domingo, febrero 26, 2012

LA VIDA DE LOS QUE NO TENEMOS ÉXITO...



-Dibujo: Ray Respall.
La Habana. Cuba





PERMANENCIA*


para dejar de ser esto que no soy.

José Luis Fariñas



Si puedo estar a tu lado en un día gris
Sin que preguntes el motivo,
Mas, tomando mi mano,
Regalándome un poema, una flor,
Una sonrisa,
Me haces sentir la necesidad de tu presencia.

Si logras entender este ponerme taciturna,
Incomunicablemente sola,
Arisca, azul,
Y solo aguardas,
Con la paciente espera de un amigo,
El regreso de la alegría.

Si logras secar mis lágrimas
Sin mencionar jamás
Que me has visto derrotada.

Sé que te quedarás,
Sabrás que te has quedado,
Sabremos, los dos, que los ángeles existen.




*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba








FOTOS DE FAMILIA*


*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar


al Kelo Isaías, el tío viajero


Sobre la piel curtida del Otoño, con el pueblo cada vez más lejano, más solo, más perdido, entre la rugosidad austera de la pampa, allí traté de armar mi recuerdo.
Hay algunas fotos sobre mi mesa.
Son amarillentos cartones donde una vida instantánea pone hoy el amarillo sobre el presente.
Es decir ¿qué me convoca hoy a la memoria esa cabeza rapada, ese guardapolvo blanco, esos zapatos de cuero ordinario, ajetreados, pelados en las puntas a pura gramilla y pelota de cuero? ¿Y el chico con el jopito de previsible gomina y las medias de rombos oscuros? ¿Medias “Carlitos”, acaso? ¿Y quién es ese chico que comparte conmigo ese instante de vida a la salida de la escuela, de esa humilde escuelita de pueblo? Esa escuelita con su previsible gotera y sus tejas rojas y raídas por donde se colaba –inclemente- el invierno. La escuela se llamaba Provincia de Salta y mi amigo se llama Juan Tallarico.
Claro, en aquel tiempo, como es obvio, era para todos, “el Juancito”.
Hay otras fotos, sin embargo.
Están allí los grandes ojos de la nona Laura. Está sonriente, joven, plácida diría y por qué no: feliz.
A su lado hay un chico de claros ojos saltones, con un mirar entre travieso y divertido. La cabeza es una entera bocha de pelos cortísimos. Sin mirarlo mucho sé que es el Kelo. ¿Le diría Kelito, mi dulce abuela por entonces? Esa foto trasegó íntegramente mi infancia. Cuántos años tendría El Kelo: ¿diez, once? Tal vez.
La foto los toma con menos de medio cuerpo, sin embargo se nota el crucifijo en la solapa del tapado de mi abuela y el traje marinero de su hijo. ¿Acá habrá sido el inicio de su vocación que lo llevó por el mundo? ¿Tendrán que ver en un niño estas casualidades de la infancia, estos caprichos de la madre?
Sigo mirando estas fotos, mientras mis hijas curiosean y preguntan.
Allí aparece otra. Son dos hombres esta vez.
Evidentemente es una instantánea, tomada en un zoológico, seguramente el de Buenos Aires. Los dos calzan sombreros y una sonrisa confiada.
Lucen elegantes, muy elegantes. El de oscuro es el Pancho. El más alto, el que mira con aire de conmiseración es El Kelo. ¿Es el año 50? No sé. Es probable, por esos sobretodos tan largos, uno advierte allí o imagina una tramada lana pesada.
Los zapatos aún brillan en la opacidad de la foto tan vieja.
Sigo revolviendo. Aparece otra vez El Kelo. Esta vez abrazando a una mujer rubia, menuda. Luego recuerdo. Oí decir en mi infancia que era una novia yanqui que tuvo en Chicago. Están en traje de baño, en una playa casi desierta. La foto es pequeña, tal vez tomada por alguna pareja de amigos o por un bañista casual. Casi con seguridad la cámara era común, de esas que uno compra cuando va de vacaciones y luego pide –ruega, invita- al primero que para que “si tiene la amabilidad… etc”.
En la otra, la más pequeña hay tres hombres. Están apoyados contra la pared de una casa. El primero, el más alto, quien sobradoramente observa la cámara, el que tiene pantalones oscuros y camisa de mangas cortas, blanca, con un negligente cigarrillo colgado de los labios: ése es El Kelo. Al dorso dice en letras casi borrosa: San Juan de Puerto Rico, verano, 1950.
Todo ese pasado que encierran estas fotos, me parece, es como si en algún lugar El Kelo estuviera esperando que yo hable de él.
Que yo lo siga obsesivamente nombrando. Sin embargo, pienso que este es un Otoño apto para
–literariamente, claro- matarlo. Esa sombra suya, como de entera despreocupación tiene que irse de mi vida.
Kelo, he envidiado siempre esa vida tuya hecha de grandes horizontes marinos.
Ver esas fotos o escribirte es una manera de dejar siempre algo inconcluso.
Estoy listo para partir, siempre.
Y sin embargo, sin saber adónde fueron tus huesos, yo noto que imperceptiblemente envejezco.
Y no puede ser que así, tan a mansalva.






RESISTIR*


Soy capaz de resistir todo menos la tentación de vivir.


Llevo en las manos un ramillete de golondrinas muertas.
Mustios cardales y crisantemos negros.
Y me vuelve una desazón antigua. Una duda. Una certeza.
La cerbatana ha atravesado la manzana.
Un hambre de veranos estalla en el ocaso.
Un perfil de puñaladas desangra la hojarasca.

Un temblor de niña me recorre.
También tiemblan mis malecones. Y resisten.
He aquí el secreto.
La manzana no cae.
Y me vuelve un recuerdo antiguo. Una sentencia.

Cardal en flor y crisantemos blancos.
Y la vida es una tentación ineludible.
Un resistir continuo.Un salir al encuentro.
Inedulible tentación.




*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








ESA ÍNTIMA DESOLACIÓN*

Crónicas del Hombre Alto (n° 76)


La chica rubia tenía 27 años (igual que Janis, igual que Amy, salvando las amplias distancias). Era modelo, conductora de televisión y aspiraba a ser periodista. Tenía uno de esos rostros sugerentes tan requeridos por los publicistas y un cuerpo perfectamente ajustado a las estrictas leyes que rigen el mundo de la moda. La mujer negra tenía 48 años, era cantante, compositora y, en menor medida, actriz. Tenía (o había tenido) una voz extraordinaria. Su cara ya no exhibía la belleza poseída en la juventud pero entre las evidencias del deterioro era posible vislunbrar todavía cierto centelleo de su antiguo esplendor.

La carrera de la chica rubia estaba en pleno ascenso. Se había hecho famosa a los 17, al ganar un reality-show y, si bien el modelaje continuaba siendo su actividad central, había estudiado Comunicación Social con miras a un futuro diferente que, según quienes la conocían, se le presentaba promisorio. La carrera de la mujer negra, en cambio, estaba en decadencia. La acumulación de Grammys y discos de platino, el ingreso al Libro Guinness por causa de sus 170 millones de discos vendidos, eran hitos de un fenómeno ocurrido veinte años atrás. El pico de popularidad y el suceso mayúsculo habían quedado a sus espaldas, y le estaba costando demasiado competir contra un pasado nutrido de gloria.

La chica rubia necesitaba consumir drogas, alcohol y psicofármacos para sobrellevar lo cotidiano, o para cumplir con la letra chica del contrato de la fama, o para controlar sus demonios interiores, o para todo eso junto, quién puede saberlo. La mujer negra, también.

La chica rubia de nombre floral y la mujer negra con apellido de ciudad texana murieron de la misma forma, de la misma absurda forma, con una diferencia de sólo diez días entre sí.

Apenas se supo la noticia, se puso en marcha el previsible circo macabro que rodea la muerte de las celebridades. La foto del cadáver de la chica rubia fue exhibida sin ningún pudor en una revista,y la edición de la revista se agotó en 24 horas. Diez pisos más arriba de la habitación donde encontraron muerta a la mujer negra, hubo una fiesta esa noche, la fiesta a la que ella estaba invitada y a la que no pudo asistir. Entre champagne, reflectores y mucho glamour, sus colegas la recordaron con gran emoción. “Show must go on”, ¿no es cierto, Freddie?

Toda muerte temprana, se sabe, provoca mayor consternación de la habitual. Pero cuando esa muerte precoz viene asociada a la belleza o al talento conmociona mucho más, se vuelve casi obscena. ¿Qué tiene que hacer una palabra tan horrenda como “inhumación” al lado de la imagen sensual de una jovencita sonriente? ¿Cómo puede caber el adjetivo “ahogada” aplicado a una mujer cuya voz tenía la facultad de conmover a quien la escuchara? Y si además esa muerte apresurada sobreviene por los excesos propios de quienes la terminan padeciendo, si es la consecuencia casi inevitable de un suicidio financiado en cuotas, la desazón se multiplica. Frente a las falsas moralinas de dedos acusadores y las declaraciones de mal gusto, frente al vampirismo oportunista y la filosofía de velorio, lo que cuenta y queda, finalmente, es la triste certidumbre del desperdicio irremediable.

La chica rubia y la mujer negra, cada una a su escala, tenían todo aquello que al público le resulta deseable, habían alcanzado todo eso que en nuestra sociedad suele llamarse éxito. Entonces, los que transitamos la existencia sin mayores brillos, alejados de todo estrellato, los que espiamos el universo VIP desde afuera como una meta siempre envidiable, no logramos comprender por qué no pudieron ser felices. Su muerte nos confunde. Nos cuesta aceptar la presencia de esa íntima desolación que yace bajo las máscaras de la fama, dar por cierto ese vacío amenazante cuyo acoso se pretende mitigar en la bañera.

Tal vez deberíamos invertir la perspectiva. Revalorizar esta vida nuestra de cada día, tan subestimada por falta de micrófonos y cámaras que la enmarquen. Redescubrir lo que esta rutina aparentemente tan insulsa guarda de envidiable, incluso para quienes habitan el mundo VIP. Acaso así, impensadamente, descubramos asombrados –vaya paradoja- cuán exitosa puede ser la vida de los que no tenemos éxito.


*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar






*


No me nombres
Solo siénteme
No gastes mi nombre para otros
Que se pueden llevar algo de mí
Y volarían mis velos de nostalgia
Se abrirían mis alegrías
Y no se quien podría amarrárselas
No quiero que descubran mi pasión
Que es poema inmerso en la mar
Acaríciame con dulces ofrendas de vocablos
Infinitos y desmesurados, sin tiempo
Deja el reloj fijo en el instante
En la quietud de esta tarde de reencuentro
No importa tu figura ni tampoco la mía
Ni los años que han pasado
Tu llamado de tan lejos
Me ha acercado a lo más profundo de mi universo
Colmando de ansiedad y de amor
Que creí perdido
En este palpitar que me conmueve
Me he descubierto viva
No me nombres, no es necesario
El color de la vida es tan intenso
Y es el más puro secreto que tengo para darte.-



*De Azul. azulaki@hotmail.com
- 25/2/12.-






Ceylán*




*Por Juan Forn

Cuando sólo se podía llegar por barco a Ceylán, la primera mañana en que podía avistarse la isla desde el agua, los marineros esparcían canela molida sobre cubierta, bajaban a despertar a los pasajeros y los invitaban a subir, para que pudieran "oler la isla" en el horizonte. Ceylán era el paraíso: además de canela, daba al mundo la mejor pimienta, seda, sándalo, índigo y coral. Sí, Ceylán era el paraíso: entre las cuatro y las ocho de la mañana, cuando no llovía. En la época de los monzones, mientras diluviaba en Ceylán dieciocho horas al día, Neruda escribía enloquecido sus poemas de Residencia en la tierra y después, para rescatarse, se mamaba leyendo a gritos el Don Segundo Sombra que le había mandado su amigo Eandi de Buenos Aires. En la época de sequía hacía tanto calor en Ceylán que el reloj de bolsillo de DH Lawrence se detuvo, y sus anfitriones le insistían que para hacerlo arrancar debía sumergirlo brevemente en un vaso de gin. En Ceylán era habitual ver coches salidos del camino y hundidos hasta la manija de las puertas en los arrozales, con gente vestida de fiesta adentro, beatíficamente dormidos (a
veces el coche era depositado de nuevo en el camino por monjes budistas que pasaban, sin que sus ocupantes se despertaran). En Ceylán, un gobernador fue destituido por culpa de su jardín: el tipo tenía las plantas más hermosas de la isla, una parejita le pidió permiso para sacarse una foto, el gobernador
siguió paseando por sus dominios, al rato vio a la chica con las polleras alzadas y al muchacho con la cabeza hundida entre los muslos femeninos, la chica sólo alcanzó a musitar "¡Picadura de víbora!", el gobernador hizo a un lado al muchacho, se sumergió él en la entrepierna, el muchacho levantó la
cámara de fotos y al día siguiente el gobernador no tuvo cómo explicar la foto y el titular que aparecían en primera plana del diario de la oposición:
"¡Picadura de víbora!".
En Ceylán, escribió Leonard Woolf, la única ocupación que podía desviarlo a uno de la bebida y el adulterio era el juego. En la India, sólo las castas superiores podían apostar. Ceylán había pertenecido a la India, como había pertenecido a China, a los árabes, a los portugueses, a los holandeses y a los ingleses. Por esa razón, en Ceylán podía verse a un pescador hombro con hombro con un banquero apostando compulsivamente en un bar o un callejón.
Era bueno para evitar las huelgas, decía el gobierno: la gente prefería trabajar para tener dinero para jugar. Hasta que el ejército incautó todos los mejores caballos, las carreras movían en Ceylán tanto dinero que no estaba mal visto que una mujer respetable se acostara con un jockey para sacarle información sobre un caballo (las damas decían que no calificaba como adulterio porque los jinetes eran demasiado pequeñitos). En Ceylán había un juego de cartas llamado ajhuta, que nunca duraba menos de ocho horas y por lo general se extendía durante días: los portugueses se lo enseñaron a los nativos para distraerlos mientras conquistaban la isla.
En Ceylán, la abuela de Michael Ondaatje heredó a los 68 años una casa en un pueblo de montaña a medias con su hermano, que tenía 65. Decidieron jugársela en una partida de ajhuta, que duró dos días. Fueron en la motocicleta de él hasta allá, con el sidecar lleno de botellas de gin.
Jugaron y bebieron de tal manera durante esos dos días que no registraron que se había desatado un diluvio que desembocó en inundación. La abuela de Ondaatje perdió, salió a la veranda resignada a tomar un cochambroso ómnibus que la llevara de vuelta a la ciudad y sintió con alivio que no haría falta ni esperar ni viajar apretujada: la corriente de agua la levantó en el aire y la llevó como una alfombra mágica, ella creía que a su casa. La encontraron tres días después, finada y sonriente, sentada como en un trono en las ramas más altas de un jacarandá azul, donde la habían depositado las aguas. Cuando preguntaban a la familia de Ondaatje de qué había muerto la abuela, ellos contestaban: "De causas naturales".
En Ceylán, durante la Segunda Guerra, ya había ferrocarril, y un único regimiento inglés para proteger la isla, así que las tropas iban y venían en los trenes nocturnos de un punto a otro de la isla donde hubiera riesgo de invasión japonesa. El padre de Michael Ondaatje era oficial pero bebía a la par de la abuela, así que cuando cerraban los bares se subía al primer tren nocturno para seguir bebiendo. Su sitio favorito en el tren era la locomotora, así que luego de agenciarse un par de botellas de gin en el
vagón comedor enfilaba hacia adelante, a emborracharse con el maquinista.
Para no despertar a los soldados ingleses, pasaba por el techo de ese vagón en sus trayectos hacia la locomotora y de retorno al vagón comedor en busca de más bebida. Cuando se acercaban al primer túnel en la montaña, el maquinista ya estaba borracho y el padre de Ondaatje frenaba el tren y se internaba desnudo en las tinieblas del túnel a lidiar con su delirium tremens. Tenían que ir a buscar a su esposa hasta la ciudad para que se internara ella en el túnel con la ropa del marido bajo el brazo. La señora
necesitaba entre una y dos horas a oscuras, recitando en voz baja rimas infantiles, hasta que el borracho entregaba su arma y aceptaba vestirse y salir. La señora Ondaatje resistió once años antes de dejarlo. El día del entierro del padre de Ondaatje acudieron millares de personas de todas las razas y clases sociales de Ceylán. Ricos, pobres, tamiles, singaleses o europeos, apostadores públicos o borrachos privados, todos explicaban con las mismas palabras su presencia allí: "El tenía tanta fe en mí que yo también lo quería". Incluso en la muerte su generosidad excedió lo físicamente posible: había donado su cuerpo a los seis hospitales de la isla.
Michael Ondaatje se fue de Ceylán a los once años y terminó viviendo en Canadá. Una de sus hermanas se había quedado en la isla y Ondaatje fue a visitarla veinticinco años después, el día en que se preguntó dónde empezaba una familia y dónde terminaba. Llegó con algunos apuntes sobre sus recuerdos y se proponía juntar más, hasta tener lo suficiente para un libro. Una noche en casa de su hermana con amigos, le piden que lea algo. Ondaatje comienza: "Mis padres y mis abuelos son para mí un libro al que le faltan hojas, que yo sigo leyendo aunque lo sepa". Como le pasó a Kafka cuando leyó La metamorfosis en casa de Max Brod, todos rieron y celebraron cada frase. La hermana le dijo con lágrimas en los ojos: "Yo creía que nuestra infancia no pudo ser más desdichada. Me has devuelto el sentido del humor". Afuera llovía y la noche era un túnel, y dice Ondaatje que no encontró valor para internarse en él.

*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-188228-2012-02-24.html






*


Ser bajo la transparencia del deseo

brillo o sonrisa en el aire.


Lo que queda de la ausencia


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com








Correo:



Asociación Prometeo de Poesía
Una entidad sin ánimo de lucro para la poesía

Convocatoria de la
MUESTRA 2012 DE LA POESÍA EN ESPAÑOL

Desde enero de 1980, Prometeo ha recibido poemas de todo el mundo de lengua española que se publicaron en una serie de revistas (Cuadernos de Poesía Nueva y La Pájara Pinta fueron las más duraderas, más numerosas antologías, con un total de unas doscientas ediciones), y después en el entorno virtual (Prometeo Digital), con sucesivas convocatorias. Gran parte de esos poemas se puede consultar en el espacio “Poemia”, que lista 2.347 poemas de 553 poetas (faltan por incluir los Cuadernos de Poesía Nueva y dos docenas de antologías).
En fin, en 2005 se convocó y publicó una “Muestra Siglo XXI de la Poesía en Español”, en la que aparecieron 277 poetas (85 españoles y 192 americanos); se puede consultar en Prometeo Digital-
Creemos que, pasados 7 años desde aquel trabajo muestral, procede hacer una nueva cata, incluso más amplia que la vez anterior, para incluir, junto a valores consagrados en activo, muchos nuevos poetas valiosos que han aparecido desde entonces. Por esa razón, convocamos la

Muestra 2012 de la Poesía en Español

—Habrá en 2012 tres “colectas” de poesía, con vencimientos, o cierres de edición, en las “oleadas” hasta 15.5, 15.9 y 15.12.
—Podrán enviar sus poemas en español (inéditos en libro y posteriores al año 2000) los autores de cualquier país con arreglo a las siguientes indicaciones:
Deben enviarse por internet a nuestra dirección appmadrid@yahoo.es antes del fin de la “oleada” más cercana (ver arriba); si llegan después, se conservarán para la siguiente “oleada”; el nombre del fichero con el (o los) poemas debe indicar: “M2012” más el apellido del autor.
El autor incluirá en su envío una cesión expresa de sus derechos a la Asociación Prometeo de Poesía, solo para esta “Muestra 2012 de Poesía”, conservando sus derechos de autor para otras publicaciones.
Se pueden enviar hasta dos poemas por “oleada” y autor, en un solo documento, solo en formato Word (.doc), tamaño A5, un poema por página, tipo de letra Times, cuerpo 11, texto no centrado sino ajustado al borde izquierdo de la página, así: autor (negrita), dos líneas de microbiografía del autor (cpo.10, con el número de poemarios publicados), título del poema, citas si las hay (cpo.10), texto del poema, año de composición (cpo.10): ver un ejemplo ficticio debajo.
Todo ello es para facilitar nuestro no remunerado trabajo; los envíos que no lo cumplan no serán procesados. Tómense su tiempo. También puede enviar un solo poema más largo, en dos páginas; el resto de las condiciones es el mismo.
Prometeo publicará en la “Muestra” hasta dos poemas por cada autor dentro de una sección de Prometeo Digital denominada Muestra 2012 de Poesía en Español. Se informará a los autores de la inclusión de su poema o poemas, y a profesores y otras entidades de su aparición.
No descartamos la publicación de la “Muestra” en papel, si el coste económico es asumible, como se hizo con la Muestra 2001.
Esperamos mucho de esta segunda “Muestra” mundial de poesía. La emulación, la comparación con trabajos de otras latitudes y experiencias será una maravillosa herramienta de estímulo y superación para todos los poetas de la lengua.



Cordialmente,


Juan Ruiz de Torres
Director de “Prometeo Digital”



En la página siguiente, un ejemplo ficticio de cómo presentar los poemas (no lo imiten: es malísimo y seguro que no sería publicado). El título del archivo sería (ver arriba): M2012 – SANTIAGO, F.




Felipe SANTIAGO
San Juan (Puerto Rico), 1973. Lic. Medicina. Tres poemarios publicados. Premio “Isla Negra”, entre otros. Escribe narrativa y ensayo literario.

LA ORENSIADA

Alea jacta est
(atribuida a Julio César)

En el principio
después de los artículos
llegó el pronombre.
Fue recibido con júbilo,
con energía.

Pero más tarde se comprobó
que su valor era mínimo.
Lástima, porque tenía buen aspecto.

Entonces, todos
los hombres de la tierra
se comprometieron a jamás,
jamás, jamás,
enderezar el surco
sin la ayuda del arado.

Fue una lástima.
El espacio se acababa
y no cabía más poema.
Tuvieron que suspender el empeño
y mirarse en los cristales.

Estaban perplejos;
no cabía más trigo en los alcorques,
ni llama en el hogar.
Sí. Fue una lástima.

(2007)










*

Inventren Próxima estación: INGENIERO DE MADRID


(CON COMBINACIÓN EN EL FERROCARRIL PROVINCIAL CON DESTINO LA PLATA O MIRAPAMPA)


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