domingo, agosto 25, 2013

EL DOLOR DE LOS VIEJOS RETRATOS NO ES DE HUMANO...

 
 
*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina.
 
 
 
 
 
 
 
PACTO DE SAL*
 
 
 
He aquí el aniversario de la fuga.
Aquí. Donde termina el tajo. Comienza.
El dolor de los viejos retratos no es de humano.
Ni siquiera de bestia. Orate. Santo. Ángel
Pérdida irremediable de todos los amores:
Dios de esperma. De cera derretida.
Campanas de obsidiana. Escalpelos de acero.
-Quiero escuchar tus pasos, quiero, quiero-
Padre de presa. Alerta. Las zarpas son de pan.
Madre que va y viene. Pacto de sal.
Las migajas han sido devoradas.
Hay una cabeza enterrada en la colina
Los cuervos esperan. Les han crecido alas.
-Madre hay un pájaro en la cama, madre, madre-
Hansel y Gretel se han tapado el rostro
Ocultan el bosque con sus manos.
Cierran las cancelas de la muerte.
Se despojan de pieles y de escamas.
-Madre, hay un hombre en la puerta-
He aquí el aniversario de la fuga.
Aquí donde termina el tajo, comienza.
Y el hombre es vértigo, deseo y agonía.
El suplicio y el goce. Pacto de sal.
 
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
EL DOLOR DE LOS VIEJOS RETRATOS NO ES DE HUMANO….
 
 
 
 
 
 
 
LA CORTADA*
 
 
 
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
Cada  uno está solo con su propia tristeza, dice Malena. De la alegría quiero escribir aquí.
Pero la alegría se debe compartir, expandirla en el aire donde suelen brotar todas las torcazas.
Y si eso sucede, sabremos adónde iban a parar, cuál era el destino de las palomas mensajeras que echaban a volar en la plaza de mi pueblo en los días patrios, apenas arrojadas las tres bombas de estruendo de rigor. Luego del discurso de las autoridades, donde nunca faltaba la palabra de la directora y de una maestra, terminado el acto que seguíamos un poco distraídos y poco ansiosos, nos dispersábamos en explosión bullanguera, blanca de guardapolvos por la calle soñolienta, previa una taza de chocolate bebido en el club de enfrente o de refrescos si el tiempo daba. Toda como ligera parvedad.
Al poquísimo tiempo, luego de cambiarnos de ropa iríamos a reunirnos alrededor del correr de una pelota de goma con listones blancos o amarillos sobre el fondo de pálido rojizo. Esa pelota que se podía llevar en un bolsillo, ya de un abrigo, ya del mismísimo guardapolvo que disimulaba hasta a la perfección toda desigualdad social. La prenda que tiende a democratizar, nos decía la dulcísima señorita Lidia, la de los inmensos ojos glaucos, quien con devota unción guiaba nuestros pasos por el fascinante mundo de este bello idioma nuestro. Ya en la construcción de una oración correcta, como en ese universo fantástico, lleno de ventura que eran los libros y sus mil ventanas a la imaginación tan fértil como es en los primeros años de vida.
Probablemente jugáramos en cualquier lugar con esa pelota, antes de arribar a casa, pero lo más probable es que esas ganas las reprimiéramos hasta llegarnos a la cortada que guardaba para nosotros toda su gramilla, muy recordada hoy que todo se lo ha llevado el tiempo, porque una calle de cemento que va hasta la ruta es la realidad que nos vence con sus autos  que raudos esperan con su vértigo,  destruyendo aquella paz bucólica  para siempre.
No creo exagerar si escribo que el primer tramo de nuestra vida transcurrió  casi exclusivamente en ese espacio donde  no transitaban vehículos salvo la jardinera de don Juan Galli con el reparto de su panadería y la de don Compañy con la suya de verduras y de leche. Pero eso era una vez al día, el resto sólo los vagabundos perros flacos la transitaban antes que adviniera el cascotazo, o el tiro de la gomera certera.
En ese pequeño lugar que sin embargo tuvo su presencia alguna vez en el universo altivo, indiferente, pasamos todos un claro tiempo de alegría que hoy sin la nostalgia del adulto podemos celebrar como perfecto.
A esa cortada  la flanqueaban normalmente  las quintas de don Clemente Gerlo y de don Ángel Pichichello. Ambas veredas casi no existían, porque la gramilla era profusa y no tenían ni zanjón ni bordes y degeneraba en una lisura informe.
Dos arbolitos raquíticos de cada lado lucían  enfrentados. La rápida imaginación infantil los usaba de arcos para la contienda futbolística.
¿Cuántas veces corrimos detrás de una pelota? No tiene importancia el material que formaba la esfera.: goma, trapo o cuero, lo importante era que rodara.
Atravesados de sol o de viento, también en el esplender laxo del verano, con sus ejércitos de mariposas o de su nube de abejas, allí estábamos. Sin importarnos si un grupo de gorriones atrevidos se zambullían en un claro  pequeño de tierra y se despiojaban desaprensivamente en los veranos, o los gansos de doña Leonida Lencioni pasaban por el lugar e interrumpiendo el partido. Nosotros no cejábamos. A veces alguno golpeaba la puerta de doña María Pichichello y pedía una jarra de agua para mitigar la sed o mojar un poco el rostro o la cabeza, chorreando sudor. Y luego, por supuesto, seguíamos. A veces, si era a la tarde la reunión desoíamos el llamado materno de la merienda que el entusiasmo hacia pasar por alto. Cuando muy de vez en cuando nos comunicamos entre nosotros  o no podemos ver las caras, se borran todas las referencias a aquella distancia que hace seña desde el mero recuerdo, pero uno de pronto exclama:
-¿Te acordás de la cortada de don Pichi?
Y saltan como esquirlas las anécdotas que no siempre coinciden, que no siempre son las mismas. Salvo cuando el recuerdo se reúne alrededor del huerto  en los frutales de don Clemente Gerlo. Y las veces en que teníamos que salir corriendo con las manos vacías, porque el hombre ya cansado  de ser robado reaccionaba, pero lo hacia livianamente. Por allí se sentaba debajo de una higuera con un revolver oxidado entre las piernas o se escondía detrás de los altos tomatales y cuando estábamos adentro con la atención sobre esas brevas llenas de miel, se nos aparecía. Era el desbande, pero luego comprendimos con los años que en su bondad, solo nos quería amedrentar. A veces he pensado y lo compartí con los amigos, que si un día un viento borra el pueblo del mapa (digo, es un decir) de él sólo querría salvar esa cortada y el robo de sus frutas exquisitas.
También para mí por una razón mucho más egoísta. Yo era vecino de don Gerlo, es decir de esa quinta.
Porque yo me crié en una cortada de gramilla profusa que cruzó esa nube de mariposas amarillas cuando el mundo recién comenzaba.
 
 
 
 
 
 
*
 
 
No es la primera vez que mi hermana llega con bolsas para mí. Nuestra casa de infancia es un goteo que no para nunca. Siempre aparecen cosas nuevas en los placares o en las bibliotecas. Son como esas bengalas que no se terminan de apagar. Así, dos por tres, aparecen cosas que debemos sacarnos de encima.
Nuevas, es un decir. En realidad son cosas del pasado que en sucesivas mudanzas fuimos arreando... una o la otra.
Esta vez entra con dos bolsas descuajeringadas por el peso. Yo no las quiero, dice enseguida de saludarme. Y en ese breve pero emotivo acto, las deja a mis pies. Las miro sin tocarlas y me doy cuenta. Son fotos. Muchísimas fotos. Sueltas, en álbumes, en sobres de papel.
La estrategia de mi hermana parece ser traerlas sin previo aviso por si se me ocurre negarme. Pero no se me ocurre, me las llevo a mi casa. Dejo las bolsas varios días en el piso hasta que decido que no las voy a guardar, que voy a hacer una selección. ¿Elegir en base a qué? Empiezo a mirar y a descartar. Las primeras que quedan afuera son los cumpleaños. La escena inmortal alrededor de la torta. El momento estelar de los tres deseos. Y alrededor tanta gente que ya no está, que no me acuerdo quién es, que no se acuerda quién soy. No tiene sentido. Además estas fotos las guardan los padres que son los que celebran el crecimiento de los hijos (los hijos celebramos otras cosas), ellos son los que se acuerdan de la ropa que quedó chica, del esfuerzo de traer al mago, del festejo que alegró un mal momento. Aunque tampoco están obligados, conservar no es un deber.
Después están las fotos de las vacaciones en la playa, casi tan seriales como los cumpleaños. Igual me quedo con algunas. La que estamos abrazadas de pie cerca de la orilla. La que estamos leyendo en las sillas plegables. La que estamos en cuclillas con las paletas clavadas en la arena como deportistas posando antes del torneo.
Siguen las fotos de la primera infancia, de la no-memoria, donde tengo la misma cara pero sin uso y tres posiciones: sentada, acostada y gateando. Y mis viejos en actitudes de principiantes. De estas también elijo algunas.
Todo se redujo a una bolsa de zapatos. Las descartadas no sé dónde están: habrán ido a parar al basural o a la casa de un artista contemporáneo o a las manos de un coleccionista amateur. Por ahí, me vuelvo a ver.
 
 
 
*De Alejandra Zina. alejandra.zina@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La vida*
 
 
Una rosa, aparición súbita, me sobresalta de belleza. No sé si el encanto se debe a la  mirada inocente del descubrimiento o prueba  una especie de escepticismo que sabe que entre plantar un rosal y la salida victoriosa de la flor, hay una infinidad  de peligros sorteados, azares, eslabones perdidos.
La sorpresa de lo que no está escrito, o al menos no del todo escrito, talismanes.
 
 
 
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
ACERCA DEL RE-ENCUENTRO*
 
 
 
 
Será en la edad madura. /
Cuando la pulpa fresca del durazno perfume los crepúsculos. /
Al caer de las rosas. /
Detrás de la neblina, / los nombres bienamados, / los rostros bienamados, / renacerán entre los nomeolvides / como si algún conjuro pusiera del reverso la trama de la ausencia. /
Será a la hora en que el alma se adormezca, / dulcemente, / entre matas de hortensias y racimos. /
Cuando la uva se entregue a la vendimia. /
Cuando los primitivos habitantes, / los seres primordiales orfebres de la fronda, talladores de bayas y capullos / salgan a los caminos / y los filos oscuros de las dalias rasguen el corazón de la distancia. /
Y de los ojos puros de los ángeles, / los ojos que cegaron las vigilias, / emerjan en bandadas las luciérnagas. /
Alzará la armonía tensas arquitecturas de hojas verdes, / como cúpulas verdes, como domos, / en alabanza al dios de los venados / y las vegetaciones / y el misterio. /
Y los únicos templos, / los únicos altares habrán de edificarse en el rocío. /
Y un aroma a aire puro, / a alba salvaje, / a luz amamantada por pezones de lluvia / restaurará las claves de todas las liturgias. /
Y el cielo será límpido. /
Nuestra señora de las soledades trenzará su cabello con hilos de ceniza, / con hebras de ternura, / en tanto que el altivo protector del silencio encenderá los ceibos con su ardiente mirada / y vagará entre blancos laberintos, / entre las torres blancas, / nuestra señora del olvido, /la dama de la estricta desmemoria, / custodiando los bulbos de campánulas / que el señor de los vientos / deposita en los huecos de la higuera. /
Sólo la reina de las mariposas / aseará su belleza en el estanque de los lirios. /
En úteros de plata los espejos engendrarán las alas, / alguna insurrección de colibríes sobre la placidez de las gardenias, / un rumor de palomas hacia los tulipanes. /
Porque será en el tiempo de los pájaros. /
Hacia la claridad de las glicinas. /
A la hora en que el alma se despliega y ha llegado el instante del reencuentro. /
Al caer de las rosas. /
 
 
 *De NORMA SEGADES-MANIAS.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Herencia*
 
 
 
Le dejo sus cuadernos por legado.
Llegaron embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el que dice “Amor”.
Son frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber de su tío gestado en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de diario.
Todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El hombre va al final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene una aclaración:
“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan buena…"
 
“Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es”.
 
"Tal cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.
 
Sigue una reflexión:
 
“Cada vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a estar sentados en el geriátrico mirando un Potus.
Con suerte habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.
Y en una mañana cualquiera, llegara una viejita a sentarse al lado nuestro. Nos tomara la mano.
Y será tarde para casi todo, menos para sonreír”
 
 
*Por Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
GERMINAL*
 
 
 
Palabra: penetra en mí
tus universos múltiples.
Oculta en los ángulos precisos
del papel, observo.
Desde este exilio espero
reconocer la fuerza...
de tu verdad.
Conspiran la noche y el fuego frío
de estrellas que arden ¡tan lejanas!
Conspiran,
haciéndome creer que puedo
nacer un poema
en mi légamo.
Despierto. Compruebo
que todo fue
un sueño soñado en un desvelo
y que nada es
absolutamente cierto.
La luna respira en gris
y otra raza deberá concebirte,
palabra.
Yo sólo intento.
 
 
*De Miryam Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
***
 
 
 
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