sábado, enero 10, 2009

BAJO CIELOS DESHECHOS AHORA SEREMOS SANGRE...

BARBARIE EN GAZA*
(El mundo que vino)



Ante el silbido y la explosión
y fuego del misil
sobre lo que parecía un barrio
populoso y una placita,
quede mudo. El mundo escribe
herido,
tocado, consternado, pero yo
quedé mudo.
Ante el video, en que se oye
otra detonación
y crece una nube de humo,
sobre niños
que apenas se mueven, oh Dios
(¿cuál Dios?),
quedé mudo. Ante la tregua de
tres horas,
de generosa o desmedida
bestialidad,
en medio de una gran carnicería
humana,
quedé, quedé mudo. Ante las
palabras
del presidente francés, que no
sé aún
cómo se atrevió a decir sin
cubrirse
la cara, o al menos los ojos,
quedé mudo.
Ante el verdadero baldío de
pinchos
y abrojos en que desde Kabul
y Bagdad
se convirtió las Naciones
Unidas,
quedé mirando nada,
quedé mudo.
Ante las cinco fotos que
recibí anteayer
vía España, con cuerpos y
cuerpos,
una pierna al rojo, un brazo,
quedé mudo.
Ante las declaraciones del
embajador
de Tel Aviv en Buenos Aires,
en el ciclo
de periodista Nelson Castro,
quien
gentilmente le palmeó una
mano
y le ofreció una sonrisa,
quedé mudo.
Ante el almanaque nuevo,
con todas
sus hojas, y que sólo indica
enero 2009,
como con toda mi persona
hundida,
sin más, nada más,
quedé mudo.



*de Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Gran Buenos Aires, enero, 2009






BAJO CIELOS DESHECHOS AHORA SEREMOS SANGRE...






Tomar la palabra sin pinzas*


Gracias también a ustedes que siempre escuchan
con una paciencia triste y delicada.
Edna Pozzi



Desprovista de raso y cubierta de alpatacos
que no se detenga la que habla desde adentro
la que instala panfletos en el alma y supura el grito
que no se detenga.


Que sea Palabra corajuda, lumbre y malón
que no amaine su cultrum de ira callada
sólo el respeto por escudo y ahora libre,
que no se detenga.


Dejarlos al borde del abismo donde habiten buitres
que no puedan los insultos con tus corceles ni breteles
que se fuguen los hipócritas y permanezca la Memoria
que no se detenga.


Templada tu ira, borrón de papel, noche del universo
impotencia estaqueada en la pared de la tráquea
sin abismo ni lágrima, sin alaridos, sólo escribe,
que no se detenga.


Que ningún dios mutile tu grito por aquellos
que ya no pueden ni rezar.



*de Diana Poblet. soydian@yahoo.com.ar







AHORA SÍ*



Ahora sí
escribiremos con las uñas
con la sangre de las heridas
en las descontroladas cabezas de los árboles
en las raídas corolas de las flores
en los extraviados silencios de los muros


Ahora sí
abriremos nuestras venas
en el sopor del estruendo
para que el niño se duerma
para que descrea que los hombres no sueñan
para que no escuche el agonizar de los ángeles


Ahora
que los hombres se arrastran en las sierpes
los amantes gozan anudados en abrazos definitivos
extraviados en sus propias galaxias
prediciendo el final
bajo los cielos deshechos
Ahora
seremos
sangre


*de Bertha Carou. bcarou2004@yahoo.com.ar






Me pregunto por qué le siguen diciendo guerra*
-A los medios de comunicación-



Sólo eso.

Por qué le dicen guerra.

Desde siempre
una guerra fue un conflicto armado entre fuerzas militares comparables.
Y lo que sucede en Gaza puede llamarse con diferentes palabras.
Pero ninguna puede ser
-salvo que se suponga que estamos todos locos e indiferentes-
"guerra".

Prueben con otra definición.



*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar






La enciclopedia mágica de Walter Benjamin*


Los archivos del escritor alemán, que acaban de editarse en inglés, son uninventario de todo lo que le interesaba: citas, anagramas, dibujos. Elconjunto es un compendio de signos secretos que el mundo le ofrecía para que los descifrara
Sábado 10 de enero de 2009 | Publicado en la Edición impresa


*Por María Negroni
Para LA NACION - Nueva York, 2009


La tecno-arcadia del Capitán Nemo y la Enciclopedia de Diderot y D´Alembert se parecen. Ambas son microcosmos en los cuales el código alfabético, la taxonomía o la nomenclatura permiten reemplazar el caos de la historia con un simulacro de orden. Toda colección, podría decirse, está hecha de
especímenes embalsamados, reliquias que han sido puestas a salvo del continente referencial de la enunciación y la recepción, en un interior terco y voluptuoso. De ahí su coherencia, tan secreta como férrea. No existen las listas arbitrarias, ni siquiera las de Borges. Cualquier lista es una forma ordenada del arte o del juego, una lealtad exclusiva a los tiempos privados del sujeto.

Benjamin lo supo bien. De hecho, no hizo otra cosa en su vida que organizar fragmentos, cada vez más consciente del placer de enumerar y contabilizar los trofeos de su lucidez. Sus archivos (que acaba de editar la editorial Verso, de Londres-New York, bajo el título Walter Benjamin´s Archive: Images, Texts, Signs ) constituyen, en este sentido, un verdadero vademécum, un meticuloso inventario de cuanto le interesaba. Hay allí de todo: dibujos, diagramas, listas bibliográficas, índices de viajes sentimentales,
constelaciones de citas, anagramas, juegos de palabras, incluso un muestrario de los hallazgos lingüísticos de su hijo Stefan, todo registrado con esa letra minúscula, de maniático o iluminado, que lo caracterizaba, siempre alerta a lo más incidental (lo más interesante).

De hecho, es así como Benjamin organiza sus referencias: apegado a las micrografías del deseo y a los alumbramientos de lo inesperado. Y después aplica la técnica del montaje y pasa revista a la moda, la publicidad, la arquitectura, la prostitución o la fotografía, es decir, a los datos del mundo, con su pobreza abyecta y su lujo insolente, sus fracasos y sus testamentos. Nada se le escapa, nada se le escurre de esa escena que lo fascina en la misma medida en que lo aterra. El resultado es un compendio de secretas afinidades. En uno de sus papelitos, por ejemplo, se lee: "Revolución y festival; distancia e imágenes; sueño soviético; intento de dar a todo un sentido; notas para una traducción de Proust; narrativa y curación; estilos del recuerdo; La boîte à joujoux de Debussy". En otro: "Haussmann y sus demoliciones; excursus sobre arte y tecnología; Marx y Engels sobre Fourier; París como panorama; Grandville, precursor de la gráfica publicitaria; cuerpo y figuras de cera; el Palacio de Cristal de
1851; estaciones de tren, afiches, iglesias: puntos en común". Imposible no pensar en un magazín de novedades. O más exactamente, en uno de esos pasajes parisinos que tanto le gustaban, donde los escaparates, realzados por la flamante iluminación a gas, semejaban las ménageries de los grandes circos, con sus jaulas vistosas y sus animales cautivos que teñían el entorno de un aire fabuloso.

Para decirlo quizá con más claridad: en el paisaje mental benjaminiano, las obsesiones son siempre imanes. No importa qué forma tomen. Un sueño de Kafka, una gruta, un museo de juguetes, el anaquel de algún bouquiniste o la incesante indagación detectivesca de la ciudad moderna, todo se transforma para él en una invitación a pasearse por esos bulevares imaginarios donde el deseo se yergue sin objeto y el sentimiento general de abandono, a la manera de lo que ocurre en Noche transfigurada del alma de Schönberg, abre la imaginación como un bisturí.

Reunir los papeles de Benjamin, por eso mismo, podría parecer tautológico.
No lo es. Por el contrario, sirve para enfatizar, una vez más, su método de trabajo inimitable, para entender su proyecto intelectual como lo que fue: un archivo del pensamiento, de las percepciones, la historia y el arte del siglo que le tocó vivir. Fiel a las cosas que, en su materialidad, constituyen siempre una protesta contra lo convencional, Benjamin priorizó, no el valor utilitario del objeto, sino la escena donde éste encuentra su destino. Me refiero a esos detalles de los que se pueden ver surgir, de prestarse la debida atención, acentos de desacato, movimientos anárquicos, algo que, por un instante al menos, sustituya un mundo petrificado por una enciclopedia mágica.

Hay un episodio en el Wilhem Meister de Goethe, titulado "La nueva Melusina", que Benjamin menciona en una carta dirigida a Jula Radt-Cohn el 9 de junio de 1926. En el relato, una joven misteriosa aparece en un albergue alemán llevando consigo una caja/ataúd que la supera en tamaño. Siguen las peripecias de un viajero que, seducido por la belleza de la joven, asume el cuidado de la caja, mientras ésta aparece y desaparece de la trama, sin razón aparente. La caja, descubrimos al final, contiene un reino maravilloso
(del que proviene la doncella) que se ha encogido en una miniatura. Como la caja/ataúd de Goethe que preserva, bajo una forma microscópica, algo precioso, así también la escritura de Benjamin, diminuta y frágil, sugiere al lector la existencia de un mundo oculto tras las figuras del mundo.

Vale la pena insistir. Quizá el rasgo más nítido de toda colección sea éste: en ella, lo que se busca es un encierro, una protección, un "ensoñadero": uno de esos lugares que -como el museo, la biblioteca, el gabinete o el poema- permiten albergar descubrimientos, rarezas, piezas únicas, es decir, presuntas huellas de una experiencia auténtica. He aquí un escenario proclive a la acumulación y la privacidad, simultáneamente adicto a lo infinitamente minúsculo y a lo infinitamente inasible, con que el yo cuantifica su deseo, lo ordena, manipula y carga de sentido. Digamos que ese espacio -por grande o cívico que sea- le sirve, como un Arca de Noé personalizada, para desplegar los enigmas del cuerpo y la memoria, es decir, un mundo anterior, siempre ligado a la infancia y los juegos. No sólo eso.
También le muestra, con claridad feroz, que su tarea es ciclópea y su afán, por fortuna, inalcanzable. ¿Qué sería una colección completa sino una colección muerta? Al querer esto y lo otro y lo de más allá, acicateado por el fantasma de la pérdida y la interrupción, el coleccionista entiende pronto que eso que le falta, como en la escritura, relanza el deseo. No hay placer más intenso que aquél que se sustrae.

"Los grandes poetas ejercen su ars combinatoria en un mundo que vendrá después de ellos". La frase figura en uno de los libros más orgullosamente arbitrarios de Benjamin: Dirección única. También allí, en medio de una sorprendente galería de niños (Niño leyendo. Niño que llega tarde, Niño goloso, Niño montado en el tiovivo, Niño escondido, Niño desordenado), se lee: "Cada piedra que encuentra, cada flor arrancada y cada mariposa capturada son ya, para él, el inicio de una colección. No bien ha entrado en
la vida y ya es un cazador: atrapa a los espíritus cuyo rastro husmea en las cosas". El objetivo no es, como se ve, encontrar algo nuevo, sino renovar lo viejo haciéndolo propio, perderse por horas en la selva del sueño, donde los papeles de estaño son tesoros de plata; los cubos de madera, ataúdes; los cactus, árboles totémicos y las monedas, escudos. La felicidad, para el niño, proviene de un tête-à-tête con las cosas que el azar le trae y que él guarda en cajones que son fortines, arsenales, zoológicos. No de otro modo el poeta urbano y flâneur , encarnado para siempre en Baudelaire, ejercerá su propio placer esquivo cuando proyecte sobre el mundo su mirada alegórica, es decir, transporte sus propios objets trouvés al desorden pautado de la poesía.

Se trata de algo muy simple y muy complejo: al abocarse a aquello que irremediablemente se les escapa, los poetas, como los niños, se embarcan en su propio viaje à la recherche du temps perdu , volviéndose arqueólogos lúcidos, testigos del vínculo preciso entre nostalgia y resistencia, aventura y tolerancia. En cuanto a Benjamin, en cada uno de sus libros, intentó cruzar una frontera. Después, a lo mejor, como en Portbou, comprendió que no tenía adónde ir y prefirió quedarse en su propio coto de caza donde es posible seguir siendo aún hoy y ayer y mañana un huésped inestable y belicoso.




© LA NACION
*Fuente: http://adncultura.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1087395







Congo Belga: historia de un genocidio
La aventura colonial*



*Por Mario Vargas Llosa
El País

Durante muchos siglos, la empresa colonial fue transparente: un país, aprovechándose de su fuerza, invadía a otro más débil, se apoderaba de él y lo saqueaba. Nadie ponía en cuestión semejante estado de cosas porque se trataba de algo que se venía practicando desde la noche de los tiempos, y todos, colonizadores y colonizados, aceptaban o se resignaban a esta cruda realidad como a una fatalidad inevitable, consustancial a la historia.
El descubrimiento y la conquista de América por los europeos introduce una importante variante. Por primera vez, y por razones religiosas, el colonizador se interroga a sí mismo sobre la justicia de la empresa colonizadora y, en acalorados debates de juristas y teólogos, se arma de razones, humanas y divinas, para justificar sus conquistas. Desde entonces, sin dejar de ser lo que fue siempre, es decir, un acto de fuerza y de rapiña, la colonización se atribuye a sí misma una misión evangelizadora y civilizadora: desanimalizar a quienes viven en estado feral y humanizarlos gracias al cristianismo y a la cultura occidental que aquél inspira. Para que este objetivo tenga algún viso de realidad es imprescindible establecer como un hecho indiscutible, científico, que el colonizado carece de los
conocimientos y las luces indispensables para juzgar por sí mismo lo que más le conviene, pues se trata de un ser desvalido y primario cuyos intereses y conveniencias son mejor percibidos por la potencia que a partir de ahora ejercerá sobre él la tutela colonial, una forma de autoridad benévola.
Sin embargo, en el siglo XIX, las empresas coloniales europeas en Africa y Asia olvidan casi este prurito de justificación religiosa y moral e invaden y ocupan territorios, que empiezan a explotar de inmediato, sin otra explicación que la necesidad de proveerse de materias primas. Cuando Hitler,
en Mi lucha , explica que en el programa del Partido Nacional Socialista figura en lugar prominente la adquisición, por las buenas o las malas, de colonias para instalar los excedentes demográficos del pueblo alemán, no hace más que poner sobre papel lo que casi todas las grandes potencias europeas habían venido haciendo, cierto que sin decirlo con tanta claridad, desde el siglo XV.
La excepción era la pequeña Bélgica, país más bien reciente y, ay, sin colonias. Esta condición entristecía y desmoralizaba a su soberano, Leopoldo II, cuya energía, ambiciones y sobresaliente inteligencia desbordaban por los cuatro costados las fronteras del diminuto reino que le había asignado
la Providencia. El se dio maña para conseguir mediante la astucia, la paciencia, la intriga y la diplomacia lo que los grandes países colonizadores habían logrado a través de los ejércitos y la matanza. Por
increíble que parezca, Leopoldo II convirtió Bélgica en una gran potencia colonial sin disparar un solo tiro.
Para ello, primero se fraguó una imagen de monarca humanitario, altruista, condolido por la suerte de los salvajes y paganos de este mundo, que sedujo a la opinión pública de Europa y de los Estados Unidos. Invirtiendo en ello el dinero de su reino y el suyo propio, fundó asociaciones benéficas y centros para combatir la esclavitud que hacía estragos en Africa Occidental, costeó el viaje de misioneros a esas regiones bárbaras, impulsó investigaciones, estudios y publicaciones sobre las condiciones de vida de
las tribus africanas que todavía practicaban el canibalismo y eran diezmadas por los traficantes árabes y peroró sin tregua, en orquestadas manifestaciones públicas, exigiendo a las grandes potencias que
intervinieran para poner fin a aquella lacra indigna que era el comercio de carne humana en los mares del mundo.
La campaña dio el resultado que esperaba. En febrero de 1885, catorce naciones reunidas en Berlín, y encabezadas por Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Estados Unidos, le regalaron a Leopoldo II todo el Congo, un inmenso territorio de más de un millón de millas cuadradas, es decir, unas 80 veces el tamaño de Bélgica, para que "abriera ese territorio al comercio, aboliera la esclavitud y cristianizara a los salvajes". No había un solo africano presente en aquel Congreso y no hay un solo indicio de que alguien en Europa o Estados Unidos se preguntara siquiera si era aceptable que la suerte de ese inmenso país fuera decidida de este modo, por 14 naciones advenedizas, sin que un solo congolés hubiera sido consultado.
Seguro de lo que iba a ocurrir en el Congreso de Berlín, Leopoldo II ya se había adelantado, desde un año antes, a operar en el territorio que de la noche a la mañana lo convirtió en el amo de un formidable imperio. Para ello había contratado al célebre explorador galés-norteamericano Henry Morton Stanley, el primer europeo en recorrer los varios miles de kilómetros del río Congo. En una expedición que es una mezcla de grotesca pantomima cínica y proeza etnológica y geográfica, entre 1884 y 1885, los expedicionarios enviados por Leopoldo II recorrieron buena parte del Alto y Medio Congo repartiendo cuentecillas de vidrios de colores y retazos de tela en 450 aldeas y villorrios africanos y haciendo "firmar" contratos -los llamaban "tratados"- en los que los caciques y jefes indígenas, que no tenían idea de lo que firmaban, cedían la propiedad de sus tierras a la Asociación Internacional del Congo, se comprometían a dar hombres para que trabajaran en las obras públicas que aquella institución emprendiera, cargadores para transportar los bultos y materiales, a proveerla de brazos para la
recolección del caucho y a alimentar a los peones, funcionarios y soldados y policías que vinieran a instalarse en sus dominios. Cuando las grandes potencias le entregaron el Congo, Leopoldo II ya tenía en sus manos 450 "tratados" en los que los congoleses legitimaban mediante sus firmas aquella donación y le entregaban sus vidas y haciendas.
A diferencia de otras colonizaciones, en que los invadidos resistieron de alguna forma al colonizador, en el Congo prácticamente no hubo resistencia.
Los congoleses no tuvieron tiempo ni posibilidades de resistir a un sistema que cayó sobre ellos -una miríada de culturas y pueblos desconectados entre sí- como una malla inflexible en la que perdieron, desde el principio, toda libertad de iniciativa y movimiento, y en el que fueron sometidos a una
explotación inicua, las 24 horas del día, hasta su extinción. Los castigos, para los recolectores que no entregaban el mínimo exigido de látex, eran brutales. Iban desde los chicotazos y las mutilaciones de manos y pies hasta el exterminio de aldeas enteras, cuando se producían fugas o aquellas comunidades no cumplían con la obligación de alimentar a sus verdugos como éstos esperaban. Hace un año que leo testimonios diversos de misioneros, viajeros, aventureros o de los propios colonos y todavía no me cabe en la cabeza que fuera posible una monstruosidad tan atroz, un genocidio en cámara lenta semejante, sin que el mundo llamado civilizado se diera por enterado.
Cuando aparecen las primeras denuncias en Europa, por boca de pastores bautistas norteamericanos, hay una incredulidad general. Y los plumíferos alquilados por Leopoldo II actúan de inmediato en la prensa hundiendo en la ignominia a aquellos denunciantes y llevándolos ante los tribunales por
calumnias.
Durante un cuarto de siglo, por lo menos, el Congo fue desangrado, esquilmado y destruido: un horror sólo comparable al Holocausto. Pero, a diferencia de lo ocurrido con el exterminio de seis millones de judíos, ninguna sanción moral comparable a la que pesa sobre los nazis ha recaído sobre Leopoldo II, al que muchos europeos, no sólo belgas, todavía recuerdan con nostalgia, como un estadista que, venciendo las limitaciones que la historia y la geografía impusieron a su país, hizo de Bélgica un país imperial. La verdad es que detrás de la behetría y las violencias en que se debate todavía ese desdichado país se delinea la mortífera sombra de ese emperador que conquistó el Congo sin disparar un solo tiro y consiguió en menos de 20 años aniquilar a por lo menos 10 millones de sus súbditos
africanos.


*Mario Vargas Llosa
El pais

*Fuente:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1088427&pid=5662175&toi=6277







El jefe caníbal*



El jefe caníbal paseaba tranquilo
la lanza en la mano, el escudo
el cuchillo afilado de doble filo
y su hijo, de todos el más menudo.

El padre, grande y oscuro
era el jefe de la aldea
era un caníbal bestial
un pedazo de animal
que por la selva pasea

Detrás de unos matorrales
como en toda historia cierta
escucháronse ruidos anormales
que sonaban relativamente cerca
y apartando una mata
ven una rubia preciosa
que sin ninguna cosa
se baña en la charca desierta

Un cuerpo precioso y bello
una melena dorada
y en la piel, nada de nada
una sonrisa, un destello
se le acerca a una piragua
y el caníbal que la mira
el niño que el cuello estira
y el padre tiembla la tira
y se le hace la boca agua

De pronto se vuelve al hijo
y le dice decidido:
"Vete a buscar a tu madre
que hoy comeremos cocido"

Y el niño , muy inocente
pregunta al progenitor
"Comeremos a la rubia
buena idea, si señor...!"


Tembloroso queda el padre
ante está posibilidad
"No hijo, es a tu madre
a quien voy a cocinar"



*de Joan Mateu. joan@cimat.es



*

Queridas amigas, apreciados amigos:

El domingo 11 de enero de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor chileno Pedro Álvarez. Las poesías que leeremos pertenecen a Cristina Papaleo Soletzki (Argentina) y la música de fondo será de Chimizapagua
(Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!


Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067




Convocatoria*


El trilingüe Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL "Estrella Errante" (impreso y digital), que desde hace 17 años se edita en Salzburgo, Austria, convoca a ensayistas, narradores y poetas a colaborar con el trabajo de difusión cultural que llevamos a cabo.

Las colaboraciones deben tener una extensión máxima 4 páginas para ensayo y cuento. Para poesía se ruega enviar una selección de poemas de un máximo de 10 páginas. Los escritos deben acompañarse de un breve curriculum vitae (que contenga la dirección postal) y una foto digital del escritor a la dirección euroyage@utanet.at
Los textos seleccionados serán traducidos al alemán y publicados de manera digital e impresa.

Más informaciones sobre nuestra labor cultural sin ánimo de lucro en Europa encontrarán en nuestra página de internet www.euroyage.com
Cordial saludo,



*Dr. Luis Alfredo Duarte-Herrera
Director de YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schiessstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067


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