domingo, octubre 23, 2011
ESE EQUILIBRIO PERFECTO ENTRE FICCIÓN Y REALIDAD...
*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.
Contraseña*
Hay un hilo sutil que nos conecta,
hay una vibración,
presencia de milagros que no fueron
y que no pueden ser.
Estás,
sabés que estoy
aunque el tiempo amenace la memoria
y me digas tu nombre en cada encuentro
como una cautelosa contraseña.
Sin embargo, nunca nos hace falta
verificar la luz.
Sigue afinada,
tensa,
fiel a su propio ser.
Hay una voz muy tuya de tu canto,
y otra, nacida en mí,
que al fulgor del encuentro se murmuran
un poema de piel.
*De María Amelia Schaller. masch@arnet.com.ar
*
Querido.
El recuerdo de tus manos me envuelve por las noches, los dedos delgados y ávidos. Vos siempre decías que yo era un violencelo de dónde arrancabas música. Me acuerdo de Orgambide y su mujer del violencelo, la locura de la música. Qué sería del instrumento sin las manos. Estoy con tanta expectativa , acá hay un ambiente de cambios. Menos la casa todo cambia, el clima y las caras como si esperáramos el cielo prometido.. Pienso que el paraiso no es el tiempo perdido para siempre de la infancia. Es más bien un presente que espera, los brazos abiertos para recibir, la sonrisa. Cuando somos chicos dependemos tanto, espiamos las caras de los otros para adivinar con qué se vienen. Ahora en cambio, si no todo, podemos sentir que algo depende de nosotros. De algo somos dueños, de los recuerdos, de los deseos, de este disfrutar las cosas pequeñas, de este presente con un aire enamorado que nos besa a cada rato.
Espero tus palabras para enredarme en ellas y subir.
Mi cris
Por acá todo está revuelto, el cielo del consumo se cae y la gente saca su indignación a la calle. Te extraño, también a mi me gustan tus manos pequeñas, casi de niña que acaban en rojo y esa manera tuya tan particular que tenés de desvertirte de ropas y de frases hechas. Los lugares comunes se rompen cuando estás cerca y se arman espacios mágicos ... Pensé en ir, mudarme con vos, vivir juntos Buenos Aires. dejar de vernos cada tanto en algún rinconcito elegido, te abrazo fuerte .
No contesté sus mails ni sus llamados.
¿cómo se puede querer romper sin más, ese equilibrio perfecto entre la ficción y la realidad ?
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
LAS ENTREVISTAS DE CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ
Conversaciones con el escritor y periodista Pablo De Santis.
“Uno siente que siempre está escribiendo el primer libro”*
*Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ. parodizlaunion@gmail.com
El autor explica que con una nueva obra lo anterior toma la forma de ensayo preliminar. Una mirada sobre su trabajo y el universo ilimitado de la creación.
”Una nueva esperanza me llevará mañana por la mañana aún más adelante, en dirección a aquella montaña inexplorada que ahora ocultan las sombras de la noche”, cita Buzzati, en su cuento “Los siete mensajeros” y oportuno párrafo para abrir la expectativa de este escritor laureado ganador del Premio Planeta–Casa de América, galardonado (2007) por su obra “El enigma de París”.
El fallo fue anunciado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Pablo de Santis extrae elegidos fragmentos de su tiempo, que acepta compartir y aprieta en la palma de su mano que tomamos para agradecer.
–¿Podrías contar algo de tu Caballito eterno, esa línea de subtes (A) donde sobrevive el toque personal y si el barrio es fronterizo?
–Siempre viví en Caballito; tengo recuerdos muy antiguos, como cuando se asfaltó la avenida Rivadavia, allá por el ‘68, y los chicos dejaban caer al alquitrán las chapitas de gaseosas, para que quedaran eternizadas. Y me siento unido a la línea “A” de subte.
Fueron en subte mis primeros viajes solo al centro, es decir, al mundo. Vivo a pasos de los enormes galpones donde se guardan los vagones de la línea A, y también los “tranvías históricos” que circulan por las calles del barrio el fin de semana. Durante muchos años, los vagones de madera del subte fueron mi lugar ideal de lectura.
En cuanto a los barrios limítrofes, hubo momentos en que la vida me llevó en dirección a Flores, a sus cines y negocios; ahora voy más bien en dirección a Boedo. Me encanta caminar por Pedro Goyena hacia la avenida Boedo. Además llevo a mis hijos al Club Estrella de Boedo.
–¿Dónde estudiaste, como fue tu vida hasta tu irrupción en Fierro?
–Estudié en el colegio Marianista.A la vuelta estaba el cine Santa Julia, que pertenecía a la parroquia de la manzana, donde pasaban películas de terror que me marcaron para siempre. En el ‘81 empecé la carrera de Letras, en el ‘82 hice el servicio militar. Salí de baja, como la mayoría de los conscriptos, poco después de la rendición en Malvinas.
Ese año comencé a trabajar en periodismo en una revista que se llamaba Salimos. Cuando gané el concurso de Fierro en el ‘84 no me sentía un adolescente: tenía 21 años, trabajaba como periodista desde hacía un par de años, ya había nacido mi primer hijo.
–¿Qué significa ser un escritor para adolescentes y jóvenes?
–Las dificultades que plantea la escritura de una historia son siempre las mismas, y no dependen de la edad del lector. Creo que lo más difícil es convencerse a uno mismo de que tiene que escribir esa historia, y no otra; de qué en tal argumento hay posibilidades narrativas interesantes, pero que además hay algo para expresar, algo perdido en el fondo de uno, una especie de jeroglífico para el mismo autor y que sólo saldrá a la luz si uno es capaz de escribir la historia.
–¿Qué significó tu primera obra publicada y qué movilizó en vos esa aceptación de la incertidumbre que genera la inminencia?
–Mi primer libro se llamó Espacio puro de tormenta, y era un pequeño volumen de cuentos que apareció en el ‘85, cuando tenía 22 años.
Pero también siento que mi primer libro fue El palacio de la noche (porque lo editó, en el 87, una editorial de verdad, De la flor), y Desde el ojo del pez, porque fue mi primera novela para adolescentes, y La traducción, porque sentí que por primera vez me tomaban en serio. Uno siente que siempre está escribiendo el primer libro, que lo anterior fueron ensayos preliminares.
–¿Hay un libro o un autor que influyera en tu estilo?
–Hay dos novelas que me marcaron mucho porque me parecían que eran a la vez entretenidas y profundas: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, y Madre noche, de Kurt Vonnegut. Y agrego Soy leyenda, de Richard Matheson, una actualización extraordinaria y urbana del tema de los vampiros.
–¿Cómo suenan tus hijos para tu trabajo?
–A mis hijos les contaba para dormir policiales protagonizados por un detective argentino, Saturnino Reyes. Su Watson era un uruguayo melancólico, Walter Washington Benítez. Creo que no hay nada más difícil que inventar una historia para un chico.
Ciertos premios
-Mejor Guionista de Televisión 1984.
-Premio Destacados 1993 de la Asociación del Libro Infantil y Juvenil de Argentina por El último espía.
-Finalista del Premio Planeta Argentina 1997 con La Traducción.
-Premio Konex de platino 2004
-Mención en el Premio Nacional de Literatura Infantil 2004
-Premio Planeta - Casa de América 2007 por El enigma de París.
Algunas obras
-El palacio de la noche, 1987
-Desde el ojo del pez, 1989
-Lucas Lenz y el Museo del Universo, 1992
-El calígrafo de Voltaire, 2001
-El inventor de juegos, 2003
-La sexta lámpara, 2005
-Lucas Lenz y la mano del emperador, 2006
-El enigma de París, 2007
-El buscador de finales, 2008
-Los anticuarios, 2010
*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 22/10/11 http://www.launion.com.ar/?p=65803
Rabia*
Porqué mi poesía se vuelve furiosa
mientras las montañas se alfombran
con retazos de nieve
y los olivos se asoman
perfectamente en formación
y los pájaros hambrientos
vagabundean en un cielo de nubes
teñidas por un sol en retirada.
Porqué me viene ganas de gritar
a nadie a todos
me pesan los ojos el pensamiento
la incapacidad de aislarme
de esta fábrica humana de miserias
de abismo de barbaries
de absurdos fatalismos
de consolaciones ilusorias.
Porqué me siento doblemente forastero
del pueblo y de este mundo
no soy mejor lo sé
no soy particularmente inteligente
ni santo ni sensible
pero mi poesía se enfurece
quiere gritar
y la comprendo
ella también tiene
motivos suficientes.
*De Carlos Sánchez. sanchez.carlos@tiscali.it
Folignano (AP) Italia 25 enero 2011
CHATARRA Y TORMENTA*
Relato
Una mañana de sol, con el permiso de casa, como tantas veces que podíamos; salíamos con mi hermanito alejándonos un par de cuadras, hasta la vía, o a veces un poco más.- Mi compañero tenía entonces sólo unos tres a cuatro años, yo mayor, estaría cerca de los nueve.- Esta vez salimos de las calles del pueblo, y pasamos las ultimas casas y quintas, la de los pinos, la de las grevileas, la cañada del bajo con el puentecito, subir la loma, seguir por el camino vecinal, entre las chacras de la colonia, luminosas en su verdor amarillento.-
Avanzábamos paseando, embriagados de sol, de color y de cielo, sintiendo el aire todo nuestro como si voláramos en él.- Todo nos atrapaba: ese árbol, aquella casa arriba en la lomada, su molino con las aspas rotas, las enredaderas de los alambrados, de flores azuladas, como la pasionaria, que nos enternecía con sus símbolos.- Otras tenían pequeños frutos.- Algún nido de avispas.- El sobrevuelo rasante de los teros que nos acompañaban protestando, pasando una y otra vez, molestos por nuestra indiferencia a sus amenazas porfiadas; o los chistidos de las lechuzas, posadas sobre algunos postes, ora inmóviles, ora girando la cabeza , que a mí me parecía sin tope alguno.-
Era capaz de jurar que podían girarla sin límites, todas las vueltas que quisieran, para un lado o para el otro, aunque sabía que en el fondo no era así.-
Esa idea absurda se me había dado también cuando era muy pequeñito, y vi., creo que por primera vez de cerca; un avión posado en tierra.- Terminada la segunda guerra mundial, pululaban aviones civiles y militares, excedentes de guerra.- Papá nos llevó un domingo a un campo cercano al pueblo, donde una docena de aeroplanos hacían demostraciones y vuelos de bautismo.- Al verlos me llamaron la atención las hélices, que básicamente tienen chanfleadas las palas, y yo juraría que eran como enroscadas varias vueltas sobre sí mismas.- Así las grabé en mi memoria, y como el giro de las cabezas de las lechuzas y los búhos, por más que entienda que no es así, no puedo borrar del todo aquella impresión.-
Tras la prolongada cuesta, doblamos por otra calle vecinal, siempre rodeados por sembrados de maizales y girasoles, o pequeñas pasturas.- Todas las chacras eran pequeñas.- Casi semejaban en su conjunto, un desmesurado y pintoresco jardín.-
Nos detuvimos al fin, en un terreno de no más de una cuadra, una reserva de lo que en tiempos bastante lejanos habría sido un monte tupido y seguramente extenso, y se conservaron allí algunas plantas muy grandes de quebrachos, algún algarrobo, aromos, chañares, un gigantesco ombú, y otros ejemplares, entre cardos de gruesas pencas espinosas y sus altas varas florecidas, tunas de varias clases, aún más espinosas; aromitos y arbustos, con un par de charcos de las últimas lluvias; con sapitos, ranas, lagartijas, como así mariposas de todos colores revoloteando, y muchas especies de pájaros con sus nidos, que llenaban el aire con sus vuelos y sus trinos.-
Un paraíso verde y melodioso.-
Absortos, no advertíamos el paso del tiempo.-
Un trueno lejano nos sorprendió, el cielo se había encapotado parcialmente y el sol ya no brillaba sobre nosotros, mientras una brisa del sur se levantaba refrescando suavemente.-
Volvimos sobre nuestros pasos y detrás del pequeño monte, pudimos ver hacia el poniente, que el cielo se había puesto de un azul profundo y amenazante, con nubes grises formando franjas de crestas blancuzcas.- Algunas aves, mucho más cercanas, se recortaban volando enmarcadas por la tormenta incipiente.- De cuando en cuando el relámpago de un rayo caía recto al suelo, como un chicotazo de luz; y seguía el retumbo profundo de un trueno, cada vez más cercanos.-
Corrimos un buen trecho.- Cuando llegamos al cruce del camino, con el corazón acelerado por el esfuerzo y latiendo más aún por la amenaza del mal tiempo, y cómo no dábamos ya para seguir corriendo; nos resignamos a caminar, pese a que sentíamos los truenos y refucilos cada vez más cerca, y conscientes de cuán lejos estábamos de casa todavía.-
Escuché el motor de un vehículo que venía por el camino, detrás y en nuestra dirección, levantando una ligera nube de polvo.- Nos apartamos cediéndole paso, pero cuando llegaba a nosotros, fue mermando la marcha y se detuvo.- Era un pequeño camión verde, “Internacional” de 1928.- Sabíamos casi todas las marcas y modelos de vehículos que circulaban nuestros caminos de entonces, y este me era familiar.-
En conductor abrió la pequeña puerta de la derecha y nos invitó a subir, cortés y sonriente.- Se lo veía amable y buena persona.-
Apenas reanudamos la marcha, un relámpago nos cegó y el estampido de un trueno estalló al unísono, lo que indicaba que había caído cerca; luego otro a la izquierda, y otro más a la derecha, junto a las primeras gotas de un fuerte chaparrón.- Me indicó que cerrara la ventada, bajando la cortina que estaba enrollada en el mismo marco, y asegurando los broches del cierre; nos resguardamos del aguacero que ahora se estaba desplomando con toda intensidad.-
Mientras el camioncito indiferente marchaba poco más que al paso, con su rumoroso traqueteo, bajo la lluvia, hacia la bajada del puente; nos preguntaba quienes éramos, y nos contó que conocía bien a papá y que él se dedicaba a comprar chatarra, o más precisamente piezas de maquinarias y herramientas en desuso, para su modesto desarmadero; por eso recorría la colonia y andaba regularmente por esos caminos, todos de tierra y por lo general bastante polvorientos.-
Dejamos atrás las primeras casas, y al entrar al pueblo, la lluvia había mermado al punto que sólo caías gotas espaciadas.- De allí en adelante el agua no había siquiera apagado al polvo de las calles…
-Déjenos aquí, en esta esquina…, a media cuadra vivimos nosotros…-
Asintiendo mermó la marcha y yo le agradecí la “gauchada” y antes de bajarme enrollé la cortinita, mientras iba abriendo la puerta y pisé el estribo, antes de saludarlo y reclamarle a mi hermanito que me siguiera.- Del estribo me bajé a tierra sin mayor cuidado…
Pero el camión, con muy poco o nada de frenos, no se había detenido del todo; por lo que sentí el piso escapárseme violentamente hacia atrás y me encontré con la cara dando violentamente contra el piso de la calle polvorienta…
Alcancé a ver a mi pequeño hermano parado en la puerta, esperando que el camión parara del todo para bajarse.- Aturdido sentí la rueda de atrás rozarme la cabeza y detenerse algunos metros más adelante, mientras yo en el suelo terminaba de revolcarme por la caída…
Me levanté de un salto movido por un súbito sentido de orgullo lastimado, o directamente por vergüenza a que me viera la gente, que había afuera de un comercio cercano, y me apresuré a sacudirme disimuladamente la tierra que tenía encima, mientras mi compañerito bajaba serenamente del estribo…
Al conductor debe haberle extrañado cómo desaparecí tan abruptamente de su campo visual, pero creo que no sospechó siquiera de mi bochornoso descenso; porque puso nuevamente su camión en marcha, y se alejó tranquilamente…
Con su ronroneante traqueteo, poco más que al paso…
*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
-Texto incluido en "Los días felices" Avellaneda (Santa Fe), 14/ 07/ 2005
El azabache se enredó en dos trenzas*
*Por Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
http://textosnechidorado.blogspot.com
Mi cabeza es la noche:
en ella cual estrellas,
titilan los tembleques luminosos
desde el negro
azabache de mis trenzas
que sujetan,
dobladas en la nuca
las doradas peinetas…
Ana Isabel Illueca
¡Agua, agua, agua! pedían hombres, mujeres y niños y los carros cisternas, llamados culecos, rodeaban los parques para empapar a los convocados por la tradición que se negaba a abandonar el acervo instalado en su sangre a través de las generaciones.
Los bolillos sonaban sobre el parche de la tambora, las flautas lanzaban su sonido agudo acompañadas por el rumor de las zarú (*). Cuatro días duraba la fiesta del Rey Momo y el pueblo la celebraba desde que despuntaba el sol hasta la noche, cuando comenzaría el desfile de la pollera, traje típico del lugar, provocando estallidos de color, gracia y belleza.
Los habitantes esperaban el momento que fueran apareciendo las reinas, las mujeres más bellas del pueblo que llegarían danzando rítmicamente al compás de los acordes de la pegadiza música de sus murgas.
Alejada del lugar, otra hermosa mujer trenzaba el azabache de sus cabellos enroscándolos en la nuca. Allí descansarían sostenidas por dos flores magníficas que llamaban del espíritu santo y que ella guardaba para la celebración desde el mes de octubre, cuando los pimpollos se abrían lentamente. El delicado tono marfil de sus pétalos resaltaba sobre ese cabello tan negro como dicen que es la tristeza, los que ponen colores a la invisibilidad de los sentimientos. Parecían palomas posadas sobre la unión del nacimiento del pelo y la raíz de cada trenza.
Impactante la belleza de esa mujer delgada, menuda, cuya cintura fina era constantemente salpicada por el agua de dos mares. Cargaba un pasado tristísimo que se retrotrae al momento en que fue separada por la fuerza bruta, de dos de sus hermanas. Porque las tres fueron una y dicen algunos y esperan otros, que vuelvan a unirse para siempre.
-Falta poco, agregan, muy poco.
De todos modos siguen compartiendo similitudes, idioma, aves, árboles y un sentimiento que el tajo violento de la prepotencia no pudo borrar jamás.
Muchas veces ellas se preguntaron por qué las separaron, por qué causa debían ser tres. Cuál fue el derecho arrogado para semejante amputación, fuera del derecho impuesto a fuerza del filo de cuchillada que se clava en la carne dejando cicatrices que no cierran.
La respuesta se arrinconó en el recuerdo de la intromisión permanente de la otra mujer bellísima, la que no se integraba, la que tenía ojos que parecían pedacitos de color robados al cielo, porque todo lo suyo era robado. Cercenamiento producido bajo su mirada tiempo antes de recibir el regalo de esa estatua de cobre, acero y concreto que habría de convertirse en su atalaya desde donde podía dominar hasta lo inimaginable. Coloso magnífico que sin embargo, representa, hasta hoy, el símbolo de la delincuencia impune, del llanto de madres y de niños, lágrimas que recorren el orbe arrastrando luto, remolcando desconsuelo. Rememorando ausencias y despertando silencios remolones.
La mujer pequeña, igual que sus hermanas, vestía túnica blanca; como todas llevaba faja ciñendo su cintura. La suya estaba formada por dos cuadros blancos pegados en un ángulo, sobre cada uno cayó una estrella de cinco puntas, una azul y la otra roja, quedando para siempre en la textura suave de la tela.
En la banda inferior lo cuadros se intercambiaban, así fue como podía verse bajo el busto, uno blanco pegado a otro rojo, debajo de los cuales había uno azul y a su lado otro blanco.
Esos colores reflejaban a los dos partidos políticos que gobernaban el país. El liberal, identificado con el color rojo y el conservador, con el azul.
La mujer tomó un escudo que centró en el pico del escote de la túnica, era el símbolo de la paz y el trabajo. Un lema ocupaba la parte superior, aunque sufrió muchas modificaciones a lo largo de su historia. Ese día ella tomó el que tenía forma ojival, dividido en cinco cuarteles. En la parte superior, refulgían nueve estrellas de oro delineadas en un campo de plata. Se veía, además, un sable y un fusil brillantes, colgados, como símbolo de paz pero a la vez alertas para defender a esa mujer pequeña cuando hiciera falta, aunque de momento no hayan podido protegerla del todo. Hacia la izquierda, un campo rojo donde bordaran una pala y una pica, honrando al trabajo.
Hacia el centro se estiraba la silueta de esa mujer, comparable a un istmo con sus dos mares estáticos sobre la tela. Había también un cielo con el sol escondiéndose tras un monte, rememorando las seis de la tarde del día en que la amputación entre su cuerpo y el de una de las hermanas, se llevó a cabo, para dolor perpetuo de ambas. A la derecha la luna se estiraba, como desperezándose de la modorra, entre las olas marinas.
Más abajo la estampa dejaba ver otras alegorías, dividida también en dos cuarteles. Uno azul fuerte donde una cornucopia descansaba su sueño promisorio derramando monedas, símbolo de riqueza. Hacia el lado izquierdo, el campo blanco contenía una rueda alada, que dicen los ancianos del lugar que representa el progreso.
Sobre la imagen, dándole más imponencia, un águila harpía, ave preferida por la mujer, dirigía su mirada hacia la izquierda y de su pico colgaba una cinta con un lema. Sobre el ave, un arco formado por diez estrellas honraban a las nueve provincias unidas en la túnica de la mujer pequeña. Como abrazando al escudo, dos banderas en astas sobre lanzas custodiaban su sueño libertario.
Joya hermosa que la mujer atesoraba y cuando venía al caso, prendía de su pecho para lucirlo con el orgullo de quien ostenta un pedacito de su anecdotario grabado por el arte incorrupto de la memoria.
-¡Agua, agua, agua! se sentía a lo lejos y la mujer sonreía mientras su eterna compañera, el águila harpía, se posaba un poco sobre su hombro y otro poco sobre el escote de esa túnica que también parecía de espuma.
Su hermana lejana, la que habla idioma diferente desde la estatua, insignia del despojo, gozó sumiendo a la hermosa mujer bajo su dominio durante muchísimos años. Aunque no pudo quitarle su tradición pese a tanto intento, cosa que de por sí, para aquella, representaba un fuerte desprecio.
La mujer bañada por dos mares no podía perdonar que en algún momento, amparada por su superioridad, su hermana perversa enviara a Chiquita-bra arrastrando una maldición que se clavaría en la médula de sus hijos, dejando tantos huevos que hasta el momento no han podido ser aniquilados.
Huevos que al partirse se convirtieron en bases militares alimentadas de carne humana.
Carne de hermanos contra hermanos.
Carne de pobres deglutidos por la infamia.
Carne infectada por pesticidas criminales.
El árbol Panamá, donde tantas veces se enroscara Chiquita-bra antes de mudar su piel por entre los bananares, saludaba a la mujer hermosa que se acercaría al pueblo para disfrutar de la algarabía popular. Fiesta que año a año le permitía calmar un poco, la profunda herida que sangraba constantemente en ese corazón partido, una de cuyas partes quedara apretadita sobre el pedazo más grande que le tocara a su hermana antes de la división que padecieran ambas.
Esta pequeña pero noble mujer, soñaba oficiar de puente entre esa hermana y las otras, pero manos enviadas desde la estatua impedían que el puente se abriera según las necesidades de todas ellas. No obstante dicen que la mujer sigue hasta la actualidad alimentando su sueño secreto, sin claudicar.
Tuvo hijos tan nobles como ella y otros cooptados por la hermana rubia, indolente, sanguinaria, que abrieron las puertas a la monstruosa víbora que comenzó a quitarle sus frutas para mandarlas donde el cerebro indicaba, el centro del coloso, a lo lejos. ¡Siempre el banano! Como eje central de la avaricia volvió jirones las túnicas hermanas.
Como involuntario reproductor de espantos repetidos.
Como generador de divisas estancadas en el corazón de los frutos que crecían en racimos, tal vez para darse fuerza unos a otros en un intento tan estéril como el útero de la mujer custodia del cerebro fermentado.
Como oro verde codiciado, devorado, exprimido en la esencia enviciada de la bestia.
Lloró lágrimas de amor irrenunciable cuando embarcaron los primeros setecientos cincuenta racimos hacia la cueva norteña. Estibaban entre ellos, el sudor de sus hijos, la sangre de sus manos, la carga del esfuerzo de las espaldas combas que parecían imágenes humanas del banano.
Lloró lágrimas de amor irrenunciable cuando Chiquita descubrió también el aroma del cáñamo para llevarlo más lejos aún. Todo fue despojo, entonces. Las fibras fueron fletadas hacia donde el odio partiría en dos al mundo, apoyado en el sonido siniestro de bombas descargadas sobre la tierra lejana.
Donde los hombres se mataban por órdenes de otros hombres cuando un espectro maléfico llenó de humo los cielos dejándolos chamuscados para siempre.
Mientras el pueblo esperaba la danza de las polleras, la mujer acariciaba sus trenzas azabaches recordando el día que rajaron su túnica, de la cual resbalaron sus hijos, quedando de un lado ellos y del otro, los hijos de su hermana que habla diferente y que enviara cubiertos de pertrechos, atropellando, sin pedir permiso. Ultrajando como acostumbró hacer desde épocas inmemoriales y lo sigue haciendo, descarnada, brutal. Impune.
¡Tan execrable que no puede describirse con palabras!
Los primeros tuvieron su lugar donde pudieron. Los de su hermana donde eligieron.
Continuaba el carnaval, ya se escuchaba el sonido de las polleras agitadas que parecía un susurro envolvente en aquel paraje tan cargado de recuerdos para la mujer pequeña, de cintura frágil salpicada por la sal de los dos océanos. Ella miraba sonriendo con la dulzura que algunos ojos tienen la particularidad de transmitir. Se acercaba lentamente hacia el lugar donde las primeras empolleradas danzaban su tradición.
Cerca de allí se apilaban resabios de situaciones anteriores como para que nadie olvide que la hermana de idioma atropellado, dejó hace muchos años sus embriones, que dieron lugar a otras vidas que siguen reptando a lo largo y ancho de la túnica de esa mujer memoriosa.
Ríe la mujer bestia desde su mirador eterno, ella sabe que en el lugar donde se agitan las polleras están sus esbirros mirando hacia otra hermana morena, tan hermosa como todas ellas. Hermana donde los colmillos de Chiquita-bra también dejaron cicatrices que ni la brisa ni el sol pudo borrar jamás, en su reptar hacia el sur desvencijado.
Cicatrices que son surcos por donde caminó la historia su paso cargado de lamentos y de lutos.
¡Agua, agua, agua! Pedían hombres, mujeres y niños entre risas de pueblo y rememoración folclórica.
Un anciano solitario apareció de pronto, llevaba tras de sí la sombra de un pasado glorioso. Parecía que hubiera estado allí, toda la vida. Habló con tanta seguridad que cualquiera que pudiera oírlo sentiría que le estaban inyectando vida y esperanza.
-Conozco el dolor de esta mujer de trenzas azabache y se que ella también pide agua para calmar el fuego eterno de su angustia acurrucada entre los pétalos de esas flores del espíritu santo, que guardó para este día.
Y dijo también el hombre de mirada penetrante y firmeza tan arrolladora como el amor y la locura.
-¡Es por eso que los mares reciben sus lágrimas, bañan su cintura salpicando su vientre, la acarician y la besan, la contienen, mientras ella sigue soñando ser el puente que una a todas las hermanas!
Unión que está encaminada ¡Mira como la otra se agita desesperada allá a lo lejos! Convocando a la muerte, a la tortura, sembrando terror reflejado sobre los ojos fríos y ausentes de sus matones.
De momento, los huevos de Chiquita-bra siguen abriéndose, lanzando su veneno, pero llegará el día, agregó esperanzado, que las hermanas recuperarán su memoria.
Sólo hace falta que sus hijos quieran escuchar sus propios cantos, concluyó, mientras se alejaba con paso lento y cansado hacia el tronco estoico del árbol de Panamá, donde estaba la mujer y su águila. En su cintura el brillo de una espada iluminó la túnica con luces de otros siglos.
La mujer abrió sus brazos para recibirlo, era su hijo adorado que comenzó a andar nuevamente, dando vueltas por la zona con la misma terquedad como lo hiciera hace tantos años, cuando sembraba sueños que fueron truncados por el odio pero que no murieron del todo.
Juntos, madre e hijo, comenzaron a repasar las hojas amarillas de un ayer supurante. Ambos esperan que renazca la maravilla pese al desprecio que provocó su presencia en el epicentro absurdo de la enajenación.
Ellos tejen hebras de futuro, esperan arrinconar todos los intentos por evitar lo que sigue haciendo aquella mujer detestable, agazapada tras las ventanas contaminadas de la estatua.
¡Agua, agua, agua! Seguía cantando el pueblo antes de que aparecieran las primeras polleras en la nochecita calurosa entre los dos mares.
A pocos metros de allí, entre las hojas del añejo árbol Panamá, la utopía desplegó sus alas para echar a andar los caminos polvorientos hacia el mañana, cuando tal vez la postergación se convierta en mal recuerdo.
-El engendro se retuerce allá a lo lejos, genera pautas, declara guerras mientras se tambalea aunque no termine de caerse del todo porque tiene la fuerza de enmarañarse en las túnicas de las mujeres bellas que son orgullo de sus hijos.
Y tiene cómplices que apuntalan sus deseos que no han de ser cumplidos, Madre, dijo en voz baja el hombre mientras la mujer pequeña acariciaba su frente, dándole fuerza y coraje, nuevamente.
(*) maracas
COMO DE PIEDRA*
La imagen fija quedo grabada en mi memoria.
Aún puedo ver su gesto, su mirada
en el momento supe muy bien qué requería.
Con un brillo especial en esos ojos,
con un gesto sagaz en la sonrisa,
volteó hacia atrás, y yo
quedé atrapada
no atiné a nada
era mi dueño , era yo su esclava
allí quedé aprisionada
solo quería por siempre ser amada
sólo quería que deje de mirarme
o que dijera algo, cualquier cosa.
Como un insecto en la luz quedé fijada
solo por medio de esa , su mirada.
Como de piedra el rostro,
como de granito.
Y yo tan sola, vulnerable, frágil
por el mensaje aterrador que transfería.
Ahora sé lo que viene, solo lo espero.
*De Mirta Gaziano mirtagaziano@arnet.com.ar
Correo:
vean el sitio*
Vinieron a casa y me grabaron, aparte de sacar fotos. Hicieron con todos lo mismo. Es interesante porque muestra una parte del universo poético de la provincia.
Es un proyecto de Comunicadores sociales de la UNR.
http://territoriodeletras.com.ar
con un abrazo
*cacho agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
*
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