sábado, abril 24, 2010
DESDE TUS MÁSCARAS DE BARRO TE CONVOCO...
LAS PLURALES AUSENCIAS*
Padre, desde tus máscaras de barro te convoco.
Sé de tus furiosas armaduras de cartón y acero.
Te convoco desde mi antifaz de hembra sumisa.
Desde mi desnudez de niña.
¿Recuerdas los pelechos de víbora en semana santa?
Despréndete de cáscaras y escamas.
-Sé que guardas viejas cicatrices-
Falsas, algunas; otras, verdaderas.
Descálzate.
Deja al lado del río tu sombrero, tu saco, tu corbata.
Tus plurales ausencias.
Tus sonoros dragones.
Tus confesos silencios.
Los migrantes sabores de tu lengua.
Los pertinaces rostros.
Los acertijos.
No atiendas el teléfono.
No dejes que tu café se enfríe.
Que los tordos esperen.
Olvida las antiguas cancelas y tu hambre madre.
Relega la cimitarra y el alfanje.
Toma a la que te amó más que nada en el mundo.
Torna en púrpura su olor de amante abandonada.
Sé lagarto. Potro. Pasionaria. Musgo.
Bebe en ella el vino de la vida.
…Y hazme de nuevo, padre
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
DESDE TUS MÁSCARAS DE BARRO TE CONVOCO...
Desvelos*
Un velo no transparente con ciertas opacas rugosidades que da lugar al relieve de la ausencia, la inagotable evocación de lo que la mujer muestra o esconde.
Otra mujer, la carne desvelada, puesta en la vidriera como un producto que se agranda o se achica, se corta o se infla según los dictados de un amo sin rostro.
A estudiantes musulmanas no se les permite estudiar con velo, eso para que no se sometan a los hombres, dicen, pero a las monjas y a las religiosas judías con sus polleras largas y sus pelos tapados, parece que no se las considera dominadas. Al menos ellas pueden y las otras no.
¿Y los hombres ?
Tienen que mostrar siempre, cuchillo, duelo, armas.
La libertad está en los pliegues. En el velo se ocultan los dobleces del lenguaje. La íntima escapatoria.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
SOY MASSEI*
A Oscar Alberto Massei
Al Negro Fontanarrosa
Chiquito Bond ¿in memoriam?
Ahora nadie se acuerda de nosotros, ahora es casi como si nunca hubiésemos corrido tras esa pelota de cuero amarillo.
Esa pelota que ostentaba los arañazos de las alambradas de púas, esa pelota que creíamos preservar untándola con el hígado de vaca que nos regalaba don Pedro Silva, cachaciento matarife santiagueño de don Benicio Ardiles (titular de la carnicería Del Pueblo, más bueno que el mismísimo pan).
Esa pelota que al pincharse caía en nuestras manos como un pobre pájaro indefenso, herido y grandote y nos predisponía a las primeras tristezas. Esa pelota que así pinchada iba a parar a las manos de aquel artista zapatero remendón y ya digo su nombre: Toto Pugne, que nos la devolvía por el pago de unas pocas monedas lista para seguir apostando a la gloria, siempre esquiva del golazo en el ángulo.
Esa pelota que hacíamos rebotar en la gramilla pisoteada de la cortada de don Angel Pichichello, esa pelota que Chiquito Bond sin querer mandó un día a empaparse en las aguas servidas que doña María, esposa del viejito italiano había tirado en la calle. Mi desesperación llegó hasta el insulto hacia mi azorado amigo y provocó la intervención de doña María, quien salió también maltrecha de improperios. Ese chapuzón de mi pobre pelota de cuero provocó la mayor paliza que recibiera en mi vida. Mi padre no me perdonó las procacidades dichas a la pobre doña María, quien presurosa contó a mi irascible progenitor la poca educación mía. La verdad que sólo era mi desesperación, no otra cosa. Pero los adultos de entonces tenían en poca monta los sentimientos de un pobre chico y todo lo arreglaban a los azotes (al menos mi padre tenía esos métodos muy pedagógicos. “A palos se aprende”, repetía).
De todos modos, sobreviví, como ven y el pueblo no se quedó sin poeta.
¿Y de todo ello quién tenía la culpa?. ¡Mi pobre pelota de cuero!. La única número 5 que tuve en mi vida, y la tuve por una mera casualidad cronológica. Mi tío Roque, aún soltero, la ganó en una rifa del club Onkel (Arijón y O.Lagos) y la obsequió al único varón por la rama materna que ya andaba en el mundo, es decir a la sazón, un servidor. Ese ansiado e inesperado tesoro de ninguna otra forma podría haber llegado a mis manos.
Hoy los chicos tienen, merced a la electrónica, multitud de juegos y entretenimientos. Nosotros carecíamos de todo, menos de imaginación y no nos arredrábamos por esa contingencia que da la pobreza y nos fabricábamos las famosas y olvidadas pelotas de trapo, o jugábamos a los cowboys, a los piratas; imitando los héroes que veíamos en las matinées del domingo en el viejo cine La perla. Las manos diestras del operador de aquel tiempo eran las de mi amigo Adolfo Bonomi.
Gracias a la generosidad de mi tío, el barrio El Jazmín tuvo su pelota de cuero mucho antes que otros barrios humildes de mi pueblo.
¿Adónde habrá quedado mi pelota de cuero?. Con sus rayones de alambres y espinas de acacias traidoras, esas heridas que me dolían como si las lastimaduras estuvieran en mi propia piel.
Todos sabemos que aquellos tiempos eran más lentos. Eran tiempos más ingenuos. Eran tiempos en que aún existían los ídolos.
El mío era Oscar Alberto Massei, un número 9 de los de antes; era alto, morocho y un cabeceador temible en el área. Demás está decir que defendía la casaca del glorioso Rosario Central. Puedo repetir a sus compañeros de entonces: Bottazzi en el arco, en la defensa Aresi y Vairo, la línea media: Alvarez, Minni y don Ángel Zoff. La delantera de cinco, bien de antes del mundial del sesenta cuando los brasileños de Pelé trastocaron todo: Gauna, Humberto Rosa, Massei, Gómez y Juancito Portaluppi.
Como los sueños y la felicidad son efímeros, mi ídolo apenas pasó por la selección y ya fue vendido a un equipo italiano por un millón y medio de los viejos. Un año antes lo había precedido el habilidoso Humberto Rosa.
Massei era cordobés y nunca más supe de él. Corría el fatídico año 1955.
En ese tiempo de mi pelota de cuero yo me sentía un personaje importante.
Todos los pibes me iban a buscar para hacer el picado de rigor, tardes y tardes y se me llenaba de atenciones para que accediera a facilitar la pelota y así poder entre todos trenzarnos en esos entreveros sin mucho orden por edades y puestos ya que esas formalidades se evitan en los picados si por eso llevan ese nombre. Para que la felicidad reinara en esa anarquía ni arcos teníamos. Se improvisaban con alguna ropa que allí nos sacábamos (un viejo “rompevientos” como se les llamaba a los pulloveres), algunas ramitas clavadas en el suelo, dos pares de árboles que se aprovechaban por su relativa simetría. Como los partidos eran de hacha y tiza, la cuestión era no perder.
Así que la cortada de “ don Pichi” como la llamábamos era un testigo mudo de aquellas pasiones primeras, llenas de felicidad luego inempardables. Todo duraba hasta que mi madre me llamaba a cenar.
Pero ese día yo me puse un poco más difícil que de costumbre. Todas las concesiones me eran dadas: elegir “el arco” adecuado, los compañeros, el puesto que yo presuntamente iba a ocupar, etc. Y cuando ya todo parecía resuelto, me puse la pelota bajo uno de mis brazos y aún exigí:
- Un momento. Acá nadie juega si yo no soy Massei...
El Nenucho Miguez, alto, desgarbado, muy habilidoso para las gambetas zanjó rápidamente la cuestión:
-Ma sí, dále Massei
Y mirando imperativamente a la barra, aprovechando que era el más grande ordenó:
- Muchachos, este, desde hoy es Massei.
Y nadie chistó y allí mismo empezó mi apodo.
Para terminar con este melancólico anecdotario diré que aún hoy cuando cruzo una calle de mi pueblo y escucho – Chau Massei- levanto las manos como cuando era niño, sin ruborizarme. Con la misma naturalidad de siempre.
*De Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar
El bastón*
*Por Silvia Loustau. syllous@yahoo.com.ar
Aquella mañana el frió le congeló el rostro. Respiro de manera entrecortada, sintiendo que los bronquios se comprimían ante el ramalazo helado. Apuró el paso, acomodó la manija del bolso y se arrebujó con un movimiento de los hombros. Sobre la vereda iban quedando las últimas hilachas de sueño.
Calculó que faltarían tres o cuatro minutos para que pasara el micro.
Miró el cielo, una sombra de luna transparente se iba diluyendo . Parece plena noche y son las seis y media, pensó la mujer, bajando la mirada.
Entonces lo vio. Allí estaba el hombre. Es la tercer mañana - susurró a la vez que sus pasos se hicieron más lentos.
Allí estaba. Media cuadra antes de la parada. Un hombre de sobretodo oscuro.
Largo. Con amplias solapas, levantadas para cubrirse del aire gélido. O para taparse el rostro, sospechó la mujer. Parado ahí. En la entrada de una casa de departamentos. Como esperando a dar otro paso. Al acercarse ella iba observando otros detalles. Anteojos oscuros. Entre los anteojos y las solapas el rostro era un misterio. El pelo entrecano. Peinado con excesiva prolijidad. Estaba muy cerca del hombre cuando un detalle la paralizó: el bastón. La asaltaron historias detectivescas en la que los bastones
escondían filosas dagas. Los latidos de su corazón la ensordecían.
Pasó frente a él con el deseo de ser invisible y temor de perder el ómnibus al que vio doblar en la esquina. Trató de correr y odió sus zapatos de gruesa suela de goma, tan silenciosos que dejaban oír el más leve crujido de una leve hoja. Entonces escuchó los pasos. Lentos. Pesados. Parsimoniosos
pasos del hombre. Cruzar la calle, se le ocurrió a la mujer, cruzar y colgarse rápido del colectivo que ya estaba llegando. Y un tac-tac, otro paso, como un reloj mortal.
El frío y el terror eran dos garras atenazando su garganta.
Cuando apoyó un pie en el estribo temió que un ataque de asma le encarcelara el aliento. Alguien le cedió el primer asiento. Entonces, sintiéndose a salvo, miró por la ventanilla y un blanco resplandor le hirió las retinas.
El brillo del bastón del ciego, que contrastaba su sobretodo negro, con el guardapolvo blanco del niño que lo ayudaba a cruzar la calle.
www.silvialoustau.blogspot.com
El alma rusa*
Periodista y escritor, marxista y judío, socialista convencido, Vasili Grossman (1905-1964) rehusó afiliarse al PC. Vigilado por los servicios stalinistas, se alistó como corresponsal del Ejército Rojo y cubrió la epopeya de Stalingrado. Siempre en el frente, fue de los primeros en entrar en el campo de concentración de Treblinka. Poco antes de morir ponía punto final a su segunda novela y testamento literario después de la monumental Vida y destino, hace poco rescatada en castellano. Todo fluye (de próxima aparición en Argentina) se constituyó en un documento imprescindible no sólo para comprender la delación y la tortura, la humillación y el exterminio. A través de este ejercicio de comprensión, Grossman buscó descifrar el "alma rusa" y su tormentoso destino de sometimiento.
*Por Guillermo Saccomanno
Los trenes no son decorativos en la literatura rusa: Ana Karenina se suicida tirándose bajo uno; el príncipe Mishkin llega a San Petersburgo en otro.
Grossman retoma la tradición de los grandes principios de estos grandes relatos y también empieza las suyos con un tren insinuando que la novela no es otra cosa que un viaje. Vida y destino comienza con un tren de condenados terminando su recorrido en Treblinka. Todo fluye se inicia con un tren que
llega a Moscú procedente de Siberia, el sepulcro de los vivos, en el que viene Iván Grigorievich, recién liberado de un campo de concentración después de treinta años de cautiverio. Un dato biográfico que no puede pasarse por alto: Grossman, como corresponsal de guerra, fue de los primeros en entrar en Treblinka, estudiar su funcionamiento, documentarlo minuciosamente. Su rigor fue tal que sus crónicas fueron más tarde empleadas como testimonio en los juicios a los genocidas. Al respecto hay que destacar que el análisis de la metodología nazi le fue útil a Grossman como término comparativo y analógico para analizar el exterminio diseñado por el aparato soviético.
El tren ya no es símbolo del progreso industrial o vehículo de un drama personal, sino engranaje de una tragedia colectiva: el convoy siniestro que carga seres hacinados hacia los lagers o los gulags. Para Grossman es el detonante inspirador del título de su novela: "Sí, todo fluye, todo muta, nadie entra dos veces en el mismo convoy". Y se pregunta: "Pero, ¿quién describirá la desesperación de ese movimiento que aleja a esos hombres de sus mujeres, aquellas confesiones nocturnas entre el sonido metálico de las
ruedas y el chirrido de los vagones, la sumisión, la confianza, el hundimiento en el abismo de los campos; las cartas tiradas desde las tinieblas de los vagones a las tinieblas del inmenso buzón de la estepa?".
La pregunta contiene su respuesta: Grossman será quien cuente esta tragedia y ésta le dará el sentido a su escritura.
Una digresión y no tanto: el tren pareciera ser el único medio que permite atravesar una geografía inabarcable, geografía que es a un tiempo occidental y asiática, lo que implica asumir una ancestral discusión identitaria, geografía que, a pesar de sus diferentes paisajes y costumbres, sus escritores supieron llamar "madrecita", "madrecita Rusia". Pero esta madrecita, tierra de la melodramática madre gorkiana, es también el escenario en el que, bajo la sombra de Stalin, durante la hambruna campesina
decretada como asesinato en masa, madres kalmucas muertas de hambre se comieron a sus hijos. A estos episodios de canibalismo Grossman había ya hecho referencia en Vida y destino, pero ahora los profundiza: "A los caníbales los fusilaron, pero no eran éstos, los caníbales, los culpables: eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus hijos".
Este es uno de los tantos temas siniestros que, tácita o directamente, constituyen el proyecto narrativo de Grossman, quien con sólo dos novelas se presenta como el último narrador ruso clásico y, a la vez, como un artista que no teme que la puesta en escena de ideas pueda empantanarle la trama porque su discusión es precisamente parte indisoluble de la tensión novelística.
Mientras escribo esta reseña, dos mujeres chechenas, de diecisiete y veinte años, cargadas con explosivos, se inmolan volando en dos estaciones céntricas del tren subterráneo moscovita. Una de las estaciones es Lubianka, nombre célebre desde tiempos de la Revolución porque ahí se encontraba el
cuartel general de la policía secreta donde se interrogaba y torturaba a los "conspiradores", que más tarde serían liquidados o deportados a los campos siberianos. No es la primera vez que mujeres participan en atentados. Desde un concierto de rock al ataque de una escuela en la que murieron decenas de chicos, las mujeres se integran cada vez más a la guerrilla chechena. Una explicación simplista que dio un sociólogo es que ellas son más temperamentales e impulsivas. Una más realista: no hay mujer chechena que no tenga un hombre, un hermano, un hijo, un ser querido víctima de las fuerzas militares rusas. Desde los tiempos de Stalin, el pueblo checheno ha sido, como los kulacos o los judíos, un objetivo fóbico del Estado soviético.
¿Puede desconectarse esta tragedia de una historia cuyas raíces laten en Todo fluye?
Puede parecer descolgado traer este dato a una reseña sobre una pieza literaria, pero ¿hay temas ajenos a la literatura cuando se la interpreta como búsqueda de comprensión? Grossman se esfuerza en una dificultosa imparcialidad al narrar de modo analítico al Lenin ideólogo frenético del proyecto de ingeniería humana y al Stalin, zorro y brutal, su ejecutor, responsable del terror. También, como paradoja, su muerte llorada por multitudes, una congoja popular que contrasta con el infierno de los gulags.
Lenin y Stalin, señala Grossman, establecieron como primera verdad de la doctrina revolucionaria la primacía de la economía sobre la política. "No les preocupaba que los principales obstáculos que se oponían a la construcción de aquel mundo nuevo se encontraran en el mismo pueblo, en los obreros, en los campesinos, en los intelectuales." Entonces "el Estado se convirtió en el amo". Y esta parte, la de análisis social que realiza Grossman, donde despliega su vena periodística, además de ilustrar las
causas del horror, es la que busca explicarse el fracaso de los ideales que motivaron la Revolución de 1917.
Es cierto que forma y contenido no pueden separarse, pero también que en este caso, mediante el oficio de Grossman, lo formal pasa a un segundo plano y lo que cuenta es la búsqueda de comprensión. Esta es la historia de Iván Grigorievich, que recupera su libertad después de treinta años de campo de concentración. Su personaje regresa a Rusia envejecido y desolado, comprueba que "la vida, sin él, había continuado, había seguido su curso". Apenas baja del tren procedente de Siberia visita a sus primos. Nikolai, científico del Estado soviético, y María, su mujer, disfrutan de una buena posición. Si bien no ha sido un delator, sólo Nikolai sabe cuántas agachadas tuvo que aguantar para mantener su status. Los primeros acercamientos de Iván a la realidad detectan la complicidad civil, la genuflexión, la vileza y los efectos del terror. "Le parecía que las alambradas ni siquiera eran necesarias y que, fuera o dentro de ellas, la vida, en esencia, era la misma." Pero a la vez, al ir enfrentando este afuera signado por la delación y el miedo, lo asalta una extrañeza: "Iván Grigorievich no comprendía que no sólo la ciudad había cambiado, también había cambiado él. Iván Grigorievich se había convertido en otro".
"Un comentario irónico de Bertrand Russell sugiere que el despotismo bolchevique se puede entender como el sistema más adecuado para gobernar a los desaforados personajes de Dostoievski. Con una intención certera, Grossman analiza a Lenin como fanático dostoievskiano."
Iván no juzga. Porque como alter ego de Grossman, la función de la literatura, nos sugiere, no es tanto acusar como comprender. Con respecto a los alcahuetes y verdugos, por ejemplo, Grossman escribe: "Quién es culpable, quién responderá por ello. Hay que reflexionar, no hay que darse prisa en contestar (...). Qué terrible es condenar también a un hombre terrible". Adoptando el punto de vista de informantes y delatores, Grossman ahonda: "¿Por qué quieren inculparnos precisamente a nosotros, los más débiles? Empiecen por el Estado, júzguenlo a él. Después de todo, nuestro pecado es el suyo, júzguenlo a él. Sin miedo, en voz alta. (...) Ustedes, como nosotros, fueron copartícipes de la época de Stalin. ¿Por qué ustedes, copartícipes, tienen que juzgarnos a nosotros, copartícipes, y determinar
nuestra culpa? ¿Comprende dónde está la complejidad? Tal vez nosotros seamos culpables, pero no hay juez que tenga derecho moral a plantear la cuestión de nuestra culpabilidad. Acuérdense de lo que decía Lev Nikolaievich Tolstoi: no hay culpables en el mundo. En nuestro Estado existe una fórmula nueva: todos en el mundo son culpables, no existe en el mundo ni un inocente". La culpa es más que un tópico de la literatura rusa y, en particular, la dostoievskiana. Al escribir culpa, se escribe Dios. La noción de Dios libra de responsabilidad. Grossman lo tiene en cuenta. Por eso la complejidad a la que alude reside en la conciencia.
Según Isaiah Berlin, Rusia tardó más de cincuenta años en acusar los efectos de los movimientos revolucionarios europeos. Todavía entre mediados y fines del siglo XIX su intelectualidad debatía si era europea o eslava. Los acontecimientos reformistas europeos protagonizados por socialistas y anarquistas eran considerados en Rusia como inviables. Quienes pensaban en una transformación radical, como los poseídos de Dostoievski, pensaban en la violencia y el terror como estrategia. En más de un aspecto, en su ideología y en sus actitudes, se revelaban como cristianos fanáticos. Un comentario irónico de Bertrand Russell sugiere que el despotismo bolchevique se puede entender como el sistema más adecuado para gobernar a los personajes desaforados de Dostoievski. Probablemente Grossman no conociera esta
observación sarcástica del filósofo inglés, pero con una intuición certera, seducido por el personaje, analiza a Lenin como fanático dostoievskiano.
En el temperamento de Lenin se establece la relación con el carácter nacional ruso. Heredero, a su pesar, del karma cristiano del alma rusa, Lenin, autor de más de veinte libros teóricos y furibundos, el intelectual que se conmovía con Beethoven y Tolstoi, poseído por una fe apostólica, según Grossman, arrastra a Rusia tras de sí, sin comprender que sufría una poderosa alucinación. Tras su muerte, con Stalin, templando el acero, la victoria sobre el nazismo y el avance tecnológico, un éxito que se basaba en el sometimiento. Es decir, la consolidación férrea de la dictadura del proletariado. Apunta Grossman: "Ahora ya no era Rusia la que se embebía del espíritu libre de Occidente. Era Occidente quien miraba con ojos fascinados el espectáculo del desarrollo ruso avanzando por el penoso sendero de la
esclavitud. El mundo vio la mágica sencillez de aquella vía. El mundo comprendió la fuerza del Estado popular construido sobre la esclavitud".
Pero, ¿qué clase de novela es Todo fluye? Desde el comienzo se plantea como una novela de tímida experimentación formal que articula un narrador omnisciente con la segunda persona que propicia la confesión, la teatralización de un juicio a delatores con la crónica periodística.
Grossman quiebra a menudo la narración lineal para internarse en el ensayo político y filosófico. El efecto que generan estas variaciones expresivas opera por acumulación, rompe la convención del suspenso y, en lugar de frenar la acción, mediante el ensayo, lo que logra, sin resbalar en el trazo grueso contenidista, es la búsqueda de comprensión, esa búsqueda permanente que no es otra que la constante de la novela.
Si en Vida y destino empleaba la descripción del funcionamiento de los campos nazis y su lógica para reflejar luego, en espejo, los campos soviéticos, acá directamente pone el foco en el exterminio de sus
compatriotas y en los gulags. El exterminio de judíos y campesinos, dos obsesiones de la maquinaria asesina del stalinismo, son centrales en Todo fluye. Podría pensarse, para quienes han leído a Solyenitzin o Shalamov, que ésta es una novela más sobre el horror concentracionario, una pormenorización de miserias y bajezas que algunos espíritus políticamente correctos leen con turbación bienpensante y corroboran así su pureza de alma. Y valga como digresión: alguna vez habrá que analizar hasta dónde los progres no leen literatura concentracionaria con el mismo vértigo con que otros lectores menos conspicuos disfrutan de Sthepen King, lo que no implica un juicio de calidades literarias sino de ideologías de lectura gore.
Grossman no escatima un catálogo de sordideces y degradaciones tanto dentro como fuera del campo. Pero no son los actos los que escandalizan. El espanto está en otra parte: en la idea de libertad, progreso y conquista social que los justifican. "Esos hombres no deseaban el mal a nadie -escribe Grossman-, pero habían hecho el mal durante toda su vida." A la vez, llegado a este punto, hay que ser cauteloso. Denunciar el fracaso del socialismo real no implica renunciar a la lucha por un mundo más justo.
En ningún tramo de su novela, sin aflojar con la denuncia del terror de Estado, Grosman renuncia a su socialismo insinuando siquiera una reivindicación del capitalismo. Grossman es crítico: "El Estado se convirtió en el amo. El elemento nacional pasó de la forma a la sustancia y acabó siendo esencial, mientras se relegaba el elemento socialista a un segundo plano: a la fraseología, a la cáscara, a la forma externa". Y escribe luego: "La historia de la humanidad es la historia de su libertad. El crecimiento
de la potencia del hombre se expresa sobre todo en el crecimiento de la libertad. La libertad no es necesidad convertida en conciencia, como pensaba Engels. La libertad es diametralmente opuesta a la necesidad, la libertad es la necesidad superada. El progreso es, en esencia, progreso de la libertad
humana. Ya que la vida misma es libertad, la evolución de la vida es la evolución de la libertad".
Como se dijo, la persecución y el exterminio son nodales en Todo fluye, pero la descripción a través de un tono de crónica, casi neutral, provoca un sentimiento en el que se funden la indignación, la piedad y el estupor.
Grossman apela a estas escenas de infamia para preguntarse, y no en abstracto, sobre lo que significa ser humano. Refiriéndose, por ejemplo, a los confidentes y delatores, escribe: "Lo más terrible en ellos son sus cosas buenas, lo más triste es que están llenos de cualidades y virtudes".
Grossman, si relata con precisión los detalles del cautiverio, no lo hace de modo gratuito. Como tampoco es gratuito el empeño que pone en relatar el exterminio de los campesinos. Los animales temen a la gente. Pronto no quedan ni perros ni gatos. Se los cocina. Y con sus cabezas se hace gelatina. Los niños agonizan de hambre. Ni siquiera un gramo de pan para ellos.
Las barracas de los prisioneros están separadas del sector de las mujeres por una estrecha distancia que, si alguien intenta superar, será barrida por ametralladoras. Cientos de mujeres moscovitas han sido condenadas a diez años de prisión por no denunciar a sus maridos, sus hermanos y sus hijos. Y deben compartir el cautiverio con ladronas y asesinas. Si una igualdad de género logró el campo de Kolimá fue la de equiparar mujeres y hombres en los trabajos forzados donde, víctima de castigos y enfermedades, perecerá la mayoría. Comprender, siempre, en la escritura de Grossman, se trata de comprender. "Te pregunté cómo habían podido, los alemanes, matar en las cámaras de gas a los niños judíos. ¿Cómo podían vivir después de eso? ¿Era posible que no fueran juzgados ni por Dios ni por los hombres? ¿Y tú dijiste: 'El castigo del verdugo es éste: no considera a su víctima un hombre y él mismo deja de ser un hombre, mata al hombre que hay en él, se convierte en su propio verdugo: la víctima, por mucho que la destruyan,
continuará siendo un ser humano por toda la eternidad'. Cuando Iván Grigorievich piensa en estas cuestiones, piensa "esforzándose en comprender la verdadera naturaleza de la vida rusa". Más tarde, Grossman suministra una hipótesis: "Sólo la esclavitud milenaria ha creado la mística del alma rusa".
Como lo señaló George Steiner, Tolstoi y Dostoievski son dos marcas que determinan la literatura rusa. Dos marcas a la vez opuestas y complementarias. Por eso Steiner tituló su ensayo Tolstoi o Dostoievski.
Grossman es, sin duda, consciente de esta polarización que no es tan simple como parece. Para Mijail Bajtin, en Tolstoi la muerte siempre clausura un conflicto y lo ilumina, mientras que en Dostoievski la muerte es apenas pasaje y puente para la irrupción de la conciencia y su tormento. En Todo fluye Grossman se debate entre estas dos perspectivas. En Vida y destino su ideología de la novela se servía de las lecciones de Tolstoi y conformaba un fresco épico con una multitudinaria cantidad de personajes y un sinfín de situaciones que abarcaban tanto la instantánea, el relato breve, como la extensión y el espesor novelístico del XIX, que, con la batalla de Stalingrado como eje, aprovechaba para denunciar el lager nazi en el frente y el gulag soviético en la retaguardia. En Todo fluye, en cambio, Grossman
se aparta del modelo tolstoiano y su preocupación narrativa y no sólo se ofrece como una deriva del modelo dostoievskiano: el dilema existencial de los personajes gira en torno de la libertad, pero ésta, como todo absoluto, es más un deseo que una posibilidad. Como absoluto también reviste un carácter religioso. Y, se sabe, los absolutos no son terrenos. Los hombres idearon un Estado en nombre de la libertad, pero el sistema que construyeron fue esclavitud, delación, exterminio. Como asociación, cabe recordar que Dostoievski planeó una segunda parte de Los hermanos Karamazov donde Aliosha, el novicio, el puro, cometería un crimen político.
Para qué sirve la literatura, pregunta que inquietó a Sartre, cobra una dimensión menos metafísica y más existencial cuando uno se las plantea desde la perspectiva de Grossman, que escribió sus grandes novelas bajo el stalinismo. Vida y destino, su obra cumbre, fue prohibida a poco de su publicación. Tan peligrosa fue considerada que a Grossman hasta le confiscaron las cintas de su máquina de escribir. Todo fluye, la última, la escribió entre 1955 y 1963.
No menos estremece que el escritor que se planteó estas cuestiones muriera recluido, sabiendo que no vería publicadas sus novelas. Todo fluye, para muchos su testamento literario, la terminó en 1964, poco antes de morir de un cáncer de estómago. Lo que podría ser una anécdota que cierra literariamente una existencia oscurecida por el totalitarismo se presta para abrir un interrogante mayor: ¿qué convicción se ha depositado en la literatura, o mejor dicho en la propia escritura, para encarar semejantes
proyectos narrativos sabiendo que uno de sus destinos más probables es no alcanzar la publicación? Entonces, volviendo a la cuestión del alma rusa, ¿se trataría acá de convicción o de una fe religiosa? En su diario, Kafka anotó: "La literatura es mi religión". Vasili Grossman debió compartir el mismo credo.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3796-2010-04-22.html
Realismo socialista*
"La literatura prerrevolucionaria a menudo lloraba la triste suerte de los actores, músicos y pintores nacidos siervos. Pero, ¿quién, en la literatura actual, ha suspirado por aquellos jóvenes y muchachas a los que no les fue dado pintar sus cuadros y escribir sus libros? La tierra rusa engendra en abundancia a sus propios Platonov y a sus Newton de mente ágil, pero con qué atroz sencillez devora a sus hijos.
El teatro y el cine suscitaban en Iván Grigorievich tristeza y angustia, le daba la impresión de que alguien le obligaba a mirar fijamente el escenario y no le dejaba salir. Muchas novelas y poesías le provocaban una insoportable sensación de fastidio, casi como si quisieran meterle algo en la cabeza. Le parecía que en los libros se describía una vida diferente, desconocida para él, donde no existían barracones de máxima seguridad, ni jefes de brigada, ni vigilantes, ni delegados operativos, ni sistemas de pasaporte, ni ninguno de aquellos sentimientos, sufrimientos y miedos que experimentaban los hombres a su alrededor.
Los escritores inventaban a la gente, sus ideas y sus sentimientos, inventaban las habitaciones donde vivían, los trenes en los que viajaban: la literatura que se llamaba realista no era menos convencional que las novelas bucólicas del siglo XVIII. Los koljosianos, los obreros y las campesinas de la literatura parecían emparentados con aquellos aldeanos bien ataviados y esbeltos, con aquellas pastorcillas de cabellos rizados que tocaban el flautín y bailaban en los prados entre blancos borreguitos adornados con cintas azules."
*Fragmento de Todo fluye.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/subnotas/3796-369-2010-04-22.html
*
Este domingo 25 de abril del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor brasilero Jorge Antunes. Las poesías que leeremos pertenecen a Flóbert Zapata (Colombia) y la música de fondo será de Machu Picchu (Andes). . ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link: MP3 Live-Stream).
Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel.: 0043 662 825067
*
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*Escribir a Eduardo Francisco Coiro.
inventivasocial@yahoo.com.ar
Inventiva Social publica colaboraciones bajo un principio de intercambio: la libertad de escribir y leer a cambio de la libertad de publicar o no cada escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se editan bajo ejes temáticos creados por el editor.
Las opiniones firmadas son responsabilidad de los autores y su publicación en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor emitidos.
La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada obra queda a cargo de cada autor.
Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias que cada colaborador desea compartir.
Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.
Respuesta a preguntas frecuentes
Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.
Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.
Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.
Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.
Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.
Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.
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