombres. El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época. Me quedé pensando y le pregunté si verdaderamente se sentía hermano de todos. Por ejemplo, de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros, de todos buzos, de todos los que viven en la acera de los números pares, de todos los afónicos, etcétera. Me dijo que su libro se refería a la gran masa de los oprimidos y parias.
-Tu masa de oprimidos y de parias -le contesté- no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy sentencio algún griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra o de Cambridge, somos tal vez la prueba.
Salvo en las severas páginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que están por entrar en la batalla hablan del barro o del sargento. Nuestra situación era única y, francamente, no estábamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creía en la invención o descubrimiento de metáforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades íntimas y notorias y que nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinión, que expondría en un libro años después.
Casi no me escuchaba. De pronto dijo:
-Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción:
-Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
-¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.
Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.
Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.
Una brusca idea se me ocurrió.
-Yo te puedo probar inmediatamente -le dije- que no estás soñando conmigo.
Oí bien este verso, que no has leído nunca, que yo recuerde.
Lentamente entoné la famosa línea:
L'byre - univers tordant son corps écaillé d'astres. Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra.
-Es verdad -balbuceó-. Yo no podré nunca escribir una línea como ésa.
Hugo nos había unido.
Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.
-Si Whitman la ha cantado -observé- es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
Se quedó mirándome.
-Usted no lo conoce -exclamó-. Whitman es capaz de mentir.
Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos.
Eramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el dialogo. Cada uno de los dos era el remendo cricaturesco del otro. La situación era harto anormal para durar mucho más tiempo. Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy.
De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo.
-Oí -le dije-, ¿tenés algún dinero?
-Sí - me replicó-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski en el Crocodile.
-Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien... ahora, me das una de tus monedas.
Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofreció uno de los primeros.
Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
-No puede ser -gritó-. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.)
-Todo esto es un milagro -alcanzó a decir- y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados. No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.
Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.
Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte no lo quiso.
Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios.
Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista.
Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano. Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. EL otro tampoco habrá ido.
He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.



*Fuente: http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/borges01.htm







DES-AMOR*


"La crítica perdona los cuervos pero no deja en paz a las palomas"
(Juvenal II. 63)



El amor se acercó.
Retrocedió dos pasos la paloma.
El cuervo, solo uno.
Ella no se movió.
_ Y así, absurdamente,
solo un vuelo, des-amor, nos separó _

La paloma intentó descansar
en las honduras negras de sus ojos.
El cuervo, ya había descansado
bastante,
buscó ahora el cansancio
de la lucha de amor.
_ Y así, absurdamente, un deseo distinto
de vuelo, des-amor, nos separó_

Con-fundidos, el cuervo y la paloma
reflejaron sus sombras en el agua.
Ella pensó, es mi espejo,
él también lo creyó.
Dos espejos, de frente, solitarios
¿Qué reflejan?
_ Y así, absurdamente, la nada,
des-amor, nos separó_




*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar









Las aguas y las letras*




*Por Juan Forn


El holandés Frank Westerman adoraba desde chico un libro llamado Kara Bogaz.
Nacido en los '60 de padres miembros del PC holandés, el pobre Westerman creció escuchando los logros del Ejército Rojo, de la industria soviética, de los titanes del Realismo Socialista. De todas esas historias su favorita era Kara Bogaz, el relato de cómo un grupo de valientes ingenieros soviéticos descubren a un costado del Mar Caspio una enorme bahía embrujada (Kara Bogaz significa "fauces negras") y convierten esa caldera de aguas salobres y costa desértica, habitada por feroces beduinos, en un vergel socialista donde todos tienen agua corriente y trabajo y nuevos ideales (en el épico final del libro, los beduinos, convertidos a la nueva fe, se despojan de sus turbantes verdes, símbolo de haber peregrinado a La Meca, y arrancan el velo del rostro de sus mujeres para vivar todos juntos la
Revolución del Trabajo y la Igualdad).
Kara Bogaz se convirtió en una de las obras cumbres del Realismo Socialista, gracias a su involuntario timing: se publicó justo cuando Stalin puso en marcha uno de sus más faraónicos proyectos, la Perebroska, que invertiría el curso de todos los grandes ríos de la URSS y acabaría con las estepas y
desiertos de su territorio (una canción de la época decía: "Los ríos soviéticos van adonde los bolcheviques sueñan"). El Ministerio de Recursos Hídricos alcanzó a tener más de un millón de funcionarios repartidos por las quince repúblicas soviéticas y llegó a ser el departamento más influyente detrás del de Defensa. Parte de ese inmenso personal lo conformaban los liriki, es decir los escritores que debían narrar cada una de esas gestas y que dieron origen a la literatura hidráulica soviética, según la bautizó Gorki antes de morir. Por supuesto, los liriki debían actuar según las leyes
del Realismo Socialista: acompañando a las brigadas que construían diques y represas, para ver suceder el milagro en vivo y en directo, antes de relatarlo en forma de libro. El increíble descubrimiento que haría el joven Westerman cuando logró ser enviado a Moscú como corresponsal de un diario de
Rotterdam, ya en los años de la Perestroika, fue que Kara Bogaz, su libro favorito y la obra fundante de la literatura hídrica soviética, no cumplía ni uno solo de los preceptos del Realismo Socialista.
Lo supo por azar, como suelen saberse esas cosas. Para decorar la infame caja de zapatos que le habían adjudicado como oficina, Westerman compró en el metro de Moscú, a un geólogo desempleado, un enorme mapa de la vieja URSS con el que tapizó una pared entera. Para su sorpresa, en la zona correspondiente al Mar Caspio brillaba por su ausencia la bahía de Kara Bogaz. Cuando consultó a un colega ruso, éste lo derivó al Instituto Konstantin Paustovski. ¡El autor de Kara Bogaz tenía una institución dedicada exclusivamente a él! No tanto: el Instituto ocupaba sólo la azotea de un angostísimo edificio de dos pisos, donde trabajaban apretados dos ancianos (el director y la secretaria) con la colaboración ad honorem de Dima, el hijo de Paustovski, que tenía "sólo" setenta años y era el detector de mentiras de la institución: cada vez que el director o la secretaria se encontraban con alguna incongruencia entre la obra de Paustovski y la realidad (cosa bastante frecuente, al parecer) la sometían a Dima, cuya
tarea, le explicaron a Westerman, consistía en "descorrer el velo lírico cuando la realidad no alcanzaba a salir a la luz".
Así se enteró Westerman de que Paustovski nunca estuvo en Kara Bogaz (al llegar a Bakú se le acabó el dinero que le habían dado como anticipo en Moscú), que propuso escribir el libro sólo por consejo de su amigo Isaak Babel (y que lo único que le aportó a Paustovski aquel viaje recomendado por Babel fue una malaria en Batumi y un mal de amores en Tiflis, según su hijo Dima), que en el hospital conoció a un ingeniero que, entre delirios y visiones, le habló de una represa que debía construirse en una bahía maldita llamada Kara Bogaz, y que el resto de información lo fue sonsacando de diversas fuentes, incluida su propia imaginación. En resumen, Paustovski transgredió la gran premisa del Realismo Socialista ("Primero deben producirse los hechos y sólo después deben someterse a la reflexión
artística"). Pintó algo que no sólo nunca vio sino que tampoco llegó nunca a hacerse realidad: en el mismo momento en que cientos de miles de niños soviéticos devoraban las páginas de Kara Bogaz, en cuyo final Paustovski describía una represa y una fábrica de sulfato de sodio en pujante funcionamiento, el Ministerio de Asuntos Hídricos daba de baja oficialmente el proyecto de construir tanto la represa como la fábrica.
Lo más sorprendente es que esto sucedió en los difíciles años post muerte de Gorki, cuando bastaba un suspiro para caer en desgracia y casi todos los escritores de la literatura hidráulica fueron enviados a Siberia o ejecutados, uno por uno. Pero Paustovski zafó. Incluso cuando sus protectores Babel y Pilniak cayeron, él zafó. Y después sobrevivió a toda la guerra. Y después se consiguió un puesto en el Instituto Gorki de Literatura (¡enseñando Realismo Socialista!). Y después aceptó obedientemente un encargo de arriba para escribir una biografía sobre el mariscal Bucher. Y, cuando ese militar cayó en la última purga ordenada por Stalin antes de morir, Paustovski asombrosamente zafó una vez más. Y logró llegar con vida al deshielo de Kruschev. Y logró seguir vivo cuando Brezhnev ajustó nuevamente las clavijas de la represión. Y, cuando cumplió los setenta y cinco años, vaya a saberse si por el mérito de haber esquivado tantas veces la picota o por haber fundado la literatura hidráulica soviética, bautizaron
con su nombre el tercer pico más alto de la URSS, le otorgaron la Orden de Lenin y le dieron un piso en uno de los edificios laterales del complejo edilicio conocido como Las Siete Hermanas en Moscú (en cuyo bloque central sólo vivían jerarcas de la Nomenklatura). Paustovski murió apaciblemente en su cama en 1968, poco antes de cumplir los ochenta. Según le contó su hijo Dima al holandés Westerman, una sola cosa lo perturbó hasta sus últimos días: soñaba que lo enviaban a la bahía de Kara Bogaz, a escribir su libro de vuelta, esta vez in situ, y sin derecho a inventar nada.


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-115615-2008-11-26.html








Misterix, el nombre más fuerte*




*Por Juan Sasturain



En estas semanas se cumplieron sesenta años de la aparición de una de las revistas más importantes y uno de los nombres/marcas más sugestivos de la historia de la historieta argentina: Misterix. Y lo recordamos más, acaso, porque es algo que tiene que ver con nuestra propia historia de lectores
infantiles primero, de maduros escritores después. Hay una pila atómica (la del "hombre de acero") que mantiene la energía intacta de nuestra memoria afectiva.
Fue en el primer tercio de la década del cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando se instaló en la Argentina Editorial Abril. Su fundador fue Cesare Civita, un emigrado judeoitaliano que llegó a Buenos Aires -vía Nueva York- escapando del fascismo. Hombre con gran experiencia en la industria
editorial de su país, obtuvo la representación de Walt Disney, empezó a explotar sus personajes y a publicar literatura infantil. Terminada la contienda universal, se volcó al mercado de las revistas de historietas. Así nacieron, sucesivamente, las exitosas Salgari, Cinemisterio, Misterix y Rayo Rojo. Para proveerlas, Civita fundó el sindicato Sudameris -a la manera norteamericana-, tradujo gran parte de la producción de los jóvenes creadores italianos de posguerra e invitó a algunos de ellos a trabajar en
la Argentina. Así llegaron a Buenos Aires, en 1950, los dibujantes Mauro Faustinelli, Hugo Pratt e Ivo Pavone (que en estos días, casualmente estará de visita tras muchos años en la Argentina), y el guionista Alberto Ongaro.
Otros, como Dino Battaglia y Paul Campani -que también publicaban en las revistas de Civita-, nunca viajaron. El cruce de estos autores con algunos de los por entonces noveles creadores argentinos -el guionista Oesterheld, los jovencísimos dibujantes Solano López, Zoppi, Vogt y Carlos Cruz- fue muy
productivo.
Los semanarios de historietas de Abril -sobre todo Misterix, que apareció en septiembre de 1948, y la pequeñísima Rayo Rojo- fueron, durante la primera mitad de la década del cincuenta, el espacio gráfico en que se expresó la aventura moderna, con temas contemporáneos, de clara influencia norteamericana pero con rasgos propios. Se seguía con el concepto de "continuará", pero el relato gráfico soslayaba la pesadez del folletín tradicional y los guiones apuntaban a un lector más maduro y exigente.
En la revista y en el personaje insignia de Abril, Misterix, lo primero que seducía era el nombre. Sólo con el tiempo descubrimos que se trataba de la versión fonética de "Mister X". Los chicos de aquellos años cincuenta no sabían (sabíamos) inglés. La revista era apaisada y tenía la particularidad de que las historietas comenzaban directamente en la tapa, donde estaban los únicos y habitualmente desfasados colores. No siempre con la misma: a veces era Misterix, de Campani y Ongaro, a veces El Sargento Kirk, de Pratt y Oesterheld; a veces Bull Rockett, de Campani y Oesterheld, y también -pero menos- Fuerte Argentino, de Ciocca y Julio Almada. Con el tiempo, al retirarse Campani, Eugenio Zoppi pasó a dibujar Misterix y Solano López se hizo cargo de Bull Rockett.
Tanto el personaje de Misterix, como el efímero Asso di Piche de Battaglia-Pratt -rebautizado As de Espadas en la Argentina- habían nacido en Italia y eran versiones más o menos logradas del modelo de superhéroe yanqui. Los jóvenes autores italianos que habían sufrido la censura de la producción norteamericana en sus revistas durante el fascismo volvieron a esos temas y personajes en cuanto pudieron. La influencia de Caniff, de Eisner, de los héroes de Lee Falk -The Phantom, Mandrake- es evidente.
De esos héroes, Misterix fue, a la larga, si no el mejor, el único que sobrevivió, aunque con muchas transformaciones. El personaje, de origen más o menos gótico y sombrío en los inicios en la revista Salgari, derivó a aristócrata inglés colaborador habitual de Scotland Yard. Lo fundamental siguió siendo la apariencia imponente y el rasgo de modernidad tecnológica: el traje hermético e incombustible y la pila atómica que emitía rayos multiuso operada desde el centro de su cinturón. El dibujo de Zoppi tuvo la rigidez y eficaz simplicidad de las historias.
Bull Rockett, primer personaje importante de Oesterheld, fue construido por encargo y para competir con héroes aviadores de posguerra como el Steve Canyon, de Caniff, y el Johnny Hazard de Frank Robbins. Tenía la cara de Burt Lancaster -entonces de moda- y fue pronto mucho más que el original
piloto de pruebas del encargo para convertirse en científico atómico, hombre de acción y eje de un grupo aventurero heterogéneo -Bull, Bob y Pic- que sería después la marca de fábrica del guionista. Precisamente, en El Sargento Kirk, ya con Hugo Pratt en su primer gran trabajo de aliento, un
Oesterheld aún literario en demasía desarrollaría con plenitud su concepto de la Aventura (así, con mayúscula) como desafío interior, existencial, y no mera peripecia, y la idea del Héroe colectivo, una constante en su trabajo posterior.
En Rayo Rojo, simultáneamente, mientras se instalaba como un clásico perdurable el anónimo Colt Miller -que no era otro que el Tex Willer del italiano Sergio Bonelli, que aún hoy sigue...- nacían personajes perdurables como El Indio Suárez, de Oesterheld-Fleixas (luego Cruz), historia de un boxeador criollo que accede a pelear por el título del mundo, deviene manager y se mueve habitualmente en ese submundo; y el elegante detective Mark Cabott, de Ongaro y el jovencísimo Carlos Vogt.
La modernidad que les daban a sus historias los dibujos de Pratt, Solano López y el resto -vigorosos, cinematográficos- y los originales guiones de Oesterheld y Ongaro hicieron que Misterix y Rayo Rojo fueran líderes, en un mercado en que las revistas de historietas semanales se contaban por docenas
y los ejemplares vendidos en cientos de miles. Esos "años de Misterix", primera mitad de los cincuenta, fueron parte del epicentro de la Epoca de Oro de la historieta de aventuras argentina, un período que se extiende desde la aparición de Patoruzito, en 1945, a la desaparición definitiva de esta misma reciclada y ya desfasada Misterix hacia 1964.
Tal vez me acuerdo de todo esto porque charlé en estos días con Solano López, que acaba de cumplir ochenta años y sigue laburando como si nada, como si todo. Glorioso sobreviviente de una revista y de una época especiales: ni antes ni después hubo semejante conjunción y proliferación de medios, creadores y público.



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-115527-2008-11-24.html








DES-MURIENDO*




He llegado al lupanar de las tristezas.
Un hombre flaco, golondrinas cansadas
en sus ojos.


Otro hombre duerme a la vera de sus penas;
en el hueco calloso de su mano,
adormilado, un pájaro descansa.
¿Quién ha de atreverse a despertarlos?
¿Adónde los llevará la noche?


Resbala por mi piel el anatema.
Ingreso al laberinto impenetrable.
Sola.
Alud de oscuridad.
Mierda y silencio. Páramo.
El infierno del Dante es una Rosa azul.
Fango.
En las botas de hierro pesa el mundo.


Huérfanos de palabras los adioses
me empujan.
Al fondo, profundamente quieta, está
la vieja la puerta.
Siempre abierta, aún en la más
negra de las noches.
Una mano arrugada se enciende en cicatrices
y me llama.
Atravieso la puerta.



La claridad, magnífica, opaca el aguijón
de seda.
Allí, encuentro el jardín y el ladrillero,
arquitecto de soles temerarios.
Trabaja con sus manos, con el fuego y el agua.
Piel de piedra, arraigada, que brota de la tierra
como nubes se transforman en el aire
y una lluvia mansa envuelve al hombre,
mientras la humanidad, mutable, imperfecta
lo acompaña.
Mientras tanto, las golondrinas descansan
en los ojos del hombre con figura de cristo.




*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar







PARA “REHABILITAR UNA EXPERIENCIA MAS INTIMA CON EL PADECIMIENTO”

La compasión desterrada*



El autor propone diferenciar la “memoria del rencor”, que considera “adictiva”, de la “memoria del dolor”, que “no se basa ciertamente en la subestimación del pasado ni en la amnesia de lo sucedido”.



Por Luis Kancyper *



“¿Se ha desterrado de este mundo la compasión?” La pregunta de Shakespeare, formulada en El Rey Lear, cobra hoy en nuestro país y en el mundo más vigencia que nunca. El hombre, en nombre del poder de la razón, ha renegado del poder de los afectos. Y son precisamente los afectos, sentimientos o emociones los que dirigen el destino del hombre y orientan su pensamiento y sus actos. Cada emoción promueve una particular moción, un movimiento singular: el amor une, el odio separa, la envidia destruye y el resentimiento castiga y retiene al otro en un tiempo detenido, para poder legalizar, ante sí mismo y ante los demás, su derecho a la venganza y al ejercicio de la crueldad, que se opone precisamente al sentimiento de la compasión.
Con suma frecuencia se confunde el hecho mismo de experimentar sentimientos con sufrir, y de ese modo se pierde la función orientadora y luminosa que tienen los sentimientos para focalizar a los pensamientos y para guiar a las acciones en el campo individual y social. Además suele suceder que aquellos que detentan un poder autoritario son los que padecen de una miopía afectiva que les impide ver y reconocer que el otro no es un mero objeto sometido a los designios y manipulaciones de sus caprichos.
Necesitamos rehabilitar una experiencia más íntima con el padecimiento propio y ajeno, y no huir y renegar de él, para poder recuperar la memoria del dolor y no la memoria del rencor.
La palabra “resentimiento” se define como el amargo y enraizado recuerdo de una injuria particular, de la cual desea uno satisfacerse. Su sinónimo es “rencor”. Rencor proviene del latín, rancor (queja, querella, demanda). De la misma raíz latina deriva rancidus (rencoroso), y de ella, las palabras “rancio” y “rengo”.
El resentimiento es la resultante de humillaciones múltiples, ante las cuales las rebeliones sofocadas acumulan sus “ajustes de cuentas”, tras la esperanza de precipitarse finalmente en actos de venganza. A partir del resentimiento surge la venganza, mediante una acción reiterada, torturante, compulsivamente repetitiva en la fantasía y/o en su pasaje al acto. Surge como un intento de anular los agravios y capitalizar al mismo tiempo esa situación para alimentar una posición característica: la condición de víctima privilegiada.
Desde este lugar adquiere “derechos” de represalia, desquite y revancha contra quienes han perturbado la ilusión de la perfección infantil. Estos derechos los ejerce a través de conductas sádicas por las heridas narcisistas y por los daños traumáticos externos que pasivamente ha experimentado. Es en la venganza donde se revierte la relación. El sujeto resentido, en su intercambiabilidad de roles, pasa a ser, de un objeto anterior humillado, un sujeto ahora torturador.
El sujeto torturador anterior se convierte, durante la venganza, en un objeto actual humillado deudor, manteniendo la misma situación de inmovilización dual sometedor/sometido, con apariencia de movilidad.
Es mediante el resentimiento como el sujeto bloquea su afectividad, anulando también la percepción subjetiva del paso del tiempo y de la discriminación de los espacios, para lo cual inmoviliza a sus objetos y a su yo en una agresividad vengativa al servicio de poblar un mundo imaginario siniestro.
El resentimiento, en su nexo con la temporalidad y el poder, nos permite diferenciar la memoria adictiva del rencor de la memoria del dolor. La memoria del rencor se atrinchera y se nutre de la esperanza del poder de un tiempo de revancha a venir, mientras que la memoria del dolor se continúa con el tiempo de la resignación. No se basa ciertamente en la subestimación del pasado, ni en la amnesia de lo sucedido ni en la imposición de una absolución superficial, sino en su aceptación con pena, con odio y con dolor, como inmodificable y resignable, para efectuar el pasaje hacia otros objetos, lo cual posibilita procesar un trabajo de elaboración de un duelo normal.
“Es la memoria un gran don,/ Calidá muy meritoria/ Y aquellos que en esta historia/ Sospechen que les doy palo/ Sepan que olvidar lo malo/ También es tener memoria”, dijo Martín Fierro. La memoria del dolor admite al pasado como experiencia y no como lastre; no exige la renuncia al dolor de lo ocurrido y lo sabido. Opera como un no olvidar estructurante y organizador; como una señal de alarma que protege y previene la repetición de lo malo y da paso a una nueva construcción. En cambio, la repetición en la memoria del rencor reinstala la compulsión repetitiva y hasta insaciable del poder vengativo.
En el rencor, la temporalidad presenta características particulares, manifiestamente una singular relación con la dimensión prospectiva. La repetición es la forma básica de interceptar el porvenir y de impedir la capacidad de cambio. La memoria del rencor, a diferencia de la memoria del dolor, está regida, no por el principio de placer-displacer ni por el principio de realidad, sino por el que podría llamarse principio de “tormento”.
“Yo no podía estar conmigo mismo a pesar de que me dispuse a cerrar en lo posible mis cuentas con el pasado y a establecer una nueva lucha. En cuanto estaba conmigo mismo me venía implacablemente a la conciencia el hiriente sentimiento de culpa, un pensar calamitoso. En esos casos mi desesperación alcanzaba grados tales que yo llegaba a temblar físicamente y aún a la fiebre misma sin saber qué hacer de mí para castigarme o mortificarme. Huía, pues, de todo encuentro conmigo y sólo la cólera me servía para distraerme de mí y dar un escape a mi tormento interior. Caminaba cargado de remordimientos, furioso, siempre irritado contra mí, con terrible furia y recóndita y agria pesadumbre, insoportable e insoportante”, dice un relato del escritor Eduardo Mallea.
El sujeto rencoroso (resentido y remordido) es un mnemonista implacable. Se halla poseído por reminiscencias vindicativas. No puede perdonar ni perdonarse. No puede olvidar. Está abrumado por la memoria de un pasado que no puede separar y mantener a distancia del consciente.
La vivencia del tiempo, sostenida por el poder del rencor, es la permanencia de un rumiar indigesto de una afrenta que no cesa, expresión de heridas traumáticas que no logra elaborar, no sólo en el propio sujeto y en la dinámica interpersonal, sino que esta sed de venganzas taliónicas pueden llegar a perpetuarse a través de la transmisión de las generaciones sellando un inexorable destino en la memoria colectiva.
Shakespeare inmortaliza en su obra Romeo y Julieta la relación directa que se establece entre el destino trágico de los protagonistas y la antigua historia de rencores y de poderes entre los Montescos y Capuletos.
Ya desde el prólogo dice: “Venid a ver el surco rápido y fatal. La huella de muerte y de dolor que han dejado estos amores. Venid a contemplar el odio tradicional de estas dos familias, que sólo pueden aplacarse ante los cadáveres de dos adolescentes”.
Los resentimientos y remordimientos conscientes e inconscientes, suscitados por el que Freud llamó “narcisismo de las pequeñas diferencias” entre las religiones, los pueblos y las naciones, han originado devastadoras consecuencias por el repetitivo resurgimiento de un poder fanático que ha irrumpido con ferocidad a lo largo de la historia de la humanidad, como consecuencia de la recurrente activación del poder de estos afectos.
“Algún necio humanista podrá decir lo que quiera; pero la venganza ha sido desde siempre y seguirá siendo el último recurso de lucha y la mayor satisfacción espiritual de los oprimidos”, escribió Zvi Kolitz en José Rákover habla a Dios. El rencor abriga una esperanza vindicativa que puede llegar a operar como un puerto en la tormenta en una situación de desvalimiento; como un último recurso de lucha, tendiente a restaurar el quebrado sentimiento de la propia dignidad, tanto en el campo individual como social.
El poder del rencor suele promover no sólo fantasías e ideales destructivos. No se reduce únicamente al ejercicio de un poder hostil y retaliativo. También puede llegar a propiciar fantasías e ideales tróficos, favoreciendo el surgimiento de una necesaria rebeldía y de un poder creativo tendientes a restañar las heridas provenientes de los injustos poderes abusivos originados por ciertas situaciones traumáticas. El sentido de este poder esperanzado opera para contrarrestrar y no sojuzgarse a los clamores de un inexorable destino de opresión, marginación e inferioridad. Estas dos dimensiones antagónicas y coexistentes del poder del rencor se despliegan en diferentes grados en cada sujeto y se requiere reconocerlas y aprehenderlas en la totalidad de su compleja y aleatoria dinámica.
Pero si el sujeto sólo permanece fijado a las ligaduras de la memoria del rencor, quedará finalmente retenido en la trampa de la inmovilización tanática del resentimiento de un pasado que no puede resignar. Pasado que anega las dimensiones temporales de presente y del futuro. Sólo el lento e intrincado trabajo de elaboración de los resentimientos y remordimientos posibilitará un procesamiento normal de los duelos para efectuar el pasaje de la memoria del rencor a la memoria del dolor.
Recién a partir de esto, el sujeto rencoroso depondrá su condición de inocente víctima que reclama y castiga y logrará acceder a la construcción de su propia historia como agente activo y responsable y no como reactivo a un pasado que no puede olvidar ni perdonar.
La memoria del dolor, dijimos, no intenta no anular el pasado, sino recordarlo y elaborarlo, con la finalidad de edificar un presente y un futuro diferentes, sustentados sobre los poderes de la creatividad, solidaridad y amistad, que contrarresta la lógica bursátil de los valores especulativos, inherentes a los afectos hostiles de la crueldad infantil, el sadismo y la indiferencia.
Pero ¿cómo incluir también en estos momentos de crisis las tres dimensiones del tiempo, pasado, presente y futuro? Si bien el momento coyuntural de la solidaridad es perentorio, necesario e impostergable, se requiere al mismo tiempo incluir una revisión detallada y profunda del origen de nuestros pesares del ayer, para lograr un cambio de las estructuras de nuestra sociedad en el presente, con miras a un futuro.
Dicho cambio requiere, ineludible, el poder afectivo de la compasión.
El término compasión involucra una participación afectiva en la desgracia ajena. Es el registro de un sentimiento de pena, provocado por el padecimiento de otros, e implica un impulso de aliviarlo, remediarlo o limitarlo. Compasión no es lástima, ni piedad ni conmiseración. Hay diferencias de matices entre éstos términos.
Pero, para que haya compasión, resulta necesaria, como precondición, una aptitud para el reconocimiento de la alteridad y de la mismidad. Del otro lado, el dominio de la crueldad aparece como el contrario mismo de este reconocimiento, puesto que implica la dominación y la apropiación totalitaria del otro como un objeto-cosa, lo cual supone la negación del otro como tal.
La compasión funda una lógica horizontal que contrarresta el abuso autoritario de un poder vertical y reabre una esperanza posible basada en un proceso de trabajo, transformación y esfuerzo mancomunados.
Los hombres de todos los tiempos viven de esperanzas. “Cuando la esperanza está justificada, vuela con alas de golondrina. De los reyes hace dioses y de las más modestas criaturas, reyes.” (Shakespeare, Ricardo III.)


* Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y full member de la IPA.


-Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-115670-2008-11-27.html







POEMA DES-ANDADO*



En la Estación Central. Un hombre. Solo.
Llega y parte, buscando andenes,
desandados.
Siempre está de regreso,
aún de llegada.
En su mochila verde,
solo una golondrina,
un vértigo y una antigua foto
amarillenta, de un niño
y un caballo.
No, no está solo.
Hay una convención de soledades.
Aquelarre.
Están todos.
Nadie falta a la cita.
El hombre ciego,
atenazado a un banco, pide.
Pide porque ha dado.
El niño con mocos escarchados
y ojos que nunca lloran.
¿Para qué hacerlo si no han de consolarlo?
La mujer que vende su fusión en tumbas solitarias
de pechos de magnolias.
Tampoco falta el viejo, alarife de soles
de puentes y andamios que casi no recuerda.
Al lado de una bolsa abandonada,
otra bolsa. Sin sexo.
Con un hálito de vida.


No conoce otra historia que la nada.
Y está la vieja.
Añorando las rejas del hospicio.
Meciéndose en una hamaca de
cantos y de tiempo.



Y el colectivo llega,
andando y desandando
condenado a no tener raíz
a partir y a llegar.


El hombre trepa
en trasborde de sueños.
Avanza, siempre avanza
sin mirar hacia atrás.
Antes del viejo puente, al lado de un álamo
talado por un rayo,
el colectivo para.
Y el hombre no lo piensa, solo salta
y vuelve al aquelarre.
Ellos están allí ¿adónde irían?
El hombre se arrodilla.
Les da la golondrina. Un apretón de manos
e inicia su regreso.
Ya no le teme al vértigo.
Desanda soledades.
Penetra lentamente, en la antigua foto amarillenta.
Allí lo esperan. El niño y el caballo.
El silencio y el miedo.
La raíz y la flor.
La vida y la palabra.



*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar







Convocatoria*


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Las colaboraciones deben tener una extensión máxima 4 páginas para ensayo y cuento. Para poesía se ruega enviar una selección de poemas de un máximo de 10 páginas. Los escritos deben acompañarse de un breve curriculum vitae (que contenga la dirección postal) y una foto digital del escritor a la dirección euroyage@utanet.at
Los textos seleccionados serán traducidos al alemán y publicados de manera digital e impresa.

Más informaciones sobre nuestra labor cultural sin ánimo de lucro en Europa encontrarán en nuestra página de internet www.euroyage.com
Cordial saludo,



*Dr. Luis Alfredo Duarte-Herrera
Director de YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schiessstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067


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