miércoles, junio 30, 2010
LLUEVE SOBRE SU PENA MAR...
-Ilustración de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
*
Sin apuro
Allí donde espanta el frío,
allí llegó, con agujeros en las manos,
vacías de amor y todo intento.
También hasta allí llegue yo,
portadora de calor
broche de amor tapador de tajos,
allí llegue y allí quede,
sin apuro.
Esperando.
*de Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
ADIOS A PEER GYNT*
De Grieg
La mañana se moja
con el hielo de la lluvia.
Miro por la ventana
el clamor de la arboleda
que arma brazos abiertos
reverenciando al viento.
En un rincón de la alcoba
Anitra dibuja su baile,
es una mágica ofrenda
para mis sueños antiguos.
Roza mi aura con gracia,
me dice que aún existo.
Pero Noruega está lejos,
el barco partió sin mí.
El Rey de la Montaña
llora en su gruta en clausura,
Ace ya no lo acompaña
y se niega a mi presencia.
Cierro los ojos y siento
que he anclado entre hojarasca.
Baila, Anitra, necesito
envolverme en mi nostalgia.
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
Una casa que habla*
La muñeca de Chiapas, recuesta su desamparo descalzo y seco, en la seda de un títere de la costa Caribe. Se oye el silencio de los indios, años de piedras, ojos duros devuelven la imagen en sombras. De pronto la casa se levanta en voces.Hay una reverberación de idiomas que crecen, una revolución casi. Títeres y pasamontañas, México y Colombia, Leggere que nos cuenta acerca de la lectura, en italiano. Un gallo portugués, cantan los pájaros del árbol de la vida de Guatemala en maya. Calvino, su jardín bifurcado de raíces Borgianas. Cuba, sus banderas todavía sin amos, Mundos en el espacio, todo en un punto ¿Aleph , reunión de amigos, diarios de viajes a través de objetos , caos de un diccionario de derroches visuales Tranvía de San Francisco, París, translucida de jardines impresionistas, caballeros medievales sicilianos. Un rey de Austria con su manto de terciopelo rojo, el títere checo llamando a la invencible magia blanca de Praga. Los caballeros con yelmos, corazones de metal que protegen a la muñeca húngara de la sencilla belleza de sus bordados. Key west tan cerca y lejos de Cuba y la inocencia. De Bahía con sus mujeres de Blanco, desbordantes de mares y caderas. Una pareja de novios entre las flores ingenuas de un país que ya no existe. Mezcla de alegría y sueños, alegría de lo real maravilloso. Qué es verdad o ficción sobre la alfombra frente al fuego. La imaginaria vida de maracas, ángeles, muñecas rusas, camioncitos de América llenos de gente y de animales, la mariposa ángel de Portocarrero, Diego Rivera rompiendo en arte piñatas y sentidos, queriendo hospedar a la revolución que cae desde el cielo. Tu voz leyéndome en ese abrazo que parecía indestructible y las lámparas deAladino amarillosas a las que les pido que junto a las flores del mantel me salven, por un rato al menos, con su lenguaje de papel maché, semillas y madera del desnudo despejado orden de la muerte.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
LAS SIETE VELAS DEL CLASICO*
*De Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar
No siempre se puede predecir cuándo va a ser un día de gloria. Los que saben dicen leer señales en el aire, o dicen ver –lo que resulta difícil de probar- un indicio que al resto escapa, una premonición feliz.
Lo cierto es que ese domingo nos levantamos más temprano que de costumbre y tratamos de no irritar el ánimo de nuestra madre. Con decir que yo barrí de punta a punta el gallinero sin que nadie me lo ordenara, y sabiendo cuánto detestaba aquella tarea, puso ella su mano santa en mi frente buscando una fiebre inexistente.
La mañana se fue desplazando demasiado lenta para nuestro gusto. Algún mandado hicimos, creo. El día. Digo, aquel día de gloria nadie lo ha olvidado, aunque se discuta la fecha exacta.
Debió ser invierno, junio, o tal vez agosto. No sé. Lo afirmo porque tengo ante mí la foto de esa inolvidable jornada y allí están para siempre expuestos al porvenir: El Tata Teófilo Barco –utilero eterno del club-. Olinto Andreini y Juan Pesci “ayudantes de campo” del equipo y la cara buenaza del Gordo Norberto Aronna con su humanidad enorme dando la nota adolescente y simpática. Todos –salvo Norberto cuya juventud no la necesitaba- están bastante abrigados.
Y ahora sí, me pongo a mis anchas para ver la foto de esos héroes. Porque yo estuve en la cancha ese día. Era la de nuestros tradicionales rivales, los albicelestes del Club Federación. Un clásico de los clásicos.
Ese clásico como todos los clásicos era un partido aparte, como lo son en todo el mundo estos partidos, independientemente del lugar que se ocupe en la tabla.
Esta foto me la prestó Osvaldo Gago quien a su vez la recibió de regalo de manos de Pedrito Spizzo, uno de los héroes de aquella jornada.
Ese día, mientras iba avanzando la mañana sentimos como una angustia ante la eventual derrota que asalta en cualquier momento a cualquier hincha y entonces es donde nacen las cábalas.
Ahora ingreso al núcleo más importante de mi relato.
Que no es sino nombrar a los once héroes de esa jornada imborrable en la memoria de todo huracanista que se precie.
Este fue el equipo de ese día, los tengo prendidos en las retinas y esta foto ante mí me los revive; Toti Sciarini al arco, el Petiso Peiretti con el 4, Juicho Becerro con el dos, aunque no era su puesto, me dice el memorioso de Oscar Blanco que jugó allí porque se había lesionado Fatiga Scozziero; con el tres el pasional Tuto Vega, el sólido Aldo Gardella con el cinco y Pedrito Spizzo, inefable siempre, con el seis a la espalda. Son los que están parados en la foto. Agachados: Juancito Renzi (7), el mejor gambeteador que tuvo la liga en toda su historia, era el delirio nuestro cuando entraba en el área, pero no corría una pelota que pasara a más de medio metro suyo; con el 8 el único “forastero”, el morocho Verolín, con el nueve el Lungo Nenucho Míguez, con el diez Remigio Gramajo y tal vez el más joven de todos ellos, Lalo Negrini con el 11.
La preangustia debió ser paulatina y colectiva porque sin previo aviso nos fuimos congregando en la esquina del Cholo Belluschi y nos fuimos sentando en el suelo, en la simple gramilla que crece al borde de las calles del pueblo.
-¡Ché –dijo alguien que no recuerdo pero tal vez fue el Toto Míguez-, mirá si perdemos!
Eso –dijo el Tago Sánchez.
No jodan –dije yo-. Eso ni en joda se dice hoy.
Entonces me acordé de los poderes casi milagreros que tenía doña María Pichichello –o doña María Pichi, como le llamábamos-. Era invicta para curar el empacho, los nervios, el mal de ojo, el mal de amores con los rezos y las velas. Y vivía allí, a diez metros de donde nosotros aguantábamos el suspenso. Era casi mediodía ya.
-¿Y si le decimos que nos prenda unas velas? –propuse casi temblando.
La idea gustó rápidamente. Fuimos a buscar alguna moneda a nuestra casa, nos llegamos hasta el negocio del Cholo –otros veinte metros angustiosos- y estaba cerrado. Golpeamos las manos con tanto fervor que salió por la puertita del costado.
-¿Qué pasa chicos? –preguntó alarmado.
Le contamos nuestra idea y nos trajo dos paquetes de velas.
Volvimos sobre nuestros pasos y molestamos a la pobre doña María que estaba en plena tarea de amasar los sacrosantos tallarines caseros. Le expusimos con nerviosismo nuestra inquietud. Ella nos escuchó con toda benevolencia y solamente dijo:
-Dejen las velas. Veré qué hago.
Esto es una licencia poética, porque su español era tan atravesado con su dialecto de la baja Italia que ahora me resulta imposible reconstruir.
Recuperar las instancias minuciosas de ese día de gloria me resulta hoy imposible y hasta temerario. Oscarcito Blanco tuvo que recordarme quiénes habían hecho esos famosos siete goles.
Cuarenta y un años implacables pasaron sobre el mundo y más implacables fueron con nosotros. Casi diría que los implacables pasaron sobre uno.
Lo cierto es que cuando el imparable Juancito Renzi, -el Balazo, le decíamos- paseó a toda la defensa contraria sin que pudieran no sólo, no quitarle la pelota sino poder pegarle los famosos guadañazos que pretendía propinarle en su desesperación el zaguero Lechón Rucci y con esa zurda bordadora metió en el ángulo derecho el primer tanto, empezó el delirio.
Los otros goles fueron de Lalo Negrini, Remigio Gramajo, Verolín y el Nenucho hizo tres.
Ganar siete a dos de visitantes no es un recuerdo para despreciar y menos si se trata de un clásico.
Se enronquecieron todas las gargantas, se agitaron todas las banderas, se abrazaron todos nuestros hinchas, y al finalizar del partido ellos se retiraron con su tristeza y nosotros cantando nuestra marcha cruzamos las vías llenas de yuyos por entonces hasta la sede del club Huracán.
No pude quedarme porque un rito o una orden de mi madre me imponía que luego del partido debía dilatar o posponer mis alegrías y pasar primero a tomar una merienda. Luego me daría el permiso para volver a “la sede” como se le dice al lugar donde el club tiene sus instalaciones administrativas, el bar, la institución, al fin.
Me fui corriendo con las alas de la alegría. Me bebía los vientos pero al pasar por la casa de doña María, paré en seco. Golpeé nerviosamente las manos. Tardó un siglo en salir la viejecita.
-¿Y, guallone[1]? –me preguntó curiosa.
-Ganamos, doña María, ganamos –grité eufórico.
¿Cuántos goles hicieron?- inquirió.
¡Siete doña María, siete!
-Pasá –invitó.
Una sonrisa imperceptible y hasta diría enigmática le hizo mostrar su boca casi sin piezas dentarias ya, los pequeños ojos con un mar de su Italia lejana borrándose en la luz del atardecer.
Me llevó a una pequeña piecita donde medraban algunas efigies de vírgenes diversas, pero donde sobresalía la de Luján, y sobre el piso de ladrillos bien lavados, estaban los cabos de las velas llameantes.
Los amigos no están cerca hoy para recordarlo, esta alegría es mía y no la puedo compartir, esta experiencia deberá creerla el lector porque no es un invento poético ni una apología de las artes ocultas. Es la pura verdad, la verdad que yo vi a los doce años.
Allí estaban, orgullosas, las siete velas del clásico.
[1] Muchacho
RASGOS DISTINTIVOS*
Mi viejo y el desafío de contarlo.
Una desgracia a esta altura del partido ¡si el hombre carga máscaras no rostro!
Creo que es una especie de Quetzalcóalt o "serpiente de plumas".
Esotéricamente se traducía como" gemelo gracioso". La pluma del quetzal que simbolizaba la cosa preciosa y el cóatl , que era algo así como "hermano gemelo". Era presentado como un anciano de larga barba blanca y vestido con un traje muy amplio. La cara pintada de negro y una careta con hocico
puntiagudo color rojo. No alcanza semejante fantasmagoría azteca para describir a mi viejo. Semejante civilización debería haber acuñado términos como: "turro", "putañero", "cararrota", "cabaretero", "truhán" o "ventajero".
Coincido en lo de la careta pues el hombre tiene millones que lo enmascaran.
Mi viejo y el desafío de describirlo.
Recuerdo una interesante versión del mito de los pueblos árticos. El de un tal Kuekuautsheu, "El perro de las praderas". Una criatura inteligente que representaba la figura del embustero, un personaje que era al mismo tiempo el creador y el destructor, que daba y quitaba, que engañaba a otros y siempre era engañado. Como mi viejo.
Decepciona no lograr describir una estampa tan milenariamente atorrante como la de mi viejo. Un loco patí zanco de rodillas cansadas. Gran jugador de truco conforme a los movimientos de sus arrugas cuando retruca con un cuatro de copas. Sus ojos vascos siempre acomodaticios según las circunstancias, su nariz dilatándose cuando relata sus anécdotas previsibles. Sus mentiras de niño. Vive como puede y de igual modo se viste y come.
Su estadía en prisión por andar en autos robados, su falta de agradecimiento por poner yo la mosca para que lo larguen y una lista que seguiría como los cuentos sobre aviones con los que vivió tanto tiempo, creyéndose Jorge Newberry, con un sueldo que no alcanzó nunca para el cuaderno y el forro azul araña. Técnico aeronáutico sin título ni ganas, más de allá del de ejercer el contrabando menor. Una sabandija.
Pero hoy le presté atención, es gris como esos nubarrones que avisan del frío de julio y amenaza con lloverse de tristezas y cansancios. Es una tormenta que perdió la noción del tiempo y de su pasado, un hombre bajo un chaparrón constante.
Mi viejo y la insolencia de describirlo como un puro hombre sin nadie y con sólo un elemento nutricio, su tozudez de niño mal criado, demandante hasta con sus hijos Un plantígrado sin alternativas.
Hoy lo observé enterrando el brote de una parra que jamás le dará un tintillo pues las ganas de ser de la vid es lerda, pero él se reía del tiempo y sus caprichos en tanto porfiaba en instalar una fábrica de uvas.
Me avinagra la sangre las ganas de vivir, mentir, su cobardía y la cara de cromo vanadio que tiene.
Lacónicamente a veces, temo llegar ser su misma maldita imagen.
*De Beto Casquero. beto_casquero@hotmail.com
CORAZÓN DE AVENA*
Dentro de sus ojos descansa una paloma negra.
Apaga la llama temerosa fuego azul.
En presagio de nubes, se detiene.
Ha perdido su anillo en los trigales.
Mitad granizo, mitad valle callado
¿Dónde habrá de buscar?
Hija de zorro ártico y liebre de pradera
Raposa sin fulgores.
Soslayando arrecifes de miedo.
Sigilosamente avanza.
Llueve sobre su pena mar.
Hubo otro tiempo.
Frutal.
Tiempo rojo otoño vid
Bosques de pinos y avellanas .Lecho de heno.
Tiempo café, papel, piedra, tijera.
Avena nido.
El agua resbalaba por su piel anatema.
Ojos bocas. Engulle. Prueba. Traga.
Bocas oídos. Siente. Escucha. Ausculta.
Latido. Avanza corazón. Palpita, pulsa.
Raposa ciega, corazón de avena.
Avanza sin temor.
En noche… Es bajamar.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
FELIZ SEMANA*
Feliz semana,
que sea buena,
alegre, fugaz, leve,
llena de sorpresas pequeñas y grandes,
todas agradables.
Que la vida nos sonría
y la suerte nos tome de la mano,
que descubramos algo,
que aprendamos algo,
que recordemos algo que valía la pena ser recordado,
que demos bienvenida a lo inesperado,
que llegue lo esperado
y sea para bien de todos...
Que un milagro nos renueve la fe,
que un beso nos reviva la ilusión,
que despertemos con deseos de llevar adelante el nuevo día
porque cada día es un regalo, no un reto...
Que al terminarla seamos mejores personas.
Que un amigo muy querido nos mande
un abrazo
*de Marié Rojas Tamayo.
-La Habana. Cuba.
*
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