*Obra de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
EL PERRO DE PUCHO*
Cuando salí de la Habana
De nadie me despedí
Solo de un perrito chino
Que venía tras de mí...
Tonada popular
Se encontraba disfrutando de un
almuerzo en El Floridita, sintiéndose Hemingway, cuando algo le rozó la pierna.
No puede decirse que la culpa fue del hueso que le arrojó, porque Pucho había
ordenado filete de pargo. El caso es que el perro chino no se le despegó a
partir de ese momento. Los bromistas aseveran que se habían conocido en una
reencarnación anterior.
En fin, que Pucho regresó al
Taller de Gráfica de La Habana con el perro detrás. Todo el día, mientras
entintaba las piedras y daba vuelta a las prensas, fue el hazmerreír de sus
colegas, porque aquel animal gris y pelado era lo más feo que pueda imaginarse.
La cosa hubiera quedado ahí, si al final de la jornada el chucho hubiera tomado
su rumbo; pero lo siguió a casa de La Cantante. Aquello le costó un grito de
“¡Para animales, contigo me alcanza!”.
Así comenzó el desandar de Pucho
con el perro. Abandonó su bicicleta por taxis lujosos con aromas a perfume
francés, por autobuses repletos y malolientes a sudores de jornadas laborales;
incluso se internó en el Palacio de los Capitanes Generales, con la esperanza
de que el sahumerio de las antigüedades opacara el sentido del perro, pero fue
llamado por el altavoz porque el animalito se plantó en la puerta y no dejaba
pasar a la directora.
Finalmente, un amigo le sugirió
que abandonara la ciudad. Si pedaleaba hasta Caimito, donde vivía su prima, y
se internaba allá por el fin de semana, de seguro al regreso el can había
encontrado otro entretenimiento...
A la mañana siguiente estaba
Pucho dispuesto a recorrer los kilómetros necesarios para no perder a La
Cantante. Al cabo de dos horas de darle a los pies se sintió libre, suspiró y,
al mirar al frente, distinguió al perro, esperándolo mientras meneaba la cola
sin pelos.
No sabemos si la culpa fue de
aquella visión, si de todas maneras la bicicleta iba a volcarse justo cuando
venía la rastra, el caso es que ahora no se nos borra de la mente la imagen del
perro junto a la lápida de Pucho.
Hay quien dice – siempre salta
un supersticioso - que el perro es la Muerte y ahora está esperando su próxima
víctima. Otro anda tarareando “Cuando salí de La Habana, de nadie me despedí,
sólo de un perrito chino, que venía tras de mí...”. Yo no digo nada, pero
pienso que a lo mejor quedarse con el chucho le hubiera dado suerte, porque La
Cantante tenía otro marido y pensaba botarlo de todas formas. Alguien a mi lado
asevera que cuando viene tu momento, con perro o sin él te vas para el reparto
boca arriba...
La verdad nada más la saben
Pucho, y el perro.
*De Marié Rojas Tamayo.
-Nota de la autora: este cuento fue premiado en los concursos
“Lalectoraimpaciente” y “La BSO de tu vida”, ambos de España. Publicado en el
Libro “Tonos De Verde”, editorial Drac, Mallorca, 2004.
HAY LUNAS O ALGO BLANCO Y TERRIBLE QUE TIEMBLA…
Lo cierto*
Hay
ciertas lunas que tiemblan,
hay lunas o algo blanco y terrible que tiembla.
Quizás sea alguien.
Blanco,
terrible,
con un temblor circular que me hace un agujero en la paciencia.
Alguien mira la luna o es mentira.
Lo cierto es que es terrible,
que perfora.
hay lunas o algo blanco y terrible que tiembla.
Quizás sea alguien.
Blanco,
terrible,
con un temblor circular que me hace un agujero en la paciencia.
Alguien mira la luna o es mentira.
Lo cierto es que es terrible,
que perfora.
*De Pamela
S. Terlizzi Prina. pameprina@hotmail.com
*
Un mundo de cristales de hielo
masticados con furia entre sorbos de whisky,
Mientras lo que tiene que pasar,
pasa, en el claro del pueblo, en el claro de la ciudad, en el claro del mundo,
Mientras el pensamiento es un
orden que jamás ocurre.
Mientras en los zaguanes los
insectos corren veloces debajo de puertas y ventanas.
Mientras alguien pregunta la
hora como si fuera posible saber algo.
Mentira.
Y aunque parezca suceder
Las tijeras se comen cada lugar
secreto,
*De Liliana Díaz Mindurry.
lidimienator@gmail.com
(1953, Buenos Aires, Argentina)
El viaje último
de la ilusión*
A Silvia Plath
Sigue sentada
en el octogenario sofá, rodeada
... por verdes
candelabros encendidos
para golpear el
desconcierto.
Escucha el
vuelo rasante de los pájaros
y quejumbrosa,
ve pasar la ilusión última
de volver a
verlo entre sus brazos.
La historia aún
le duele con el deseo.
Las
retrospectivas de su imagen
la torturan,
golpeando su estrella venturosa
con vorágines
insípidas.
Ella gravita.
La noche avanza
desmenuzando
los segundos con su lengua.
Condenándola a
vivir
con el error
amoroso entre sus sienes.
Hasta que caiga
la hojarasca del otoño,
o las burlas
risibles de la muerte.
Se levanta y
deja volar un fantasmal semblante
con letras
empapadas de ternura,
sin volver la
mirada, se introduce en la hoguera
con la clara
intención, de ahogar su sombra
con la invisibilidad
del fuego.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
ACERCA DEL FETICHISMO DE LA PLUMA, EL DESEO Y LA PALOMA
RAUDA*
Para el
Ángel que nació con dos caras
contenciosamente,
empedernidamente,
varón.
Al Hombre nuevo, que aun cabalga a Rocinante.
Por que
las personas hacen cosas pero saben que hacen,
Carlos
Marx.
Abriendo
las alas
emprendía
un zigzagueante retorno hacia sí misma.
La noche
estaba helada. Temblaban los fantasmas. En la espesura
los
árboles desnudaba.
Dormía
la noche
su
ultimo eclipse de luna.
Se arrepentía.
La
fatiga le arrinconaba entera
Contra la piedra
pálida
sin fetiches
volaba
hacia
un
horizonte lejos
una
palabra herida
un
cansancio menor
una
payada
un
clítoris mojado.
Si se
trizara en mil estrellas
esta noche
de lunas olvidadas
de
pretendidas ansias
derramadas
como
adiós al estío
con una nota
cálida
perfumada
callada
en donde el mapa
se retuerce
y la algarabía
con añoranza
danza, acá
adonde los murciélagos y las ratas se aman
los
zorros pasean contoneando el hocico
como
patos entrenados para el fuego
los
faisanes corren raudos y suspiro
escuchando
la nota cantarina
de un
bandoneón que alegre
ronronea
esa espera.
Adonde
la belleza y la verdad en hojas
multiplicándose
en pliegues de milonga
van
suavizando con amor la vacuidad de la lisonja.
Se lee
en su cuerpo demudado.
Vuelo
nupcial de la distancia.
Radiante,
sin
fragmentos
de gozo
rota.
*De Marta
Zabaleta© mzabaletagood@gmail.com
Epping
Forest, 11 noviembre 2003
Una "Sanata
Más..." *
*Un cuento de Carlos Alberto
Parodiz Marquez. parodizlaunion@gmail.com
- ¿Cómo te andan las cosas
Osvaldo? ...
- Bien querido, trabajando
mucho. Vos sabés que en esto, si te parás, te comen los ratones...
Insistí...
- ¿Pero realmente estás
conforme?...
- Porque desde que se fué ASTOR
a Europa no te he visto...
- Por eso pregunto...
- Bueno, mirá...
- Vos entendés que no es lo
mismo, con ASTOR es otra cosa, pero laburar hay que laburar y yo no me quejo...
- Aquí hago dos entradas por
noche y eso no te cansa mucho; lo que jode es la misma sanata todos los días;
el repertorio es chico, sabés, además los muchachos hacen lo que pueden, aunque
algunos no quieren mas guerra...
Mientras lo escuchaba, hablando
su jerga particular, los lentes oscuros eternos, como la sonrisa desde donde
caía una humildad desarmante,
clasifiqué mi enojo, por
sentirme incapacitado de juzgarle, muchas cosas censurables -no se donde saco
que puedo juzgar-, pero, Osvaldo era así. Irradiaba esa sensación
diáfana, que invitaba a la purificación inconsciente a quienes lo intuían.
Una clase de amigo que te duele,
Me dije.
Para quien siempre deseas lo
mejor, me conformé.
Tal vez por presentir que nunca
lo va a lograr.
Tenía cuarenta largos y para el
"ambiente" de la música popular, un pianista sin igual, pero
condenado a no poder hacer lo suyo.
Lo más cercano que había
conseguido era integrar el quinteto de ASTOR.
Este, el acontecimiento
revolucionario del género, ganó prestigio
Internacional, culminado en ese
viaje a Europa, con olor a radicación "temporaria".
Paso que "sonaba" a
fuga, vía dólares, igual a paz. Fórmula imprescindible, para algunos.
La epidemia contamina tanto a
creadores como a mistificadores.
ASTOR viajó, dejando a los
cuatro, "colgados de la percha".
A ellos les fue difícil todo.
El juicio crítico, muchas veces
favorable, se convierte en obstáculo para conseguir trabajo porque, claro,
"de repente sos tan bueno que te temen,
no sea cosa que contagies
talento y se vuelvan locos, haciendo las cosas bien", supo
confiarme.
Por ésa causa, ANTONIO era
violín de segunda fila en el Colón, "al fondo a la derecha".
"QUICHO" buscaba, con respuestas copiadas; para un
"bajista"
de su categoría, nada; temerosos
de pagar y él corría "la liebre". Osvaldo "hacía cambios,
intentaba unirse a los dos, para "armar algo", pero no acertaban, a
la hora de decidir el rumbo musical.
HORACIO, estaba
"salvado". Director musical de una grabadora, el quinteto le
significó distinción, recuperar respeto perdido, que ganara años atrás, cuando
supo ser el mejor guitarrista del país.
El olor a "guita"
alcanza a la prostitución de la capacidad.
Especulador, no contaba con las
simpatías del resto. No le preocupaba.
Sí, la pérdida de "status",
por disolución.
Pérdida de "seriedad"
profesional, reconocidas y elogiadas, sobre todo en otros países.
Un hombre preocupado por las
formas.
Osvaldo en tanto, un purista
nato, un principista de la anarquía, sufría distinto, la misma situación. Lo sumía
en la orfandad.
El orgullo es prisión con
barrotes de cristal.
También presión en los costados
virtuales de la vida.
La paciencia del entorno, a
veces, tiene ritmo cardiaco.
Por allí vagaba, en las oscuras
fronteras de la estupidez y la dulce credulidad de mi inocencia.
Por eso, en la mesa de café,
viejo confesionario, me tiraba con la misma ansiedad, su necesidad de
querer hacer algo mejor, estrellando letras y
sonidos contra la pared de la
experiencia probada.
- Innovar no es saludable...
- hacé lo mismo...
- lo viejo es éxito...
- "arreglá" lo
probado...
- no arriesgues; "te
quemás"...
Eran la suma de consejos de
amigos, compañeros de ruta, locutores, supuestos especialistas en la música
ciudadana, como les decían, tipos
capaces de vender a la madre por
un segundo de fama y, además, no entregarla.
Esa letanía siempre igual, era
pesada, opresiva, agresiva, destructora.
Volví a mirarlo, detrás del humo
del enésimo cigarrillo, sabiendo que no podía durar, que mentirse de esa forma
tendría telón a breve plazo.
Lo vi rodeado de fantasmas.
De mitos y elogios.
De nada y de todo, pero
invisible.
Sin poder.
Quieto.
Replegado.
Conforme.
Atado a una recomendación
médica, cuidado con los bruscos cambios de Temperatura pasar de lugares
cerrados, sin transición, corriendo riesgos
en los pasajes súbitos del frío
al calor.
Subiendo a un escenario, directo
al piano, ataúd de sus mejores sonidos y repetir noche a noche el ritual
asfixiante; el precio de subsistir.
- ¡... mozo ...!
Este llegó. Saco y pechera
blanca, luto en la garganta.
- ¡... dos wiskies ... !
- ¿... tomás "Negro"
...?
Me sonó como un estampido en la
niebla.
- ¿estás loco Osvaldo?
- vos no podés tomar nada, pedí
un té...
- ¡dejame de joder!...
- creo que me bajó la
presión; uno, no me hace nada...
Repentinamente, presentí la
tormenta.
Me ahogó el vértigo de una
espiral desconocida.
Algo se alzaba, rugiente, en su
interior.
Preludio de la explosión.
Aunque, yo, no la creía posible.
Al cabo de unas copas, un
"crescendo" desagrado se convertía en constante.
Despectivo hacia todo y todos.
El mismo era su blanco.
Implacable fijación destructiva.
Yo sentía, ya, el dolor de
cabeza que suele bloquearme.
Sucede, cínicamente, si hay
problemas y mi integridad corre riesgos.
Resistí.
El afecto es un cordón de plata.
No supe si hacía bien.
Sí debía detener esa avalancha
de amargura.
Canalizar tanto dolor,
comulgante, expiado y purificado por el alcohol. Me fascinaba. Presenciaba el
cataclismo, como un pasajero de la vida, testigo del
apocalipsis personal. Ni
siquiera supe si me concernía.
Avieso, como un perro de jauría,
cuidaba el privilegio.
Testimonial y sin compromisos.
Sólo ser el ojo, impresionando
cada gesto.
No me atreví a mover un músculo.
Atraído por el misterio.
Capturado por la furia.
Una destrucción homicida, que
Osvaldo desplegaba ante mis sentidos
Maravillado y, porque no,
horrorizado.
Comprensión.
Presenciaba el derrumbe.
La demolición de un hombre, por
si mismo, ejecutada con delectación morbosa.
Recreándose.
Mirando las astillas en que iba
convirtiendo su vida.
Hablándome.
Hablándose, de lo que pudo y no
hizo.
Su juicio supremo.
La implacabilidad para el
conjunto.
Se tonalizaba, fantasmal, el
brazo en alto, extendido, blandiéndolo sobre cabezas invisibles.
Me sentí en una audiencia, con
tribunal, jurado y gente.
Autorizado a presenciar el
momento de uno consigo y nunca más.
El estaba transitando el puente
de color, sonido y olor.
Se había parado en el umbral de
la eternidad.
Permitiéndose elegir el
instante.
Prescindiendo del destino.
Desafiando al tiempo.
Todo tenía transparencia
celestial.
Era coherente.
Minuciosamente preciso.
Abrumadoramente cierto.
Descarnado y real.
La fuente parecía inagotable.
Auto de culpa universal.
Un estremecimiento, me sacudió.
Estaba en medio del torbellino.
La luz, al final, me asomaba al
vacío.
Espacio sin retorno.
Testigo mudo que me convertía en
cómplice.
¿A quien podría contarle, qué y
cómo?.
Que cosas dijo.
La velocidad ciclónica me
enceguecía, marcando a fuego mi cerebro
Impidiéndome recordar.
¡...Nada...!
Todo se grababa, deslumbrante,
para desaparecer con igual rapidez.
Alucinado, comprendí que cursaba
el aprendizaje absoluto.
Accedía a la sabiduría vedada al
hombre.
Estaba siendo revelado.
La carga de la verdad me
atravesaba, convirtiéndome, azotándome.
Corría con el vértigo de la
inmovilidad.
Me detenía ante el todo y nada,
en la latitud infinitesimal.
Capturando su intensidad, sin retener.
Incapaz de volver la cabeza.
Tan próximo al crisol, que
intenté hallar la fórmula, la forma, el método, para que el instante no
fuese perecedero.
A mi lado una voz, abruptamente,
hizo posible el regreso a la realidad.
Al café.
A Osvaldo, borracho.
A la noche.
A Buenos Aires.
Al "Almacén", en la
esquina...
- ¡... Ché ... Osvaldo ...!
- ¡... vamos, que tenemos la
segunda entrada ...!
Era RAUL, director del sexteto.
Su director.
- ¡... No me digas que estabas
tomando ...! se quejó, amargo.
- ¡... por favor ... ché
...! luego de repasar el estado lamentable de Osvaldo.
- ¿... como tocaremos en el
estado que estás ...?
La mirada vidriosa de Osvaldo,
agotaba las llamas infernales, pero guardaba peligrosos rescoldos.
- ¡ ... Mirá RAUL ... yo no voy
nada ...! amenazó, sin levantar la voz.
- ¡ ... arreglense sin mí ...!
se confirmó, confirmando.
- ¡... no toco más ...! afirmó,
afirmándose.
- ¿ ... me oiste ...? se
interrogó, interrogando.
- ¡... nunca más ...! concluyó,
convenciéndose.
La voz, pastosa, no quitaba
inflexibilidad al tono.
RAUL no pareció advertirlo.
- ¡ ... Dejate de joder ...!
persuadido de persuadir.
- ¡ ... terminá la copa y vamos
... conciliador y conciliado.
- ... los muchachos deben estar
subiendo ... animándose a animarlo.
- ¡ ... ché, Negro ... -
dirigiéndose a mí –
- ... vos que sos amigo ... -
por él –
-
¡ ... convencelo, yo me voy para allá ...!
- ¡ ... justo hoy... que está
todo lleno..!
Ví la desesperación en su cara.
Imaginé el salón.
La gente.
Los turistas.
Las explicaciones.
El dueño del
"Almacén", ALVAREZ, un buen tipo, personaje de la discreción y el
buen gusto, vocero de la elección, del estilo, no merecía desaires.
Le indiqué con un gesto, a RAUL,
que lo dejara de mi cuenta.
Lo vi alejarse.
Volverse dubitativo.
Lento, procuré vencer la
obstinación.
No supe ser original.
Los argumentos gastados, oxidan.
Eran inservibles para él y para
mí. MARIANO apareció. El hermano menor y retobado que no transigía con nadie.
Hizo llevaderas las intenciones,
después de desconfiar y hamacar sus dudas. Pareció adherir a la causa, pero
quizás reflexionó sobre los apuros
posteriores de Osvaldo, con
nombre propio, su mujer, el empresario, un futuro incierto, -el mismo de
siempre-, graduaron la decisión y el
cambio. Antes y para pensarlo,
ordenadamente, se tomó algunas copas, luego contribuyó a la disuasión
conveniente.
Logramos abandonar el café, con
paso inseguro, rumbo al "Almacén".
Fué duro verlo llegar al piano.
RAUL, transpiraba esperando.
Iniciar el primer tema le habrá
dolido segundo a segundo.
El derrotero de Osvaldo, nada
garantizaba hasta verlo sentado.
Un alivió voló sobre los
enterados.
El público estrenaba su
irrespetuosidad.
Lentamente, las sonrisas
regresaban y las manos de Osvaldo, ajenas a su cuerpo, viajaban por las notas
insomnes, perfectas, nuevas, relucientes,
el sonido era virginal.
Vi el rocío en el pétalo del
jazmín. Su comunión.
Temas trillados y atacados por
una fresca musicalidad desconocida.
Única.
Cerré los ojos comprendiendo que
el hilo invisible todavía estaba allí.
Brotaba del teclado, adquiriendo
perfil del nunca más.
La perfección indescriptible.
Avanzaba avasallante, con la
tenue sonoridad que produce la contundencia.
Capaz de penetrar, embriagar,
seducir, transportar, enmudecer.
¡Sí! ¡Enmudecer!.
Percibí que el murmullo se
disolvía, superado, barrido, por aquella implacable riqueza sónica,
convirtiéndose en cálido clima de vibración.
Las sensibilidades se
agudizaban, recibiendo el mensaje purificador.
Todos, sobrecogidos por la
magnitud, estáticos, confabulaban para detener el tiempo.
Nadie entró o salió del local.
Nadie se movió, era espectral.
Silencio cristalizado.
El final casual y leve, estalló
hecho añicos, en ovación gutural,
desgarrada, reclamaban la
continuidad imposible.
Se advertía que su impotencia
iba más allá.
Querían el segundo aquel,
irrepetible.
Una escena estremecedora.
Osvaldo, distante, tuvo que ser
avisado.
Abandonó el escenario.
Acodados en la barra, con
ALVAREZ contagiando euforia, bebíamos.
Osvaldo, poseído por el infierno
que lo consumía, era holocausto invisible y, tal vez, inservible para todos.
HERNAN, violinista exitoso cada
noche, impresionado, solicitó en el micrófono, la presencia de Osvaldo,
sustituyendo así, sin más, a su
pianista, quien estaba presente
en la sala, pero, como todos, desbordado por el episodio excelso.
Pude tocar la llaga abierta por
el acontecimiento, en aquel músico.
Su anhelo impreciso.
Atrapar un fragmento del
milagro.
Protagonizar el instante.
Osvaldo retornó,
dificultosamente, al piano.
La tensión, que me arqueaba,
cedía a medida que desgranaba la música.
Era el reflejo de la hoguera.
Su magia, intacta.
El fuego deslumbrante,
sobrenatural, opacaba el trabajo de HERNAN, alejándolo de la escena.
Todo concluyó en un nuevo
estallido.
El público, conmocionado, se
retiraba confuso.
Buscaba explicaciones.
Osvaldo, desde el piano,
sonreía.
¿A sí mismo?
¿Mirándose desde cada nota?
¿Parado en la música que vagaba
entre las mesas?
MARIANO y ALVAREZ me arrastraron
al escenario.
Nos sentamos.
Bebimos, una vez más.
Comentamos o comentaron.
Mi complicidad me sustraía.
EL, escuchaba, silencioso.
Cuando quedamos solos y los
mozos ordenaban, ALVAREZ, que quería más, integró a MARIANO en la percusión.
No sé porqué, todavía, me oí
pronunciando nombres ... Peterson y Osvaldo, mirándome, indescifrable, traducía
y así, Jobim, Villegas y aquellos que le habían importado. Agotado el
inventario, avecinando el final, cambió y comenzó algo nuevo, caótico,
indefinible.
Ahí estaba.
La epopeya.
El poema.
El espacio.
La vida cantada por sí, ruda
aquí, cristalina allá, murmurada, gritada, gemida, latente.
El siempre de las cosas.
Nos fuimos.
ALVAREZ quería llevarnos a una
fiesta.
Caminamos galaxias de silencio,
atravesando la oscuridad titilada de Buenos Aires.
Su voz sonó sorprendente, calma,
natural ...
- ¿Ché, Negro, vamos a comer
algo ...?, -me miró socarrón-
- no me jodas ... fué una sanata
más ...
A OSVALDO TARANTINO IN MEMORIAM...
Mínimo
mundo*
a Gonzalo Fragui
por el cielo del planeta giran miles de aparatos.
desde una cabina acerada
un hombre
pulsa botones y observa un monitor gigante.
Ahora cruza sobre un desierto en el sur del mundo
un campamento petrolero invadido de arcilla.
el aburrido operario pulsa botones
acerca la imagen.
algunas casas, una escuela de dos aulas
negras cigüeñas metálicas.
la placita, un banco
y un chico de seis años balanceando las piernas.
pulsa más botones, acerca más
llega hasta los ojos.
el reflejo en esos ojos infantiles
muestra un árbol de manzanas brillantes
un columpio en vaivén
el soldadito de plomo herido
un superhéroe con los pies en el barro.
ahora el chico mira hacia arriba
ve una fantástica estación espacial
un hombre abatido observando un monitor
vigilando sin afán sueños ajenos.
ese hombre parece llorar.-
***
Inventren Próximas estaciones:
EMITA.
-Por Ferrocarril Midland-
LUCAS
MONTEVERDE.
-Por Ferrocarril Provincial-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
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