miércoles, junio 16, 2010

LA INEFABLE MANO DEL DESTINO...




*Ilustración de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.




ELLA*


"Estoy tan liviana sin ti, que necesito el peso de tu cuerpo
Como la rama del puñado de plumas para poder cantar."

BEATRIZ ZULUAGA



En ella caben todas las mujeres de este mundo
Las resguarda. Las abraza. Las ama. Las odia, a veces.


Está la que muerde la mítica manzana...y la escupe.
Está la que se cuelga de la costilla rota.
Está la gata que come uvas verdes y camina.
Camina la cornisa de una hoja de tilo.
Está la enamorada de la piel del mar.
Dentro de una botella.
La que muerde la copa con sus piernas entre vahos de hombre.
Está la mujer de tiza, la de cal, la de humo.
Está María .María luna .María Buenos Aires.
María María. Maria madre. María hija. María padre.
María dulce. "Dulcísima. Dulce"
Como una naranja. Como un durazno.
María. María Triste. Tristísimamamente triste.
Como un pantano. Como una lágrima. Como un verde enterrado.
Está Yerma, con su primavera acuchillada.
Está la niña del guardapolvo almidonado.
De abrazo sollozante. De cedro y candelabro.
Está Soledad, sentada a la sombra de su padre.
Sola, como un dromedario o un cementerio.
Atrapada por la sacrosanta lengua de lagarto.
Está la que enciende sándalo entre las cenizas del incesto.
Está la amante que odia el día.
Que ama la noche atrapada en sus cuerpos.
Y el hombre la desnuda como la ruda macho.
Y ella invierte su lengua como la ruda hembra.
Está la que lucha con las pequeñas muertes.
Con la cebolla. Con el reloj .Con pañales de trapo.
Está la enemistada con el dios de barro.
Con las tumbas. Con los ojos huecos. Con la piel tumefacta.
Está la que desafía los límites.
Está la Sacerdotisa de la sal.
La de espalda arqueada. La de cosecha nula.
Está la fecundada por la aurora.
Con un pecho hecho asombro y otro, arrullo.
Arándanos blancos y caderas de cedro.
Están las meretrices, de corales negros y medusas.
Está la que la que lava la ropa con ceniza.
La blanquea con sudor y lágrimas...y canta.
Está la que no ha bebido la sed, pero desea el agua.
La que rastrea gotas en la lluvia.


En ella caben todas las mujeres del mundo.
Todas. Menos yo.


*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








LA INEFABLE MANO DEL DESTINO*



Reanudamos la vida después de haber viajado hasta el fondo de la muerte.

No digas que fue un sueño
Terenci Moix


La editora se mantuvo de pie en la entrada, esa sala tan abigarrada le hacía sentirse incómoda, a pesar del buen gusto de los muebles y las antigüedades.

- ¿Cómo va esa investigación? – preguntó a la escritora, que la miraba fijamente sin pronunciar palabra.
- Bastante avanzada, más de lo que te ha hecho pensar mi silencio de estos meses – le respondió, mostrándole dos butacones de cuero frente a una mesa cubierta por una montaña de documentos -… Al principio era solo compilar material para escribir una suerte de enciclopedia; ahora, me he enamorado de la idea.
- No pensé que una antología sobre vampiros te fuera a atraer tanto, no es un tema muy diáfano – sonrió complacida - ¡Se ha hablado tanto y al mismo tiempo se ha dicho tan poco sobre ellos!
- ¡De eso se trata! – se arrellanó en el otro butacón - Es bueno que nos entendamos porque demoraré en la entrega. He leído los más conocidos, y he seguido colina abajo sin detenerme; llegado al fondo, a los olvidados, a los desconocidos, a los que publican en la red, en revistas que nadie hojeará al día siguiente. Como por milagro, fueron cayendo en mis manos antiguos textos, mensajes cifrados, manuscritos de testigos de primera mano, confidencias, esquelas anónimas, cábalas…
- ¿No exageras?
- Para nada – abarcó en amplio gesto la mesa y varios estantes -, es como si un texto llamara a otro, como si la inefable mano del destino me los enviara. No sabes cuánto te agradezco la propuesta; ha sido una experiencia increíble, un despertar, pero… Disculpa mi exceso de entusiasmo: He olvidado las normas básicas de cortesía. ¿Quieres un trago? Vino tinto, ginebra, vodka, whiskey, ron, crema irlandesa, ¿algún licor tal vez?

Señaló el bien surtido bar en una de las esquinas.

- No, gracias, a esta hora no suelo beber.
- Yo tampoco - la mirada se le perdió en un punto invisible -… Pudiera confesarte, con sinceridad, que los admiro.
- ¿Bromeas? – sonrió intranquila su interlocutora, cruzando las piernas.
- En modo alguno. De niña soñaba ser una bruja… Este sueño ha quedado chico… Convertirme en nosferatu, en vez de servir al necuratul. La bruja no es más que una esclava, una trabajadora a sueldo, un alma supeditada. El vampiro es libre, dueño de su destino. Ni cielo, ni infierno: El aquí y el ahora. La bruja quiere vivir para siempre, el vampiro sufre su eternidad. La bruja vuela sobre una escoba, el vampiro en alas del viento. La bruja hace portentos para demostrar su poder, el vampiro no los necesita. Ni sacrificio, ni comunión, ni cópula divina o diabólica: se limita a "ser". Por los tiempos de los tiempos, observando discurrir paralelamente al mundo de los mortales.
- Suenas tan apasionada que me conmueves, nunca creí que llegarías tan lejos – se relajó de nuevo -, por suerte hablamos de literatura. Y el libro, ¿cuán avanzado está?
- No me lo vas a creer, no he escrito una sola página – se señaló la sien -, como diría el Amadeus de Milos Forman, está todo aquí. No me atrevo a poner lo que pienso sin ser tomada por excéntrica, y no me refiero precisamente a este nivel de obsesión que raya en lo febril.
- Y… ¿Qué es eso que piensas?
- Que existen. Están entre nosotros, conviviendo en aparente paz. Se hacen pasar por humanos porque han desarrollado resistencia a la luz tras mutar de generación en generación. Estoy convencida de que pueden tener una apariencia respetable, ser científicos, intelectuales, artistas, alguien cuya cultura centenaria crees fruto de la erudición, que vive en una casa confortable, te brinda una cálida acogida, te invita a tomar un trago y, de pronto, algo llama tu atención, un detalle ínfimo, como que tiene bien dispuesto el bar, pero no bebe; aunque de este detalle nunca te darás cuenta a tiempo, o te darás cuenta demasiado tarde…
- Interesante – comentó, moviéndose de nuevo en su butaca -, sobre todo porque crees tocar certezas, no hipótesis.
- Y lo mejor, o lo peor – continuó, demasiado exaltada para captar la interrupción -, es que no podemos hacer nada para exterminarlos, como ellos tampoco han logrado exterminar al género humano, a pesar de no haber dejado de cobrarse víctimas.
- Me impresionas… Si alguien les estorba, ¿sencillamente lo eliminan?
- O lo convierten; depende de sus intereses.
- ¿Y qué sucede si un individuo descubre a un vampiro entre su círculo de relaciones?
- Desafortunadamente lo mata, porque no hay regreso a la condición humana. No obstante, no merman las dos poblaciones. Hemos logrado cierto equilibrio en medio de la batalla, como con las bacterias, los virus… Tiene que ser así, los no muertos son solo formas de vida.
- Tienes razón – dijo la editora dejando aflorar sus colmillos -, somos solo una forma de vida.



*de Marié Rojas Tamayo.
Ciudad Habana. Cuba







Antes del fin (2)*


Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo. Ella protestó. Yo insistí. Finalmente aceptó y se fue cuesta abajo, balanceando un pequeño bidón de plástico y canturreando algo que no supe identificar. La miré mientras se alejaba. Un par de veces se volvió, agitando la mano libre en señal de despedida. Parecía feliz. Su horizonte era el lugar donde su moto la pudiese llevar con ese euro de gasolina. Sentí que el escenario había cambiado, que ya no podía hacer aquello para lo que había venido hasta el río. Que no tenía derecho mientras esa mujer siguiese caminando por el mundo con su bidoncito para gasolina y esa tonta canción germinando obstinada entre sus labios.



*de Sergio Borao Llop. sbllop@aragoneria.com







ACEITE VERDE*



Primero era el fuerte olor del aceite verde, que se usaba para todas las lesiones. En especial para los dolores musculares que tanto podían provenir de un encontronazo como de un puntapié malintencionado.
Era entrar a fisgonear en los vestuarios y recibir ese olor penetrante, que percibiríamos en ese tiempo como muestra de virilidad, de hombría, de mayoría de edad y del incienso de la gloria.
Eso, digo, si hubiésemos tenido conciencia lingüística, ya que no creo que en el limitado vocabulario que manejábamos entonces figuraran estas palabras.
Lo que sí figuraba en nuestros corazoncitos ingenuos eran las ganas desesperadas de jugar, defendiendo los colores rojos del Club en lo posible, pero jugando siempre y de cualquier manera.
El problema se nos presentaba cuando carecíamos del balón correspondiente, algo que se subsanaba con cualquier objeto pateable que tuviéramos cerca o lo que nuestra creatividad de niños pobres nos dictara.
En ese tiempo, el más alto y el más lejano en mi recuerdo, las amistades y las simpatías se deponían allí: se jugaba "a la pelota" como decíamos nosotros y si lo hacíamos bien o muy bien, mucho mejor. Pero era la condición sine quanom. No había en ese tiempo baldón mayor que carecer de entusiasmo al menos. Por eso que nosotros entendíamos, apreciábamos como fútbol. Mi amigo Miguel me confiesa hoy, después de tanto tiempo, que a él el fútbol nunca le gustó y sin embargo llegó a jugar en la primera de
Huracán.
-Yo venía al club- me dice nostálgico- y todos ustedes estaban en la cancha, jugando ¿Qué otra cosa podía hacer para participar y estar con ustedes?
Hoy los chicos tienen muchísimas más opciones, apoyados por la más violenta y sensacional revolución tecnológica de todos los tiempos. No es necesario (ni es mi interés) explicar aquello que el lector sabe de sobra porque lo vive a diario.
De todos modos, si aquel tiempo que se perdió para siempre nos dio felicidad ¿Qué pecado hay en remarcarlo? ¿Por qué no relatar aquellas situaciones a la que nos llevaban la precariedad y los sueños de gloria.
Todo muy modesto, es cierto,
Ni equipo, ni vestimenta deportiva, ni calzado, ni siquiera una pelota. Sólo el deseo de patear. Algo esférico (una pelota de trapo, hecha con medias viejas y retazos de géneros) para patear aún descalzo, aún sin sentido de competencia, aún sin partido. Sólo darle con el pie a toda cosa que tuviera alguna consistencia y fuera algo esférico.
Tal nuestras ansias y nuestra pasión que gastábamos por entonces.
Con todas estas prevenciones que fui desgranando hasta aquí, no era raro que fueran nuestras primeras pasiones futboleras se fueran manifestando, buscando los primeros ídolos, los referentes tempranos en aquella nuestra precaria e insignificante biografía de entonces.
Recuerdo la emoción que se produce en mi casa, cuando mi padre narra y difunde, ilustra la información, que ya era conocido por todos en el barrio.
Para el club del "globo", para el rojo huracanista venía a militar un jugador que había sido profesional. Se llamaba Silvano Ferreira y había formado la escuadra ñulista del 40, con Musimessi, Colman, Peruca e integró una famosa delantera con Gayol, Cantelli, Morosano y Pontoni.
Todos cracks del fútbol rosarino y nacional. El que había conocido glorias mayores, se vino humildemente a "jugar al campo", como se decía entonces. Se puso los pantaloncitos blancos, se calzó la casaca roja con el número once, blanco, en la espalda y se largó a jugar. Lo hacía pegado a la raya, corría poco, gambeteaba menos, pero tiraba unos centros milimétricos, a la cabeza del Negro Durán, quien como un mortero la mandaba a la red.
Silvano Ferreira fue el primero que vino en aquel tiempo y que había jugado en el fútbol de Primera A, un profesional competitivo, con su pinta de muchacho humilde, su voz grave y sus ademanes campechanos y corteses. Nos impresionaba como un excelente tipo, como lo que seguramente era.
Cuando llegó el fin del campeonato se hizo un gran baile popular como se le llamaba en aquel tiempo, con una orquesta de tango como correspondía a la época y otro que llamaban "característica", y que tocaba ritmos más movidos: bayón, pasodobles, mambo y esas cosas que enloquecían a los más jóvenes.
Se corrió la voz de que Silvano Ferreira sabía cantar tangos y que lo hacía muy bien.
Invitado por la comisión no tuvo más remedio que subir al escenario y aunque era muy tímido, no se lo notaba nervioso.
Lo presentó Manuel Quintana o "el Pelado" o "el Gallego" como todo el mundo le decía.
El puntero izquierdo, el morocho Silvano empezó bien, cantando un tango, pero a los pocos minutos se olvidó la letra.
Pero a nadie le importó, porque era en aquellos años en todos éramos ingenuos y por demás felices.
Tanto, como no volvimos luego a serlo nunca más.



*De Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar








El desnudo árbol invisible*


Ramas desnudas invisibles
Ramas dedos erguidas
Hacia el cielo


Ramas turgentes y suaves
Ramas acariciantes desnudas
La corteza no la viste
Ni hay hojas en su piel


Dos seres desnudos
La van cubriendo
Ella de trenzas amarillas
Le da pinceladas de color
Con su gran sonrisa
Él con el trabajo de sus manos
Le va dando cuerpo al desnudo invisible


Una estrella azul
Una estrella roja
Un halo rosado
Las escarchas de plata
Del rocío lunar
Pintas de color


Se va vistiendo el árbol desnudo
Que yace invisible
Mirando con sus ramas dedos
El infinito


La respiración de hembra
El sudor de sus cuerpos
La llama viva
Nunca muere
Y nuevas cintas
Y un nuevo hombre


Cuadritos de luz
Y cuadritos y cuadritos
Cáscara de piel
Piel nueva
Para el invisible Árbol desnudo
Aislado y solitario


Un fantasma
En un bosque Negro y oscuro
Colores y estrellas
Halos y nubes
Flores y azahares
Blancas espumas y rayos de sol
Nuevas formas
A las ramas desnudas


Nuevos hijos
De hombres sin padre
Partículas de cosmo
Fragmentos del éter
Arena piedra roca río
Agua aire ondas de mar
Brisa rocío nubes el azar
Azul verde marrón ocre
Naturaleza vida movimiento
Amor ser sublime
Espíritu de la tierra
Cuerpo y carne
Deseo y piel


Nuevas manos en la labor
Ella de pechos duros y nalgas pretas
Ambos tez de ébano
El alto de hirsuto pelo en su pecho
Ojos grandes labios gruesos
Raza indómita


Nuevas cuentas de cristal
Nuevos colores de iris
Llevan en sus manos
La rama erguida
Se viste de color


Es un gran pulgar
Que señala el firmamento
Mosaicos y espejos
Filigranas irisados
Material de tierra


Van trabajando a ocho manos
Son cuatro en unión universal
Y no se dan abasto
Y viene nuevos a ayudar
A suplir carencias
Cerrar espacios


Son menudos y vivaces
Ojos rasgados y sonrientes
Ella de fina mano pálida amarillenta
Él su pelo negro
Cascada endrina de selva
Llevan en sus manos cuentas de oro


Nuevas pieles cuarzo
Y guijarros de río
Y el crisol
Nuevos elementos


Y más personas vienen
A continuar tapizando el árbol desnudo
Que ya no es invisible
Se van vistiendo
Las ramas desnudas
En oro en piedra
En vidrio en color
No hay hojas


No hay brisa
No hay estaciones
Ni tormentas
Ni lluvia
Ni tiempo
Todo se crea se Inicia
Crece


Se va instalando el amor
Y se prende del dedo meñique de la rama
Y la viste
Y la envidia
Y la lujuria
Y la ira
El enojo
El odio
El miedo
Van cayendo con las hojas secas
Las primeras incipientes
Que nacieron en el árbol
En el primer otoño

Se forma la esperanza en el anular de la rama
Y en el índice la virtud y la amistad
Se van vistiendo
Los dedos ramas
Del árbol que ya es visible
Y van naciendo nuevas hojas
Y empieza la primavera
Y se ve las ramas dedos
Que son como una mano
Que mira siempre hacia arriba

Y llega el verano
Con flores y frutos
Que visten las ramas
Con todos los colores
Con todos los sabores

Y viene el invierno blanco y puro
Las primeras aguas
Las primeras nieves
El primer descanso
Los hombres abajo dormitan
Aliviados se sosiegan
Del trabajo efectuado
Y todas las razas
Buscan más árboles invisibles
Para continuar la labor



*de Rubén Patrizi. revistavocesysusurros@yahoo.es







Accidentes*



*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona


UNO "¿Los accidentes son otra manera de llamar a las casualidades?", pregunto. "No: los accidentes son la vida. La vida es y son los accidentes de la vida", responde John Irving, de paso por Barcelona para presentar su magnífica La última noche en Twisted River, que bien podría llamarse Un mundo de accidentes. Porque si algo no falta y jamás sobra en su nueva novela -como en las once anteriores- es una cantidad de accidentes de toda índole: choques de autos, ahogamientos, mutilaciones, disparos, sartenazos, paracaidistas desnudas cayendo sobre un asado y, sí, dos torres viniéndose abajo luego de ser atravesadas por dos aviones. Lo curioso y lo interesante es que el efecto de este último accidente sobre los protagonistas del libro -a diferencia de lo que ocurre con todas las ficciones que han hecho
uso del 11 de septiembre de 2001 desde entonces y hasta la fecha- es el de una profunda irritación: "Ellos ven todo por televisión, casi como ruido de fondo de sus vidas, y no pueden evitar decirse: '¿Qué me importa todo eso que está pasando allí? Yo tengo suficiente con mis propios accidentes'",
suspira Irving.

DOS Hace casi cuatro años, John Irving ya se me había revelado como el perfecto personaje de John Irving. Lo pensé entonces y volví a pensarlo días atrás -otro restaurante, mismas carcajadas- cada vez que Irving arrancaba con un "Déjame que te cuente qué fue lo que pasó exactamente...". Y lo que
pasó, claro, fueron varios accidentes. Y, de algún modo, en ese exactamente reside la clave del mundo según Irving. Porque Irving dice "exactamente" y uno se transforma en, al mismo tiempo, página en blanco y lector. Como si Irving -exactamente- escribiese muy bien en voz alta, con esa voz que uno
escucha cada vez que abre un libro de Irving.

TRES Y, en 2006, John Irving había deslumbrado y divertido a los comensales hasta hacer doler las mandíbulas con accidentales anécdotas protagonizadas por él y Kurt Vonnegut, por él y el marido de su ex esposa, por él y John Cheever, y por él y -ahá- una paracaidista desnuda descendiendo desde las
alturas como una deidad griega. Y aun así ese Irving era el mismo Irving que -ahora, en la rueda de prensa- había gruñido su cansancio ante la curiosidad de los periodistas preocupados, siempre, por saber y precisar qué había de cierto y qué de ficticio en los accidentes de Owen Meany o T. S.
Garp o de Homer Wells o de Jack Burns o de Farrokh Daruwalla o de John Berry o, ahora, de Danny "Angel" Baciagalupo. "No puedo entenderlo. Es algo que no dejan de preguntarme de un tiempo a esta parte. Podría aventurar que esta perversa curiosidad se intensificó con esos reality shows, justo cuando yo dejé de ver televisión. O tal vez la culpa la tenga el actor de sí mismo Hemingway, quien nunca me pareció un gran escritor y sí una influencia nefasta. ¿Qué más puedo decir? Yo no hago otra cosa que usar pequeños episodios de la vida real y los mejoro. Dos palabras: What if... Plantearse el Que pasaría si... Ese es el trabajo del escritor, de los escritores que admiro, de mis maestros que son, para muchos, escritores pasados de moda con obras grandes e historias largas. Como cantaban Los Beatles en 'Hey Jude': 'Take a sad song and make it better'. Nada más que agregar, salvo advertirles que son muchos los miembros de mi familia que están un poco ofendidos conmigo porque nunca los meto en mis libros. A lo que yo les digo: 'A no quejarse. Es porque los quiero demasiado. Ya saben: en mis libros suceden todos esos accidentes'."

CUATRO La próxima novela de John Irving se llamará In One Person y el punto de partida será un tramo de su infancia, cuando acompañaba al trabajo a su madre apuntadora en un teatro de provincias. "De ahí, de ver los ensayos, de sentir cómo se iba armando y creciendo la trama, de observar a actores no muy buenos ir mejorando, de tener perfectamente claro cómo acabaría todo, de ahí proviene mi método de escritura. Saber el momento exacto en el que les sucederán los accidentes a mis personajes. Por eso esa necesidad y obligación y cábala mía de tener perfectamente clara la última línea antes
de sentarme a escribir. Es bueno saber a dónde se quiere llegar antes de partir", concluye Irving.

CINCO Y, junto a Irving, de algún modo todo se vuelve un poco Irving. Días atrás yo había leído la historia de Jimmy Jump. Y se la conté a Irving: Jimmy Jump -nombre de guerra y personalidad apenas secreta del catalán Jaume Marquet i Cot, inocuo agente inmobiliario de 35 años- es uno de esos
paracaidistas sobre escenarios ajenos. Un Hombre Accidente. Como El Besuqueiro o como Michael "Soy Bomb" Portnoy, Jimmy Jump siente un deseo irrefrenable de meterse donde no lo llaman y así modificar las coordenadas de un argumento planteado por otros, pero súbitamente corregido por su credo
estético y existencial. A saber: "Hay tres formas de hacerse famoso. Una: por méritos propios. Esta para mí es muy difícil. Dos: enrollarte a una famosa o decir que lo has hecho. Es la más directa. Y tres: moverse mucho y currárselo, que es lo que yo hago". Y Jimmy Jump volvió a hacer de las suyas
hace algunos sábados, en Oslo, al treparse a la actuación y arruinarle la noche al insoportable delegado español en el festival de Eurovisión: Daniel Siges cantando su "Algo pequeñito", canción que ha dado luz a los mejores chistes sexuales de la primavera. En cualquier caso, Siges no era candidato a ganar en esa suerte de ese cursi RISK/TEG musical que el continente escenifica año tras año. Pero Jimmy Jump volvió a tener otros quince minutos de fama y varios periódicos se dedicaron a glosar las hazañas de este "saltador profesional" que ya había alcanzado las alturas del rey y del Dalai Lama. Y lo que más me interesó a mí -le expliqué a Irving- de estos perfiles y frentes de Jimmy Jump fueron los dichos de familiares en el pueblo de Sant Quirze del Vallès, donde el monstruo vuelve a almorzar todos los domingos y donde su padre advierte: "Llevo años sin hablar con mi niño de los saltos que realiza. Comemos juntos cada fin de semana, pero nunca tratamos el tema. Es tabú". Y ahí el padre recordaba aquel día terrible en el que todo comenzó y bienvenidos a Irvinglandia: Jimmy era aún Jaume, no
hacía frente a multas de hasta 60 mil euros por sus "apariciones" (que no paga, se declara insolvente, pero acepta donaciones para financiar futuros golpes y vende camisetas con su alias vía Internet), tenía nada más que nueve o diez años y, de visita en el Museo Vaticano, desapareció. Lo encontraron, después de buscarlo mucho, en las dependencias muy secretas y muy privadas del papa Juan Pablo II. Nadie pudo explicar cómo el niño había franqueado a guardias y controles. El padre le preguntó entonces por qué lo había hecho. "Siento algo especial", fue la críptica pero sincera respuesta y muy irvinguiana del chistoso Jaumeito, ya convertido para siempre en el peterpánico Jimmy Jump. Le cuento todo esto a Irving, quien sonríe, piensa unos segundos y -silencio absoluto en la mesa- dice "What if..." Y eso es
sólo el principio.
Afuera, todo está lleno de accidentes. Cada vez más. Y cada vez peor escritos. Por suerte ahí está Irving -Hey John- saltando sobre el escenario del mundo, mejorándolos cada vez que los narra.

SEIS Pequeña confesión: escribí las últimas líneas de esta nota -en las que le hablo a Irving de Jimmy Jump- antes de que sucedieran. Se lo conté a Irving recién horas después. Y la no-ficción no modificó en nada a la ficción. Pero siempre se la puede -se la pudo- mejorar un poco. Y, sí, es bueno saber dónde se quiere llegar antes de partir.



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-147641-2010-06-15.html







EL DIABLO*



Dicen que un tanque comunista
De marca soviética,
Atropellaba mujeres sobresalientes
De las trincheras enemigas.
Me arriesgué a la aventura,
Hubo flirteo,
Y ese tanque no me atacó ante la mirada extraña de los demás.
Pasaron cuatro años, y con los engranajes siempre aceitados,
El día menos esperado, me pasó por encima y me hizo pedazos.
No me mató,
Mas no hubo un remate,
Vi que la intención era dejarlas vivas,
Evidenciando un profundo odio misógino
Humillando en la agonía para imponer que su ego era mas importante
Que un amor infantil enseñado en las familias.
Que la familia es una obligación femenina,
Y que la vida masculina, tanquerística corresponde solo a la mitad de la humanidad.
Se deleitaba cambiando víctimas a cambio de sosiego falso,
Es un tanque que tiene su guarida favorita en las faldas.
Y odia su guarida, le recuerda el seno materno dentado y castrador.
Tiene vocación de cenacho, miente como modo de tortura y de manera enfermiza
Cobra una venganza edìpica de la cual creo,
Solo yo quedé viva para descifrarlo.
Y no tiene solución, hay que darlo de baja,
o que lo acorralen en una zanja y quede inservible,
puesto que su sed rencorosa e ignominia femenina
ya no debe ser mas manifiesto como un arma de guerra.
Quien sabe que su mejoría se encuentra entre llaves inglesas, corbatas, bigotes
Y herramientas que lo hagan sentir varonil nuevamente.



*de Daniela Wallffiguer danielawallffiguer@gmail.com





*


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INDACOCHEA. / LA RICA. / SAN SEBASTIÁN.

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KM. 55. / ELÍAS ROMERO. / KM. 38.

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