domingo, diciembre 25, 2011

BAJO UN ARBUSTO DE NÚMEROS DESNUDOS...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu






*



Un personaje se escapó de mi novela
Era nítido y susceptible
No deseaba estar allí
Quería tener su propia vida
No me imaginaba que podía salirse de mis papeles
Pertenecía a mis locuras de la fantasía
Pero él se negaba a seguirla
Tenía su propio destino

Aunque intentaba aferrarlo entre signos de paréntesis
o lo engañara invitándole a participar en una estrofa poética
Él quería vivir su vida.

Como un globo soplado hasta la medianía
Tenía una gran flexibilidad
para escurrirse de mis ideas de vanidad
Entre soplos y sus desiguales formas
iba mutando para escaparse airoso
de mis impertinencias

Quería volar por los aires de la montaña
Se mecía intuitivamente franqueando las redes
Que intentaban envolverlo.

Con una viveza casi perfecta
Dejó su impresión en blanco y en suspenso…




*De Azul. azulaki@hotmail.com

14/12/11











PARLAMENTO DE LAS MONTAÑAS*




[para Mariel Sofía Maldonado Bonilla]




Eres caer del agua.


Eres subir de los árboles.


Eres tierra,
Tu piel es de flores.


Eres briza,
Tu piel es fruta dulce,
Tu corazón un conjunto abierto de semillas.


Eres luz de Luna y luz de Sol,
Tu piel son las calles,
Tu corazón el alumbrado público,
Tu nombre reposa hace años bajo el concreto,
Yo soy quien te escribe.


Eres canción de perfume entre lluvia,
Tu piel es el agua,
Tu corazón es el bosque que de ti se baña,
Tu nombre deambula y se encuentra entre estrellas,
Yo soy quien te sueña,
Yo soy quien te nombra,
Somos la madera que se cubre de musgo
Y que las hormigas convierten en su morada.


*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com










DOS MAESTRAS*



Lidia Manavella y Carolina Iglesis, i.m



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



De los veranos vienen las antiguas cosas.
De los amaneceres de cuando el sol iba recogiendo imperceptiblemente las gotas del rocío.
Del olor a romero, a albahaca, a limón partido sobre la tabla basta donde mi madre cortaba con precisión la panceta ahumada que serviría con pan casero y un café con leche humeante recibiendo ese mañana auspiciosa de frescor infrecuente, pero que se iría desvaneciendo a medida que el transcurriera el día, y cuando el zurear sostenido de las palomas que anidaban en los ceibos, presagiaban un calor intenso e insoportable al entrar de pleno en la siesta.
El olor sin embargo a pan tostado se recuerda, como una rémora interminable que somete a los inviernos.
En los inviernos era la escuela, la paspadura de los puños, los sabañones en las orejas: indefensas, la escarcha que nos esperaba en los charcos. Evitábamos romper ese hielo pese a nuestra tentación porque la leyenda popular decía que entonces se levantaba viento y tendríamos más frío.
La escuela traía, de suyo, más concentración y más disciplina pero otros placeres. Y sobre todo la sonrisa ancha de la señorita Lidia, con esa trenza tan rubia.
La señorita Lidia era rosarina y vivía en época de clases en la casa de los Juárez, es decir de doña Blanquita y don Laureano.
La señorita Lidia compartía su habitación con una mujer delgada, alta, que tenía la nariz imperceptiblemente en gancho, se peinaba con rodete y era de Venado Tuerto. La señorita Carolina se llamaba y murió muy joven. No llegó a ser mi maestra porque ella daba en sexto y yo apenas estaba en primer grado y mi maestra era su amiga, la inefable señorita Lidia, quien el primer día de clase nos esperaba en la puerta de la escuela, para darnos la bienvenida. Como yo empecé mucho más tarde tuve el privilegio de ser ese día el único a quien ella dio un beso en la mejilla, me tomó de la mano y me introdujo por esa puerta de arccos altos que todavía existe, y me llevó a través de aquella galería de grandes ventanales con vidrios amarillos y verdes hasta el salón donde un tumulto de niños de mi edad se corrían entre los bancos y los pupitres. Allí fui presentado, pese a que a muchos conocía porque eran de mi barrio.
Durante todo ese año, ella estuvo a mi lado, al menos eso siempre sentí, que era su único alumno y los grandes bolsillos de su guardapolvo impecablemente blanco y almidonado, ella sacaba una gran goma con la cual disimulaba, mis torpezas traslucidas en manchas oprobiosas que me ponían tan en desventaja frente a varios compañeros míos, muy prolijos. Esa no era mi virtud pero trataba de recomponer mi imagen al desorden con mis aplicadas dotes de lector, tratando de pronunciar con exactitud cada palabra nueva que aprendía.
Nunca fui de los primeros ni tampoco de los últimos, y trataba al portarme bien para que las quejas no fueran a mi padre, quien como todos en aquella época era muy severo. No siempre lo conseguía pero donde sí era el primero era en correr hacia el patio, en el campanazo del recreo para jugar ese partido breve con la pelota de trapo, que pese a su aparente inocencia también rompía de vez en cuando algún vidrio.
En ese edificio querido hoy funciona el Jardín de Infantes que no existía en mis tiempos de niño. Se cambiaron las tejas del techo por unas de chapa. Las tejas eran rojas, el nuevo fue pintado de verde. Tiene baños nuevos, a los vidrios de la galería los suplantó unas paredes que pintaron de blanco, pero los plátanos aquellos siguen en pie y las moreras que usábamos como arcos para jugar el fútbol, también. Ese patio de césped contra la Cortada Pascual Echagüe y la placita Sarmiento está igual. El frente que da al Club tiene unas inmensas lajas nuevas donde nosotros hacíamos la huerta y se me hace que el mástil es el mismo. No quedan las plantas de níspero en la casa de la directora, sobre la Cortada Mariano Vera.
Tampoco quedarán muchas personas que recuerden a esas dos maestras jóvenes -Lidia y Carolina- que en los recreos iban caminando, tomadas del brazo desde la puerta de entrada hasta la puerta del edificio, confesándose sus cuitas, mientras el bullicio de los alumnos con sus gritos y sus corridas se mezclaba con el canto de las tacuaritas y las calandrias y el arrullo de las torcaza que hacían sus nidos en esos ceibos que los años se llevaron para siempre.











El todo la parte*




*Jorge Santiago Perednik.

(1952-2011)




Uno, bajo un arbusto de números

desnudos, multiplicamos y dividimos

sin poder sumar o restar

en un diluvio persistente

que los árabes llamaban el cero.

Cero es eros

uno es error

dos equivocación.

Bajo ese arbusto estabas vos

y yo no podía acercarme.

Bajo ese arbusto estaba yo

y no me reconocía.





Dos, detrás de un árbol silencioso

a su sombra, desnudos

como aprendices de amantes cartesianos

anotamos la aritmética del mundo

(aritmeticae mundi), las medidas de la bola terráquea

y soplamos nuestros alientos

moviendo nuestras caderas

tibi

la tibia gimnasia que tienta

a que el mundo se haga.

Es extraño hablar en plural y en primera persona

y en esa extrañeza de uno mismo está lo siniestro

de un poema de amor, el yo plural.

El sexo no es la verdad

no requiere velos sino artificios

que no requieren ser velados salvo que...

La guerra entre los sexos no existe

sino la guerra entre tal o cual persona

contra este o aquel sexo

tu guerra en contra de algo

que no es yo pero me pertenece.

La guerra entre las personas y los sexos como abstracción

es una fase preliminar

calculada, de la guerra entre el adentro y el afuera o

sociedad perfecta.

Según la ley

de las pequeñas equivalencias las inversiones no son tales.

Me decís que la parte es igual al todo

sesenta y nueve igual a infinito, o mejor

que sólo existe el todo, lo que sería cierto

si la sociedad fuera una masa mística.

La perspectiva desde una plaza circular

muestra que no lo es

nos hace ver otro tiempo, compartir la charla

con filósofos que sueñan que existimos

desnudos detrás del arbusto

practicando la pequeña escena sin prisa.





Tres, mirando el cielo arranco al arbusto un número

y tengo parte de una cifra.

¿La atribuiré al cielo? ¿Al arbusto? ¿A lo que sumamos?

Tengo parte de una cifra.

Tengo un sí.

Sólo así puedo decir, en lenguaje cifrado

que odio significa amor

y que si te odio

te amo y no puedo. Que amor no significa odio

tortuga no significa perro

techo puede significar piso

y que si te amo no te odio.

Por la ley de las grandes simplificaciones

tu camisa de seda puede quitarse

y lo que sigue se puede callar.

Tengo tu camisa en la mano

y me la pienso poner

operación dudosa

que obedece a una ley distinta.

Las leyes no pueden obedecerse porque

una ley es menor que uno mismo

salvo que la ley sea uno mismo

y uno mismo seas vos, en cuyo caso...

Una ley no es una regla y las reglas te pertenecen.

Entre la ley y la regla está el abismo de tu persona

y a la vera del abismo, desnudo

termino ladeado por una tradición ajena

en la que estoy inmerso, detrás de los matorrales

mirando tu nombre mientras quiero mirar la cosa

y no soporto lo que permitiría

que éste no fuese un poema de amor.





Cuatro, vos y yo nos reconciliamos

en un tercero, porque el todo no puede

existir sin las partes.

Los dos ancianos están dormidos, están durmiendo

y ambas cosas significan lo mismo.

Roncan en su sueño el ruido de la pequeña piedra

que cae por la ladera sin provocar avalanchas.

El milagro del uno que avanza

y no arrastra a muchos.

Esa paz en sus rostros indica que la guerra

llegó a su fin y hubo victoria:

sentir que no hubo guerra.

Devenimos ellos para alcanzar

eso a raíz de lo cual estamos

desnudos detrás del arbusto

con tus cejas agresivas y tus ojos que calculan

si somos partes en esto

y el todo lo autoriza.

Sin ese todo no habría partes

no habría número

no existiríamos.




(de “El todo, la parte” de Jorge Santiago Perednik)

-Enviado para compartir por Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar







‘LA MUJER Y EL SEXO EN LA CULTURA OCCIDENTAL’, de James O. Pellicer. *


*Por Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar



Abarcar en un comentario bibliográfico lo expuesto en este libro de James O.Pellicer, un argentino residente en los Estados Unidos desde 1963, sería simplificar un trabajo que además de seriamente intelectual abarca detalles históricos inusuales en estas investigaciones. Desde el matriarcado en la historia primitiva, cuando la mujer fuera centro del clan y alrededor de ellas se formara cierta primaria organización social, al siguiente paso de predominio sexista y violento del hombre, - esa instancia de dogmática cultura sagrada en que la mujer pierde casi todo derecho- ellas fueron erigidas en origen del pecado. Y de ahí a los cánones modernizadores de la cultura occidental que confiriera a las mujeres derechos y equivalencias jurídicas similares al hombre, a veces muy retaceadas, pasó mucho tiempo. Y este siglo veintiuno no solamente exhibe multitudes con mujeres de rostros más o menos velados postergadas como personas, según acontece en regiones no muy exóticas del planeta, se suma el crecimiento del femicidio como crimen sexista y cotidiano. Ese retorno tribal o réplica de la dominación machista sobre las hembras expresado con violencia, hoy por la acción de los grupos feministas recién conocemos más sobre los alarmantes crímenes de género en el mundo.

Con su documentado trabajo James O. Pellicer nos ilustra desde la Era Común, con la Venus Achelense, - una deidad femenina adorada varios cientos de miles de años antes de la sociedad patriarcal y dato inicial de la abstracción y el lenguaje primario de la especie humana- se demuestra una fértil tarea de investigación sobre épocas donde la mujer como expresión del poder cultural y religioso, no fuera considerada sierva del varón, señor y dueño de su cuerpo. Ya en el Antiguo Testamento el concepto de ‘esposo’ sería Baal, dueño, propietario, y ese Dios semítico se manifestaba entre varones y nunca en mujeres. Tan así que ‘algunos vigentes axiomas hebreos’ mencionarían ‘la bajeza del hombre es preferible a la virtud de la mujer’; y cuando al recuperar Sodoma los hombres quisieron abusar de los huéspedes de Lot, este le ofrece a sus hijas ‘que todavía no han estado con ningún hombre, pero no hagan nada a estos hombres que son mis invitados’. Una frase que según Pellicer no evitó que Lot continuara siendo un respetable personaje biblico, como igual nadie desaprobara al Rey David, autor de los Salmos, por adueñarse de tantas mujeres y concubinas de Jerusalén al retornar de Hebrón.

La descalificación en la religión católica hacia la mujer en general no pareció preocupar a la feligresía femenina por ese papel secundario durante siglos, y recién en el Nuevo Testamento Jesucristo violó algunas reglas que especificaban la desigualdad de los sexos fijados por los esenios y los fariseos, y se mostró enseñando a las mujeres que lo seguían en una actitud inusual para la època. Y si al incluir a María Magdalena, Susan y Juana en su círculo íntimo se erigió en un defensor de los derechos de la mujer, al prohibir al varón despedir sin causa a su esposa evitaría que una mujer pudiera ser condenada sin juicio previo. Pero claro, él era Jesucristo y el autor lo distingue de otros que hoy asombrarían a cualquier practicante del catolicismo: La mujer debe portarse como Sara, obediente a su marido Abraham, a quien llama su Señor’( San Pedro: I 3: 1-6). Las casadas estén sujetas a sus maridos en todo porque el marido es la cabeza de la mujer’ (San Pablo, Efesios, 5:23-24), y luego el mismo Pablo dice ‘La mujer aprenda en silencio con toda sumisión porque no le permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Adán fue formado primero y después Eva, que se salvará engendrando hijos si permenece con modestia). I Tim. 2:11-15. Y siguen
las firmas emitiendo opiniones tan machistas y descarriadas que casi sugieren una sonrisa los dichos de personalidades notorias de esa congregación religiosa, como la expresada por San Clemente de Alejandría, (150-215, Egipto) ‘La mujer debe llenarse de vergüenza por sólo pensar que es mujer’, similar en intención con lo dicho por San Agustín, el más grande escritor y Padre de la Iglesia, cuando asegurara La mujer no está creada a la imagen de Dios. Es siempre Eva, la tentadora, de la que debemos estar siempre prevenidos. No veo de qué utilidad puede ser la mujer para el varón si excluimos la función de tener hijos’. Y en cuanto el libro de Jaime Pellicer prosigue con muchísimas referencias similares, elegimos un renglón antológico dicho por San Pedro Damián, año 1007 al 1072, ‘las mujeres, trampas de Satanás, basura del paraíso, veneno del espíritu, espada de las almas, fuentes de pecado, ocasión de corrupción, prostitutas, cortesanas, cerdos’, una definición que acaso por tratarse de un hombre tan Santo al Damián no le fuera bien con las mujeres. Pero claro, tal vez por esas cosas…

El mismo Pellicer que considera igualmente respetable a toda religión y un asunto de absoluta incumbencia personal, entiende que algunas definiciones ‘sagradas’ en todas ellas no dejan de ser el mejor testigo de sus ideas en todo trabajo de investigación didáctica. En síntesis, otro estudio más, consustanciado y fundamental, de un escritor que nos sorprende con sus aportes documentales y la amenidad inusual para desarrollarlas. Y nos incita a debatir sobre la mujer en la historia, esa cuestión que los sectores del Poder ocultaran durante siglos. Sencillamente dicho, hablamos de un libro magnífico y oportuno.



*



N.de Redacción: ‘La mujer… cuenta con prólogo de María José Binetti. Yel autor James O. Pellicer con varios doctorados obtenidos en Estados Unidos, publicó en Argentina en 1990 ‘El Facundo, Significante y Significado’, un texto sobre las ideas de Domingo F. Sarmiento.



-Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.








A la mierda*



No iré
ni aunque me manden
No me mandaré
Ya estuve allí demasiadas veces
También en el carajo

Renovaré mis puntos
(provisorios)
de destino.


*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar




*
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